Sí, es imposible dar cuenta de todas las
novedades que llegan. Me refiero a las que merecen la pena, que, claro está, no
son todas. Esta llegó el pasado mes de julio, un mes, puedo asegurarlo,
bastante complicado para mí. Por suerte, las novedades de valor no están
sujetas a la actualidad, por eso se puede hablar de ellas en cualquier momento.
Con más razón si es tan hermosa como la presente, editada por Franz con un
cuidado, ya digo, exquisito e ilustrada con mucho arte por Juan Gopar.
Nos cuenta el poeta islomaníaco Melchor López que Californias perdidas se fraguó a lo largo del tiempo (“muchos años”). Con suma paciencia. No fue un camino fácil. Se trata de “una muestra de poesía azoriana” bilingüe, que no de una antología, empresa que, dice con humildad uno de los compiladores (el otro es Urbano Bettencourt), hubiera requerido de mayores pertrechos. ¿Más? Basta lo seleccionado, según creo, para hacerse una cabal idea de lo que la poesía de las Azores representa dentro de la valiosa poesía portuguesa y de la universal por añadidura. Poesía escrita por poetas de ese archipiélago de origen volcánico anclado en medio del Atlántico. De Antero de Quental a Emanuel Jorge Botelho, puntualizan. No resulta extraño, más bien todo lo contrario, que sea un canario, otro isleño nacido en otro archipiélago del mismo océano, su impulsor y que, más allá, haya logrado reunir con él a un nutrido grupo de poetas también canarios con el fin de traducir esos versos. De hecho, el resultado de este experimento lírico es una auténtica “con-versación” donde las sintonías (“el sentimiento del mar como prisión, un psiquismo melancólico atravesado por las herrumbrosas rejas de la lejanía y la soledad, la isla como lugar de abortadas aventuras, el horizonte de los navíos como expectación...”) vencen a las diferencias (la “bruma” azoriana frente a la “claridad” canaria). Ante ellos, un mismo “paisaje archipielágico”. Ambos “cautivos de la geografía”, habitantes de un “mundo abreviado” (Nemésio dixit), Unos y otros, en fin, conjugan mejor el verbo estar que el verbo vivir. Aquí, un adverbio, en las islas, de lugar y de tiempo.
López concluye que la calidad de la poesía
azoriana viene a “fertilizar nuestra lengua poética”, y no sólo la de los
poetas isleños implicados. Cualquiera que lea estos poemas puede afirmarlo.
Tanto la “Presentación”, que firma Melchor López en Lanzarote, como el “Prefacio”, obra de Fernando Martinho Guimarães, fechado en Ponta Delgada, aportan al lector información suficiente sobre el aparato teórico que sostiene la muestra.
Pero vayamos a los nombres. Son, en orden cronológico, Antero de Quental, Roberto de Mesquita, Vitorino Nemésio, Pedro da Silveira, Natália Correia, Eduíno de Jesus, Emanuel Félix, José Martins Garcia, Álamo Oliveira, J. H. Santos Barros, Urbano Bettencourt y Emanuel Jorge Botelho.
Los traductores (“porque admiramos, traducimos”, sostiene López): Sergio Barreto, Juan Fuentes, Isidro Hernández, Régulo Hernández, Alejandro Krawietz, Francisco León, Melchor López, Miguel Martinón, Juan Noyes Kuehn y Andrés Sánchez Robayna.
El suicidio de Antero de Quental marca, desde el principio, un tono desolador al panorama. Un estado de ánimo oscuro. Más agudizado en unos que en otros, por supuesto. “Silente, grave, cae del espacio, / Pausada, la tristeza de las cosas”, dice el de São Miguel. Y “Vienen desde lo oscuro lentos astros”.
“¡Qué triste es vivir!”, escribe, en pleno spleen, De Mesquita.
De Vitorino Nemésio, que sí figuraba en las antologías de poesía portuguesa que circulaban por la España de los ochenta, se recogen poemas excelentes como “La concha”, “Noche, materia de la muerte” o “Celda”. “Mi casa soy yo mismo y mis caprichos”. “Muros y huerto, solo ausencia y jable”.
Pedro da Silveira ha sido, para uno, la gran sorpresa del conjunto. De un verso suyo toma título el florilegio. Por poemas tan espléndidos como “Los ritos (Según Nicanor Parra)”: “Cada hombre es un hombre / por el simple hecho de morir / y morir donde se nace / es la más heroica de las muertes”; “Setenta años”: “Antes, todos los viajes eran. / Ahora, todos los viajes fueron”; “Ahora, viejo (Soliloquio de un domingo de lluvia)”: “Pero olvidamos, Porque duele / olvidamos”.
La feminista Natália Correia y su lenguaje, diría, opulento, tampoco dejará indiferente al lector. “Ah la mujer como es cóncava / lleva llaves en el abdomen / y su porción de seda / para hacerse el curso del río hombre”, leemos en “Rebis”.
Eduíno de Jesus o la memoria. “El paisaje de la niebla, el puerto solitario” y ese niño (“soy yo”) de esa fotografía descrita a la perfección en el sugerente y azoriano “Paisaje con barcos”.
Emanuel Félix es el autor de otro de mejores poemas de la muestra: “Piedra-poema para Henry Moore”. El que empieza: “Un hombre puede amar a una piedra”. Tan bueno como “El extraño país vegetal” (“estamos aquí tan solo estamos aquí”), “Elegía”, “Tristes navíos que pasan” o “Los peces”.
José Martins Garcia y los signos insulados, atlánticos: “porque se nace en una isla el mundo es islas / y la isla siempre víspera de embarque”.
Álamo Oliveira es el autor de poemas tan poderosos como “Ballena – Desde el Génesis” (“tan leve y ágil ese monstruo que / mi bliblia trae desde la infancia”) o “Anterianamente” (“la vida es un soneto que reposa «en la mano de dios» / los versos tranquilos / expuestos a la soledad de la mirada”).
“Atlántico” titula uno de sus poemas J. H. Santos Barros (“El aire arde y eleva el canto / profundo de homeros tranquilos / durmiendo el sueño del desengaño”). Autor de “Belém”, otro poema excelente, como “El viejo sentándose en la noche” (“Los viejos se reúnen en los rincones / secretos de las rocas donde orinan / hacia el mar sobre las tablas / hinchadas en el largo naufragio”) y “Monólogo de un ex-soldado raso” (“En África fui de aquí para allá; maté /dos negros, pero dejé, por lo menos, dos hijos / a dos mujeres amadas de ese pueblo”).
Urbano Bettencourt, colaborador de Melchor López en la selección, es también un poeta arraigado. De Isla de Pico. “A mi padre, constructor de barcos” es un buen ejemplo de su valía: “tú, fabricante de viajes / amordazados, / arquitecto de islas / naufragadas”. Poemas como “Elegía”, que tiene por protagonista al portuense António Nobre, o “Bahía del canto” sirven también para subrayar su mérito.
Emanuel Jorge Botlho, el más joven del grupo (nacido en 1950), abrocha perfectamente el volumen con poemas tan a propósito como “Resumen”: “Disfrutar de las uvas y tenerte / para poder / decir esto”. “Testamento vital” da fe de esa desolación de la que hablamos al principio. Empieza: “estoy tan cansado de andar muriendo”. Termina: “no soy capaz de traicionar mi muerte”. En “Epígrafe para un libro de horas” leemos: “Aquí ya no se muere de morir, / y hasta la muerte está cansada”.
Por desgracia, no he estado nunca en las Azores, pero, después de leer estos versos, ya puedo presumir de haber viajado hasta esas islas atlánticas que regresan desde mi más remota infancia con nombre de anticiclón. Sí, todo un feliz descubrimiento. ¡Embarquen!
Californias perdidas
Una muestra de poesía azoriana
Selección de Melchor López y Urbano Bettencourt
Ilustraciones de Juan Gopar
Ediciones Franz, Madrid, 2023. 258 páginas. 21,00 €
Nos cuenta el poeta islomaníaco Melchor López que Californias perdidas se fraguó a lo largo del tiempo (“muchos años”). Con suma paciencia. No fue un camino fácil. Se trata de “una muestra de poesía azoriana” bilingüe, que no de una antología, empresa que, dice con humildad uno de los compiladores (el otro es Urbano Bettencourt), hubiera requerido de mayores pertrechos. ¿Más? Basta lo seleccionado, según creo, para hacerse una cabal idea de lo que la poesía de las Azores representa dentro de la valiosa poesía portuguesa y de la universal por añadidura. Poesía escrita por poetas de ese archipiélago de origen volcánico anclado en medio del Atlántico. De Antero de Quental a Emanuel Jorge Botelho, puntualizan. No resulta extraño, más bien todo lo contrario, que sea un canario, otro isleño nacido en otro archipiélago del mismo océano, su impulsor y que, más allá, haya logrado reunir con él a un nutrido grupo de poetas también canarios con el fin de traducir esos versos. De hecho, el resultado de este experimento lírico es una auténtica “con-versación” donde las sintonías (“el sentimiento del mar como prisión, un psiquismo melancólico atravesado por las herrumbrosas rejas de la lejanía y la soledad, la isla como lugar de abortadas aventuras, el horizonte de los navíos como expectación...”) vencen a las diferencias (la “bruma” azoriana frente a la “claridad” canaria). Ante ellos, un mismo “paisaje archipielágico”. Ambos “cautivos de la geografía”, habitantes de un “mundo abreviado” (Nemésio dixit), Unos y otros, en fin, conjugan mejor el verbo estar que el verbo vivir. Aquí, un adverbio, en las islas, de lugar y de tiempo.
Tanto la “Presentación”, que firma Melchor López en Lanzarote, como el “Prefacio”, obra de Fernando Martinho Guimarães, fechado en Ponta Delgada, aportan al lector información suficiente sobre el aparato teórico que sostiene la muestra.
Pero vayamos a los nombres. Son, en orden cronológico, Antero de Quental, Roberto de Mesquita, Vitorino Nemésio, Pedro da Silveira, Natália Correia, Eduíno de Jesus, Emanuel Félix, José Martins Garcia, Álamo Oliveira, J. H. Santos Barros, Urbano Bettencourt y Emanuel Jorge Botelho.
Los traductores (“porque admiramos, traducimos”, sostiene López): Sergio Barreto, Juan Fuentes, Isidro Hernández, Régulo Hernández, Alejandro Krawietz, Francisco León, Melchor López, Miguel Martinón, Juan Noyes Kuehn y Andrés Sánchez Robayna.
El suicidio de Antero de Quental marca, desde el principio, un tono desolador al panorama. Un estado de ánimo oscuro. Más agudizado en unos que en otros, por supuesto. “Silente, grave, cae del espacio, / Pausada, la tristeza de las cosas”, dice el de São Miguel. Y “Vienen desde lo oscuro lentos astros”.
“¡Qué triste es vivir!”, escribe, en pleno spleen, De Mesquita.
De Vitorino Nemésio, que sí figuraba en las antologías de poesía portuguesa que circulaban por la España de los ochenta, se recogen poemas excelentes como “La concha”, “Noche, materia de la muerte” o “Celda”. “Mi casa soy yo mismo y mis caprichos”. “Muros y huerto, solo ausencia y jable”.
Pedro da Silveira ha sido, para uno, la gran sorpresa del conjunto. De un verso suyo toma título el florilegio. Por poemas tan espléndidos como “Los ritos (Según Nicanor Parra)”: “Cada hombre es un hombre / por el simple hecho de morir / y morir donde se nace / es la más heroica de las muertes”; “Setenta años”: “Antes, todos los viajes eran. / Ahora, todos los viajes fueron”; “Ahora, viejo (Soliloquio de un domingo de lluvia)”: “Pero olvidamos, Porque duele / olvidamos”.
La feminista Natália Correia y su lenguaje, diría, opulento, tampoco dejará indiferente al lector. “Ah la mujer como es cóncava / lleva llaves en el abdomen / y su porción de seda / para hacerse el curso del río hombre”, leemos en “Rebis”.
Eduíno de Jesus o la memoria. “El paisaje de la niebla, el puerto solitario” y ese niño (“soy yo”) de esa fotografía descrita a la perfección en el sugerente y azoriano “Paisaje con barcos”.
Emanuel Félix es el autor de otro de mejores poemas de la muestra: “Piedra-poema para Henry Moore”. El que empieza: “Un hombre puede amar a una piedra”. Tan bueno como “El extraño país vegetal” (“estamos aquí tan solo estamos aquí”), “Elegía”, “Tristes navíos que pasan” o “Los peces”.
José Martins Garcia y los signos insulados, atlánticos: “porque se nace en una isla el mundo es islas / y la isla siempre víspera de embarque”.
Álamo Oliveira es el autor de poemas tan poderosos como “Ballena – Desde el Génesis” (“tan leve y ágil ese monstruo que / mi bliblia trae desde la infancia”) o “Anterianamente” (“la vida es un soneto que reposa «en la mano de dios» / los versos tranquilos / expuestos a la soledad de la mirada”).
“Atlántico” titula uno de sus poemas J. H. Santos Barros (“El aire arde y eleva el canto / profundo de homeros tranquilos / durmiendo el sueño del desengaño”). Autor de “Belém”, otro poema excelente, como “El viejo sentándose en la noche” (“Los viejos se reúnen en los rincones / secretos de las rocas donde orinan / hacia el mar sobre las tablas / hinchadas en el largo naufragio”) y “Monólogo de un ex-soldado raso” (“En África fui de aquí para allá; maté /dos negros, pero dejé, por lo menos, dos hijos / a dos mujeres amadas de ese pueblo”).
Urbano Bettencourt, colaborador de Melchor López en la selección, es también un poeta arraigado. De Isla de Pico. “A mi padre, constructor de barcos” es un buen ejemplo de su valía: “tú, fabricante de viajes / amordazados, / arquitecto de islas / naufragadas”. Poemas como “Elegía”, que tiene por protagonista al portuense António Nobre, o “Bahía del canto” sirven también para subrayar su mérito.
Emanuel Jorge Botlho, el más joven del grupo (nacido en 1950), abrocha perfectamente el volumen con poemas tan a propósito como “Resumen”: “Disfrutar de las uvas y tenerte / para poder / decir esto”. “Testamento vital” da fe de esa desolación de la que hablamos al principio. Empieza: “estoy tan cansado de andar muriendo”. Termina: “no soy capaz de traicionar mi muerte”. En “Epígrafe para un libro de horas” leemos: “Aquí ya no se muere de morir, / y hasta la muerte está cansada”.
Por desgracia, no he estado nunca en las Azores, pero, después de leer estos versos, ya puedo presumir de haber viajado hasta esas islas atlánticas que regresan desde mi más remota infancia con nombre de anticiclón. Sí, todo un feliz descubrimiento. ¡Embarquen!
Una muestra de poesía azoriana
Selección de Melchor López y Urbano Bettencourt
Ilustraciones de Juan Gopar
Ediciones Franz, Madrid, 2023. 258 páginas. 21,00 €