6.9.24

El triple regreso de Hilario Barrero

ABC
Hilario Barrero, neoyorkino de Toledo, sigue al pie del cañón. Y nos felicitamos por ello. Además de dirigir Cuadernos de Humo (la revista y las plaquettes) acaba de publicar tres nuevos libros. Vayamos por partes.
El escondite inglés es la tercera antología bilingüe de poesía en inglés que nos ofrece. En 2011 llegó Lengua de madera (en el título parecía el adjetivo "breve") y en 2018 A quien pueda interesar. Ambas aparecieron en el catálogo de la sevillana La Isla de Siltolá. 
Más de trescientas páginas tiene este tercer volumen y los poetas representados forman un amplio elenco donde las voces más conocidas (por reconocidas) se unen a otras que Barrero nos descubre con sagacidad y entusiasmo. Sí, porque estos ejercicios obedecen, según creo, a un apasionado impulso que le obliga, como primer lector, a dar a conocer a otros sus hallazgos. Y cuánto, desde el vergonzoso monolingüismo, se lo agradece uno. 
Sus traducciones son, o así lo parece cuando las leemos en español, impecables. No es sólo la solvencia con la que vierte esos versos de un idioma a otro, sino también lo bien elegidos que están. Lo sugería antes. Al cabo, tanto gusto da volver sobre, pongo por caso, un conocido poema de Auden, Larkin, Glück o Merwin que sobre otros, para mí desconocidos, de Knott (sus "Veinte poemas breves" son una delicia), Stern, Seuss (qué "Soneto"), Pastan (estupendo su poema sobre Frost y Kennedy), Nemerov o Espada. No puedo dar la lista completa de poetas incluidos (algunos con un poema, otros con más; clásicos y, sobre todo, contemporáneos; treinta con el Pulitzer), pero sí copiar la que la editorial, la cántabra Libros del Aire, indica en su web. Mujeres: Amy Lowell, Marianne Moore, Elizabeth Bishop, Mary Oliver, Adrienne Rich, Diane Seuss, Sharon Olds, Rita Dove y Louise Glück; y hombres: Robert Frost, Wallace Stevens, Archibald Macleish, W. H. Auden, Theodore Roethke, Howard Nemerov, Richard Wilbur, Donald Justice, Galway Kinnel, W. S. Merwin, James Wright, Stephen Dunn, Henry Taylor, Frank Stanford, Stephen Dunn, Henry Taylor, James Tate, Paul Mulddon y Jericho Brown. Añadiría a WCW, Raine, Reznikoff, Carver (su naturalidad me encanta), Strand, Heaney, Simic, Gioia o Tóibín. 
Tengo la impresión, ya que hablo de sus decisiones a la hora de elegir a éste o aquélla (poetas y poemas), de que el tema de la vejez está especialmente presente, o, si se prefiere, la visión de lo vivido desde la atalaya de la avanzada edad. 
No deja uno, página a página, de encontrar sorpresas. De las buenas, matizo. De las que cualquier lector exigente de poesía aspira a encontrar en un florilegio como éste, tan apto para el picoteo lírico. 
Amor y tiempo han titulado Jesús Nariño y él una nueva edición de los sonetos completos de William Shakespeare, 154 poemas, que publica otra norteña: la asturiana Impronta. 
Sí, cuatrocientos años después estos poemas siguen vigentes, lo que se espera de un clásico. Está bien, con todo, que la traducción se vaya adaptando a los tiempos para que los lectores de cada época puedan degustarlos de la mejor manera posible sin traicionar por ello la versión original. Estos le suenan muy bien a uno, sin ese componente retórico y anacrónico que suele lastrar los que leemos en las ediciones canónicas, sin que ello quiera decir que ésta no lo sea, aunque renuncie incluso a serlo. 
En el breve prólogo, sitúan el compendio, explican que los "primeros 126 tienen como inspiración  a un anónimo joven (fair youth) y que los restantes "tienen como protagonista a la dama oscura (dark lady), anotan los temas, resumen "la trama" de esta presunta "historia novelada"(con palabras de Luciano García García, de su libro Sonetos y Querellas de una amante, que recoge su versión de estas mismas composiciones) y reflexiona, en fin, sobre la traducción ("cubrir con otra piel un cuerpo que, generosamente, alguien nos pasa, nos da, nos regala", "cambiar de envoltura, no de corazón , ni de sangre"). De "traducción libre" y de "prosa poética" hablan al referirse a su empeño. Lo que viene después, por decirlo pronto, es simple, pura poesía, que es lo que este reto demandaba. Lean, si no, el soneto 76. O cualquiera de estos
Aunque creímos que este novísimo por libre se despedía de la poesía con Tiempo y deseo (Libros del Aire), donde reunió todos sus poemas, Tarja (Renacimiento) viene a demostrar que nos equivocábamos. Como él, supongo. Estamos ante un libro breve pero intenso, con poemas de tono mayoritariamente elegiaco donde la vejez y sus no siempre cómodas circunstancias están muy presentes. Este año cumple 80 su autor. Palabras mayores. La segunda sección del libro se titula, sin ambages, "Del deterioro". 
Hay mucha memoria en estas páginas (de infancia y juventud sobre todo), sí, y como precisa su prologuista, José Luis García Martín, "al barroco desengaño de las postrimerías se suma una historia de «amor constante más allá de la muerte» y una celebración de los instantes felices que fueron y nunca dejan de ser en la memoria". "No me podrán quitar el dolorido sentir", dice Martín con Garcilaso. 
El primer poema del libro, que le da título, explica el porqué de éste: "la tarja donde el panadero «escribía» / los panes que mi madre compraba". Y es que "tarja" es,. según el DRAE y entre otras cosas, "tablita o chapa que sirve de contraseña " y "corte o hendidura que se hace como señal". 
A los temas ya señalados cabe añadir la inevitable presencia de los poetas y los libros (no se olvide su carrera profesoral en Brooklyn y sus labores de traductor) y la de familiares (en especial, su madre) y amigos. Escenas, casi siempre, de Toledo o Nueva York; también de algún viaje, como el que hacen en otoño a Nueva Inglaterra "a encontrarse con Frost" y que lleva en el título de otro poeta norteamericano: "Los turistas de Nemerov". (Ya que lo menciono, es comprensible que el inglés, su otra lengua materna, menudee entre los títulos, versos y en los epígrafes de los poemas. En este último caso, al ya mencionado lector monolingüe le hubiera gustado que el traductor hubiera intervenido para evitarle las frecuentes visitas al no tan competente de Google.)
La enfermedad, el dolor, la muerte, las pérdidas y otras recurrencias no empañan la serena visión de Barrero, que se aferra a lo mejor de la vida y a vivirla con la debida pasión hasta el último minuto. 
Hace un momento usaba el plural al aludir al poema del viaja a New Hampshire. Un "nosotros" que une a Hilario con su pareja. Más de medio siglo de amor les contempla, desde el tantas veces nombrado barcelonés "verano del 71". 
No quiero terminar esta reseña sin ponderar el ritmo, la música callada, que Barrero ha logrado trasladar a sus composiciones y que ayudan al lector a comprender mejor el alcance de esta poesía tan discreta como eficiente que es capaz de perdurar en la memoria y que, por tanto, Martín dixit, "no se acaba nunca". 

3.9.24

El rescate de la poesía de Mercedes de Prat

La fiebre literaria consistente en recuperar obras de escritoras pretéritas ninguneadas o silenciadas o perdidas es un hecho constatable. Desde hace años. No hace falta explicar que detrás de esa búsqueda hay una genuina pulsión feminista y algunas teorías en boga de las que no es preciso hablar. Un impulso respetable, sin duda, si bien, me atrevo a decir, que no es oro todo lo que reluce. En general, esa es al menos mi impresión, lo nuclear (no me remonto a siglos remotos) siempre estuvo ahí, a nuestro alcance, debidamente reconocido y valorado. Que ha habido injusticias al respecto, seguro. Y retrasos en la recepción. Pero también con obras masculinas, cabe matizar. Lo del canon siempre fue todo menos una ciencia exacta. Como la literatura misma, tan líquida. Y bien está ese ir y volver sobre lo escrito, tanto por mujeres como por hombres, en busca de la poesía perdida (y aquí “poesía” englobaría a todos los géneros). Para muestra, un botón: la reciente rehabilitación de la poesía de la granadina Mariluz Escribano. Dicho lo cual, confieso que abrí con reticencia el grueso volumen que recoge la breve obra poética de la catalana, y para mí desconocida, Mercedes de Prat (Mataró, 1925-Barcelona, 1997), aunque la garantía de su avalista, editor del conjunto, el profesor Rafael Alarcón Sierra, despejaba en lo personal muchas dudas. Empecé por los poemas, escritos en catalán, por cierto, y eso que su lengua materna y la que usó siempre en su casa con su marido y con sus hijos, fue el español o castellano. Caí en la cuenta muy pronto de que estaba ante una poeta digna de tal nombre y ante unos versos que merecían ser puestos a disposición de los lectores de poesía. Y así ha sido, para empezar, gracias al citado estudioso y a UJA, Editorial de la Universidad de Jaén, la suya.  
Poesía completa. (Seguida de estudios críticos sobre su obra) los reúne, y añade otros textos, como reza el subtítulo, que ayudan a completar el panorama. Una sucinta biografía, por ejemplo, que da a entender la personalidad abrumadora de esta mujer casada con el juez y crítico de arte Cesáreo Rodríguez-Aguilera, madre de dos hijos: Rafael (el pequeño) y Cesáreo (catedrático Emérito de Ciencias Política en la Universidad de Barcelona y especialista en Gramsci), que, junto al editor Alarcón Sierra (quien, como es lógico, lleva la voz cantante) y a José Ángel Marín, José Corredor Matheos y José María Balcells, fijan críticamente su poética, por más que prime el enfoque personal en los trabajos de su hijo y en los de Marín y Corredor (su evocación es espléndida e incluye dos poemas que le dedicó), que la trataron en vida.
A todo ellos habría que habría que añadir una amplísima, detallada bibliografía
Además de poeta, De Prat fue cantante en su primera juventud (con voz de soprano), ceramista y se diplomó en psicología clínica y social tras realizar varios cursos de postgrado en el Clínico de Barcelona. El álbum fotográfico que cierra el libro permite afirmar, como subrayan cuantos la conocieron, su belleza y, más allá, su sonrisa constante y la expresión de su rostro; su vitalidad, en suma. Eso sí, ejerciendo, si se me permite el término, como mujer desde el principio hasta el fin; consciente de su condición y en defensa de lo que, siquiera sea de forma laxa, podríamos llamar feminismo; atemperado, claro está, por las circunstancias de la época que te tocó vivir. En compañía de otros, ya fuera su marido o sus hijos, ya con sus amigos, muchos de ellos artistas y escritores: Dalí, Miró, Pla, D'Ors, Cela... De eso hablan también Maria Aurèlia Capmany (que prologó su primer libro), José Luis Giménez-Frontín (que le dedicó unas Aleluyas que aquí se reeditan) o Baltasar Porcel. 
Ahora sabe uno que Mercedes llegó a Barcelona a los dos años, que estudió en el Colegio Alemán y luego en el del Sagrado Corazón, que mantuvo una breve relación a los 18 años con el poeta Juan-Eduardo Cirlot y que vivió algunos años en Mallorca. 
¿De qué consta esta obra oculta y no “de culto”, como precisa Alarcón Sierra? De unos “poemas sueltos”, escritos en español y publicados en revistas entre 1951 y 1964; del libro Poemas. Un lloc entremig (con dibujos de Víctor Ramírez, 1982);  de Eros pelgrí i dimonis familiars, un libro inédito; y de una traducción, inédita también (datada en 1949), de El relato del amor y de la muerte del corneta Cristobal Rilke, de Rainer Maria Rilke (para algo sirvieron las clases de alemán en su colegio barcelonés). Eso es todo. Sí, cuarenta poemas, veinte por cada libro, más los sueltos, tres de los cuales, traducidos por ella al catalán, se recogieron en su ópera prima, que vio a la luz… a sus cincuenta y siete años de edad. ¿Poco? Tal vez, pero la poesía no es un juego de pesos y medidas y puede haber más en un puñado de poemas que en cientos impresos en un tocho. 
A las ediciones originales (escritas, repito, en catalán y en verso libre, sólo sujeto a veces a medida) se suman las versiones en castellano. Las del primer libro son del citado poeta Corredor Matheos, todo un lujo, y las del inédito pertenecen al marido de la autora, que no es poca cosa, pues también fue poeta
Afirmaba Capmany que “la voz de Mercè de Prat despierta”. Así es. Indiferente no le deja al lector, doy fe.
De su primer libro, Poemas. Un lugar intermedio (que dedicó, con nombres y apellidos a veintidós amigas), el único que publicó por decisión propia, destacaría “Partida de nacimiento” (vida y obra son en de Prat inseparables: “salir, por ventura, mujer”), “Verbo” (“Yo soy un verbo y me conjugo”), “Carta a Eva Reich” (la hija de Wilhelm Reich), “Volver a Bilitis”, “De Gerona a Quesada” (uno de los mejores, acerca del viaje físico y mental desde su país natal hasta la jiennense Quesada, pueblo natal de su marido), “Baleárica”, “Aniversario”, “Las hierbas”, “La mar escucha”, “Me busco a mí misma en las palabras” (una poética) o el impresionante “Incineración”. 
En el segundo, Eros peregrino, (que estuvo a punto de ser publicado con litografías de diversos artistas catalanes), el erotismo prima. Ligado a  lugares: “de América, Asia Central y Extremo Oriente, antes de acabar en Europa septentrional”, detalla Alarcón Sierra. Miconos, Rodas, Santorini, Delfos, Corinto, Iguazú y Paraná, las Antillas, Samarcanda, Ispahán, Machu Pichu, Marrakech, Kyoto, Escandinavia... 
Estos versos son los más sorprendentes de su obra, según creo. Que estuvieran inéditos hasta ahora, da que pensar. 
En el tercero y último, Demonios familiares, brillan poemas como “A Maria Girona” (la mujer de Albert Ràfols-Casamada, pintor como ella), “Mi casa” (imprescindible, bellísimo), “¿Sigue siendo de Vermeer mi cocina?”, “La ruta de la cerámica” (gran pasión), “El juguete preferido” (con la infancia al fondo), “Réquiem por Toni Turull” y de nuevo versiones de “Verbo”, “La hija” o “Incineración”. 
Los estudios de Alarcón Sierra (que comenta pormenorizadamente su obra poema a poema) y Balcells son ejemplares y, en fin, la idea de dar a conocer la poesía de Mercedes de Prat un acierto que este lector (imagino que cualquiera) agradece. 
El poema “Meditación” comienza: “¿Quieres decirme si la poesía es comunicación? / Yo creo que, fatalmente, se acaban diciendo palabras / de la misma manera que aúlla el viento, / o cantan los pájaros / cuando cae la noche y tienen miedo..., / pero cantan porque han de cantar”. Más claro, imposible. 

Poesía completa. (Seguida de estudios críticos sobre su obra) 
Mercedes de Prat
Edición de Rafael Alarcón Sierra
UJA Editorial, Jaén, 2024. 408 páginas. 30,00 €

31.8.24

Antología inminente


Hace tiempo que Meditaciones del lugar. Antología poética (1989-2018) ronda por internet, un libro que publica Pre-Textos en su preciosa colección la Cruz del Sur. Está previsto que llegue a las librerías a mediados de septiembre. En el colofón figura el 21, sexagésimo sexto aniversario de la boda de mis padres. Yo ya tengo un ejemplar a mano. Salió de imprenta el 8 de agosto, día de mi cumpleaños (¡65!).  
La selección y el prólogo son de José Muñoz Millanes, neoyorkino de Navalmoral de la Mata, extremeño de ultramar, ensayista y traductor que ha publicado libros imprescindibles en el prestigioso catálogo de la editorial valenciana. Cuando Manuel Borrás me propuso recoger una muestra de mi poesía en la editorial que fundó en 1976 junto a Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba, coincidimos en la solvencia de Millanes para ocuparse de ese exigente cometido. 
Su último libro, La ciudad latente, acaba de aparecer en La Veleta de Andrés Trapiello. El capítulo final: "Meditaciones del lugar. La poesía de Álvaro Valverde", coincide con el texto que sirve de introducción a esta antología. Allí explica la relación que mis versos tienen con la noción de lugar, con los lugares y lo espacial (terrestre), las ciudades y el paisaje, una constante en mi escritura. De "la poética del espacio" habló Bachelard. En ese sentido, estaríamos ante una suerte de recopilación temática. 
El afortunado título, que se me antoja cervantino (como la viñeta de Ramón Gaya que luce en la cubierta), es también cosa de Millanes. 
Me hace mucha ilusión formar parte del acreditado catálogo de la editorial Pre-Textos. Para mí, inseparable de mi ya larga vida de lector. Mil gracias. 

26.8.24

En calzonas


Comprobado. Diría que el 90% de los hombres que he visto este verano en Plasencia y en Cáceres (donde uno ha sufrido los rigores del tórrido verano extremeño) lleva pantalón corto o bermudas o, como decimos por aquí, calzonas. Me crucé con algunos que lucían una de aquellas horribles piratas de antaño o un simple bañador. Calzonas en cualquier situación o lugar. Los portadores suelen completar su vestuario estival con un sombrerito de ala corta o gorra, sandalias, una mariconera (con perdón) en bandolera y, ya puestos, una camiseta de tirantes, en lugar de con mangas o un polo. (Combinan muy bien con las camisas floreadas de aire hawaiano, como la que, en plan de broma, me regalaron en mi último, reciente cumpleaños.) El no va más es que la calzona sea de camuflaje. Me da que las que más abundan son las vaqueras con vuelta en el bajo, como la de la imagen. Sí, casi un uniforme (con lo que detesto el inevitable aborregamiento). Observo que es lo habitual en jóvenes y en mayores. En las edades intermedias, con abundar, encuentra uno cierta indefinición. En rigor, poca. Lo llamativo en todo caso, es ir con pantalón largo, como yo, incluso cuando camino a la vera del río (qué remedio) por las mañanas temprano. No, no ha sido uno partidario de las bermudas (el sumun de la etiqueta en las islas de las que toman el nombre), la forma sin duda más elegante de pantalón corto. La usé en el pasado, durante los perdidos estíos conileños y para ir al molino cuando mis hijos eran pequeños. Hace años que no gasto esa prenda. Una prenda, por cierto, que no es nueva: mi padre ya la usaba, y sin complejo. Presumía de piernas. Y con ella llegó al colegio de Galisteo mi amigo Néstor en septiembre de 1991. 
Supongo que estamos ante una muestra más del avance imparable de la informalidad. ¿Dónde quedaron las corbatas? ?Dónde los calcetines? ¿Dónde las americanas de lino?, aunque hayan vuelto, no es poco, las saharianas. Me ha sorprendido, así de antiguo soy, que escritores y poetas lean en festivales y otros eventos (va por ti, Josemari) sus textos y poemas con las pantorrillas al aire. Nada nuevo, por otra parte. Hace más de treinta años conocí así vestido a mi admirado Álvaro García, un crío entonces (que jugaba al tenis), en un congreso literario que se celebró en Valencia a finales de los ochenta, década que dio nombre a nuestra generación poética.
¡Quién dijo solemnidad! Ignoro si ya es frecuente su uso en las bodas, por ejemplo, o en otras ceremonias religiosas o civiles. ¿Será otra exigencia del cambio climático? No pretendo, en fin, sino constatar ese hecho que sólo a uno, seguramente, llama la atención. No tengo nada en contra (mi hijo las usa siempre), sólo faltaría, aunque mi renuncia a esa moda sea también una discreta forma de discrepancia. La comodidad, se justifican, manda. Confieso, eso sí, que siento vergüenza ajena cuando veo a gente de mi edad (y con menos y con más) con según qué pintas, lo que uno denomina "modelo Benidorm". He dicho a mi mujer y a mis hijos que, si algún día me ven de esa guisa, vayan buscándome plaza en una residencia.

7.8.24

Náufragos aragoneses

 
Este es el espléndido reportaje de Pablo Ferrer sobre la última caja de Náufragos (La Rosa Blanca) que se publicó ayer en Heraldo de Aragón. Una atención para con el ambicioso proyecto de Salvador Retana que aún no ha merecido ni una sola línea en la prensa regional extremeña. 
Por cierto, la novena entrega contiene tres botellas con textos, respectivamente, de Ignacio Martínez de Pisón, Fernando Sanmartín y José Luis Melero. Un novelista, un poeta y un bibliófilo. 
El tiempo dirá. 

5.8.24

Un poema inédito

 
En el número 8 de la revista onubense Centauros publico un poema inédito: "Hombres de espalda". Surgió después de contemplar un cuadro del pintor aragonés Ignacio Fortún (que conocí gracias a José Luis Melero) y está dedicado a otro maño, el poeta Fernando Sanmartín, que conoce bien la obra de aquél. 
Agradezco a Alejandro Bellido la invitación. La revista se puede leer gratuitamente a través de este enlace. O en su web. Por suerte, hay también edición impresa. 


HOMBRES DE ESPALDA

                        A Fernando Sanmartín


Una vez escribí que me gustaban
las estatuas de hombres con abrigo.
Aparecen de pronto en cualquier parque.
También en una calle o una plaza.
Solitarios, de espaldas,
no sabemos muy bien a dónde miran.
Tal vez a su pasado.
A la vida que pudieron tener
y que les huye.
Su actitud es sin duda melancólica.
En sus hombros caídos
se adivina el cansancio,
la tenaz pesadumbre.
En sus rostros esquivos,
la gravedad, lo adusto.
Deducimos, en fin,
que es gente que atraviesa
encrucijadas decisivas,
momentos de zozobra, delicados.
Se ve uno a sí mismo al contemplar
a esos hombre de espalda con abrigo.

23.7.24

Estar es suficiente

Bonilla (Jerez, 1966) publica su poesía selecta o escogida. Ha prescindido de muchos versos. La edición, que pudo titularse Siembra, agrupa poemas de Partes de guerra, El Belvedere, Buzón vacío, Cháchara, Poemas pequeñoburgueses y Horizonte de sucesos. Seis libros en treinta años bastan para reconocer su maestría.
Una cita apócrifa de Lee Marvin anuncia el carácter juguetón de su escritura, antisolemne sobre todo, no sólo ingeniosa u ocurrente.
Bonilla descree de los “temas poéticos”: “Encuentras poesía en todas partes”. Habla de la infancia, el amor (desamor mediante), la muerte (“lugar del que procedo y al que voy”)…
Ha venido escribiendo sus poemas “como relámpagos”, lo que contrasta con su cualidad de memorables. Bastantes, mentalmente. Aspiran, confiesa, a la levedad, el humor, la áspera melodía, la reflexión acerca de lo poco que somos y lo milagroso que es estar vivo, el canto de las cosas cotidianas... Extrañeza y deslumbramiento. Porque “la realidad no es todo lo que hay”. Para describirla, usa metáforas que no lo parecen. “La poesía se propone pronunciar una verdad intolerable”, asevera.
“Aviso” comienza: “Yo escribo poesía traducida”. Sostiene que los originales superan a las versiones: “La poesía casi siempre / es la declaración de una impotencia”. No lo parece después de leer la suya. Aquí, la inteligencia suma. Una lucidez ácida y escéptica que asienta en la ironía y las paradojas su razón de ser. La eterna lucha entre alegría y tristeza. Contra “ese gas letal que es el pasado”. En busca de la identidad perdida: “soy tantos que no sé quién soy”. “Si pudiera elegir, sería un río”.
De sus poemas, de corte epigramático, se podría decir lo que él de los almendros: “Están ahí tan solo, limitándose a estar, / no ser más que eso, una forma de estar / es su forma de ser”.

Juan Bonilla
La Veleta, Comares, Granada, 2024. 212 páginas. 19 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.



A ras de tierra

Publicado por Visor (que circuló sus tres entregas anteriores), en colaboración con la Fundación Gerardo Diego, este volumen reúne la poesía escrita por Díez (Santander
, 1976) en los últimos veinticinco años; esto es, los libros Combustión, Desguace y Belleza sin nosotros, así como una selección revisada de sus primeros poemas y un inédito, Besar la tierra, que contiene el extenso poema que da título al conjunto (tomado de JRJ).
En “Unas palabras previas” alude a sus versos como un adentrarse “en la espesura de lo que desconozco”. Afirma que siempre ha andado “royendo los mismos huesos”, que tiende “a escribir con palabras sencillas” e intenta “decir con poco”. Que quiere comunicarse. El resultado: “un canto”.
Juan Manuel Romero menciona su “honradez sencilla” y califica esta poética como “sobria y meditativa”. Austera, clara, realista, propia de un contemplativo que aspira a “contar con sencillez algo que tiene profundidad y que no es obvio”. Su reto. Acaso la palabra más adecuada para señalar ese impulso, previo “estado de asombro”, sea extrañeza.
Consciente de que “los poemas de cada uno […] solo los puede escribir cada uno”, ha trazado su propio camino, perfectamente distinguible. En soledad, a la intemperie. Al amparo del aurea mediocritas horaciano. Contra los mortíferos “excesos”.
La identidad es un tema central. Además, el paso del tiempo, el dolor, la vida, la muerte (la de su hermana, por ejemplo), el amor o los otros. Capital es su visión del descenso (hundimiento,  caída). “Lo difícil”, según Zambrano. Bajar “de nosotros mismos y de tantas quimeras y espejismos inútiles y conectar con lo esencial, que es sencillo, cercano, que está a ras de tierra”, matiza Díez.
Sus palabras “extienden sus raíces”, “se agarran a lo que significan”. Justifican una obra que canta “a lo que ya perdí, / a lo que espero”.

Con sol dentro. Poesía reunida (1999-2024)
Marcos Díez
Visor, Madrid, 2024. 322 páginas. 18,00 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

 


 

 

 

 

 

 

 

21.7.24

Rosa Regás

Ha muerto la inquieta Rosa Regás, ya nonagenaria, en su masía de Llofriu, en el Bajo Ampurdán, donde se retiró hace años sin que eso quiera decir que fue ajena a lo que pasaba. En Cataluña (era, por cierto, una antinacionalista militante) y, consecuentemente, en España y en el mundo, algo natural en una persona cosmopolita, miembro de honor y musa de la elitista y barcelonesa gauche divine. Tampoco se fue, digamos, de la literatura, a la que se consagró desde muy joven. Su último libro, de este mismo año, Un legado, es en realidad una larga conversación con la periodista Lídia Penelo que subtituló "La aventura de la vida", una suerte de testamento vital. 
En lo personal, esta mujer libre a la que tuve la suerte de tratar, es la editora de La Gaya Ciencia, su propio sello (antes había trabajado en Seix-Barral), donde publicó a José Ángel Valente sus libros más oscuros: Material memoria y Tres lecciones de tinieblas, o a José María Álvarez la primera entrega (en el 74) de su monumental Museo de cera; la compañera de jurado en los premios literarios que organizaba el Ayuntamiento de Almendralejo (una noche tuvo una bronca monumental, así de impetuosa era, con Sánchez Adalid, que no tenía culpa); la cómplice generosa en las gestiones para la publicación de mi primera novela, que ella conoció como miembro del jurado de otro premio: el Nadal, donde aquélla fue finalista y Regás había ganado años antes con su exitosa novela Azul. Asistió por sorpresa a su presentación madrileña, una comida con críticos (Miguel García-Posada, Carlos Álvarez-Ude...), en la que intervino activamente. Como de ciertos músicos, diría que lo mejor de ella era el directo. 
Estuvo muy vinculada a esta tierra extremeña, sí. Cuando era directora de la Biblioteca Nacional (en la fotografía de arriba está en su vestíbulo junto al entonces Director General de Cultura Chema Corrales), visitábamos esa santa casa con los premiados al fomento de la lectura en bibliotecas y centros educativos regionales. 
Recuerdo también que fue la presidenta del jurado del premio "Dulce Chacón" de Zafra (prestigioso galardón entre desaparecido y reinventado) el año que lo ganó Fernando Aramburu con Los peces de la amargura
Cuando le pedimos un texto para el libro Miradas sobre Extremadura, que publicó la Editora Regional en 2008, escribió el que copio a continuación (con el tácito permiso de la editorial), poco conocido seguramente para la mayor parte de las personas que la leyeron y la apreciaron. Descanse en paz.

EXTREMADURA

Extremadura desde la mirada curiosa de mis veinte años, Extremadura de montes dorados salpicados de la oscura sombra de sus encinas. Extremadura de caminos apenas transitables, de pueblos oscuros y escondidos, de nubes movidas por el azul de un cielo tan diáfano como nunca lo había visto. Badajoz, un solo edificio de muchas alturas en una ciudad sometida aún, apagada y con residuos de una posguerra que no había tenido tiempo de borrarse ni el hambre ni la represión porque ni siquiera había terminado. En el piso más alto una anciana con el pañuelo anudado bajo la barbilla mira a lo lejos como si buscara en vano el reguero de una vida que ha ido borrándose de sus recuerdos pero no ha logrado desprenderse de la conciencia. Inmóvil, de pie, apoyada en la barandilla de una escuálida terraza permanece inmutable al viento y al desnudo paisaje que se extiende hasta la última línea del horizonte. Así está cuando me voy y del mismo modo permanece cuando al cabo de unas horas vuelvo, oscuro el cielo de otoño, azotado el paisaje por ráfagas poderosas. E inmóvil sigue hoy en el trasfondo de mi memoria como la imagen del exilio de tantos hombres y mujeres que tuvieron que borrar su quehacer, su tradición, el nudo de su vida con el campo y la casa que les había cobijado durante generaciones para renacer en un ámbito gélido y desconocido de unas cenizas apagadas ya y dar el pan y la vida a los hijos que no tenían lugar en la tierra de sus mayores.

Volví a Extremadura al cabo de veinte años a un paisaje de la Vera, surcado por un arroyo donde un amigo de Plasencia estaba convirtiendo un establo de luz incierta y poderosas vigas de madera en su nueva casa. Anduve por caminos perdidos entre rebaños de ovejas y cerezos en flor, y dormí aquella noche en la posada de un pueblo recortado en la cima de una montaña cuyo nombre he olvidado, entre sábanas de hilo blanco y aroma de almidón.

Más tarde viví unas semanas en Plasencia e inundé mi alma con las piedras de sus conventos igual que hice años después con el sombrío monasterio de Yuste. Paseé por las callejuelas de Cáceres y sus iglesias, y visité su museo de piedras cortadas con la pericia de los romanos. Conocí las fiestas alegres de Villanueva de la Serena o Almendralejo, fui varias veces a Zafra y me enamoré de sus plazas porticadas. Y un día volví a Badajoz para asistir a una boda en una capilla junto a la carretera que va hacia el norte, y más tarde aún descubrí aquel glorioso museo, potente torre que albergó durante siglos a los proscritos de la historia del lugar.

Han pasado muchos años y conozco tantos rincones ocultos y conocidos de Extremadura que a veces al llegar a ella por la carretera bordeada de retamas y adelfas tengo la impresión de que vuelvo a casa. Como si aquella imagen primera que me abrió sus puertas me hubiera concedido el don del regreso que ella misma y tantos otros miles de paisanos nunca pudieron alcanzar.

17.7.24

Manual de espumas: 100 años

Parece indiscutible que la Fundación Gerardo Diego, tantos años capitaneada con solvencia por la poeta Pureza Canelo, sigue siendo una de las más activas de España, sobre todo en lo que respecta a la edición o coedición de libros. Los dos últimos que han caído en mis manos, la poesía completa de Marcos Díez (con Visor), que acabo de reseñar en El Cultural, y una edición "semi-facsímil" de Manual de espumas, de Gerardo Diego (con papelesmínimos), en el primer centenario de su publicación en Cuadernos Literarios. 
Como todos los libros del sello que dirige Imanol Bértolo, este es precioso. Al valor de los versos, que cada lector ponderará, se suma el prólogo que le ha puesto su editor literario, el poeta y crítico Juan Marqués. Sólo por esas pocas páginas, donde habla de Diego, sí, pero también de la poesía (poco: "no se deja nombrar, se deja aludir"), los poemas y los poetas, ya hubiera merecido quitar el sobre de plástico transparente en el que llegan los delicados ejemplares de esa exquisita casa madrileña. Después de leer ese perspicaz delantal, cuesta mucho menos adentrarse en la obra del santanderino y hasta disfrutar de "uno de los libros vanguardistas más amables que se dieron en esos primeros años de osadías, cuando todo era especialmente confuso y alegre, entretenido y estimulante". 
Procedentes del Archivo Gerardo Diego y del de la Autoridad Portuaria de Santander, cierran el volumen un puñado de bonitas fotografías de época. De los muelles a principios del siglo pasado, del poeta, solo o con Huidobro (al que visitó en París durante el verano de 1922, año en el que, entre la primavera y el otoño, escribió su libro, "en la paz feliz de la playa cantábrica"), así como de la cubierta de la primera edición y del retrato que para ella le hizo Moreno Villa. 

12.7.24

Misteriosa claridad

José Mateos (Jerez de la Frontera, 1963), que publicó en Reunión los poemas escritos entre 1983 y 2003 y ofreció en Poesía Esencial los primordiales, agrupa ahora en un solo volumen la poesía que ha publicado a lo largo de los últimos treinta años, en concreto, sus libros Una extraña ciudad  (del que selecciona cinco poemas agrupados bajo el rótulo de “Primeros poemas”), Días en claro, Canciones, La niebla, Cantos de vida y vuelta, Otras Canciones, Un sí menor, Primavera, año cero, La hora del lobo y el inédito Tratamiento y delirio.
Conviene recordar que es autor de libros de prosa que, en rigor, resultan inseparables de su faceta poética. La complementan. En ellos “me acerco de una manera más explícita, más incisiva, a algunas preguntas y revelaciones que están latentes en mi poesía”, explica. “Mi escritura se concentra en profundizar y en dar vueltas a lo mismo: el asombro por la belleza del mundo, por la compasión humana y el escándalo por el mal, por el sufrimiento y el acabamiento de la vida”, concluye.
La lectura continuada de sus poemas refuerza su “impresión de estar escribiendo un solo libro, el único libro por entregas”. La coherencia es absoluta. El estilo, cuidado, en busca de “lo exacto y esencial”, de “factura clásica”, señala en su amical y poético prólogo Vicente Gallego. Sin perder nunca de vista lo popular, en el sentido más genuino del término. Las canciones, por ejemplo. De ahí que su voz cuide hasta el extremo la música que cada verso imprime. Todo desde la discreción (consustancial a su persona) y la honestidad, sin la “impedimenta” de la retórica y del ingenio, con un eficaz “ahorro de grandilocuencias” (Gallego dixit). Y ello, paradójicamente, enfrentándose a asuntos complejos que resuelve, de forma honda y sencilla, desde lo meditativo (y lo aforístico), sin caer en veleidades metafísicas, aunque transite por el filo de lo sagrado. Aquí, la “misteriosa claridad”, a la que llegamos por los “pasadizos secretos” de las palabras, que crecen desde el silencio “como / nace el musgo en la piedra”, en la “luz tenue” de los atardeceres. “No a lo más, sino a lo menos”, como San Juan de la Cruz. Sus maestros, Unamuno, Machado, Dickinson (lo “natural desvelado”), JRJ… Y Zurbarán, Gaya, Pedro Serna…
La soledad, la muerte, el miedo, el dolor, la enfermedad, el mar, Dios (“Un Dios que se concibe ya no es Dios”), el amor, la infancia (“inmarchitable”), la amistad, el tiempo (“esa única patria: los recuerdos”, lo perdido y lo eterno) son temas que vienen y van, como algunas personas (su padre o su madre, pongo por caso) y lugares: Trafalgar, las ruinas de Bolonia… Y los árboles y los pájaros. También se reiteran algunos símbolos: la noche, la sombra, las nubes, la niebla… Lo hímnico se impone a lo elegíaco; la alegría (“Vive y alégrate”) a la desdicha, tan presente en su vida y en su obra. Alude en ocasiones a una inconclusa “revolución de la mirada” y en lo contemplativo cifra este delicado acuarelista no poco de su visión lírica: “Lo que miras”. “Escribe lo que has visto”.
La enfermedad, “frontera indecible”, centra el tono de sus dos últimos libros. En el inédito, un extenso poema, con una naturalidad que sobrecoge: “Ahora toca decir cada detalle”. “Morir tiene sabor a almendra amarga”, anota. Con todo, el “deslumbrante misterio de estar vivo”, le impulsa a confesar: “Celebro / la suerte de haber sido el huésped de la vida / por un poco de tiempo”. De “canto de gratitud” habla Gallego. “Yo sólo soy lo que dejó la muerte”, dice. ¡Es tanto!

Los nombres que te he dado. Poesía reunida (1983-2023)Los nombres que te hedado. Poesía reunida (1983-2023)
José Mateos
Sevilla, Fundación José Manuel Lara. Vandalia, 2024. 448 páginas. 20 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.



 

27.6.24

Lecturas preveraniegas

Centrado en las reseñas de El Cultural y, en contadas ocasiones, en las que publico en Turia y en El Cuaderno, quedan atrás menciones a libros que uno ha disfrutado, lecturas intensas que hubieran merecido unas notas en las que compartir con otros su feliz existencia. A falta del tiempo para hacerlo, y ante la llegada de un largo y cálido verano que preveo lleno de novedosas obligaciones familiares, uno, enemigo declarado de las listas, copia aquí el título de un puñado de libros que, hablo por mí, me han parecido sobresalientes. Sólo eso, mera mención, pero algo es algo. Empiezo por la poesía. En concreto, por tres títulos de poetas jóvenes. 
Hacerse una foto en el espejo del baño (Ultramarinos), de Julio Fuertes, recoge poemas escritos entre 2006 y 2011 y me ha parecido un libro muy especial y sorprendente, novedoso en el mejor sentido. De esos sobre los que cuesta escribir pero que uno intuye necesario. Novelista, músico y traductor, de acuerdo, pero, al menos una vez, poeta. Su editor, Unai Velasco, confirma, para definirla, el término usado por su autor: el de "escritura vigoréxica". Y añade un adjetivo: "sentimental". Reconoce, en fin, que es "conmovedora". 
La zona luminosa (Hiperión), de Alejandro Ruiz de la Puente, incide en todo lo contrario, la tradición, pero al cabo resulta igual de moderno que el anterior. Qué natural resulta que debajo del título se indique que mereció el premio "Antonio Carvajal" de poesía joven. Y qué orgulloso ha de sentirse el poeta granadino de discípulos así. Poetas del XXI que dominan la métrica y son capaces de componer sonetos a los que calificar de dignos herederos de los áureos. 
Música para tigres (Renacimiento), de Alejandro Bellido, uno de los responsables de la revista onubense Centauros, ha publicado un libro amable, irónico y lleno de guiños amorosos y literarios (Garcilaso, Salvago, Botas) con el que el lector pasará un rato estupendo. Le ha salido muy “asturiano”; “anafórico”, diría, por aquello de la revista y no lo señalo como algo negativo, al revés. No es esa mala escuela. 
No deja de sorprenderse uno con los haikus de Susana Benet, que reincide, y cuánto se lo agradecemos sus lectores, con Alma de caracol (La Garúa). ¿De qué pasado / regresan esas flores / blancas de adelfa?, leemos. Y: Eso que siento /ante la flor marchita, / es haiku o no?
Haikus y otras japoneserías reúne Jordi Doce en Agua blanca, una delicatessen cuidada por Fernando Menéndez, que la ilustra, en tirada de 15 ejemplares numerados y firmados. Tan sugerentes como este par: Entro en el parque: / la quietud me responde / a cada paso. Vino y se fue: / la niebla hecha jirones / en la maleza.
A ras del universo (Númeror) es el segundo libro de Eduardo del Pino, profesor de Filología Latina de la Universidad de Cádiz. Ya cometamos aquí el primero. La edición es preciosa y lleva un prólogo de Fidel Villegas. El mar está en el centro del libro. Por él navega (también por el cielo en un planeador) y a sus orillas ve pasar el tiempo (en sus tres direcciones). En playas que visita y que pasea, como otros lugares, cercanos (Rota, Guadarrama) y más lejanos (Lovaina, pongo por caso, que da título a un hermoso poema). Todos lo son. Me llama mucho la atención su sintaxis, por eso indiqué antes su condición docente y de qué materia.
Hablar de mis poemas yo no sé: / son como hijos tardíos o vendimia a destiempo, escribe este poeta tardío al que conviene seguir. 
Lo mismo que a Juan Peña. Ya reseñamos en este blog sus libros Destilaciones y Yacimiento, así como la antología (de sus primeros poemas) La misma monotonía. Publica ahora en Vandalia El último poema, con el que ganó el premio Hermanos Machado. Su claridad alumbra al lector como lo haría una vela en la noche oscura de una casa de campo. Serenidad, aceptación, asombro. Poesía de la memoria, genuina. De la verdad. Vital sin entusiasmo. Lejana de cuanto es superficial y vano. La edad, los olivos, el amor, un viejo sillón de cuero, un salpicón de marisco o una playa pueden inspirar poemas que nos llegan sin querer al alma. Sí, porque todo es natural en esta poética de la bondad donde el poeta sólo aspira a que sus versos ajusten mi vida / a un ritmo cadencioso, / sin tropiezos, / ni quiebros disonantes. // La vida que me sueño y que no es / y es la mía
La almeriense Papeles del Náufrago lanza su sexta entrega de autorretratos, esta vez los de Aurora Luque. El cuidado librito, con selección de Antonio Lafarque, lleva por título Nadar en una misma. No somos más que tiempo devorado, reza el verso de la contracubierta. 
Vayamos con la prosa, no sin mencionar antes los títulos de tres novelas. Una, ya leída y reseñada (para TURIA, por lo que se hará larga la espera): Arde ya la yedra (Tusquets), de Gonzalo Hidalgo Bayal, que ha publicado una de sus mejores obras. Las otras dos están aún pendientes lectura: El niño (Tusquets), de Fernando Aramburu (con guiño placentino incluido) y Río Cárdeno (De la Luna Libros), de Juan Ramón Santos, dignísimo discípulo, permítaseme el honroso término, del citado Bayal que con esta nueva entrega fija aún más su genuino territorio literario. 
Tenía pendiente -uno no da más de sí- la lectura de alguno de los celebrados libros de María Belmonte, pero El murmullo del agua. Fuentes, jardines y divinidades acuáticas (Acantilado) no se me ha escapado. Y cuánto me alegro. Sólo espero que haya una segunda entrega que continúe el trayecto desde donde aquí lo deja, en las "Aguas barrocas". Me gusta aprender con ella, sí, pero también acompañarla en su viaje vital, digamos. Lo más personal casa perfectamente con lo erudito. 
Y otra lectura pendiente, la del magnífico Los lugares y el polvo (Elba), de Roberto Peregalli, un ensayo enjundioso "sobre la fragilidad y la belleza" que a un obseso por la noción de lugar y por lo espacial en su conjunto tenía que llegarle al alma. Cuántas iluminaciones contiene y qué oportunas reflexiones sobre la arquitectura ("Las fachadas", "Lo gigantesco", "Las ruinas"), el paso del tiempo ("La pátina") y otros puntos de interés como "El blanco" o "La luz". 
Luis Leal, pacense de Évora, ha dado a la imprenta A salto de mata (aCourela do Alentejo), donde reúne aforismos, apuntes de un diario, reflexiones, etc. en las dos lenguas que domina: su portugués materno y el español adoptivo. El tono es poético. Es uno de esos libros que tanto me gustan, híbridos; más interesantes cuanto quien los escribe, como hace al caso, es un hombre que piensa y siente de manera ejemplar y distinta. 
José Luis Melero, bibliófilo de pro y a pesar de eso escritor, nos ofrece una preciosas plaquette, digna de la señalada condición: Un viaje a Itzea (Ediciones La Ventolera), con ilustraciones de Pepe Cerdá. Ningún destino mejor para un barojiano confeso que la casa familiar de los Baroja en Vera de Bidasoa, frontera francesa. Un delicioso relato para amantes de los libros, sin duda. Mejor si aprecia los del autor de El árbol de la ciencia
Un buen amigo suyo (y mira que tiene), el poeta Fernando Sanmartín, publica el Pregón de la XVIII Feria del Libro Viejo y Antiguo de Zaragoza (Asociación de Libreros de viejo y antiguo de Aragón), que no deja de ser otra maravilla propia de un letraherido singular que en cada entrega nos ofrece una verdadera joya. 

NOTA. La fotografía que ilustra esta entrada corresponde a la biblioteca de Richard Macksey, quien fuera profesor de Crítica Literaria y Literaturas Comparadas en la Johns Hopkins University de Baltimore.

19.6.24

Vigilar lo invisible

En el libro Este otro orden. Poesía reunida (1979-2016) compiló Tomás Sánchez Santiago (Zamora, 1957) su poesía publicada hasta entonces; poemas de, entre otros, La secreta labor de cinco inviernos, Vida del topo, En familia, El que desordena y Pérdida del ahí. Complementarias, las prosas de Para qué sirven los charcos, Los pormenores, La vida mitigada, El murmullo del mundo, La belleza de lo pequeño; los relatos de El descendiente y Los cocineros se aburren a las cinco; las novelas Calle Feria y Años de mayor cuantía; las recopilaciones de artículos periodísticos Salvo error u omisión y Cerezas en el escondite, así como los ensayos Dos poetas de la generación de los 50: Carlos Barral y José Ángel Valente (con José Manuel Diego) o Abordajes.
En Eolas (la edición es, justo es reconocerlo, preciosa), aparece ahora El que menos sabe. No, digámoslo pronto, ni es un libro más ni fruto de los ocios jubilares. Me atrevería a decir que es uno de los fundamentales de su bibliografía y, más allá, una aportación sustancial al panorama de la poesía española contemporánea, aunque sólo nos demos cuenta de ello un puñado de lectores (la dichosa minoría), conocedores (o no) de la ejemplar, coherente trayectoria del zamorano afincado en León. Mejor para nosotros. Nada peor que esa poesía vacía que celebran, según dicen, tantos.
A estas alturas de la vida, cuanto el poeta tenga que decir debería decirlo sin ambages, al margen de cualquier aparato retórico, de la manera más clara posible. Es el caso. Tal vez sea, por eso, la entrega más emotiva de las suyas, o en la que las emociones y los sentimientos fluyen con más naturalidad, sin que falten por ello los pensamientos (“y sus desolaciones”). No se puede negar que la tradición de TSS no es la de la línea clara, la llamada figurativa o de la experiencia. Sin embargo, peca aquí poco de silenciario o hermético, si es que cabe tal denominación para aquello que necesariamente ha de decirse de forma parca y enigmática. En la de TSS, por generalizar, la precisión lo es todo.
De tres partes consta El que menos sabe. En el umbral, una cita de Miyazawa: “Ser tildado por todos de inútil / sin que se me alabe / ni se me importune. /Alguien así / querría llegar a ser…”, y un poema prologal (una suerte de poética”): “Las buenas intenciones”. A la búsqueda de “la deshuesada sabiduría de la confusión”. “Me alejo / de lo hondo también. // Por allí nunca sabe a compasión el pensamiento”, leemos. Termina: “La vida así: un quehacer / sin el permiso oscuro de los nombres”. Y “Quehacer”, precisamente, se titula la primera sección, la más amplia del volumen. Se abre con un elocuente epígrafe de Cavafis: “El artesano pone su obra por encima de cualquier otra cosa; debe, pues, destruirse por ella”. Lo explica muy bien en poemas como “El esmero”, el quinto de la espléndida serie “Almanaque desconcertado” (la memoria, la autobiografía): “Pero siempre el esmero (…) Siempre el esmero: ese modo de estar en lo otro”. “Siempre que necesito salvar algo de la desatención” piensa en el plato de sopa que subía con sumo cuidado desde la planta baja a la superior en la casa de su infancia. De eso trata el poema. La anécdota, como en tantos otros casos, le permite centrarse en la categoría. Así sucede en los otros cuatro de “Almanaque…”: “Mercado de abastos” (“Primera vez sin mi madre”), “Todavía no” (el colegio, las bofetadas), “Ana Blandiana y una mujer del barrio de San Lázaro” (“pesar la pena como se pesan lágrimas”) y “Ratos perdidos” (“Tarde de tienda quieta y locura numeral”, en la zamorana calle Feria, la del negocio familiar y la novela).
A esa tarea artesanal donde priman la atención y el esmero se refiere TSS en poemas, pongamos, metapoéticos como “La canción del zahorí” (“Pero no entre los brillos / de la facilidad”, ni “en el galope desmandado  / de las exhibiciones del oficio”, ni “en la luz frontal de los excesos”, pero sí “que su trato sea extraño”, “que su entrega / se dé entre música sin sombra”, “en las traseras azotadas del revés del idioma”) o “A toda costa” (“a eso que, para siempre, harás sitio / aun sin razón ni abecedario / suficiente. // Poesía”.
De lo menudo, diría Fermín Herrero, otro de su estirpe, se ocupa en “Utensilios”. “Valorar lo pequeño y lo inmediato es, seguramente, la mayor subversión que puede llevarse a cabo en este mundo tendente a la grandilocuencia y al rendimiento en todos los órdenes”, confesaba el poeta a Vicente Duque hace poco. En “Bastón” recuerda el de su padre. En “Exigua” se fija en “una grieta de la luz [que] / salta todavía sobre el aliento indeciso / de la noche”. En “Ventisca” deja paso al aforismo, a la súbita anotación: “Ventisca de palabras extraviadas que vuelan más allá de los moldes oscuros del pensamiento”. En “Viaje de invierno” defiende el frío (“al norte, al norte”, dice en oro poema) por lo mismo que en “Extenuación” se queja amargamente del calor: “Larga es la tarde y sus hirvientes itinerarios amarillos” (un versículo que evoca, a modo de homenaje, alguno de su maestro Gamoneda).
A la edad y sus indignidades destina poemas como “Desperfectos” (“criaturas entregadas al desgaste. // Eso somos. Tú, yo, todos. / Nada de permanencia”), “Comportamiento de los huesos” (“¿De qué avisan los huesos?”), “Los desentendimientos”, “Desvelado” y “Ante una ventana de febrero” (“Resistir. Ahora es resistir”, leemos, con la guerra de Ucrania al fondo).
“Poética de las inmediaciones” nos lleva “en busca de lo árido”, donde la ciudad termina y empieza el campo, lugares frecuentados por TSS en sus paseos, metáfora, en fin, de la vida y los seres. (Utensilios, bastones, fríos y calores, ventanas o extrarradios, no hace falta explicarlo, son metáforas o símbolos en manos de Sánchez Santiago, mucho más que meras realidades al uso.)
“Niño entero que miro” está escrito para su nieto Álex: “Tú que mejoras el mundo / solo porque estás vivo”. Tan cercano y conmovedor como el que dedica a su amigo Tomás Salvador (“te fuiste solo”).
Los “Cuatro poemas de 2020” son “Pandemia” (“vigilar / lo invisible, como los poetas”, “y ahora que el mundo es un lugar extraño”), “Canción de ánimo” (“aunque oigas solo, ahí, el jadeo asustado / que a todos nos retiene / en la espesura atroz de nuestros domicilios”), “Himno de los adverbios turbios” (“el fervor ciego de vivir”) y “Especie de plegaria” (tú ampárame, / al menos que seas tú, // poesía”).
Hermosísimos me han parecido “Sitios donde cabe tu corazón” (“en el ojo solar de los imperdibles”) y “El que menos sabe”, que da título al libro: “Soy el que menos sabe. Todos me adelantaban. Vivo de preguntar”. “Eso es lo mío. // Esperar…”. “Qué oficio extraño este”. “Te aplauden por llorar”, concluye. A la extrañeza, por cierto, remite casi todo en la poesía de TSS, la forma más humilde de la perplejidad o del asombro.
“Territorio” habla del suyo, como en “Fervor”. De las “conversaciones con la cercanía”, del “triste señorío triste / de los prestigios”. “Mi patria, la única patria / que me importa / tiene la escasa estatura de lo inadvertido / y cabe en el relámpago de los párpados”. "Allí, “lo que sabe vivir a solas / y sin ruido”. Como su poesía. Como él.
La juventud es rememorada en “A su debido tiempo”, cuando “nos venía a buscar la despreocupación”. “De aquel desorden de la dicha, ¿quién se acuerda ya?”.
La segunda parte del libro, “acotado del ojo”, se escribe con minúscula. Tal vez para subrayar la cercanía de unos versos dedicados a la obra de distintos artistas, destinatarios concretos, empezando por Giacometti. El resto, amigos o personas a las que conoce y cuyas obras le inspiran. Pintores, dibujantes, escultores de su ámbito geográfico castellano y leonés.
La última parte es muy especial: “Quieta casa ya”. “…madre…” pone el principio. La casa es la familiar y sobre ese regreso al lugar natal planea su muerte. Escrito en prosa poética y trazas de diario (va fechado, entre junio de 2019 y octubre de 2023), poco cabe comentar. Son poemas, digamos, intransitivos. Establecen un diálogo con ella (“Tú, que solo sabías estar en los asuntos sedosos de la suavidad”). Arma con ellos un relato acerca de lo que ocurre con los objetos, las fotografías (“En estas fotografías cabe la muerte”) y otros enseres a punto de perderse para siempre. A los que sólo puede salvar ya la palabra. Lo ha definido su autor como “un ejercicio de desposesión”. Allí, “el olor de las terminaciones”. “La palabra «nosotros» ya no alcanza a nombrarnos”. “Ella fregándose las manos con exageración contra el mandil y él con sus escasas palabras minuciosas”…
Para terminar, “Nana última”, con cita de Zagajewski (”ya soy / demasiado viejo para ser huérfano”): “No sabemos / lo que pueden los muertos hacer / con su quietud”. “Y no acabes de irte del todo nunca”. “Mientras por ahí queda flotando, /ea, ea, ea, /algo mal nombrado, algo indefinible, / parecido al sabor de la palabra madre”. Y otra cita, de su admirado Valente: “caer del aire, disolverse como / si nunca hubieras existido”.
“Los poemas de El que menos sabe merodean por los territorios limítrofes con lo olvidado, lo humilde y desatendido. Son las afueras de las consignas, de las frases hechas y lo estridente: es la vida de otro modo”, escribe José María Castrillón en la contracubierta, con un guiño añadido: las cinco últimas palabras forman el título que dio Ángel Campos Pámpano, íntimo amigo de TSS, a su poesía completa.
Cuando cerramos el libro, de una rara intensidad, por infrecuente, persiste la certeza de que  no hemos leído cualquier cosa. Y que Tomás Sánchez Santiago no es un poeta cualquiera.

El que menos sabe
Tomás Sánchez Santiago
Eolas, León, 2024. 152 páginas. 18,00 €

 NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.