El poeta Fernando Sanmartín vuelve a la carga. Y lo hace como suele: en una colección exquisita y minoritaria (qué verdadera poesía no lo es), por breve (esto es una plaquette y no un libro), con la misma sutileza y elegancia que destilan sus versos.
Archivo fotográfico es la quinta entrega de la colección Cuadernos del Mirador y fue impresa, cosida y encuadernada sobre papel verjurado crema el pasado 24 de julio en la ciudad jiennense y muy literaria de Úbeda; el mismo día, como reza en el colofón, pero de 1967, que Paul Celan leyó poemas en la Universidad de Friburgo delante, entre otros, del filósofo Martin Heidegger.
Tengo en mis manos el ejemplar número 8 de una tirada no venal de 30 y viene firmado por su autor. La edición es preciosa. El diseño y su cuidado, justo es decirlo, corresponden a Francisco Sánchez Bellón y la viñeta de la cubierta es obra del pintor Pepe Cerdá.
Sus páginas parecen, al abrirlo, metidas en un sobre gracias a la ingeniosa doblez de las solapas. Una joya para cualquier bibliófilo (su amigo Melero, por ejemplo) y, después de leerlo, para cualquier amante de la poesía.
Al frente, una cita del poeta portugués Jorge de Sena: ... la orilla no pertenece al río.
El título no da lugar a equívocos. Ni el barco de la portada. De postales o estampas hablaría uno por aquello de que cada poema -son ocho en total- viaja, digamos, a un lugar. El primero sitúa la acción en Nueva York: "Perderse, a veces, / puede ser como lavar una herida".
Desde el principio, Sanmartín es capaz de mezclar realidad e imaginación a base de comparaciones y metáforas sorprendentes. A uno le recuerda vagamente a Simic, otro explorador del misterio que se esconde ante nuestros ojos, en plena cotidianidad. Algo que desconcierta, no cabe duda. Un tono surrealizante, digamos, pero que no cae en el sinsentido, la boutade o el absurdo. Nada ortodoxo. Más que un mero juego. No en vano ha afirmado que "el surrealismo es un camino que en algún momento conviene tomar. (...) Me doy cuenta, y lo han dicho otros, que el surrealismo te adentra en una atmósfera de libertad que vale la pena".
Si la poesía fuera un circo, entendido en su sentido más genuino y favorable (como el del Sol, que vi hace unos días en Sevilla), este hombre sería uno de sus mejores saltimbanquis.
En el segundo viajamos a Estambul. Pero no para hablar de esa ciudad o pasearla o describirla, sino para contar, en este caso, una situación que podría haber sucedido acaso en cualquier parte.
(A rachas, el diarista y el narrador se cuelan en la escena de estos versos para ahondar con sigilo en el secreto.)
El tercero está dedicado a un lugar poético por excelencia: el silencio. "El silencio es feo / cuando llora la sal". El silencio / es un suburbio / en el que muchachos terribles / tiran piedras / a un oso ciego". "El silencio es lo repetido, / la oración de los sótanos, / el testamento último".
El cuarto, una enumeración borgeana (mejor que caótica, porque al fin y al cabo ésta tiene sentido). A partir de "Quiero ser...", "Quiero ir..." y "Quiero que...". Jonás, Miguel Strogoff, Mallarmé, linterna en la noche. A la tumba de Pedro de Osma, a la isla de Elba. "Quiero que la tristeza se convierta en un viejo caballo".
El quinto nos traslada a una tarde de lluvia en Turín donde dice que no sabe "ahuyentar / lo inacabado".
De nuevo las repeticiones en el sexto, sobre la base de "Desconozco si Hamlet...". Si "aspiró / a ser confuso", si "iba en taxi / hasta Brooklyn / para llenar de ceniza / el rumbo de sus brújulas", si en él "vivía un hombre tímido" o "se asomó / a Faulkner".
En el séptimo poema, el más emotivo, "está mi padre". Y su muerte cuando el poeta contaba trece años. "Soy una pintura negra de Goya". Un poema donde "no hay ruido / y sí mucha intemperie / porque la memoria es un idioma / que me produce insomnio".
El octavo y último, muy breve, repite dos veces "Es hora / de". "Busco mi nombre / para desvestirme", concluye.
"Un poema exige, a veces, mostrar con pocas palabras, lejos de cualquier envoltura, lo que se ha vivido", ha dicho Sanmartín, y no es mala poética.
Doy por hecho que estos poemas formarán parte de un libro futuro y que más de treinta lectores podrán disfrutarlos. Paciencia.