24.4.25
La poesía de Anna Świr
23.4.25
Elogio de los libros
Por la descripción del paraíso, y la ceguera de Tobías y por el viaje de Jonás alojado en el vientre de una ballena.
Por las aventuras de Ulises a través de un mar color de vino y por la explicación de sus hazañas hasta que pudo regresar a Ítaca.
Por las enseñanzas de Virgilio acerca del tiempo que nos huye, irremediable, y, cómo no, por las de Horacio, que nos animó a disfrutar del momento que pasa y a llevar una vida retirada y modesta.
Por los jardines y fuentes de los versos arábigos, porque evocan la pérdida del inmenso desierto.
Por la flor del cerezo y la luna y el río, y por los pabellones y por las batallas que cantan los poemas de los clásicos chinos.
Por el amor que ha abierto las murallas de todos los castillos de la historia y por los trovadores que inventaron el modo de asaltarlas.
Por las coplas escritas a la muerte del padre, y las noches oscuras y la senda escondida, y la hermosa locura que inventó Don Quijote.
Por el descenso a los infiernos donde habitan los monstruos y el ascenso a los cielos donde viven los ángeles.
Por la busca del tiempo que creímos perdido en la patria feliz de la infancia.
Por los cuentos de hadas y los cuentos de lobos, por su felicidad y por su miedo.
Por los cantos oscuros de las tribus remotas, tan acordes al ritmo con que suena la Tierra.
Por la tristeza y por el entusiasmo que se esconden detrás de las líneas escritas por cualquier ser humano.
Por los mares del mundo: los del norte y sus sagas, los del sur y sus islas; y los de la persecución de Moby Dick y los profundos del Nautilus.
Por los héroes de leyenda y los seres reales porque son las dos caras de la misma existencia.
Por las volteretas de todas las vanguardias y los sueños que inventan con sus saltos festivos.
Y por todos los libros, incontables, que admiten recordar lo olvidado y volver a lugares donde nunca estuvimos y vivir esas vidas que jamás viviremos. Porque el mundo es un libro que nos lee y que escribimos.
NOTA: En la fotografía, la Biblioteca Episcopal de Plasencia.
14.4.25
En Quimera
13.4.25
En el silencio de estas contemplaciones
NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.
10.4.25
Carta de Benicasim
Hace unos meses se puso en contacto conmigo Jacinta Negueruela, profesora jubilada del instituto Violant de Casalduch de Benicasim (en valenciano, Benicàssim) para anunciarme que me escribiría otra profesora del centro, Irene Costa, quien coordina los encuentros literarios "Vivir la palabra", que aquélla fundó en 1988. Querían invitarme a participar en el correspondiente al año en curso. Acepté, por más que uno se prodigue poco por esas lecturas didácticas que, en verdad, sólo me han dado alegrías. Por el trato dispensado por sus entusiastas organizadores y por el interés del público que acude: los adolescentes alumnos de secundaria y bachillerato, tan denostado sin razón. Esa es al menos mi experiencia.
9.4.25
L. S. LOWRY, PINTOR
Pinto lo que siento.
Soy un hombre que pinta.
Nada más, nada menos.
Habla L. S. Lowry.
El de Pendlebury.
El de Lancashire.
Nunca se reconoció como artista.
No pocos confunden
su pintura sencilla y esquemática
–la del hombre que fue–
con la de un pintor dominguero
Parece la de alguien con un hobby;
sin embargo, no fue un aficionado.
Pintaba sólo aquello que veía.
Sobre todo, escenas industriales
del frío noroeste de Inglaterra.
Podía percibir luces y atmósferas
en los lugares más inhóspitos.
Puentes, viaductos, calles…
Capturó para siempre aquella vida.
Su verdad, su crudeza.
A favor del recuerdo y en contra del olvido.
Se sabía uno más
de aquella humanidad superviviente.
Pintó tal vez para matar el tiempo,
noche tras noche, en la buhardilla,
cuando todo está inerte, decía,
y uno a salvo.
En soledad, acompañado
del penetrante olor a trementina
y el silbido del gas.
Al parecer fue un hombre solo.
Pusieron en su boca estas dos frases:
Las multitudes pueden ser
los lugares más solitarios.
Y: Me acechan las almas solitarias.
También: No necesito a nadie.
Solía subir a un páramo cercano
para observar el mundo como un pájaro.
La ciudad y el paisaje.
Vapor, humos y fuegos
que ardían en las fraguas de las fábricas.
no creyeran en él,
Bernstein, el galerista,
subrayó que era auténtico.
Le dijo en una carta
que en su obra nada estaba creado
de forma artificial,
desde la semejanza o la representación.
Que todo estaba concebido
–le escribió– desde la pura
expresión del sentimiento.
Lo envolvía el misterio, añadió,
que él asemejó con la poesía.
Soy un hombre sencillo
que emplea materiales simples.
Y colores como el negro marfil,
el bermellón y el azul de Prusia,
el ocre amarillo o el blanco.
Me gustan los aceites, afirmó.
Sólo un hombre que pinta.
Nada más, nada menos.
7.4.25
Apuntes del natural
José Saborit
Pre-Textos, Valencia, 2025. 76 páginas. 15 €
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Acuarelas florales del autor |