28.5.23

Nueva carta de San Vicente


Ya he contado alguna vez la anécdota aquella de Castuera. Entonces era ministra de Cultura Carmen Calvo, que asistió a un acto en el instituto de la localidad pacense donde uno daba un discursino a favor de los libros y la lectura. Se retrasaba la diputada provincial del ramo. Aquello empezó sin ella, que se incorporó al cabo de un rato. Como disculpa, esgrimió ante el consejero Paco Muñoz que Castuera estaba muy lejos. "No -zanjó enérgico Muñoz- Castuera está en su sitio". Y en su sitio está San Vicente de Alcántara, pero para uno, que vive en Plasencia, a casi dos horas de viaje en coche, en el quinto pino. Como el municipio de La Serena lo está de Olivenza, lugar de procedencia de la diputada. 

Un año más, y van nueve, hasta allí me fui, tormenta va y aguacero viene, para asistir al fallo del Premio de Poesía Joven "Ángel Campos Pámpano". ¿Lo mejor? Poder dar el abrazo anual a algunos amigos. Como José Juan Cuño, por ejemplo, nuestro anfitrión, que con la Asociación Cultural «Vicente Rollano» organiza el concurso destinado a los alumnos de secundaria y bachillerato de los institutos de Extremadura y el Alentejo portugués. Con la generosa colaboración de distintas instituciones: la Junta de Extremadura, el Ayuntamiento de San Vicente (representado por el concejal de Cultura en la entrega), la Asociación de Escritores Extremeños y de los clubes rotarios (INROT) de Mérida, Castelo Branco, Cáceres, Plasencia, Évora, Beja y Portalegre a los que representa el entusiasta Jordi/Jorge Gruart, un viejo amigo de Pámpano, como José Juan. 
A pesar de las ausencias, mis abrazos se extendieron, entre otros, a Miguel Ángel Lama (al que veo por suerte con frecuencia), Luis Arroyo (lo que siempre una alegría), Eduardo Achótegui (¡cuánto tiempo!), Paula Campos (tan querida, viva imagen mejorada de su padre, aunque más tímida que él), Ana Bejarano o Luis Sáez, que fue en representación de la consejera de Cultura. Después de la bienvenida de Cuño y de las palabras de presentación de Ana Bejarano, maestra de ceremonias, fue el primero en tomar la palabra. En un amplio, elegante salón de actos del Centro de Asociaciones (que uno no conocía), antiguo colegio situado al lado del parque donde siempre aparco. Hizo alusión a la importancia que tenía para Ángel unir educación y cultura (o literatura, en este caso) y en lo emocionante que resulta para quienes le conocimos celebrar un acto así. Lo pensaba mientras volvía a casa. Cómo sigue uno echando de menos a Angelito y qué difícil es superar ese dolor en presencia de sus hijas (ayer, ya dije, no estaba Ángela). Me cuesta superarlo. 


Habló luego uno. Para decir que de nuevo, y me parece que con ésta van cinco, ganaba el premio una alumna portuguesa con un poema escrito, claro está, en portugués. Me refería a Maria Leonor Tomaz Castanho, autora de «Lugares (in)comuns», de la Escola Secundaria de San Lorenzo, de Portalegre, centro educativo que tampoco es la primera vez que se ve reconocido. Un hecho que le hubiera gustado especialmente a Ángel, que amaba apasionadamente esa lengua. Sus numerosas, certeras traducciones de poetas lusos lo demuestran de sobra, así como la divulgación por medio de artículos y con la organización de actos culturales de cuanto tenía que ver con la rica literatura del país hermano. Su residencia durante años en Lisboa subraya ese poderoso fervor portugués.
Tan feliz desenlace -añadí citando a Juan Ramón Santos, con quien había cruzado algunas reflexiones al respecto- justifica lo importante que son iniciativas como la de este concurso para que nuestros países dejen de estar definitivamente de espaldas. Lo beneficioso que resulta su condición de transfronterizo y que los alumnos puedan participar con poemas en ambas lenguas. Que, en fin, el bilingüismo (y no el portuñol o el espagués) sea la auténtica lengua franca de la frontera más antigua del mundo, La Raya; una frontera que, oh paradoja, en realidad no lo es. Sí, es muy importante el diálogo ibérico. Por lo mucho que pueden aprender nuestras culturas la una de la otra. Lecciones que algunos llevan (llevamos) siglos aprendiendo. 
Conté que hacía poco que había pasado por el Aula de Literatura «José Antonio Gabriel y Galán» de Plasencia (un invento que debemos a nuestro querido Pámpano) la prestigiosa poeta portuense Filipa Leal. Que su lectura fue deliciosa. Que su obra no es muy extensa, más en español, con un solo libro traducido, La ciudad líquida y otras texturas, publicado por Sequitur en edición bilingüe hace trece años en versión de Luis González Platón (que el lector puede leer entero y de forma gratuita en internet.
Comenté que estaba tardando Juan Ramón (como Ángel, Premio de Traducción Giovanni Pontiero, que presentó con la brillantez que acostumbra a Leal) en reunir en un volumen un puñado de poemas que den a conocer su poesía como es debido; un trabajo que, a la vista de lo publicado en el cuadernillo placentino, en rigor ya tiene adelantado.
Que me temía que en los últimos años la traducción de libros de poesía de poetas portugueses se ha reducido ostensiblemente. Cité los de Daniel Faria (en la editorial salmantina Sígueme), los últimos de la fallecida Ana Luísa Amaral (premio “Reina Sofía”), como Mundo, y la antología Sombras de porcelana brava: diecisiete poetas portuguesas (1955-1987), publicado por Vaso Roto en edición de Vicente Araguas (donde están presente, por cierto, los versos de Amaral y Leal).
Subrayé que no comprendía esa desidia, más si tenemos en cuenta que la poesía lusa sigue manteniendo un nivel de calidad envidiable. Como mal menor, anuncié que en la colección “Voces sin tiempo”, de la Fundación Ortega Muñoz, vamos a publicar una antología poética de Carlos de Oliveira; otra noticia que le habría gustado a Ángel, no en vano dedicó al autor de Trabalho poético su inconclusa tesis doctoral.


A pesar de la brevedad a que aludí con respecto a la poesía de Filipa Leal (la cantidad en poesía no es significativa), expliqué que ésta goza de reconocimiento en su país natal. Y es que, por suerte, en Portugal el aprecio por la lírica sigue siendo elevado; un respeto que hace tiempo que perdimos en España, tanto por los poemas como por los pobres poetas, relegados, como sus libros, al oscuro rincón de lo clandestino, o casi. Paradójicamente, la parapoesía, una suerte de falsa poesía escrita por adolescentes literarios (no necesariamente de edad) para lectores sin criterio, sentimientos baratos convertidos en comerciales bienes de consumo, tiene adeptos, por más que sus días parezcan cada vez más contados, al menos en comparación con la poesía, digamos, verdadera. La que desde hace siglos viene venciendo a los impostores y al tiempo, por mucho que un desinformado novelista de éxito haya certificado recientemente y sin empacho su muerte. 
Relaté que el mencionado Juan Ramón Santos me hablaba en una reciente conversación de cómo en Portugal (donde viaja con frecuencia y cuya lengua conoce a la perfección) la poesía es un género más vivo, que las tiradas son más amplias, que se hacen segundas ediciones (eso tan raro por aquí), que los poetas son más conocidos. En consecuencia, concluía, no estaría mal que se nos contagiara algo de eso... Ojalá.
Antes de terminar, recordé que en una ocasión me atreví, con la ayuda de Luis Leal (que no es pariente suyo a pesar del apellido común), a verter, temerario atrevimiento, uno de los poemas de Filipa Leal que leí en voz alta porque su contenido me parecía adecuado en ese contexto. Hubiera sido bonito que que Luis lo hubiese leído después en su lengua materna, pero... 
Rematé el discursino, no sin antes dar las gracias a todos por la atención, citando la obra que ha merecido el accésit: «Desidia delirante [y otros]», de Enrique Morejón Molina, extremeño de Valdelacalzada, que no acudió a recibir el galardón. Felicité, en fin, a los jóvenes premiados y me despedí hasta el año próximo que será, Dios mediante, el del décimo aniversario del Premio. Palabras mayores.


Me siguió en el uso de la palabra Miguel Ángel Lama, que leyó el acta. A continuación, Paula hizo entrega del premio a Maria Castanho: dinero, un diploma conmemorativo elaborado en corcho (estábamos en el centro de ese mundo), un cuadro de Javier Fernández de Molina (que no pudo desplazarse a Sanvi por coincidir con al comida de su jubilación) y la poesía reunida del poeta. Leyó sus versos y, en compañía de la directora de su Escola, un hermoso texto que a los que conocemos el portugués de aquella manera (vamos, nada o casi) nos costó seguir. Por eso se lo pedí al finalizar la ceremonia, para poder leerlo con la debida calma y con la ayuda, si hace falta, de algún traductor. 
Gruart puso punto y final. Para dar cuenta de lo que se aprecia la obra de su amigo a ambos lados de La Raya y para constatar el apoyo de los rotarios transfronterizos. 
Bueno, en realidad el colofón lo puso, como el año pasado, Carolina, que cada vez canta mejor. Antes, hubo otros dos momentos musicales a cargo de otros miembros de la Escuela de Música de la localidad. 
Porque El Litri ha cerrado (un disgusto, hemos pasado muy buenos momentos en ese bar y alguna vez en compañía de mi añorado amigo), el piscolabis tuvo lugar en el Casino. Pero uno no estuvo. La noche no estaba para juergas (un decir) y el viaje hasta casa, bajo el agua, iba a ser largo. Otra vez será. Esperemos. 



PS. Chema Cumbreño me habla de una colección que desconocía: "Literatura de Contrabando", en la que él mismo publica ediciones bilingües de poetas portugueses contemporáneos. La dirige la traductora lisboeta Leonor López de Carrión. Dicho queda. 

26.5.23

En el HOY de hoy

«Se echa en falta una red de centros de arte y un plan de bibliotecas»

Por desgracia, son tantas las carencias de esta tierra (la del tren, por ejemplo, o, más sangrante aún, la falta de trabajo, en especial para los jóvenes)… Me centraré en las necesidades culturales, de las que nadie se acuerda, sobre todo los políticos. Hubo un tiempo en el que las cosas fueron de otra manera y logramos ahormar, tras siglos de incuria, una política cultural digna y ambiciosa, moderna y en la hora de España. Su recuperación urge. Hay señales que nos indican su importancia. El dinamizador Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear, pongo por caso, o las excavaciones del yacimiento tartésico del Turuñuelo, donde se han descubierto figuras humanas de una infinita belleza. Su repercusión, mundial. Su prestigio, el que interesa.
Otra prueba fehaciente de la importancia socioeconómica que tiene para Extremadura la cultura ha sido Transitus, la exposición de las Edades del Hombre celebrada en Plasencia. Nuestro rico patrimonio monumental y artístico puesto al servicio de los ciudadanos que nos visitan. Buscan eso, no playas. Y ahí encuentra uno el fallo (y la necesidad): la falta de visión para dotar de rigor la relación entre el turismo y la cultura. Lo que no se ha logrado en un caso evidente: la floración del millón largo de cerezos del Valle del Jerte, con tanto potencial y tan parco provecho.
Sí, la excelencia lo es todo cuando de cultura se trata. Hay que huir de las medias tintas, más en la vulgar época del “todo vale”. Apena ver como crece el patatal (que dirían mis amigos Fernando Pérez y Antonio Franco) y florecen los mindundis. Por falta de criterio. La mediocridad, cuando no algo peor, domina el panorama en el sentido contrario al de esos hitos ejemplares que subrayo. Por lo demás, se echa en falta una red de centros de arte y un plan sólido de bibliotecas, verdadero foco, con los clubes de lectores, del fomento de la lectura. Y presencia de escritores, que autores extremeños de renombre no faltan. Y ya que los menciono, que se proteja e impulse una joya de la corona: nuestra Editora Regional.

NOTA: Este breve artículo de ha publicado en el diario HOY, en la sección "Qué necesita Extremadura el 28-M". La fotografía es de Samuel Sánchez para El País

23.5.23

Lecturas recientes



Va uno leyendo como puede la avalancha de libros que compro (apenas) y que me llegan (a una media que asusta). Con las mejores lecturas últimas, a falta de la reseña que cada una merece, elaboro esta listina que no está organizada en orden de preferencia. 

1. Vladivostok (Fórcola), de José Carlos Llop. Su rico mundo poético en prosa. Las espléndidas Terceras de ABC demuestran que periodismo y literatura son, a veces, la misma cosa. Más cuando estamos, ya digo, ante un escritor con un universo tan personal.

2. El dorado (Visor), de José Luis Rey. Un extenso poema que sorprende al lector por lo que tiene de inspirado y, me atrevería a decir, que hasta de milagroso. Para leer con la boca abierta. Y muy despacio. Dice que es su último libro, pues, a lo Guillén, la obra está completa. Esperemos que no. Y si así fuera: ¡qué final!

3. Istmo (Claro decir), de Rafael Fombellida. Tengo la suerte de poseer uno de los veinticinco ejemplares de este libro secreto, pretérito y primorosamente editado que rescata, y con qué acierto, el poeta de Torrelavega. La primera parte, una suerte de cuaderno portugués, es mi debilidad, aunque en la segunda, que da título al libro (escrito entre 1989 y 1999), hay también poemas magníficos. 

4. Visita nocturna (Swann. Shangrila Ediciones), de Fernando González García. Este catedrático de Historia del Cine de la Universidad de Salamanca publica, a los sesenta de su edad, su ópera prima. No defrauda. Son poemas contenidos y concisos que nos dice en voz baja alguien que sabe bien qué es la poesía y para qué sirve. Ojalá vengan más. 

5. Y el todo que nos queda (Visor), de Martín López-Vega, es un canto de amor de los que creí que ya no quedaban. Cuánta felicidad transmiten estos versos de un poeta enamorado que, con lo difícil que es eso, a uno le concilia con la poesía amorosa; al decir de Rilke, siempre tan esquiva y peligrosa para el que intenta expresar sus sentimientos. 

5. El huido. Autorretratos 1985-2021 (Papeles del Náufrago), de Felipe Benítez Reyes. Antonio Lafarque y Aníbal García son los editores de la hermosa colección almeriense Calcomanías donde pretenden reunir autorretratos de poetas. "Creo que, entre todos los géneros literarios, la poesía es el espacio por antonomasia del yo, por mucho que nos entretenga hablar de máscaras, de la invención de un personaje o de la ficcionalización  del sujeto lírico", escribe el roteño. Y: "somos también quienes no hemos sabido o podido ser". En el conjunto, un inédito: "Aniversario": "Hoy cumplo 21.900 días en la vida". Premiados ambos, dos nuevos libros de poesía suyos están al caer. 

7. Siempre llueve en la cabeza del perro (Padilla Libros), de Dimitris Angelís. José Antonio Moreno Jurado, en su colección "El árbol de la luz", traduce esta breve antología del poeta griego, director de la revista Frear. La muestra está dividida en cinco partes: Si fuese tu noche, Las penas de cada día, En el país de nunca jamás, Los caballos de Tarkovski y Otros poemas. Poesía viajera y comprometida. 

8. Apariciones y otras desapariciones (Olifante), del aragonés Ángel Guinda es, por desgracia, un libro póstumo. Aparece en su "editorial de toda la vida" (como dice su fundadora Trinidad Ruiz Marcellán) y pronto le seguirán otros que dejó también en el disco duro del ordenador. Además, la editora nos anuncia sus Obras completas y que Benito Fernández trabaja en su biografía. "Poeta sin fisuras", lo califica su compañera Raquel Arroyo Fraile, que ha compuesto este volumen ordenado en dos partes: en la primera, los poemas que Guinda dejó, digamos, terminados; en la segunda, un puñado de poemas que tal vez hubiera seguido retocando. En ambas secciones, no obstante, lo que encuentra el lector es un conjunto de poemas logrados que, por el simple hecho de estar escritos por un poeta serio que sabía que iba a morir pronto, ya nos conciernen. Guinda, dice esta mujer, "estaba poseído, literalmente, por la poesía". Nunca olvidó que su madre murió el mismo día que él nació. Es sí, su "testamento poético". 

9. La madriguera (Libros del Aire), del gijonés Pedro Luis Menéndez (cofundador de la colección Aeda) es un libro duro, escrito sin concesiones, lleno de verdad, desolado a veces y esperanzado otras. Es difícil no ponerse en su lugar, bajar con él hasta esa madriguera "cálida" donde se esconde, pero para ver mejor lo que ocurre fuera. Constancia y desamparo, insomnio y revoluciones, Lisboa y posverdades, conductores y castillos de arena dan pistas fiables sobre este resistente que se define nocturno y suburbial. 

10. No quiero dejar fuera de esta lista el número que la revista luxemburguesa Abril dedica a la poeta Anise Koltz, que murió hace dos meses. José Holguera, a modo de merecido homenaje, traduce un buen número de Poemas de amor y puedo asegurar al lector que son intensos y emocionantes. Qué pasión más allá de la muerte. Y qué feliz debió de sentirse su marido, el Dr. René Koltz (muerto prematuramente a causa de las torturas que le causaron los nazis). 

11. Animal de invierno (Ars Poetica), del periodista burgalés Ricardo Ruiz, toma esa estación como alegoría para hablar de la vida (y del amor y de la muerte). De la suya que, me temo, es la de todos. En especial, de los melancólicos que vivimos encerrados en pequeñas ciudades de provincias donde el tiempo y la memoria proceden tal vez de otro modo. Autenticidad, o verdad, no le faltan a estos versos dignos de un meditativo paseante solitario. 

Jennifer Clement, Gerald Barry, Alberto Ruy Sánchez y Anne Waldman son los poetas elegidos para la tercera entrega de El Leopardo de las Nieves. Los poemas de los dos primeros están traducidos por uno de los codirectores de la colección, el poeta mallorquín Enrique Juncosa, y los de la última por Lucía Hinojosa Gaxiola. 

NOTA: Ilustra esta entrada «Síguelo», de Wang Qingsong, 2010. 

20.5.23

Sobre el azar del mapa: "Extremamour", Álvaro Valverde - Patrice Schreyer


En el blog ÍndigoHorizonte, donde Nuria Pérez Serrano escribe: 

Si el poeta Álvaro Valverde tuviera que señalar a ciegas un lugar en el mapa, ¿cuál sería? Parece pregunta sencilla si sabemos que Álvaro Valverde es extremeño. ¿Y si Álvaro Valverde no sintiera el sereno extremamour que siente por su tierra y no fuera, además, viajero que no turista, cuál sería el espacio que señalaría sobre el azar del mapa? ¿Tal vez la sencillez, tal vez el paseo demorado, tal vez la luz, tal vez el agua y el silencio? ¿O tal vez lo visible en lo escondido?

Tras leer Sobre el azar del mapa, de Álvaro  Valverde, publicado por Tusquets, y Extremamour, con las fotografías de Patrice Schreyer y los dísticos de Álvaro Valverde, publicado por la Editora Regional de Extremadura, yo tengo mis propias respuestas a esas preguntas y con ellas y la lectura de algunos poemas de ambos libros he hecho un pequeño vídeo que podéis ver abajo. Pero si queréis encontrar vuestras propias respuestas o haceros vuestras propias preguntas, ¿qué mejor manera que dejar que el azar os lleve por sus mapas de poesía y fotografía?

19.5.23

Un lugar en lo hondo

Basilio Sánchez
Pre-Textos, Valencia, 2023. 96 páginas. 18 €
 
Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es un genuino corredor de fondo de la poesía española. Autor de A este lado del alba, Los bosques interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde, El cielo de las cosas, Para guardar el sueño, Entre una sombra y otra, Las estaciones lentas, Cristalizaciones, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (premio Loewe y de la crítica Meléndez Valdés) y Esperando las noticias del agua, así como de Los bosques de la mirada. Poesía reunida 1984-2009, El cuenco de la mano y La creación del sentido, suerte de autobiografía lírica.  
A su coherente obra se añade esta entrega que se abre con un sugestivo poema en prosa que imprime el tono (del que habla en voz baja) y la dirección del libro: “A mi regreso a casa me invadían la alegría de los pájaros, el fervor de lo vivo, la elocuencia sencilla de las cosas que, desde su constancia, desde su luminosa levedad, en el baile secreto y silencioso de sus significados, parecían sugerirme, a su manera, esas pocas verdades esenciales que, al cabo de los años, cuando todo comienza a percibirse desde cierta distancia, se nos vuelven de pronto imprescindibles”.
Sus lectores apreciarán cambios. Sánchez da un nuevo giro a favor de la humildad: “me dedico a lo poco”. Abandona el versículo para acentuar la concisión, por más que el ritmo siga siendo lento y majestuoso, propio de un canto inspirado. Al mismo tiempo, aminora su impronta imaginativa, surrealizante, sin perder de vista “lo indescifrable y lo secreto”, “lo que menos comprendo”, lo “invisible”. Adopta, con naturalidad, el autorretrato. Que la materia de la poesía es la personal experiencia se percibe aquí aún más porque El baile de los pájaros (nótese la sencillez del titulo) está escrito después de una situación extrema: la vivida por un médico intensivista durante la pandemia. La atmósfera que ha logrado crear con sus versos no es ajena a esa penosa circunstancia de “negociaciones con la muerte” (“Nadie vela a los muertos”), aunque la discreción evite cualquier nota patética: “siempre hay alguien que cuida”. De ahí, la casa –un “arca”, un refugio– y ese “fervor de lo vivo” que alienta en el jardín donde dialoga, en soledad y silencio, al atardecer, con plantas y animales (la morera, el gato), franciscanamente. “Del pensamiento humilde de las cosas”, por ejemplo.
Otro símbolo –como el de la noche o el del bosque– centra esta visión contemplativa y con memoria: la nieve. “Escribir es arrastrar palabras en la nieve”, ha dicho. Meditadas palabras que por su deje sentencioso y aforístico parecen cinceladas. Qué sólida puede ser la fragilidad: “pertenezco al linaje de los tímidos”.
La poesía es tema esencial del conjunto. Nada extraño: todo poeta genera una poética y la suya –humanística– es fecunda como pocas. “Fuera de la poesía es muy difícil, / para un simple poeta, hacerse comprender”, sostiene. Es “falla geológica”, “apuesta moral”, “suma infinita de presencias y ausencias”, “inmensa construcción del espíritu”, “un relámpago”, “no es un logro, es un merecimiento”, “el final del idioma”, “una alfombra para huéspedes”… “El tiempo del poema / no es el tiempo del mundo. / El suyo es el espacio / secreto de los signos”.
Vuelve a la reflexión sobre lo sagrado y sobre Dios (léase “Escrito en una hoja”) sin dejar de poner en el centro la preocupación por “el otro”, en el ético sentido léviniano.
“Escribo para alguien al que miro a los ojos”, leemos en este libro limpio, erguido e íntimo, nocturno y sigiloso, concebido como una unidad, donde la celebración se impone a la melancolía.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

17.5.23

Cuestión de viajes


Siempre se ha destacado el carácter reflexivo de la poesía de Álvaro Valverde, lo mucho que tiene de contemplación y de pensamiento, una actividad que supongo que porque todos tenemos en la cabeza la célebre escultura de Rodin como arquetipo del pensador tendemos a asociar con lo estático, con lo introspectivo, con lo vuelto hacia dentro, cuando yo diría que la poesía de Álvaro nace más bien de lo contrario, del más puro dinamismo. Ya, de entrada, porque la noción de movimiento está presente en muchos de sus títulos, en sintagmas o frases como A debida distancia, Ensayando círculos, Desde fuera, Más allá, Tánger o Un centro fugitivo que parecen sugerir por sí mismos merodeo, acercamiento, separación, huida o el mero gesto de señalar con la mano, que ya es, de por sí, movimiento, o el preámbulo de un movimiento. Pero también porque, a poco que hagamos memoria, todos recordaremos algún poema suyo que es fruto de sus frecuentes paseos por el campo o la ciudad o de aquellos viajes al volante en los que recorría de arriba abajo Extremadura primero como responsable del Plan de Fomento de la Lectura y luego como director de la Editora Regional. En definitiva, Álvaro sería una suerte de peripatético, de pensador en movimiento que logra penetrar en el corazón de las cosas no observándolas de manera detenida, sino pasando por delante de ellas, unas veces de manera reiterada (sin que en esos casos el hábito logre como suele suceder volverlas invisibles) y otras, a primera vista, gracias a su bien entrenada mirada. Supongo que es una simple cuestión de carácter, que hace que a unos les pida el cuerpo contemplar la vida detenidos mientras otros no pueden parar quietos, e imagino que tal vez no tenga mucha relevancia, pero lo destaco, aparte de porque estoy convencido de que, en mayor o menor medida, condiciona su forma de ver el mundo y acaba por dejar huella en sus poemas, porque, asociada a la idea de movimiento está también la noción de viaje, muy presente en la obra de este autor, que emprendió su carrera tratando de forjar un territorio poético y que, para conseguirlo, tal vez porque, como ya señalaba en su primer libro, “se hizo la distancia / para amar lo recóndito”, ha creído oportuno alejarse de vez en cuando de él, como sucede en el que presentamos esta tarde, Sobre el azar del mapa.

La idea de viaje está, pues, muy presente en la obra de Álvaro Valverde, tanto en su poesía como en su prosa, y es curioso, porque, de entrada, yo diría que Álvaro no es un gran viajero si como tal entendemos lo que en principio todos tendríamos en mente, la del tipo que está todo el día de la ceca a la Meca arrastrando su equipaje, cargado con la mochila. A este respecto, confirmando lo dicho, en la contraportada de Lejos de aquí, una recopilación de reflexiones sobre el viaje publicado por de la luna libros, el autor decía “pocos viajes al extranjero (Flandes, Suiza) y, la mayor parte, itinerarios por España y, más en concreto por nuestra tierra extremeña”, y en uno de los poemas de Sobre el azar del mapa afirma, “tanto que ver, te dices, / pero qué poco has visto”. Y, sin embargo, en modo alguno le negaría yo por ello a Álvaro la condición de viajero, pues lo importante, a este respecto, no es tanto la cantidad de los viajes como la calidad de la experiencia, la forma de enfrentarse a lo extraño, una actitud que describe bien en uno de los poemas de este nuevo libro, el número 23 de su “Cuaderno de Sofía”, cuando dice que “el viajero, / que rehúye a conciencia / el papel de turista, / evita otra intención / que no sea / la que mueve al disfrute / del paseo”, señalando más adelante, en el mismo poema, que “no atiende a otra cosa / que no sea mirar / con la calma debida / lo que tiene ante sí”, una actitud cuyo resultado es que “cuanto contempla, entonces, / se convierte en recuerdo, / tal vez en la vivencia / de un momento capaz / de resistir indemne / en el fondo sin fin / de la huidiza memoria” y que le aparta de la condición de mero turista, del que concibe el viaje como bien fungible y recorre las ciudades (como dice en otro de sus poemas) como quien “transita, impecable, / por un parque temático”, convirtiéndolo, por el contrario, en una suerte de flâneur, de individuo que contempla paseando, guiado a menudo por el azar y siempre por el asombro, cerca o lejos, el mundo que le rodea.

Un flâneur, por cierto, que lleva siempre su propia ciudad a cuestas, como nos revela otro de los poemas del libro, el 43 de la primera parte, cuando dice que “lleva uno a otra ciudad / su ciudad dentro. / Con ella la compara. / En ella sueña / ser siquiera unos días / alguien que es otro”, tal vez porque, como señala en un poema anterior, le obsesiona el poema “Cuestiones de viaje” de la escritora estadounidense Elizabeth Bishop, que gira en torno al dilema entre quedarse o partir, entre si merece la pena salir a ver el mundo o si es mejor, como opinaba Pascal, no abandonar el propio cuarto, un dilema que, en el caso de la poesía de Álvaro, no se queda en un simple y fugaz viajar o no viajar, sino que gira en torno a una decisión más grave y permanente, la de quedarse o marcharse para siempre, en torno a qué hubiera sido mejor, permanecer en el propio territorio o hacer su vida lejos, fuera, a debida distancia, duda que vertebra una parte importante de su obra y que está íntimamente relacionada con otro de sus temas principales, el de ser otro, que también encuentra, por cierto, su eco en el “Cuaderno de Sofía”, cuando en el poema 42 se pregunta “¿cómo ponerse en el lugar del otro?, / ¿cómo saber que aquello que intuimos / es en la realidad lo que sucede?”, y que sin duda responde a otra forma de huida, la de imaginarse otras vidas reales o hipotéticas, desplazamiento que ha dado pie a muchos de sus poemas y que en esta última entrega está en el origen de versos en los que parece ponerse en la piel de los sofiotas, o en los que evoca figuras como la de sir Patrick Leigh Fermor o la de la propia Elizabeth Bishop o, ya en la segunda parte del libro, en los poemas dedicados a Ginebra, donde, convertido en una suerte de perseguidor, rastrea las vidas de escritores como el venezolano José Antonio Ramos Sucre, el argentino Jorge Luis Borges y los españoles María Zambrano, José Ángel Valente, Alfonso Costafreda, Pere Gimferrer y Aquilino Duque, que vivieron y en más de un caso murieron en la capital suiza.

Después de este largo merodeo, creo que ya va siendo hora de entrar de lleno (si es que no lo hemos hecho aún) en Sobre el azar el mapa, un libro cuyo origen, como ya sucedió en Más allá, Tánger, está en el viaje, concretamente en dos, los dos, como ya anuncia el título, frutos del azar, el primero a Sofía, la capital de Bulgaria, en 2018, y el segundo a Suiza, concretamente su capital, Ginebra, y a una aldea medieval llamada Grandson en 2022, viajes que, por distintos motivos, provocan en el autor una honda impresión que acaba dando pie a distintas colecciones de poemas. En el caso de Sofía, la ciudad que protagoniza la primera parte del libro, lo que más le impresiona, sin duda, es la belleza de una ciudad desconocida, que conoció tiempos mejores, cuyos habitantes rehúyen la mirada y parecen albergar, en el fondo, la esperanza de que vuelvan, algún día, los tiempos de esplendor, una decadencia que la acerca a otras ciudades, como Cádiz, Palermo, Nápoles, Tánger, Trieste o Lisboa, preferidas por el autor, y que sin duda siente próxima a la visión melancólica de la existencia que tiñe buena parte de su obra. Ya en la segunda parte, en Grandson lo que prima es el asombro ante lo inesperado, la belleza recogida del lugar, el íntimo calor de una amistad repentina, que contrastan pese a haber sido los dos viajes de invierno con el frío esquivo de la capital búlgara, y, llegados por último a Ginebra, el elemento que predomina, en este caso más literario, es cierta fascinación por un lugar que, más de una vez de manera fatal, ha ejercido una atracción casi magnética sobre muchos escritores, destacando entre otras experiencias, diría yo, la peregrinación a la tumba de Borges, uno de los referentes más tempranos de Álvaro, como nos revela en la quinta pieza de esa parte, cuyo protagonista es un ejemplar firmado por su autor del libro de poemas El oro de los tigres.

Y si saco a relucir a Borges en esta presentación que debería ir ya acabando es porque leyendo Sobre el azar del mapa se me vino a la memoria algo que dijo el genial escritor argentino y que nos recordó, en su reciente visita a Plasencia, la poeta portuguesa Filipa Leal, aquello de que los poetas jóvenes son barrocos porque no han tenido tiempo de darse cuenta de que uno debe escribir con palabras comunes, con el idioma de la conversación, con la lengua de la intimidad. Pues bien, si Álvaro Valverde, en libros tempranos como Territorio, Las aguas detenidas o Una oculta razón, pudo ser barroco, hace tiempo que descubrió la claridad, y que su poesía tenía que ser como las límpidas aguas de las gargantas de la Vera, nítida, cristalina y, a la vez, profunda, capaz de hacerte creer, cómo él tantas veces ha explicado, que el guijarro del fondo está al alcance de la mano cuando lo cierto es que ni sumergiendo el brazo hasta el hombro logras rozarlo con los dedos. Pues bien, los poemas de este, su último libro, son de nuevo claros, profundos, cristalinos, desnudos y certeros como un haiku (“el frío es la expresión / de la pureza. / Lo que es limpio / trasluce por el hielo”, dice uno de sus primeros poemas), y consiguen, con contención y aparente sencillez, emocionar, que sintamos con toda intensidad la tristeza nevada de Sofía, el frío acogedor de Grandson o el laberinto existencial de Ginebra, convirtiéndonos en usuarios maravillados de su poesía, en usufructuarios de su visión del mundo, dicho lo cual, no me queda más que invitarles a que se sumerjan sin dudarlo en Sobre el azar del mapa, a que se arrojen de cabeza a sus poemas sin miedo a golpearse con el fondo, pues del otro lado les espera Bulgaria, les espera Suiza, les esperan, claras, transparentes, profundas, la belleza y la vida a fin de cuentas.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO

14.5.23

Carta de Salamanca

Por naturaleza, no tiendo al entusiasmo. Quienes me conocen (y eso incluye a quienes me leen) lo saben. Pero lo de ayer... Subí a Salamanca solo, después de la habitual sesión sabatina de cañas (esta vez a base de botellines de cerveza tostada 00), sin prisa, deleitándome con el paisaje agostado (ni un nevero siquiera en la Sierra de Béjar) que atravesaba con el coche. Sin embargo, al llegar, la ciudad rebosaba vida, ajetreo. Fui hasta la Plaza por la concurrida calle Toro (donde saludé a unos vecinos) y observé, al pasar, los puestos de los partidos políticos que han instalado a las puertas del Liceo. Ya en la Plaza, en la que uno entra siempre por primera vez, las terrazas abarrotadas, el hervidero de gente que pululaba entre las casetas de la Feria del Libro, me pusieron nervioso. Allí en medio iba a actuar uno y experiencias pasadas, como la de Cáceres, me hicieron presagiar lo peor. La poesía y el ruido se llevan fatal. A las puertas de la carpa de las presentaciones estaban esperándome Asunción Escribano e Isabel Sánchez, muito obrigado, la anfitriona, quien lleva años consiguiendo organizar una Feria en la que prima la literatura, un bien cada vez más escaso y, por eso, tan preciado para quienes de verdad leen. Libros, quiero decir, no productos. 
Nos sentamos los tres dentro y conversamos un rato. Hasta que nos dimos cuenta de que había personas esperando fuera. Félix Corchado aprovechó para hacernos algunas fotografías como las que ilustran esta entrada (salvo la última). 
Aunque había dicho a mis contertulias que lo mismo acabábamos presentando el libro los tres, la caseta se fue llenando (o casi). Una sorpresa. Es lo que tiene, supongo, visitar una ciudad culta. Era, además, el último acto de la Feria, en el día dedicado a la poesía. 

La solvencia de la profesora y poeta Escribano está fuera de toda duda, aun así le dio otra vuelta de tuerca, digamos, a la poética de uno e hilvanó con sagacidad un discurso tan claro como preciso. Qué lujo haber contado con su introducción. Qué suerte la mía por tener lectores como ella y como todos (y todas, sí) aquellos que han escrito reseñas sobre el libro, me lo han comentado por correo o han dicho palabras en público en las sucesivas presentaciones del mismo. Gracias. 
Después de leer el admonitorio artículo de Juan Marqués sobre la intervención de los escritores (y en especial de los poetas) en esto actos, agradecí la invitación (recordé a Salvador Retana, que pone el primer poema en la cubierta, y a mi editor, Juan Cerezo) y me limité a leer algunos versos y, al hilo, aclarar cuatro cosas. No demasiados, que había que ver el Festival de Eurovisión. 
Llegaron después las preguntas (que hasta eso hubo). Tomás, del Bierzo, se interesó por cuándo da uno por terminado un poema (cortos y largos) y me preguntó si debía viajar a Sofía, que no estaba en su lista de prioridades turísticas hasta el momento. Ah, subrayó mi apreciación -por el de Rila- de que no hay monasterio mal ubicado. Una mujer quería saber, ante un comentario mío acerca del covid, que ha marcado, según creo, un antes y un después en nuestras vidas, cómo había afectado esa pandemia a mi forma de escribir. Un tercero matizó que estaba extrañado porque uno había "leído" sus poemas y no los había "recitado", como suele ocurrir. Aproveché para agradecerle de corazón el elogio, insistí en que, además de la claridad, busco la naturalidad en mi poesía y que su apreciación vendría a demostrar que lo mismo no he errado en mi propósito. El tono, ya se sabe, lo es todo y el de uno es el de lo dicho en voz baja, confidencialmente, al oído. Añadí que lo que no puedo (ni quiero) evitar es el acento; en mi caso, extremeño del norte. No recuerdo si hubo más preguntas.
En la cola de firmas, más sorpresas. Además de lectoras (sobre todo, no es un tópico), una antigua alumna: Inés. Me alegró mucho verla, ya estudiante universitaria de un grado tecnológico. Estuvo conmigo algunos años. Era de aquel complicado curso que me tocó en suerte al volver a ejercer la docencia en 2008 y del que he hablado más de una vez en los diarios del blog. Seis añitos tenía ella entonces y era, por cierto, una de las buenas. Un encanto de muchachina. Y ahora... 
Saludé a Charo Ruano, charlé con Concha (salmantina de Casar de Cáceres, profesora de Clásicas, que me habló de Aníbal Núñez, con el que tradujo a Catulo), recibí un abrazo simbólico de parte de mi amigo Josemari Lama (que me llevó una hermana de Eva Arenales), dediqué libros a Elisa (profesora en un IES de Plasencia), a Mónica, a Elena... Y un ejemplar de Extremamour a un caballero periodista. En las casetas de los libros, me contaron luego, se agotaron las existencia, otra rareza de la noche. Y la mejor: la gente salió con una sonrisa en la boca. No es poco. 
Vuelvo al principio: no tiendo al entusiasmo, como buen pesimista, pero el viaje fugaz a Salamanca, tan agradable, le compensa a uno de silencios y sinsabores, desprecios y otras lindezas aparejadas sin remedio a este extraño oficio que se basa, no lo olvido, en el rigor, la soledad y el silencio. 
Muchas gracias y, ojalá, hasta pronto.




7.5.23

Los deseos sencillos

Victoria León
Fundación José Manuel Lara. Vandalia, Sevilla, 2023. 112 páginas. 12 €
 
La traductora y aforista sevillana (1981) se dio a conocer como poeta en 2019 con Secreta luz. Pudimos comprobar entonces que poseía una voz propia. La que –con la incorporación de otro tono, menos elegíaco que celebratorio– se impone cadenciosa en su segunda entrega. Con el clasicismo, la sobriedad y la elegancia que ya la caracterizaban. Su ritmo predominante, el del endecasílabo. Sereno y armonioso
“Reconozco las huellas de la llama antigua”, dice con Virgilio. “¡Alma del mundo, ven a penetrarnos!”, exclama con Goethe.
El primer poema del libro, que le da título, es una poética: la poesía como puente entre dos nadas: la de uno y la del mundo. La luz que surja de las flores de fuego habrá de redimirnos.
La primera parte, inspirada en música de Mahler, tiene como símbolo central la noche: “La vida es una noche interminable” donde “solo suena el latido de la vida”. Es “el secreto más temible”. Detrás, la luz. Palabra clave, como nieve, hoguera, sueño o luna: “Qué mágico silencio el que derramas / sobre la noche atroz de nuestro mundo”. 
En la segunda, indaga en la memoria. Al fondo, el desamor: “No acabas de irte nunca aunque te alejes”. En “Reencuentro” y “Celajes”, alumbra la emoción. En el conjunto, la melancolía. “Sin amor no somos / más que la distancia / que nos separa del mundo”.
“2001”, con aires de enumeración borgeana, abre la tercera y alude a los momentos decisivos. En “Inocencia”, “Arena” y el poema que dedica a su “viejo mastín”, la muerte. Además, la infancia: “Qué extraña eternidad fue nuestra infancia”. Y la madre y los amigos y la soledad y Foscolo: “No es fácil despedirse de quien fuimos”. “Los deseos sencillos”.
En la última sección el amor regresa y la esperanza se vislumbra. Qué hermoso libro.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

6.5.23

De Jordi Doce

La vida es caprichosa por naturaleza. Suele crear encrucijadas donde nos pone a prueba. En una de ellas, y no sencilla, se encuentra Jordi Doce. El hombre y el poeta, si tal distingo es posible. Quiero decir que el primero, por una parte, sufre el angustioso duelo de una pérdida: la de su mujer, la poeta Marta Agudo, muerta en pasado 13 de abril (ah, Eliot), a quien tanto quiso y a la que cuidó durante años con una dedicación digna de elogio; y que el segundo, por la otra, vive el momento dulce de ver reconocida su poesía fuera de nuestras limitadas fronteras patrias. Lo explica muy bien Chus Neira en un reciente artículo de La Nueva España en el que nos cuenta que, tras la traducción al inglés de su libro No estábamos allí (We Were NotThere, trad. Lawrence Schimel, Shearsman, 2019) y de la antología Nothing is lost (trad. Lawrence Schimel, New Publisher, 2021), aparece ahora la de su último libro, Maestro de distancias (Master of Distances) en el mismo sello de Bristol y traducido por Terence Dooley. Libro, por cierto, que ha sido reseñado en The Guardian por Fiona Sampson: "Estos breves poemas en prosa se pueden leer individualmente, como aforismos; y secuencialmente, como un registro de los terrores y la desesperación de acompañar a alguien a través de una enfermedad que amenaza la vida".
Por si eso fuera poco, en Italia ha visto la luz Noi non c’eravamo, en la colección de poesía de Passigli, una "editorial florentina que lleva tres décadas y media publicando la mejor poesía extranjera contemporánea para el público italiano". El prólogo es de Pietro Taravacci, que describe el libro como "el análisis de un camino que tiende a subrayar la imposibilidad de conocer el misterio de la realidad". Por su parte, el traductor, Stefano Pradel, en su epílogo, alude al yo poético de Doce como "un viajar en estado de ensoñación, somnolencia a través del mundo y del lenguaje".
Pero hay más. La editorial Jenior acaba de publicar en Alemania, en edición bilingüe, alemán y español, Wir Waren Nicht da. Su traductor es André Otto, "vinculado al proyecto de la Red Europea de Traductores literarios Castrillo de los Polvazares".
A todo esto habremos de añadir otras traducciones relevantes, recientes también. Al rumano: Nu eram acolo / No estábamos allí (trad. Melania Stancu, Junimea, Rumanía, 2020), y al árabe: Lam nacún hunaq (trad. Samir Moudi, Dar Khotot, Jordania, 2021; Maison de la Poésie, Marruecos, 2022).
Uno se alegra, en fin, de que se reconozca por ahí fuera una de las poéticas más singulares y valientes del panorama lírico español, aunque, como suele ocurrir, con tanta parquedad se celebre dentro. Tuvo uno, ingenuo profesional, un pálpito hace poco: que este año iba a merecer Maestro de distancias (mejor libro del año según El Cultural) el premio de la Crítica. ¡Qué inocente!
No puedo terminar esta crónica sin hacer mención a He extendido mis sueños a tus pies, la antología de poemas del gran poeta irlandés William Butler Yeats que ha publicado con primor Nórdica y que ha ilustrado con sumo gusto Sandra Rilova. Si siempre es un placer regresar a la poesía del genial Yeats, de la mano de Doce la experiencia torna extraordinaria. 
En su faceta de traductor, también espera uno con afán la llegada de Junto al pozo del vivir y el ver, de Charles Reznikoff (Kriller71). En la de editor, ya está a la venta No pudimos ser amables, una extensa antología poética de Bertolt Brecht que publica Galaxia Gutenberg en edición bilingüe que ha vertido al español José Luis Gómez Toré.
Por cierto, el próximo 12 de mayo, de las 16 a las 18 horas y en la salle G. 366 de la Faculté des Lettres de la Universidad de la Sorbona, el poeta participará en una lectura comentada de Lección de permanencia
Va a ser verdad que existe la justicia poética.  

NOTA: La fotografía es de Luis Burgos. 

3.5.23

Ceremonias del vivir

Ben Clark
Demonios
Sloper, Palma de Mallorca, 2023. 94 páginas.
 
 
Clark (Ibiza, 1984), traductor y director del sello Isla Elefante, consiguió el Premio Hiperión con Los hijos de los hijos de la ira, el Ojo Crítico con La Fiera y el Loewe con La policía celeste. Es autor (cito los más recientes) de Los últimos perros de Shackleton y Armisticio. Tras ¿Y por qué no lo hacemos en el suelo?, este libro delicioso que mira hacia el pasado para establecer un diálogo con sus personales demonios amicales y familiares, sentimientos u obsesiones persistentes y torturadoras (dice el DRAE) que él transforma en lo contrario. Utiliza un arma infalible: el humor. Y lo irónico. En línea con la tradición lírica británica, que en él resulta más natural debido al origen de sus progenitores; Auden, Larkin y Thomas mediante. Nos sorprende esta poesía inconfundible que mezcla con gracia hondura y sencillez y sobre la que reflexiona en “Poema adentro”, “Contra mis lecturas”, “Desearía”, “Retrato del poeta adolescente”, “Gajes del oficio”…
Versos ligeros de equipaje. “Hay pocas cosas sólidas”, aprendió de su padre (“Hipiquienne”).
A pesar de las pérdidas, y, por tanto, del duelo, el tono es más hímnico que elegíaco: “Qué fácil / es vivir junto a los muertos, / qué sencillo entender que estamos juntos”. “Hasta hacer del dolor algo ligero, / compacto, transportable”, sería el objetivo. “Porque lo que nos falta es lo que existe”.
Poemas como “Las marcas del cantero”, “Teoría de las islas”, “Obra civil”, “No sirves para nada” (debería leerse en talleres literarios), “Las vías” (Inglaterra, su abuelo), “El Tremor” (poema documental sobre un accidente ferroviario) o algunos amorosos de la parte final, como “It Should Have Been Me” (un epitalamio), perfilan la flagrante verdad que evidencian estas “ceremonias del vivir” que persiguen, “de ciudad en ciudad”, que, olvidado el ayer, “convirtamos el hoy en un refugio”.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.
 

2.5.23

Del pimentón

Se cuenta por aquí el chiste del turista que pide en un bar una cola-cola y añade: "pero sin pimentón, por favor". Sí, aunque es justa y merecida la fama del apetecible polvo ahumado de La Vera, en cualquiera de sus variantes, el fervor por el preciado producto hace que, con frecuencia, su uso se nos vaya de las manos y el condimento aparezca en cualquier plato que al cocinero de turno se le ocurra; más en estos tiempo de gastronómicas ocurrencias, nunca mejor dicho, donde, según algunos, la cocina ha alcanzado categoría de arte. Abstracto, no pocas veces. 
Pues bien, uno de los mejores momentos de mi matutina caminata diaria se produce cuando paso delante de una de las instalaciones de la prestigiosa marca La Chinata, a la altura de la rotonda de la carretera de Trujillo, y puedo oler el denso, penetrante perfume que desprende el pimentón que (supongo) allí mismo se muele para su posterior envasado. No sucede siempre. Depende de la temporada. Hoy, por ejemplo, ha podido ser. Una delicia.