30.12.15

Kessler, europeo y cosmopolita

Libros de La Vanguardia publica, por primera vez en español, bajo el título Conde Harry Kessler. Diario (1893-1927), una amplia selección (más de 500 páginas) de los diarios del mencionado prócer. Se ha ocupado de la selección (a partir de los ocho volúmenes ya editados, en torno a 8.000 páginas, donde se alude a más de 20.000 personas) José Enrique Ruiz-Domènec. El traductor es Raúl Gabás
De Kessler, hijo de una anglo-irlandesa y un alemán, nombrado conde por el káiser Guillermo I por sus servicios a Alemania (luchó por ella en la Gran Guerra), dijo W. H. Auden que era el hombre más cosmopolita que había conocido. El historiador Karl Schögel calificó esta obra como "el diario del siglo XX".
De este aristócrata políglota, viajero, admirador de las vanguardias, mecenas y editor, entre otras muchas cosas, ya habló Muñoz Molina en uno de sus artículos, "El testigo", que comenzaba con el relato novelesco del hallazgo de los manuscritos en una caja de seguridad de un banco de Mallorca, lugar que frecuentó en los últimos años de su vida, cuando el hostigamiento de los nazis se hizo insoportable. 
Tras la amplia y documentada introducción de Ruiz-Domènec, nueve capítulos, lógicamente ordenados por fechas, dan cuenta de la intensa existencia del noble europeo que habrá que degustar con la necesaria demora. Se añade una nota del traductor, la bibliografía, una cronología de Kessler y un práctico índice enciclopédico de los principales nombres citados, entre los que se encuentran personajes a los que trató como Verlaine, Mann, Rilke, Nietzsche, Einstein, Rodin, Munch o Hofmannsthal.
Agradezco, en fin, a Sergio Vila-Sanjuán este precioso regalo navideño que forma parte de un fondo editorial digno de un diario europeo como La Vanguardia y de una ciudad cosmopolita como Barcelona. Dos adjetivos, por cierto, que definen a la perfección al redivivo Kessler

29.12.15

Cuadernos de humo

Hilario Barrero, recién jubilado como profesor universitario en Nueva York, lanza el número 4 de Cuadernos de Humo, serie Oteador. En el pie de imprenta, su dirección de Brooklyn y el correspondiente Printed in USA.
"Siete y siete son catorce" es el título de su prólogo, que dice: "Poesía recién hecha, todavía caliente y poesía reposada, ya para siempre con nosotros. Amor, muerte, vida, guerra, esperanza, vejez apacible y juventud arrogante.
Catorce voces amigas que forman parte de nuestra historia. Algunas nos acompañaron en momentos difíciles y son como si fueran nuestras. Con ellas nos entendemos y con ellas respiramos. Nombres que comparten nuestra vida y nuestro amor y que ahora, unidos en este Cuaderno de Humo, nos llegan más dentro, nos apagan sombras y engrandecen la casa. 
Catorce porque siete y siete son catorce. Y siete es número de veneración. Vendrán más Cuadernos que recojan otras voces amigas. A estas, que tan espléndidamente han respondido, nuestra gratitud por los poemas y la generosidad. (Algunos correos deberían publicarse). Poesía que hace que del humo nazca una hoguera que nos ilumina y nos calienta. Sus voces nos dicen dónde está el fuego."
Los elegidos: Joan Margarit, Francisco Álvarez Velasco, Antonio Parra, José Luis García Martín, Uriel Martínez, Herme G. Donis, Álvaro Valverde, Antonio Rivero Taravillo, Beatriz Villacañas, Alfredo Rodríguez, Marcos Matacana Martín, Martín López-Vega, Ballerina Vargas Tinajero y Pablo Núñez Díaz. 
Ilustran el ejemplar los originales dibujos del editor. 
El colofón reza: De DONDE ESTÁ EL FUEGO se ha hecho una edición de cuarenta y cinco ejemplares; tres por cabeza y dos para los archivos del humo. Los poetas recibirán además una litografía firmada por HB con su poema y el dibujo como señal de agradecimiento. Siete de junio de 2015. 
Esta es, en fin, mi página (con su dibujo y un viejo poema, elegido por él, de Una oculta razón), que reproduzco aquí no sin agradecer a Hilario Barrero que se haya acordado de mí:



28.12.15

La poesía de Gálvez

Tras nueve años de silencio, vuelve Francisco Gálvez (Córdoba, 1945), quien publica en Pre-Textos, vestido con elegantes cubiertas azul marino, El oro fundido, un libro extenso y plural donde se condensan diversas vicisitudes y se vienen a encontrar diferentes caminos. La vida es aquí ley y el poeta da cuenta de sus circunstancias y de sus itinerarios. "Tomando el sol después de comer", uno de los poemas del volumen resuelto en prosa, da la medida, a manera de "Prólogo", de lo que el lector se está jugando. Lo vivido y la literatura (si es que la poesía lo es) se dan la mano para intentar desvelar el misterio que toda existencia esconde. El propio poeta desvelaba en una entrevista los asuntos de su obra: "Su diversidad, tanto de forma, tono y temas, aunque hilvanada en un tiempo muy concreto, que va desde la mirada reflexiva de la infancia y termina con la destrucción del World Trade Center en Nueva York. Y en medio: biografía, lo político y social, lo familiar y cotidiano, el amor y la literatura, ecología y trabajo". Insiste también el autor en la "oralidad" como referente fundamental. Algo que podemos comprobar de manera fehaciente en el poema "Apuntes de filosofía" o en otro titulado, precisamente, "Oralidad". 
Las formas son tan variadas como los temas; así, los versículos de "Contenedores" se alternan con la concisión de los versos de "Travel" (en la tercera parte, por cierto, aparece Tánger) o, como ya se mencionó, con esos poemas en prosa donde las palabras adquieren un ritmo más barroco y nervioso. 
"Café y poesía" y "Los rostros del personaje", partes finales del libro, son, a mi entender, las que contienen lo más notable del conjunto y donde Gálvez demuestra a las claras su solvencia lírica; el destilado de la experiencia de una ya larga vida dedicada con fervor a la poesía. 
Como en cualquier poeta que se precie, la mirada es clave en su poética. Por eso leemos: "Es la mirada media vida, / y si no miramos la perdemos". O: "Sólo se vive de mirar y hacer único lo que miramos". O, en fin: "Somos lo que somos, hacemos lo que hacemos, y la mirada es siempre discursiva". Esa mirada que "como la punta de un diamante rasga el pasado" y nos permite recordar lo sucedido, como en los emocionantes versos de "Papel carbón".
Para quien no haya leído a Gálvez, ésta puede ser la mejor puerta de entrada. Ya dentro, podrá acceder, si así lo considera oportuno, a otras estancias de una casa que ha logrado reunir un número considerable de sureñas habitaciones luminosas.

27.12.15

Rebeldes

"Era día de orquesta. La orquesta venía dos veces por semana de una playa vecina. Los músicos eran jóvenes y delgados y llevaban smokings viejos, ligeramente reverdecidos por el uso y por la humedad de los inviernos marítimos. Eran músicos fracasados: sin gran arte, con poco dinero y sin ninguna fama. Debían de ser gente resignada o rebelde. Me gustaría pensar que eran rebeldes: es menos triste. Un hombre rebelde, aunque lo sea de forma poco gloriosa, nunca está completamente vencido. Sin embargo, la resignación pasiva, la resignación por ensordecimiento progresivo del ser, es el fracaso más irremediable y absoluto. Pero los rebeldes, incluso aquellos a los que todo -la luz de los candelabros y la luz de la primavera- les duele como una navaja, aquellos que se cortan en el aire y en sus propios gestos, son la honra de la condición humana. Son aquellos que no se han resignado a la imperfección. Por eso su alma es como un gran desierto sin sombra y sin frescura en donde arde el fuego sin consumirse". 

Sophia de Mello Breyner Andresen, "La playa". Sibila, número 47. Traducción de Ana Márquez.

26.12.15

Sibilas

Llegan, casi al mismo tiempo (temporada otoño-invierno) dos números de la revista Sibila, tan sevillana como atlántica, con un pie en España y otro en América.
De su calidad y rigor, de su sentido de la independencia, de su sello personal, de sus ilustraciones y su esmerada tipografía que tanto luce sobre el papel de Amalfi, de su belleza, en suma, ya he hablado muchas veces. Es cara, sí, pero única, algo que saben muy bien los amantes de la poesía y de la música, sobre todo, así como los bibliófilos, que ven en ella, estoy seguro, un letrado e ilustrado potosí. 
En estos últimos números, que siguen viendo la luz gracias al apoyo de la Fundación BBVA y merced a la incansable tarea de Patricia Ehrle y Juan Carlos Marset, vienen cargados de poemas firmados por Barreto, Belli, Benet, Berryman (traducido por Hahn), Bonnett, Colinas, Deltoro, Dobry, Doce, Duque Amusco, Jaramillo Agudelo, Lastra, Magrelli, Maillard, Mujica, Pardo, Piqueras, etc. 
También de prosas (narraciones, ensayos, artículos) de Castañón, Duque, Gasparini (que pasea por El Prado), Jarauta, Serrano, Weinberger, Vila-Matas, etc. Destacaría, porque me ha llegado al alma, "La playa", un precioso relato de tono autobiográfico de Sophia de Mello Breyner (en traducción de Ana Márquez). 
La música la ponen esta vez Francisco Martín Quintero y Fernando Villanueva.
La obra gráfica, Thierry Alonso y Juan Muñoz, que se ocupan de las respectivas cubiertas.
Que el nuevo año nos siga trayendo regalos como estos, de la mano de la querida y ya veterana Sibila

25.12.15

Dichosas listas

Con gran pesar de mi corazón, bien sabe Dios, envié la lista con los diez libros de poesía publicados este año que uno consideraba los mejores. Para El Cultural. Apareció ayer. No, no creo en las listas, lo he repetido muchas veces, por más que a uno le guste, ah paradoja, que un libro suyo aparezca de vez en cuando en ellas. ¿Entonces? Lo hice por sentido de la responsabilidad con el suplemento en el que, como quien dice, empiezo a colaborar (ni siquiera figuro en el staff) y con las personas que lo dirigen y coordinan, que confían, a lo que se ve, en mi honesta opinión. Y por mis admirables compañeros de faena. Estos sí saben de qué hablan, no como otros.
A decir verdad, todos los libros que he comentado en el blog a lo largo de 2015 son mis libros del año. Todos y cada uno, si bien unas me gustaron más que otros. De ahí lo doloroso de tener que seleccionar y decidir. Conviene aclarar que sólo he votado por libros que he leído, por eso faltarán, a buen seguro, títulos importantes. Después de enviada esa lista, he degustado, de hecho, algunas obras estupendas que comentaré aquí de ahora en adelante. Y más que vendrán con esa fecha de impresión.
Me alegro de que los libros elegidos como primero y segundo sean los que uno votó a tal fin, aunque en orden inverso. Tanto monta... Ha sido una agradable sorpresa. Quién lo diría, de Eloy Sánchez Rosillo (Tusquets) y Di, realidad, de Rafael Fombellida, son dos libros extraordinarios, cada cual en su estilo.
Que me perdonen, por favor, los silenciados. Nada me entristecería más que se enfadaran con este entregado lector de sus poemas por culpa de un inocente y pasajero juego literario. Bien sé que escriben, que escribimos (estuve del otro lado y espero volver a estarlo), por mucho más que esto. ¡A otra cosa!

24.12.15

Una foto de Luis Javier

Esta fotografía fue tomada por Luis Javier Moreno hacia 1996 y, si mal no recuerdo, estábamos en Valladolid, en un encuentro literario organizado por la revista literaria Sibila. Como dice Tomás Sánchez Santiago, sentado a mi derecha, parezco a punto de arrancarme a cantar una copla. O una jota, ¿no, Melero? Yolanda fumaba. Aún había, comenta el de Zamora, "juventud chispeante en los tres". Luis Javier, concluye, "quiso juntarnos así". Vaya en recuerdo suyo. 

23.12.15

Las cosas del lector

Gonzalo Hidalgo Bayal siempre se ha referido a mi paisano y medio pariente Juan Luis Hernández Mirón como "el landeariano alto". Por lo obvio y por su incondicional amistad con el escritor Luis Landero, a quien ha acompañado con frecuencia de ciudad en ciudad y de acto en acto en su condición de íntimo amigo y, además, de admirador y chófer. Eso no quiere decir que sea la persona que más veces ha escuchado sus amenas charlas, conferencias y presentaciones, pues el de Alburquerque prohíbe a sus acompañantes habituales (y acaso nadie más asiduo que Mirón) entrar en los recintos donde se producen esos encuentros para evitar que vuelvan a oír lo consabido. Cuento esto porque así entenderán mejor los lectores el precioso prólogo que Landero le ha puesto a la primera edición crítica de Las cosas del campo, libro del poeta malagueño José Antonio Muñoz Rojas, publicado (con una preciosa imagen en la cubierta del pintor Pedro Serna) por Renacimiento.  La primera edición es de 1951 y ésta se basa en la publicada por Pre-Textos en 2009.
Que me perdonen tanto el autor, por desgracia ya fallecido, como el editor literario, pero sólo por esas palabras liminares hubiera merecido la pena imprimirlo. A su amigo está dedicado, sí, a la persona que ha dedicado horas y horas a esa obra que glosa, por eso, estupendamente. Con su lectura, permite al lector una nueva y más honda aproximación a este clásico de nuestro panorama. Un testimonio único acerca de un mundo que ha desaparecido.
Hernández Mirón, profesor de la Universidad CEU San Pablo de Madrid, ya había publicado en Vitrubio un voluminoso libro titulado La poética de José Antonio Muñoz Rojas en "Las cosas del campo", donde dió a conocer parte de su tesis doctoral sobre la obra del poeta antequerano. El prólogo, cómplice y divertido, estaba firmado por Luis Alberto de Cuenca, compañero de consejos superiores y otras filologías, además de buen amigo suyo también.
En Rilce. Revista de Filología Hispánica, en fin, podrá consultar el lector curioso un extenso artículo de Mirón titulado "Las cosas del campo de José Antonio Muñoz Rojas".
En el citado prólogo, donde Landero evita entrar en asuntos que conoce de sobra desde niño (su último libro, El balcón en invierno, es prueba de ello), que no necesita consultar el práctico glosario para urbanitas que incluye esta edición, comenta que "Estamos, pues, ante la aventura de un lector que se embarca en la procelosa travesía de un libro y luego nos ofrece los secretos de su cuaderno de bitácora". Así, el libro "ha pasado a llamarse «Las cosas del lector», o si se quiere: «Las cosas de Juan Luis»". Y ello porque es esa condición, la de lector, la que aquí predomina y por eso aprovecha para reivindicar la "inspiración" del lector "que es tan soberano al leer como el escritor al escribir"; del "lector-musa", como él lo denomina.
"Sobriedad, elegancia, sabiduría, y un contenido temblor estético, son términos que le convienen a este libro", sentencia.
Y en efecto, a esas virtudes se atienen las sutiles y discretas glosas de Mirón que dan a la obra de Muñoz Rojas una dimensión hasta ahora inédita.
Estamos ante una excelente oportunidad para volver sobre un libro que es, ante todo, poesía; en la estela de los poemas en prosa, digamos, del Ocnos de Cernuda, otro escritor español de impronta británica. Un libro que en la incesante novedad fundamenta su noble condición de clásico.

22.12.15

Un poema portugués

                                        
                                       Outro jardim possível e perdido
                                        Sophia de Mello Breyner


Este país es tuyo, una extensión
del que habitas aquí, ese lugar
que es más del pensamiento que otra cosa.
Tal vez por eso, te vienes a decir,
esta limpia mañana de septiembre
te parece vivida en otro sitio,
que es al tiempo el de siempre y el de ahora,
una prolongación de otra existencia
tan consciente y sencilla como ésta.
La tarde en el jardín demuestra al cabo
que la intuición es sólo una verdad
que puede o que no puede cobrar forma.
Por entre los parterres y las flores,
escaleras, estatuas y balcones;
entre el boj y la piedra, tu paseo
es parte del camino que recorres
fuera o dentro del mismo laberinto.
Este es barroco y además dieciochesco.
En el agua, de fuentes y de estanques,
reside la armonía de su música.
Los azulejos que en el muro fijan
una ciudad perdida y con murallas
-trasunto al fin de este castelo branco-
te devuelven la vista de la tuya.
Es fiel a la ideal, en otra escala. 

Nota: Este poema ha sido publicado en la revista Turia, en el número 116 dedicado a "Letras de España y Portugal". En su día evocamos aquí la visita a ese precioso lugar. Fue a finales del verano de 2013.

21.12.15

Dos reseñas de El Cultural

NADA SE PIERDE. POEMAS ESCOGIDOS (1990-2015)
Jordi Doce
Prensas de la Universidad, Zaragoza, 2015. 170 páginas. 18,00 €

Jordi Doce (Gijón, 1967) es, ante todo, el autor de los libros de poesía Lección de permanenciaOtras lunasGran angular Monósticos. De ellos surge Nada se pierde. Poemas escogidos (1990-2015), antología que incorpora fragmentos de Perros en la playa y algún inédito.
Las citas que abren la obra son elocuentes: de Paz, Valente y Eliot, poetas que inspiran su mejor poética; ésa que, puestos a simplificar, uno situaría en torno a la poesía meditativa, en la tradición que el segundo fijó a partir de algunos de nuestros clásicos, la poesía inglesa (que Doce ha traducido con solvencia), Unamuno o Cernuda.
La muestra está dividida en cinco ciclos y carece de prólogo, lo que da a entender que la apuesta es personal, como se explica en la breve, lúcida “Nota del autor” que abrocha el volumen. Allí habla de esta “raya en la arena”: “Toda escritura es, en sentido estricto, ocasional”. Nos confiesa que es “hija de una etapa muy concreta de mi vida” en la que las pesas del entusiasmo y el desencanto han encontrado “un punto de equilibrio”, que está hecha “hacia atrás” y que ha aprovechado para rehacer, suprimir, enmendar y reordenar (son los verbos que usa) lo ya escrito.
Aunque he frecuentado esta poesía, uno tiene la sensación de que la lee por primera vez. Acaso porque un poema verdadero siempre parece nuevo. Porque cada vez que se relee, es otro.
Sorprende la capacidad de observación de Doce, su permanente estado de asombro ante la vida. Su mirada (“un trato entre el mirar y lo mirado”). Esa que le permite describir con certeza y esmero lo que ve. También su inteligencia, que aquí no estorba, que afina sin alardes su pensamiento.
Poeta del Norte, por la luz y por el tono, más allá de la mera circunstancia geográfica, de la lluvia y del mar de su natal Gijón (que asocia al verano y la infancia), reúne aquí poemas (en verso y prosa) memorables: “Laurel”, “En el jardín”, “Sucesión”, “Tiempo nublado”, “El viajero”, “Móvil” , “Lectura de Margueritte Yourcenar, “Elegía” o “El paseo”, tal vez mi preferido.
A esta rigurosa y nada improvisada “lección de permanencia”, que uno concibe como lograda unidad, se le podría aplicar algo que el propio Doce dice: “al final la palabra siempre gana”. Y cómo. 

CRÓNICA NATURAL
Andrés Barba
Visor, Madrid, 2015. 82 páginas. 10 €

Es normal que un narrador tenga un pasado, más o menos lustroso, de poeta. Más raro resulta que un novelista dé a las prensas y a una edad, digamos, avanzada, un libro de poesía. Eso es precisamente lo que ha sucedido con Andrés Barba (Madrid, 1975), quien tras publicar numerosos libros de narrativa, a los cuarenta de su edad, publica su ópera prima poética, accésit del “Jaime Gil de Biedma”. Hablando de presuntas normalidades, su asunto entra dentro de los clásicos: la muerte del padre, y no en sentido metafórico. De ahí la pertinencia del título. Y de ahí, suponemos, el género elegido, por más que Barba comente en “Agradecimientos” que comenzó a escribir estos poemas sin intención de publicarlos, “sólo para ayudarme a hacer el duelo” y “para no olvidar”; en un lenguaje que le resultaba “ajeno y lleno de dificultades”.
“Como se aprende a leer, / como se aprende un oficio / tú aprendiste a estar enfermo”, dice. Ese “tú” marca el tono de la obra, que es un diálogo. Intenso, cómo no, en el que los recuerdos de uno y otro, o de los dos al tiempo (aquel viaje a Bucarest), van orientando una deriva caracterizada por el dolor, pero en la que no faltan momentos de felicidad que la memoria se empeña en rescatar.
La familia (padres y cinco hermanos) y Carmen (la conexión argentina, tan presente: “Palermitana”) ayudan al protagonista a contar (esta poesía es indefectiblemente narrativa) lo que sucede. “Hasta que llegó la enfermedad, / entonces ese mundo lo invadió todo”.
El lector que haya pasado por parecido trance no podrá por menos que empatizar con Barba en su relato. Acompañarlo en sus evocaciones: la mili del padre en Madrid; las divagaciones del adolecente playero: “Los pinos”; los viajes portugueses: “Vilareal do Santo Antonio”, “Portugal”, y los otros: Nueva York, Salamanca, Buenos Aires; la ciudad perdida: “Huelva”; las anécdotas más personales (del todo extrapolables): “Amago de infarto”, “Operación de rodilla”… No todo es enfermedad aquí, aunque los poemas más hondos tengan que ver con ella. “Impasse”, “Experiencia”: “Quería estar cerca de ti cuando murieras / en la habitación, / contigo”, y el que cierra el volumen y le da título: “ya sabemos cómo va a suceder”, leemos, lo que “hemos temido toda la vida”.
Como en el epígrafe de Flaubert que el autor menciona, no es que Crónica natural “esté bien”, es que “es verdad”. Y basta.



















Nota: Esta reseña se publicó el pasado 18 de diciembre en El Cultural

Un hombre

Tal vez aparezca en esta fotografía de la placentina calle del Sol, obra de Toni Gudiel (El Periódico Extremadura), el personaje misterioso del relato "Casa desolada" (¿germen de una novela?), de Gonzalo Hidalgo Bayal: "Últimamente sólo vivía en ella un hombre, el único al que he reconocido desde siempre como vinculado a la casa. Este hombre se apostaba en la acera, como guardián de un panorama interior adscrito a la degradación: un amontonamiento indiscriminado y creciente de cartones y basuras".

20.12.15

Fidalgo: Un arte de vivir

"Santos", un precioso, intenso poema publicado en el último número de la revista Turia (dedicado a España y Portugal, que comentaré como es debido), me confirma que la de Pablo Fidalgo Lareo es una aventura poética sólida e importante, llamada a depararnos grandes momentos de felicidad y de reflexión. Este texto que publico ahora ha aparecido en el libro Tres poemas dramáticos, que ha editado Chema Cumbreño en sus esforzadas Ediciones Liliputienses. Este prólogo y los otros dos que abren el volumen, de Martín Rodríguez-Gaona y Eduardo Pérez-Rasilla, pueden leerse en el blog de Fidalgo, aunque lo mejor sería leerlos en papel; como el resto, que es lo que importa. 
Su último trabajo teatral (aunque para uno es poesía), Habrás de ir a la guerra, ha sido elegido mejor espectáculo de teatro del año en Portugal por el periódico Público. Atentos, sí, a la obra de este gallego que reside en Lisboa y vive en cualquier sitio, que lo mismo te escribe desde Italia que desde Suecia. Grande, Fidalgo. 

UN ARTE DE VIVIR

Lo primero que leí de Pablo Fidalgo fue su tercer libro,  Mis padres: Romeo y Julieta. Me sorprendió, disfruté con su lectura y me atreví a reseñarlo en un suplemento literario de esos que llaman de referencia, aunque éste quizá la tenga ya muy perdida. Allí dije que no dejaba de ser «el relato de una vida, desde antes incluso de nacer: “Fui creado en un hotel, en un viaje, / y eso lo marcó todo”. De su vida y, conviene precisar, de la de sus padres, auténticos protagonistas de esta apasionante, imposible historia de amor que da lugar, ya ven, a un gran poema de amor». Llegó después Autobiografía de mi generación, unido a un proyecto del ciclo Material Memoria perteneciente a la exposición Veraneantes que tuvo lugar en el Museo de Arte Contemporánea de Vigo (MARCO), entidad que lo editó en forma de libro. Incluye O estado salvaxe. Espanha 1939, una performance, podríamos decir, que uno prefiere denominar, como Fidalgo, “pieza”. ¿Teatral?, cabe preguntarse. Uno se responde: poética, y basta. Sobre ella escribí: «…toman la palabra (…) sus abuelos. “Somos una generación que tiene en sus abuelos a sus referentes vitales”, escribe Fidalgo. Primero su abuelo Manuel (1921), el autor de las películas (donde, según su nieto, grabó el silencio durante cuarenta años), un hombre íntegro que reflexiona con una lucidez envidiable sobre su vida, la de alguien que, del todo condicionado por las circunstancias, sufrió la guerra (que, insiste Fidalgo, no está resuelta) y la Dictadura. Después, le toca el turno a la abuela, Mercedes (convertida en actriz), del 28, que escribe una larga e intensa carta para sus nietas: “Rahel María Ana y Clara”. “Para que sepan que la libertad de las mujeres se consiguió con dolor”. “Soy una superviviente”, dice».
Si traigo la cita a colación es porque ésa es una de las tres piezas dramáticas que componen este libro, junto a Habrás de ir a la guerra que empieza hoy y Sólo hay una vida y en ella quiero tener tiempo de construirme y destruirme.
La primera es una larga carta (el epistolar es un género que rescata con gran sentido de la oportunidad Fidalgo) escrita por Giordano Lareo, tío abuelo del autor, exiliado republicano en Argentina. Además de continuar con su “proyecto de investigación sobre la historia de mi familia” (del que estas piezas forman parte, lo mismo que el libro de poemas comentado al principio), le permite seguir reflexionando sobre la historia de este país que, según él, “es un espacio en blanco”. Al fondo, la emigración, esa forma de exilio. “Un hombre solo, en esta habitación, haciendo pajaritas de papel” (Lareo fue origamista), “un hombre libre”. “Yo soy un hombre de provincias que miró lo suficiente el horizonte”, apunta.
La segunda está destinada a adolescentes y su núcleo acaso se resuma en estos versos: “Sólo hay una vida y en ella quiero tener tiempo de construirme y de destruirme”. La interrelación con el público, igual que en el resto de sus piezas, se logra, entre otras cosas, por la repetición de determinadas frases que, a modo de estribillo, reclaman la atención del espectador; aquí: “Has pagado la entrada” o “Que levanten la mano…” Su propia infancia y adolescencia, recién perdida, le permite levantar un potente monólogo que podría resumirse en otra frase: “Estamos aquí para ensayar el futuro”.
Pero quiero volver atrás, al punto en que afirmé, con el debido convencimiento, que lo que Pablo Fidalgo escribe (“Soy un hombre que escribe”, leemos en O estado salvaxe, lo que me recuerda un verso de mi admirada Sophia de Mello Breyner: “eu escrevo”), que lo que Pablo Fidalgo escribe, estaba diciendo, es poesía. No creo que haya otro término mejor para definirlo. Por teatro que sea y, claro, lo parezca (y del que a uno le gusta, es decir: del todo distinto al habitual, para que el que nunca estuve dotado). Lo que aquí se impone son las palabras. El lenguaje. Ese es el material del que están hechas estas espléndidas piezas que leemos o escuchamos entre la perplejidad y el sobrecogimiento. Su intensidad emocional es tan densa como, aparentemente, frágil o liviana. Tan dulce como amarga.
Digo poesía porque al leerlas uno recuerda “Poetry”, el poema de Marianne Moore: “A mí tampoco me gusta pero si lo lees con un perfecto desprecio puedes encontrar un espacio para lo genuino”. Aquí radica, a mi modesto entender, la clave. Estamos ante lo que es genuino, auténtico, por desgastada que esté la palabra, no digamos en términos líricos. Es algo que uno deduce apenas empieza a leer a Fidalgo, alguien a quien, por cierto, cabe calificar, a la luz de lo leído, de íntegro y honesto, un par de adjetivos más que gastados también y en absoluto desuso, bien sabemos porqué. Esa es, al menos, mi experiencia.
Lo autobiográfico es aquí ley, algo que también contribuye a afianzar ese grado de autenticidad que señalo. Lo mismo que el modelo poético, digamos, adoptado: el del monólogo (acaso sea pertinente añadir “dramático”), aunque, oh paradoja, no deje de ser un diálogo: el que el autor establece, quiérase o no, con el lector o escuchante. Sí, porque los otros, la vida de los otros, lo que otros piensan o sienten o celebran o sufren es inseparable de estos dilatados, lentos versículos de talante humanista, de hondo sentido moral, solidaria y humana por los cuatro costados (social la llamarán algunos), que atiende, sobre todo, a la dignidad de mujeres y hombres. A su libertad. Que observa lo que les pasa, lo que nos pasa, lo que a él le pasa, sin olvidar el amor, la guerra, el dolor y, cómo no, la muerte: “Mi objetivo es ganarme mi muerte”, leemos. Lo real. La realidad que nos alegra y que nos atormenta. En ese sentido, que nadie venga buscando en estas páginas lindezas liricoides, verbosidades enojosas y melifluas vaguedades de esas que algunos confunden con la pobre poesía.
La vida, para Fidalgo, es algo sagrado. Y a “lo sagrado” remite en numerosas ocasiones desde un mundo sin dios.
El lector o el espectador son el público de los aludidos versículos que, si bien están destinados a ser dichos o recitados en voz alta, nunca son altisonantes. Su tono es íntimo, para ser escuchado con la frecuencia en que se ofrecen las confidencias, casi al oído.
Un tono, me gustaría precisar, que percibo inspirado y pleno de pasión, fruto de un natural discurrir de la conciencia –sentimiento y pensamiento-, y no tanto como texto elaborado y formal que uno construye a fuerza de oficio y disciplina. Bien sabemos, es cierto, que la sencillez y la claridad no caen del cielo, pero esa tarea contra la indeseable retórica (en tanto que “uso impropio o intempestivo de este arte” -el de la retórica- y “sofisterías o razones que no son del caso”, según recoge el DRAE), es un acierto que se agradece y que, en suma, reafirma el carácter legítimo de esta propuesta que no renuncia a cierto grado de espontaneidad.
Monólogos que son diálogos, en los que el lector o espectador no puede evitar sentirse arte y parte, protagonista de los hechos que se narran. Sí, porque el componente narrativo –el contar- es también esencial aquí. Las piezas de Fidalgo son testimoniales y, diría más, testamentarias. Dan cuenta de lo que le sucede a él o a los suyos (eso que, no sin ambigüedad, denominaría, familia, esa “enfermedad imposible de extirpar”, otra de las claves de este empeño) y quieren perpetuarse en el tiempo (la memoria es otro motivo recurrente), para que no se olviden. Fidalgo pone voz a personas que han existido o existen, pero que no siempre pudieron verbalizar por sí mismas lo que sentían o recordaban.
El exilio, la huida, es otro de los grandes temas de estas piezas dramáticas. Basta recordar a Giordano Lareo, protagonista de una de ellas. Le gustaría leer a uno esa pieza de Fidalgo que nos permitiera comprender mejor lo que está ocurriendo en Europa con los refugiados sirios. Sirios y, por supuesto, del resto de ese terrible éxodo que procede de medio Oriente Medio y del norte de África. Del resto del mundo. Tan parecido, pongo por caso, al de los republicanos españoles tras la Guerra Civil, que está en el centro de las obsesiones de este autor.
Los personajes de este autor (y digo personajes con reparo: tan reales me parecen) son hombre y mujeres, como él, a la intemperie. Gente que ha resistido. Supervivientes. Hijos, diría, de la pobreza. Muchas veces, nómadas. O viajeros. O emigrantes, lo que salvando el tópico, es casi inevitable para un gallego.
Hay una constante tensión entre el ir y el quedarse que recuerda aquella pregunta que se hacía Elizabeth Bishop en su poema “Question of travel”: “¿Deberíamos habernos quedado en casa, dondequiera que eso quede?” Entre la casa natal con los paisajes de la infancia (a pesar de que “Toda infancia es un infierno) y la que nos espera en cualquier parte: “Yo soy un exiliado”. En Sólo hay una vida… leemos unas elocuentes palabras de Héctor Tizón: “La vida de un hombre es un largo paseo alrededor de su casa”.
El propio Fidalgo es un consumado viajero. Por Italia (con inevitable escala en Sicilia), Portugal (en la actualidad reside en Lisboa) o Argentina (como podemos comprobar en su pieza Habrás de ir a la guerra…, donde visitamos con él la Patagonia, Buenos Aires, Mar del Plata). El viaje como forma de ser. Como manera de estar.
Termino. Aunque a ratos pudiera parecerlo, no estamos ante la obra de un agorero o un pesimista. Detrás de sus palabras, dignas de un ser radical (“ser radical es atajar el problema de raíz”, dijo Marx en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel), siempre nos aguarda el consuelo. La piedad. La compasión. Fidalgo no es un sombrío agonista. Confía. En sus monólogos, que son diálogos, hay esperanza, por desacreditado que esté el término.
Cuesta creer, en fin, que con apenas treinta años alguien pueda tener la lucidez suficiente como para escribir estas piezas extraordinarias que uno esperaría de alguien que ya ha vivido mucho. Y mucho, en rigor, ha vivido Pablo Fidalgo a la vista de lo que ha sido capaz de expresar, y cómo, en estos Tres poemas dramáticos.
Al final, uno resumiría este ambicioso proyecto de investigación (que ya es mucho más que eso: todo un mundo) con este verso: “El arte de vivir es vivir lo que nadie ha vivido”. En esta tarea anda empeñado este hombre joven al que deseamos salud y una larga y feliz travesía.

Álvaro Valverde
Plasencia, septiembre de 2015

19.12.15

Neila lee "Tánger"

ÁLVARO VALVERDE: OTRA VUELTA DE TUERCA

Cuando Álvaro Valverde publicó Territorio (1985), su primera colección de poemas, la estética culturalista, experimental y suntuaria de los poetas denominados novísimos había perdido su pujanza. El lugar que dejaba libre iba a ser ocupado por una amplia variedad de tendencias que continuaría desarrollándose hasta el momento actual. Recordemos, entre las propuestas más destacadas de los años ochenta y noventa, el tradicionalismo irónico de Jon Juaristi, el irracionalismo hiperrealista de Fernando Beltrán, el minimalismo conceptista de Andrés Sánchez Robayna, la meditación metafísica de José Gutiérrez, el realismo confesional de Luis García Montero, la épica narrativa de Julio Martínez Mesanza o el simbolismo impresionista de Andrés Trapiello. Seducido en un primer momento por el decir reticente y elusivo del minimalismo y de la poesía del silencio, el autor placentino derivó enseguida hacia una lírica personal de índole meditativa o metafísica, que ilustraron entre nosotros Miguel de Unamuno y Antonio Machado, y que llevaron hasta sus últimas consecuencias Luis Cernuda y José Ángel Valente, a la que ha permanecido fiel hasta el presente.  
La trayectoria poética de Álvaro Valverde muestra un sentido unitario, lo cual no excluye, antes al contrario, una evolución progresiva, fiel a una voz personal que ha ido ganando en hondura y sencillez con el paso del tiempo. En la reseña de Un centro fugitivo (2012), su última antología poética, tuve ocasión de discernir dos épocas en la evolución del poeta. Tras un breve periodo de aprendizaje, que se concretó en el volumen Territorio (1985) y en los folletos titulados Sombra de la memoria (1986) y Lugar del elogio (1987), la época de juventud estaría formada por Las aguas detenidas (1988), Una oculta razón (1991) y A debida distancia (1993). La época de madurez se hallaría representada por Ensayando círculos (1995), con el complemento de El reino oscuro (1999), Mecánica terrestre (2002) y Desde fuera (2008), que se alternan con libros de diferentes géneros. Después de tres décadas de dedicación ininterrumpida al oficio de poeta, Álvaro Valverde da a las prensas Más allá, Tánger (2014), una serie de breves composiciones, escritas con anterioridad al año 2012, en la que recrea un viaje compartido, interior y exterior, a la mítica ciudad norteafricana.
Más allá, Tánger, la última entrega de Álvaro Valverde, es un largo poema de carácter narrativo, o dicho de otra manera, una suite poemática constituida por cincuenta fragmentos o piezas de diferente tono, timbre y extensión, que van desde los dos versos (el fragmento 4) hasta los sesenta (el fragmento 47), con predominio de los más breves. El libro relata el viaje compartido de dos personas a la ciudad de Tánger: un periplo que, para el narrador del poema, se presenta como un viaje de reconocimiento a la ville de plaisir, exótica y cosmopolita, mientras que, para el personaje femenino, viene a ser un regreso a los orígenes, a la ciudad donde nació, pasó su niñez y de la que fue separada a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Y lo que pudo convertirse en una indagación exótica y culturalista en torno al mito de Tánger —la ciudad de Jane Bowles y Paul Bowles, de Djuna Barnes y Paul Morand, de Ángel Vázquez y Sanz de Soto, entre otros personajes del siglo— le sirve a nuestro poeta para ahondar en el destino personal y en el sentido incierto de la vida humana, a través de los recuerdos compartidos con el personaje femenino de la narración poemática.
Los fragmentos del poema se suceden a la manera de un dueto en el que las voces se alternan gradualmente. La voz cantante corre a cargo del narrador, que unas veces monologa en primera persona, mientras que otras veces se dirige al personaje femenino en segunda persona y en tono levemente apelativo: “Has tardado media vida en volver. / En esta encrucijada, lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso” (17). Cuando el personaje femenino toma la palabra, lo hace preferentemente en primera persona y tono evocativo: “Mi Tánger es real. Está trazado / sobre un rastro preciso de recuerdos / que han ido rescatando con nostalgia / personas que vivieron su verdad. / Un puñado de almas incapaces / de dejar ese sitio fronterizo” (15). Otras veces, tanto el narrador como el personaje recurren a la tercera persona, en composiciones de tono enunciativo o meditativo. En cualquier caso, y sea cual sea la persona del verbo elegida, algunos fragmentos cristalizan en acendrados poemas, susceptibles de ser leídos de manera independiente, como los números: 1, 18, 19, 20, 47, 48, 49 y 50.
Aunque Valverde ha cantado a veces desde el cuerpo y, en algún caso, desde el inconsciente, con imágenes ora sensoriales, ora oníricas, el espacio referencial preferido por el poeta es la conciencia y, en menor medida, la memoria. Por medio de la primera, se pone en contacto con las luces y sombras del paisaje exterior; con las calles, las casas, las afueras de la ciudad de Tánger: “Aquí y allá, antes y ahora, / casas edificadas cubo a cubo. // Sus cimientos se hunden en el mar. // Se alzan sus azoteas hacia el cielo. // El blanco se serena entre lo azul” (8). A través de la segunda, se acerca a los recuerdos y olvidos de los paisajes interiores, a los paisajes del alma: “Sola, en el mirador, / has fijado una imagen / para llevar contigo. / Una vista de la ciudad / que es, además, eso que llaman / un paisaje del alma” (49). Pero poetizar es, ante todo, un problema de estilo. Y Valverde lo hace con pulcritud verbal, sencillez léxica y cierto rebuscamiento sintáctico. Aunque sigue a veces al modelo del haiku oriental o al de la canción modernista, su forma preferida es el verso libre, salpicado de alegorías (el jardín, la ciudad, el viaje) y de símbolos (la casa, las avispas, el barco).
A lo largo de treinta años de aventura poética, Álvaro Valverde ha perseverado en su actitud de poeta pensador, de poeta filósofo o metafísico, que de todas esas formas puede llamarse. Todos y cada uno de sus libros responden, en mayor o menor medida, a una escena cósmica o metafísica primordial: la búsqueda de uno mismo a través del mundo animado o inanimado que le rodea. Se trata de una escena conocida, que Ernesto Sábato, para quien la novela, no lo olvidemos, era una forma de poesía, así como de conocimiento, formuló de manera insuperable: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo”. Un efecto secundario de esa búsqueda es sin duda la topofilia del poeta, es decir, el valor humano que confiere a los espacios defendidos contra las fuerzas adversas, a los espacios amados. Pudo ser esta búsqueda lo que hizo pensar a Octavio Paz que detrás de los poemas que componen Una oculta razón “se escondía una novela, un argumento novelesco que provenía de alguien que ha vivido mucho”.
Su último libro, esa suerte de autobiografía personal o diario de una crisis que se titula Más allá, Tánger, presenta una novedad respecto a los poemarios precedentes: la búsqueda de uno mismo a través de la mirada, la conciencia y la memoria del otro, en este caso concreto, de la otra. El hecho de que el personaje femenino sea la esposa del poeta en la vida real no añade ni quita nada al alcance y el significado de la obra. En momentos anteriores de creación, nuestro poeta pudo experimentar con insistencia la oposición entre identidad y otredad, entre uno mismo y lo otro, o mejor dicho, la incurable otredad que, según Antonio Machado, padece lo Uno. Ahora, durante el tiempo que dura este viaje a Tánger, a la metrópoli actual y a la ciudad perdida en la memoria de la protagonista, el autor explora minuciosamente una zona poco frecuentada de esa oposición, bien a través de sí mismo, bien a través de su personaje: la otredad resuelta en la identidad. El libro se convierte, a fin de cuentas, en un canto o lamento de amor, entendida la pasión amorosa a la manera de Francisco Petrarca y Octavio Paz, como compathía, es decir, participación en el sufrimiento del otro.
Más allá, Tánger, el libro que motiva estas líneas, representa un momento de inflexión en la trayectoria del poeta. El carácter fragmentario del mismo, trasunto de la naturaleza radicalmente fragmentada de la memoria, puede verse como un regreso a los orígenes, al momento en que el autor se inició en el poema escueto; es decir, una vuelta al poema breve, al espíritu elíptico del haiku. Pero el poeta que, desde la altura de la madurez, vuelve a sus orígenes, al decir reticente y elusivo de sus comienzos, lo hace con la sabiduría acumulada al correr de los años: el apego a lo real, la hondura meditativa, el rigor expresivo y la calidez comunicativa. Aunque no alcanza la variedad y la riqueza de los libros anteriores, Más allá, Tánger representa, en su conjunto, otra vuelta de tuerca en torno a los temas del desarraigo y la memoria; un balance vital y literario sincero, en el que el autor de Ensayando círculos vuelve a dejar unos cuantos poemas destinadas a permanecer en la memoria de los lectores.

Manuel Neila

Nota: Esta reseña se ha publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, número 786, diciembre de 2015.

18.12.15

Max Aub traductor

La editorial granadina Cuadernos del Vigía publica un curioso libro de Max Aub (París, 1903-México D. F., 1972) titulado Versiones y subversiones. Se trata de una pequeña joya bibliográfica que reproduce la edición mexicana del libro (que ha tenido algunas reimpresiones posteriores ya gotadas), aparecido en 1971 de la mano de Alberto Dallal, y que conserva las bonitas letras capitulares de un tal Richard Falkner Hunt, presunto dibujante de la época posvictoriana que, como desvela Manuel Aznar Soler, no es sino un personaje inventado por el propio Aub. No es el único. De hecho toda la primera parte, "Versiones", es una sucesión de poemas apócrifos atribuidos a poetas anónimos de civilizaciones antiguas y clásicas (griega, árabe, china, judía, etc.), así como a otros vates con nombre y apellido que avanzan a través de las culturas y de los siglos hasta bien mediado el XX. Entre ellos, Max Aub, del que "no se sabe dónde está". Esto y mucho más está perfectamente explicado por la editora literaria de la obra, la profesora, crítica y poeta valenciana Xelo Candel Vila. Su ejemplar introducción es elocuente y no repara en detalles. Aub se sitúa "como traductor y antólogo", nos explica, y también "como poeta". Ante cada poema, una breve nota que enlaza con lo Manuel Durán denominó "autobiografías imaginarias". 
"Subversiones", que como la parte anterior se publicó primero en edición independiente, separada de aquélla, recoge también poemas pero esta vez de autores reales, aunque no lo parezca. Candel ha cotejado las fuentes que el mismísimo Aub explicita. Y son verdaderas. Aquí, de nuevo, versos muy antiguos que a uno le recuerdan, en parte, a los que Ernesto Cardenal seleccionara para su antología de la poesía primitiva. Cantos africanos, griegos, romanos e hindúes (de los Vedas) que remata con versiones de modernos como Artaud ("La cara humana", un poema precioso) y Tristan Tzara.
Merece destacarse un texto hermosísimo del tunecino Aben Jaldún, toda una poética ("Las palabras son, por decirlo de alguna manera, los moldes en los cuales se introducen las ideas"), que vivió en Granada y fue señor de Elvira -El Bira-, en la Vega (una suerte de paraíso perdido al que nunca regresó), y que murió en El Cairo. Su texto abre el florilegio.
"Pequeño retrato de Max como el héroe de las mil caras", del citado Manuel Durán, abrocha este libro delicioso en lo que respecta al continente y al contenido. Ha sido una estupenda idea la de rescatarlo para nuevos lectores como uno que, más feliz que una perdiz, da cuenta de su renovada existencia. 

17.12.15

CHA: entrevista y reseña

La veterana revista literaria Cuadernos Hispanoamericanos publica en su número 786, correspondiente al mes de diciembre de 2015, una entrevista que me hizo hace apenas dos meses Beatriz García Ríos. Muy extensa, por cierto, ya que va desde la página 95 hasta la 107.
También han tenido el detalle de darme la portada, donde aparezco retratado por el fotógrafo salmantino Carlos Santiago. Las ilustraciones de la conversación son de Salvador Retana y fueron tomadas el pasado mes de octubre en Yuste y el Cementerio Alemán, respectivamente. Por lo demás, el titular reproduce una frase que pronuncié cuando me dieron el Loewe, hace veinticuatro años, y que una tarde de junio citó en la televisión de la época la presentadora de moda, María Teresa Campos: "En la claridad está la mayor profundidad", de la que sólo me molesta la rima. Ahí se condensa, con todo, mi poética.
Inmediatamente después aparece la, a buen seguro, última reseña de mi libro Más allá, Tánger, firmada por Manuel Neila, un año y poco después de que Tusquets lo publicara. No me puedo quejar. La recepción ha sido extraordinaria y, aunque sólo alcanzó la condición de finalista de premios, tan a trasmano para mí, como el Nacional y el de la Crítica, no puede uno por menos que sentirse recompensado y mostrarse contento y agradecido por lo que han dicho de él los lectores y los críticos. Ojalá estén felices también mis editores, quienes al cabo hicieron posible que Tánger saliera de la memoria del portátil y viera al fin la luz. Gracias a todos.

© Salvador Retana

De Betty Boop

 © Jesús de la Montaña Cid
No es la primera vez que Tomás Pavón (Cañaveral, Cáceres, 1959) utiliza a un personaje de cómic como protagonista, digamos, de sus relatos. O, cuando menos, de los títulos de sus libros. Ya lo hizo en las prosas poéticas de El cuaderno de Corto Maltés (1999). Ahora publica en la cacereña Letras Cascabeleras La novia de Betty Boop. A uno le ha gustado. Por su frescura pop, ante todo. Los párrafos, que el editor ha separado con generosos espacios en blanco, se dejan leer con ligera suavidad, aunque no todo aquí sea leve. 
Porque no podría uno comentar estas páginas mejor que lo ha hecho Miguel Ángel Lama en PURA TURA, remito a su modélica reseña. Estoy seguro de que los lectores de este rincón, si aún no la conocen, disfrutarán con ella. 
Más allá de mis limitaciones con respecto a la narrativa, pienso a ratos que de haber sido Pavón de Zaragoza, por ejemplo, otro gallo le habría cantado. Lo digo porque la calidad de su prosa (y no hablo sólo de lo bien que escribe) no desmerece de las de otros narradores que residen allí, pongo por caso, y publican sus obras en editoriales como Xordica (con los que uno aprecia, salvadas todas las distancias, cierto aire de familia); sin por eso hacer de menos a Letras Cascabeleras, todo lo contrario, que ha logrado editar el volumen con la calidad debida y con un plus nada desdeñable: las bonitas ilustraciones de Pámpano Vaca

Presentación


16.12.15

A lo Juan Palomo

Sello de Barcarrota
1. Sí, la Editora Regional, aunque no lo parezca, todavía existe. Siquiera sea en estado latente. Nos quejábamos de la dejadez del PP, que estuvo sin nombrar director varios meses, y ahora el PSOE mejora el dislate y repite la misma jugada, pero en peor. No estamos ante un problema de personas (éste o aquélla), sino de gestión. Para disimular, o porque no le queda otra, la Junta de Extremadura ha convocado un "proceso de concurrencia competitiva para la selección de candidatos/as a director/a de la Editora Regional y coordinador del Plan Regional de Fomento de la Lectura de Extremadura". Bien está. Cuanto más limpio sea cualquier nombramiento de un cargo público, mejor. Me consta, eso sí, que ha habido algunas negativas previas. Vamos, que se ha propuesto a algunas personas ese puesto y han declinado la invitación. Dicho lo cual, mejor para el susodicho proceso. Una vez descartados los candidatos de la Administración (con la anuencia del partido de turno), sólo queda elegir con la limpieza y la ecuanimidad debidas, sin mayores presiones, al que mejor pueda hacerlo. O eso le gustaría a uno. Y a quienes se presenten, claro. Como diría el maestro Miguel Ángel Aguilar, atentos.

PlanVe
2. El escritor placentino Juan Ramón Santos fue elegido presidente de la Asociación de Escritores Extremeños en una asamblea celebrada el pasado sábado en Badajoz. Releva en el cargo a Isabel María Pérez González, miembro de una saga familiar vinculada como pocas a la cultura de esta tierra.
Uno se alegra mucho, claro, porque la más que demostrada capacidad en la gestión cultural de Juanra servirá para dinamizar una asociación que tanta importancia tuvo y tiene en lo que a la literatura de esta angosta esquina se refiere. Por más que los recortes en las ayudas oficiales hayan mermado su capacidad de maniobra. Las Aulas Literarias están todavía ahí, que no es poco.
También estoy contento de que nos represente un escritor -narrador, crítico y poeta- de fuste. Como le dije al enterarme de la buena noticia, enhorabuena. Ojalá que la carga le sea leve. A Isabel, gracias. Precisamente por eso: hay que bregar mucho en esa tarea que algunos consideramos necesaria. Larga vida a la AEEX y que no decaiga.

Brígido / HOY
3. Paradójico, por así decir, le parece a uno que Alejandro Nogales, el exsindicalista de CCOO y exdiputado regional de Izquierda Unida, el máximo ideólogo del pacto de su partido con el PP para garantizar a José Antonio Monago el gobierno de Extremadura durante la pasada legislatura, acabe siendo el alma mater, principal impulsor y portavoz de la Fundación Rafael Chirbes (que dirigirá una sobrina del ejemplar e íntegro escritor valenciano que residió algunos años en esta tierra y del que Nogales fue amigo). Más cuando anda en pleitos con Caja Rural por asuntos que se presumen turbios, según informó en su día el diario HOY

Presentación

JUEVES, 17 DE DICIEMBRE DE 2015
20:00 HORAS
CENTRO CULTURAL "LAS CLARAS"
SALA DE ARTESONADO

Presentación del libro "LETRAS PARA CRECER (dos)", publicado por Norbanova.
Letras para crecer Dos es un nuevo proyecto de la ONGD extremeña EXTREMAYUDA, tras el éxito obtenido por Letras para crecer (2013), destinado a dotar el Centro Educativo Virgen de la Montaña, construido en la zona más desfavorecida del barrio 1 de Alto Trujillo en Perú, de una biblioteca de libros infantiles y para adultos (lectura, cultura general, ortografía, matemáticas, geografía), que ayude a salir adelante a muchas familias, esforzadas en aprender y en mejorar su situación, en medio de una vida llena de carencias y de dificultades.

Todos los fondos que se obtengan de la venta de este libro se dedicarán íntegramente a este proyecto. Al ser leída, cada una de estas letras, de estas palabras tan generosamente cedidas por los autores, se convierte en una ayuda inestimable para los que tanto necesitan.

En estas Letras para crecer Dos colabora desinteresadamente un granado grupo de autores extremeños y peruanos, cuya generosidad ha hecho posible que siga creciendo este proyecto solidario.

15.12.15

Los 27

La revista la luna de mérida llega a su número 24 y aprovecha para reunir poemas de 27 poetas en una antología titulada Luna de Poniente, como la colección que agrupó los libros de otros tantos autores extremeños (a los que pertenecen, por cierto, a razón de tres por persona, los versos aquí recogidos) y que, en broma, los editores Marino González y Elías Moro, denominaron "la Generación de los 27". Cualquier parecido...
Le ha puesto un gracioso y ocurrente prólogo Enrique García Fuentes, crítico de poesía del diario HOY, aunque en ese periódico no pudiera publicar ninguna reseña de esos libros por causas que ni podría explicar ni seguramente vienen al caso. 
La cubierta y la contracubierta reproducen las fotografías de Pedro Gato con las manos de todos los poetas antologados. Puede resultar entretenido adjudicar a cada cual las suyas. 
Vista (y leída), la panorámica en poco o nada desmerece. Hablo de las presencias, que es lo que al cabo importa. De las ausencias ya se ha especulado bastante. Sí, en esta tierra, por poetas que no quede, más si tenemos en cuenta el laxo sentido crítico (las entendederas, mejor) de algunos. Con todo, cada cual es muy libre de sacar sus propias conclusiones.
Uno fue publicando en este rincón las reseñas de, prácticamente, todas las entregas.
Puede que, debidamente distribuida, esta muestra anime a los lectores de poesía de Extremadura o de cualquier parte (la poesía es universal) a acercarse a los libros completos de los autores incluidos. No estaría de más, si se me permite la apostilla, que los centros educativos y las bibliotecas se animaran también y pusieran a disposición de alumnos y usuarios este asequible repertorio, tan amplio como plural, de nuestra lírica reciente.

14.12.15

Lejos de Lambaré

Permiso de residencia es el primer libro de poesía que publica Cristian David López (en La Isla de Siltolá). Antes, dio a la imprenta una antología titulada Cantos guaraníes y la novela (un decir) La patria del hombre. Por lo demás, ganó la primera edición del premio 'Jovellanos de Poesía' y forma parte del grupo de la revista Anáfora, enclave literario de una nueva promoción de escritores asturianos, amigos entre sí, que se reúnen en torno a la tertulia Óliver y a José Luis García Martín, su famoso mentor. Aunque reside en Oviedo, CDL nació en Lambaré, Paraguay, de ahí que a uno no le extrañe que haya elegido ese título para su ópera prima; un libro de marcado carácter autobiográfico, al igual que su primera obra en prosa.
"Pavesas que deja el tiempo", su primera parte, después de "La llamada (A modo de prólogo)", agrupa poemas breves o muy breves, llenos de sencillez, pero de gran efectividad (salvo excepciones, donde la anécdota naufraga). Algunos son haikus. Y poemas de amor ("Mi identidad", "Tú y yo") o de tono aforístico o sentencioso ("La realidad"), donde la poesía aparece "desnuda".
En "Biografía del ausente", la segunda, los poemas son más largos y la intención se ahonda. Es otro ciclo y otro el tono, más discursivo. Aquí, el desvalimiento, el abandono, la orfandad (su gran tema), lo frágil que resulta la vida para el niño que CDL fue y acaso sigue siendo. Estos poemas tienen una relación muy directa con el relato de La patria del hombre. Así, en "El perro triste", "Mediodía", Consejos al que va a nacer" y "Nadie". En "Burbuja" la inmigración es el asunto. Abundan en estos versos las metáforas; así, en "Extraterrestres". Poemas logrados como "Vocabulario personal", Pat Garrett", "El guía" (sobre la vuelta a casa, a la patria)...
No olvida tampoco CDL la canción popular (que tan bien conoce), algo que comprobamos en "No mates la curuvita" o "Canción a la lluvia"
En "El viejo fuego", la tercera, aparece Marta y, con ella, el amor. Léase"El sueño", por ejemplo. 
En el epílogo: Mis nacimientos", nos confiesa que "Siendo aún joven, puedo enorgullecerme de decir que soy un hombre que ha nacido varias veces". El real, digamos, en 1987; el que tuvo a los cuatro años cuando comprendió que "la única madre que tenía era el mundo mismo"; el tercero, cuando conoció a la citada Marta; y volvió a nacer, por cuarta vez, cuando entró en "la primera biblioteca que pisaba en mi vida", la de Villa Magdalena, en 2008, a los 21 años.
Nos habla también de que estos versos se escribieron en 2010 y 2015, que están impregnados de la emigración y del desarraigo, como ya anotamos, y que su "maestro" es el mencionado García Martín, que le acogió como "un estudiante y un hijo más".

13.12.15

Notas (II)

                                
Rubén Darío
Conseguir según qué premios echa por tierra la más acreditada trayectoria.
                                                                ▫
Después de que dijeran de él que "escribe como si pareciese llamado a ser el poeta de España", el susodicho explicó: "Ojalá nada me preocupe lo suficiente como para tener que molestarme en escribir".
                                                                ▫
Si hubiera un uniforme de poeta y por cada galardón conseguido se concediera una medalla, algunos vates tendrían serios problemas de espalda [1].
                                                                ▫
Aquel pertinaz concursante, a falta de espacio en la pechera, llevaba las medallas colgadas de otras partes.
                                                                ▫ 
Si el de Nogales publicara un libro de autoayuda sobre cómo ganar premios literarios, se forraría. Aún más, cabe precisar.      
                                                                ▫                           
Si se convocara un premio para obras de esa naturaleza, lo ganaría el de Nogales.
                                                                ▫
En aquel diccionario enciclopédico, la políticamente incorrecta expresión "merienda de negros" ilustraba, a modo de ejemplo, la entrada "premios de poesía".

[1] Quiero hacer constar que la divertida idea del uniforme de poeta no es mía. Se la escuché al ocurrente poeta Felipe Benítez Reyes en Cuenca hace muchos años. Tampoco sé si es del todo suya.