21.5.22

Atlas Juncosa

Del confinamiento por culpa del covid han surgido también, aunque cueste decirlo, cosas positivas. Libros, por ejemplo, que de otro modo tal vez nunca se habrían escrito. Puedo citar La vida en suspenso, de Jordi Doce. O este, escrito por el mallorquín Enrique Juncosa (Palma, 1961). Se encerró en Andratx y empezó a escribir una suerte de memorias de viaje que le permitieran recorrer de nuevo el mundo sin salir, qué remedio, de su cuarto. El autor de Libro del océano es uno de nuestros poetas más cosmopolitas. El suyo es, además, un cosmopolitismo natural, no literario o impostado, propio de alguien que ha visitado muchos rincones del planeta y ha residido en numerosos sitios. 


Cuarenta (por aquello de la cuarentena) son los poemas en prosa que componen El pangolín, título elegido por ser ese animal desdentado recubierto de escamas que puede arrollarse en bola y tiene una cola casi tan larga como el cuerpo el presunto primer responsable de la propagación del maldito virus.
Al mismo tiempo, el artista brasileño Iran do Espírito Santo (Mococa, 1963), conocido internacionalmente por sus ambiciosas instalaciones site-specific y por sus esculturas minimalistas de carácter figurativo o abstracto, realiza otras tantas acuarelas, una por poema, donde se impone una sobria y sugerente estética basada en el color, de origen geométrico y aire oriental. "Imágenes flotantes en un espacio blanco", ha expresado alguien. Poemas y acuarelas, que encajan entre sí a la perfección (los une, entre otros factores, la elegancia), han propiciado una exposición en la Galería Senda de Barcelona y un precioso libro coeditado con mimo por Turner
Lo autobiográfico se impone (léase "Londres") en estos textos donde uno no sabe donde acaba la prosa y empieza la poesía y viceversa. No hay límites entre lo narrativo y lo lírico. 
El lenguaje se adapta a la realidad descrita, más o menos barroca, más o menos sintética. Es deliberadamente literario y su voluntad es artística por más que la contención y la mesura se impongan. 
Ordenados alfabéticamente, cada poema (que es como, a buen seguro, prefiere el autor que los llamemos) lleva por título el nombre de un lugar. De cualquier continente menos de la Antártida. Abundan los relacionados con África y Extremo Oriente. "El paisaje es mito", escribe. 
Las descripciones de sitios y personas es lacónica. Cada entrega se compone de sucesivas frases breves que adoptan la forma borgeana de las enumeraciones caóticas. 
En muchas se incorpora el "nosotros" y el amor se abre paso entre itinerarios intrincados y habitaciones de hotel. 
No faltan las referencias literarias, artísticas, arquitectónicas o cinematográficas: quien viaja es un hombre culto que ha comisariado exposiciones (la última de Barceló en Japón, pongo por caso), ha dirigido museos de arte contemporáneo y escribe crítica de arte en revistas y suplementos (ahora en La Lectura). Léase "París". 
El libro te permite visitar y conocer maravillas que de otra manera uno nunca llegaría a atisbar. Hablo de quienes viajamos a través de los documentales de televisión y de los libros, ilusos soñadores de distancias recónditas. 
Si tuviera que destacar algún poema, por aquello de las casualidades, me decantaría por "Hartford", donde visita la casa del poeta Wallace Stevens y recuerda uno de sus versos (el mismo que inserté, dándole la vuelta, en un poema de Las aguas detenidas: "La casa está en silencio, el mundo en calma"). O la visita a La Habana y la casa de otro poeta: Lezama, en Trocadero (la misma que figura -de nuevo el azar- en el centro de Una oculta razón). O, en fin, la de Fermor (hay errata: pone "Fermore", página 71), en Mani (que está en un poema de El cuarto del siroco), donde no se atreve a llamar. Acompaña a este poema una de las acuarelas más bonitas del conjunto. 
El lujo y la belleza dominan este libro ilustrado (en más de un sentido) que, aun así, merecería una edición más asequible; a costa, tal vez, de perder parte de su esencia.
Leo "Mayo en el Gujarat. Cuarenta grados centígrados a la sombra" y me digo que en Plasencia pasa casi lo mismo en este instante. Pobre iluso. Como si  pudieran compararse. 
"En Ratisbona vi el Danubio por primera vez", dice en otra parte. 
No falta Tánger en este largo viaje a la memoria. Ni, durante su estancia en el tempo de Angkor Wat, la evocación de la escena final de la memorable película In the Mood for Love, de Wong Kar-Wai. 
El apoyo al proyecto del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya y del Institut d’estudis baleàrics favorece el añadido de un anexo con la traducción de los poemas al catalán, obra de Andreu Gomila. 
He seguido la trayectoria poética de Enrique Juncosa y no me cabe duda de que estamos ante uno de sus hitos fundamentales. Me da un poco de pena, ya se dijo, que no pueda llegar a más lectores (no es sólo una cuestión de precio). Por otra parte, aunque no sea un objeto precisamente manejable debido a sus dimensiones, ¡qué placentero ha resultado leer estos poemas en esta hermosísima edición!