22.11.23

Tomás Sánchez Santiago lee "Sobre el azar del mapa"


LOS LUGARES ROZADOS

Libro a libro, nos ha acostumbrado Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) a una cartografía poética singular que no solo acota el territorio donde dar cuenta de un asentamiento propio, físico y espiritual, sino que, mediante una discreción verbal que nunca levanta oleaje, transmite una actitud que alía sabiamente intensidad y evanescencia. Frente a otras poéticas en las que prima el estallido o la extensión invasiva de las palabras, el poeta extremeño ha ido deslizando ese discurso de pura levedad dibujado en la arena, en el que nada rebasa el vapor de lo insinuado como única señal de una experiencia más presentida que vivida, más difusa que asistida por la solidez.
            Tras libros anteriores en los que quedaba planteada aún con más decisión la noción de ‘lugar’ como una realidad indefinible e incierta, emanada del deseo o de la imaginación (“lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso”, se leía en Más allá, Tánger), llega ahora Sobre el azar del mapa (2023), libro que se sostiene en el borde de otra experiencia real, un viaje “azaroso y accidental (…), el último lugar al que uno pensaba llegar”, como expone abiertamente el propio poeta en una nota final. Y así es. Vuelve Álvaro Valverde a dejarse mecer por esa dialéctica, tan suya, entre la fidelidad a una permanencia y la tentativa de hacerse cargo de lugares imprevistos -Sofía, Grandson, Ginebra-, representados en palabras que proponen una geografía nebulosa, urdida en la imaginación (“¿cómo saber si aquello que intuimos / es en la realidad lo que sucede?”) como única sustancia capaz de dar cuenta de lo real.
            Articulado en dos partes -CUADERNO DE SOFÍA y CUADERNO SUIZO-, Sobre el azar del mapa se resiste a perder esa naturaleza de texto voladizo, una sucesión de apuntes tomados de las brasas de lo entrevisto. Sigue a flote la prudencia verbal de lo nada más rozado por el lenguaje, ese estilo de difumino tan propio de Valverde que apenas rebasa lo meramente constatable, tal como si el poeta no se apease de un estricto catálogo de consignaciones para no involucrarse -pero resulta que sí: la ciudad de Sofía “su verdad sólo dice a quien, paciente, / sabe oír su silencio”- más allá de la mirada, una mirada que, como pedía Nietzsche, trata solo de dejar que las cosas se acerquen por sí mismas en el ejercicio de la contemplación serena. Ocurre esto sobre todo en CUADERNO DE SOFÍA. Allí, en esa ciudad llena de entrecruzamientos (“De todas las edades / de la Historia, / y aun de antes, / hay vestigios aquí”), magullada por el vapuleo de la Historia (“No una guerra, las guerras. / No un pueblo, sino pueblos. / Ni siquiera una cultura: / las culturas”), la realidad pierde aún más fijeza o nitidez y se ofrece como un caleidoscopio magmático donde aún vibran por doquier señales suficientes de su inestabilidad; no en vano, en un poema que podríamos considerar por sí mismo como un símbolo del sentido total de este libro, se lee: “Caminamos sobre losas precarias / que se mueven, salpican, están rotas”; y ello no parece aludir nada más a una realidad puntual sino al alcance de la extrañeza que para Álvaro Valverde comporta todo viaje, entendido como extracción violenta de un encastillamiento personal buscado en el origen, conforme a la poética del autor de Lejos de aquí.
Y, sin embargo, el poeta no desconoce que se ha movido entre fragmentos (“fragmentos de un poema único”) que conforman “este plano simbólico / que sostiene en sí mismo / una humilde verdad” y acaban preservando lo que se ve tras un empañamiento melancólico (“es la melancolía / el verdadero genio del lugar”). Se alinea Sofía con otras ciudades claudicantes -Nápoles, Trieste, Lisboa- en las que lo decadente presta lustre y verdad que evita al viajero sentirse transitar “impecable, / por un parque temático”. Se demora preferentemente el poeta en territorios de acogimiento espiritual (sinagogas, mezquitas, cementerios) donde parece resistir el espesor del pasado, la negativa que salva a esos espacios de formar parte del fragor inasumible de la contemporaneidad. En suma, la visión de la ciudad se acaba aquí coagulando en una suerte de precipitado donde tiempo y espacio ya son magnitudes emocionales, imposibles de ponderar: “el tiempo, detenido / en los toldos echados / de las tiendas (…) La avenida parece interminable. / Se pierde, como todo, / en la distancia”, se lee en un poema revelador de esta tendencia a la desconfiguración.
Por lo que respecta a la segunda sección -CUADERNO SUIZO, bastante más breve que la anterior-, hay una modulación que sustituye esa visión de Sofía por otra presidida por la intimidad, en el caso de Grandson, o por la inercia de lo literario en lo que toca a Ginebra. Sin dejar de sostener esas intersecciones entre lo real y lo imaginado (“Añoro ahora el paseo que no di / por la orilla del lago Nêuchatel. / Consuela imaginarlo en la distancia”), hay ahora una penetración en lo amable -ese jardín sentido como paraíso, a la manera de aquellos renacentistas- o en lo recóndito, en el latido interior de las casas que da lugar a “otro tiempo perdurable, / oculto en las estancias interiores / donde la intimidad se refugió”. En otro tono, fronterizo con una especie de homenaje sostenido a autores afectos (Borges, Ramos Sucre, María Zambrano, Costafreda, Valente, Gimferrer…), los once poemas ginebrinos constituirían un ciclo personal en el que Valverde rinde homenaje a esa ciudad que acogió de distintas maneras a quienes amaron el resplandor de la poesía. Tienta al lector empastar estos últimos poemas -de nuevo esa vocación de fragmentos, de piezas sueltas pertenecientes a un todo nebuloso- y considerarlos como propuesta de una sola imagen: la de quien ahora ha ido a la ciudad de Ginebra a hacerse también “sombra entre esas sombras”, voz entre voces “quebradizas” que aún se escuchan “frágiles pero firmes contra el tiempo”. Esa voz es la del poeta placentino, frotada una y otra vez contra la piel de geografías distantes que le hacen soñar “ser siquiera unos días / alguien que es otro”.
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 148 de TURIA, con el que la revista turolense celebra 40 años de vida. Un honor.