Esta del profesor y crítico dombenitense de La Codosera, en plena Raya, es la primera reseña de Porque olvido. La publica en su blog Notas al margen. Muito obrigado. Parece que el libro empieza a moverse, desconfinado al fin.
PORQUE OLVIDO
(Diario, 2005-2019)
Álvaro Valverde
Mérida, Editora Regional de Extremadura, Col.
Perspectivas, 2020, 400 págs.
Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), uno de los
escritores con mayor proyección fuera de Extremadura, ha protagonizado algunas
de las iniciativas culturales más relevantes en la región, entre las que
destacamos la edición, junto con Ángel Campos Pámpano de Abierto al aire. Antología consultada
de poetas extremeños (1971-1984), la creación del Plan Regional de
Fomento de la Lectura (2002-2005), la dirección de la Editora Regional
(2005-2008), la presidencia de la Asociación de Escritores Extremeños o la fundación,
junto con Gonzalo Hidalgo Bayal, del Aula Literaria
José Antonio Gabriel y Galán.
Como poeta, es autor de una trayectoria lírica recogida en las más reconocidas
antologías de autores de su generación y traducida a varios idiomas, con
títulos tan relevantes en la historia de la poesía española contemporánea como Territorio (premio
“Ciudad de Badajoz” 1984, Badajoz, DPDB, 1985), Las
aguas detenidas (I premio de poesía “Ciudad de Córdoba”, Hiperión,
1989), Una oculta razón (IV
premio “Fundación Loewe”, Madrid, Visor, 1991), A debida distancia (Hiperión,
1993), Ensayando círculos (Tusquets,
1995), El reino oscuro (Mérida, ERE, 1999), Mecánica terrestre (Tusquets,
2002), Desde fuera (Tusquets, 2008), Plasencias (Mérida, De la luna libros,
2013), Más allá Tánger (Tusquets, 2014) y El cuarto del
siroco (Tusquets, 2018, premio Meléndez Valdés). Su obra poiética ha sido
antologada en dos publicaciones recientes, Un centro fugitivo (La
isla de Siltolá, 2012, al cuidado de Jordi Doce, y Álvaro Valverde. Poemas,1985-2015 (ERE, col El
pirata, 2017, con ilustraciones de Esteban Navarro).
Como novelista ha publicado Las murallas del mundo (finalista
del 49º premio de novela “Café Gijón”, Sevilla, 2000) y Alguien
que no existe (Barcelona, Seix Barral, 2005). Álvaro Valverde ha
publicado también El lector invisible (Mérida,
Editora Regional, 2001), una selección de artículos y reseñas, y Lejos
de aquí (Mérida, De la luna Libros, 2004), un libro de viajes.
En la actualidad, sus reseñas de libros poéticos aparecen en El Cultural,
suplemento del diario El mundo.
Ahora,
la Editora Regional
de Extremadura publica en su colección Perspectivas Porque
olvido, un extenso diario que recoge, según indica el subtítulo, entradas
desde 2005 a 2019. Como señala en un texto liminar, las entradas del diario
proceden de su blog Solvitur Ambulando (que, ignorando
versiones literales, podríamos traducir como el “caminante reflexivo”),
seleccionadas y corregidas con cuidado para este nuevo “contenedor de textos”
que es ahora un libro merecedor, sin duda, del juicio de Whitman (“Camarada,
esto no es un libro, quien toca esto toca a un hombre”), pues si es cierto que
el diario nos presenta a un lector y un escritor perseverantes también nos
muestra otras facetas de su personalidad, de modo que los motivos del diario
muy bien podrían situarse en sucesivos círculos concéntricos: la familia más o
menos próxima (padres, hermanos, tíos, vecinos y conocidos, los recuerdos de la
infancia, las dolorosas pérdidas…), los escritores con los que ha consolidado
una relación de amistad (muy numerosos, pero sobre los que parece haber caído
una maldición bíblica de muertes prematuras: Carlos Lencero, Fernando Pérez,
Ángel Campos, Santiago Castelo, Julián Rodríguez), las actividades
“institucionales” de sus sucesivas tareas (como presidente de la AEEX, como
director de la Editora Regional y del Plan de Fomento de la Lectura), su
trabajo como maestro (actividades colegiales, relaciones laborales, anécdotas
de clase…), sus paseos cotidianos atraído por una naturaleza constante en sus
poemas, sus viajes dentro y fuera de la región (congresos, actos culturales,
presentación de libros propios y ajenos, visitas a centros escolares, a aulas
literarias…) y, claro está, los libros, numerosísimos (tal vez el volumen pedía
un índice final de autores y títulos), de los que proceden numerosas citas:
“escribir en España es una de las formas del anonimato” (G. Hidalgo Bayal), “No
existe ninguna palabra en ninguna lengua bantú para decir futuro” (Mia Couto),
“un poema es una conversación en la penumbra” (Eliseo Diego”), “un profesor (y
un escritor) trabaja para la eternidad: nadie puede predecir dónde acabará su
influencia” (H. B. Adams)…
Reproducimos
una de las entradas del diario, que en el blog tituló “Carta de Don Benito”,
escrita tras visitar el Aula Literaria Guadiana de esta ciudad en febrero de
2014.
¡Qué
caras de circunstancia siempre en las mesas de las lecturas y las
presentaciones! Y sin embargo, nada más lejos de la realidad. La de ayer fue
una noche casi perfecta y uno estaba razonablemente feliz. Un puñado de amigos
(Juan Ricardo Montaña -uno de los tipos más elegantes que conozco, en todos los
sentidos-, Antonio María Flórez -fotógrafo de guardia, tan cercano-, Octavio
Escobar -el escritor colombiano, de gira por España, ya un viejo conocido-,
Teresa Guzmán -más joven que nunca, compañera de colección lunera-...), una
sala confortable (diseñada por Moneo) casi llena de público (eso que no existe
en poesía) e incluso autoridades: el alcalde, Mariano Gallego (no recuerdo
haber visto a ninguno en una sesión del Aula placentina), y el incombustible y
cordial concejal de Cultura, Manolo Núñez. Conmigo en la mesa, mis anfitriones:
José Carlos García de Paredes y Simón Viola, los directores del Aula Guadiana
de Don Benito.
A
última hora de la mañana tuve un encuentro distendido y animado con alumnos del
Claret y del IES Donoso Cortés. Eran de 1º de Bachillerato. Patricia me
confesó, cuando le firmaba el cuadernillo, que no se había aburrido. La
altísima Mihaila, que es rumana pero parece rusa, asintió. Y Jonás. No es poco.
Mención
aparte merece la comida, en el aéreo restaurante del hotel Quinto
Cecilio de Medellín. Frente al castillo y el recién restaurado teatro
romano, sobre el viejo puente, que no daba abasto para recoger entre sus arcos
de piedra las aguas de un Guadiana impetuoso y desbordado. Qué paisaje -media
provincia de Badajoz y parte de la de Cáceres se ven desde esa atalaya- tan
distinto al que uno suele contemplar cada día, y eso que el pobre Jerte lleva
semanas con aspecto de río europeo.
Otro
tono tuvo la sesión vespertina. Pocas veces, lo confieso, me he sentido tan a
gusto leyendo poemas. Uno de cada libro (y de algunos ni eso). Un par de
inéditos y el último que he escrito. En medio, algunos comentarios acaso pertinentes
y, por qué no, alguna maldad y otras anécdotas. Después hubo debate, cosa rara,
y las preguntas no fueron las de siempre. Se ve que donde se siembra cultura
los frutos acaban, más pronto que tarde, recogiéndose.
Fue
salir de allí, coger el coche y volver a casa. Lo normal. Desde Miajadas, bajo
la lluvia. Pertinaz, cansina. La autovía estaba peligrosa y, a ratos, en vez de
en coche diría que iba en submarino.
Ya
en la cama, me costaba conciliar el sueño. Demasiadas emociones. ¡Dichosa
poesía! [pp. 259-260].