De leer novela, en verano, salvo contadas excepciones. Éste, según costumbre, a falta del viaje real, he vuelto a Sicilia. Gracias a la relectura de El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en la nueva edición revisada de Lanza Tomasi para Anagrama. La traducción es de Ricardo Pochtar. No me cansa ese clásico y menos con añadidos inéditos, poemas (o así) incluidos.
Por seguir en esa isla, he leído Palermo es mi ciudad (me gusta más su verdadero título: Via XX Settembre), de Simonetta Agnello Hornby, siciliana residente en Londres (a la que ha dedicado otro libro en la misma editorial, Gatopardo Ediciones, aunque sus novelas estén en el catálogo de Tusquets), unas precisas memorias de adolescencia (de 1958 a 1964) traducidas por Teresa Clavel donde, ya digo, se detalla la vida de ella y, al cabo, de una familia aristocrática, procedente de Agrigento con finca en Mosè (a la que ha dedicado otro libro: Il pranzo di Mosè), que deja atrás los esplendores y privilegios del pasado. Así, en la página 109 leemos: "El otro libro del que se hablaba en aquella época era El Gatopardo, de Tomasi de Lampedusa, un señor al que la familia conocía. (...) La opinión de la mayoría era la de mi padre: habría sido mejor no escribir sobre ciertas cosas y dejar que nuestra clase muriera sin esa publicidad desmesurada que no correspondía a personas como nosotros".
En lo que respecta a las memorias, terminé la última entrega de los diarios de Andrés Trapiello, Diligencias (Pre-Textos), donde lo que más me ha interesado, como siempre, es su lenguaje. Más que el qué (los relatos, el campo de Las Viñas, la familia, los viajes, el Rastro, las obsesiones...), el cómo. Y qué cómo.
He disfrutado con El sueño de los vencejos. Son unas minuciosas memorias de infancia escritas por el poeta Antonio Moreno. Las publica Newcastle Ediciones. Me han interesado por lo que cuentan, claro, pero sobre todo, vuelvo a lo dicho más arriba, por cómo lo hace. Uno también ha sufrido leyéndolas, que conste. Hay partes muy duras en la vida de ese niño de provincia de finales del franquismo. Ahora sus lectores conocemos más a su autor y creo que comprendemos aún mejor el tono de su poesía.
Todavía estoy (y encantado de que no se acaben por ahora) con los diarios (no sé cómo llamarlos, son eso y mucho más) de Tomás Sánchez Santiago, distintas entregas editadas e inéditas que se reúnen en El murmullo del mundo, todo un acierto de Trea al que habrá que dedicar, si puedo, una reseña aparte. En El Cuaderno publica ahora Los cuadernos pálidos. Ya van tres entregas y más de uno comprenderá, si las lee, lo que decía de sus almanaques.
Uno de los felices descubrimientos estivales ha sido sin duda Shakespeare Palace. Mosaicos de mi vida en México, de Ida Vitale (Lumen), una auténtica delicia de libro que me ha sabido a gloria. Su estilo es de los que justifican esa tópica, polémica afirmación de que la mejor prosa la escriben los poetas. Menos me ha seducido El abc de Byobu (Adama Ramada Ediciones). No conozco aún De plantas y animales (Tusquets), pero me espera la relectura de su Poesía reunida (NTS de Tusquets), clave de bóveda de la escritura de la reconocida poeta uruguaya.
Entre baño y baño (y cerveza y cerveza, y avispa y avispa), han caído también tres libros de entrevistas. Alfredo Rodríguez es el responsable de dos de ellos. Me refiero a La plenitud consciente, donde se reúnen numerosas conversaciones con el poeta de La Bañeza Antonio Colinas, lo que lo convierte en un libro un tanto reiterativo (a las mismas o parecidas preguntas, iguales o semejantes respuestas), aunque no falten joyas, como su extenso "diálogo sobre lo clásico" con Juan Antonio González Iglesias, publicado en su día por la Universidad de Picardie-Indigo; y Nebelglanz (Ediciones Ulises), la tercera entrega (tras Exiliado en el arte y La pasión de la libertad) de las charlas con su admiradísimo José María Álvarez (lo que las confiere un tono que, siquiera a ratos, resulta un pelín empalagoso), el novísimo, cartagenero y parisino poeta airado (amigo de lo políticamente incorrecto) que con sus arriesgadas confesiones no deja indiferente a nadie.
Alberto García Teresa, en fin, ha reunido en Un lugar que pueda habitar la abeja (la oveja roja) no pocas entrevistas de Jorge Riechmann, donde lo mismo se habla de ecología que de política o poesía. Con tanta radicalidad como inteligencia, añado.