12.4.24

Lecturas

Después de El sueño de los vencejos y Visita de año nuevo, el poeta Antonio Moreno (Alicante, 1964) cierra con Cuatro retratos incompletos su "imprevista trilogía" centrada "en la exploración de los lugares de la memoria personal y familiar". Esta tercera entrega, escrita en 2017 y, por tanto, previa a lo ya publicado, aparece de nuevo en Newcastle Ediciones y da cuenta de la vida de sus cuatro abuelos. Es un libro delicioso (con un breve álbum fotográfico) que reafirma en uno la sensación de que en Moreno hay un prosista emboscado. ¿Será verdad que la mejor prosa la escriben los poetas?

Permanencia, de la guipuzcoana Castillo Suárez (Alsasua, 1976), traducido del euskera por Fernando Rey, y que edita con primor Cuadernos del vigía, es un libro singular. No me extraña que, como subrayan los editores, su autora sea "una de las voces poéticas más consolidadas de la poesía vasca actual". Da fe de una poética tan delicada como potente. Sensibilidad y certeza. Esta mujer, no cabe duda, sabe lo que hace. Y el porqué. ¿Cuánto dura lo efímero?, podría ser la pregunta. Los amores, el sexo ("Follar contigo es viajar a un prado no segado"), las parejas... "Cuando se esclarezca / por qué tememos a quienes amamos,/ habrá llegado el final de la poesía". Sí, puede que este libro sea "el relato imposible de todo lo que cae sin hacer ruido". 

El periodista Fernando del Val (Valladolid 1978) vuelve a la poesía con Ahogados en mercurio, un título inquietante que procede del heterodoxo Houellebecq. Lo publica la Fundación Jorge Guillén en la exquisita colección Maravillas Concretas, tan secreta como todas las suyas. Quince años ha tardado en terminarlo. De "balcón orientado a la decadencia de occidente" habla al referirse a él. Cuenta que fue escrito, en su primer impulso, en Ávila, a la sombra lectora de "San Juan y Santa Teresa". Sin mayúsculas ni signos de puntuación. Prima la condensación de las ideas. "No me gusta nada del presente", confiesa. Sus acerados aforismos, versos naturales de quien proviene de la filosofía, no dejan indiferente a quien lee, misión fundamental en cualquier lectura. Muestran a un hombre y a un mundo sin compasión. Las iluminaciones de un ser tan lúcido como perplejo. "buscaba palabras nuevas / no definiciones / lágrimas deshojadas / astillas de mármol". 

Ariadna G. García reúne en un mismo volumen que publica la Editorial Universidad de Alcalá dos libros unidos por su tono de impronta humanística: Sabiduría de los límites y Línea de flotación, que ya había aparecido en Puerto Rico (prologado por Jamila Medina Ríos) en 2017. Lleva un prólogo de Luis García Montero y la nota de contracubierta es de Jorge Riechmann. Dos buenas pistas. También la cita de Marco Aurelio que lo abre: Condúcete con amor. El segundo recuerda que en su poesía "palabras como biofilia, compasión y amistad se esponjan con calidez". "Escucho y vivo", escribe. Y: "Sigue siendo / posible / lo improbable". Dice que Sabiduría... "supone una incursión en la poesía ecológica y anticapitalista". Que ambos, añade, "presentan un despojamiento retórico que los aproxima a la poesía pura". Uno, en fin, sólo lee en ellos poesía. De la pura experiencia; esto es, apegada a la vida. Muy existencial y del presente. No es poco. En cuanto a la pretensión de que el libro contribuya, "aunque sea un poco", al "cambio de nuestro paradigma cultural", es un asunto que se me escapa. Uno lee, repito, y basta. Versos "protectores" y "solidarios". Con gusto. En especial, los menos ideológicos, en poemas como "Insomnio", "Mar" o "Calabaza".

Impresiona leer los ciento veintiocho títulos que contiene, hasta ahora, el catálogo de la colección La Gruta de las Palabras, que dirige Fernando Sanmartín para las Prensas de la Universidad de Zaragoza. El último, Motel Pandoralibro del inquieto bloguero zaragozano Octavio Gómez Milián, profesor de Matemáticas y coleccionista de tebeos, figuras y vinilos. 
Tal vez sean la pasión y el miedo lo que mejor transmite esta obra veloz y unitaria que transita desconcertado por las calles vacías de una ciudad fantasma y por los pasillos y habitaciones hospitalarias donde su padre, seriamente enfermo, lucha con la muerte. En plena pandemia. "Nada vive hasta que la muerte muere". 

De Brooklyn a Isla Negra. Poemas predilectos (Cuadernos de Humo), titula Javier La Beira su hermoso florilegio, en tanto que objeto libresco, con ilustraciones inéditas de Pérez Estrada y previo encargo del editor Hilario Barrero, que la patrocina junto a la librería Isla Negra. "Antología de poesía malagueña contemporánea", reza en el subtítulo, en homenaje al mítico impresor Ángel Caffarena, que así nombró a la suya en 1960. Este detalle, el del subtítulo, no es baladí. Quiero decir que por mucho que uno se excuse en lo "inconsciente" y "temerario" a la hora de "escoger, de entre los casi infinitos poemas escritos por poetas coetáneos de mi ciudad, un número finito de ellos", los que le "impactaron", sus "predilectos", cuesta asumir que deje fuera de la muestra algunos versos de Álvaro García o de Alfonso Canales. Entre treinta y tres, desconocidos mediante... Veo que José Sarria enumera en su muro de Facebook a muchos olvidados más: Maillard, Romojaro, Villalobos, Aguado... Por encima de este detalle, que sólo puede achacarse a mi propia inconsciencia y a la edad tardía, las mismas debilidades que esgrime La Beira, reconozco la valía de la mayor parte de los poemas recogidos. Los de María Victoria Atencia, Isabel Bono, Aurora Luque o Alfredo Taján, por ejemplo. Imagino que es lo que de verdad importa. Ah, destaco, conviene subrayarlo, la belleza material del cuaderno, que, por suerte, querido Hilario, no es, en rigor, de humo. 

Me gustaría terminar este breve repaso con otro descubrimiento. Perdonen mi ignorancia. El de la pintura sobre metal (casi siempre) del aragonés Ignacio Fortún. La veo a través del magnífico catálogo que con motivo de su exposición Cinco capítulos publica el Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social de la Universidad de Zaragoza (que dirige Yolanda Polo) en PUZ. 
Los textos de José Ángel Cilleruelo, Fernando Sanmartín y Desirée Orús, además de los del propio pintor, ayudan a comprender mejor esta obra que aúna misterio y claridad. Figurativa, sí, pero no exenta, ya digo, de "candados", pero de los que "se abren sin ninguna llave. Porque la llave es la mirada", como nos explica en su precioso texto Fernando Sanmartín. 
Me ha llamado especialmente la atención el punto de vista arquitectónico de la obra de Fortún. Y la personal presencia de la naturaleza. De esas visiones (ah, los hombres de espalda) surgió un poema, y ya hacía meses. Muito obrigado.