18.9.23

Las nadies

Inmigrantes de segunda

William González Guevara
Hiperión, Madrid, 2023. 94 páginas, 12 €
 
Leí por primera vez el nombre de William González Guevara (Nicaragua, 2000) en una carta de Antonio Carvajal donde ponderaba su ópera prima: Los nadies, ganadora del galardón que lleva el nombre del autor granadino y publica Hiperión. «El poeta es de Nicaragua, hijo de inmigrantes pobrísimos, muy joven. Y sabe muy bien quienes son los álguienes y quienes son los nadies (y los naides). Poesía de la experiencia de los hijos de las fregantinas de los poetas de la experiencia. Con dolor y sin rencor», decía. Al año siguiente, conseguía el premio Hiperión con este libro. En medio, Me duele respirar, premio Ruiz Udiel (Valparaíso, 2023).
El título es cristalino, como casi todo aquí. El «de segunda» se refiere a la generación inmigrante (llegó con 11 años), si bien no evita el doble sentido. Esta es una poesía que rehúye los equívocos y va por derecho a lo que importa. No es el primero en escribir sobre los múltiples problemas que aquejan a los jóvenes en un mundo líquido en crisis permanente. Se podría hablar incluso de una tendencia, muy plural, que ya afecta a más de una promoción. De una suerte de nueva poesía social o cívica. Recuerden aquellos «hijos de la bonanza», de Ben Clark, jurado de este premio. Para muestra, otro Hiperión: Servicio de lavandería, de Belén M. Rueda.
Escribe Irene Vallejo en la contracubierta: «La vida de los Inmigrantes de segunda transcurre en páramos contemporáneos, entre neones de sueños apagados vastas podredumbres. Allí donde brotan casas de apuestas para crear ludópatas y fusilar sueños. Donde el autorretrato del artista adolescente incluye una nevera vacía, tu chándal favorito, tu acento repudiado. Donde las mujeres limpian por horas portales y casas, y sufren las mismas lesiones en el brazo que los tenistas de Roland Garros, en sus labores sin trofeos. Y, por las noches, recitan las letanías de los temarios para aspirar a la nacionalidad». Y añade: «William acoge en sus versos lo que no cabe en los pactos de silencio. Contempla las realidades que derogan la retórica de los grandes jardines del imperio. Atrapa la tristeza malva de esas manos jabonosas, de esas vidas escindidas. Invoca a coros de muertos amados, su lúcida abuela nicaragüense. Con su sensibilidad explosiva, disecciona el desgarro humano. Cómo no reconocernos».
De tres empleadas de hogar son las citas que abren el libro. Y así se titula la primera parte. Nada aquí puede sonar solemne. Es la vida, idiota, parafraseando el eslogan político. La de las chicas, tan invisibles. Otras nadies: «Todas portáis el rostro / alicaído de mi santa madre». Gente a la que le «pesa la vida». «Decidme: ¿a quién le importan / los huesos de mi madre envejecidos?».
Para contar lo que les pasa (lo conoce bien), WGG recurre, no sin ironía, a palabras gastadas y a un lenguaje prosaico y conversacional, lo más cercano posible al habla de la calle, que, no obstante, jamás pierde vista su condición de poético. Decir las cosas de otro modo, más retórico y grandilocuente, habría sido un imperdonable error de cálculo lírico. Prima, sí, la crónica. Uno la calificaría de «poesía documental».
Kapuściński, ya ven, inaugura la segunda parte: «La pobreza sufre, pero sufre en silencio». Carabanchel, la Caixa, los chándales («La vida es nuestro chándal favorito»), la droga, Pan Bendito, el banco de alimentos… Léase «Ego sum, tu es, ille est». Y luego, en «Interludio», la chatarra, la vendimia, las noches de autobús. Por fin, «Memento mori», tan emocionante: «Siento la muerte lenta de mi madre». Y la lejana de la abuela. En Nicaragua, deshonrada por el tirano Ortega.
 
Esta reseña se ha publicado en El Cultural








10.9.23

40 años de "L’edat d’or", de Parcerisas


La Vanguardia publicó ayer un reportaje a doble página firmado por Jordi Llavina para celebrar el cuarenta aniversario de la edición de L’edat d’or, de Francesc Parcerisas, "un hito de la poesía catalana de las últimas décadas del siglo XX", cuya "influencia llega hasta nuestros días", según Llavina. 
El título fue elegido por el autor durante una comida en el restaurante ‘Les délices de France’ con Joan Margarit y Toni Marí (coautor, por cierto, de Ombra i llum. Variacions sobre un tema romàntic). 
La edad de oro apareció en 1983 en los Quaderns Crema del añorado Jaume Vallcorba (juntos en la fotografía que ilustra esta entrada, propiedad de la editorial). 
Hace un par de meses, Llavina pidió a un grupo de poetas que resumiéramos en unas líneas lo que representó ese libro para cada uno de nosotros y si había algún poema del mismo que todavía nos rondara por la memoria. Esto escribí:
"Dos poemas de L’edat d’or leídos en el florilegio La nueva poesía catalana (1984) me pusieron sobre la pista de un libro que leí con entusiasmo cinco años después, en la edición bilingüe de la valenciana Mestral. Qué luminoso descubrimiento. Allí, la juventud, el mar, los cuerpos, el verano. Una luz (solar y mediterránea) y un tono (de un culto y elegante clasicismo intemporal). Ante todo, un estado de ánimo. Pura vida. Lo he releído y sigue intacto. Me quedo con los versos finales, los que cierran “Retrat del poeta” y esta obra maestra".

Del poema 'Retrato del poeta'


¿Será así, la muerte?
¿Bienvenida como este sueño que te embarga,
tan dulce, sin agravios ni reproches,
agradeciendo sólo los dones inconmensurables de la vida? 
¿Será así que, en el camino de la oscuridad,
iremos al encuentro de la luz?

Traducción de Xulio R. Trigo y Vicente Gallego




31.7.23

Landero dixit

"Estamos buscando nuevas formas de enseñar morfología y sintaxis, con técnicas inductivas, para que sea más reflexiva, más creativa, menos automática, para que nadie sufra lo que el estudiante de tu artículo «El gramático a palos». Un día conseguiré convencerte de que la gramática es divertida", le comenta Alfonso Ruiz de Aguirre a Luis Landero en la entrevista que le ha hecho para el dossier que la revista Barcarola le ha dedicado, y el de Alburquerque responde: "Pero si a mí me gusta mucho. Pocas veces he estado en clase tan a gusto como con la sintaxis. Escribir en la pizarra una frase enorme y estar toda la hora con los alumnos. Yo les decía: «Vamos a hacer ahora como los detectives. Primero, hay que preguntar, en plan detectivesco. ¿A quién le preguntamos? Al verbo, el principal sospechoso. ¿Quién es tu sujeto? ¿Con cuántos complementos vienes? ¿No será usted impersonal? Es muy divertido. ¿Cuál puede ser el sujeto? ¿Y por qué? ¿Es sujeto? No lo demos por hecho, vamos a demostrarlo, porque igual estamos equivocándonos». Me encanta la gramática. Lo que no me gusta es la rutina gramatical con la que se abruma a los chicos. La gramática es vida. Nada más interesante que relacionarla con la vida. Pero se ha enseñado gramática de forma mecánica, se les ha metido a los alumnos con un cucharón: así, lo mismo que se aprende se olvida, y no sirve para nada". 
Antes ha dicho a su entrevistador que "lo mío es lo concreto, la cosa poética y narrativa, y mis mejores cualidades son la imaginación y la intuición".
Más adelante comenta a propósito de su ordenada biblioteca, cuando Ruiz de Aguirre le pregunta qué libros son necesarios para entenderle: "La poesía desde luego. Yo empecé escribiendo poesía y sigo leyéndola. Antonio Machado, Juan Ramón, Bécquer, Neruda, César Vallejo, Lope de Vega, Quevedo... Me he empapado de poesía y eso termina saliendo aquí y allá, quizá porque soy un poeta frustrado. Es muy bueno para un escritor leer poesía y, si es de joven, mejor. Además, te educa el oído. La poesía se hace con intuiciones, buscando atajos expresivos. Estéticamente nada educa más que la poesía". 
Termino recordando que en la última caja del proyecto de Salvador Retana Náufragos, dentro de una de las botellas, va un poema inédito de Landero, "Benditos", que desdice a las claras que no sea un poeta. 

1.7.23

Un sobresalto en la memoria

Carmen Martín Gaite
Ed. de José Teruel
La Bella Varsovia, Barcelona, 2023. 160 páginas. 
 
 
CMG (Salamanca, 1925-Madrid, 2000) ha pasado a la historial de la literatura por su obra narrativa, lo que no obsta para que se también reconozca, entre otras, su labor como ensayista y poeta. Su poesía, por centrarnos, se publicó por primera vez en 1976 y en Libros Hiperión, con el título A rachas. Le siguieron nuevas ediciones en 1979, 1986 y 1993.
Esta reproduce, con leves variaciones, la que figura en el tercer tomo de las Obras Completas publicadas por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores en 2010 bajo el título Después de todo. Poesía a rachas. Al cuidado de aquélla y de ésta, José Teruel. De su solvencia da buena cuenta el prólogo: “Sacar los asuntos del caos”, donde explica con clarividencia los rasgos fundamentales de su poética. “La poesía es una lucha tenaz y muchas veces fallidas por retener el instante en que las cosas hablaron un lenguaje especial y nos incitaron a captar ese recado urgente que apenas insinuado se esconde, dejando un sobresalto en la memoria”, escribió la salmantina. Nunca dejó de escribir esa “visita intermitente”. Esta “escritura intempestiva –aclara Teruel– fue objeto de una cuidada atención y revisión por parte de su autora”. De tono autobiográfico, no deja de ser “una meditación sobre su experiencia”.
“Como casi todos los narradores de mi generación, yo empecé escribiendo poemas”, dice en “A rachas”, texto incluido en la antología Poemas, recitados por ella (le encantaba leer en voz alta). Publicó el primero (1947) en una revista universitaria de su ciudad natal, inspirados en una fotografía del padre del poeta Aníbal Núñez. Entre ese año y el 49 escribe varios cuadernos que, debidamente reconstruidos o reelaborados (a veces de memoria), formarán el corpus, muchos años después, de su citada ópera prima. Con un aire existencial, neorromántico y de época, entre la realidad y el deseo, un “motivo recurrente”: “la conciencia del tiempo”, un asunto central que no abandonará nunca.
A este “ciclo de juventud” le sucede otro “intermedio”: el de los “poemas posteriores”. Hasta 1975, desde aquellos borradores estudiantiles, no reveló ninguno nuevo. Un año después, Munárriz publicó A rachas. Para entonces, es una “mujer ya afincada en la capital” y no, confiesa, “una jovencita provinciana y soñadora” que no logra apresar el flujo del tiempo y a quien no le resulta fácil abrigarse de su incuria, resume Teruel. Los de la “primera entrega” fueron escritos entre el 69 y el 75. Los de la “segunda”, desde el 76 hasta poco antes de la muerte de su hija, en 1985. Son poemas cercanos a los del Grupo del 50, sección barcelonesa. Lenguaje coloquial, ironía, paisaje urbano… No faltan canciones (recuérdense sus colaboraciones con Chicho Sánchez Ferlosio y Amancio Prada, su gusto por el cancionero galaico-portugués y por la poesía popular).
En Después de todo, del 93, se constata “la pérdida de los grandes asideros” de su vida. La pérdida de Marta, el fin del amor… Aun así, continúa; “contra viento y marea”, como prometió a su hija. Léase “Lo juro por mis muertos”. Y ahí, la intimidad: “No se dice lo secreto, se cuenta”. Porque “lo verdadero es secreto”. El “descalabro”, señala el editor, como “fuente literaria”.
Su poesía es limpia y fresca. Genuina. Emocionante. Propia de quien dijo “Necesito poesía”. Con poemas tan logrados como, pongo por caso, “Callejón sin salida”, “Espiga sin granar”, “Convalecencia”, “Descarrilamiento”, “Madrid la nuit”, “Mi ración de alegría”, “Let it be”, “Diez coplas de amor y desgarro”, “Todo es un cuento roto en Nueva York” (con Hopper al fondo) o cuantos componen Después de todo.
La poesía no fue “un pariente marginal de su obra”, sino “una forma de visión” que impregnó lo narrativo y lo ensayístico. Concluye Teruel que “lo genuinamente poético no reside en la forma ni en el tema, ni siquiera en el uso del verso, sino «en un tratamiento temporal de la experiencia humana»”. El tiempo como eje. Su inexorable paso.

NOTA: Esta reseña de ha publicado en EL CULTURAL.



    


27.6.23

Paco Muñoz, in memoriam

La semana pasada moría en un hospital de Madrid Francisco Muñoz Ramírez; para los más, Paco Muñoz. Había nacido en Mérida en 1953 y era Hijo Adoptivo de Zarza Capilla. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y residió en Badajoz, su ciudad, casi toda la vida. 
Se decantó pronto por la gestión cultural y no por la enseñanza, que hubiera sido lo previsible. Estuvo al frente del Servicio de Publicaciones de la Diputación pacense, coordinó las actividades culturales del Pabellón de Extremadura en la Exposición Universal de Sevilla del 92, dirigió el Teatro López de Ayala de Badajoz y desde 1995 hasta 2007 desempeñó el cargo de consejero de Cultura de la Junta de Extremadura. Tres legislaturas estuvo, por decisión de Ibarra (al que siempre le importó esa materia tan despreciada por la política), al frente de esa consejería. Desde allí impulsó leyes como la de Bibliotecas del 97, y la de Patrimonio Histórico y Cultural, del 99. Además, propició la creación del Instituto de la Mujer y del Instituto de la Juventud y puso en marcha la Orquesta de Extremadura y la Orquesta Joven, La Academia Europea de Yuste, la Filmoteca y la Biblioteca Regional, cabecera de la Red de Bibliotecas extremeñas y donde se depositó el Fondo Clot-Manzanares. También estableció una Red de Teatros y, en lo que respecta al Patrimonio, las áreas de rehabilitación integral en los conjuntos históricos, así como el Proyecto Alba Plata (Premio Europa Nostra 2005). 
Apostó también por la arquitectura contemporánea y durante su etapa se inauguraron los Palacios de Congresos de Mérida y Badajoz. Antes de marcharse, colocó la primera piedra del de Plasencia. 
Promovió asimismo la Red de Museos de Extremadura, abrió el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), facilitó la creación de la Fundación Helga de Alvear y la adquisición del Archivo Happening Vostell. 
Durante su etapa, se convocaron y concedieron los Premios Extremadura a la Creación. 
Dentro de sus competencias en materia de Juventud, Mujer y Deportes, se crearon los Espacios para la Creación Joven, la Casa de la Mujer de Cáceres y la de Badajoz, el plan de Dinamización Deportiva Municipal y numerosas obras de construcción de instalaciones deportivas en todos los municipios extremeños. 
No fue todo lo que se hizo bajo su dirección y a favor de la ciudadanía extremeña a lo largo de esos años (aunque la enumeración de logros parezca larga), pero basta y sobra para demostrar que esa afirmación, casi unánime, de que ha sido el mejor consejero de Cultura de la Junta de Extremadura es una verdad incuestionable. 
Es obvio que esa titánica tarea no la realizó solo. Con todo, no debe desdeñarse ni su inteligencia (capaz de generar prácticas e ingeniosas ideas) ni su capacidad de liderazgo para poder rodearse de las personas adecuadas con las que lograr que de una santa vez esta tierra saliera de su secular atraso y se pusiera por fin en la hora de España. En la del mundo. Pondré un par de ejemplos que conocí bien y de cerca. Por una parte, la eficaz gestión de su jefa de gabinete, Luisa Merino, tan dura (y de qué dureza) como exigente. Por otra, los nombramientos de Fernando Pérez como director de la Editora Regional y de Antonio Franco en el MEIAC. La amistad personal no le nubló la visión. Sin ellos, ni una ni otra institución hubieran alcanzado el prestigio del que gozan, que rebasa el limitado ámbito autonómico. 
Cuando, muerto prematuramente el citado Fernando, me pidió que le sucediera (un honor que no olvido), sólo esgrimió una razón al preguntarle el porqué: "porque tienes criterio". Así era Paco (sabía escuchar) y así de claro lo tenía. 
Visto en perspectiva, odiosas comparaciones al margen, su labor tiene tintes épicos. Estaba casi todo por hacer, es cierto, y no pocos, de distintas áreas literarias y artísticas, dispuestos a hacerlo. Desde dentro y no desde fuera, como venía siendo norma. Vivir esos años, junto a otros compañeros de generación y desde la primera línea de fuego, fue sin duda apasionante. Y raro, muy raro, que se diera esa feliz confluencia, una feraz sintonía, entre los intereses de los gestores políticos y los de los agentes sociales, digamos, miembros de esa sociedad civil apenas existente en la Extremadura de nuestros amores. Insisto, que Ibarra y Muñoz estuvieran ahí favoreció decisivamente esa alianza que sobrepasó los limites del mero entendimiento político. La mayoría ni siquiera estábamos afiliados al PSOE, por no hablar de quienes militaban en otras formaciones.
La decisión, esta sí de partido, que le llevó, muy a su pesar, a ser el candidato a la alcaldía de Badajoz en 2007 (elecciones que perdió) y la repugnante, indecente campaña que orquestó el PP de Floriano contra él (alentada desde Madrid por el ministro Acebes) a cuenta de la edición de un catálogo con fotografías de Montoya (fui uno de los denunciados por el sindicato Manos Limpias, pues era entonces director de la editorial que había publicado, años atrás, el libro), le arruinó la existencia. Todo se trastocó, en lo personal y en todo lo demás. Volvió a la Diputación, enfermó gravemente y... Nuestras conversaciones se fueron distanciando hasta que se impuso el silencio. La última vez que nos encontramos fue en un homenaje a nuestro querido amigo Ángel Campos Pámpano (un personaje fundamental en su trayectoria y en la de todos los extremeños que aman la cultura, amén de factótum de los Premio Extremadura a la Creación, pongo por caso) que tuvo lugar en su querido Badajoz. 
Sí, tal vez sea habitual hablar bien de los que mueren; sin embargo, pocas veces me ha parecido más oportuno y necesario escribir unas líneas para ensalzar la figura y, más que nada, el legado de este extremeño cabal llamado por todos -era cercano, sociable y accesible- Paco Muñoz. Su memoria perdurará en quienes le conocimos. Su ejemplo habla a favor de que una gestión pública, limpia y eficiente, de la cultura es posible. 


NOTA: Las dos fotografías están tomadas en Alburquerque. En una reunión de la consejería que tuvo lugar a principios de siglo en el Castillo de Luna. Un repaso a las caras y a los nombres dan pistas acerca de su tino a la hora de elegir su equipo, funcionarios inclusive. En todas las disciplinas. Buscaba, según creo, capacidad y solvencia. 

25.6.23

Lo insular cosmopolita

Andrés Sánchez Robayna
Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2023. 456 páginas. 
  
ASR (Las Palmas, 1952) es uno de los nombres imprescindibles de la lírica hispanoamericana. Su significación va más allá de lo meramente poético. No concierne sólo a su poesía, quiero decir. A su labor académica en la universidad de La Laguna han de sumarse sus aportaciones a la traducción (del inglés, francés, portugués y catalán), el ensayo (entre los más recientes Variaciones sobre el vaso de agua y Borrador de la vela y la llama), los diarios (que tanto aportan al cabal entendimiento de su obra) y, ahora sí, sus poemas, sin olvidar la fundación de la revista Syntaxis y el Taller de Traducción Literaria de la citada institución canaria.
Poeta por libre, no es la primera vez que reúne sus versos. La última, con el mismo título (“Lo real se entrega sólo en la desnudez. En lo concreto, en la carnalidad. En el cuerpo del mundo”), hace diez años. Esta contiene Día de aire, Clima, Tinta, La roca, Palmas sobre la losa fría, Fuego blanco, Sobre una piedra extrema, Inscripciones, El libro, tras la duna, La sombra y la apariencia y Por el gran mar, así como una sección de “Nuevos poemas”.
Leída como un todo, al lector no le queda más remedio que reconocer su rigurosa unidad en el tiempo. Su concepto de insularidad –una idea que la atraviesa de principio a fin– la convierte en “un modo de habitar una imagen del mundo”, como ha indicado. Y ahí, el mar y la luz, los dos elementos fundamentales de su manera de decir silenciosa, nada locuaz. Al fondo, el paisaje insular como espacio mítico. La naturaleza de las Islas aporta las palabras clave (sustantivos, ante todo) sobre las que Robayna levanta, mediante calculadas metáforas y una gran capacidad compositiva (que ordena en series), su sólido edificio de sonido y sentido. Términos como duna, sal, arrecife, astro, médano, roca, volcán, sol, viento, luna, desierto, barca, bañista, casa, etc. se convierten en auténticos “centros de gravitación semántica”, según García-Posada, quien, citando a Paz, marcó en “el secreto” el quid de su modernidad. Modernidad, por cierto, que no necesita para afirmarse la presencia de lo urbano, como acabamos de señalar. No en vano es el lenguaje (en su caso, sintético en extremo) quien aporta lo que la poesía tiene de moderna.
Estamos ante un poeta plural que atiende a todas las tradiciones; para empezar, la canaria, una tradición en sí misma, que tan bien ha estudiado: Morales, Quesada, González Sosa... De ese fervor se desprende otra lección esencial: su poesía, a pesar de ser local hasta la médula, es por demás cosmopolita. Porque su vocación –lectora y viajera– ha sido ultramarina, en busca de un idioma común, sin por ello perder de vista el magisterio de poetas con los que dialoga: san Juan de la Cruz, Leopardi, Mallarmé, el último Juan Ramón, Pound, Haroldo de Campos, Paz, Ungaretti, Stevens, Valente, etc., sin olvidar a los clásicos orientales, griegos, latinos ni, pongo por caso, a los castellanos del Siglo de Oro (Góngora a la cabeza) o a los románticos (y metafísicos) ingleses y alemanes. Un diálogo que entabla además con su propia poesía, metapoéticamente.
La mirada es la cifra. Leemos estos poemas, de sensibilidad pictórica, a través de su visión: la del caminante que, al describir, medita acerca de lo que tiene delante de los ojos. Desde un “afuera” que anhela la “despersonalización”. En defensa de “las trampas de la privacidad” y “la obturación del subjetivismo”. Lo espacial abierto a la claridad. De mediodía, estival.
Abría así Valente su reseña de La roca: “La busca más difícil es la de la simplicidad”. Hablaba luego de una voz “difícil de oír”, por sutil. La comparaba con la música de Webern. En otros libros, en especial El libro, tras la duna –un punto de inflexión en su poética– torna menos minimalista y más discursiva, pero siempre ajena a cualquier atisbo de exceso o verbosidad.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL



22.6.23

"Náufragos": sexta entrega

Náufragos, el cabal proyecto de Salvador Retana para La Rosa Blanca, llega a su sexta entrega. Tan callando. A favor de la lentitud. Y de la belleza. Y del rigor también. De la verdadera literatura, en suma, que nunca es oportunista. 
Las tres botellas de la nueva caja guardan, respectivamente, un logrado poema de Luis Landero, "Benditos" ("Benditos los que no son de ningún lado / sino de acá o de allá, de donde toque, / benditos los viajeros, que van de paso / por la tierra y el tiempo, / los que hallan patria en cualquier parte"); "Descaliento", del realacadémico Pedro Álvarez de Miranda, una sutil reflexión filológica sobre ese curioso extremeñismo ("Tropecé con ella leyendo la novela de mi admirado Gonzalo Hidalgo Bayal El espíritu áspero: «... le producía un secreto descaliento, tanto más íntimo y secreto cuanto que la propia palabra descaliento no figuraba en diccionario alguno». Volví a encontrarla en uno de los relatos de Hervaciana: «se echó a llorar con sumo descaliento»"); y "La isla", un delicioso elogio de la biblioteca firmado por el profesor y crítico Miguel Ángel Lama ("También, de manera natural, mi biblioteca fue espacio habitable y refugio, isla y nido, madriguera y memoria"). Tres joyas.
Ya están en marcha las dos cajas siguientes. Quiero decir que hay seis nuevos náufragos comprometidos con la causa. Como en "El infinito" de Leopardi, E il naufragar m’è dolce in questo mare.




16.6.23

El perro lector

Mi amigo Jorge Cañete me manda esta fotografía de uno de sus perros, Bataille, dentro de una de las fuentes de Grandson (la exposición de Lourdes Murillo permanecerá allí todo el verano) con este mensaje: "Un admirador que para leer tu poesía no duda en tirarse al agua". Qué referescante, además. Con la que está cayendo.... Gracias.



Turia de nuevo en Extremadura

 



Aquí, el índice

15.6.23

La stanza dello scirocco


El cuarto del siroco -casi leyenda, casi metáfora- es una particularidad de la arquitectura, digamos, nobiliaria de Sicilia: el cuarto donde encontrar cobijo y distracción en las horas en que el viento del sudeste abrasa la cabeza y las rodillas, como dice el poeta de la antigüedad. Podemos también imaginarlo como en el centro de un laberinto, y en su interior un Minotauro nacido de todo tipo de caprichosas y arduas promiscuidades. A salvo del tiempo meteorológico, el cuarto del siroco está también a salvo del tiempo histórico: por ello se pueden recrear en él traslúcidas superposiciones de épocas y acontecimientos o, convergiendo en un solo punto, disolverse en él. Se tiene la impresión de que algo similar y con significados tentaculares ocurre en esta «historia» de Domenico Campana: como si la metáfora del relato de Nathaniel Hawthorne, al que alude el autor en un momento dado, fuese a derivarse en otra metáfora, siciliana, «gatopardesca».

Este texto de Sciascia sobre la novela La stanza dello scirocco, del citado Campana, se puede leer en Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros (Libros del Kultrum, 2022), edición de Salvatore Silvano Nigro, prólogo de Giovanna Giordano y traducción de Celia Filipetto. 
Me llega gracias a Gonzalo Hidalgo Bayal, que lo localizó. Uno sabía de la existencia de esa novela que dio lugar, por cierto, a la película del mismo título dirigida por Maurizio Sciarra. 
Ya expliqué en su día que el título de mi libro (y del consiguiente poema) está tomado de otra obra de Sciascia: El caso Moro

12.6.23

Fervor poético

Desde 1996, Rosillo (Murcia, 1948) publica sus libros en la colección Nuevos Textos Sagrados, la misma en la que, excepcionalmente, aparece El sueño cumplido, donde reúne sus escritos en prosa (y poemas y entrevistas) sobre poesía. Su poética, digamos.  
Se abre con la conferencia (revisada) que pronunció en 2005 en la March: “Garabatos de poética”. Ese texto hubiera justificado, por sustancial, todo el volumen. “Podría quizá servir de introducción a mi poesía completa”, apunta, pues contiene cuanto cabe decir acerca de sus once libros publicados, reunidos (salvo el último, La rama verde) en Las cosas como fueron (2018); obra que considera “una especie de autobiografía poética”.
No se cree Rosillo un “teórico”: “Yo no tengo teorías. Tengo poemas”. Precisa que cuanto ha tenido que revelar acerca de ella lo ha hecho en sus versos. Ni siquiera su trabajo como profesor universitario le ha distraído de ese camino. Así, salvo su tesis doctoral sobre Cernuda y las traducciones de los mejores poemas de Leopardi (un maestro), su bibliografía se centra en los mencionados libros. Y es que –de ahí el título– ser poeta es su “sueño cumplido”. La poesía, “mi única ocupación verdadera y absorbente”.
Fue desde pequeño un lector “omnívoro”. La prematura muerte de su padre propicia una “temprana conciencia del tiempo y de los estragos fatales que ocasiona”, tema esencial en su obra; un suceso trágico que imprimirá el carácter y el tono a lo que escriba después. Desde los catorce años, cuando pergeña su primer poema (a orillas del Mar Menor). A los diecisiete, “una fiebre maravillosa” le anuncia su “vocación”: “único destino digno y asumible”. Ese será “el centro de su vida”. Un “don del cielo”. Su “fe” y “aventura”.
Distante de lo que publican sus compañeros novísimos (“los poetas son navegantes solitarios”), gana el Adonáis con su ópera prima. A los treinta. No se considera un “profesional”, tampoco un “aficionado”. De cómo surge la poesía y del oficio necesario para componerla con la debida naturalidad (“la poesía auténtica es una respiración”), de cómo prima el creador sobre el constructor, diserta también con lucidez. Señala que “la piedra de toque de un poema auténtico es la emoción”. Ahí, “una verdad muy honda”.
Se refiere al “marcado carácter autobiográfico” de su lírica: “no separo la vida de la poesía”. “Uno escribe desde sí”, aunque el yo quede “trascendido, universalizado”. Y a su voz evocadora y meditativa, con “trasfondo moral y metafísico”. Descree, en fin, de un “personaje poético ajeno al autor”.
Alude al marco urbano (el de su ciudad natal) y al natural de sus versos: “mis poemas están muy localizados en el tiempo y en el espacio”. Sin ser un ”poeta paisajista”, el campo está muy presente. No olvida aquellos veranos de su infancia en la remota finca familiar manchega. Le apenan los urbanitas. Nació en el Mediterráneo.
Puntualiza acerca de su condición de poeta elegíaco (evidente en sus cinco primeras entregas) y reconoce que hace mucho que predomina su temperamento hímnico: “el poeta auténtico siempre celebra, porque es un enamorado de la vida”. Se impone el “cántico” sin perder de vista, eso sí, la melancolía, un “estado de ánimo” consustancial a su modo de decir. Cada vez, asume, más cristalino, sencillo y despojado. Lejos de minimalismos, misticismos y “demás ocurrencias macrobióticas”. Y, por transparente, de los “galimatías” y las oscuridades, a pesar de que la vida sea “compleja y misteriosa”. “Soy un poeta español, y en español claro y limpio pretendo llegar a los posibles lectores”, sostiene. “Nada abstracto”.
Ya se dijo que Rosillo ha recurrido al poema para hablar de poesía; que es “anterior al poeta”, recalca. Dieciocho ha seleccionado para ilustrarlo. A eso se suman trece entrevistas que permiten al lector comprender aún mejor su pensamiento poético, además de otros textos, en la primera parte, que subrayan sus ideas primordiales. Tan acordes, sin duda, con los luminosos poemas que ha escrito. “Una verdad natural”.

Eloy Sánchez Rosillo
Tusquets Editores, Barcelona, 2023. 272 páginas. 18 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL. 

7.6.23

La provincia literaria


Lucas Méndez Chico-Álvarez, en una entrevista de El Independiente, le comenta a Julio Llamazares a propósito de su última novela: "Otra de las claves es la ubicación, una España de provincias donde parece que el tiempo no pasa", a lo que el novelista responde: "Es que ese es mi origen. Uno se nutre de la experiencia propia y de la experiencia colectiva de la gente que le rodea. Y a mí lo que me interesaba era plasmar ese mundo de los personajes varados, lo ejemplifica muy bien ese puente abandonado por el río al que se refieren en la novela. Personajes que se quedan plantados en un sitio por la razón que sea, por cobardía, o porque no pueden hacer otra cosa, mientras la vida sigue por otro lado. Hay muchas personas así y esa España interior de provincia tiene también algo de ciudades que se han quedado paradas en el tiempo". 

NOTA: La fotografía es de Ana F. Barredo para El Diario de León.

5.6.23

Llavinas lee "Sobre el azar del mapa"

Este artículo de Jordi Llavinas se publicó el pasado 12 de mayo en el semanario del Penedès El 3 de vuit, en su dietario "Tabac de regalia". Agraït. 




















2.6.23

Adioses


Dos poetas consagrados (o eso se decía antes, cuando no todo valía y se respetaba el canon), Antonio Moreno y José Luis Rey, han decidido que van a dejar de publicar nuevos libros de poesía. 
El primero (Alicante, 1964) acaba de dar a la imprenta Al Dios sin nombre, que ve la luz en la colección palentina Cálamo (lo he reseñado para El Cultural) y en la nota editorial leemos que con este libro "su autor concluye la publicación de poemas". No es escasa la obra ya publicada, que incluye no sólo libros de poesía, sino también dietarios y libros de viaje. En editoriales como Pre-Textos, Tusquets, la Veleta o Renacimiento. Con todo, apena que un autor al que tanto admiramos diga que no volverá a entregarnos nuevos versos. Menos mal que podremos releer (que es en realidad un leer de nuevo) lo ya conocido.
El segundo, más joven, nacido en Córdoba en 1973, ha publicado, entre otros y en poesía, La familia nórdica (Premio Jaime Gil de Biedma), Barroco (Premio Loewe), Las visiones (Premio Tiflos), La fruta de los mudos (Premio Ciudad de Melilla) y La epifanía, todos en Visor. En la contracubierta del último, El dorado (está entre mis lecturas recientes), después de mencionar que es "cima y síntesis de toda una obra", leemos: "Con este libro se cierra la obra poética del autor. Como dijera Jorge Guillén, la obra está completa". 
En uno y otro caso, si se cumplen sus pronósticos, podemos dar fe de que cierran su poesía, digamos, por todo lo alto. Con libros excepcionales y logrados. Broches de oro, sin duda, por usar la manida frase. 
Otro poeta, y no uno cualquiera (del que, por respeto, no puedo dar el nombre), me decía que estaba sopesando abandonar el noble arte de hacer versos. 
En el último tomo de sus diarios, Éramos otros (que ahora tengo entre manos), Andrés Trapiello escribe: "Lo peor de la vejez no es tanto que uno olvide las cosas que ha dicho, sino que empieza a repetirlas". 
A todos los que tenemos una edad y algunos libros a la espalda nos amenaza esta posibilidad. Y nadie quiere, claro está, caer en esa trampa. 

28.5.23

Nueva carta de San Vicente


Ya he contado alguna vez la anécdota aquella de Castuera. Entonces era ministra de Cultura Carmen Calvo, que asistió a un acto en el instituto de la localidad pacense donde uno daba un discursino a favor de los libros y la lectura. Se retrasaba la diputada provincial del ramo. Aquello empezó sin ella, que se incorporó al cabo de un rato. Como disculpa, esgrimió ante el consejero Paco Muñoz que Castuera estaba muy lejos. "No -zanjó enérgico Muñoz- Castuera está en su sitio". Y en su sitio está San Vicente de Alcántara, pero para uno, que vive en Plasencia, a casi dos horas de viaje en coche, en el quinto pino. Como el municipio de La Serena lo está de Olivenza, lugar de procedencia de la diputada. 

Un año más, y van nueve, hasta allí me fui, tormenta va y aguacero viene, para asistir al fallo del Premio de Poesía Joven "Ángel Campos Pámpano". ¿Lo mejor? Poder dar el abrazo anual a algunos amigos. Como José Juan Cuño, por ejemplo, nuestro anfitrión, que con la Asociación Cultural «Vicente Rollano» organiza el concurso destinado a los alumnos de secundaria y bachillerato de los institutos de Extremadura y el Alentejo portugués. Con la generosa colaboración de distintas instituciones: la Junta de Extremadura, el Ayuntamiento de San Vicente (representado por el concejal de Cultura en la entrega), la Asociación de Escritores Extremeños y de los clubes rotarios (INROT) de Mérida, Castelo Branco, Cáceres, Plasencia, Évora, Beja y Portalegre a los que representa el entusiasta Jordi/Jorge Gruart, un viejo amigo de Pámpano, como José Juan. 
A pesar de las ausencias, mis abrazos se extendieron, entre otros, a Miguel Ángel Lama (al que veo por suerte con frecuencia), Luis Arroyo (lo que siempre una alegría), Eduardo Achótegui (¡cuánto tiempo!), Paula Campos (tan querida, viva imagen mejorada de su padre, aunque más tímida que él), Ana Bejarano o Luis Sáez, que fue en representación de la consejera de Cultura. Después de la bienvenida de Cuño y de las palabras de presentación de Ana Bejarano, maestra de ceremonias, fue el primero en tomar la palabra. En un amplio, elegante salón de actos del Centro de Asociaciones (que uno no conocía), antiguo colegio situado al lado del parque donde siempre aparco. Hizo alusión a la importancia que tenía para Ángel unir educación y cultura (o literatura, en este caso) y en lo emocionante que resulta para quienes le conocimos celebrar un acto así. Lo pensaba mientras volvía a casa. Cómo sigue uno echando de menos a Angelito y qué difícil es superar ese dolor en presencia de sus hijas (ayer, ya dije, no estaba Ángela). Me cuesta superarlo. 


Habló luego uno. Para decir que de nuevo, y me parece que con ésta van cinco, ganaba el premio una alumna portuguesa con un poema escrito, claro está, en portugués. Me refería a Maria Leonor Tomaz Castanho, autora de «Lugares (in)comuns», de la Escola Secundaria de San Lorenzo, de Portalegre, centro educativo que tampoco es la primera vez que se ve reconocido. Un hecho que le hubiera gustado especialmente a Ángel, que amaba apasionadamente esa lengua. Sus numerosas, certeras traducciones de poetas lusos lo demuestran de sobra, así como la divulgación por medio de artículos y con la organización de actos culturales de cuanto tenía que ver con la rica literatura del país hermano. Su residencia durante años en Lisboa subraya ese poderoso fervor portugués.
Tan feliz desenlace -añadí citando a Juan Ramón Santos, con quien había cruzado algunas reflexiones al respecto- justifica lo importante que son iniciativas como la de este concurso para que nuestros países dejen de estar definitivamente de espaldas. Lo beneficioso que resulta su condición de transfronterizo y que los alumnos puedan participar con poemas en ambas lenguas. Que, en fin, el bilingüismo (y no el portuñol o el espagués) sea la auténtica lengua franca de la frontera más antigua del mundo, La Raya; una frontera que, oh paradoja, en realidad no lo es. Sí, es muy importante el diálogo ibérico. Por lo mucho que pueden aprender nuestras culturas la una de la otra. Lecciones que algunos llevan (llevamos) siglos aprendiendo. 
Conté que hacía poco que había pasado por el Aula de Literatura «José Antonio Gabriel y Galán» de Plasencia (un invento que debemos a nuestro querido Pámpano) la prestigiosa poeta portuense Filipa Leal. Que su lectura fue deliciosa. Que su obra no es muy extensa, más en español, con un solo libro traducido, La ciudad líquida y otras texturas, publicado por Sequitur en edición bilingüe hace trece años en versión de Luis González Platón (que el lector puede leer entero y de forma gratuita en internet.
Comenté que estaba tardando Juan Ramón (como Ángel, Premio de Traducción Giovanni Pontiero, que presentó con la brillantez que acostumbra a Leal) en reunir en un volumen un puñado de poemas que den a conocer su poesía como es debido; un trabajo que, a la vista de lo publicado en el cuadernillo placentino, en rigor ya tiene adelantado.
Que me temía que en los últimos años la traducción de libros de poesía de poetas portugueses se ha reducido ostensiblemente. Cité los de Daniel Faria (en la editorial salmantina Sígueme), los últimos de la fallecida Ana Luísa Amaral (premio “Reina Sofía”), como Mundo, y la antología Sombras de porcelana brava: diecisiete poetas portuguesas (1955-1987), publicado por Vaso Roto en edición de Vicente Araguas (donde están presente, por cierto, los versos de Amaral y Leal).
Subrayé que no comprendía esa desidia, más si tenemos en cuenta que la poesía lusa sigue manteniendo un nivel de calidad envidiable. Como mal menor, anuncié que en la colección “Voces sin tiempo”, de la Fundación Ortega Muñoz, vamos a publicar una antología poética de Carlos de Oliveira; otra noticia que le habría gustado a Ángel, no en vano dedicó al autor de Trabalho poético su inconclusa tesis doctoral.


A pesar de la brevedad a que aludí con respecto a la poesía de Filipa Leal (la cantidad en poesía no es significativa), expliqué que ésta goza de reconocimiento en su país natal. Y es que, por suerte, en Portugal el aprecio por la lírica sigue siendo elevado; un respeto que hace tiempo que perdimos en España, tanto por los poemas como por los pobres poetas, relegados, como sus libros, al oscuro rincón de lo clandestino, o casi. Paradójicamente, la parapoesía, una suerte de falsa poesía escrita por adolescentes literarios (no necesariamente de edad) para lectores sin criterio, sentimientos baratos convertidos en comerciales bienes de consumo, tiene adeptos, por más que sus días parezcan cada vez más contados, al menos en comparación con la poesía, digamos, verdadera. La que desde hace siglos viene venciendo a los impostores y al tiempo, por mucho que un desinformado novelista de éxito haya certificado recientemente y sin empacho su muerte. 
Relaté que el mencionado Juan Ramón Santos me hablaba en una reciente conversación de cómo en Portugal (donde viaja con frecuencia y cuya lengua conoce a la perfección) la poesía es un género más vivo, que las tiradas son más amplias, que se hacen segundas ediciones (eso tan raro por aquí), que los poetas son más conocidos. En consecuencia, concluía, no estaría mal que se nos contagiara algo de eso... Ojalá.
Antes de terminar, recordé que en una ocasión me atreví, con la ayuda de Luis Leal (que no es pariente suyo a pesar del apellido común), a verter, temerario atrevimiento, uno de los poemas de Filipa Leal que leí en voz alta porque su contenido me parecía adecuado en ese contexto. Hubiera sido bonito que que Luis lo hubiese leído después en su lengua materna, pero... 
Rematé el discursino, no sin antes dar las gracias a todos por la atención, citando la obra que ha merecido el accésit: «Desidia delirante [y otros]», de Enrique Morejón Molina, extremeño de Valdelacalzada, que no acudió a recibir el galardón. Felicité, en fin, a los jóvenes premiados y me despedí hasta el año próximo que será, Dios mediante, el del décimo aniversario del Premio. Palabras mayores.


Me siguió en el uso de la palabra Miguel Ángel Lama, que leyó el acta. A continuación, Paula hizo entrega del premio a Maria Castanho: dinero, un diploma conmemorativo elaborado en corcho (estábamos en el centro de ese mundo), un cuadro de Javier Fernández de Molina (que no pudo desplazarse a Sanvi por coincidir con al comida de su jubilación) y la poesía reunida del poeta. Leyó sus versos y, en compañía de la directora de su Escola, un hermoso texto que a los que conocemos el portugués de aquella manera (vamos, nada o casi) nos costó seguir. Por eso se lo pedí al finalizar la ceremonia, para poder leerlo con la debida calma y con la ayuda, si hace falta, de algún traductor. 
Gruart puso punto y final. Para dar cuenta de lo que se aprecia la obra de su amigo a ambos lados de La Raya y para constatar el apoyo de los rotarios transfronterizos. 
Bueno, en realidad el colofón lo puso, como el año pasado, Carolina, que cada vez canta mejor. Antes, hubo otros dos momentos musicales a cargo de otros miembros de la Escuela de Música de la localidad. 
Porque El Litri ha cerrado (un disgusto, hemos pasado muy buenos momentos en ese bar y alguna vez en compañía de mi añorado amigo), el piscolabis tuvo lugar en el Casino. Pero uno no estuvo. La noche no estaba para juergas (un decir) y el viaje hasta casa, bajo el agua, iba a ser largo. Otra vez será. Esperemos. 



PS. Chema Cumbreño me habla de una colección que desconocía: "Literatura de Contrabando", en la que él mismo publica ediciones bilingües de poetas portugueses contemporáneos. La dirige la traductora lisboeta Leonor López de Carrión. Dicho queda. 

26.5.23

En el HOY de hoy

«Se echa en falta una red de centros de arte y un plan de bibliotecas»

Por desgracia, son tantas las carencias de esta tierra (la del tren, por ejemplo, o, más sangrante aún, la falta de trabajo, en especial para los jóvenes)… Me centraré en las necesidades culturales, de las que nadie se acuerda, sobre todo los políticos. Hubo un tiempo en el que las cosas fueron de otra manera y logramos ahormar, tras siglos de incuria, una política cultural digna y ambiciosa, moderna y en la hora de España. Su recuperación urge. Hay señales que nos indican su importancia. El dinamizador Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear, pongo por caso, o las excavaciones del yacimiento tartésico del Turuñuelo, donde se han descubierto figuras humanas de una infinita belleza. Su repercusión, mundial. Su prestigio, el que interesa.
Otra prueba fehaciente de la importancia socioeconómica que tiene para Extremadura la cultura ha sido Transitus, la exposición de las Edades del Hombre celebrada en Plasencia. Nuestro rico patrimonio monumental y artístico puesto al servicio de los ciudadanos que nos visitan. Buscan eso, no playas. Y ahí encuentra uno el fallo (y la necesidad): la falta de visión para dotar de rigor la relación entre el turismo y la cultura. Lo que no se ha logrado en un caso evidente: la floración del millón largo de cerezos del Valle del Jerte, con tanto potencial y tan parco provecho.
Sí, la excelencia lo es todo cuando de cultura se trata. Hay que huir de las medias tintas, más en la vulgar época del “todo vale”. Apena ver como crece el patatal (que dirían mis amigos Fernando Pérez y Antonio Franco) y florecen los mindundis. Por falta de criterio. La mediocridad, cuando no algo peor, domina el panorama en el sentido contrario al de esos hitos ejemplares que subrayo. Por lo demás, se echa en falta una red de centros de arte y un plan sólido de bibliotecas, verdadero foco, con los clubes de lectores, del fomento de la lectura. Y presencia de escritores, que autores extremeños de renombre no faltan. Y ya que los menciono, que se proteja e impulse una joya de la corona: nuestra Editora Regional.

NOTA: Este breve artículo de ha publicado en el diario HOY, en la sección "Qué necesita Extremadura el 28-M". La fotografía es de Samuel Sánchez para El País

23.5.23

Lecturas recientes



Va uno leyendo como puede la avalancha de libros que compro (apenas) y que me llegan (a una media que asusta). Con las mejores lecturas últimas, a falta de la reseña que cada una merece, elaboro esta listina que no está organizada en orden de preferencia. 

1. Vladivostok (Fórcola), de José Carlos Llop. Su rico mundo poético en prosa. Las espléndidas Terceras de ABC demuestran que periodismo y literatura son, a veces, la misma cosa. Más cuando estamos, ya digo, ante un escritor con un universo tan personal.

2. El dorado (Visor), de José Luis Rey. Un extenso poema que sorprende al lector por lo que tiene de inspirado y, me atrevería a decir, que hasta de milagroso. Para leer con la boca abierta. Y muy despacio. Dice que es su último libro, pues, a lo Guillén, la obra está completa. Esperemos que no. Y si así fuera: ¡qué final!

3. Istmo (Claro decir), de Rafael Fombellida. Tengo la suerte de poseer uno de los veinticinco ejemplares de este libro secreto, pretérito y primorosamente editado que rescata, y con qué acierto, el poeta de Torrelavega. La primera parte, una suerte de cuaderno portugués, es mi debilidad, aunque en la segunda, que da título al libro (escrito entre 1989 y 1999), hay también poemas magníficos. 

4. Visita nocturna (Swann. Shangrila Ediciones), de Fernando González García. Este catedrático de Historia del Cine de la Universidad de Salamanca publica, a los sesenta de su edad, su ópera prima. No defrauda. Son poemas contenidos y concisos que nos dice en voz baja alguien que sabe bien qué es la poesía y para qué sirve. Ojalá vengan más. 

5. Y el todo que nos queda (Visor), de Martín López-Vega, es un canto de amor de los que creí que ya no quedaban. Cuánta felicidad transmiten estos versos de un poeta enamorado que, con lo difícil que es eso, a uno le concilia con la poesía amorosa; al decir de Rilke, siempre tan esquiva y peligrosa para el que intenta expresar sus sentimientos. 

5. El huido. Autorretratos 1985-2021 (Papeles del Náufrago), de Felipe Benítez Reyes. Antonio Lafarque y Aníbal García son los editores de la hermosa colección almeriense Calcomanías donde pretenden reunir autorretratos de poetas. "Creo que, entre todos los géneros literarios, la poesía es el espacio por antonomasia del yo, por mucho que nos entretenga hablar de máscaras, de la invención de un personaje o de la ficcionalización  del sujeto lírico", escribe el roteño. Y: "somos también quienes no hemos sabido o podido ser". En el conjunto, un inédito: "Aniversario": "Hoy cumplo 21.900 días en la vida". Premiados ambos, dos nuevos libros de poesía suyos están al caer. 

7. Siempre llueve en la cabeza del perro (Padilla Libros), de Dimitris Angelís. José Antonio Moreno Jurado, en su colección "El árbol de la luz", traduce esta breve antología del poeta griego, director de la revista Frear. La muestra está dividida en cinco partes: Si fuese tu noche, Las penas de cada día, En el país de nunca jamás, Los caballos de Tarkovski y Otros poemas. Poesía viajera y comprometida. 

8. Apariciones y otras desapariciones (Olifante), del aragonés Ángel Guinda es, por desgracia, un libro póstumo. Aparece en su "editorial de toda la vida" (como dice su fundadora Trinidad Ruiz Marcellán) y pronto le seguirán otros que dejó también en el disco duro del ordenador. Además, la editora nos anuncia sus Obras completas y que Benito Fernández trabaja en su biografía. "Poeta sin fisuras", lo califica su compañera Raquel Arroyo Fraile, que ha compuesto este volumen ordenado en dos partes: en la primera, los poemas que Guinda dejó, digamos, terminados; en la segunda, un puñado de poemas que tal vez hubiera seguido retocando. En ambas secciones, no obstante, lo que encuentra el lector es un conjunto de poemas logrados que, por el simple hecho de estar escritos por un poeta serio que sabía que iba a morir pronto, ya nos conciernen. Guinda, dice esta mujer, "estaba poseído, literalmente, por la poesía". Nunca olvidó que su madre murió el mismo día que él nació. Es sí, su "testamento poético". 

9. La madriguera (Libros del Aire), del gijonés Pedro Luis Menéndez (cofundador de la colección Aeda) es un libro duro, escrito sin concesiones, lleno de verdad, desolado a veces y esperanzado otras. Es difícil no ponerse en su lugar, bajar con él hasta esa madriguera "cálida" donde se esconde, pero para ver mejor lo que ocurre fuera. Constancia y desamparo, insomnio y revoluciones, Lisboa y posverdades, conductores y castillos de arena dan pistas fiables sobre este resistente que se define nocturno y suburbial. 

10. No quiero dejar fuera de esta lista el número que la revista luxemburguesa Abril dedica a la poeta Anise Koltz, que murió hace dos meses. José Holguera, a modo de merecido homenaje, traduce un buen número de Poemas de amor y puedo asegurar al lector que son intensos y emocionantes. Qué pasión más allá de la muerte. Y qué feliz debió de sentirse su marido, el Dr. René Koltz (muerto prematuramente a causa de las torturas que le causaron los nazis). 

11. Animal de invierno (Ars Poetica), del periodista burgalés Ricardo Ruiz, toma esa estación como alegoría para hablar de la vida (y del amor y de la muerte). De la suya que, me temo, es la de todos. En especial, de los melancólicos que vivimos encerrados en pequeñas ciudades de provincias donde el tiempo y la memoria proceden tal vez de otro modo. Autenticidad, o verdad, no le faltan a estos versos dignos de un meditativo paseante solitario. 

Jennifer Clement, Gerald Barry, Alberto Ruy Sánchez y Anne Waldman son los poetas elegidos para la tercera entrega de El Leopardo de las Nieves. Los poemas de los dos primeros están traducidos por uno de los codirectores de la colección, el poeta mallorquín Enrique Juncosa, y los de la última por Lucía Hinojosa Gaxiola. 

NOTA: Ilustra esta entrada «Síguelo», de Wang Qingsong, 2010. 

20.5.23

Sobre el azar del mapa: "Extremamour", Álvaro Valverde - Patrice Schreyer


En el blog ÍndigoHorizonte, donde Nuria Pérez Serrano escribe: 

Si el poeta Álvaro Valverde tuviera que señalar a ciegas un lugar en el mapa, ¿cuál sería? Parece pregunta sencilla si sabemos que Álvaro Valverde es extremeño. ¿Y si Álvaro Valverde no sintiera el sereno extremamour que siente por su tierra y no fuera, además, viajero que no turista, cuál sería el espacio que señalaría sobre el azar del mapa? ¿Tal vez la sencillez, tal vez el paseo demorado, tal vez la luz, tal vez el agua y el silencio? ¿O tal vez lo visible en lo escondido?

Tras leer Sobre el azar del mapa, de Álvaro  Valverde, publicado por Tusquets, y Extremamour, con las fotografías de Patrice Schreyer y los dísticos de Álvaro Valverde, publicado por la Editora Regional de Extremadura, yo tengo mis propias respuestas a esas preguntas y con ellas y la lectura de algunos poemas de ambos libros he hecho un pequeño vídeo que podéis ver abajo. Pero si queréis encontrar vuestras propias respuestas o haceros vuestras propias preguntas, ¿qué mejor manera que dejar que el azar os lleve por sus mapas de poesía y fotografía?

19.5.23

Un lugar en lo hondo

Basilio Sánchez
Pre-Textos, Valencia, 2023. 96 páginas. 18 €
 
Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es un genuino corredor de fondo de la poesía española. Autor de A este lado del alba, Los bosques interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde, El cielo de las cosas, Para guardar el sueño, Entre una sombra y otra, Las estaciones lentas, Cristalizaciones, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (premio Loewe y de la crítica Meléndez Valdés) y Esperando las noticias del agua, así como de Los bosques de la mirada. Poesía reunida 1984-2009, El cuenco de la mano y La creación del sentido, suerte de autobiografía lírica.  
A su coherente obra se añade esta entrega que se abre con un sugestivo poema en prosa que imprime el tono (del que habla en voz baja) y la dirección del libro: “A mi regreso a casa me invadían la alegría de los pájaros, el fervor de lo vivo, la elocuencia sencilla de las cosas que, desde su constancia, desde su luminosa levedad, en el baile secreto y silencioso de sus significados, parecían sugerirme, a su manera, esas pocas verdades esenciales que, al cabo de los años, cuando todo comienza a percibirse desde cierta distancia, se nos vuelven de pronto imprescindibles”.
Sus lectores apreciarán cambios. Sánchez da un nuevo giro a favor de la humildad: “me dedico a lo poco”. Abandona el versículo para acentuar la concisión, por más que el ritmo siga siendo lento y majestuoso, propio de un canto inspirado. Al mismo tiempo, aminora su impronta imaginativa, surrealizante, sin perder de vista “lo indescifrable y lo secreto”, “lo que menos comprendo”, lo “invisible”. Adopta, con naturalidad, el autorretrato. Que la materia de la poesía es la personal experiencia se percibe aquí aún más porque El baile de los pájaros (nótese la sencillez del titulo) está escrito después de una situación extrema: la vivida por un médico intensivista durante la pandemia. La atmósfera que ha logrado crear con sus versos no es ajena a esa penosa circunstancia de “negociaciones con la muerte” (“Nadie vela a los muertos”), aunque la discreción evite cualquier nota patética: “siempre hay alguien que cuida”. De ahí, la casa –un “arca”, un refugio– y ese “fervor de lo vivo” que alienta en el jardín donde dialoga, en soledad y silencio, al atardecer, con plantas y animales (la morera, el gato), franciscanamente. “Del pensamiento humilde de las cosas”, por ejemplo.
Otro símbolo –como el de la noche o el del bosque– centra esta visión contemplativa y con memoria: la nieve. “Escribir es arrastrar palabras en la nieve”, ha dicho. Meditadas palabras que por su deje sentencioso y aforístico parecen cinceladas. Qué sólida puede ser la fragilidad: “pertenezco al linaje de los tímidos”.
La poesía es tema esencial del conjunto. Nada extraño: todo poeta genera una poética y la suya –humanística– es fecunda como pocas. “Fuera de la poesía es muy difícil, / para un simple poeta, hacerse comprender”, sostiene. Es “falla geológica”, “apuesta moral”, “suma infinita de presencias y ausencias”, “inmensa construcción del espíritu”, “un relámpago”, “no es un logro, es un merecimiento”, “el final del idioma”, “una alfombra para huéspedes”… “El tiempo del poema / no es el tiempo del mundo. / El suyo es el espacio / secreto de los signos”.
Vuelve a la reflexión sobre lo sagrado y sobre Dios (léase “Escrito en una hoja”) sin dejar de poner en el centro la preocupación por “el otro”, en el ético sentido léviniano.
“Escribo para alguien al que miro a los ojos”, leemos en este libro limpio, erguido e íntimo, nocturno y sigiloso, concebido como una unidad, donde la celebración se impone a la melancolía.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.