28.2.18

Vida literaria, o así

HOY/Andy Solé
Ni me gusta ni uno la ha practicado nunca, o casi. De ahí que cuatro días seguidos de festejos literarios le hayan dejado a uno transío. Me refiero a las actividades de Centrifugados y, antes, a la presentación de Un final para Benjamin Walter, el penúltimo libro de Álex Chico -el último es Vivir enfrente (Nueve conversaciones)- que tuvo lugar, con la debida concurrencia, en La Puerta de Tannhäuser. 
No es que uno haya acudido a todo lo programado en la cuarta entrega de Centrifugados, pero sí he asistido a algunas lecturas (me gustaron mucho la de José Antonio Llera y la de Valter Hugo Mãe), un par de mesas redondas (que este año me han parecido muy interesantes), la performance de Gonzalo Escarpa (no es lo mío, como los recitales a altas horas de la noche) y, no me olvido, la entrega del Premio Centrifugados a Luis Landero, con discursino previo de Gonzalo Hidalgo Bayal (cuánto se puede decir en tan pocas palabras, pongamos setecientas). Con Landero tuvimos ocasión de compartir unas cuantas horas de conversación y amistad, acaso las mejores del fin de semana. Y ya que menciono la palabra amistad, bueno será recordar la cantidad de amigos -gracias- con los que uno se ha encontrado por fin o sencillamente reencontrado en esos intensos días.
Nos pilló por sorpresa la decisión de Cumbreño, dispuesto a suspender esos encuentros que tan bien ha sabido concebir y llevar, sobre todo este año. Comprende uno que esté cansado (su empeño es muy personal) y que su salud se resienta y que las trabas burocráticas hastíen a cualquiera, pero sería deseable que siguiera. Me consta la buena disposición del Ayuntamiento de Plasencia, que, no se olvide, los ha hecho en parte posibles. Lo merecen sus entregados seguidores, un nutrido grupo de lectores, editores y escritores, y también la pobre Extremadura, por más que su alcance sea, es verdad, universal. La prueba es esa edición que se anuncia en Cleveland para 2020. 
Decida lo que decida Chema, nadie podrá discutir que lo conseguido es mucho. Con todo, ojalá continúe la fiesta. No pocos (sosos incluidos) estaríamos dispuestos a echarle una mano, y él lo sabe. Chapeau!

Presentación


26.2.18

Vuelve Rosario Castellanos

No creo mentir si digo que la reciente recuperación para el lector español de la voz inconfundible y necesaria de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 - Tel Aviv, 1974) se debe a la poeta Amalia Bautista y a la editorial Renacimiento, que en 2011 editaron Juegos de inteligencia, un florilegio de la mexicana con poemas que iban de 1948 a 1972. Celebramos entonces su salida y ya nunca hemos dejado de leerla. Por eso me ha alegrado tanto que J. G. S. (es decir, Jesús García Sánchez o Chus Visor) haya publicado en su casa otra antología de Castellanos con versos seleccionados por él mismo. A eso se le llama perspicacia. Y criterio editorial. Antología poética se titula. No contento con eso, el editor ha buscado para abrirla un maravilloso, viejo texto de José Emilio Pacheco que añade aún más aliciente a la muestra. El año en que el autor de Tarde o temprano escribió “Rosario Castellanos o la literatura como ejercicio de la libertad”, 1974, moría la poeta en Israel, donde desempeñaba el cargo de embajadora, por culpa de “un desgraciado y estúpido accidente doméstico, electrocutada por una lámpara que fue a encender recién salida del baño con las manos mojadas”, cuenta Bautista. No había cumplido los cincuenta años. 
Del incisivo prólogo de Pacheco, que tuvo “el privilegio de tratarla”, podemos destacar frases como: “Naturalmente no supimos leerla”, una confesión que de tantos cabría haber dicho, se dice y se seguirá diciendo en el futuro. Fue una “precursora”, afirma. Es verdad que luego añade, con melancolía y belleza, como curándose en salud, que “nadie puede saber verdaderamente quién es un poeta hasta que sus versos son su única voz, hasta que nos hablan no ya de la muerte sino desde la muerte, y al cerrarse sobre sí mismos se iluminan de su auténtica luz”. Parece el caso. Destaca de ella “la bondad, la generosidad, la simpatía, la lucidez”. Nos habla de su biografía y, por ejemplo, de 1948, “el año decisivo”, cuando mueren sus padres y ven la luz sus dos primeros libros: Trayectoria del polvo y Apuntes para una declaración de fe. Alude a su obra narrativa (como la exitosa Balún Canan) y a su compromiso con la mujer (en eso fue también una precursora y, por supuesto, una feminista convencida) y con los indígenas (ni “misteriosos ni poéticos”), a los que devolvió sus tierras tras heredarlas. Bautista explica que “tuvo, desde su infancia, una conciencia clara de lo que significaba ser blanca frente a los indios y mujer frente a los hombres”. Pacheco, que “al reflexionar críticamente sobre el significado de ser mujer y de escribir poesía adquirió la desconfianza hacia los temas sensuales, la precaución contra la grandilocuencia, la perspectiva irónica, el afán de experimentación y la aceptación de lo desagradable como material poético”. Por su vocación teatral, añade (la edición incluye Salomé y Judith (poemas dramáticos), estuvo cerca de la “lengua hablada e hizo de su versificación un instrumento transparente y exacto”.
En sus respectivas selecciones, Bautista y Visor sólo coinciden en tres poemas. Entre ellos, destacado por Pacheco como “uno de nuestros grandes poemas”, “Lamentación de Dido” (“Mi lenguaje se entronca / con el de los inmoladores de sí mismos”). Pero hay más, mucho más. En “Distancia de amigo” leemos: “(No es de los que invocan a la muerte. / Es de los que la hospedan, silenciosos, / en el sitio más hondo de su cuerpo.)” En “Nocturno”: “Nuestro destino es padecer la noche”. En “Muro de lamentaciones”: “Porque yo soy el éxodo”. En “Eclipse total”: “Nuestra patria es la muerte”. En “Misterios gozosos”: “Yo ya no espero, vivo”. En “Destino”: “Matamos lo que amamos” y “El hombre es animal de soledades”. En “Lívida luz”, por fin: “No, no quiero consuelo, ni olvido, ni esperanza”. 
Amalia Bautista resumió muy bien los “rasgos fundamentales” de su poética autobiográfica, incomprensible si no tenemos en cuenta su infancia y adolescencia en Chiapas o su fallido matrimonio con el filósofo Ricardo Guerra. “De ese amor desgraciado ella sacó un hijo, algunos de sus mejores poemas y toneladas de tristeza y culpa”. De ese hijo, Gabriel, dijo en “Autorretrato“: “Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño / que un día se erigirá en juez inapelable / y que acaso, además, ejerza de verdugo. / Mientras tanto lo amo”.) Entre esos rasgos, “el desgarro, el impudor, la amargura, la soledad y la aceptación de la derrota, de las múltiples y pequeñas derrotas de cada día y de las grandes y definitivas derrotas del alma. “La ironía, el humor negrísimo, la osadía, el desacato, la burla y la capacidad de reírse abiertamente de todo y de todos, empezando por ella misma, están presentes en sus poemas”, concluye.
Sí, la de Rosario Castellanos es “alta poesía” y está reunida en Poesía no eres tú: Obra poética 1948-1971 (FCE). Como bien dice Pacheco, lo mejor es repetir de nuevo lo que dijo Pound ante el féretro de Eliot: “Léanla”.

Antología poética
Rosario Castellanos
Edición de J. G. S.
Prólogo de José Emilio Pacheco.
Visor, Madrid, 2017

Esta reseña se ha publicado en el número 133 de la revista Clarín.

23.2.18

Tres extremeños

Del nuevo libro de José Manuel Díez (Zafra, 1978), El país de los imbéciles (título tomado de una cita de Bolaño) diré, para empezar, que no ha defraudado mis expectativas. Ganó el premio Jaén y lo publica Hiperión. Es el libro inteligente, sereno y maduro de alguien que ya justificó de sobra que merece un lugar al sol de la poesía española (y ultramarina) de este siglo. 
Toca fibra sensible, es cierto, y está muy apegado a la realidad que nos ha caído en suerte, pero en ningún momento cae en lo banal ni se atreve a practicar el inútil arte de la demagogia. Y no hay mejor manera de salvarse de esas tentaciones que el mundo pone a nuestros pies que con el ejercicio riguroso del verso, a partir de múltiples y bien asimiladas lecturas, construyendo poemas dignos de tal nombre, sólidos refugios contra la intemperie donde nunca, por cierto, falta el amor. Ni la compasión. Ni la paz, la fuerza y el gozo de quien observa la vida desde dentro. Y así, con autenticidad, desde el humanismo, la vive. Y hasta la canta. 

Me ha sorprendido mucho Liberalismo político, premio de poesía joven Antonio Carvajal, de Francisco José Chamorro (Fregenal de la Sierra, 1993), que publica también Hiperión. Debí leer su ópera prima, de la que al parecer reniega, Une rose dans les ténèbres, pues apareció en la Editora Regional en 2015.
Chamorro, como quiere que le llamen, tiene la misma edad que mi hijo, algo que tal vez haya condicionado mi lectura. Lo que cuenta aquí, con desgarro y sentido, con una lengua tan poderosa como natural, es la vida misma, sí, pero elevada a categoría artística. Quiero decir que esto es poesía y no otra cosa. Los vuelos baratos, las sórdidas habitaciones en pisos de estudiante, los amores frágiles, las novias perdidas, la engañosa publicidad, los padres, las redes sociales o los pasillos de las grandes superficies conforman el paisaje de este microcosmos que es, en rigor, el mundo entero. Alguien vuelve a Extremadura, a Fregenal, su pueblo, y comienza a trabajar en la industria cárnica. Atrás, grados y estancias en universidades nacionales y extranjeras. Y amores. La vida misma, ya dije. Y al fondo, lo precario, la pobreza, esa que se ha constituido con la debida naturalidad en el eje de las vidas de la generación de nuestros hijos. Este me ha parecido, sí, un libro de verdad. No olviden el nombre de guerra de este poeta: Chamorro

Urbano Pérez Sánchez (Hervás, 1981), licenciado en Humanidades por Salamanca y profesor de secundaria en Plasencia publicó en 2010 y en la Editora Regional de Extremadura su primer libro, Del tiempo, los cambios. Si lo menciono es, sobre todo, porque Trieste, que ve la luz en la misma casa y en la preciosa colección La Gaveta, no deja de ser un diario escrito al mismo tiempo que aquellos poemas. Un diario lleno de reflexiones sobre la propia escritura, pero también de anotaciones sobre la intimidad de quien lo escribió y ahora lo recupera. Lo ha dicho Andrés Trapiello en su último tomo del Salón de los Pasos Perdidos, Mundo es: "Sin intimidad no hay literatura que valga, aunque para compartirla haya que aparecer tras un disfraz". 
Él, su pareja, su familia... La muerte. Lo fragmentario y lo difuso logran trasladar al lector, sin embargo, una sensación de orden y concierto. Tras la aparente fragilidad y la confusión de quién pretende comprender lo que le ocurre, encontramos la piedra preciosa de un breve texto genuino que no deja indiferente a quien lee y, al hacerlo, se adentra en el túnel secreto de las vidas ajenas.

CODA.
He titulado esta entrada deliberadamente así porque, más allá de su condición de poetas formados y cosmopolitas, los tres son extremeños por nacimiento y, para colmo, residen aquí. Con la movilidad propia de estos tiempos, claro. De hecho, Díez ha vivido hasta hace poco en Lanzarote y su carrera musical le impone continuos viajes.
Le agrada a uno, en fin, que nuestra pequeña literatura, la escrita por los nacidos aquí o por quienes han elegido Extremadura como destino, siga tan viva como parece y que no cese la edición de libros dignos de elogio aquí o en cualquier parte.
Después de leerlos, he comprendido mejor las palabras de Jesús Munárriz, editor de los dos primeros: "Ya verás, Álvaro, que tus dos paisanos lo hacen muy bien". Y tanto. Como Pérez Sánchez y muchos más. Como Francisco José Najarro, pongo por caso, de Zafra como Díez, que ha regresado de Chile y trabaja en RIL Editores España, así como en la Revista Hispanoamericana de Poesía Aérea. Una alegría.

21.2.18

Presentación

Es un placer para la editorial Candaya invitaros a la presentación en Plasencia de la novela Un final para Benjamin Walter, de Álex Chico, poeta de reconocida trayectoria y coordinador de la revista Quimera. Un final para Benjamín Walter es un delicado e intenso libro que nace de dos estremecimientos: la extraña muerte de un escritor apátrida y el descubrimiento de Portbou, un bello pueblo de frontera que languidece fuera del tiempo.

Tras los cálidos y concurridos encuentros de Barcelona y Vilanova i la Geltrú, la presentación de la librería La Puerta de Tannhäuser  será la sexta de la ruta Candaya de Un final para Benjamín Walter, con la que, en la segunda quincena de febrero, recorreremos buena parte de la península (Zaragoza, Madrid, Salamanca, Plasencia, Murcia, Alicante, Valencia). Pero sin duda, el acto de Plasencia será el más especial: Álex Chico regresará a casa, a la ciudad donde nació y donde vive su familia. En la Puerta de Tannhäuser, Álex Chico contará además con un presentador excepcional: el poeta Álvaro Valverde, que tan bien conoce su trayectoria. 

20.2.18

Molina en EC

César Antonio Molina
Tusquets, Barcelona, 2017. 168 páginas. 

El profesor, periodista (director de Culturas de Diario 16), crítico y gestor cultural (ministro de Cultura, director del Cervantes) César Antonio Molina (La Coruña, 1952) es autor de los libros de poesía Las ruinas del mundo (que reúne sus primeras entregas), Para no ir a parte alguna, Olas en la noche, En el mar de ánforas, Eume y Cielo azar, así como de la antología El rumor del tiempo.
Ni novísimo ni de los 80, Molina es uno de tantos poetas sin generación que ha sabido ir por libre a costa de levantar, eso sí, una obra muy personal. Prueba de ello es este libro que viene a condensar lo mejor de su manera de decir, cuando las enseñanzas de la edad y sus asedios ya son ineludibles. Un libro que conecta, directamente, con sus “memorias de ficción”, publicadas por Destino. El culturalismo, allí y aquí, es santo y seña de la escritura de Molina, culta y enciclopédica por excelencia, en diálogo permanente con la literatura y la filosofía. Ajena a las modas.
Después del viaje, el de la vida, ha llegado el momento de volver “a casa”, expresión que aparece en las dos citas que abren la obra que comentamos, de Song Zhiwen y Wiliam Carlos Wiliams. Aunque “nadie que se encuentre como en casa está en casa”. Porque “aquello que nos retiene es el lugar”. Viajes y lugares configuran, por eso, estos poemas de versos encabalgados y suntuosos, la mayor parte extensos, meditativos, de tono fragmentario, unas veces narrativo y otras inspirado, a menudo hímnico, que no desdeñan el recurso del monólogo dramático ni al afilado aforismo, donde solemos encontrar uno o dos versos que se repiten a lo largo de la composición, a modo de estribillo, para darles unidad, pero donde tampoco falta la alargada sombra de la melancolía. Es una de las paradojas que el lector encontrará a lo largo de su lectura, esto es, en su camino. Un camino que nos lleva a distintos sitios de Europa, como Berlín, Roma, Flandes, Nápoles, París o Cracovia, además de a Japón, Alejandría, Palma o Washington. También a su natal tierra gallega. Un paseo ante todo urbano. A rachas, fluvial: por el Danubio, el Tíber, el Drina...
Dos asuntos ocupan no pocos versos de estos cantos: el de la reflexión sobre la poesía y los poetas y sobre el amor (“un dolor que nunca se aplaca”) y el erotismo. Y sobre el discurrir del tiempo y la incipiente vejez que antecede a la muerte. De la vida (que es “pura invención”, “ruina de un sueño”, “un milagro”). También, como se ha dejado entrever, de la identidad, que se abre paso entre lo testimonial y lo memorialístico.
Molina es un extranjero en todas partes, “en ningún lugar y en todos al mismo tiempo”, que ve lo que ocurre desde la calle o desde balcones de hotel. El contemplador de la belleza (“monstruo enorme”), ya sea de los edificios o de las muchachas. “Los poemas son mapas”, dice. Para encontrarnos.

Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes, 16 de febrero, en El Cultural

17.2.18

Visor, 1.000

Aunque dedicaré a este asunto mi próximo artículo para la revista griega Frear, me apetece contar por breve y cuanto antes que Chus Visor, al que ya he dado mi más cordial enhorabuena, celebra la edición del número mil de su famosa colección negra de poesía con una antología que es, además, un homenaje a Antonio Machado. Cada uno de los poemas incluye el alejandrino que nos legó el poeta sevillano a modo de humilde testamento: "Estos días azules y este sol de la infancia"; título, por cierto, del florilegio. Lo explica muy bien el editor en su prólogo, que firma como Jesús García Sánchez, evidentemente.
Todo empezó en 1969 con Una temporada en el infierno, de Rimbaud, en traducción e introducción de Gabriel Celaya y prólogo de Jacques Rivière. Por entonces aquello aún se llamaba Alberto Corazón Editor, ilustrador, por lo demás, de las vistosas cubiertas de la primera época. Compruebo que por poco más de 20 euros se puede conseguir aún aquella primicia.
Entre los ochenta y cinco poemas de esta panorámica, que comprende las dos orillas del Atlántico, hay de todo: poemas (los más) y no poemas, poetas y no poetas. En el primer caso, porque lo que algunos pergeñan, por muy de ocasión que sea, uno nunca los llamaría así. Es lo que tienen los encargos. En el segundo, porque o se dedican a otra cosa (como el académico Paco Rico, el cantautor Joan Manuel Serrat o el periodista Jesús Ruiz Mantilla) o, leído lo leído, bien podrían hacerlo.
Ya en serio, mis textos favoritos -sólo eso, nadie pretende sentar cátedra- son, en orden alfabético (el que usa el editor), los de Belli, Benítez Reyes, Bonilla, Carvajal, De Cuenca, Deltoro, Gallego, González Iglesias (donde encuentro el verso más prodigioso del conjunto), Juaristi, Margarit, Marzal, Morejón, Oliván, Ripoll, Roca, Rodríguez Marcos, Rossetti, Rosillo (que se salta la norma del verso machadiano), Siles, Zamora y Zurita.
Ah, en el amplio listado no faltan los poetas del momento: Marwan y Elvira Sastre, que, por cierto, va a presentar próximamente uno de los libros ganadores de la pasada edición del Loewe, ahora que el premio cumple treinta años. Sorprendente, pero cierto, al menos para mí.
Ya que lo menciono, confieso que no me he molestado en contar qué proporción de mujeres hay en la muestra (como lector, me guío por los versos, que carecen de género), aunque no tardaremos en conocer el porcentaje que resulta de tan sensible cómputo. Por lo pronto, no faltan nombres de importantes poetas españolas e hispanoamericanas como Ida Vitale o Yolanda Pantin.
He disfrutado con la idea (hecha poesía) de Visor y con los poemas que de verdad lo son. La mayoría, insisto. Lo demás... mejor se lo dejamos a Juan de Mairena. 
A modo de ejemplo, copio el más breve del conjunto, sin título, de mi paisana Ada Salas:

Hoy
todavía

estos días azules y este sol de la infancia.

15.2.18

"Siroco", de Lucio Piccolo

Lucio Piccolo di Calanovella (Palermo, 1901- Capo d'Orlando, 1969), aristócrata siciliano y primo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el autor de El gatopardo, escribió este poema que pedí a mi amigo Giovanni Scarabello que tradujera al español, una desinteresada labor que le agradezco.
En la versión final, consensuada entre los dos, ha participado también el poeta argentino Pablo Anadón, al que solicité su fundado criterio. 
Me encontré con "Scirocco" en un libro estupendo que me recomendó el poeta Pablo Fidalgo y que encontré, diría que de forma milagrosa, en las estanterías de La Central de Callao, en Madrid. A la primera. Se trata de Cento sicilie. Testimonianze per un ritratto, de Gesualdo Bufalino y‎ Nunzio Zago, publicado por la milanesa Bompiani en 2015. 

SIROCO

Y sobre las montañas, lejos en el horizonte
es larga franja color azafrán:
irrumpe la horda morisca de los vientos,
toma al asalto las puertas grandes
los observatorios en techos de esmalte,
bate en las fachadas del mediodía,
agita cortinas escarlatas, mástiles sangrientos, cometas,
abre claros azules, cúpulas, formas soñadas,
las pérgolas sacude, las tejas vivas
donde agua de manantial se posa en cántaros irisados,
retoños quema, de brotes hace broza,
en tromba cambia zaguanes,
se lanza sobre los crecimientos inciertos
de los jardines, agarra las hojas desiertas
y los jazmines pueriles –luego viene más dócil
golpea panderetas; lazos, franjas…

Mas cuando hacia occidente cierra las alas
de incendio el salvaje pontifical
y la última estela roja se deshace
por doquier sube la noche cálida al acecho.

SCIROCCO

E sovra i monti, lontano sugli orizzonti
è lunga striscia color zafferano:
irrompe la torma moresca dei venti,
d’assalto prende le porte grandi
gli osservatori sui tetti di smalto,
batte alle facciate da mezzogiorno,
agita cortine scarlatte, pennoni sanguigni, aquiloni,
schiarite apre azzurre, cupole, forme sognate,
i pergolati scuote, le gollete vive
ove acqua di sorgive posa in orci iridati,
polloni brucia, di virgulti fa sterpi,
in tromba cangia androni,
piomba su le crescenze incerte
dei giardini, ghermisce le foglie deserte
e i gelsomini puerili – poi vien più mite
batte tamburini; fiocchi, nastri…

Ma quando ad occidente chiude l’ale
d’incendio il selvaggio pontificale
e l’ultima gora rossa si sfalda
d’ogni lato sale la notte calda in agguato.

Nota: El retrato que ilustra esta entrada, "Lucio Piccolo e poltrona", es de Aventi.

11.2.18

Con Luis Pastor

Sentimientos encontrados, como suele decirse, le embargaron a uno la otra noche durante la lectura o recital de Luis Pastor en el Club del Verdugo, invitado por el Aula de Literatura 'José Antonio Gabriel y Galán' de Plasencia. El lleno era total. Como bien dice con ironía mi amigo Gonzalo, sólo deberían invitar a cantautores al Aula. Por lo del éxito. La cosa empezó de la mejor manera: entró en la sala cantando con Lourdes Guerra, acompañado de un timple. Me contaba Bernardo Atxaga que él suele comenzar sus actos literarios, sobre todo ante un público joven, soltando, por ejemplo, una frase en latín, con el fin de que la extrañeza de los presentes se ponga de su parte. Los músicos lo tienen más fácil. Que se lo cuenten si no al poeta Mestre, acordeón en ristre.
Decía lo de los sentimientos porque la velada fue de eso. De nostalgias y melancolías. De tiempos pasados e ilusiones vencidas. De recuerdos como los que relató Nicanor Gil en su presentación.
Como su amigo Pablo Guerrero (al que sí recordaba en el Verdugo, cuando entonces), Luis Pastor también publica libros. “Para los que tenemos una edad, hay un placer en el libro que no existe en otra cosa”, ha comentado. Ya van dos: De un tiempo de cerezas y ¿Qué fue de los cantautores? Uno no diría que son de poesía, sino de versos. Más letras de canciones que otra cosa, sin que eso suponga crítica o demérito. Autobiografía (“Cuento mi vida hasta 1979, hasta mis 27 años, cuando me retiré dos años de la canción, durante el primer desencanto político que vivimos después de las primeras elecciones”) a ritmo de octosílabos, como bien dice Sacha Hormaechea, que, por momentos, sólo por momentos, a uno le parece en realidad, ya digo, poesía. En rigor, quiero decir. De la que está en los poemas y no en otra parte. En su boca, con su gracia, que no es poca, suenan bien, por más que la métrica desfallezca a veces. No sé si al leerlos a solas y en silencio el efecto será el mismo. Más que poesía popular, que también, entre el romance y Galán, se le antojan a uno ocurrentes juegos rimados a los que, por suerte, no les falta ni sentido ni verdad. El testimonio por encima de la literatura.
El público, entregado, se emocionaba con el relato -memoria dicha de memoria- de la infancia del Joselito de Berzocana, el chico de los recados de Navalmoral o el botones de una siniestra oficina de Madrid, esto es, el Luis Pastor anterior al cantante que luego hemos conocido y admirado. El muchachino humilde de procedencia rural y campesina que emigró con su familia a las afueras de la capital del reino y que sufrió, como casi todos, los duros golpes de la vida. El de Vallecas, sobre todo. Un símbolo de la eterna Extremadura emigrante. Su biografía es la de toda una generación. De los de aquí, pienso de inmediato en Landero. Esto por una parte. De la otra, aparece el resistente, el ciudadano comprometido con la izquierda al que la propia izquierda ha tratado tan mal. “En la izquierda siempre hemos sido cinco y tenemos seis partidos políticos”, dijo hace poco en Barcelona. Alguien que cree en la democracia, pero desencantado por el retroceso político de los últimos cuarenta años. Muy crítico, en fin, con lo ocurrido. Por lo callado. Y a pesar de eso, se confiesa feliz por ser, y no por tener. Por el simple hecho de haber podido dedicarse a lo que le gusta, que es cantar. Cantarín y coplero desde chico, como su padre. 
A la hora del coloquio, que estuvo muy animado, me quedé con las ganas de pedirle que evocara el recuerdo, con Portugal al fondo, de nuestro amigo Ángel Campos, al que conoció bien, ahora que va para diez años que el sanvicenteño nos dejó. 
Estuvo como es. "Tan natural, tan hondo y tan expresivo como siempre", que diría el mencionado Hormaechea. Contento y triste salió uno del Aula a la noche y al frío, no sabría decir si de este o de otro febrero.

8.2.18

Cinco forasteros

En la quietud del mundo, de Shinkichi Takahashi (Ehime,1901- Tokio, 1987), reúne poemas -traducidos por  José Luis F. Castillo y Kyoko Mizoguchi- del que fuera introductor del dadaísmo en Japón, aunque los versos de esa etapa hayan quedado fuera debido a la dificultad de verter al castellano elementos tipográficos que mezclan caracteres japoneses y occidentales, según explica en su minucioso prólogo Castillo. Uno cree que no es demasiado importante que se haya prescindido de esa etapa vanguardista en favor de la que, podemos decir, predomina en su obra, esto es, la que se adentra "con mayor hondura por los caminos expresivos del budismo zen", por más que, debido a "su vocación renovadora", no adoptara las formas poética tradicionales de esa escuela: el haiku y el kanshi.
Su vida fue en sí misma una novela. Vagó en su juventud por el país, estuvo tres años recluido por una crisis mental aguda, se dedicó al periodismo, la práctica de la meditación le llevó a ordenarse como monje rinzai zen y pasó los últimos años de su vida en el barrio Nakano de Tokio, una vieja aspiración de este cosmopolita de provincias. Allí se casó y tuvo dos hijas. 
Pero lo más importante es, sin duda, su poesía. Al leerla, con su melancolía y su lucidez, uno sólo acierta a decir: la poesía era esto. Es esto. Lo demás sobra. Qué gran acierto presentar a este inmenso poeta al lector español. 

No es la primera vez que Visor publica una antología de Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930). Ya en 1999 apareció una. Ahora, bajo el título de Antología poética ve la luz la segunda. Y otra vez, como ha ocurrido recientemente con el estupendo florilegio de la mexicana Rosario Castellanos (que he reseñado para la revista Clarín), la edición es de Jesús García Sánchez, más conocido como Chus Visor. Desconocía uno esa faceta filológica, digamos, del responsable de una colección ya milenaria (en títulos), pero debo confesar que el prólogo que firma -largo y hondo- es digno de un especialista en la obra monumental, en todos los sentidos, del poeta venezolano que volvió a quedarse -una decisión injusta- sin el último Premio Cervantes.
J. G. S. dice que "Cadenas busca en la poesía una manera más explícita de expresar la derrota y el desencanto". Que en la escritura encuentra un "paliativo". Que "ha creado un mundo propio donde reina la transparencia, la sensibilidad y la lucidez junto a la incertidumbre y la perspicacia". Alude a la "ausencia de palabras innecesarias" y a que "la exactitud en el lenguaje es el único camino para alcanzar el sentido secreto de las cosas". No olvida mencionar el "misterio", término inseparable de esta poesía. Estamos, sin duda, ante un "poeta sin parangón" y recuerda unas palabras suyas que le definen: "El poeta moderno habla desde la inseguridad. No tiene más asidero que la vida".
No faltan en la selección poemas fundamentales como "Fracaso", "Derrota" o "Ars poética". Ni muestras de casi todos sus libros.
Quienes no se haya acercado nunca a Cadenas tienen ahora una ocasión de oro. Los que ya hemos fatigado sus versos, otra excusa para seguir disfrutando de su inmensa poesía. 

Lugar de un día, del griego Zanasis Jatsópulos (Aliveri, Eubea, 1961), que publica con pulcritud y esmero Miguel Gómez Ediciones, es un libro que incluyen tres ciclos de temática afín. Dos de ellos: Cual si presente y Lugar de un día (Señales de vida), que tuvieron una primera salida por separado, se publicaron al final en Complejos y carnales (2003), y el tercero, Con el quebrado hálito del tiempo, que formó parte de Cara a tierra (2012). 
El solvente traductor, Vicente Fernández González, profesor de griego en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga, es también el responsable de la selección, que cuenta con la venia del autor. 
Cabe añadir que Jatsópulos es psiquiatra infantil con consulta, como psicoanalista, en Atenas. También que ha traducido a Tournier, Jaccottet, Chateaubriand, Cioran, Valery y Virginia Woolf.
No es la primera vez que su poesía se vierte al español. Fernández González ganó en 2003, y por segunda vez, el Premio Nacional de Traducción con otro de sus libros: Verbos para la rosa del poeta griego, que vio la luz en la misma editorial malagueña.
De su poesía diría que es concisa, sobria, elíptica incluso, pero llena de luz, carnal y descriptiva. Está cargada de imaginación, sensualidad y misterio. Poesía de la memoria: "Se adentra lentamente la memoria en el olvido". De "la verdad del ser humano en medio de lo que respira". En "Áspera quietud" leemos: "Cruzamos intempestivos / La penitencia del silencio". 
Poesía, en fin, que a uno le parece conseguida tras un paciente y cuidadoso destilado. Donde la precisión es, sin duda, ley.

Hilario Barrero, su traductor, ya nos presentó poemas de Sara Teasdale hace unos meses en la revista Clarín. Aquellos y muchos más aparecen ahora en Luces de Nueva York y otros poemas, una antología de la malograda poeta norteamericana (que acabó suicidándose) publicada por Ravenswood Books Editorial.
Esa famosa ciudad, donde Teasdale residió la mayor parte de su vida, es el tema fundamental del libro. En esos años, por cierto, en que aquélla se convirtió definitivamente en la urbe por excelencia de los rascacielos -torres dice ella. River to the Sea, volumen al que pertenecen la mayor parte de estos poemas, apareció en 1915.
Al leer los títulos me recordaba a Fonollosa, que también utilizaba las direcciones en sus rótulos. Y por lo que de urbanos, claro, tienen estos versos. Y hasta de cinematográficos. Fue una gran observadora: su mirada es esencial, como se aprecia en los poemas más breves.
Las "ventanas altas" me han llevado a Larkin, que también miró desde arriba.
El amor cobra aquí gran importancia. Tanta como Nueva York. Estos paseos por las avenidas y los lugares suelen serlo en compañía de sus amantes. Y con ellos dialoga entre versos. Con un deje de romanticismo entre nostálgico y melancólico: "mi mundo entero está en tus brazos: / mi sol y estrellas eres tú". "Estoy sola a pesar del amor", escribió en "Sola". Y más abajo: "a veces no estoy contenta de vivir". Y luego: "ámame, mi amor, la vida no dura" (en "Un jardín cubano"). En otro sitio reconoce: "es mi corazón el que compone mis poemas, no yo".
Uno de ellos se titula "A una canción castellana". Como ejemplo de su excelente quehacer, elegante en su tono decadente, me inclino por "Desde la torre Woolworth", que por sí solo hubiera justificado la ejemplar labor de Barrero, otro neoyorkino de pro. De su mano, tal vez el verano haya vuelto a venir otra vez.

El esloveno Brane Mozetič (1958, Ljubljana), publica en la editorial Baile del Sol su libro Esbozos inacabados de una revolución, traducido por Marjeta Drobni. No es la primera vez que se vierten sus poemas (ni sus narraciones o sus libros ilustrados para niños) al castellano (aquí o en América). En una elocuente reseña publicada en su extinto blog de El Cultural, recordaba Martín López-Vega, por ejemplo, Poemas por los sueños muertos (MaRemoto, 2004, que dirigían los poetas Aurora Luque y Jesús Aguado) y Banalidades (Visor, 2013, con prólogo de Luis Antonio de Villena).
Lo personal (traído a través de la memoria) y la historia (y no de cualquier parte de Europa: Eslovenia, la antigua Yugoslavia) confluyen en esta poesía prosaica que, sin embargo, es pura lírica. El título de la obra no llama a engaño. Y que esto es poesía civil, tampoco. En el prólogo, Matías Escalera Cordero califica al libro de "excepcional y vibrante" y alude a su "prosa poética delicada pero certera". Hay "verdad", sí, en estos versos o versículos que carecen de mayúsculas, llevados sobre todo por el tono natural pero apasionado de alguien que recuerda. Aunque "remover el pasado es un poco embarazoso". Su infancia ("yo fui un bastardo que me crié acá y allá"), por ejemplo. O los avatares de su juventud: su matrimonio, su hijo, su padre ("nunca he tenido la noción de la familia clásica"), el comunismo, la guerra... Predominan los poemas referidos a su sexualidad. A sus relaciones homosexuales, mejor. Se declara un activista gay. La crudeza del relato sobrecoge. También la sinceridad con que narra su agitada existencia donde no faltan las drogas y los problemas mentales: "desde que tengo uso de razón, escribo sobre mí, mi historia". Todo es aquí explícito.
No faltan en ese recorrido con fechas concretas referencias a la vida literaria e incluso a su poética.
"No me ha tocado vivir en paz", confiesa. Basta con leer estos intensos poemas para darse perfecta cuenta de ello.

7.2.18

La Puerta de Tannhäuser

En España, las librerías no son lo que se dice el negocio perfecto. Entre la crisis (no sólo del sector), y nuestra baja capacidad lectora, unido a nuestro inveterado déficit cultural, son muchas las que se han cerrado estos últimos años. Sí, la de librero (a secas) es una profesión de riesgo. Con todo, claro, hay excepciones. La Puerta de Tannhäuser se puede considerar un ejemplo. Por ejemplar, quiero decir.
Vivo en una pequeña ciudad de provincias, Plasencia, que pertenece a la región española con los índices más bajos de lectura. A pesar de un Plan de Fomento de la Lectura puesto en marcha en 2002, hace tres lustros. Sobre todo porque Extremadura, que así se llama, venía de un atraso secular digno de lástima. A pesar de eso, hace seis años, una pareja de jóvenes, Cristina y Álvaro, dejaron Madrid y sus respectivos trabajos y abrieron la citada librería. Librería y más, ya que en el local también se pueden tomar bebidas, frías como una cerveza o calientes como un té. No es, ni con mucho, el grueso del negocio. Digo negocio (es la tercera vez que empleo esa palabra) a sabiendas: acaban de recibir un premio del Círculo Empresarial Placentino. Y empresa es. Venden libros. No sólo en directo, digamos, cara al público, sino también a través de internet. A cualquier parte de España y del mundo.
Su situación en la localidad es buena: en una calle que lleva al Parador, un hotel de categoría enclavado en un edificio histórico muy frecuentado por extranjeros; rodeada, entre otras, de tiendas de productos delicatessen y con denominación de origen: quesos, vinos, etc.
Pero no se ocupan en exclusiva de la venta de libros. Además, los presentan. Por La Puerta pasan al año numerosos autores, editores, ilustradores... Consagrados y desconocidos. Jóvenes y mayores. Suelen recorrer un breve circuito que pasa por otras dos librerías, Intempestivos (de Segovia) y Letras Corsarias (de Salamanca), que se han unido a ella para formar “La conspiración de la pólvora”, un pequeño consorcio a favor de la literatura. Por su labor dinamizadora han recibido el acreditado Premio Nacional al Fomento de la Lectura.
Al confort y bonito diseño de la librería y al exquisito trato de los libreros (a los que se une Ana, hermana de Álvaro) se suma la importante selección de libros de sus abundantes estanterías, que no siempre proceden de las editoriales habituales o grupos mayoritarios. Editoriales pequeñas y selectas con catálogos cuidados al servicio del lector más exigente. No falta la poesía, cosa rara, y el ensayo, un género minoritario, amén del cómic y la literatura infantil.
No dejan de tomar iniciativas. Han convocado un premio de relato y siempre que pueden salen a la plaza ya sea con la excusa de la Feria del Libro o de cualquier celebración que lo merezca.
“Estamos aquí porque la gente de aquí nos apoya”, comentan. De aquí y de fuera. Se han convertido en un referente de Plasencia y de esta periférica autonomía del oeste ibérico.

Nota: Este artículo se ha publicado en el número 20 la revista griega Φρέαρ/Frear.

6.2.18

Librerías

La masiva llegada de libros a casa, que se ha incrementado hasta el delirio en los últimos tiempos, ha cambiado una de mis costumbres favoritas: la de visitar librerías. Acaso un vicio. Recuerda uno las tranquilas mañanas de los sábados fatigando estanterías en la zona abuhardillada de Cervantes o en la confortable planta alta de El Quijote. Horas y horas felices de búsqueda y descubrimiento. 
Lo habitual, en alguien rutinario como yo, era llegar a Madrid y patear unas cuantas. No había visita a Salamanca sin que uno pisara, por ejemplo, Víctor Jara. O en Gijón, Paradiso. Pues eso se acabó. Hace mucho. Ayer mismo, sin ir más lejos, de paso por la ciudad del Tormes, opté por tomar un café con periódicos en el Novelty. 
Es verdad que podría limitarme a entrar y hojear (u ojear) ejemplares, pero soy débil: saldría con alguno debajo del brazo. Y aquí ya no caben más. Compro lo justo, o menos. Lo siento por mis amigos libreros. 
Para cuando se inauguró en Plasencia La Puerta de Tannhäuser uno ya se estaba quitando, o casi. No soy un buen cliente. Con todo, he dedicado a ese sitio, que es más que una librería (al menos de las de antes), un breve artículo en la revista griega Φρέαρ/Frear. Habla de ella y habla de todas. No deja de ser un modesto homenaje a esos lugares del alma. Lo publicaré pronto aquí. Antes, o eso creo, era necesaria esta triste confesión. 

3.2.18

La geografía poética de Lamillar

Con el precioso título de Extraña geografía, Juan Lamillar (Sevilla, 1957) publica un nuevo libro y no en un sitio cualquiera: en La Cruz del Sur de Pre-Textos. Todo un síntoma, según creo. Sí, porque, aunque ya estaba en el catálogo de la editorial valenciana, nunca hasta ahora había publicado en esa colección tan selecta como bonita. No sé si también me lo parece sólo a mí, pero me da que tampoco es este un libro más en la dilatada trayectoria del sevillano. No me gusta decirlo y, sin embargo, afirmaría que es uno de los mejores de cuantos ha escrito. No pretendo dar a entender que haya un cambio significativo en su poética. A estas alturas... Constato, eso sí, tras la intensa lectura, que ahonda en sus temas favoritos, en sus conocidas obsesiones y que, por tanto, da un paso adelante lo que no es poco a determinada edad. Y ya que lo menciono, que nadie se equivoque. Si bien se publica ahora, cuando Lamillar entra en los sesenta, el libro está escrito, como consta en la portada, entre 2005 y 2008, justo cuando inauguraba la cincuentena. Poco importa ese desfase de fechas. Como uno suele decir, malo si un libro pierde actualidad porque no se publique en cuanto se da por terminado. No se escriben los poemas para eso. O no todos. Para el ahora, digo; y para la moda, añado. Lamillar no es de esos, del grupo de los vates rampantes. Su tiempo es otro. Como su vida al margen, discreta, dedicada en cuerpo y alma a la poesía. Y eso se nota. En estos poemas, sin ir más lejos.
El libro (del que anticipó poemas en la antología Entretiempo) de divide en varias partes. De "Uno" a "Seis", sin más historias. Cada una agrupa a una serie de poemas relacionados entre sí. En la primera se atiende al hecho de escribir. Desde el asombro de lo cotidiano. Nada más lejos de Lamillar que el aspaviento o la impostura. Lo hace como un extranjero, título de un precioso poema que incide en esa condición, consustancial al poeta, como la de exiliado o judío.
En la segunda, el asunto es el tiempo: "Nadie pierde más vida que la que vive", dice con Marco Aurelio. "Sé que estoy vivo", precisa. Aquí adopta el soneto como medio de composición poética. No en vano. Al leerlos, a uno le resuena aún más la música de los clásicos; del Quevedo metafísico, por ejemplo. Las luces y las horas (que habrá que rescatar). La luz (del Sur: "La luz nos hace fuertes") y el tiempo. "El país del pasado".
En la tercera, la clave es la memoria. De nuevo el pasado que regresa. Ante la inevitable presencia de la muerte. Ante la herida abierta del vivir. Significativos son los poemas dedicados a los "actos sociales" y a las "fiestas de cumpleaños", donde el tono autobiográfico se subraya y también una manera de ser, melancólica, que no deja de escucharse en sordina a lo largo de este libro elegiaco. Por la edad, tan significativa.
En la cuarta, Lamillar alude al ahora. Al "aquí", que tanto me recuerda al de Larkin, más que una palabra.
En el viaje se centra la quinta, que empieza con "Volver": "Ya hemos llegado a la costumbre". La de los días laborables que vuelven después del verano. Fuera: Pérgamo, Hierápolis ("Cumplo mis años hoy: / ¿Cuántos me quedan..."), Cabo de Gata (y la "belleza áspera" de ese "confín severo", "un paisaje que inventa su memoria")... Dentro: la Casa de Pilatos. Y de nuevo el día a día: "En el mercado". Lo extraordinario que se oculta detrás de lo común.
La sexta y última parte da cuenta de otras de sus obsesiones. O, mejor, de sus temas favoritos: la fotografía, a la que dedicó ya un libro entero: Música de cámara. Y de nuevo la vista atrás, siquiera sea por aquello que dijo Alberto García-Alix (al que cita): "La fotografía es siempre pasado".

Nota: Esta reseña ha aparecido en el número 5 de la revista jerezana Cal

1.2.18

Carta de Valladolid

Gracias al programa "Por qué Leer a los Clásicos", del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España, y por iniciativa del profesor y poeta Fermín Herrero, acudí ayer a su instituto, el 'Juan de Juni', para charlar con sus alumnos de 1º de Bachillerato. Fue un rato muy agradable. Estuvieron atentos y, por eso, callados. Si tenemos en cuenta que fue a última hora de la mañana, esa buena disposición es aún más digna de elogio. 
Hacía un par de años que no iba uno a Valladolid y, desde Plasencia, el viaje es cómodo. Sobre todo si no te encuentras con la niebla, tan habitual durante el invierno en ese recorrido, desde Baños de Montemayor. Mientras esperaba a mi amigo, paseé un rato por los alrededores de la Consejería de Cultura, donde a esas horas se fallaban los premios literarios 'Fray Luis de León', patrocinados por la Junta, y que en el negociado de Poesía ganó, como estaba previsto, mi paisano Ramírez Lozano, que como le pasa con casi todos los galardones líricos de este país, ya había conseguido, al parecer, en una ocasión anterior. Luego observé el Pisuerga desde el Puente Colgante, que siempre queda bien cuando de volver a los clásicos se trata. Y que me perdonen estos, ya que los menciono, pero tal vez lo mejor del día fue el cocido que nos metimos entre pecho y espalda Fermín y yo. Extraordinario. En una casa de comidas al lado de otro puente, el Mayor, y de menú. Eso y la conversación, que con un poeta inteligente y ejemplar como Herrero siempre es un placer. No faltaron, como es lógico, los reproches a esa pseudopoesía que nos invade y a la situación catalana, por no decir algo peor, aunque lo sustancial no fue por ahí. Hubiera sido perder el tiempo. 
Todavía con sol, llegué a casa. Tan contento como cansado. Por un día me crecieron un poco los alumnos y pude salir de mi rutina. Es lo que tiene la retirada vida en la provincia.