5.7.21

La poesía completa de Pablo García Baena


Pablo García Baena
Edición de Rafael Inglada. Introducciones de Juan Lamillar y Francisco Ruiz Noguera.
Renacimiento y Editorial Universidad de Córdoba, Sevilla, 2021.
428 y 336 páginas. 30 y 25 €
 
Pablo García Baena (Córdoba, 1921-2018) fue uno de los fundadores del Grupo Cántico, una isla poética en la postguerra redescubierta por Guillermo Carnero.
Solitario, triste, tímido, callado y sonriente (dijo de sí mismo), vivió en su ciudad natal (“cuna y sepultura”) y en la Costa del Sol. De una parte, “la religiosidad, la familia, el recogimiento”; de otra, “lo sensual, lo exótico, lo pagano”, resume Rafael Inglada.
Fue reconocido con premios como el Príncipe de Asturias, Andalucía de las Letras y Reina Sofía, y nombrado Hijo Predilecto de Andalucía.
Dentro del proyecto de la Obra completa (que incluirá, además, su prosa y una cronología), se publica en el año del Centenario la preciosa edición definitiva (con cubiertas de Alfonso Meléndez) de su poesía. En dos volúmenes. El primero reúne los diez libros canónicos que publicó el poeta entre 1946 y 2006: Rumor oculto, Mientras cantan los pájaros, Antiguo muchacho, Junio, ÓleoAlmoneda (12 viejos sonetos de ocasión), Antes que el tiempo acabe, Gozos para la Navidad de Vicente Núñez, Fieles guirnaldas fugitivas y Los Campos Elíseos. El segundo, de 1938 a 2019, recoge muestras de su “prehistoria” (“adolescencia que es aprendizaje”): A Josefina, Escuadra, Por el mar de mi llanto, y de su “epílogo”, los póstumos Dos letanías y otros 14 poemas de ocasión, Al vuelo de una garza breve y Claroscuro (Últimos poemas), así como los anexos: adaptación del Cántico Espiritual, poemas musicados, sueltos publicados, inéditos y privados, además de cinco de Claroscuro, versiones y hasta unos versos sueltos.
Firma la modélica edición el citado Inglada, que justifica su trabajo en una “Nota a la poesía”. Las introducciones de cada volumen son, respectivamente, de Juan Lamillar y Francisco Ruiz Noguera. Las notas (363 en total) van al final de cada tomo para facilitar la lectura y no falta una amplia bibliografía y un índice de títulos y primeros versos.
El poeta calificó su obra de “breve y secreta”, lo que el tiempo ha terminado por desmentir. A pesar de que la mayor parte de sus libros aparecieron en colecciones de escasa difusión, su poesía ha sido ampliamente divulgada.
“Lenta y pausada”, como bien dice Inglada (“poeta sin premura” lo calificó Castilla del Pino), “su obra no cesó de fluir”, salvo durante una década en la que imperó el silencio (por entonces pasó del atlas al viaje y recorrió el Mediterráneo). “Mi obra –afirmó– es un solo libro como mis días son una sola vida”. Y: “La poesía no es más que un dietario riguroso y sincero”.
Barroca, sí, pero, por decirlo con Gaya, no de “lo que sobra”, sino de “todo aquello que no cabría en otra parte, pero ha de estar”. De ahí que defendiera “lo sencillo dicho de manera deslumbrante”, suntuosa; lo natural en un artesano “orfebre del idioma”. Con un “léxico lujoso”, esa “capa pluvial”, según él, que sobrepasa lo decorativo en busca de la palabra precisa, poco importa si rebuscada o arcaica.
Fue ante todo un poeta de la mirada, contemplativo y plástico: “Mi poesía es de las visuales, pictórica; todo lo que expreso lo he vivido o lo he visto”. Subrayó su “fondo real”.
¿Sus temas? Los libros (“Sala de lectura”), la religión (de liturgia, Semana Santa y Vírgenes), el amor (“Todo mi ser es un canto al amor”), la amistad (el segundo tomo lo evidencia), Córdoba (léase “La calle de Armas”), la naturaleza (campo, huertas, jardines…), el paso del tiempo y la muerte.
¿Sus maestros? De san Juan de la Cruz y Góngora a Juan Ramón Jiménez, el principal. Romántico y modernista (y, por eso, partidario del Simbolismo). De la estirpe de Bécquer, diría Fernando Ortiz.
Vuelve la poesía de este poeta vital, solitario y melancólico, de voz propia e inconfundible, del Sur, que confesaba padecer la inspiración. Hasta quienes huimos del preciosismo, el lujo y lo ornamental nos rendimos ante la exactitud de unos poemas donde esplende el castellano con serena belleza.

NOTA: Este reseña se ha publicado la pasada semana en EL CULTURAL