Leo con inevitable entusiasmo El peligro de los círculos, de Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959), que publica La Isla de Siltolá, donde ya apareció otro libro suyo de poemas: El llanto de los boxeadores. Se podría decir que Sanmartín, director de La Gruta de las Palabras, colección de las Prensas de la Universidad de Zaragoza, es un habitual de este rincón. Cada nueva entrega suya es todo un íntimo acontecimiento para los que le seguimos, para sus lectores. Más, en mi caso, si es de poesía. Como el resto de sus libros (de narrativa, dietarios), éste también es breve, tal los poemas que lo componen. Están agrupados en cuatro series y no llevan título. Se caracterizan por su sutileza y su fragilidad ("Busco en el humo" es el verso final), por más que aparezcan ante los ojos del lector con la sencilla solidez de lo bien hecho. Con la discreta belleza de lo conseguido. De aquello que ha intentado expresarse y se ha logrado. Abre cada parte del todo una cita. Bien escogidas. De Lowry, Holan, Tranströmer, Gil de Biedma y Berger. Todos están muertos.
Los poemas tratan de la vida, de qué si no. De la que lleva, itinerante pero hacia dentro, su autor, un viajero. En Helsinki (con Ganivet al fondo), Roma, París, Varsovia (y las ventanas), Venecia (esa "abreviatura") o Tánger ("vuelvo a Tánger / bulevar Pasteur / hotel Minzah / veo contigo una foto de Onassis / la Casbah"). "La niebla es un límite / soy un cartógrafo". Un viajero, por el cuarto propio o por sus alrededores, solo o acompañado en asépticas habitaciones de hotel, que siempre tiene en cuenta la memoria: "utilizo / recuerdos / como un pasaporte diplomático". Alguien que en esas situaciones de tránsito, por dentro o por fuera, indaga acerca de su propia identidad. "Lo que soy". Alguien que afirma: "mi dirección es la distancia". Alguien, asimismo, que amó o que ama.
Los poemas tratan de la vida, de qué si no. De la que lleva, itinerante pero hacia dentro, su autor, un viajero. En Helsinki (con Ganivet al fondo), Roma, París, Varsovia (y las ventanas), Venecia (esa "abreviatura") o Tánger ("vuelvo a Tánger / bulevar Pasteur / hotel Minzah / veo contigo una foto de Onassis / la Casbah"). "La niebla es un límite / soy un cartógrafo". Un viajero, por el cuarto propio o por sus alrededores, solo o acompañado en asépticas habitaciones de hotel, que siempre tiene en cuenta la memoria: "utilizo / recuerdos / como un pasaporte diplomático". Alguien que en esas situaciones de tránsito, por dentro o por fuera, indaga acerca de su propia identidad. "Lo que soy". Alguien que afirma: "mi dirección es la distancia". Alguien, asimismo, que amó o que ama.
Estamos ante poemas delicados que se van adelgazando hasta que en la última serie pierden incluso la puntuación. La elipsis es aquí algo más que un recurso. El misterio no puede desvelarse.
Son estas, sí, "señales de lo efímero". Al fin y la cabo, ¿qué intenta retener la poesía?
La recuerda.
Porque sus labios
tenían
la definición de la tiza.
La recuerda.
Aunque su nombre
sea frontera
en un país abandonado.
La recuerda.
Porque sus labios
tenían
la definición de la tiza.
La recuerda.
Aunque su nombre
sea frontera
en un país abandonado.