20.3.24

El oficio del espíritu

 

Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) comentaba en una entrevista: “Utilizando una imagen del poeta peruano Eduardo Chirinos, percibo mis libros como planetas solitarios que giran alrededor de su propio eje, pero sometidos todos a unas mismas leyes de movimiento, a un orden cosmológico superior que no es otro que la idea que yo tengo de la poesía. Concibo la creación poética como una especie de diario del espíritu, como una forma de anotar y de poner en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes etapas por las que va pasando”. A la pregunta de en qué tradición poética se inscribe, contesta: “Podría ser en la poesía del fervor, como la llamaría el poeta polaco Adam Zagajewski, o en la poesía del entusiasmo, como querría Hölderlin”.
Conviene precisar que la poesía del cacereño se dispone como un continuo, una manera de decir propia que se transmite a través de un lenguaje versicular y rítmico, claro y austero (“Amo la austeridad de los que escriben / como el que excava un pozo”), pero altamente imaginativo, que parece el fruto de la más elevada inspiración (aquella que linda con la mística), alegórico en todo caso, construido con palabras comunes que remiten a conceptos metafóricos y simbólicos complejos y con el uso de versos que podrían pasar por aforismos. Allí lo temporal y lo espacial (aunque aquí quepan más los términos intempestivo e inespacial) se diluyen para conseguir el protagonismo del misterio, una palabra clave para entender esta poética del mito y el enigma.
Sus libros, armonizados con un hombre de talante contemplativo, tienen un “carácter de libro de meditaciones”, de “cuaderno de campo de un naturalista” que ha sido escrito con lentitud (“Amo lo que se hace lentamente”) en soledad (“Siempre supe estar solo”) y silencio (“El silencio es la elegancia absoluta”). A la tradición meditativa se adscribe esta poesía del pensamiento sintiente. Lo que no obsta, como señala su maestro Antonio Colinas, para que tienda “a lo surreal, al irracionalismo”.
Su tono es hímnico. Hay “una celebración tenaz de lo que existe”. Porque, evocando a Claudio Rodríguez, “El mundo se nos revela siempre en un estado / de perfecta ebriedad”. A veces se tiñe de melancolía.
Se distingue por su alta carga humanística. Ya lo dijo Miłosz“la poesía pertenece sin duda a la tradición del humanismo y queda indefensa ante la barbarie común”. Y por su impronta ética, en términos lévinianos: “una forma de asumir (…) la existencia de los otros / como si fuese tuya”. A favor de la humildad: “me dedico a lo poco”. Adopta la franqueza del autorretrato.
Reflexiona sobre el propio quehacer poético y atiende a la frágil figura del poeta. “La poesía no explica ni argumenta. / La poesía sólo llama a las cosas”. Es “el oficio del espíritu”.Escribir un poema es andar sobre las aguas, / confiarnos a lo bueno del mundo”, dice. No es raro que sostenga: “Uno escribe un poema para sentirse vivo”. Y “para que otro descubra que está vivo”.
Médico intensivista en plena pandemia, logra crear en su último libro una atmósfera que no es ajena a esa penosa circunstancia de las “negociaciones con la muerte”. Por ventura, “siempre hay alguien que cuida”.
Defiende la casa –un “arca”, un refugio– y el “fervor de lo vivo” que alienta en su jardín donde dialoga al atardecer con plantas y animales, franciscanamente.
“Pertenezco al linaje de los tímidos”, confiesa, y que “fuera de la poesía es muy difícil, / para un simple poeta, hacerse comprender”.

NOTA: Este texto (ilustrado con un retrato del autor realizado por Maribel Muriel) introduce una amplia selección de poemas de Basilio Sánchez publicada en el número 804 de la revista El Ciervo. Es la tricentésima décima primera entrega de su Pliego de Poesía