Empezaré por explicar que no pretendo escribir, en sentido estricto, una reseña de
Un Eliot para españoles, el brillante ensayo del poeta y profesor (y crítico y traductor) Jaime Siles que ha publicado la editorial sevillana Athenaica en su serie Breviarios (que tanto me recuerdan a los del FCE, donde leí, por cierto, El joven T. S. Eliot, de Lyndall Gordon). Por una sencilla razón de la que soy muy consciente: mi incapacidad para hacerlo. No soy, como él, un poeta doctus que, según dijo Ernst Robert
Curtius de Eliot, "conoce las lenguas, las literaturas, las técnicas" y "esmalta su obra con citas" y "reminiscencias de lecturas". Tampoco soy especialista en literatura comparada ni mi fervor por la obra del autor angloamericano, al que con tanta devoción he leído, da para tanto. (El lector interesado puede acercarse, por ejemplo, a la que el profesor malagueño Sebastián Gámez Millán ha publicado en Cuadernos Hipanoamericanos bajo el título "
Eliot en traducción"
.)El texto al que nos referimos está fechado entre el 1 de abril y el 29 de julio de 2020 (ya sabemos cómo pasó Siles el encierro pandémico) y en la Universidad de Valencia, de la que es profesor (casi emérito) tras una larga gira docente por universidades de medio mundo.
Está escrito sin apenas puntos y aparte ni división por capítulos y editado en una caja ("espacio de la página lleno por la composición impresa", ya saben) demasiado angosta, lo que no deja de dificultar, a qué negarlo, la lectura. Las "Notas", 501 en total, van detrás y para ver los números resulta útil el uso de una lupa. Nada, sin embargo, impide disfrutar de esta fiesta del rigor y de la inteligencia que se despliega ante nuestros castigados ojos (uno tiene una edad y la tensión ocular alta) a la altura de esas mismas virtudes que caracterizan al autor y la obra objeto de análisis. A uno le recuerda esa leyenda del pintor japonés (o chino, no sé) que tras años y años dándole vueltas a un motivo de pronto lo ejecuta mediante un trazo genial. Muchas horas de paciente lectura son precisas para poder desplegar ante el lector esta mezcla de erudición y pensamiento que, además de acercarnos al núcleo de la obra del autor de The Wast Land y Four Quartets, dos obras maestras de la poesía universal, nos ofrecen una suerte de autobiografía lírica, en forma de poética oblicua, del propio Siles.
Pocos libros recuerda uno tan subrayados como éste, leído -qué gusto y qué remedio- despaciosamente. Será porque, como indicaba Eliot, Siles logra "el primer requisito de un crítico" (con "método" o "estrategia"): "tener interés por el tema" y "habilidad para transmitir interés por él".
Nos advierte que "este no es un libro sobre Eliot (...), sino un 'Eliot para españoles'. Pretende, nos dice en otra parte, "revisar el pensamiento poético y crítico de Eliot, y analizar en torno a él no sólo la crisis espiritual que lo produjo sino también la coherente constelación de formas e ideas con que se modeló, así como los ecos que todo ello tuvo y ha tenido en la poesía escrita en nuestra lengua". De ahí que aparezcan en escena, entre un considerable elenco de poetas y críticos ("todo creador es un crítico", afirmó Eliot), nombres españoles como Luis Cernuda o Jaime Gil de Biedma, muy cercanos a la poética eliotiana, que tan bien conocían. O Jordi Doce, mencionado en varias ocasiones, autor de
La ciudad consciente. Ensayos sobre T.S. Eliot y W.H. Auden y traductor de su poesía.
Más adelante Siles añade: "No es éste un ensayo únicamente literario, aunque lo sean el objeto y el campo de su aplicación: es también y, sobre todo, una reflexión sobre los problemas de la cultura de nuestro tiempo, en la que conceptos como 'tradición' o 'educación clásica' han perdido vigencia, siendo sustituidos por un conjunto de supuestos saberes de posible aplicación práctica, pero de demostrado declive civil e intelectual". Y: "Mi propósito no es oponer la alta y la baja cultura sino abogar por un buen entendimiento entre ambas, basado en la necesidad de que existan y mantengan sus evidentes diferencias, sin que ninguna intente derrocar o sustituir a la otra, sino que–como siempre en la historia literaria–, haya diálogo, conexiones y vasos comunicantes entre ellas, pues esa bien conllevada convivencia es la única forma de que puedan pervivir las dos".
Se centra en aspectos esenciales de la obra de este "clásico de la modernidad" que logró el Nobel y que se definía como "clásico en literatura, monárquico en política y anglo-católico en religión". Así, su aversión por el Romanticismo (opta por el Simbolismo): “La poesía no consiste en dar rienda suelta a las emociones sino en huir de la emoción; no es una expresión de la personalidad sino una huida de la personalidad”; las técnicas del correlato objetivo y del monólogo dramático; la influencia de Ezra Pound (decisivo a la hora de dar forma definitiva a La tierra baldía) o Jules Laforgue; sus teorías acerca del poema largo o extenso; la fe y la religión: el lenguaje conversacional, la lengua coloquial y el habla común de cada época (para Eliot cualquier "revolución poética" no deja de ser "una vuelta al habla común"); el verso libre y el verso blanco; su "obsesión por el verso dramático y la poesía como drama", lo que le lleva a escribir teatro: "El yo moderno es menos lírico que trágico precisamente porque es múltiple y coral", algo que acaso comprendió mejor que nadie Pessoa, que nació el mismo año que Eliot; la necesidad de que el poeta moderno pronuncie sus "palabras en voz baja"; el elogio de "la más poética de todas las disciplinas académicas": la Filología (algo suscrito aquí atrás por el joven poeta asturiano Rodrigo Olay, supongo que a sabiendas); la "comprensión" en poesía o, lo que es lo mismo, "la molesta cuestión de la oscuridad", que puede deberse a "causas personales" (que le impiden "expresarse de un modo que no sea oscuro") o a "la novedad", sin olvidar que lo que puede decirse "igualmente en prosa se dice mejor en prosa", una enseñanza que no suelen tener en cuenta muchos nuevos poetas; y, entre otros muchos temas, la función social de la poesía. “El poeta debe ser siervo del idioma y no dueño de él”, escribió.
Sin desdeñar, todo lo contrario, las múltiples lecciones que este exhaustivo análisis proporciona (una suerte de destilado interpretativo de sus libros de ensayo), uno destacaría las pormenorizadas, sagaces lecturas de sus dos libros poéticos mayores, del "curso alto" al "curso final" (según la "imagen fluvial" que usa Siles): The Wast Land y Four Quartets, un dechado de savoir faire crítico que desborda, por suerte, los límites del tópico comentario de texto, académico o no.
La guinda a este pastel ensayístico y poético la pone un repaso de "la receptividad que Eliot tuvo en dos de los mayores poetas de nuestra lengua, como Juan Ramón Jiménez y Pablo Neruda". Para el primero, "Eliot es un desarrollo natural de lo artificial, un artificial natural, como Whitman es un natural natural y Goethe un natural artificial".
Leído lo leído, sólo queda decir una cosa: chapeau!, maestro.