20.11.23

Viaje con Aramburu por la poesía

 
Al igual que tantos novelistas, Aramburu se inició en la literatura como poeta. Con el grupo CLOC de Arte y Desarte. “Contraje la poesía a edad temprana”. Lorca le contagió esa “enfermedad incurable”. Luego, comentó a Peio Riaño, “pasé de escribir versos a otra cosa, donde la búsqueda de lo poético todavía persiste”. Sin prescindir de “la belleza de la expresión, la densidad y la hondura del pensamiento”. Siempre a favor del lenguaje, porque “lo que el escritor pone en las páginas son palabras, frases, idioma”. “Dejé el verso, pero no la poesía”, dijo a Antonio Lucas. Aquel dejó de ser el “molde más adecuado para sostener ciertos valores que comúnmente identificamos con la poesía”. Porque “la poesía acaso no sea (…) una sustancia que el poeta deja en un sitio llamado poema”.
Antes de tomar esa decisión, escribió no pocos. Los reunidos en Bruma y conciencia (hasta 1993) y los seleccionados para la amplia antología Yo quisiera llover (2010). Ahora, de la mano de Francisco Javier Irazoki, que actúa como editor, publica en NTS de Tusquets su poesía completa, escrita entre 1977 y 2005. Hablamos de los libros Ave sombra, Materiales de derrubio, Sinfonía corporal, Mateo, El tiempo en su arcángel y Bocas del litoral. El primero está fechado entre 1977 y 1980; los tres siguientes son coetáneos: del 81 al 83; el quinto va del 83 al 85 y el último abarca el periodo 1986-2005.
En su epílogo, destaca Irazoki el “inconformismo” como “primer guía literario” de Aramburu. Y su apuesta temprana por la excelencia del idioma. Sustenta que es “un poeta refugiado” en otros géneros.
Muy joven, el donostiarra escribió: “La sintaxis soy yo”, cuatro palabras que resumen perfectamente su poética. También ayuda a fijarla su libro Vetas profundas –digno de un lector asiduo y con criterio–, donde comentó cuarenta poemas de otros tantos poetas de su predilección.
Es hijo de su tiempo, como todos, pero su modernidad no participa de las modas de su época. Ni veleidades novísimas ni poesía de la experiencia. Diría que su camino es único, aunque se aprecien ecos de Góngora (en “Mateo”, por ejemplo), Breton, Aleixandre o Vallejo. O de Paz en el extenso poema erótico y amoroso que da título al libro.
Sí, lo primero que llama la atención es su elaborado lenguaje. Cuidadísimo. Digno de un minucioso artesano que conoce bien su oficio. Es el mismo cuidado que sus lectores apreciamos en su prosa. “Manos paternas” y “Coronación junto al fregadero” (el padre y la madre) son poemas paradigmáticos que anticipan al escritor que ha llegado a ser.
Se distingue un gusto especial por las palabras. Las coloca una a una, con exactitud milimétrica. Busca la exacta, gastada o no. Y eso a pesar de que paradójicamente, sobre todo en sus primeros libros, una suerte de escritura automática aflore por momentos. Allí, la libertad, la rebeldía y la imaginación superan cualquier rótulo al uso; surrealismo, pongo por caso, aunque él pretendiera la “tercera revolución surrealista”. Destacaría, además, la particular sintaxis de sus composiciones más barrocas y herméticas.
Suele optar por el versículo, tan acorde al ritmo que imprime a sus poemas, más contenidos en su fase final. Y por el uso de las metáforas, abundantísimas.
En general, el tono es existencial y melancólico. Dolorido (“Porque el dolor como el mar es vasto”) y triste (“la angustia / es un pez”). Con llamadas a la muerte (“y todavía hay mucho que morir”). No obsta para que la felicidad asome. En El tiempo en su arcángel, verbigracia, cuarenta poemas de amor dedicados a Gabriele.
Defiendo esta salida a escena de la poesía aramburiana. Es testimonio de una verdadera vocación poética que da sentido a su obra y a su vida.

Sinfonía corporal. 
Poesía reunida
Fernando Aramburu
Tusquets Editores, Barcelona, 2023. 208 páginas. 
 
NOTA: Este reseña se ha publicado en EL CULTURAL.