Rivero Taravillo (1963) ha escrito un libro de tono grave,
meditativo y elegíaco, ni solemne ni sentimentaloide, dividido en siete series,
que induce al lector a pensar si el anuncio de que padece una grave enfermedad
es aquí testimonial o premonitorio. “Carga y gravamen” sirve, al empezar, de
paradigma. La melancolía se impone: “este hombre de hoy / sin porvenir”, “Esa
agua estancada, eso soy yo”, “No hay nada en que no haya fracasado”, “Paseo mi
cadáver”… En las múltiples evocaciones de la infancia (globos, témperas), en
los recuerdos de sitios y viajes (Grecia, Irlanda, México, San Francisco…). “Qué
extraño pegamento, la memoria”, escribe, y “El pasado es pegajoso”.
Mediante un ritmo peculiar elaborado a golpe de
encabalgamiento (“Tal vez busquemos en el verso, / en su armonía y ritmo, / el ritmo y la
armonía / que no hay en nosotros”), RT hace frente a la extrañeza de las
cosas y se acerca, no sin ironía, a lo más humilde y cercano: una hormiga, el
jabón, las patatas, una etiqueta, torres eléctricas con cigüeñas. Al desnudo, sin
ambages: “Va siendo hora de hablar de mí”. Esto es, de la vida (“una
inscripción grabada / sobre el vaho”) y la muerte: la de la gata Lolita, la
propia, la de tantos. “Siempre encadenados a / la muerte”, “tanto crecer y para
nada”, “tanto gasto de tiempo”, “¿Y no penden de un hilo nuestras vidas?”.
“Formas de la destrucción” titula la cuarta parte del volumen, la más amarga.
Esta “labor lunática”, la poesía, sirve también para
celebrar la existencia. En “El deseo”, por ejemplo, o cuando “un mirlo en el
jardín / viste de fiesta”. “El hombre más curtido se estremece / ante una flor
que abre y lo interpela”. De palabras, sí, “el prolijo escudo de armas / del
escritor”.
Antonio Rivero Taravillo
Pre-Textos, Valencia, 2023. 154 páginas. 22,00 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.