Llega a las librerías una
nueva entrega, séptima y póstuma, de los diarios del poeta y traductor Luis
Javier Moreno (Segovia, 1945-2015). La publica la editorial leonesa Eolas y
lleva por título Segundo cuaderno de St. Louis. Diario. Volumen VII.
Detrás está la mano amiga de
Tomás Sánchez Santiago que explica en su epílogo, "Aerolito", la
oferta del editor Héctor Escobar, la renuncia del autor a llevar a cabo el
proyecto, ya estaba seriamente enfermo, y cómo uno de sus mejores amigos,
Francisco Otero, se encarga por fin de transcribir esas páginas, en su mayor
parte, de 1990. A ellas se añaden dos prólogos. De W. Michael Mudrovic: "Los días de Blueberry Hill: Luis Javier
Moreno en St. Louis", donde evoca los semestres que pasó el segoviano en
la Washington University, su deficiente inglés oral, su "buen sentido del
humor" y, al lado, inseparable de ese rasgo de su carácter que pudimos
disfrutar quienes le conocimos, su condición de depresivo y ansioso crónico.
Sobre la enfermedad, que se declaró en su etapa docente en Cádiz, habla en el
libro y a ese asunto dedica descarnados textos breves del "Apéndice".
Al fin y al cabo los diarios y su precaria salud están relacionados desde el
momento en que sus psiquiatras le instaron a escribirlos como forma de terapia.
De "poeta segoviano por antonomasia" lo tilda Mudrovic, y cita una
frase del diario: "Segovia es el espacio articulador de mi tiempo y de mis
referencias más sólidas". Destaca que estamos entre su escritura "más
fluida y natural".
Como el resto de colaboradores de la obra, destaca: "estás aquí". ¿No
es lo más importante de un diario? Porque nos acerca al hombre o a la mujer que
lo escribió como tal vez ningún otro género puede hacerlo, si acaso la poesía.
Laura Demaría, en "St.
Louis 1989-1990", nos presenta a la persona que Moreno fue: al buen amigo
de sus amigos, al incansable animador del grupo.
Tras una "Nota
previa" que fechó en enero de 2014, donde, entre otras cosas, aclara el
alcance de sus anotaciones, hace alusión a su novela (que emprendió en Iowa en
el verano de 1985; única, americana e inédita) y a los dos libros de poesía que
se allí se trajo terminados, y reflexiona en torno al diario como ejercicio
literario ("Ser sincero no supone ningún mérito", escribió el 4 de
diciembre del 90), sí, pero también "histórico".
Moreno escribe sobre sus
viajes (Nueva York, San Francisco, Cañón del Colorado, Almería, Cádiz, etc.),
sus visitas a museos (de pintura, sobre todo), la intensa vida social en el
campus norteamericano, sus lecturas (de Circe Maia -de la que Jordi Doce
prepara por fin una antología- a Cernuda pasando por Proust o Gombrowicz), algo
de crítica (de sus coetáneos novísimos a los poetas de la experiencia,
entonces tan en boga; de Manent, al que califica de "poeta hortelano",
a Senabre), su querida Segovia (con su venerada madre al fondo)...
Citas de otros, opiniones de
escritores sobre escritores, recortes de prensa y de los diarios de Martínez
Sarrión (clarividente respecto a Rajoy, por cierto), así como un indignado
"Epílogo catalán", con párrafos de Javier Marías y Félix de Azúa,
componen el mencionado "Apéndice" que cierra el volumen. Eso y el
texto de su amigo del alma Tomás Sánchez Santiago donde éste reconoce que
"Lo único importante es volver a estar con él". Con un tipo
magnífico, irónico, culto y ajeno al patetismo, que siempre estuvo, a pesar de
todo, "a favor de la vida". Podemos dar fe.
Nota: esta reseña se ha publicado en la revista Clarín, nº 127, enero-febrero de 2017. En el mismo número aparece la de No estábamos allí, de Jordi Doce, que ya apareció en su día, sin apenas variantes, en este blog.