4.7.25

Carta de Tánger (II)

Salvo el último día, desayunamos en la cafetería Katerinas, en Rue Lafayette, a la vuelta del hotel, que está en Rue Allal Ben Abdellah. Y. tomaba café con leche en vaso y una tostada con tomate, aceite y ajo. Uno, té de menta y tortilla francesa. Además, por sistema (como en todos los locales), unas aceitunas verdes y negras aliñadas y una botellita de agua fría. No hizo falta repetir nunca la comanda: el camarero la retuvo desde el primer día. 
Me encantan los cafés tangerinos, sus cómodas terrazas donde los hombres (rara vez mujeres) ven pasar el tiempo sentados pacientemente durante horas; solos o charlando entre ellos; trabajando incluso, móvil mediante.
Nos atrevimos a ir a la medina. Al zoco, dice Y. Paseamos hasta la Plaza 9 de abril (para ella, todavía la de España). Despacio. Observándolo todo. La Pensión Villa Caruso, por ejemplo, y otras casas que vuelven del pasado. Los exuberantes jardines cerrados, pasto del abandono y del olvido. Los edificios racionalistas que aún conservan su fría elegancia a pesar de las mellas de la desidia. 
Nos detuvimos en la casa donde nació Y., en la calle Libertad (Rue Liberté), justo al lado de la citada plaza, la de la puerta Bab el Fahs. Una calle, por cierto tan larga como céntrica, la que va desde la Place de France hasta el Zoco Grande (a medio trayecto, el hotel Minzah); una plaza que enlaza el famoso Boulevard Pasteur (donde está la Librairie des Colonnes) y la Avenue Belgique (donde está la Galería del Cervantes). En su tramo final, que desemboca en esa plaza que hace referencia a la visita, en 1947, de Mohamed V, donde está el Cinéma Rif, esto es, la Cinémathèque de Tánger, huele intensamente a especias. Las que venden en grandes locales abiertos (y hierbas, perfumes, cremas, etc.), como el turístico Palace Herbal. 
A pesar de ir por la sombra y de nuestro paso lento, pronto el calor, intenso y húmedo, hizo mella y, tras callejear durante más de dos hora y adquirir, como cualquier turista, unos imanes para los frigoríficos de madres e hijos y unas cajas de té, que compramos en un bakalito (en casa de mi suegra se consume té verde o moruno a diario, como he contado alguna vez, un rito que queda reflejado en el libro que antes cité), salimos agotados del laberinto. A nuestro pesar, es cierto. Hicimos escala en La Española. A ella hace mención Ángel Vázquez, el autor de La vida perra de Juantita Narboni: "de paso me pediste que te trajera de La Española una docena de bizcochitos de plantilla". Aunque los cisnes de merengue, una especie de magdalena de Proust para Y., ya no existan, pudimos degustar sendos tés y aliviar (en mi caso) el sudor (la camisa, empapada) y ese cansancio que los de tierra adentra sentimos cuando la humedad nos ataca sin compasión, de manera inclemente, en las ciudades costeras. Después, el baño en la piscina del hotel fue reconfortante. Qué maravilla. Un sencillo chapuzón, dos brazadas, otras tantas inmersiones y como nuevo. 

A las dos y media habíamos quedado para comer en el Consulado de España en Tánger. Invitados por la cónsul, Aurora Díaz-Rato, y su marido, Ignacio. Nos conocimos en Suiza, donde ella fue embajadora de España (en Berna) y más tarde representante permanente de nuestro país ante la Oficina de las Naciones Unidas (en Ginebra), en casa que nuestros amigos Jorge y Christophe tienen en Grandson. 
La sede del consulado es espectacular. Una hermosa villa rodeada de árboles y jardines que se compró a un potentado inglés en 1929, si no me equivoco. Mejor que la casa, con estancias palaciegas y una decoración a la altura, fue la conversación, alejada de cualquier atisbo de artificio diplomático. La vida y sus alegres y amargas circunstancias acapararon el grueso de la charla. Con unos anfitriones, eso sí, fuera de lo común. 
Sirvieron la comida (salmorejo, cuscús de pollo y helado de limón) en una bonita galería de madera pintada en tono azul que daba a la piscina y a la parte trasera de la mansión, donde se enseñoreaban unas altísimas palmeras dignas de un enclave africano. 
El consulado está en el barrio de San Francisco (donde Gaudí llegó a diseñar una iglesia) o de Iberia (por un anuncio que estuvo durante años en lo alto de un edificio de la Plaza Koweit). Allí se levanta la catedral, el Hospital Español y los centros educativos "Severo Ochoa" y "Ramón y Cajal", muy cerca de la Mezquita Mohamed V.

Acordamos reunirnos a las seis en la puerta del hotel para ir caminando hasta la Galería del Cervantes, enfrente del consulado de Francia, a dos pasos del omnipresente Gran Café de París. El aire acondicionado nos recibió a todo trapo. Menos mal. Fui cargado desde Plasencia con una americana azul marino que no llegué a ponerme. Cuando pegunté a la cónsul por el protocolo al respecto, me dijo tajante que nadie esperaba que la llevase puesta y que no era necesaria si no quería deshidratarme apropiadamente vestido. Me acordé de cómo mi abuela Feli le afeaba a mi padre, un año tras otro, que no se pusiera una chaqueta, como el resto, para acudir (como miembro de la asociación de padres) a la fiesta de fin de curso de mi colegio que se celebraban en el Teatro Alkázar. Por una vez, padre, el polo bastó. 
La sala acogía, qué suerte, la muestra “Estampas marroquíes (1903-1927)”, del pintor, ilustrador y grafista Mariano Bertuchi Nieto (1884–1955); un clásico, sin duda. 
El acto se desarrollo con la sala llena y sin aspavientos. Quiero decir que el director del Cervantes nos fue presentando con sustanciosa brevedad y que fuimos leyendo nuestros poemas por orden alfabético. Se nos dijo que enviáramos cinco. Claro que no todos escribimos poemas líricos y cortos. Los de uno, por ejemplo, ocupaban apenas tres páginas del pulcro y cuidado cuadernillo (con calidad tipográfica e impreso en un papel digno) que se editó para la ocasión. No es el caso de Alba Cid, que compone poemas extensos y narrativos, lo que el irónico Biel Mesquida no se olvidó de comentar a la gallega en cuanto tuvimos en las manos un ejemplar. Medio cuadernillo, vino a decir con la debida gracia, era suyo. Nos reímos los tres. Ella leyó primero. Y muy bien.
Las lecturas de Dalila Fakhri (una joven alta y guapa tocada con hiyab) y Fadma Farras (baja de altura y vivaracha) cautivaron a todos. La primera escribe en árabe y la segunda en amazig o bereber. El alfabeto tifinag de esa lengua impresiona. Como la recitación, puro canto, de los versos de Farras. Y con qué salero los dijo. Aunque Mesquida criticó que leyéramos las traducciones mientras leían las poetas (lo mencionó antes de recitar los suyos en catalán), para no perder la musicalidad de los versos, resultaba muy chocante confrontar lo que oíamos con lo que leíamos, poemas de un alto contenido feminista, algo que no encajaba con la tradición de esa cultura nómada y milenaria. O eso creía uno. 
Mesquida, que tiene una voz grave y profunda, advirtió también al comenzar su lectura que no le gustaba que la gente aplaudiera después de cada poema. Con aplausos o sin ellos, volvió a demostrar que la suya es una poesía genuina, que impone su ritmo con independencia de que se sepa catalán o no. 

Aziz Tazi, hispanista, profesor en la Universidad de Fez pero formado en la de Valladolid, escribe en español, así que no fui el único en usar la lengua universal que justifica la existencia del Instituto Cervantes. A ser el último estoy acostumbrado desde la infancia (como dedujo Piqueras). Procedí a leer los cinco poemitas que envié en su día y, por aquello de la brevedad y para compensar, añadí uno más, éste un poco más largo. Todos, como expliqué al principio de Más allá, Tánger. Era lo lógico, ya que estaba en la ciudad que inspiró ese libro. Confieso que en algún momento se me quebró la voz, emocionado al evocar pasajes de la vida en ese lugar de mi mujer y de su madre, ellas sí, tanjawis, de adopción o de nacimiento. 
Puso la guinda Sheila Blanco que interpretó a capela un par de canciones preciosas. Mejor cierre, imposible. Con todo, aquello duró lo justo: una hora. Nada más peligroso que una melopea liricoide. 
No sin saludar a algunos asistentes (la cónsul y su marido, unas poetas malagueñas, un poeta sevillano que vive allí y me recordó que una vez me envió un libro publicado por él en Renacimiento del que no hablé, etc.), nos retiramos a cenar. Todos quedamos en vernos al día siguiente. En la presentación de Matria y en el consiguiente recital, ahora con piano incluido, de Blanco. 
Para no variar, cenamos en el jardín del Chellah. En casa, como quien dice. Y pescado, como es natural. En esta ocasión, éramos veintitantos. Sí, tocamos a poco. Se sumaron, con respecto a la noche anterior, directivos de la Fundación Baleària, con su presidente, Ricard Pérez, al frente. Tampoco faltó una persona fundamental en esta historia: Maribel Navarro, alma del Instituto y su coordinadora de Cultura, natural de Larache, a la que ya habíamos saludado en la Galería. Y también, si no recuerdo mal, la jefa de estudios: Asunción Pastor. 
Y. y yo hablamos con los más cercanos. Otra vez estábamos sentados en una esquina. Es lo que tienen las mesas largas. Junto al profesor Tazi, que se retiró pronto, a quien nos encontramos al día siguiente desayunando en el cafetín habitual.

2.7.25

Carta de Tánger (I)

Comentaba hace unos días con un amigo si este afán por relatar los pequeños viajes que uno emprende no sería fruto del complejo provinciano de quien apenas sale de este angosto rincón amurallado. Me tranquilizaba a mí mismo añadiendo que estaba seguro de que, al hacerlo, no pretendía presumir o epatar. No va en mi naturaleza. O con mi carácter. Y, además, ¿de qué iba a jactarme? Cualquiera de mi pueblo ha viajado al Japón, ha visto las pirámides de Egipto o ha navegado por los fiordos noruegos. Lo cierto es que quienes me conocen y hasta me leen, los que siguen este blog que cumplió hace un par de meses veinte años, al enterarse, tal vez esperaban, porque olvido (y escribo), esta crónica del último que he realizado, tan breve y cercano como todos, pero de regreso a un lugar muy importante para mí. Para nosotros, mejor, pues, según costumbre, no fui solo, sino acompañado de Y. Volver a Tánger siempre es motivo de felicidad en esta casa. Siquiera sea porque, sobre todo para Y., aquella es también, de manera simbólica (no hay propiedad, qué más quisiéramos) la nuestra. A qué negar que la invitación de Juanvi Piqueras, director del Instituto Cervantes tangerino, para participar en el primer Festival de Poesía del Mediterráneome alegró. No por aquello de que fuera la primera vez que me invitaban a un festival (debía ser el único autor español de libros de poesía que no había sido invitado a alguno). No, nunca los he echado de menos. Me temo que la poesía, tan discreta cuando es verdadera, brilla en ellos por su ausencia. No, lo sustancial era volver a esa playa de África, que diría Morábito. Y que, de paso, pudiera leer en la ciudad que los inspiró algunos versos de Más allá, Tánger. A ver si el director del Cervantes de Sofía me deja hacer lo propio en la capital de Bulgaria (de donde acaba de regresar el poeta Basilio Sánchez) con los poemas de Sobre el azar del mapa. Me haría ilusión, no lo niego. 

Después de darle algunas vueltas, optamos por bajar hasta Tarifa en coche y tomar desde allí el ferry hasta Tánger en vez de ir a Barajas y pillar un avión. Todo lo que sea evitar un aeropuerto... El viaje es largo, el tráfico denso, el sevillano puente del V Centenario costoso de franquear por culpa de las obras, el firme de la autovía, desde Jerez hasta Algeciras, peligroso, la travesía de Algeciras, más obras, delirante y el resto, hasta el puerto de Tarifa, un trayecto en caravana que sólo se soporta gracias a las vistas, pero... Al llegar a ese destino, con la hora demasiado ajustada, no dábamos con el aparcamiento. Una vez localizado, tocó recorrer a toda prisa el centro de la ciudad fronteriza, maletas en mano, hasta llegar a la terminal y, papeleo mediante, lograr subir al barco. Diez minutos antes de la hora prevista para su partida. 
Soplaba el levante, lo habitual, y aunque el mar estaba por eso algo picado, no llegué a marearme. Con mi facilidad para el trastorno, raro. Lo peor: la larga cola para sellar el pasaporte en la aduana del catamarán de Baleària (antes, Balearia). 
Ya escribí en un poema del libro que he mencionado antes que Como a Venecia, Valparaíso o Estambul, / sólo hay un modo de llegar a Tánger. Me refería, claro, a hacerlo en barco. Esta vez a un puerto distinto del viejo, pero muy próximo a aquél. Nos esperaba un taxista que nos trasladó rápidamente al hotel. Por el tráfico, a los dos nos pareció que estábamos en Nápoles. Puro caos. Ordenado, eso sí, valga la paradoja. Quiero decir que coches y personas terminan desenvolviéndose en él con cierta seguridad, aunque parezca todo lo contrario. 
Lo primero que vi, o en lo primero que me fijé, fue esa línea de casas de principios del XX que aún destacan, con su elegante y blanca sobriedad, en la Avenida de España (ahora de Mohamed VI), las que siguen al edificio (ahora cerrado o en reforma) del Hotel Continental. Me encanta contemplarlas. Y ya que lo menciono, cómo no evocar la figura de Paul Bowles, un cliente de ese mítico hotel donde Bertolucci ambientó escenas de la película El cielo protector.

El Chellah vivió tiempos mejores. Y peores, cabe añadir. Como dijo Y., a modo de resumen, se trata de un hotel muy tangerino. Tan decadente como esta ajada ciudad, que es lo que cuenta. El cuarto no era lujoso, pero estaba limpio. Nos dieron una habitación de las reformadas, según nos explicaron en recepción. No quisimos imaginar cómo eran las antiguas. El aire acondicionado funcionaba, y no era poco. Sí, el calor húmedo, excesivo para un mes de junio en Tánger, impedía los movimientos y ha sido el único obstáculo: pasear, por ejemplo, era una temeridad, más para quienes sudamos en exceso. 
Llegamos muy tarde; sin embargo, la cocina estaba abierta. Hasta la una de la madrugada, nos dijeron. Eran las cuatro de la tarde hora local, una más en España. Disfrutamos en la terraza del jardín (un espléndido oasis dentro de Tánger) de una ensalada y unos calamares que no desmerecerían en ningún chiringuito de la costa andaluza. La fritura, perfecta. Tras un rato de descanso en el cuarto, bajamos a la piscina. En vano, cerraba a las seis de la tarde. Después, al atardecer, nos atrevimos a dar un largo paseo por los alrededores del hotel. Por el Tánger de toda la vida, donde las múltiples reformas y añadidos no han llegado aún. Ni las obras del acerado. Ni las grúas de las nuevas construcciones: edificios, hoteles. La ciudad ya alcanza el millón de habitantes. Pronto desaparecerá salvo por la medina, los zocos y la kasbah la que tantos hemos mitificado. 
En un bakalito nos hicimos con gel de avena para la ducha de la marca Instituto Español. 
Habíamos quedado con Piqueras en el citado jardín para la cena. A él lo conoce uno desde hace mil años, cuando era novio de una placentina y se me acercó en la segunda planta de la desaparecida librería Cervantes para presentarse. Estuve en el Palace el día que le entregaron el premio Loewe. Cantó Aute. Cuando llegamos, ya estaban sentados en una mesa larga Alba Cid, Biel Mesquida, Àngels Gregori (que nos había saludado a su llegada, en recepción, comisaria, a la sazón, de este Festival con sede, además de en Tánger, en El Cairo, Alejandría, Atenas y Ammán), la becaria Diana Carolina Gómez (que se ocupó solventemente de las necesarias labores de intendencia: alojamiento, billetes, etc.), Sheila Blanco y Juan, su novio y representante, la madre de éste y no sé si alguien más (perdón). Pedimos pescados y pagamos a escote. Esa fue la primera de cinco noches en que disfrutamos de ese lugar donde el dueño del hotel, su hijo y un grupo musical interpreta en directo jazz, boleros... Bueno, a veces suben al escenario artistas invitados, como la propia Sheila y, el último día, alumnos de una escuela de música. 
La parrilla (para el pescado fresco) y una temperatura suave hacen el resto. Y, añado, unos camareros (casi un ejército) muy profesionales y amables. La amabilidad, por cierto, ha sido una de las grandes alegrías del viaje: todo el mundo (taxistas, vendedores, empleados...) y, por supuesto, cualquiera al que te encontraras, actuaban con una cordialidad exquisita. Natural, diría. Si, además, se daban cuenta de nuestra condición de españoles o Y. les comentaba que era tangerina de nacimiento (tanjawi, como dicen ellos, el título de una suerte de memorias de Wenceslao-Carlos Lozano, que quiero leer), ya... 
En ese jardín y esa noche pude saludar personalmente de Alberto Gómez Font, un barcelonés muy tangerino que me consiguió hace poco el número de la revista Sures dedicado al hotel Minzah. 
También esa noche descubrimos la cerveza Casablanca (marroquí, por supuesto), que no dejó de acompañarnos el resto del viaje. 
Dio tiempo a que Àngels Gregori nos contara su desagradable peripecia en la Fundación Francisco Brines (ella es también de Oliva, donde tenía su casa el poeta, sede de la misma, que dirigió cuando fue creada) y a cambio nosotros le contamos nuestra relación con un autor que no he dejado de admirar, con una obra esencial para mi poesía y, en consecuencia, para mi vida. Y hasta jugamos. Piqueras propuso que cada uno recomendara una lectura reciente y la defendiera. Uno eligió Las sílabas del cielo, de otro salmantino: Víctor Herrero. 

6.6.25

Dos reseñas recuperadas

Estas dos breves reseñas fueron escritas para que se publicaran en El Cultural. El tiempo ha ido pasando y... Ya sabemos que en los suplementos estas cosas pasan. Me duele, pero... Lo que no podía evitar era que aparecieran, siquiera aquí. 

DE NINGÚN SITIO A NINGUNA PARTE

La de Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) es una de las huidas más apasionantes de nuestra literatura. “Siempre en fuga”. Sin remedio, por destino (para tipos como él debió acuñarse el término “animal literario”), empezó esa escapada como poeta, lo que nunca ha dejado de ser: ni en sus poemas, ni en sus dietarios y crónicas, ni en sus novelas, ni en sus ensayos.
En 2000 reunió su poesía (édita e inédita) en La marca del cuadrante (Poesía 1979-1998), libro de libros al que han seguido Fingimientos y desarraigosEl piano de Hölderlin y Espuelas para qué os quiero, todos en Pamiela.
Recuerda el prologuista sus versos: “Escribir de una vez por todas una verdad, / una sola”. Por caro que cueste, como refleja la leyenda de este hombre rebelde, ajeno a modas, capillas y compadreos (léase “Manuel de instrucciones” o “En recuerdo de Léo Ferré”).
“Somos siempre nosotros la materia más genuina de los libros que escribimos”, dijo una vez, y eso se constata al leer esta poesía escrita “con verdad”. La lógica de un viajero a lo lejano (“y donde ser por fuerza un extranjero”) y de un paseante por lo cercano: montes y bosques del Valle de Baztán, el interior de la Ciudadela… “En el camino”. De un emboscado solitario ―un outsider― sin casa (de la vida) ni patria (“ser de ninguna parte”, como su Juan Sin Tierra, porque “No hay sino errancia”), aunque en búsqueda permanente, al que acompañan personajes interpuestos tan atrabiliarios como él: vagamundos, navegantes, aventureros, jugadores, exiliados, traidores… Alguien pendiente de “las palabras perdidas” que darán forma a su mundo. La única ciudad habitable, su lugar más propio. El que representa a la perfección este puñado de poemas que conforman una suerte de inventario esencial de su obra. “El poema ese refugio para tiempos oscuros”.
 
Geografía de la ventura (Antología)
Miguel Sánchez-Ostiz
Edición y prólogo de Alfredo Rodríguez
Bartleby Editores, Madrid, 2024. 171 páginas. 15,00 €


MEMORIA DE LA MELANCOLÍA

De García Alonso (Pombriego, León, 1962) conocíamos su ópera prima Formas de seguir abrazando (publicado en Plasencia por Alcancía en 2016) y algunos poemas sueltos en antologías y revistas. Residió durante unos años en Extremadura y su vinculación a esa región ha hecho posible que la Editora Regional, que cumple 40 años, incluya este libro en su acreditado catálogo. En una edición preciosa, por cierto. 
Digamos cuanto antes que se trata de un libro logrado. Del fruto, diría, de una vida. O eso parece. “A fuerza de rodar la piedra es redonda / la vida”, dice citando al portugués Faria. Y que “lo que antes mirabas ya no existe”, un verso de Campos Pámpano. Tras el “El equipaje” (la madre), a modo de preludio, “El tiempo”, “La palabra”, “Fracturas” y “El paisaje gastado”, secciones en que se divide la obra, más una coda. 
En la primera, la memoria: de otras edades y ciudades (“Habitamos arquitecturas del azar”). “Pasó con asombro la vida / y ya es domingo, su tarde / nocturna y agotada. / Un espacio vacío”. Pesa en todo el libro la melancolía. 
En la segunda, la propia poesía: “Bajo la niebla las palabras caminan / como peces sin memoria”. La pasión por nombrar. Una forma de ser. “Escribir / es el oficio de la angustia”, afirma. “Trabajo con palabras que suenan / a lugares olvidados”.
La tercera, los muertos. De la amistad o de la guerra: “Digo memoria y aparecen”. “Están ahí”. 
En la cuarta, los páramos erosionados de Babia. Allí –“perdidos, siempre de paso”–, junto a los antepasados, trata de “Traducir la luz”. En un paisaje hermoso “de tan frío”. 
Termina con la “memoria del viaje”: el que lleva a su familia y a él, hijo de la emigración, a otra parte. Con naturalidad, poesía verdadera.

José García Alonso
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024. 104 páginas. 10 €

3.6.25

La aventura infinita de lo simple

Hace apenas dos años que Víctor Herrero de Miguel (Salamanca, 1980), fraile franciscano, profesor de literatura bíblica y ensayista, se dio a conocer como poeta. En este corto periodo de tiempo ha publicado tres libros: La balanza, Lo que busca la abeja y Las sílabas del cielo. Esa proximidad intensifica la armonía de estas entregas que semejan partes de un mismo libro.
En plena coherencia con su credo religioso (esto es, moral), escribe una poesía cercana, clara y directa. De la humildad y la sencillez. Leve, diría. Franciscana, por encima de todo. De la pobreza, en su más noble y alto sentido: “Vivir es aprender a despojarse / […] / y lentamente hacer /refugio luminoso la intemperie”. Se inspira en la vida corriente. “Es bueno someterse a lo real”, recuerda. Canta con naturalidad “la aventura infinita de lo simple”, “el encanto sencillo de la vida”. Con amor: “Amar es caminar sobre las aguas”. “Vuestro es el mundo: amad”. A todas las criaturas, humanas o no. Los pájaros, por ejemplo, tan nombrados (de nuevo Francesco): estorninos, jilgueros, zorzales, vencejos, alondras… Y las plantas y flores: un jardín son tres macetas y él, “feliz con las manos en la tierra”.
Amor también a la madre, “esa luz compasiva”, a cuya enfermedad y muerte dedicó por entero La balanza y aquí varios poemas emocionantes: “Y tus ojos”, “En esos días”, “Más días”…
Compone cada uno (ese “don”) con las palabras justas. Es “el que calla y contempla”. Quien “mira todo despacio”. Y espera. “Cuando hablo sólo quiero / que quien me escuche sienta / la música temblando en la materia”.
“Qué extraña plenitud haber nacido”, proclama quien parece empeñado en levantar “un himno vertical a la alegría”. Porque, y cita a Simone Weil, “Es preciso haber tenido con el gozo la revelación de la realidad para encontrar la realidad en el sufrimiento.”
Su poesía bien podría ser “la claridad abriéndose camino / y delicadamente conquistando / el reino de las sombras”. Una bendición.

Víctor Herrero de Miguel
Pre-Textos, Valencia, 2025. 72 páginas. 14 €



















NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

Pruebas de vida

Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha publicado los libros Cárcel de amorCuéntamelo otra vezHilos de sedaEstoy ausentePecados (con Alberto Porlán), Roto Madrid (con fotografías de José del Río Mons), Falsa pimienta y Azul el agua. Reunió su poesía en Tres deseos. A esta relación habría que sumar varias antologías. Además, hay ediciones de sus obras en México y Portugal. Es autora de Floricela, un libro de poesía infantil.
Tras el cierre de Libros Canto y Cuento, el poeta jerezano José Mateos ha puesto en marcha, junto a dos amigos, otra colección: la exquisita Pie de Página, que inaugura con este Invitación al viaje, un libro donde se agrupan poemas antiguos e inéditos. La selección es del citado editor y suya es la delicada viñeta de la cubierta.
Al releer, uno anota evidencias: la línea clara (al fondo, Luis Alberto de Cuenca, un maestro), la ironía y el sentido del humor, la dicción clásica y la métrica impecable que se mide con el ritmo envolvente de los endecasílabos, lo cotidiano (“Cuéntamelo otra vez”) y la realidad por encima del realismo (léase “Galatea”), los finales sorprendentes y paradójicos (“Una vida responsable”, “Las adelfas”), las hijas (“Los pies”, “Eco”), la sencillez y, por qué no, la humildad (“Flores Áster”), tan paradigmático.
Mateos se ha centrado en el amor, un tema recurrente: “Sobre el Cantar de los Cantares” (“Porque es fuerte el amor como la muerte”, y “como la vida”), “Invitación al viaje”, “El puente”, “Ida y vuelta”, etc. Un amor natural, diría, nada afectado, como esta poética. De la sensualidad: “Gula”.
No falta la angustia (“¿Hasta cuándo?”) y la soledad (“sentirse sola, sola, siempre sola”): “Pobre Amalia, / tan fría y racional en apariencia, / pero tan vulnerable corazón adentro”. Ni falta su poema más conocido, el emocionante “Al cabo”.

Amalia Bautista
Pie de Página, Jerez, 2025. 80 páginas. 17,00 €



 















NOTA: Este reseña se ha publicado en EL CULTURAL
 

29.5.25

En Hervás


Mañana, a las 18:00 horas, tendrá lugar en el Museo Pérez Comendador- Leroux de Hervás un "Conversatorio sobre el pasado y el porvenir de la Poesía Española": De eso hablaremos, aproximadamente, Manuel Neila (que acaba de publicar su poesía completa en la Editorial Renacimiento, verdadera excusa del encuentro), Miguel Losada y uno.
Además, el sábado a las 12:00 se presentará la antología Los últimos del Oeste. Poetas Extremeños del Siglo XXI (RIL editores España) con la intervención de Dionisio López, Urbano Pérez y Mario Martín Gijón.

27.5.25

Lecturas a lo breve (poesía)


El grueso de mis lecturas corresponde a la poesía. Me limitaré a citar los libros que he leído últimamente con más gusto. Sin orden de prelación, matizo.
Quizás le falte vuelo, pero no naturalidad y frescura, a Salto de fe, destacable ópera prima del madrileño de Móstoles (y del 94) Marcos Nogales, accésit del Premio Adonais en 2024. Poesía a pie de tierra, digamos. Sin florituras.
Príncipes y principios (La Isla de Siltolá), de Alberto Fadón, sin embargo, otra primera obra, acaso le sobre lo contrario: erudición y barroquismo. Por suerte esta literatura en grado sumo (donde no faltan guiños a sus dilectos, estudiados poetas del Siglo de Oro y a contemporáneos como Gil de Biedma) está entreverada de vivencias personales, amorosas las más (ay, Carla). Su lectura, sí, me ha resultado gozosa. Menos que a un poeta filólogo de la categoría, pongo por caso, de Rodrigo Olay, pero... Espera uno lo que venga de este salmantino del 97, ocurrente "poeta reaccionario", que ha elegido, entre otros, el magisterio de su paisano Juan Antonio González Iglesias. No en vano coordinó un libro sobre su poesía. 
Sigo con una tercera ópera prima: En ausencia de mí, de Francisco López Blanco (BajAmar Editores), un maduro extremeño del 64, que ha sorprendido a quienes lo conocemos de antiguo (por su vinculación con el Aula de Literatura "Jesús Delgado Valhondo" de Mérida, que dirigió durante una década, por ejemplo), pero no en su faceta poética. Poesía sin estridencias, cercana a lo que importa. 
Antonio Rivero Machina no es nuevo en este rincón. Ni en la poesía. Lo último es Hojas de laurel (Eris Ediciones), que une dos culturas: la del haiku japonés y la de la mitología griega. El resultado es sorprendente. Explica su proceder en una pertinente introducción que titula "El bonsái, el destello y un dios cualquiera", donde dice cosas tan atinadas como que "La tradición es también un paisaje" o que "Acaso en lo minúsculo se esconde el secreto callado en lo infinito". Lo que viene después, los haikus, distan de ser los que encontramos, por aquello de la moda, en cualquier parte. Tres ejemplos: "Morfeo" (Solo en la noche / lo nunca revelado / toma su forma), "Castalia" (Del agua clara / brota el suave murmullo / de lo que es cierto) y "Penélope" (De ti aprendimos / a destejar la calma / de los naufragios).
Durante un tiempo, lo confieso, creí que José Luna Borge era un heterónimo de José Luis García Martín. De eso hace mucho, es verdad. Su última entrega, El húsar melancólico me ha convencido. Poemas tan logrados como "Despedida" o el que da título al libro bastan para justificarlo. No falta un haiku, por cierto. 
Y por seguir con ellos, cómo he disfrutado con las codas, versión castellana del senryuu japonés, de Jesús Munárriz (donostiarra del 40, otro jovenzuelo, que acaba de publicar el primer tomo de su poesía incompleta), estrofa compuesta por tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, que "a diferencia de los jaikus, no hablan «de lo que sucede aquí, ahora», como decía Bashô", según explica, junto a muchas cosas más, en su estupendo prólogo a Algunas codas (La Garúa/haiku). ¿Ejemplos? ¡No corras, vida, / que te estoy esperando! / dice la muerte. O: Si no se leen / a los viejos poemas / les sale moho. O, en fin: Por las rendijas / de lo civilizado, / lo natural. No falta el espíritu burlón que le caracteriza: ―¡Mira qué tetas! / ―Vistas dos, vistas todas. / ―Según se mire. Y: Unos la tienen / grande y otros pequeña/ (la inteligencia). Para terminar: ¡Día del Libro! / ¿Es que hay días sin libros? / No los conozco.
Leo a Marcos Ricardo Barnatán desde que yo era muy joven y él un aventajado novísimo procedente de Argentina. Me atraía su obra por su veta judía y por la filiación borgeana. Ritual  me ha traído de nuevo eso. Y más: París (la enfermedad: "Cahier Cochin") y Santander, la madre (en "Kadish", por ejemplo, tan emocionante), la religión ("Adonai", "Amar al converso"), las lecturas de Milosz, Borges, Kavafis, Hölderlin y otros autores, como queda reflejado en el hermoso "El jardín de las delicias"), la pintura (de Ciria, en concreto) y más que nada, la memoria familiar ("El doctor Néstor Gubitosi en bicicleta al muere", "Eclipse")... Este nuevo, breve libro lo ha escrito Barnatán a punto de cumplir los ochenta. No todo en la vejez, por suerte, es miserable, que diría su compañero de generación Luis Antonio de Villena. Pura delicatessen lírica.
Me da vergüenza reconocer que Lêdo Ivo era para mí, hasta ahora, un nombre que se repetía en boca de numerosos poetas (y en especial de uno), una figura inevitable en los saros líricos, pero a quien no me animaba a leer. Por extenso, quiero decir, que poemas suyos ya encontré en la vieja antología de poesía brasileña de Crespo. Aunque leo de todo y carezco de anteojeras poéticas, reconozco que su forma de decir no es precisamente de las que prefiero, por su exuberancia verbal, digamos, tan lejana de mi propensión a la contención y la sobriedad. Sin embargo, la antología que Martín López-Vega ha preparado para Visor, Los andamios del mundo, ha cambiado mi punto de vista. Ha ayudado el prólogo erudito (sin pedantería, sabio) de Juan Manuel Bonet, al que uno pensaba alejado del brasileño. Otro error. Si bien por momentos me apabulla un poco su discurso, he de reconocer lo que tantos han asumido: que en cualquier canon poético contemporáneo debería figurar la poesía del poeta brasileño muerto en Sevilla. 
Ocho poemas bastan para confirmar el mérito de la sevillana Carmen Fernández Rey. Se recogen en una primorosa plaquette de la colección Cuadernos El Mirador (de Úbeda) bajo el título Abrir ventanas. La tirada es de 34 ejemplares y el cuidado de la edición ha estado en manos de Francisco Sánchez Bellón. Se anuncian nuevas entregas de Julio Martínez Mesanza y de José Mateos. En la segunda serie (de la que ésta forma parte) encontramos nombres fundamentales del panorama, como el de Fernando Sanmartín, autor de Archivo fotográfico, que ya comentamos aquí
A la fuerza tenía que llamarme la atención un libro titulado Lugares. Se trata de una antología de veintitrés poemas de Concha García que publica El Toro Celeste en su colección Cuadernos Romero. El libro es muy bonito. Los versos remiten a lo anunciado: lugares. Sitios como Olessa de Monserrat (García ha vivido la mayor parte de su vida en Cataluña), Villaharta o Córdoba (es natural de La Rambla, lo que no deja de ser curioso para alguien que luego residió en Barcelona), pero también una estación, un tren, una carretera, un restaurante, una habitación de hotel y otra de hospital, (y su correspondiente aparcamiento), una ventana, un cine, una procesión, un camino flanqueado de eucaliptos, el comedor de un monasterio o un libro de poemas. Lugares que remiten al amor ("que es todo tacto"), al viaje ("Todo era mirar y sorprenderse"), a la memoria familiar ("Mi padre en la estación"), a la vida ("una cosa rara"), al atardecer ("Lo azul es todo")... Uno confirma con esta lectura lo que ya sabía: que esta poesía, concentrada y exacta, es ante todo verdadera y su autora una de las mejores de su generación, que también es, por cierto, la de uno.
Qué oportuna, en fin, la salida a escena de El esmero (Castilla Ediciones), una antología poética de Tomás Sánchez Santiago que prologa Ana Isabel Martín Ferreira Lo digo, sí, por la sorpresiva concesión del Premio Nacional de la Crítica a su libro El que menos sabe (Eolas) y digo "sorpresiva" porque ya sabemos cómo funciona ese azaroso negociado. Esta vez... Los merecimientos quedan patentes en esta muestra sobre la que he escrito una reseña que aparecerá pronto en El Cultural.

21.5.25

Muestra de la Real Sociedad Fotográfica


Hasta el día 27, el martes de la semana que viene, se puede visitar en la Sala Hebraica del Centro Cultural las Claras de Plasencia la exposición "Un poema y tu mirada", organizada por la Real Sociedad Fotográfica, una acreditada institución con 126 años de vida. 
La muestra reúne las fotografías premiadas en los Concursos Sociales que se celebraron entre 2021 y 2025. En ellos hay dos modalidades, blanco y negro y color, y los participantes, para realizar sus fotografías, se inspiran en versos de distintos poetas. Cada año, uno distinto. 
La inauguración, que tuvo lugar el día 10, corrió a cargo de la presidenta, Angélica Suela de la Llave, que estuvo acompañada de la concejala de Cultura del Ayuntamiento, Marisa Bermejo, que hizo uso de la palabra. También intervino Magdalena Tirado (que reflexionó sobre la fotografía con hondura) y Mariano Gómez Isern, vocal de Comunicación de la RSF, que leyó un inspirado texto de Tomás Sánchez Santiago (éste disculpó su asistencia) que se publicará en el catálogo de la siguiente muestra. Precisamente el que escribí para semejante ocasión en el correspondiente al concurso 2022-2023 fue el que leí en ese acto. Antes, versos de Magdalena, Tomás y un servidor sirvieron para animar a los fotógrafos a tirar sus instantáneas. 
Como se puede apreciar, no faltó público. De fuera, en su inmensa mayoría. A pesar de que, como resaltó Bermejo, puede que ésta sea una de las mejores exhibiciones de fotografía que acoge ese espacio artístico (donde ya estuvo Extremamour), echó uno de menos a tantos hombre y mujeres placentinos cultos como pululan por esta ciudad, tan preocupados ellos por el arte y los museos, pero a los que nunca o casi nunca vi ni en éste ni en ningún otro evento (dirían ellos) de naturaleza semejante. Raro, ¿verdad?






20.5.25

Presentación


Mañana a las seis de la tarde (miedo me da con estos calores que anuncian), presentamos en la Feria del Libro de Plasencia Lecturas a poniente. Poesía en Extremadura 2005-2024, un libro refrescante, eso sí, que celebra la excelente salud de la lírica escrita por extremeños o por poetas vinculados a esta región en lo que va de siglo.  
Conversaré sobre ello con Antonio Girol, director de la Editora Regional (donde se ha publicado), y con Dionisio López, crítico y escritor, el que fuera profesor del placentino IES Monfragüe. También nos acompañará el alcalde Pizarro, pues se trata del acto inaugural de la Feria. 
Por cierto, inmediatamente después se presentará allí mismo la antología Los últimos del Oeste. Poetas extremeños del siglo XXI, de la que es editor López. Este año la poesía centra este encuentro de libreros, autores y lectores. Me alegro, bien lo merece la pobre.
No nos dejen solos bajo la carpa y, por favor, no olviden sus abanicos.

19.5.25

Lecturas a lo breve (prosa)


Ahí seguimos, libro va y libro viene, más después de comprobar lo que ayudan en caso de pandemia o apagón; entidades incomparables, bien lo sé, aunque ambas propicias al buen leer. De entre los últimos destaco unos cuantos. Sin otro afán que no sea el dar noticia de ellos (por si el lector no la tuviera de antemano) y ponderar su valor. Sin entrar tampoco en detalles. 
De narrativa leo lo justo (mal hecho), pero algo leo. Empiezo por los cuentos de Hombre caído, de Fernando Aramburu (Tusquets Editores). Del particular sentido del humor de vasco afincado en Alemania ya sabíamos, pero aquí, o eso creo, se acrecienta hasta el punto de rozar no pocas veces los límites del absurdo. Y lo hace con su habitual maestría, matizo. Con una libertad de movimientos que en sus novelas tal vez no ejercite tanto. No me cabe duda de que sorprenderá a más de uno, por muy seguidor de su obra que sea. 
También en Tusquets, ya que estamos, Hotel Roma, de Pierre Adrian, en torno a la vida y la obra del poeta y narrador Cesare Pavese. El libro mezcla con habilidad la biografía, el ensayo, y el diario, pero es antes que nada una novela. Bien urdida. He disfrutado mucho con ella y eso que la vida del autor de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos no fue sencilla. Y su personalidad, muy compleja. Vamos, lo ideal para un personaje novelesco.
Por seguir, aunque en este caso se trate de prosa autobiográfica, celebro (con permiso de su autor, tan reticente, nos cuenta, a los elogios) la nueva entrega memorialística del poeta Antonio Moreno: El viaje de las bibliotecas (Newcastle Ediciones). La serie continúa, y me alegro. Esta el la quinta entrega (todas en el mismo sello) de las dedicadas a dar cuenta, digamos, de su vida. Por su asunto central, la visita a bibliotecas de distintas localidades de su entorno levantino (y a los pueblos y ciudades que las albergan), y por su deliberado tono provinciano, que da al libro su verdadera categoría universal, el libro me ha encantado. Del bien hilado conjunto, sólo un comentario acerca de la recepción y el envío de libros entre amigos y poetas logró desazonarme. Sincero que es él y sensible que es uno. En todo caso, el libro demuestra una vez más que detrás del poeta cesante (o eso dice) había un prosista de fuste. Me recuerda, salvando todas las distancias, el camino emprendido hace años por Vicente Valero. En una editorial de mayor proyección (y no pongo en duda la solvencia de Newcastle, al contrario), tal vez Moreno ya estaría en boca de todos. 
Hablando de autobiografía, bien está mencionar, en una de sus ramas, sección "correspondencia", la que cruzaron entre 1981 y 1987 el poeta barcelonés Jaime Gil de Biedma y el profesor y poeta también Richard Sanger, ciudadano del mundo. Lo publica la Universidad de Almería en su colección Librería del desierto en una impecable edición de Miguel Gallego Roca. Quienes admiren al autor de Moralidades podrán deleitarse con sus confidencias y ahondar aún más en algunos aspectos de su obra, en especial cuanto tiene que ver con su predilección por la lírica anglosajona. Los prólogos, de Álvaro Salvador y del propio editor, acrecientan el interés de este rescate un tanto a trasmano.
Para los que no conocemos Madrid como es debido (si es que una ciudad, más si es grande, termina alguna vez de conocerse), resultan muy atractivos libros como Paseos singulares por Madrid. Centro y aledaños (Arzalia Ediciones), de Concha D'Olhaberriague. Disfruté con el Madrid de Trapiello y también con éste, aunque nada tengan que ver entre sí más allá del hecho que que los dos tienen a la capital del Reino de España como protagonista. D'Olhaberriague, madrileña, crítica literaria, estudiosa de Ortega (y orteguiana confesa, autora de un libro sobre su pensamiento lingüístico), Unamuno, Landero e Hidalgo Bayal, columnista y especialista en arte religioso, editora del citado Unamuno y de Miró, organizadora de la tertulia ramoniana y de actos conmemorativos en torno a las figuras de Larra y Ramón Gómez de la Serna, sabe caminar por sus calles y de eso dan fe esos paseos literarios, artísticos y gastronómicos que organiza por por los barrios históricos de Madrid: Maravillas, Letras… 
Cité hace un momento a Bayal (ella coordinó el dossier que dedicó al escritor extremeño la revista Turia) y él es el encargado de prologar la obra, lo que añade, bien lo sabemos sus lectores, un plus a un libro ya de por sí interesante. En él aclara que "no es una guía turística" y que su utilidad irá en aumento "según que los lectores sean paseantes provisionales, forasteros  recurrentes o matritenses de pro". Por lo demás, para la autora, culta y sensible, Madrid "es un libro inmenso, un teatro animado" que no se cansa de recorrer y que no deja de sorprenderle. Otro Madrid será el de uno tras leer este libro, en rigor, interminable, como cualquier ciudad.
En Palabras (Editora Regional de Extremadura), Simón Viola recuerda. Su infancia rural y su juventud soldadesca, pero también su profesión docente y algunos viajes, como el que hizo un verano a París. Como ocurre con todo lo relativo a la memoria, estamos ante un viaje sobre todo interior. Al filo de esa delicada frontera que separa lo sustancial de lo anecdótico. 
Hablando de viajes, en la Editora puede encontrar el aficionado a ellos un librito delicioso (que aparece en la preciosa colección Viajeros y Estables: Seis días por la tierra sin pan, de Pablo García Bengoechea. Se trata del diario de un recorrido a pie por la comarca de Las Hurdes. Y ahí, lo que ve, lo que habla (consigo mismo y con otros que encuentra por el camino), lo que piensa... Recuerdos e historia al margen. Con qué poco puede un autor componer una obra digna de ser leída y qué interminable sigue resultando, en todos los aspectos, ese apartado, maldito rincón de España que aspira a ser declarado Paisaje Cultural por la Unesco. 
De la prosa y de la poesía bebe este libro raro que me traje de la librería Víctor Jara de Salamanca el pasado mes de septiembre (aunque esté impreso en 2018) y que esperaba, ay, su momento. Cuánto lo he disfrutado. Me refiero a Cuaderno rayado. Cuaderno de disfrace (Biografía de la tinta), como lo tituló y subtituló el gran Aníbal Núñez. Lo salva de su archivo y del olvido Vicente Vives, que tanto sabe de la poesía del salmantino; quien se ocupó, entre otros empeños, de la antología de su obra publicada hace años por Cátedra en la canónica Letras Hispánicas. Aparece en las Ediciones de la Diputación de Salamanca.
El libro reúne textos en prosa (18) y poemas (8). Inéditos en su inmensa mayoría. De entre los primeros hay dos, para mi gusto, que sobresalen: "Ovidio, un bloc y el árbol" y "Hoy me permito el lujo", pero todos tienen interés. En especial para los incondicionales del autor de Alzado de la ruina, entre los que me cuento desde que empecé a escribir. También he disfrutado con los poemas, alguno ya incluido en su poesía completa. Vives, además de firmar un esclarecedor prólogo, añade un no menos ilustrativo comentario a cada prosa. 
Mientras escribo esta entrada, leo con creciente interés Las naves quemadas (Antología de prosas de no ficción 1985-2024), del solitario Miguel Sánchez-Ostiz. Publica el grueso volumen La Isla de Siltolá en edición del entusiasta Alfredo Rodríguez. Un pozo sin fondo. Ahí leo: "El compartir las lecturas es uno de los mayores gozos de los descubrimientos que van aparejados a esa actividad privada, silenciosa, quieta, emocionante que es la lectura". No me parece un mal final para esta nota.

17.5.25

Los últimos del Oeste

Los últimos del Oeste. Poetas extremeños del siglo XXI (Una poética inexistente). Así de largo es el título de la antología que ha editado Dionisio López y que publica, con una acertada Ayuda a la Edición de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, la editorial hispano-chilena RIL. 
El término Oeste (rótulo de uno de sus libros) es el que viene defendiendo Pureza Canelo para referirse a Extremadura (en el oeste / de mi estirpe). Más que una mera comunidad autónoma periférica de España, un territorio literario, especialmente de la poesía; más en estas últimas décadas, las de entresiglos, que han dado obras acreditadas y reconocidas en el panorama lírico nacional. A los últimos en llegar a esa feliz sucesión de hornadas que acaso ostenten ya la categoría de tradición (cuatro al menos conviven en el presente), dedica López, filólogo y profesor de instituto, esta muestra. A los que nacieron a partir de la significativa fecha de 1978, el año de la Constitución, hijos, pues, de la Democracia, y empezaron a publicar sus libros en el siglo actual, “con unos referentes literarios y culturales muy claros dentro de la región”. 
En su bien informado prólogo, “El salvaje Oeste” (al western remite la simbología de su introducción), que comienza con una alusión al perro semihundido de Goya (motivo de la preciosa cubierta del poeta y pintor levantino José Saborit: “Paisaje sin perro semihundido”), otra alegoría, López mira hacia atrás, a la promoción de los “pioneros” (inmediatamente anteriores a ellos), la de los 80, y fija en la década de los noventa la plena “normalización” de la cultura extremeña “dentro del ámbito nacional”. Veníamos, sí, del “erial”. El “reto”, según él, era conservar el nivel. Como afirma, se ha mantenido, cuando no superado. Hace unos días, Carlos García Mera ganaba el Premio Internacional de Poesía «Miguel Hernández-Comunidad Valenciana», que no es mala señal. 
El suyo, matiza, es “el diario de un lector de poesía”. Pronto subraya que los escogidos son autores “muy diferentes unos de otros”, de ahí la “inexistencia de una poética común”. Para la selección, más allá del “criterio del antólogo”, puso un “filtro”: que cada poeta hubiera publicado al menos un libro en una “editorial de cierto prestigio y con garantía de distribución nacional”. Huía del “aislamiento localista”. El orden de los poetas en la antología es precisamente el del año de salida de su ópera prima. 
No ha tenido en cuenta a los poetas que publican en internet. Por suerte, la parapoesía (y sus “juglares de la mediocridad”, Canelo dixit) ha pasado por estas tierras sin dejar huella alguna. Se ve que aquí lo de las modas... Ya ocurrió en su momento con la de la “poesía de la experiencia” (entendida como tendencia dominante a finales del pasado siglo), ajena al sentir de los poetas extremeños de entonces. 
López se planteó publicar “una antología inexacta, incompleta y parcial, pero honesta”. ¿Canónica? ¡No! Ni estilos ni corrientes. Ni lindes (la poesía portuguesa es parte fundamental de este invento: una Raya nos une) ni generaciones. Sí una “plaga lírica”, “extensible a todo el Oeste”. 
Fruto, siquiera en parte, de lo ya realizado con anterioridad: la llegada de la Universidad (y de los catedráticos Rozas y Senabre), de las Aulas Literarias y los Talleres de escritura, de la Editora Regional y otros sellos privados (como De La Luna Libros), de la Asociación de Escritores Extremeños, de las revistas, etc.
Siempre hay en los comienzos de cualquier empeño literario un “interés por lo cercano”. Los “pioneros” carecían de ellos aquí dentro, pero López sostiene (lo sugerí antes) que “ya existe una tradición muy poderosa en nuestro territorio”. 
En la apuntada disparidad de poéticas, López analiza las que la crítica ha designado en la historia reciente: la mentada de la Experiencia, la del Silencio, la de la Incertidumbre, la del Malestar, la del Fragmento... No, lo importante no es eso, pura nomenclatura, sino los poemas. A escudriñar los de cada uno dedica una veintena de páginas, dignas del crítico que es. En la nómina, un “evidente desequilibrio”, una peligrosa anomalía, más en estos tiempos de exaltación feminista: de los veintitrés elegidos, sólo tres son mujeres. La conclusión del editor: no hay más. Más, precisamos, que escriban la poesía que a él le parece digna de figurar en el florilegio. Y aun así... 
Entre los poetas, tres vínculos: el Oeste (vivan o no en él), la época (común a todos ellos) y las “influencias comunes” (con maestros, incluso, extremeños). 
Lo importante, ya se dijo, son los poemas. Para uno, salvo los inéditos que algunos incluyen (como “Memoria histórica”, de Fernando Pérez Fernández, por ejemplo, o “Durante la mudanza” de Urbano Pérez Sánchez, callado desde hace lustros), esta poesía me resulta familiar. De algunos, es verdad, no tenía noticia, o muy vaga. He reseñado sus libros, como se puede comprobar en Lecturas a poniente. ¿Sorpresas? Pocas, por eso. Con todo, alguna ha habido, como la de Luis Darío. Di cuenta en mi blog de la salida de su único libro y poco más. Un despiste. 
¿Son todos los que están? Seguramente, aunque en los rebuscados, artificiosos versos de un par de ellos la poesía, a mi modesto leer, brilla por su ausencia. ¿Falta alguien? En ésta, nadie, porque así ha sido concebida por el compilador. En otra del mismo periodo, tal vez Tente Garrido o Ángel Borreguero. 
Destacaría la variedad de poéticas y, en consecuencia, la diversidad de poemas. Para todos los gustos. No aburre. 
El libro es muy útil (incluida la selecta bibliografía), como siempre lo han sido las antologías elaboradas con rigor y criterio. Para colmo, está muy bien editado (por uno de los nominados: Paco Najarro, director de la colección Ærea). Ya que lo menciono, el antólogo se ha incluido en su antología, lo que no deja de ser un gesto más de honestidad, por mal visto que esté para algunos. Analiza sus poemas ayudándose de los críticos que los han comentado, pero se refiere a sí mismo como “Dionisio López”, desde fuera. Además da a conocer que en 2002 publicó una “primera obra no venal titulada La ciudad amarilla”, un dato inesperado, de la que rescata un poema. 
Para terminar, me parece oportuno nombrar a todos los antologados: Julio César Galán, José Manuel Díez, Álex Chico, Luis Darío, Urbano Pérez Sánchez Mario Martín Gijón, Francisco Fuentes, Luis María Marina, Paco Najarro, Fernando de las Heras, Antonio Rivero Machina, Víctor Martín Iglesias, Víctor Peña Dacosta, Francisco José Chamorro, Fernando Pérez Fernández, Azahara Palomeque, Jorge Solís, Xavier Rossell, Eugenio Sánchez Salinas, Sandra Benito, Carlos García Mera, Dionisio López y Carmen Sánchez de las Heras. Tomen nota. 

Edición de Dionisio López 
RIL Editores, Madrid, 2025. 256 páginas. 27 €

NOTA: Esta reseña de ha publicado en El Cuaderno

14.5.25

En el Gran Teatro de Cáceres, anoche

Anoche en el Gran Teatro de Cáceres, con motivo de la primera edición de Escena Poesía. En la fotografía de Carlos Gil (para El Periódico Extremadura), Miguel Ángel Lama, organizador de la lectura, Carmen Hernández Zubero, Basilio Sánchez y servidor. Fue una noche intensa. La aportación musical de Juanjo Cortés fue decisiva. Y el buen hacer técnico de Isidro Timón. Muy de agradecer también la presencia de alumnos de la Facultad de Letras.
Impresiona, en fin, ver un patio de butacas lleno para escuchar poemas. Y que te aplaudan al final como si fueras otra cosa.

6.5.25

Lectura en Cáceres


Un poema en El Ojo Crítico

Ayer se abrió el programa diario de El Ojo Crítico con un poema “suizo” de Sobre el azar del mapa. Una agradable sorpresa. 

https://www.rtve.es/play/audios/el-ojo-critico/ojo-critico-avelina-prat-manolo-solo-traen-quinta-portuguesa-05-05-25/16566797