Hace un par de semanas, y con la solvencia que le caracteriza, Anna Caballé reseñaba en el suplemento Babelia del diario El País el último libro del periodista, director de Cultura/s (La Vanguardia) y escritor Sergio Vila-Sanjuán. Me refiero a El joven Porcel. "Una ascensión literaria en la Barcelona de los sesenta", se subtitula.
Me ha gustado mucho más de lo que esperaba, la verdad. No porque dudara de las capacidades de Vila-Sanjuán (hace poco daba cuenta de mi lectura de Por qué soy monárquico, y de su sagacidad para el periodismo cultural ya mostró sobradas maneras en La cultura y la vida), sino porque el personaje no me resultaba demasiado atractivo. Más, he de reconocerlo, en este clima de cansino e indecente separatismo catalanista que nos invade. ("Soy catalanista por razones de naturaleza y de geografía, de historia y de cultura", afirmó Porcel.) Con todo, ya digo, he disfrutado leyendo un libro ameno y documentado, más que una mera biografía, género tan poco aprovechado, al menos en su vertiente más rigurosa y literaria, de lo que se debería.
Sorprende, sin duda, la trayectoria de este mallorquín de Andratx que en realidad, viajero por medio mundo y residente desde muy joven fuera de la isla, nunca llegó a salir de su pueblo natal, al que idealizó.
Sobresalen las relaciones de amistad (y desencuentro) con escritores como Llorenç/Lorenzo Villalonga (paisano, mentor, autor de la espléndida Bearn o la sala de las muñecas), Josep Pla o Camilo José Cela.
Sus relaciones amorosas, sobre todo con su primera mujer (una novela), la también escritora Concha Alós (que ganó el Planeta dos veces, aunque la primera le retiraran el premio), si bien se da cuenta del enamoramiento parisino de Maria Àngels Roque, que acabó siendo su viuda.
Y porque de Planeta hablamos, qué intensa y laberíntica su vinculación al grupo editorial que fundara José Manuel Lara. Y qué decir, a propósito de lo mismo, de las intrigas y los chanchullos de los premios.
Vila-Sanjuán ha tenido ocasión de charlar a lo largo de los años con numerosos amigos y conocidos de Porcel, al que trató mucho en vida. Muy sabrosos me han parecido los comentarios de Castellet.
No olvida su relaciones con escritores en español como Delibes y Umbral ni sus agrias polémicas con Marsé. Irónico e impertinente por naturaleza, con Joan Miró también tuvo sus más y sus menos. No así con el rey Juan Carlos I, del que fue amigo y al que escribió discursos tan importantes como el que dio el monarca en Aquisgrán al recibir el Premio Carlomagno.
Autor teatral malogrado, columnista de La Vanguardia y lector impenitente, este anarquista emboscado que ejerció de anticomunista y de burgués (y algunas temporadas hasta de hippie), nunca perdió su espíritu rebelde (siquiera fuera en el vestir, con jersey de cuello alto). Sin duda, dio para mucho.
No estaría de más rescatar al magnífico entrevistador que fue, por ejemplo. Reconozco que no llegué nunca hasta sus libros de conversaciones y eso me apena. Imagino que esas ediciones (de Los encuentros, pongo por caso, que publicó Destino, otra pata insoslayable de este banco intelectual), estarán agotadas. O en Iberlibro, que uno frecuenta poco. Tampoco me importaría leer su libro sobre los xuetes o chuetas, los perseguidos judíos mallorquines.
El que dedicó a China imagino que ha perdido mucho con el tiempo, más que nada porque él mismo confesó que se dejó llevar, hasta el entusiasmo, por Mao y su macabra Revolución Cultural. Craso error para un tipo, o eso parece, tan inteligente. Pasión, ya se ve, no le faltó.
Leí en su momento La revuelta permanente, sobre el activismo ácrata catalán, que ganó el Premio Espejo de España en 1978. Se lo regalé a mi novia. Pecados de juventud.
Un puñado de jugosas fotografías, el epílogo, la addenda, las fuentes consultadas y el índice onomástico dan fe de hasta qué punto Vila-Sanjuán ha trabajado.
Me sumo a la petición de Caballé y le pido a su autor que nos dé la media vida de Porcel que nos debe (en parte adelantada en las páginas finales de esta obra). Iluminadora para intentar comprender un poco mejor el desafío permanente al que nos tienen condenados unos cuantos independentistas catalanes. Él conoció bien pronto a Pujol, con el que empieza casi todo. Qué deriva.