Ramón Andrés (Pamplona, 1955), pensador y aforista, autor de ensayos
relacionados con la música, Premio Nacional de Ensayo por Filosofía y consuelo de la música, es un poeta excelente. Para demostrarlo, el veterano sello madrileño Hiperión
(que se renueva para seguir en la brega) publica una antología con poemas de
sus libros La línea de las cosas, La amplitud del límite, Siempre
génesis (incluido en Poesía reunida) y Los árboles que nos quedan
(Premio de la Crítica), además de dos inéditos. El responsable de la cuidada selección, el también poeta Francisco
Javier Irazoki (otro melómano), sólo ha dejado fuera versos de su ópera
prima, Imagen de mudanza.
En la brevísima nota
inicial, aparte de ponderar su serenidad reflexiva, donde sobresale la bonhomía,
y su condición de “hombre valiente”, subraya su nivel de exigencia: “indaga sin
descanso, se pregunta, percibe en cada objeto y acción las grietas evidentes o
escondidas”. Añade que “la música es la columna de su pensamiento”. Y del
pensamiento es su poesía, culta como su autor, trascendente, armada en
torno a vivencias que lo mismo tienen que ver con lo visto, leído o escuchado en
los gabinetes del saber intelectual que con lo experimentado, digamos, pie a
tierra. En lo cotidiano. En el arte (la música, la pintura, la literatura) y en
la vida, si cabe en este caso tal distingo.
De conversaciones y homenajes está poblada esta poesía lenta
y discursiva donde se nombra a Whitman, Blake, Foix, Donne, Llull, March, Brodsky,
Holan, Rilke, Hölderlin, Eliot, Huchel, Celan… Y a Bach "(“pero no te
vayas”), Rorty, Nietzsche, Kiefer, Munch, Rogier van der Weyden, Van Gogh...
Que se eleva, imaginativa e inspirada, en los versos de La
amplitud del límite y se atempera o enfría en sus dos últimas entregas, las
mejor representadas en el libro. Siempre, eso sí, pendiente de ese ritmo
particular (¡será por oído!) que la métrica (endecasílabos, alejandrinos) ayuda
a conseguir. Por momentos, solemne, en la cuarta acepción del DRAE.
He citado a numerosos artistas, pero volviendo a los
nombres, cuántos no hay de lugares concretos de los entornos del Valle del Baztán
(reside en Elizondo) y del País Vasco, ese Norte, más que un clima o un
paisaje, que orientó la selección de otra antología editada hace dos años.
“El poeta piensa en círculo, / 360° de ser”, dice. Y así
procede. Con “la duda como forma de razón”. Y es que “ocurrimos lejos, / con la
voz enfriándose como piedra de iglesia”. Consciente del límite: “No hay cima,
sobrepuerto, / cortante o vaguada que no seas tú, leemos en “Paseo”. Porque,
dejó dicho Tomás de Aquino, “Vivir es más perfecto que ser”.
Enumerar todos los poemas memorables que contiene el
florilegio sería excesivo. Destacaría “Vaucluse” (“y de la imperfección hacer
sosiego”), “Poema de amor sin objeto (aparente)” (“y quien te ame lo haga en
silencio”), “Sísifo” (“La creación es esto: la insistencia”),“Campanas”, “Las
quejas” (“porque ardes dentro”), “Rectas disjuntas”, “La madera” (“Los árboles
mueren como lenguas maternas”), “Los hombres”, “Suceder” (“El perdurar es esto:
decir / lo ya existido, su evocación”), “El tejo” (“un mundo”), “Siempre
génesis” (“Las cosas significan por su memoria”), “Hidráulica” (“El agua es
noción”), “Acércate”, “Lo cotidiano”, “Desesperado” (“Me quise en lo más lejos
de mí”), “Los libros”, “Lena”…
Como dijo en “Aizkolari”, “Aquí no hay metafísica”. Sí
árboles, hierba, gaviotas, nieve, galerna, vacas… “Una conciencia”. Una
identidad “hecha de otras muertes” que constata: “Lo pobre es alto. Lo alto es
pobre” y sabe “por la voz si alguien no ha amado”. Sí, Andrés ha conseguido
escribir “un poema sencillo / como el corazón de un perro”.
Ramón Andrés
Selección de Francisco Javier Irazoki
Hiperión, Madrid, 2023. 208 páginas. 18 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.