31.10.18

Dos reseñas que se quedaron atrás


Chocar con algo
Erika Martínez
Pre-Textos, Valencia, 2017. 88 páginas.

Erika Martínez (Jaén, 1979) es autora de los libros de poesía Color carne y El falso techo, y del aforístico Lenguaraz. De su tercera entrega leyó uno la primera parte, “Mujer agita los brazos”, en la revista Años diez. Me sorprendió entonces su voz y más ahora, tras leer este libro. No es uno más. Tampoco ella una de tantas poetas de nuestro panorama lírico, aunque no olvide su condición de mujer (léase “Pruebas circulares”).
Estamos ante un artefacto bien armado compuesto por poemas escritos mayormente en prosa que nos interpelan desde el asombro. Una perplejidad inseparable de la poesía, que es ante todo misterio. Lo reflexivo, que suele partir de la mirada, se aúna a lo aforístico (que linda con lo irónico) sin que por ello se pierda nunca esa intensidad que lo poético exige. Con frecuencia aparece en los poemas la conciencia de la propia poesía, esto es, la metapoesía. Así, cuando leemos “Escribir da tanto miedo como hundir un tenedor en algo que te sostiene la mirada”. O: “Descuidaría todo para cuidar de las palabras”.
“Desiertos” (no sólo por Atacama), la segunda y chilena parte, ahonda en lo autobiográfico (sin confesionalismo) y, marca de la casa (y de generación), con la sutil denuncia de la líquida sociedad en la que naufragamos (“Ser trabajadora”, “Desarrollismo”). En “la soga de pie”, a partir de lo familiar (otra constante), lo surrealista de la trama se alía con lo realista del final: “miedo de clase”. En “Choque de viseras”, un poema feliz, el amor: “empezaba otro nosotros”.
“Nulípara”, la tercera, comienza con los poemas orientales de “Casi amor”. Precioso es el metafórico “Mal de altura”, ejemplo de una viveza imaginativa más inquietante que estridente, como “El aire de las incubadoras”. El humor irrumpe en “El punto en el cuello”, muestra de cómo la poesía puede surgir en cualquier parte. De una visita al ginecólogo, pongamos. En “Estación” regresa al tema stevensiano por excelencia: “y ahora sospecho que se escribe / después de un tiempo inmóvil, / quizás desde el vacío que sucede / a un excesivo estar haciendo”. Y: “escribir concierne al tránsito”. “Mirar a través” me ha parecido un poema perfecto.
Con “Diez intemperies bajo techo” culmina esta obra lograda. Creí, leemos, “que la poesía era su propio acontecimiento”. Y: “La poesía es una discapacidad omnipotente de la palabra: quién sabe lo que es”. Está muy claro: esto.


Es conveniente pasear al perro 
Manuel García
Hiperión. Madrid, 2017. 90 páginas.

Manuel García (Huéscar, Granada, 1966) es un hombre polifacético: filólogo (experto en la obra de Ganivet), encuadernador, bibliófilo, editor (de la sevillana Point de Lunettes), violagambista… Y poeta. Autor de EstelasSabor a sombrasCronología del malLa mirada de UlisesPoemas para perrosManual de corduraDe bares y de tumbas y La sexta cuerda, los dos últimos en Hiperión, donde aparece el libro que ahora reseñamos.
“Así es la vida –dice: el silencio y la espera entre dos golpes de trompeta, el instante que dura la piel desnuda entre dos camisas”.
En la primera parte, “De re literaria”, García despliega sus dotes de poeta crítico y traza al sesgo una poética. A partir de Cernuda, Prados, Machado, Vallejo o Blas de Otero. Contra lo establecido en el patio lírico. Porque “La más clara verdad es la poesía”. Y la “más alta barbarie”. Allí, tumbas y odios. Y fuego (“Etna”) y jazmín y suicidas. Y, cómo no, la belleza, tan efímera: “Consiste la belleza / en dejarla pasar, pero no herirla”. Y todo dicho con naturalidad y sentido del humor (aparejado a la ironía), con un lenguaje calculadamente prosaico incluso, donde el encabalgamiento juega una función esencial, aunque no se desdeñe el poema en prosa, cuando no la narrativa a secas. “Escribir es herir”, leemos.
En la segunda, “El enamorado y la muerte” (con ese título, recrea un relato), viajamos a un cementerio de Fuerteventura y a las viñas de Almendralejo. Porque cree en las ciudades como salvación, en los malos momentos recomienda: “coge un coche de tren”.
La tercera, “Poemas de Mascha Diakovsky” (que remite al cancionero de Ganivet, sus poemas franceses, que él mismo editó) incluye sonetos y un romance y logrados ejercicios de imitación, a modo de homenaje, de Miguel Hernández y Garcilaso, donde el profesor García da verdaderas “lecciones literarias”.  La intertextualidad, cabe precisar, es habitual en los versos de este consumado lector. “El amor es un pájaro pequeño”, escribe.
Por fin, en “Diario de una desintoxicación”, la cuarta, reúne “Siete sinceros elogios del aguardiente”: “Tuyo soy, aguardiente, / y tú tan mío”, dice, o: “Aprendí el duro oficio de mirar / cara a cara la muerte, / la vida trago a trago”. Muy divertido es el poema “La manguara” (versión de man’s water al andaluz del Andévalo) y un perfecto colofón el blues “Cumpleaños”: “Hoy cumples los cincuenta”. Pero sigue la búsqueda.

29.10.18

Salamanca

Alfredo Pérez Alencart es el responsable de la magna antología (seiscientas páginas) Por ocho centurias. Lleva por subtítulo "XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Antología en homenaje a las universidades de Salamanca y San Marcos de Lima, y a los poetas Diego de Torres Villarroel y Alejandro Romualdo". Suya es la selección, los pórticos y las notas. La publica (en edición no venal) la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes, que ha tenido el detalle de facilitar su lectura a quien quiera en esta dirección
En el prólogo, el profesor Alencart escribe: "Como un auténtico privilegio acogí la sugerencia de Alfonso Fernández Mañueco, alcalde de Salamanca, para celebrar, dentro del XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, el VIII centenario de la Universidad de Salamanca. La tomé como el mejor de los premios que podría obtener, porque ello me permitiría devolver lo mucho que he recibido de mi Universidad y de quienes son o han sido parte de ella a lo largo de estas centurias.
Y este darme al Estudio -al cual estoy vinculado desde hace treintaitrés años- tuvo su momento especial cuando Julio López Revuelta, concejal de cultura, aceptó mi sugerencia de incluir en el homenaje a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, atendiendo a que es la primera Universidad de América y que, además, se fundó teniendo en cuenta los Estatutos de Salamanca".
El motivo, así pues, le parece a uno estupendo y que la poesía sea protagonista, un lujo. 
A los poetas invitados al encuentro se nos solicitó, además de una breve muestra de lo ya publicado, un poema sobre esta ciudad inseparable de su condición universitaria. Una difícil encomienda. 

SALAMANCA

Cuando era adolescente imaginé
que sería estudiante en Salamanca,
mi ciudad ideal desde pequeño.
Porque los sueños rara vez se cumplen,
acabé en otra esquina provinciana.
Más próxima, más triste y más al sur.
El caserón donde estudié no era
un dorado edificio en piedra franca,
ni a la universidad la contemplaban
ocho siglos de historia y de cultura.
En esas aulas no enseñó Unamuno
ni pudo uno escuchar sabias lecciones
como las que decíamos ayer.
Fue otro mi destino, sólo eso.
Tampoco he renunciado desde entonces
a pasar cuanto pude en este sitio
donde vivir parece más sencillo.
De este lugar alzado de la ruina
rescato ahora un momento memorable:
el de escuchar a Adam Zagajewski
leer sus versos en el Aula Magna
del Palacio neoclásico de Anaya.
Aquel día bajé las escaleras
con el mismo fervor con que, muchacho,
las habría ascendido hasta ese afán
de hacer Filología en Salamanca.

27.10.18

Bernal

Del mismo modo que nuestro añorado amigo José Miguel era Castelo, José Luis es Bernal. Así me refiero a él desde hace muchos años. Sí, nos conocimos cuando éramos aún estudiantes en su Cáceres natal, antes de que ninguno de los dos hiciera públicas sus veleidades literarias. Entonces la procesión iba por dentro.
Como recordaba hace poco Javier Cercas, y con permiso de Horacio, “no tengo ninguna duda de que sin admirar a los buenos no hay forma de emularlos”. Por eso mi amistad a lo largo con Bernal está fundada, desde el principio, en la admiración. Por las dos facetas que definen a este ser, digamos, bifronte: la del profesor y estudioso y la del creador y poeta. Ya lo señalé recientemente, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Extremadura, un hecho, por cierto, muy significativo para los escritores extremeños de su generación, la de los 80 o de la Democracia, y ya allí para los de la “Cosecha del 59”, que diría Elías Moro.
Aunque nunca me ha dado clase, me consta que es un docente de los que honran a nuestra agraviada universidad. Más allá, en su tarea de estudioso, sí he podido apreciar como es debido sus ensayos e investigaciones sobre, pongamos por caso, la literatura de Vanguardia, la poesía del 900 y la del 27, centrada en las obras de Luis Cernuda y Gerardo Diego. En este sentido, Bernal ha sabido colmar sobradamente las expectativas que su maestro Juan Manuel Rozas supo depositar en él. Los dos profesores, los dos poetas, los dos críticos y, no lo olvido, los dos bibliófilos; como Moñino, otro de sus referentes, a quien dedicó una excelente monografía.
Fui consciente, desde muy pronto de su valía como poeta (estaba en el jurado que le concedió el premio que dio origen a su primer libro) y he seguido su parca carrera poética con creciente interés. No en vano considero su último libro, Tratado de ignorancia, el mejor de poesía de cuantos ha dado a la imprenta, además de Primavera invertida (1984) y El alba de las rosas (1990).
Pero no se agota la biografía de José Luis Bernal en una simple enumeración de méritos académicos y de logros líricos. También he tenido la suerte de admirar al Bernal humanista, el más cercano al hombre que en realidad es. El mismo que se comprometió en su incipiente juventud con las ideas de la No Violencia propugnadas por Lanza del Vasto, algo normal si se tiene en cuenta su educación franciscana y pacífica. El mismo que se implicó de lleno en el Centro Unesco Extremadura, del que es Vicepresidente desde su fundación, una entidad donde la figura de Castelo, su mentor y amigo, sigue brillando. Este vínculo no es sino uno más de cuantos conforman su compromiso con Extremadura –otro gesto generacional–, una tierra que pedía a gritos complicidades como la suya: la de personas formadas, rigurosas y con criterio.
No olvido, solo faltaría, que cuando las cosas vinieron mal dadas en la Editora y fui destituido, publicó un artículo, no carente de osadía, en mi defensa.
A su elegancia intelectual –que coincide, cómo no, con la personal–, a su noble carácter educado, sereno y cariñoso (nunca falta en su boca un “mi niño”), al tipo inteligente, se suma lo que uno considera, acaso por contraste, una rareza: la de su amor por el flamenco, del que es un entendido, como lo fuera otro de sus maestros, el fortuito extremeño Félix Grande. 
Podría evocar muchos momentos cómplices en compañía de Bernal, casi siempre junto a otros amigos también escritores. En congresos reuniones, jornadas, presentaciones, etc. Me quedaré con uno muy especial para mí que él acaso ni siquiera recuerde. En una sala de la antigua Facultad de Letras (de la que ahora es decano), cuando presentó mi libro Una oculta razón. Su agudeza crítica me dejó aquella mañana sorprendido. Esa admiración, ya digo, no ha cesado, ni mi felicidad agradecida por haberlo tratado y conocido.

Nota. Este texto forma parte del homenaje de la Unión de Bibliófilos Extremeños (UBEX) a José Luis Bernal y se ha publicado en la Gazetilla

25.10.18

Cosas que pasan

Me he decidido a contarlo. Quién si no. En el último claustro del pasado curso, cuando pensaba que aquello por fin había concluido (dos horas dan para mucho), saltó una sorpresa. Olvidé que estos últimos años el equipo directivo reconocía la labor de algún docente y, mira tú por dónde, ese inmerecido honor, que lo mismo sirve como título de "maestro del año" que como aviso, en mi caso, de una jubilación anunciada, le estaba esperando a uno. Bromas aparte, no deja de ser una alegría que los que trabajan contigo piensen que mereces una recompensa, jefes incluidos. Uno cree, con todo, y ojalá no suene a falsa modestia (sería un fracaso si así fuera), que cualquier logro en las tareas laborales es el resultado de la suma de los esfuerzos de todos. Bueno, vale, de casi todos. Con la biblioteca y los planes de lectura y escritura que uno coordina, razón del reconocimiento, eso está clarísimo, dicho lo cual, no puedo sino dar las gracias. Más aún por rematar la faena con un pase inesperado: dar el nombre de uno a la biblioteca del colegio. Será un rótulo efímero, sí. Ya se sabe que la intención de nuestro Excelentísimo Ayuntamiento es derruir dos colegios públicos, el "Ramón y Cajal" (el más antiguo) y el "Alfonso VIII" (el mío, a punto de cumplir 50 años), y construir uno nuevo en las Huertas de La Isla. Pronto, según dicen, aunque el polémico tema sigue dando que hablar. Y lo que queda. (Aprovecho para afirmar, dejando al margen los detalles, que esta fusión me parece innecesaria y ese prepotente edificio de viviendas que iría al lado del nuevo centro escolar, una catástrofe urbanística.)
Para colmo de bienes, mi compañera Teresa Antúnez ha pintado un cuadro precioso (abajo), que se me entregó a modo de trofeo en la mencionada reunión. Ya le estoy buscando una pared en casa. Muy agradecido, soyana. 
Ricardo Arroyo, nuestro eficiente secretario, lo recoge así en una de sus muy leídas actas: "Tras los ruegos y preguntas, el Sr. Director, D. José Javier Juanals, de baja en el centro, se persona en el claustro y toma la palabra para, a propuesta del equipo directivo y en nombre del claustro de maestros, homenajear al maestro Álvaro Valverde Berrocoso, coordinador de la Biblioteca Escolar y Plan Lector y Escritura, por su desinteresada dedicación y buen hacer en estos años en lo referente a la Biblioteca del centro. También se acuerda que a partir del próximo curso la Biblioteca Escolar reciba el nombre de 'Biblioteca Maestro Álvaro Valverde'. El homenajeado recibió un hermoso regalo y gran ovación de los presentes, quien en todo momento se mostró emocionado y muy agradecido".
Pues bien, ayer, Día Internacional de la Biblioteca, tras la lectura en el patio, al final del recreo, de algunos fragmentos del precioso pregón de Irene Sánchez Carrón y de tres poemas suyos, que en la voz de los muchachinos quedaron estupendos, volvieron a darme otra sorpresa. Ingenuo que es uno. Al parecer, todo el mundo lo esperaba menos yo. A lo peor es que en vez de ingenuo soy gi... El caso es que el director habló bien de mí y los alumnos aplaudieron y Amelia Trancón, la jefa de estudios, me entregó una rosa y el director una reproducción (arriba) del rótulo que se ha instalado en la puerta de la biblioteca escolar. Los de 6º, mi compañero Jesús (autor del reportaje gráfico) y los miembros del equipo directivo me acompañaron hasta ese lugar y allí tuve ocasión de descubrir la placa. No hubo palabras. Antes, una niña leyó (muy bien) "Futuro", un poema de El cuarto del siroco. Más aplausos y más fotos. Luego, a clase.
Hace justo ahora diez años que llegué al 'Alfonso VIII'. A estas alturas ya puedo asegurar que ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Y no sólo por esto. Dejo esa historia para otro día.
En fin, contado está. Cosas, ya digo, que pasan. Mil gracias.



19.10.18

Un homenaje


Ayer se celebró en el Teatro López de Ayala de Badajoz un homenaje al que fuera consejero de Cultura de la Junta de Extremadura Francisco Muñoz Ramírez con motivo de su reciente jubilación. Este texto iba a leerse en ese acto, aunque al final, me cuenta mi amigo Miguel Ángel Lama, sólo tomaron la palabra algunos de los presentes. Con todo, ahí va.  

PACO

A secas. Como siempre le hemos llamado. Muñoz Ramírez, sí, que ahora se jubila. Me hubiera gustado poder acompañaros –a vosotros y, por supuesto, a él– en el acto que celebra ese feliz acontecimiento, pero los deberes laborales me obligan a permanecer en Plasencia, y bien que lo siento.
Cuando me llamó Reyes Picazo para informarme al respecto, agradecí, sobre todo, que Paco me considerara uno de sus amigos, alguien digno de acompañarlo en este delicado trance. Todo un detalle.
Nos conocemos de antiguo. Para él, desde entonces, Alvarito. Desde sus años en Diputación, a principios de los ochenta. A través del inefable Ángel Campos, nuestro añorado amigo común. También lo fue, y cuánto, de otro amigo del alma: Fernando Tomás Pérez González, compañero suyo de estudios, y, como el anterior, personaje clave en la normalización cultural de esta tierra. Cito a estas personas, evoco la amistad, y, de inmediato, surge la palabra “admiración”, pues no hay posibilidad de querer a nadie sin admirarlo. Es el caso.
Tuve la suerte, desde 2002 hasta 2008, de trabajar en la Consejería de Cultura que dirigió con talento y mano firme. Primero en el Plan de Fomento de la Lectura que impulsó, y luego en la Editora Regional, tras la triste, intempestiva marcha de Fernando. Antes, desde la Asociación de Escritores Extremeños, ya habíamos colaborado en numerosos empeños.
Fueron años, diría el poeta Antonio Colinas, “tan intensos como difíciles”. Fue un consejero de largo recorrido (un mérito que hemos de reconocer al presidente Ibarra) y su gestión, modélica, consiguió, ya lo decía, poner a Extremadura en la hora de España. Y en la del mundo.
Trabajador incansable, sus jornadas, desde el recuerdo, no tenían horas. Que se lo pregunten a Luisa, su jefa de gabinete. O a cualquiera que estuviera en esa época en la Consejería. No, esos años no volverán. Hace tiempo que la cultura se jodió por estos lares sin remedio, o eso parece. Es lástima porque se podría haber rematado la faena que con tanto acierto Paco inició.
Este hombre ha tenido lo que exigía de sus colaboradores: criterio. Uno valora mucho ese concepto. Es propio de gente inteligente. Por lo demás, a los hechos me remito, ha demostrado ser alguien honesto con sus ideas y fiel a sus principios. No es poco. Más si se milita en un partido.
En el ejercicio de sus responsabilidades culturales y políticas, ha sufrido frecuentes sobresaltos, algunos bien ingratos. Porque es inevitable en la amistad verdadera, hemos compartido, qué remedio, algunos enemigos. Gente mezquina de la que no hemos podido presumir, en tanto que adversarios, porque nunca estuvieron, querido Paco, a la altura. Por eso los ha calificado uno de impresentables.
Termino. Ojalá la jubilación te dé ocasión de disfrutar aún más de la vida. Y de los libros, que para eso eres lector, otra de las virtudes que te adornan. Puedes estar seguro de que te mereces el descanso. ¡Salud, Paco! Que no decaiga. Un fuerte, fraternal abrazo.             

12.10.18

Ignacio del Dedo lee Jardim do Paço

Mi viejo amigo, compañero de trabajo en el colegio de Jerte, ha tenido a bien leer en voz alta mi poema "Jardim do Paço". Muito obrigado. 

8.10.18

Zweig dixit

El poeta Basilio Sánchez, tras leer el artículo "Público, no lectores", publicado el viernes en El Cultural, me envía esta cita de Stefan Zweig, tomada de esa obra maestra que es El mundo de ayer. Qué oportuna. Por eso la traigo aquí. Merece ser recordada y compartida. Como bien dice, en el libro "se recogen sus recuerdos sobre los poetas a los que admiraba y tuvo la suerte de conocer en el París de principio de siglo (Valéry, Verhaeren, Rilke, Pascoli, Francis Jammes...), cuando era sólo un joven apasionado por la literatura que iniciaba su andadura como narrador.
Pienso que define a la perfección la esencia de la escritura poética y la actitud, frente al mundo, del creador verdadero". Sí. Gracias. 

"Cuando recuerdo los venerados nombres que iluminaron mi juventud como constelaciones inalcanzables, me asalta irresistible está melancólica pregunta: estos poetas puros, consagrados exclusivamente a la creación lírica, ¿volverán a repetirse en nuestra actual época de turbulencia y conmoción general? No lloro en ellos una generación perdida, una generación sin sucesión directa en nuestros días, si no una generación de poetas que no codiciaban nada de la vida exterior: ni el interés de las masas, ni distinciones, ni honores, ni beneficios; que nada ambicionaban si no era enlazar estrofas una tras otra, con la máxima perfección, en un esfuerzo callado y, sin embargo, apasionado, cada verso impregnado de música, resplandeciente de colores, ardiente de imágenes.
Formaban un gremio, una orden casi monástica en medio de nuestro mundo tumultuoso; para ellos, conscientemente alejados de lo cotidiano, no había en el universo nada más importante que el sonido dulce y, sin embargo, más duradero que el fragor de los tiempos, con que un verso, al encadenarse con otro, liberaba una emoción indescriptible que era más silenciosa que el susurro de una hoja llevada por el viento y que, en cambio, rozaba con sus vibraciones las almas más lejanas.
Qué impresionante eran para nosotros, los jóvenes, la presencia de aquellos hombres fieles a sí mismos. Qué ejemplares aquellos rigurosos servidores y guardianes de la lengua, que consagraban su amor exclusivamente a la palabra purificada, a la palabra válida no para la inmediatez del día y de los periódicos, sino para lo perenne e imperecedero. Casi daba vergüenza mirarlos, pues cuán quieta era la vida que llevaban, cuán falta de apariencias, cuán invisible. Uno, viviendo en el campo como un labriego; otro, dedicado a un oficio humilde; el tercero, recorriendo el mundo como un peregrino; y todos ellos, conocidos tan solo por unas pocas personas, pero tanto más queridos por ellas. Uno vivía en Alemania, otro en Francia y un tercero en Italia, pero todos compartían una misma patria, porque solo vivían en la poesía, y así, evitando lo efímero con una estricta renuncia y creando obras de arte, convertían en obra de arte su propia vida".

6.10.18

Público, no lectores

“Desde el primer libro tengo claro que el público merece un respeto mayúsculo”. “Espero no defraudar al público”. Son declaraciones de Elvira Sastre, cabeza de serie de la denominada poesía juvenil o parapoesía, por decirlo con Luis Alberto de Cuenca, presidente del jurado del premio Espasa, patrocinador, curiosa paradoja, de ese subgénero. Así no habla un poeta. No hasta ahora, quiero decir. Fue Francisco Brines quien se encargó de acuñar una feliz sentencia firme acerca del asunto: “La poesía no tiene público, sino lectores”. A quienes la subscribimos se nos califica ahora de “puristas”. Y ahí, según creo, está la clave: en la lectura. En qué si no. En no conformarse con quedar bien ante unos oídos agradecidos que se contentan con poco o casi nada. Adolescentes, sobre todo. Sin formación literaria, aunque haya excepciones. Prójimos que por la simpleza e inmediatez de los mensajes divulgados, por el lenguaje prosaico en el que están escritos, por los lugares comunes que corean, no exigen del poeta, un suponer, que haya explorado las múltiples tradiciones que conforman eso que denominamos, no sin fervor, poesía. Algo complejo, sin duda, como la vida misma, a la que toman casi siempre en vano. De ahí que presuman incluso de ignorancia. O que en sus entrevistas, donde mejor se retratan (y mira que abusan de la imagen), citen siempre a los mismos, pocos, nombres desgastados y sin fuste.
Los de la inmensa minoría tuvimos las primeras noticias de este movimiento de raíz internáutica (como "nuevo canal de comunicación bestial" calificó la citada Sastre a la red informática) a través de suplementos como éste, de las listas de libros más vendidos. Ni nos sonaban los autores ni dónde publicaban. Nos hacían gracia sus títulos patosos. Empezó a preocuparnos su alcance cuando comenzaron a acaparar, entre iguales, los festivales, los premios o las antologías. Y las páginas de cultura de los periódicos. Hoy su efecto parece imparable. Llenan, dicen, teatros. Uno, desde su ingenuidad, no descarta que en este fenómeno haya, además de marketing, negocio. Es la economía, imbécil. Si es verdad que agotan ediciones, si sus seguidores se cuentan por miles, si viven de eso...
Hay síntomas que a uno le desconciertan. Por ejemplo, que en las conmemoraciones del 30 aniversario del Loewe, un galardón llamado a proclamar la excelencia, se les dé acomodo. O que defiendan su manera de hacer (lo que aquí se cuestiona, el respeto por las personas es sagrado) poetas presuntamente formados e informados. No creo, en fin, que sea una casualidad que en el libro ganador de un sustancioso y antaño acreditado premio con nombre de ciudad sureña no aparezca, como solía, la composición del jurado. ¿Acaso por vergüenza?, me pregunto.
De moda hablan unos. De apocalipsis poética otros. No será para tanto. Me da que la farsa –confundir la infinita cadena de la poesía con estos desahogos liricoides– dura ya demasiado, aunque sospecho que va a más. Sí, los hay que se han dado cuenta de que esto es rentable. Pobre poesía.

Nota: Este artículo apareció ayer en la nueva sección "Dardos" de El Cultural. Se enfrentaba, digamos, a otro de Loreto Sesma. Ambos en torno -a favor y en contra- del fenómeno parapoético.

4.10.18

De "El cuarto del siroco"













Hoy sale a la venta El cuarto del siroco. Para celebrarlo, publico este poema que acaba de aparecer en el espléndido número 14 de la revista asturiana Anáfora, que coordinan Pablo Núñez y Candela de las Heras.

TRISTEZA

He venido hasta aquí a nombrar la tristeza.
Porque es un sentimiento venerable.
Del hombre, por encima de cualquiera.
Ya lo dijo Szymborska:
“Es triste por naturaleza el ser humano”.
Se advierte entre las lágrimas del niño
que lamenta la ausencia de sus padres.
En la turbia mirada del que observa
emboscado en lo oscuro cada miedo.
En ese solitario que se asusta
de la noche y sus fieras pesadillas.
O en el adolescente que confuso
se enfrenta con pavor a sus delirios.
Es la misma tristeza
que siempre ha acompañado
a hombres y mujeres como sombra.
En muchas circunstancias.
A veces sin porqué.
Sin saber ni siquiera desde dónde.
La que se precipita cuando piensas
en lo que al fin y al cabo fue tu vida.

2.10.18

Jiménez Millán y Fidalgo Lareo en El Cultural


Antonio Jiménez Millán.
Visor. Colección Palabra de Honor, Madrid, 2018. 110 páginas. 

Jiménez Millán (Granada, 1954) ha centrado sus investigaciones, como profesor, en la poesía española y catalana contemporáneas. Como poeta, reunió una muestra de sus primeros libros en La mirada infiel. Antología 1975-1985 (hay una edición posterior ampliada). Llegaron después Ventanas sobre el bosque (premio «Rey Juan Carlos I»), Casa invadida, Inventario del desorden (premio «Ciudad de Melilla») y Clandestinidad (premio «Generación del 27»). En 2015 publicó Ciudades. Antología 1980-2015.
Dividido en ocho partes, Biología, Historia comienza con la serie “Partituras”, dedicado a Luis García Montero, y termina con un extenso poema que da título al conjunto y que retrata a Juan Carlos Rodríguez. Si lo menciono es porque esta poesía es cómplice del magisterio del segundo, teórico de La otra sentimentalidad, origen de la denominada Poesía de la Experiencia, de la que el primero sería el máximo representante.
Granada (la de su infancia, sobre todo) es, por lo demás, el motivo central de los primeros versos del libro, que se abre con el pessoano “El poeta es un fingidor”. “Yo quería leer una ciudad”, escribe, y añade: “Leer una ciudad es seguir una vida”.
“Ayer cumplí sesenta años”, dice en “La Memoria y los días”, la segunda serie, y ahí, la muerte, la juventud, los carros o los lápices, que dan una visión en blanco y negro muy acorde al tono melancólico y memorístico del volumen. Y la figura del padre. Y Nueva York. Todo evocado con un lenguaje llano, conversacional, de índole narrativa, ceñido a metros regulares y a un ritmo lento.
En "Disolución" prima lo civil, desde la Guerra, siempre presente, hasta los atentados de Las Ramblas. En "Banderas" se alude a la actualidad: "Cuántas veces se usan las banderas / para esconder la corrupción". "Es un paisaje yerto la memoria", escribe.
"Homenajes" celebra a Gil de Biedma, Kafka, Miguel Hernández o Machado. "Carnets" agrupa prosas sobre el resentimiento, el viaje y la identidad ("Si alguien te pregunta quién eres, dile que nadie o todo el mundo"). "Pantalla" es el cine y la fotografía (de Atget). Y el suicidio (de Trakl), un acto "sin grandeza". Y otros tiempos, en Aix-en-Provence, por ejemplo: "Esta ciudad es parte de mi vida". En "Rehabilitación", en fin, vuelve al tema del suicidio, cuando evoca a Ferrater. Y al dolor ("No más mitología del dolor"). Y a la enfermedad (que hace envidiable la antigua rutina). Para concluir: "Yo sólo quiero celebrar la vida".

Pablo Fidalgo
Pre-Textos, Valencia, 2017. 96 páginas.
Ediciones Rialp. Adonais. Madrid, 2018. 52 páginas. 

La poesía de Fidalgo Lareo (Vigo, 1984) ha logrado irrumpir con fuerza en el panorama. A La educación física y Mis padres: Romeo y Julieta le sigue Esto temía, esto deseaba. Una sucesión de poemas extensos componen las tres partes y el epílogo de esta obra que se abre con una cita de Mario Luzi, de donde toma el título. Y sí, entre el temor (“¿nos falta algún miedo?”) y el deseo se mueven los versículos de estos monólogos donde, paradójicamente, nunca falta el diálogo, y donde abundan las preguntas que formula alguien que viaja o que huye, que se mueve incesantemente (“Mi juventud fue una peregrinación”) a la busca de su propia identidad. Un ser solitario, “un extranjero”, rodeado de gente. Alguien que relata su historia para intentar comprenderla, pero también las historias de “vidas que no eran la mía”. A la voz de Fidalgo se unen en el libro otras que no dejan de evocar el desconcierto y la perplejidad de cuanto sucede a su alrededor. Siempre desde un tono confidencial y cercano, de apariencia autobiográfica.
“Un año sin volver a casa”, el poema inicial, marca el territorio de este nómada que reside en Lisboa, “la ciudad en la que escribir / el libro alucinado que siempre quise escribir”.
Su recorrido le lleva a Portugal, Italia, Francia, Argentina... “Todo mi deseo cabe en una maleta”. “Estoy conociéndome”, dice. Y: “Verás que en un poema / cabe todo el viaje”.
Unitario, como éste, es también el segundo libro que comentamos, accésit del premio Adonais, y como el anterior sustentado en el tema de viaje que, en Fidalgo, es un modo de vida. Él, un ave de paso más. Un viaje –interior y exterior–, por la juventud (“Cada uno de nosotros representa una forma / de entender la juventud”), a la luz, a Italia, una suerte de patria marítima. A Sicilia, sobre todo. A los “Mediterráneos”. Un mar de muertes, recuerda. A un país, en fin, que ama “de abajo a arriba”. Palermo, Lucca, Módica, Licata… Tan distinto, aunque complementario, de su natal Galicia y de Portugal, otra de las patrias, ya se dijo, de este poeta errante. Tampoco falta el amor, ni la figura del padre, ni esas conversaciones dentro del poema e innumerables preguntas.
“Todos llegan aquí buscando cosas muertas / y tú has llegado buscando la vida”, escribe. Y al acabar: “seguimos observando lo que vendrá”.

Nota: Las reseñas de los libros de Jiménez Millán y Fidalgo Lareo aparecieron el pasado viernes en El Cultural.