Carlos Turpin, que ya diseñó y dotó de contenidos la página web personal de Guillermo Carnero (y la de uno), acaba de hacer lo propio con Eloy Sánchez Rosillo. Como es una persona con gusto y con criterio, la del poeta murciano ha quedado tan sobria y elegante como su poesía. Y como él, cabría añadir. Invito al lector curioso y, más aún, a los admiradores de los poemas de Rosillo a que naveguen por sus secciones y vean, lean y descubran. No es una mala ocupación para este tórrido verano.
21.7.22
La web de Rosillo
Carlos Turpin, que ya diseñó y dotó de contenidos la página web personal de Guillermo Carnero (y la de uno), acaba de hacer lo propio con Eloy Sánchez Rosillo. Como es una persona con gusto y con criterio, la del poeta murciano ha quedado tan sobria y elegante como su poesía. Y como él, cabría añadir. Invito al lector curioso y, más aún, a los admiradores de los poemas de Rosillo a que naveguen por sus secciones y vean, lean y descubran. No es una mala ocupación para este tórrido verano.
11.7.22
La pavorosa belleza
El
colombiano Ospina (Tolima, 1954), amén de
ensayista (Los nuevos centros de
la esfera, América mestiza, etc.) y novelista (Ursúa, El País de la Canela y La
serpiente sin ojos) es autor de los libros de poesía Hilo de arena (1984), La luna del dragón (1991), El país del viento
(1992) y ¿Con quién habla Virginia
caminando hacia el agua? (1995). Estos y un puñado de Poemas tempranos, África (1999),
así como una selección de La prisa de los
árboles (un libro “inacabado”) conforman el núcleo de su poesía a la que,
para esta edición, Ospina añade dos extensos libros inéditos: Más allá de la
Aurora y del Ganges y Sanzetti, que ocupan la mitad de un volumen
de 600 páginas y cincuenta años de escritura.
En Ospina sobresale su condición de poeta, uno de los más señeros del panorama lírico
hispano. Lo descubrí en la certera antología de Ramón Cote Diez de ultramar (Visor, 1992).
“Unas pocas palabras iniciales” abren estos poemas reunidos.
Pronto, al leer los que recupera de sus comienzos (“trozos de espejos rotos”),
se nos impone la presencia de Borges, más que un maestro. Esos particulares sonetos
y muchos versos más podría haberlos escrito el argentino. Como él, utiliza
prólogos al frente de sus entregas, compuestas por poemas extensos de versos
interminables donde se aprecia un extraordinario dominio de las formas, la
métrica (muy variada) y el ritmo, una música majestuosa y elegante por demás. No
suele faltar, otro rasgo borgeano, lo narrativo y muchos son auténticos relatos
y hasta novelas comprimidas.
Tampoco el arte es ajeno a su poética culturalista, propia
de un impenitente, curioso y perplejo viajero
que busca la belleza (Grecia, Italia, España, Francia y muchos sitios más, como
se comprueba en La prisa de los árboles o
en Sanzetti).
Y de un incansable lector. De Borges, Kafka, Nietzsche, Whitman (del que toma
su tono declamatorio: “Lo que nombro es eterno”), Hölderlin, Cervantes o Pound,
a los que convierte, además, en personajes de sus propios poemas. Admirador de Humboldt
(“este es el asombroso mundo que quiero”, pone en su boca) y de Picasso, Turner
y el Bosco.
Destaca, en fin, el uso ejemplar del monólogo dramático, muy
frecuente en su obra. Uno es otros. O de la carta, un formato que, como la
necrológica, domina.
Ospina defiende “la sobriedad, la precisión, la pasión, la
sinceridad y el ritmo” y alude a “la sagrada función de la poesía”.
Otra de sus características es la épica, omnipresente en El país del viento, un libro inspirado y
unitario por donde circulan las “voces” de mongoles, sioux, vikingos o dakotas.
Y la de Lope de Aguirre. Las que constituyeron América. “Después del mar, todo
adversario parece pequeño”.
La historia es otro lugar común. Relacionado, claro, con el
pasado y con el tiempo: “arquitecto de escombros”, “que transforma todo en magia o leyenda”.
Mención aparte merecen los dos libros inéditos que incorpora.
Más allá de la
Aurora y del Ganges surge de dos viajes a la India, a “lo ilimitado”. “A
cinco guerras de distancia”. Esta suerte de diario integra todo lo que un
viajero puede captar de ese país de dioses y muchedumbres. “¿Tú sabes que es la
India? / El universo, todo”.
Sanzetti contiene 171 poemas de doce versos divididos en
tres estrofas. Todos con la letra inicial de cada verso en mayúscula. El ritmo
(abundan los alejandrinos) es un tanto recurrente. Prima en ellos la
imaginación, las asociaciones sorprendentes y cierta irracionalidad.
Este es un libro denso, sí,
para leer despacio. Con un verano por delante, pongo por caso. La poesía de
Ospina atrapa, sin duda. “Los lectores hallarán aquí una obra de gran
complejidad y hondura, con una enorme belleza verbal”, resume Abad Faciolince.
Poesía completa
William Ospina
Lumen, Barcelona, 2022. 602 páginas. 23 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.
9.7.22
La poesía de Manuel González Sosa
En Cuadernos Hispanoamericanos se ha publicado la reseña que he escrito sobre la poesía completa del poeta canario Manuel González Sosa (Pre-Textos). Para leerla, basta con pinchar aquí.
4.7.22
De jubilación
Dos años (casi) después, por culpa de la maldita pandemia. No todo van a ser penas. Al final nos juntamos cinco compañeros: Luci, Javier, Teresa, Fermín y yo. Los del colegio "Alfonso VIII" que optamos por jubilarnos desde 2020 para acá.
Según costumbre, lo celebramos en el Parador placentino, que para eso es uno de los mejores de España. Con una comida; bueno, con dos, porque los nuevos pensionistas invitamos a un copioso y animado lunch con toque extremeño en el claustro que, para algunos, hubiera hecho innecesario el menú en sí. Que el marco sea incomparable, por usar el tópico, -estuvimos en la antigua biblioteca del convento- no significa que la cocina fuera también excelsa, aunque mal tampoco estuvo. Por seguir con las tradiciones, a los postres se nos hizo entrega de un diploma que expide la Consejería de Educación y de los regalos. Tanto antiguos jubilados como maestros en ejercicio aportan una cantidad (cada cual a quien quiere) con la que los retirados nos hacemos un regalo: viajes, aparatos electrónicos, etc. Cabe añadir que, además, cada asistente (a voluntad) se paga su cubierto, salvo los que dejan la docencia y sus respectivos acompañantes (uno por persona) que son invitados por el resto. Antes, íbamos a tomar una copa o un refresco a otro sitio (la tarde es joven), pero este año decidimos que la tomaría (quien quisiera) allí. A la primera, invitábamos también nosotros. Ya se ve que la sofisticación celebratoria es máxima. ¡Organización!, como en el chiste. Y ya que la menciono, este año la mesa presidencial ha sido enorme. Amén del equipo directivo, Luci y sus dos sobrinos, los hijos de mi viejo amigo Florentino Gargantilla, todos maestros, como su madre; Teresa y su compañera; Fermín y su mujer; Javier, Maripaz, sus tres hijos y sus respectivas novias; Yolanda y yo.
A la entrega de diplomas y regalos (no se llevan, se lee una tarjeta donde se explica en qué consiste), siguieron los discursinos. Lo primero que dije cuando empezamos a preparar el acto (grupo de guasap mediante) es que no tenía sentido que habláramos los cinco. ¡Menudo castigo! Propuse que lo hiciera en nombre de todos Javier, que unía su condición de cesante a la de (todavía) director. Y así se hizo. Como domina el asunto, de maravilla. Tuvo a bien hilar sus palabras con los versos de uno, lo que desde aquí le agradezco. Un detalle. Tomó luego el micrófono la nueva directora, Amelia, que elogió la labor y a la persona de Juanals, su antecesor en el cargo. Llegaron después los vídeos. En esta ocasión, dos. Uno sobre el quinteto (con fotografías de cada uno que van desde la más tierna infancia hasta la jubilosa actualidad) y otro dedicado a los dieciséis años de dirección de Javier. Los dos obra de Ricardo, un as del audiovisual. A todo esto, y desde que nos sentamos a comer, la novia de uno de los hijos de Javier, Ana Campo, fue entonando una bonita selección de canciones, al gusto de los más veteranos. De los Beatles a Pablo Milanés pasando, cómo no, por Serrat. No contentos con eso, hubo karaoke. Uno se atrevió, aunque en grupo: el de los hombres, con una de Raphael: "Mi gran noche", muy adecuada para esa extensa sobremesa de bailes, voces y risas. Lo pasamos muy bien. Mi hijo se extrañó de verme en una fotografía en plena carcajada. Pobre, bien sabe que le ha tocado en suerte un padre serio.
Esta crónica no puede terminar sin que agradezca de corazón a mis queridos compañeros (sí, término que incluye, como manda la RAE, a mis compañeras, que ya alguna...), sin que agradezca, decía, su compañía en la divertida celebración (a la que acudieron la mar de elegantes) y sus muestras de afecto hacia mí, ese día y siempre. No olvido a Inmaculada y a Auxi, que no pudieron acudir por una causa común y sumamente desgraciada. Ni siquiera a quienes ni asistieron ni colaboraron en el regalo. Estuvimos muy a gusto, hablo también por Yolanda. A las próximas ya irá uno más tranquilo y emboscado. Y me iré mucho antes de que la fiesta termine. A buen seguro, nos lo volveremos a pasar bien. Con esta gente... Un lujo.
1.7.22
Lostalé, 80 años
Conocí a Javier Lostalé en Madrid, donde nació, en 1991. En la rueda de prensa que siguió al fallo del premio Loewe que gané aquel año con Una oculta razón. Luego nos hemos encontrado en alguna que otra ocasión; por ejemplo, en las presentaciones de un par de libros míos en la librería madrileña Rafael Alberti. Porque pertenecemos "al linaje de los tímidos" (parafraseo el verso de un hermoso poema de Basilio Sánchez recién publicado en la revista Sibila), charlas breves y en voz baja donde siempre he apreciado la exquisita cortesía que gasta este bondadoso periodista cultural que es, sobre todo, poeta. Autor de los libros Jimmy, Jimmy (1976; 2000), Figura en el Paseo Marítimo (1981), La rosa inclinada (1995), Hondo es el resplandor (1998; 2011), La estación azul (2004; 2016), Tormenta transparente (2010), El pulso de las nubes (2014) y Cielo (2018). Su obra ha sido seleccionada en varias antologías. También ha publicado en prosa Quien lee vive más (2013), Lector de poesía (2019) y Lector cómplice (2021).
Lostalé ha dedicado su vida a la promoción de la lectura, como presentador, comentarista, entrevistador y crítico. Desde Radio Nacional de España fundamentalmente (en los programas El ojo crítico y La estación azul). Por ese dilatado y riguroso trabajo le concedieron en 1995 el Premio Nacional al Fomento de la Lectura.
Con motivo de su ochenta cumpleaños, Libros de la Revista Áurea en colaboración con la editorial Polibea han publicado un libro de homenaje titulado En su hondo resplandor. La edición es de Miguel Losada. Han colaborado casi un centenar de amigos o conocidos, lectores suyos, y el volumen reúne prosas y poemas. Supo de su existencia en una cena que tuvo lugar el día 27 en el Café Comercial y, en efecto, fue para él una sorpresa. Bendita discreción.
No es cuestión de comentar con detalle el contenido del libro (que incluye colaboraciones de calidad), pero puedo destacar los textos en prosa de José Infante (justo y combativo), Pureza Canelo (que ha tenido el detalle de enviarme el libro), Vicente Molina Foix, Rafael Soler, Luis Alberto de Cuenca, Enrique Gracia Trinidad, José Cereijo o Ignacio Elguero. También el del editor, Losada. Y los poemas de Corredor-Matheos, Antonio Carvajal, Jesús Munárriz ("el poeta es el loco del cotarro"), Antonio Colinas, Luis Antonio de Villena, Jaime Siles, José Ángel Cilleruelo, José Teruel ("El pasado se entierra en el futuro. / Somos habitantes de una espera"), Jordi Doce, Juan Antonio González Iglesias ("ordena las palabras / con la rara perfección no buscada / de los auténticos") o José Luis Rey (con un evocador poema que aparece en el número 66 de Sibila).
Por mi parte, envié a Losada este poema inédito. Lo elegí a conciencia. Con todo mi respeto, admiración y cariño hacia él, a pesar (para que luego hablen del resentimiento de los poetas) de que ostento un récord del que muy pocos vates de este país pueden presumir: nunca he pasado por La estación azul. ¡Salud, maestro!
DESVELO
Estás en la vejez, o sólo a un paso,
dices al despertarte en plena noche.
En la cocina –has ido a beber agua–
lo anotas torpemente en un papel.
Jamás antes hiciste cosa igual.
Hasta ahora era esta una ficción:
la de ese escritor que duerme siempre
con una moleskine en la mesilla.
Al volver a la cama, te desvelas.
Le das vueltas a éste, a otros asuntos
capaz de espabilar a cualquier hombre
que sabe que su tiempo se le acaba.
Bien sabemos que el sueño a estas edades
es un bien tan preciado como escaso.
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