Esta entrada no pretende ser una reseña. Por sistema, y salvo excepciones, sólo escribo sobre libros de poesía. Mi atrevimiento tiene un límite. Por otra parte, no tengo muy claro si estos no lo son, a pesar de que estén editados en prestigiosas colecciones de narrativa. Sí sé que sus autores son dos poetas. Y de cuerpo entero. Lo que en última instancia no me parecía de recibo era dejar de consignar aquí ―esto es, ante todo, un diario de lecturas― el placer que me han deparado esas páginas, más en medio de un verano tórrido y agobiante donde no han faltado, en lo personal, como les pasa a todos, algunos problemillas y otras tantas alegrías, suma perfecta para que uno se aleje sin querer de los libros.
De Llop y de su obra ya ha dicho uno bastante como para que el asiduo visitante de este cuaderno desconozca el aprecio tengo por cuanto escribe. Digamos que Si una mañana de verano, un viajero (el título homenajea a Italo Calvino, a su Se una notte d'inverno un viaggiatore) es una nueva vuelta de tuerca a ese mundo que siento tan cercano, a pesar de todas las distancias (geográficas, literarias y vitales) que nos separan. Para mí, uno de sus mejores libros. En línea con otros admirables, como Solsticio (con el que tanto tiene que ver: otro verano, este de infancia) y En la ciudad sumergida (con Palma al fondo). También con su poesía, que reunió bajo el oportunísimo título de Mediterráneos. No estaría de más consultar uno de los libros de Llop que prefiero: el de sus conversaciones con Daniel Capó y Nadal Suau.
Tengo mi ejemplar demasiado subrayado con lápiz como para destacar esto o aquello. Me ha gustado de principio a fin, un poema magnífico. Para empezar, es uno de esos libros que nadie sabe cómo clasificar. Porque, además de poesía (lo recalco), es novela (al modo de Trapiello, la que toda vida lleva aparejada), diario (el de sus rutinarios pero apasionantes días en la isla, en una casa y en otra, Sa Marina y Valldemossa, siempre con la presencia poderosa del mar, en familia, con amigos, paseando) y ensayo (metaliterario, por ponerle un apellido, poblado de las obras de sus autores dilectos, sus lecturas de cabecera). ¿Autobiografía?, sí, por supuesto, pero debidamente cocinada, como uno de esos pescados recién salidos del agua que Llop prepara al aire libre y que necesitan pocos condimentos para estar deliciosos: un poco de aceite, sal...
Sorteando esas insalvables distancias a que antes me refería, no he podido por menos que acordarme, mientras leía, del molino familiar y sus estíos gloriosos; del pasado ya, como su primera casa. Esta al borde del mar (el Mediterráneo, casi nada), el otro al lado de una modesta garganta enclavada en lo más profundo de Extremadura (la del Obispo, por más señas). Este y Oeste, levante y poniente. Con todo, ya digo, como uno se lee en lo que otros escriben, las similitudes... Y como común ruido de fondo, el soplo del siroco. El real, el imaginado.
En uno de los capítulos más entretenidos y sorprendentes del libro, "El príncipe de Baluchistán", aparece como artista invitado su amigo Enrique Juncosa, el poeta palmesano, como Llop, autor de una decena de libros de poesía, comisario de exposiciones y experto en arte, además de ser uno de nuestros más cosmopolitas conciudadanos, habitual asimismo de este blog.
En 2014 dio a la imprenta Los hedonistas (Los libros del lince), un puñado de relatos. Vuelve a ese formato en Los lagartos divinos, que me ha encantado. No uso la palabra al azar. Algo de magia tienen estos cuentos, por más que en uno de los casos: "El meridiano de la desesperanza", yo hablaría incluso de nouvelle, y no de novela por decisión de Juncosa.
Escritos con un estilo elegante, directo y efectivo ―como en el caso de Llop, pura poesía a rachas―, nos llevan a lugares lejanos y hasta exóticos (Londres, Nueva York, Ibiza, Río Muni, Brasil, Extremo Oriente...) y nos cuentan historias tan sorprendentes como ordinarias, siempre y cuando uno sea un músico de élite, un pintor afamado, un filósofo perdido, un arquitecto paisajista, un independentista en Fiume, una hippy sesentera, una pija catalana, etc. Por medio, numerosos personajes reales: la poeta Elisabeth Bishop, la artista Marina Abramović, el pensador Federico Nietzsche, el escritor Gabriele d'Annunzio, la pintora de flores Margaret Mee, etc.
Como en su poesía, el culturalismo es marca de la casa. Con naturalidad: lo normal, está claro, en un hombre viajado y culto como Juncosa. Amigo, como Llop, de los bibelots, por ejemplo, rastros hermosos de un nomadismo impenitente.
A uno estas atmósferas le recuerdan las de la alta comedia del mejor cine norteamericano.
Sobresalen las descripciones (de telas, de casas, de paisajes, de ciudades y lugares, de personas...), la riqueza de imágenes y, cómo no, tanto o más, las propias intrigas y situaciones que cada uno de los nueve relatos plantea. Juncosa, ya se ve, es un tipo inteligente y sus pequeñas tramas nunca decepcionan. Sabe, en fin, de qué habla. Posee un mundo.
Pues eso, que tengo la impresión de que algunos lectores coincidirán conmigo en la elección de estos dos libros que, podría decirse, me salvaron, siquiera en parte, el maldito verano. El primero de mi abuelidad. Bendito sea.