20.11.24

No sé

Sí, la poesía de Wis
ława Szymborska (Kórnik, 1923-Cracovia, 2012) era desconocida para los lectores españoles e hispanoamericanos antes de que le concedieran en 1996 el premio Nobel. Las primeras antologías son del año siguiente: Paisaje con grano de arena (Lumen) y El gran número. Fin y principio y otros poemas (Hiperión). Desde entonces no han dejado de sucederse ediciones, ya sea en forma de libro concreto o de florilegio y a eso tenemos que añadir obras en prosa y correspondencia, además de una completa biografía. No podemos quejarnos de su recepción en nuestra lengua, a un lado y otro del Atlántico.
De muchas de esas ediciones los responsables han sido Abel Murcia y Gerardo Beltrán, que ya estaban en la mencionada del sello madrileño. A ellos y a Katarzyna Mołoniewicz se debe está reunión de todos sus poemas, excelentemente traducidos, que inaugura una nueva colección de Visor, en el primer centenario del nacimiento de la poeta polaca.
Los editores no han seguido el habitual orden cronológico para la publicación de los sucesivos libros. Han dejado para el final, en la sección “Primeros poemas” (un tercio del total), los dos primeros, que Szymborska desechó: Por eso vivimos (1952) y Preguntas a mí misma (1954), los de su época de poeta militante, por los que sentía “una lástima alegre”, y su inédita ópera prima Canción negra (1944-1948), que vio la luz póstumamente. Y todo para dar el legítimo protagonismo a los que ella consideraba verdaderamente suyos: Llamando al Yeti (1957), Sal (1962), Mil alegrías –un encanto– (1967), Si acaso (1975), Gente en el puente (1986), Fin y principio (1993), Instante (2002), Dos puntos (2004), Aquí (2009) y Hasta aquí (2014).
Por cierto, es la primera vez que se agrupa toda su poesía en una lengua distinta a la natal, lo que incluye algunos poemas “dispersos” recuperados cuando el libro iba a entrar en imprenta.
El conjunto asombra. Leerlo de corrido, además de ser una intensa fiesta poética, incita al lector a justificar la existencia del Nobel (errores mediante) y, más allá, a reconocer lo justo que fue concedérselo a una obra así, tan lograda, por más que resulte paradójico superponer a la solemnidad de aquél la naturalidad de ésta. En cierta ocasión utilicé el rótulo usado por Damià Alou al referirse a la lírica de Philip Larkin, el de “poética de la modestia”, para definir la de Szymborska.
Aunque forme parte de una tradición europea de primer orden, la de la poesía polaca, su manera de decir es única, identificable con ella, su vida y sus particulares circunstancias, algo que se aprecia a la perfección en Trastos, recuerdos, la biografía de Anna Bikont y Joanna Szczęsna que publicó Pre-Textos. “No conozco el papel que interpreto. / Solo sé que es mío, intransferible”.
Sus temas son humanos por encima de todo, y de humanista cabría tildarla. La vida, el amor, la mujer, la muerte, la amistad, el viaje, la historia… Y la poesía: “¿pero qué es la poesía?”. Porque no era adanista y ejerció la crítica, no faltan en sus versos referencias literarias, en especial clásicas. Y a la Biblia o a Shakespeare.
Con ser partidaria de la realidad, no del realismo (“Lo real representa lo real, / por eso es mayor su misterio”), le dio mucha importancia a la imaginación, que en ella parece fruto de la inocencia, secuela de una infancia que nunca perdió. En sus versos hay mucho de juego, de inteligente ocurrencia. Y de mirada: “por alguna causa estoy aquí y miro”.
Sostienen sus editores lo que viene siendo un lugar común: que “la ironía es a menudo la piedra de toque”. Que, como suele ocurrir, va unida al humor. Al leerla, dijo Fernando Savater, “nos hace a menudo sonreír, sin incurrir en caricaturas ni ceder a la simpleza satírica”. De “ligeramente grave” calificó su poética y de “reflexiva sin engolamiento ni altisonancia, de forma ligera y fondo grave, directa al sentimiento pero sin chantaje emocional”.
“Como todo buen poeta –señalaba el pensador–, fue especialmente consciente de su extrañeza”. De ahí que, como anotan los editores en su prólogo, su poesía esté “repleta de preguntas –no de respuestas–, con el escepticismo y la duda como ejes centrales y permanentes, una duda que se refleja en dos palabras fundamentales: «no sé»”. “La inspiración –dijo en su discurso del Nobel– nace de un constante «no sé»”.
Un asombro, cabe matizar, instalado en “el milagro de la cotidianeidad” que es donde la poeta se encuentra con las sorpresas que determinan sus sencillas, hondas meditaciones. A casusa de la visión de un paisaje (“Yo soy esa mujer bajo el fresno”) o por la noticia de un periódico. Algunos títulos son elocuentes: “La ropa”, “Charco”, “La cebolla”…
Poesía discreta y elegante, dije una vez. Compasiva. Ajena al aspaviento o la altisonancia y próxima a la naturalidad, pero ni normal ni corriente. “Hay una costumbre excesiva de leer entre líneas, de buscar mensajes secretos. Mi poesía no esconde nada”, comentó en cierta ocasión. De la conversación y del monólogo dramático. Vital, del horaciano “non omnis moriar”. Propia de quien no improvisa y observa con detenimiento cuanto le rodea. Lúcida y nada ingenua. Triste, porque el ser humano – apuntó–  por naturaleza lo es. De alguien que, como su paisano Miłosz, concibe la poesía como conciencia. Para los que no la leen por habitualmente. A la que se aferra “como a un oportuno pasamanos”.
Tras atravesarla por completo, el lector cae en la cuenta de que fue una poeta de poemas más que de libros. Cada uno, perfectamente armado. Bien compuesto. “Sin preocuparme de antemano / de si esto es poesía / y qué tipo de poesía”. En los que te internas a veces sin saber a ciencia cierta dónde te conducen hasta que llegas al final. ¡Y qué finales! Diría que son pequeños libros en sí mismos. Concebidos con precisión, tienden a extenderse. Y no porque el poema “conciso y breve” sea, según ella, “más difícil”.
“Mientras escribo estos versos / me pregunto / qué en ellos y dentro de cuántos años / parecerá ridículo”. Muchos han pasado ya y podemos asegurar que su temor era por completo infundado.
 
Wisława Szymborska
Traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Katarzyna Mołoniewicz
Visor, Madrid, 2023. 736 páginas. 30,00 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 152 de la revista TURIA.