29.12.24

Masoliver Ródenas lee "Meditaciones..."



Un regreso a la mejor tradición lírica
 
La nueva antología de Álvaro Valverde huye de la palabrería y de la grandilocuencia; son versos que remiten al silencio, la soledad y la hondura.

Juan Antonio Masoliver Ródenas

Frente a los poetas prosaicos hoy convertidos en poetas oficiales, es realmente reconfortante volver a la mejor tradición lírica, como hoy hacemos con Meditaciones del lugar, la nueva antología de Álvaro Valverde (Plasencia, Cáceres, 1959), articulista, ensayista, narrador, poeta y crítico de la revista El Cultural. Enemigo de la verborrea de los poetas de la tradición nerudiana, para él “resulta imprescindible sentir la soledad para vivir la literatura. Una soledad acompañada de silencio”. Le atrae la poesía inglesa, con Wordsworth a la cabeza, y los poetas mencionados en sus Meditaciones ilustran con qué tradición se identifica: "Juanramoniana" es un poema en homenaje a Juan Ramón Jiménez (Manuel Vilas prefiere el Chiquito de la Calzada, porque J.R.J., nos dice, es un pesado), relee constantemente la Ética de Spinoza y “leo, como otras veces, a Leopardi/ y su voz se hace mía”. Sus poemas van acompañados de citas de Machado, Maria Manent (antólogo y traductor de poetas como Yeats, Percy B. Shelley, Emily Dickinson, Wallace Stevens o Dylan Thomas), Attilio Bertolucci o Gil Albert. Y su Machado no es el de la crónica de la decadencia del país, sino el que recorre lugares de la geografía española, el que yo he llamado Machado metafísico, del umbral del sueño, del misterio de la sed, de “anoche mientras dormía/ soñé, bendita ilusión!,/ que era Dios lo que tenía/ dentro del corazón”. 
Poesía que es un verdadero recorrido, de “la escueta superficie de un cuarto” o la ciudad remota a los desiertos mesetarios, Córdoba, Jerte y Plasencia en Cáceres, el Golfo de Nápoles o Tánger. Y le atraen especialmente los jardines, espacios de silencio y recogimiento y expresión de su atracción por la naturaleza: un paisaje de encinas y dehesas, la encina solitaria o el viejo cerezo que nos remiten al olmo seco de Machado, la hiedra, los naranjos, el ciprés, “sentir-se aquí feliz, y rodeado/ de cuanto cualquier hombre necesita:/ la luz, el campo, el árbol, la montaña”. “La memoria de la luz”, “esa luz de los sueños/ que ilumina las sombras/ de mi árida vida”; “la verdad, la belleza/ de la luz que se gasta”. Pero donde hay luz hay también sombras, “esa línea de sombra que no hay sol que derribe”. Y “para esas heridas no es suficiente el tiempo./ Sólo cura el olvido, o si acaso, la muerte”. Y si no es la muerte, es el pasado que no regresa o un presente de polvo, ruinas y cenizas. Pero esta “pobre realidad” es posible “contemplarla en la deriva de los sueños”, porque “sólo a través del sueño sus contornos son nítidos” y percibimos “el temblor del misterio”. Nos acompañan, junto a la memoria, el olvido, junto a las presencias, las ausencias lo que sólo es ficticio, los “seres encantados/ a la altura del mito”. En realidad, “todo corre/ a espaldas del sentido”, y hasta es posible “sentir nostalgia ahora/ de una existencia que invento”. El poeta está siempre presente, pero como observador, como testigo. Aparece en muy pocos poemas: el paseante, el viajero, registran lo que ven. Como tampoco aparece el poema, con excepción de en Lo de siempre. No deja de tener sentido que, a pesar de todo, el poeta esté siempre con nosotros, sentimos el pálpito de su Extremadura natal y nos sumergimos en lo más hondo del poema, es una poesía llena de significados, pero al mismo tiempo muy accesible. Su lectura se puede recomendar a todo tipo de lector, ayudados, además, por un prólogo que nos da las claves de a lectura y que, a diferencia de lo que suele ocurrir, evita cualquier tipo de hagiografía. 

Álvaro Valverde Meditaciones del lugar. Antología poética (1989-2018). Selección y prologo de José Muñoz Millanes. Pre-Textos, 153 páginas, 20 euros.

Esta reseña se ha publicado en La Vanguardia. Cultura/s. 28/12/2024. 

NOTA. En el periódico, ilustra la reseña una fotografía que reza "Paisaje cerca de Plasencia, Extremadura". De DEA/ C. SAPPA/ GETTY. 
La de arriba se titula "Paisaje desde Monte de Valcorchero. Plasencia, Cáceres, Extremadura" y esta tomada de esta página










18.12.24

Lecturas a poniente


Sí, otro libro, y no, no es la jubilación, sino la casualidad. Este se titula Lecturas a  poniente. Poesía en Extremadura 2005-2024. Lo publica la Editora Regional de Extremadura. Era el sitio. 
La gestación ha sido lenta. En él reúno las reseñas de libros de poesía de autores extremeños o vinculados a Extremadura que he publicado en este blog, que es, sobre todo, un diario de lecturas. Desde principios del XXI. Aquí directamente o en otros suplementos y revistas, pero que también se dieron al final en esta bitácora que no deja de ser una suerte de archivo.
En la nota inicial añado que "la amplia muestra […] no es, ni por asomo, una lista canónica ni tiene vocación preceptiva. Lo único que las define es el hecho, doblemente azaroso, de haber sido publicadas (no sólo concebidas, lo que suele pasarme siempre que leo un libro) y que sus autores sean extremeños de nacimiento o estén vinculados a Extremadura, como Andrés Trapiello o Carlos Medrano". Y: "No está de más reconocer que siempre he prestado atención a los libros de mis paisanos. Los he leído con interés y, con frecuencia, ya digo, los he comentado. Tampoco hay ninguna intención académica detrás de estas notas de lectura donde predomina el tono conversacional. Sí, porque de anotaciones de lector se trata. Nada más. Las de alguien que, como ya he contado alguna vez, lee siempre con un lápiz en la mano. Y con criterio, espero". 
Explico que "he completado el índice con recensiones de varias antologías significativas aparecidas en estos años o de las que se conmemoraba algún aniversario. También con otros textos relacionados con la poesía de esta tierra apartada y fronteriza que, a mi modo de ver, completan este panorama periférico con inevitables toques sentimentales".
En un momento dado me pregunto, "a tenor de la nómina reunida", "¿hay tantos poetas en Extremadura, ya sean de dentro o de la diáspora?", y añado: "Que cada cual responda. Uno se limita a hablar de libros". 
Se reseñan unos ciento cincuenta libros de sesenta y tres poetas y de un puñado de antólogos. 
Además de agradecer a Luis Sáez y Antonio Girol, los dos últimos directores de la Editora, que me hayan abierto de nuevo las puertas de esa casa, quiero hacer constar mi reconocimiento al meticuloso, profesional trabajo de María José Hernández que ha cuidado la edición del volumen. Una tarea ardua porque mi original no llegó a sus manos de la forma debida, lo suficientemente elaborado, quiero decir, y ha habido que editarlo prueba a prueba. Y han sido unas cuantas. Al final, y eso es lo que importa, creemos que el libro ha mejorado y que el lector sabrá valorarlo. 
No puedo dejar de mencionar a otro artífice imprescindible: el fotógrafo suizo Patrice Schreyer, autor de la impresionante fotografía que ilumina la cubierta, diseñada por Juan Luis López Espada.


Ya tenemos fecha y lugar de presentación: será el 10 de enero a las 19:30 en la Biblioteca Pública Rodríguez Moñino / María Brey de Cáceres, otra de mis casas. 
En lugar de llevar a efecto una al uso, tendrá lugar una mesa redonda sobre este primer cuarto de siglo de poesía en Extremadura que contará -un lujo- con la presencia de Sandra Benito, Jordi Doce, Miguel Ángel Lama y el citado Luis Sáez. Uno asistirá, por suerte, como público. El debate promete. Mil gracias a los editores, a la poeta (sin presencia, ay, en la muestra, y bien que lo lamento) y a los críticos. También a los poetas que han escrito los libros que han hecho posible que éste exista. 



13.12.24

"Arca de tres llaves", segunda entrega

Como he dicho alguna que otra vez, aunque los fines fundamentales de la Asociación Cultural Trazos del Salón son los de «promover las actividades oportunas que lleven a un mejor conocimiento y difusión de la colección de fondos artísticos provenientes de los concursos Salón de Otoño de Pintura de Plasencia y Obra Abierta […] y de la creación de un centro de arte contemporáneo en la ciudad de Plasencia», los Estatutos recogen que «sin perjuicio de lo anterior, la Asociación podrá desarrollar actividades de donación de obras de arte, organización de conferencias, publicaciones, visitas guiadas, etc.».
Convencidos de que el libro sigue siendo uno de los mejores vehículos de transmisión y perpetuación del saber y, cómo no, del arte en sus distintas variantes, la literaria ante todas, tras la edición de la memoria de la Asociación bajo el título Trazos del Salón. Una obra abierta, en 2018, y Cosas de casa, reunión de artículos del periodista placentino Antonio Sánchez-Ocaña en 2023, presentamos la segunda entrega de Arca de tres llaves. (Legajos y manuscritos de Plasencia), de la archivera y cronista oficial Esther Sánchez Calle. La primera vio la luz en 2022 y su recepción fue excelente.
Esther, recurramos al tópico, no necesita ser presentada. Aquí todos la conocen y, más allá, valoran y respetan en su justa medida, que nunca es bastante, su labor investigadora, por una parte, y la de cronista, por otra. De esa «narración histórica en que se sigue el orden consecutivo de los acontecimientos» deriva este afán suyo por recuperar momentos fundamentales de la nuestra, a salvo de la distorsión y del olvido. Algo, por cierto, de lo que está muy orgullosa esta asociación. Gracias al ofrecimiento de Santiago Antón para que colaborara en nuestro Boletín mensual, contamos con estos textos. Ya lo dijo el escritor Juan Ramón Santos en su prólogo a la primera edición: «Porque eso es lo que hace [Esther Sánchez Calle], fundamentalmente, en esta Arca de tres llaves, interpretar, a partir de un puñado de papeles, la banda sonora de esta ciudad, con un programa además muy completo que nos hace recorrer toda su historia». 
Sergio Riesco Roche, profesor de Historia Económica de la Universidad Complutense de Madrid, lo explica muy bien en el prólogo que pone a esta segunda Arca: «nuevas historias nos permiten bucear en la forja de esa personalidad tan singular de Plasencia y su comarca. Lejos de una erudición que no llega al gran público, Esther Sánchez Calle opta por lo que a mi juicio mejor sabe hacer: estudiar con paciencia y profundidad los documentos y reconstruir cada historia singular para que cualquiera que lo lea la pueda comprender».
El libro, que lleva en la cubierta una imagen de un arca que se conserva en la catedral de Segovia (fotografiada por Paco Antón), está dividido en cinco partes: «Los albores de la Plasencia moderna», «Una ciudad ilustrada», «El siglo XIX, tiempo de contradicciones», «Historias de personajes curiosos» y «Lugares eternos de la ciudad».
Esta nueva entrega resulta tan amena como sustanciosa. Cuando habla, por ejemplo, del abasto de pescado (por cierto, a ese negociado municipal estuvo vinculada en el pasado parte de mi familia, los Berrocoso: un tío abuelo, José María, y mi propia madre, que tuvo allí su primer destino como funcionaria), un capítulo interesantísimo lleno de curiosidades; o del teatro en Plasencia en el Siglo de Oro (finales del XVI y primer tercio del XVII), donde se menciona al actor Pedro de Benavides que dejó las armas por los escenarios (para hacer de barba: «en el teatro clásico español, actor que representaba el papel de persona respetable y de más edad») y que murió en Granada en 1702 «tan viejo como pobre»; o (mi preferido) de los vuelos aerostáticos del siglo XVIII, que convirtieron a esta ciudad en pionera de la aviación con globos (de lo que da fe el famoso aguafuerte, coloreado a mano, del «Pez aerostático elevado en Plasencia» que se conserva en la Biblioteca Nacional) y de su promotor, Ramón Spartal, miembro de honor de una tertulia de jóvenes ilustrados placentinos, primer traductor e impresor español de la novela del irlandés Jonathan Swift: Los viajes de Gulliver (Madrid, 1793) y, más importante aún, quien trajo la imprenta a Plasencia (ya he pedido al alcalde una calle para él, éste sí se la merece); o de la inscripción epigráfica que se conserva en los Arcos de San Antón, mal transcrita por Alejandro Matías, autor de Las Siete Centurias; de la división provincial del XIX y sus humillantes repercusiones para la Muy; del proyectos de escuelas públicas municipales, otra inviable iniciativa decimonónica; de la frustrada fuga de Carlota Freda, ahijada del marqués de Mirabel, que huyó del palacio con un rubio oficial inglés, como se explica en el divertidísimo exhorto requisitorio; del secuestro del alcalde Ventura Delgado por una partida carlista (la descripción de los cinco que la formaban es hilarante) en 1839, otra novela, y de cómo fue rescatado, tras 32 horas dando tumbos por los andurriales que rodean la ciudad, gracias al pago de 100 onzas de oro; y, por fin, de dos lugares emblemáticos (no tengo más remedio que usar el manoseado adjetivo) de la Perla del Valle: Valcorchero y la Isla. ¿No dan ganas de coger este libro y ponerse a leer?
© Biblioteca Nacional


Se queja Esther en privado de su estilo. No cree uno que le falte. Está basado en la concisión y, por eso, tiene la necesaria sequedad. Se agradece que no sea florido y hermoso y que se atenga al tenor de lo que narra: hechos históricos. Por suerte, no le falta sentido del humor. Ni retranca, esa forma común de la ironía, tan necesaria cuando de revisar el pasado se trata.
En el sexto año de vida de Trazos, esta obra demuestra la consolidación y madurez de nuestro proyecto de apoyo y difusión del patrimonio cultural, monumental y bibliográfico de nuestra ciudad. A este paso, si las instituciones implicadas no lo remedian, acabaremos formando una extensa biblioteca de temas placentinos. Al tiempo. 
Diré para terminar que la ausencia de ánimo de lucro de nuestra modesta asociación, así como la determinación de no utilizar, en la medida de lo posible, fondos públicos, nos ha obligado a buscar patrocinadores para nuestras publicaciones. Además del Excmo. Ayuntamiento, hemos contado de nuevo con la ayuda de Unaex Asesoría y de Gráficas Romero, donde se imprimen y cuidan nuestros libros, a quienes agradecemos tanto el montante necesario para abordar la edición como su fidelidad a nuestros propósitos. Mil gracias. 
Por último, un dato: la tirada del libro es de 200 ejemplares y la edición, no venal. Puede solicitarse a la asociación la versión digital. A la dirección: trazosdelsalon@gmail.com
Esta tarde, a las 20:00, en el Verdugo, se presenta la obra. Acompañará a la autora el prologuista del libro. 









Miguel Carrasco (Unaex), el alcalde Pizarro, Esther Sánchez y uno.

12.12.24

Náufragos, 10

Como quien no quiere la cosa, Náufragos llega a su entrega número 10. Esto es mucho más que una ocurrencia. O un mero proyecto. El tesón de su editor, Salvador Retana, quien concibió este invento, ha llegado lejos y más que va a llegar. 
Tan bonita como siempre, la caja guarda tres botellas con textos que sobrecogerán al lector: "El metal que durmiese", de María Ángeles Pérez López, "Piedras entre la encina", de José María Muñoz Quirós, y "Quiero ser enjambre", de Juan Mayorga. Tres poemas de dos poetas y un dramaturgo.
El de Pérez López termina: Solo al fondo abisal de la botella / fosforecen tus ojos. // Y no duermen
El de Muñoz Quirós empieza: No despiertes el sueño de la piedra / en el territorio de la noche, / nunca respondas / tenaz a su silencio
En el de Mayorga leemos: Quiero bailar tango con Soren Kierkegaard. / Quiero pasear París con Walter Benjamin. / Quiero jugar al parchís con Martin Heidegger y hacerle trampas. / Quiero tener tanta cara como Andy Warhol –su pelo no, eso no lo quiero. / Quiero salvar a Cordelia, la hija pequeña del Rey Lear. / Quiero ser hoy esquimal, la víspera vikingo, piel roja si anochece. / Quiero viajar por la Amazonia con un plano de Manhattan
¿Algo que añadir? No creo que haga falta. Bueno, sí, las imágenes de las etiquetas, obras del editor Retana. 





10.12.24

Algunas lecturas recientes (y III)


Las revistas literarias en papel son ya objetos extraños a los que nos acercamos analógicos irredentos y pocos más. Con todo, algunas sobreviven. Así, la sevillana y ultramarina Sibila, que publica su número 74. No deja por eso de sorprendernos cada vez que la abrimos, siquiera sea por ese papel amalfitano que gasta (su olor, su tacto), aunque lo que más importe tenga que ver con a la calidad de sus colaboradores, el encarte con obras del artista correspondiente (en este caso, el escultora coreana Yoon Hyun Jin) y el cedé con una obra musical (esta vez, una ópera en un acto, Oteiza, del compositor Juan José Eslava). Recuerdan a Carlos Germán Belli (hay poemas inéditos) o a Italo Calvino (Paco Jaurauta). Artículos que se titulan "Ida Vitale y la autobiografía del lenguaje", "Una casa en Tel Aviv"  o "Celan traduce a Dickinson" no pueden dejarnos indiferentes. Si no ha pinchado encima del 74, hágalo y compruebe el elenco. 

Otra que asombra por su belleza es la malagueña Litoral, que en esta ocasión dedica la entrega a los jardines. Impresiona la cantidad de poemas, tan hermosos como plantas y flores, que se recogen y, más allá, la bien escogida selección de obras de arte, cuadros ante todo, que ilustran esos versos. Y no sólo, ya que hay textos, entre otros, de Antonio Muñoz Molina, María Belmonte y Luis Alberto de Cuenca (sobre el Retiro madrileño) que enaltecen aún más el florilegio. 

También Turia (que, como todas, busca suscriptores, ánimo) nos ofrece un número (el 152) redondo. Dedica el dosier al desaparecido escritor bilbilitano José Verón Gormaz, del que traza un perfil soberbio su amigo José Luis Melero. No se puede uno perder las sustanciosas, extensas entrevistas. A Ida Vitale (de Fernando del Val), la poeta eterna, y a Fernando Savater (de José Antonio Vila), un filósofo más necesario que nunca, a pesar de quienes se empeñan en ubicarle en la fachosfera. Mejor me callo. 
Los diarios del director, Maícas, son otra parada obligatoria. Más para los letraheridos residentes en provincias. Y además, relatos, poemas, ensayos, reseñas... Un festín. 

La extremeña Suroeste, la única que publica originales en las distintas lenguas oficiales de España, además de en portugués (peninsular y cosmopolita por derecho), es otra de nuestras glorias revistiles. Impresiona su sola presencia. Por su empaque. Este es su número 14. En la cubierta aparecen, según costumbre, los nombres de todos los que colaboran. Las ilustraciones corren a cargo de las artistas Paula Valdeón Lemus y María Jesús Manzanares, de cuyas obras se adjuntan sendos encartes. 

Calicanto, desde Manzanares, alcanza su número 37. El segundo de su segunda época, bajo la dirección de Teo Serna. Se publican inéditos de poetas como Guillermo Carnero, Juan Lamillar, Andrés Neuman, Arturo Tendero, Eva Hiernaux (visuales), Jorge de Arco (director de otra digna revista periférica: Piedras del Molino), Cobos Wilkins o Rosa Lentini. Y prosas. De Ezequías Blanco, por ejemplo. Se cierra la entrega con un puñado de reseñas y un homenaje al poeta Antonio Hernández.

9.12.24

Algunas lecturas recientes (II)

En Galaxia Gutenberg aparece un nuevo libro de Andrés Sánchez RobaynaLas ruinas y la rosa. No es de poemas, aunque su sustancia sea, sobre todo, poética. Es una suerte de diario intelectual donde la reflexión sobre la poesía (propia y ajena) y sobre el arte en general imperan. También hay notas personales, más íntimas, sin llegar a ser páginas de ese diario que publica desde hace años. Me ha gustado mucho el tono. Lo fragmentario ayuda. Y lo breve. No faltan aforismos. Él, con humildad, habla de "apuntes". Eso sí, dentro del libro hay al menos un par de ensayos en toda regla: a partir de dos de sus maestros: Góngora y Octavio Paz. De muchos otros también hay referencias. Conversaciones incluso, en sentido figurado. 
El lenguaje es otro de los asuntos que trata con más intensidad. Y la traducción. Y la lectura. Es, no cabe duda, la obra de un lector. Las citas abundan, a cada cual mejor traída y más iluminadora. 
El poeta canario, por cierto, con un gran sentido de la oportunidad, traduce y prologa (el preliminar es del recién citado Octavio Paz) Gradas (Graons), del poeta hispano mexicano, nacido en Cataluña, Ramon Xirau. Con motivo del primer centenario de su nacimiento. La edición, en Galaxia Gutenberg, es bilingüe. 

He disfrutado con El tiempo de los lirios, de Vicente Valero, que novela no es, aunque esté escrito con una prosa espléndida. 
Hace diez años que el autor ibicenco cambió de rumbo y dejó la poesía. Canción del distraído, que era y no era un nuevo libro de poemas, apareció en febrero de 2015. Y hasta ahora. En 2014 publicó en Periférica Los extraños (del que ha salido una bonita edición conmemorativa), al que siguieron, en orden de aparición (a libro, casi, por año), El arte de la fuga, Las transiciones, Duelo de alfiles, Enfermos antiguos y Breviario provenzalAquí dimos noticia de esas sucesivas novedades. Le llega el turno, ya digo, a El tiempo de los lirios. Esta vez Valero viaja (bien acompañado) a la Umbría italiana para seguir los pasos de mi santo favorito (y el del Papa, que de él toma su nombre): san Francisco de Asís. Siglo XIII. Y en Asís se centra esta peregrinación a las fuentes, que diría Lanza del Vasto, en busca de la figura del santo errante y de su revolucionario mensaje, que tiene como principio básico la elección de ser pobre. El desprecio del dinero (y de los libros, por cierto). La pobreza voluntaria. 
Me ha sorprendido la abundantísima bibliografía que despliega Valero en torno al franciscanismo. Digna de un erudito, en el sentido más noble de la palabra. Por eso, este libro es más que nada un ensayo. A esas ideas, y a sus estudiosos, seguidores y exégetas (desde sus contemporáneos medievales hasta los más cercanos: Goethe, Montaigne, Byron, Hesse, Weil, Chesterton, Saramago, Liszt o Pasolini), se suma un pormenorizado análisis del arte en esa región de Italia, sobre todo el relacionado con San Francisco. Pintores como Giotto y Cimabue, pongo por caso. De hecho, Valero escribe otro ensayo dentro de aquél: el relativo a la pintura de Giovanni di Pietro, Lo Spagna; "un encargo editorial", dice. Le siguen por todas partes. 
Ah, y no olvida el cine, las películas que tuvieron al santo como protagonista. Hay muchas. Dirigidas por Rossellini, Curtiz o Zeffirelli. 
En suma, quince capítulos que se corresponden con los quince días (del 28 de marzo al 11 de abril) que estuvieron recorriendo la Umbría, ciudad a ciudad, pueblo a pueblo, museo a museo, iglesia a iglesia, ruina a ruina...
A diferencia de lo que pasó en ocasiones anteriores, echa uno en falta más páginas del diario personal, pongamos, que aquí quedan reducidas a poco (algunas comidas, algunos paseos). Más de Vicente y menos de Valero, por expresarlo de otro modo. 
Lo más valioso del libro, además de su prosa (la de un poeta), acaso sea la relectura del fenómeno franciscano y el logro de haber conseguido que el lector comprenda el verdadero alcance de aquella sublevación tranquila. Tan actual, a pesar del tiempo transcurrido. Clave a la hora de entender la historia del catolicismo. 

Orlando González Esteva, nacido en Cuba en 1952 pero residente en Miami desde 1965, ya había publicado en Artes de México varios libros: Cuerpos en bandeja. Frutas y erotismo en Cuba, Concierto en La Habana La edad de Papel, que, como otros libros suyos, comentamos aquí. 
Con El parlanchín extraviado inaugura en el mismo sello mexicano la colección Ave Llana, otra preciosidad (el collage de la cubierta, la familia tipográfica Tribute de Frank Heine...). Aquella en grande, ésta en pequeño. La nota editorial no miente: "El parlanchín extraviado tiene un protagonista, el pueblo cubano, cuya locuacidad desvela al autor y parece afectarlo todo, desde la historia del país hasta las relaciones amorosas de sus habitantes. El silencio, el ruido, el lenguaje, la música, las arengas, la autocensura, la charlatanería de algunos animales y la sociabilidad de un árbol sagrado son los temas que se disputan estos textos breves donde sobresalen la sátira y el humor: La mudez de los peces alerta al cubano sobre los peligros de la profundidad". 
Sobre ese asunto gira, con la gracia y el salero que le caracteriza, fruto de una imaginación desbordante, todo en este breviario compuesto por sentencias y aforismos que de vez en cuando se interrumpe con la aparición gozosa de un poema. A cada cual más agudo. Más divertido. El sentido del humor de González Esteva es seña de identidad de su luminosa poética. 
Octavio Paz, que se refirió a su compasiva "burla sin saña", resaltó en su obra "algo muy raro en la poesía de nuestros contemporáneos: la música del verso" y habló de "poesía viva". Música (a ella se ha dedicado profesionalmente) que traslada el poeta a cuanto escribe. Se aprecia en estas prosas que no dejan de celebrar su destino de cubano universal y que tanto y tan bien explican esa particular, festiva forma de ser. A pesar de la dictadura comunista y del exilio. Ahí va una pequeña muestra. 
Un cubano lacónico es una tan figura desconcertante que nunca falta quien se empeñe en sonsacarlo: urge averiguar cómo sobrevive alguien tan contrario a sí mismo
Los cubanos no se hablan durante la apoteosis del acoplamiento: es la mayor demostración de amor de que son capaces.
Nadie tolera un minuto de silencio en Cuba. Ni el muerto
Ante la inteligencia impar de su perro no es raro que el cubano concluya: sólo le falta hablar. Dios nos ampare
Nada sabe del pasado; / del futuro, menos; siente / que no es lo suyo el presente, / el parlanchín extraviado

NOTA: La fotografía es de la preciosa Biblioteca Municipal Arturo Gazul de Llerena (Badajoz). 

7.12.24

La insaciable ficción del deseo

Eduardo Chirinos (Lima, Perú, 1960-Missoula, USA, 2016) inició su andadura poética en los convulsos años 80 del siglo pasado y a esa generación pertenece. Pronto opta por una suerte de vuelta al orden (algo parecido a lo que ocurrió en la promoción española homónima) y desdeña el experimentalismo. Sin olvidar la imaginación, aliada inexcusable. Entiende la poesía como “refugio para la amabilidad y el sentido común”. Pretende “rehumanizar la experiencia poética”. ¿Sus maestros?: Pessoa, Borges, Cavafis… En aquel momento, recuerda Rodríguez-Gaona en su fundamentado prólogo, “en Lima estaban en activo al menos quince poetas de primer orden”. Y habría que añadir la “eclosión de la poesía femenina”.
Tras una breve, decisiva estancia en España a mediados de esa década, Chirinos inicia un “exilio académico” por diversas universidades norteamericanas y, después de obtener un doctorado en Rutgers, se instala hasta su muerte en Missoula. Desde entonces voló en solitario. “Hacia lo posnacional”.
Fue un poeta prolífico. Sin remedio. Creía en ese oficio como fatalidad, más que como vocación “que se elige o se rechaza”. La escritura como “designio” y la lectura (inseparable de la anterior) como “destino”.
Este primer tomo de su poesía reunida (Cuaderno rojo, en homenaje a los Beatles) reúne los ocho libros iniciales (desconocidos para el lector español, pues la mayoría se imprimieron en Perú): Cuadernos de Horacio Morell, Crónicas de un ocioso, Archivo de huellas digitales, El libro de los encuentros, Rituales del conocimiento y del sueño, Canciones del herrero del arca, Recuerda, cuerpo... y El equilibrista de Bayard Street (rescatado por las extremeñas Ediciones Liliputienses en 2013).
Como señala R-G, con la poesía intentó “construir una identidad” (poco importa si “ficticia”, matiza), por más que considerara una “trampa” separar vida y poesía. Destaca su solvencia, agudeza, lucidez, virtuosismo y versatilidad. Era “neoclásico en el temperamento y sincrético por la modernidad de su lenguaje”. Como Borges, concebía la literatura “simultáneamente como una pesquisa y un tejido”. La suya apelaba al “lector ilustrado”. Quería “abarcarlo todo”. Culturalista y, en el tono, conversacional. Al “británico modo”: contar y cantar. De la mano de la narratividad, el monólogo dramático y el correlato objetivo Con un punto de vista irónico. Por otra parte, aprende “las lecciones de la tradición clásica”, puntualiza R-G: la grecolatina y la española del Siglo de Oro.
¿Sus temas?: “la identidad, la memoria y la literatura”. Y “el ensueño, los afectos y el deseo”.
Estamos ante un poeta del lenguaje: su fe en él era irrenunciable. De su “dominio”, no de su “incertidumbre”. “Nada poseo sino la palabra”, escribió. “Elegí las palabras porque no pude elegir el silencio”, leemos en su poema “Treinta y cinco”. Lo hacía, como W.C.W., “porque nos gusta hacerlo”.
En la poética (lo es y no, fue un ensayista perspicaz) que se incluye en el volumen, donde reflexiona sobre sus Cuadernos (Rojo y Azul), dice: “El verdadero poema nos conmueve porque nos plagia”.
Cuaderno está en el título de su ópera prima (manuscrito encontrado de un heterónimo suicida) y en el de su poesía completa; eso sí, Horacio Morell no es todavía él. Después, su voz queda afianzada para siempre, aunque a veces abandone su registro habitual por su afán indagatorio e inconformista. Hacia lo épico, lo histórico, lo órfico, lo mítico.
Con frecuencia, el amor (centrado en su mujer, Jannine, que ha cuidado la edición), el mar, los lugares (hay mucho de diario de viaje aquí y mucho mundo recorrido), la infancia (“Volver es siempre un poco triste”), la nieve, las lecturas…
“Es cuestión de mirar”, leemos en El equilibrista de Bayard Street, el libro que anuncia con claridad el Cuaderno Azul.

Eduardo Chirinos
Edición al cuidado de Jannine Montauban y prólogo de Martín Rodríguez-Gaona
Pre-Textos, Valencia, 2024. 410 páginas. 27.00 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado em EL CULTURAL



5.12.24

Algunas lecturas recientes (I)

Sí, me repito. Lo sé. No es por la edad. O no por ahora, creo. Es que la avalancha de libros no cesa (¡bendito verano!) y uno, ya saben ustedes, se bloquea. Y no porque lo que llegue sea malo, ¡al revés! La cantidad me puede. Que la excelencia existe queda demostrado en esta breve muestra de obras que uno no puede reseñar por largo, como merecerían, pero que no me duelen prendas resaltar. 

Juan Antonio Masoliver Ródenas, acreditado crítico de La Vanguardia y catedrático jubilado de Literatura Española y Latinoamericana de la Universidad londinense de Westminster, ha cumplido en 2024 ochenta y cinco años. A esa edad pocos poetas siguen en activo. Menos aún son capaces de publicar un libro de poemas tan logrado, vital y contundente como el último del catalán de El Masnou (aunque nacido en Barcelona). Se titula En el jardín del poema y está en el catálogo de Acantilado, como los anteriores. Está dedicado a Sònia, "mi ángel de la guardia, dulce compañía". (Guardia, sí, y no guarda.) Es la protagonista de muchos poemas. Los de amor, sobre todo. Y es que el amor y su vertiente erótica, inseparable de la poética de Masoliver, siguen jugando un papel fundamental en sus versos. Como la memoria. Los recuerdos de infancia en la casa familiar (un lugar que existe y que no en este juego de pasado, presente y futuro, al que siempre regresa y que no deja de ser un espacio mítico) donde se desarrollan los acontecimientos que se narran (y se cantan) en esta nueva entrega. Y allí, la madre y el padre y los hermanos y los vecinos. Otro tema central es el de la vejez y los prolegómenos de la muerte ("Me despido de todo lo que veo"), otra protagonista insoslayable. El tono, marca de la casa, huye de lo grave y solemne y se acerca a lo humorístico (léase el poema del Pito Solitario), con su acerado prisma irónico. La lectura y la escritura ("Quisiera ser poema / como Juan Ramón Jiménez"; "No es la poesía / escrita en el papel / lo que atrae / sino el papel, / como un espejo / que me acompaña / y que me reconoce") tampoco faltan a la cita. Ni, claro, el jardín, símbolo de tanta melancolía. Con todo, "la felicidad acecha / como una sirena / y moriremos / sin sabernos desdichados". Que así sea. 

Juan Lamillar, sevillano del 57, no es tampoco nuevo en esta plaza. Publica en la singular Reino de Cordelia Ley de fugas, un libro que fecha entre 2008 y 2012. Es lo que tiene la poesía verdadera: que no se pasa, como la pasta, el arroz, los políticos o la moda. Si no nos hubiera aportado ese dato, ningún lector habría caído en esa cuenta y daría por hecho que estábamos ante poemas pospandémicos. Cinco partes lo componen. Cinto temas: la fugacidad del tiempo ("Las preguntas"), la música ("La música en lo oscuro"), la filosofía ("De la filosofía"), la pintura ("La oración del color") y el viaje ("El viaje"). Ya sabíamos que Lamillar es un poeta culto, por más que el marbete de culturalista le quede, como todas las etiquetas, demasiado justo. Porque su cultura es viva y siempre se acerca al hombre que disfruta con la degustación de la belleza. Que conoce bien la pintura (la de Rothko, por ejemplo, nada figurativa) y la música (que escucha en lo oscuro, "otro lenguaje") y (ahora lo comprobamos) la filosofía (Sócrates, Descartes, Kant, Heidegger...) es cosa que no admite discusión. Que no se empina ni se pone estupendo por eso, también. Se aprecia en la parte más metafísica, digamos. El humanismo aquí lo puede todo. 
Otro de sus conocimientos tiene que ver con la propia poesía y, ya ahí, con la métrica. No en vano pertenece a esa línea poética andaluza que de ritmos y medidas y figuras y estrofas lo sabe todo. Qué elegancia. No, no es un libro más de Lamillar, con no ser eso poco, sino uno de sus mejores libros, o eso me ha parecido. Chapeau!

Sergio Álvarez Sánchez, un bruselense de Salamanca, publica (en Evohé Desván, su sello habitual) Un afán perdurable. Domina el humor, un punto ácido e irónico, y sorprende con qué naturalidad aborda los problemas que a cualquiera nos cercan de continuo. Basta con leer "Domingos por la tarde", que surge en el momento de fregar la vajilla, aunque nos sitúe en "la última frontera". Y qué bien canta al amor ("Historias de fantasmas", con su punto Sabina, este hombre es mucho de canciones). Y con qué delicadeza recuerda a sus abuelos. Y a París. Y qué buenos consejos da a sus hijas. Y qué hermoso "Dehesa", tan cercano, y otros lugares de su natal Castilla. Y qué imaginativo y juguetón resulta cada poco (la carga aquí es de profundidad, inesperada). Y cómo se ríe de sí mismo. Y, en fin, todo lo dice con un ritmo envolvente que, como debe ser, apenas se nota, sonetos inclusive. Ah, y qué finales (el de "Zapatos", pongo por caso). "Rescátame, poesía. O no regreses nunca", escribe. Sólo un defecto: las erratas. Menudean, si bien no afectan a lo que de verdad importa. Ah, en el marcapáginas hay un código QR con una lista de música en sintonía con el libro (y, en concreto, con algunos poemas). La cubierta y los dibujos interiores son de su mujer y de sus hijas. Todo queda en familia. 

Qué preciosidad de libro ha sacado adelante José Manuel Benítez ArizaArte menor (Garvm, colección Oplontis). Después de afirmar en la nota previa que "sería buena cosa (...) que los poetas escribieran un solo poema al año" para, entre otras cosas, aliviar "el exceso de producción poética" y confesar lo lejos que ha estado de ceñirse "a tan sensata limitación", el poeta gaditano reúne aquí los poemas, uno a uno, año a año, tantos como años de este siglo, que envió a sus amigos para felicitarles la Navidad. No de motivo navideño necesariamente, ni villancicos. Tomó el modelo de otros poetas que hacían lo mismo, como Pablo García Baena. Los que enviaba a su amigo Vicente Núñez los publicó en 1984 Hiperión. Los de JMBA, desde la ligereza, giran en torno a los "asuntos habituales" de su poesía, de ahí que le haya "salido una especie de versión miniaturizada" de su trayectoria poética. Los originales estaban ilustrados por su hija Carmen, niña al principio. En lugar de repetir en esta edición esos dibujos, ésta, "dedicada profesionalmente a la pintura y la ilustración", ha realizado otros nuevos que aportan aún más belleza a este libro no tan menor. 
Uno destacaría del conjunto los poemas de 2006 ("Todo vuelve y nada vuelve, / como este sol melancólico / de finales de diciembre"), 2008 ("Quien espera la nieve / no se conforma / con la lluvia caída / a la redonda"), 2012 ("Navidades dickensianas..."), 2015 ("El mundo no estaba allí: / lo ha creado tu mirada"), 2018 ("Es mi sed la que te crea..."), 2020 ("Romance del Bocaleones") y el del año pasado, acaso el mejor, sobre un tema de Borges: "Vivir de noche, en lo oscuro / en la turbia madrugada / ayer pródiga en prodigios. / Hoy prefiero las mañanas", "(...) la luminosa / diafanidad de las plazas". 

En octubre salió uno y en noviembre el otro. De 2023, preciso. Me refiero a los dos últimos libros de poemas de Antonio Rivero Machina, filólogo extremeño de Pamplona, profesor de instituto en Hervás. El primero se titula Exposición temporal y lo publicó RIL. Es un libro logrado, sin duda. Su brevedad es parte del acierto. Es la obra de un viajero. O de un turista, ya tanto da. De alguien que observa con una perspicacia llamativa. Que pasea por los museos (de historial natural, etnográfico, de arte abstracto, de cera, de los horrores y arqueológico) y por las ciudades. Por los monumentos y las calles. Que habla de los gatos, los perros y las aves, de la geopolítica (de Ucrania, de los judíos Celan y Kafka, lo que a uno le recuerda a Steiner), de los miradores, las tumbas y los cementerios (el de Gibraltar, para ser exactos), de Bernini y Veronese, de las vacas... Sin pasar por culturalista y, menos aún, por pedante. Dos poemas, tal vez, sobresalen. Van seguidos: "Civilización o barbarie" y "Museo arqueológico". Este último me parece una joya.
No desmerece tampoco Un viento en ruinas (BajAmar, colección Avanti). El autor es el mismo, pero la intención y el tono son otros. Prima aquí el "aliento clásico". Los títulos de los poemas son expresiones y palabras latinas. La métrica es fundamental y, por añadidura, la sintaxis. Los versos, blancos, aunque no falte el soneto o la décima. Hay mucho de experimento de filólogo en la obra, dicho esto en el mejor sentido. Por eso le ha salido más barroco y con un léxico más peculiar, por escogido. Hay poemas (todos en segunda persona, tan cernudiana) muy especiales. Para mi gusto, "Speculo", "Lectio", "Gravitas", "Beatus ille" ("Sobre el filo agostado de esta sierra / se apila el mundo entero"), "Ubi sunt" ("Recuérdate en el polvo / que fue tu estirpe memoria del agua"), "Catharsis" y "Testamentarius", el largo poema final, paradigmático, que empieza: "Tiene este espacio la medida exacta". Tomen nota: Antonio Rivero, pero no Taravillo (un saludo), Machina. 

NOTA: La fotografía es de la preciosa Biblioteca Municipal Arturo Gazul de Llerena (Badajoz).