19.10.20

De Angelou y Pérez Montalbán

Maya Angelou
Traducción y prólogo de Nieves García Prados
Valparaíso Ediciones, Granada, 2019. 332 páginas.
 
La norteamericana Angelou nació en San Luis, Missouri, en 1928 (murió en 2014) y se llamaba en realidad Marguerite Annie Johnson. Era afroamericana. Tuvo una vida intensa de la que da fe no sólo su poesía, sino además siete volúmenes autobiográficos. Hija de padres divorciados, fue violada cuando era niña (por el novio de su madre, luego asesinado). Su hermano y ella vivieron su infancia entre la casa de la abuela paterna en Arkansas y la de la madre. Estuvo seis años sin hablar. A los diecisiete, trajo al mundo un hijo. Trabajó como conductora de tranvía, prostituta y proxeneta. Tras su primera boda con Tosh Angelos, se dedicó al show business como cantante y bailarina. Pronto conoce a M. Luther King y se convierte en miembro selecto del Movimiento por los Derechos Civiles. Viaja a África como pareja del activista sudafricano Vusumzi Make. Después de publicar en 1968 su primera autobiografía, todo cambia. En 1972, su primer libro de poesía es nominado para el Pulitzer. Un año más tarde se casó con Paul Du Feu. Vinieron después años de éxito y fama. Basta con consultar la Wikipedia para hacerse una idea de hasta dónde llegó. Fue la elegida por Clinton para leer un poema en su toma de posesión como presidente o por Oprah Winfrey para celebrar su medio siglo televisivo.
Si cuento, resumidamente, todo esto es porque su poesía es inseparable de estas circunstancias; otra suerte de autobiografía, pero en verso. Con música, diría. De blues, naturalmente. Poemas sencillos, efectivos y claros para ser leídos en voz alta (así consiguió tres Grammy). Hímnicos y con gran sentido del ritmo y la naturalidad. Inherentes a su condición femenina. ¿Sus temas? La conciencia de clase, la libertad, la igualdad y el humanismo; la negritud, ya sea la africana o la del profundo Sur, de procedencia esclava; las mujeres y los hombres, a los que conoció bien (su sexualidad, por ejemplo); la soledad y la familia; su país (léase “Arkansas mía” o “Una canción de Georgia”); y, en fin, la inevitable resiliencia de alguien que ha vivido mucho y peligrosamente, pero sin miedo, con autoestima, tal como narra en poemas (como “Mujer extraordinaria”) sustentados en la memoria. Poblados de gente corriente, por cierto.
Puede que esta poesía gane en la corta distancia antológica, pero es destacable el esfuerzo de Nieves García Prados para verterla con la debida solvencia poética al castellano.

Vikinga
Isabel Pérez Montalbán
Visor, Madrid, 2020. 92 páginas.
 
Pérez Montalbán (Códoba, 1964) consiguió con Vikinga el “Ciudad de Melilla” (sí, el mismo que ganó Loreto Sesma) y el año pasado, también en Visor, reunió una muestra de sus versos en El frío proletario. Antología 1992-2018.
Se la considera “iniciadora de la poesía de la conciencia”, una corriente que, según Prieto de Paula, agruparía obras que “se basan en la insubordinación al statu quo socioeconómico (neoliberalismo, enajenación consumista) y a la clasicidad anestésica de la literatura”.
Las citas iniciales abren el camino a un discurso inequívocamente político (qué no lo es).
Nacida en el barrio cordobés de Los Vikingos (“miseria del ensanche”), su “conciencia” es de izquierdas. Pretende ser entendida y a la ácida y desgarrada claridad de su poética se unen unas notas que, para aunar poesía y mundo, generarían “un relato plural” en torno al “intertexto”.
El concepto arquitectónico del “alma de la viga” le sirve para apuntalar “la resistencia humana ante la adversidad”. Y desde el primer poema, la violencia, el abuso. En la infancia, en “la casa, nunca hogar”.
IPM utiliza un lenguaje áspero, poderoso y veloz que le sirve para expresar con toda su crudeza (más que mero expresionismo) lo que cuenta: “O resisto o me mato”. Este es el tono. El de “Yo, punto. Y yo y yo, pero también los otros”.
En el vocabulario, palabras clave como desahucio, pobreza, subsidio, basura, huelga, paro, hipoteca… Poemas como “Calle Torremolinos” o “Las liendres” responden al verso de “Divina poesía”: “Yo no quiero metáforas, metonimias ni símiles, ni poetas de patio de butacas”. El poema, diría Sanz, como “piso de protección oficial”. Contra quienes “escrituran patrañas” sin “sustancia”.
Ni aprendimos ni aprendemos, dice. En Crimea, Siria, Colombia o Ruanda. Denuncia el asunto de las cunetas españolas, la crisis griega o la catástrofe de Chernóbil. Cita a Anguita: “Hemos perdido la guerra, sin duda”. Y repite la frase de El Padrino: “No es nada personal, solamente negocios”. Por momentos, el libro podría pasar por un manifiesto del que un votante de Podemos sería su lector ideal. Le salva su lenguaje. Y la ironía, que se abre paso en “Éramos tan felices” (“Felices no, cabrones sin escrúpulos”) o en “Apolítico” (con epígrafe de Žižek).
“El amor, ese gran tema” toma la tercera parte del libro. Acaso la más cálida. En “Pobre amado mío”, “Ritornello”, “Mio amor” o “Pérdida”. “Y el amor –que no existe– no es bastante”. 

Nota: Estas reseñas de los libros de Maya Angelou e Isabel Pérez Montalbán se han publicado en El Cultural