29.1.21

Pintura que habla

Verónica Aranda (Madrid, 1982) es filóloga, poeta y traductora. Además, se dedica a la gestión cultural, dirige una colección de poesía latinoamericana en la editorial Polibea y es una incansable viajera (ha vivido en Italia, Bélgica, Portugal, India y Marruecos) que frecuenta festivales de poesía en todos los rincones del mundo. Publica un blog: Poesía nómada. En la actualidad, prepara su tesis doctoral sobre la representación de la mujer en la copla y el fado.
Es autora de los libros de poesía Poeta en IndiaTatuajeAlfamaPostal de olvidoCortes de luzSenda de saucesLluvias Continuas, Ciento un haikusCafé HafaLa mirada de UlisesOtoño en TángerÉpica de raílesDibujar una isla Sin rumbo fijo. También de un libro de poemas para niños, Islas Galápagos, y de las antologías Inside the Shell of the tortoise y Mapas, publicadas en la India (un país que conoce bien) y Cuba, respectivamente. 
Ha traducido poesía de Yuyutsu RD Sharma, António Ramos Rosa, Maria do Rosário Pedreira, Clarissa Macedo, Firas Sulaiman, Michel Thion, Flaminia Cruciani y Salgado Maranhao.
Tiene en su haber numerosos premios: Antonio Carvajal de Poesía Joven, Arte Joven de la Comunidad de Madrid, el Antonio Oliver Belmás, Miguel Hernández, Ciudad de Salamanca y un Accésit del Adonais. Con el libro que vamos a comentar, Cobalto oscuro, consiguió el pasado año el Ciudad de Pamplona, que en la edición anterior había ganado Aitor Francos con Los días andan sueltos
Como en otras ocasiones, Aranda conforma un libro unitario que, en este caso, reúne cuarenta poemas en torno a otros tantos cuadros, pintados todos ellos por mujeres. La intención reivindicativa está clara. En línea, pongo por caso, con Invitadas, la reciente exposición del Museo del Prado. No en vano Aranda representa a ese movimiento literario de carácter feminista que tanto auge ha cobrado en España. Intenciones al margen, lo importante, al menos para este lector, es que estamos ante un libro de poesía digno de tal nombre donde lo que prima es precisamente eso: la poesía. Que su autor sea mujer u hombre carece de importancia. Para uno al menos, insisto. Si lo señalo, polémicas aparte,  es porque la llamada de atención está ahí: no es invisible.  
El título de cada poema es el del cuadro en cuestión y debajo se nombra a la pintora (entre paréntesis) y la fecha de la obra. No pocas están reproducidas en el libro. En blanco y negro, eso sí. ¿Deberían haberse incluido todas? ¿Ninguna? A veces, verlo ayuda. Otras, la imaginación suple esa visión a las mil maravillas. Aranda pinta al fin y al cabo con palabras –léase “Bodegón de los ajos. (Isabel Quintanilla), 2004”–. Es más, el lector curioso puede establecer un juego e ir a internet o a las enciclopedias a buscar tal o cual cuadro. 
Cobalto oscuro se abre con citas de Simónides de Ceos, Zagajewski y Bignozzi. Según el griego, “La pintura es una poesía muda y la poesía es una pintura que habla”. El polaco escribe: “La pintura es el arte de los sedentarios que se complacen en la contemplación de la tierra natal”.
En el primer poema, “El juego de ajedrez (Sofonisba Anguissola), 1555”, quienes juegan son mujeres y allí leemos: “En cada jaque mate / se empoderan”, un término tan actual como significativo. 
La fecha de la obra, ya se ve, es temprana, pero la mayor parte son del siglo XX. Antes, ya se sabe, vuelvo a lo mismo de antes, la mujer estaba apartada de esas labores artísticas, o casi.
En un retrato de Lavinia Fontana de una niña barbuda (retratada por la pintora “con ternura”) se denuncia el “drama de una estirpe: / genes llenos de vello” que condenan a estas criaturas a ser “meros objetos de coleccionista”. 
El primer verso de “Judith decapitando a Holofernes, del XVII, impacta: “A veces el pincel es una espada”. 
Entre los motivos, hay varios bodegones. Muy hermoso me parece el de Clara Peeters, del XVII también, que empieza: “Nada perturba la quietud”. La lírica se impone en poemas de una delicadeza y una sensibilidad llamativas. 
No faltan las referencias a Oriente, como en “Flores de loto y aves”, de Li Yin: “Todo al final del cuadro / se hace caligrafía”. Y, más allá, esa vocación de universalidad que caracteriza la poesía de Aranda. 
El tenis:”sportsmens portswomen pioneros”. “Su culto al ejercicio, a los viajes, al ocio”. Estamos en el siglo XIX. 
La mitología es clave en la pintura. De ahí, “Clytie” (de Evelyn de Morgan), la ninfa del agua enamorada de Helios, el dios del sol.
Todo es cuestión, acaso, de mirada. De interpretar lo que se aprecia y observa con todo detenimiento. Con la inestimable ayuda, es lógico, de la imaginación, que inventa o sugiere aquello que tan sólo intuimos. En ocasiones, relatos incluso. Como en “The breakfast tray”, de Paxton, ¿Qué ocurrió en ese cuarto ahora vacío? Pasa otro tanto en “Moscú calle”, de Goncharova, dos pintoras del XX.
El lenguaje para expresar lo que Aranda ve (y el lector con ella) es contenido, de meridiana claridad, sencillo incluso. Hay un toque didáctico que no estorba, de ahí que el libro pueda ser utilizado, previa selección de motivos, con niños y adolescentes para clases de arte. Y de literatura, por supuesto. Y en educación para la ciudadanía, si tal asignatura existiera.
En “Farm at Watendlath”, de Dora Carrington, la descripción se impone. Con la debida naturalidad, sin estridencia. 
En “Sur la route d'Anacapri”, de Wegener, se desliza con sutileza el lesbianismo: “Gerda encuentra en Lili / su ideal de belleza femenina”. “Son marido y mujer”.
Otro tema pictórico recurrente: las bailarinas, recordemos sin ir más lejos a Degas. 
“Autorretrato en un Bugatti verde” (1925), de Tamara de Lempicka, es uno de los mejores poemas del conjunto. “Segura de sí misma, / el motor deportivo despierta su deseo. / Va a acelerar en dirección a Lesbos, / en dirección al Futurismo / o al altar de algún dios de los inventos”. Termina: “Cuando apague el motor, estará a punto / de irrumpir el fascismo”. 
¿Cómo olvidar los desnudos? Como el “reclinado” y lánguido de Valadon o el “frontal” y “andrógino” de Laserstein. 
La representación española es amplia: María Blanchard, Maruja Mallo (en 1936, vísperas de la Guerra Civil), Ángeles Sánchez Torroella (hermana del poeta Rafael S. T.), Remedios Varo, Amalia Avia (excelente su “Afueras de Lisboa”) y la mencionada Quintanilla.
Tres grandes, en páginas sucesivas: la norteamericana Georgia O'Keeffe y “Summer days” (“Que el verano no acabe”); la mexicana Frida Khalo, un emblema del feminismo, autora de “Autorretrato  con collar de espinas y colibrí” (que me recuerda el poema final del último libro de la colombiana María Gómez Lara que lleva por título el nombre de esa famosa mujer); y la inglesa Leonora Carrington y “La giganta”.
La familia es otro asunto que afecta decisivamente a lo femenino y que no falta en la pintura. Así, “Cena familiar”, de la citada Sánchez Torroella (“La familia burguesa / se ha transformado en una tribu / de brutos hambrientos”), y “Portada de familia”, de D. Tanning (“Es la familia sacrosanta / donde la esposa tiene / rostro de niña asustadiza / pidiendo protección”). La identidad de género. La denuncia.
Siendo Aranda tan portuguesa, no podían faltar pintoras lusas. Y qué pintoras: Vieira da Silva (de su “Jardin bleu” se toma el título de este libro, por cierto) y Paula Rego (con su Blancanieves). 
En “Estrategia”, de Saville (quien dijo: “Pinto carne porque soy humana”), “un desnudo imperfecto con su abdomen caído”. “Heredera de Rubens”. Un poema contra la perfección de los cuerpos y la delgadez, esa tiranía de las mujeres contemporáneas tantas veces puesta en evidencia.
No hace falta recurrir a la archiconocida locución latina Ut pictura poesis (“la pintura como la poesía”) para poner en evidencia la estrecha relación que se establece entre ambas artes. La historia de la literatura está llena de ejemplos sobresalientes. Aranda resuelve también con nota la situación y nos ofrece un puñado de poemas dignos de ser leídos y, además, disfrutados. ¿Qué más se puede pedir?
 
Cobalto oscuro
Verónica Aranda
Cénlit Ediciones, Berriozar, 2020. 64 páginas. 10,00 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en El Cuaderno.

25.1.21

Jesús García Calderón lee "Porque olvido"

Mi imperdonable tardanza en anotar la lectura de Porque olvido, la última entrega del poeta Álvaro Valverde, me ha permitido comprender mejor algunas pautas o razones más calladas que palpitan por debajo de las páginas de este libro tan singular y que han quedado depositadas con una gran fuerza en mi memoria. Quizá esta persistencia de las ideas se deba a una especial inclinación del autor hacia la verdad, sin duda incrementada porque partimos de una coincidencia estimable: nuestro autor publica esta personal bitácora cuando se acaba de jubilar y abandona su vocación ingente como maestro y ahora comprendo, quizá por conjugarla con esta noticia tan personal, que la virtud esencial que nos ofrece de la vida literaria propia y ajena es, nada menos, que cierta explicación del oficio poético como destino en una época tan desordenada, tan poco aplicada y suculenta y -en gran medida- tan perdida como esta que nos ha tocado vivir dentro del ingrato panóptico digital.
Al recordar el tono de alguna reseña previa de autores muy reconocidos, siempre respetuosas y positivas, advierto en ellas, una leve desilusión. Como si les faltaran anécdotas impostadas, comentarios jocosos o exagerados, juicios negativos o algún que otro chascarrillo. En fin, la salsa que inunda platós culturales y otros menesteres de quienes procuran acortar la experiencia para romper la verdad. Pero Álvaro es fiel a su estimable biografía periférica y no pierde nunca el dorado perfil de las cosas sencillas y su deber de contar lo que verdaderamente piensa y pasó con la habitual decencia que adorna su carácter.
Son varias las paradojas que se asocian al diario del escritor. Palabras secretas con vocación pública, libro escrito en la tediosa soledad del que procura justificar o enaltecer el fracaso o el éxito, voces de inquietud que hablan al personaje inventado de uno mismo, mensaje dirigido a un grupo determinado de devociones o de imaginarios enemigos. Tampoco falta en esta nómina incompleta de extrañas motivaciones, como ya hiciera el controvertido José Luis de Vilallonga en sus extensas Memorias no autorizadas, la razón más sencilla, recogiendo el sabio consejo de su abuela, la marquesa de Portago, de anotar en un cuaderno de tapas oscuras todo aquello que le ocurra y no deba olvidarse. En el caso de Álvaro, hay una convicción antigua que opera casi como un cotidiano deber escolar. La aplicación en la factura de sus deberes con la cultura y, en especial, con la poesía y, aún más especialmente, con la poesía en Extremadura; le lleva a conducir innumerables horas para poder palpar directamente encuentros y observaciones de quienes nutren su territorio existencial. Escucha, reflexiona, comenta textos y otros comentarios, observa y recuerda amigos y Maestros que nos abandonan yendo de un lado a otro con el sobrio equipaje de la inquietud.
Al margen de estos interesantes comentarios sobre la voz propia y otras voces ajenas, creo que el libro guarda otro libro dentro del que nuestro autor, quizá, solo nos muestra una parte. Me refiero a la nómina de paisanos anónimos a los que encuentra en su paseos cotidianos por los alrededores de Plasencia y entablan con él un diálogo lacónico y apresurado que esconde, en algunas ocasiones, enseñanzas más que notables. Espero que algún día, si estoy en lo cierto, podamos descubrir esa extraña y peripatética galería de certeros personajes, que operan como el espejo que contempla los pasos del poeta para que pueda integrarse en el entorno y conocerse mejor.

Álvaro Valverde. Porque Olvido (Diario 2005-2019). Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2020, colección Perspectivas.

NOTA: Esta reseña se ha publicado La soledad partida, blog del poeta y jurista Jesús García Calderón. 

24.1.21

Una entrevista con Louise Glück

 Louise Glück. Katherine Wolkoff / Contacto

"Un poema vivo te lleva a un lugar que antes no conocías"

LUCA MASTRANTONIO (CORRIERE DELLA SERA)

EL MUNDO. Sábado, 23 enero 2021 

La poeta reflexiona sobre la pandemia, la función del arte, el sufrimiento y... las ventajas de viajar en 'jet' privado con parte del premio del Nobel de Literatura.

En la primera mitad de 2020, el coronavirus nos obligó a vivir encerrados casa. Llegamos a olvidar el mundo exterior: era primavera y apenas nos dimos cuenta. Luego, en el verano, volvimos a salir, y aunque fuera unos pocos kilómetros lejos de la cueva, nos olvidamos de nuestra vida en prisión. El otoño vino a recordárnosla, luego el invierno con sus pequeños confinamientos. Vivimos un año como Perséfone (para los latinos es Proserpina), la ninfa secuestrada por el dios del inframundo, Hades: la mitad de su existencia la pasa en el más allá, congelado el mundo, y la otra mitad, arrastrada por su madre Deméter, en la Tierra, cuando la vida despierta. El mito que explica el ciclo de las estaciones está en el centro de la obra de Louise Glück. En Averno, de 2006, el choque entre la fugacidad humana y la naturaleza cíclica de la naturaleza se materializa en Perséfone, mientras que en El iris salvaje, de 1992, canta la unión mística entre una mujer y su jardín, donde las flores le hablan y habla con dios, en el enfrentamiento entre el bien y el mal, la muerte y el renacimiento. «Esperamos que este invierno termine en 2021», nos dice Glück desde San Francisco. «Estoy aquí con mi hijo y sus dos gemelos: celebramos el Nobel».
Louise Glück (nacida en 1943) es una de las voces más apreciadas y premiadas por el público y la crítica en Estados Unidos. Su poesía es dura y despiadada, personal pero universal, una autobiografía que utiliza las máscaras del mito. Sus versos hablan a los muertos, hacen hablar a los muertos, a las plantas, incluso a dios. Se siente cercana a los poetas del pasado y escribe pensando que será leída en la posteridad.
Desde el jardín nevado de su casa en Cambridge, Massachusetts, donde recibió el Nobel, rindió homenaje a William Blake y Emily Dickinson, maestros en expresar la soledad del ser humano. Hablamos con ella el 21 de diciembre.

PREGUNTA. En 2020 todos éramos Perséfone. El mito se convirtió en noticia. ¿Cómo vive la pandemia?

RESPUESTA. ¡Cielo! No ha habido ningún acontecimiento en mi vida comparable a lo que está pasando. Puede que no lo sepa, pero soy una persona sociable que depende en gran medida de sus amigos y familiares. Las restricciones actuales son espantosas. Ayer vi a mis nietas. No las había conocido todavía. Ahora estoy en cuarentena, aquí en San Francisco. He viajado desde Boston. Es peligroso para una persona de mi edad. Con mi hijo Noah y las nietas mantuvimos la distancia de dos metros con la mascarilla. Es desgarrador pero está bien. Invertí parte del premio Nobel en esta reunión.

P. ¿A qué se refiere?

R. Era difícil y peligroso viajar en avión para llegar aquí. Así que utilicé parte del dinero que recibí del Premio Nobel en alquilar un avión privado. Jamás en mi vida hubiera pensado que tendría que recurrir a tal solución. Pero era más seguro y entonces, ¿cómo mejor podría haber usado ese dinero?

P. ¿Qué le dijo a su hijo cuando se enteró de que había ganado el Nobel?

R. Le llamé de inmediato, aunque para él, que estaba aquí en California mientras yo estaba en Massachusetts, era de noche. Cogió el teléfono para contestarme y, bueno, recibió una llamada nocturna de su anciana madre. ¡No es difícil imaginar lo que pasó por su cabeza! Debió de pensar que me habían hospitalizado, que quizás tenía el Covid, pero, por otro lado, no tenía por qué ser tan grave, porque todavía estaba viva ya que le estaba llamando. Le dije: «Gané el Premio Nobel». Se quedó callado y luego respondió: «¡Es increíble!». Hizo una pausa y añadió: «No, es creíble». Y pensé que era bonito escucharle decir eso porque es una persona que nada tiene que ver con la vida literaria. Ha tomado un camino muy diferente.

P. En 'El iris salvaje' deja hablar a las plantas, desde el trébol hasta la amapola. Y dios le habla: ¿cómo es posible concebir la voz de dios?

R. Entre las historias que nos contaba mi padre a mi hermana y a mí, además de los mitos griegos, estaba la de Juana de Arco... Sin la parte de la hoguera. Nos dijo que escuchaba voces. Para mí era normal imaginar voces en silencio.

P. Usted sufría de anorexia, que le causó problemas en la escuela. Gracias al psicoanálisis, lo superó. Luego, con su segundo marido, John Dranow, invirtió en una escuela de cocina. ¿Cómo explica esta ambivalencia hacia la comida?

R. Mi anorexia estaba ligada a la búsqueda desesperada del control de mi vida. Tuve la suerte de ser atendida por un excelente analista que hizo que me diera cuenta de lo desesperada que era mi necesidad de control. Las personas a menudo se vuelven anoréxicas a pesar de estar fascinadas por la comida. Repudiarla es un gran sacrificio. Al mismo tiempo, sin embargo, las anoréxicas se sienten en guerra con la glotonería, temen el destino al que les puede conducir. En los años en los que me dejé morir de hambre, nunca dejé de pensar en la comida. ¡Nunca! No es casualidad que haya aprendido mucho sobre alimentación en ese tiempo. ¡Y mi madre era una cocinera espectacular! Me faltaba la comida y fui feliz de darle la bienvenida a mi vida. Conozco Italia, por ejemplo, a través de la poesía y los recetarios.

P. Leí en una entrevista reciente que escribir para usted es vengarse de las adversidades de la vida, de la mala suerte, de las pérdidas, del sufrimiento. Pienso en la hermana que murió antes de nacer y en los versos de 'Nostos': «Miremos el mundo una vez, como niños / el resto es memoria».

R. Su muerte no fue parte de mi experiencia, pero su ausencia sí lo fue. Esos versos se refieren a las muertes que dejan una huella imborrable en nuestra infancia por lo que cualquier posible revisión de las mismas, a través de la poesía, resulta difícil porque no hay lugar para discusiones ni acuerdos. No es la naturaleza misma de la memoria, feliz o infeliz, sino más bien la desgana de la memoria. En resumen, estoy eludiendo la respuesta a su pregunta.

P. ¿Hay alguna venganza poética que le parezca particularmente lograda?

R. Durante cinco años sufrí un traumatismo cervical muy grave. Fue antes de Averno. El dolor era tan fuerte que no me iba a la cama, no me concentraba y no sabía cómo iba a vivir el resto de mis días. Entonces, el dolor disminuyó y logré escribir el que creo que es uno de mis mejores poemas, dentro del volumen de Averno y se titula Octubre. Cada uno puede hacer una lectura diferente, pero sé que el elemento catalizador es el traumatismo, que en mi vida fue un tormento durante un período muy largo. Luego, escribí este poema del que estoy extremadamente orgullosa y me encontré pensando en la suerte que había tenido al sufrir de esa forma. Sin él no lo habría escrito. Estas son las cosas que necesito. Desarrollas gratitud hacia los desastres que te persiguen.

P. En su poesía, la autobiografía no es autoindulgente y la verdad duele pero salva de la mentira. Hades no le dice a Perséfone: «Te amo, te protegeré», sino: «Estás muerta, nada puede lastimarte». ¿Se puede decir la verdad así incluso fuera de la poesía?

R. Intento decir la verdad. ¡Oh, dios mío, la verdad! Intento acceder a la verdad ofreciendo mi visión sincera de las cosas. Cuando me hacen una pregunta, mi respuesta es sincera, incluso en los casos en los que no representa la respuesta deseada. A veces, si creo que la respuesta puede ser dolorosa, trato de adoptar un enfoque que la haga más llevadera. Lo que trato de hacer en los poemas es sorprenderme a mí misma y, espero, al lector. Si el lector siente que está a punto de acercarse a un final que puede imaginar, que parece coherente con el comienzo de la oración, hago que el poema dé otro giro, quiero que el lector esté un poco inquieto, que se sorprenda y que el final sea más interesante, más vivo. Escribo para mantener el asombro. La primera regla que les enseño a mis alumnos de poesía es separar las partes vivas de las muertas. Esas partes muertas son aquellas en las que un verso sigue al otro de manera predecible. No me importan tanto las metáforas, por muy bonitas que sean. Siempre existe el riesgo de que las hayan utilizado otros antes miles de veces. Un poema vivo te lleva a un lugar que antes no conocías.

Nota: Esta entrevista se ha publicado en el diario El Mundo. He preferido poner el titular que aparece en la edición de papel y no el elegido para la digital.

23.1.21

Geometría de la compasión


Raro es el libro que aparece en la colección La gruta de las palabras, del sello Prensas de la Universidad de Zaragoza, dirigida por el escritor Fernando Sanmartín, que uno no lee con interés. Vuelve a ocurrir con sus dos últimas entregas: Tragaluz, del poeta asturiano Diego Llorente (que merecería sin duda una reseña) y Fotosíntesis, de Carlos Alcorta (Torrelavega, Cantabria, 1959), que es poeta, crítico (literario y de arte), editor y gestor cultural. Autor de los libros Condiciones de vidaCuestiones personales, Compás de esperaTramaCorriente subterráneaSuturaSol de resurrecciónVistas y panoramas, Ahora es la nocheAflicción y equilibrio, así como de la antología Ejes cardinales: poemas escogidos, 1997-2012 (Renacimiento). Tiene premios como el Ángel González o Hermanos Argensola y fue accésit del Fray Luis de León y del Ciudad de Salamanca. 
Ejerce la crítica en ClarínArte y ParteTuriaParaíso y Vallejo&Co. También aquí. En la actualidad es corresponsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Publica desde hace años un blog.
Fotosíntesis es un libro breve compuesto por veintitrés poemas numerados y sin título que se reúnen como fragmentos a su imán, que diría Lezama. Partes acaso de un poema largo y único que tiene como tema principal, digámoslo cuanto antes, el desamor. Estamos, sí, ante la historia de una ruptura amorosa que, por cuanto se mencionan palabras como “matrimonio” y “conyugal”, cabría denominar también como separación o divorcio. Se aborda, eso sí, retrospectivamente. No, no es un tema baladí. Sabemos que afecta en lo más hondo a la persona, transformándola. Es algo que conocemos, hayamos pasado o no por el trance. De ahí el título, que enlaza, simbólicamente, con ese proceso metabólico de las plantas verdes, “por el que se sintetizan sustancias orgánicas gracias a la clorofila a partir de dióxido de carbono y agua, utilizando como fuente de energía la luz solar”. Aquí, como indica la nota editorial, ese proceso de cambio no se realiza gracias a la energía solar, “sino a esa fuerza que proporciona la propia escritura”.
Sí, debe ser complicado enfrentarse, en soledad, a “un vacío / espectral parecido a la muerte, / pero sin metafísica”. 
De momento recuerda uno libros concebidos ante esa situación. De Carson, Glück y Olds, por citar a tres poetas del momento. Aquí el punto de vista es otro: quien habla es un hombre. Ya se lo recriminará alguien. Al tiempo.
Se abre con dos epígrafes. Del poeta polaco Zbigniew Herbert (de donde tomo el título de esta reseña) y del pensador norteamericano R. W. Emerson, que defiende la contradicción, tan humana y comprensible. 
Estamos ante una poesía del yo que, con ser íntima, no debemos calificar despectivamente de confesional, aunque a la confesión se aluda en su primer poema y no falten en el libro ni la emoción ni el sentimiento. Alcorta es un poeta de alcance, que ha leído, con criterio, y de ahí no puede salir un mero desahogo liricoide. Lo meditativo media. Por eso, la reflexión sobre la propia existencia acaba siéndolo sobre la vida de cualquiera. Ni siquiera es pertinente considerar todo lo expresado como materia estrictamente autobiográfica.
El lenguaje empleado es claro y sencillo. Lo natural impera. Se cuelan en los poemas ráfagas descriptivas, objetos cotidianos, situaciones comunes... Muy en línea con la tradición de la poesía contemporánea estadounidense, que Alcorta pondera. En un momento dado cita a Simic, por ejemplo. O a Brodsky, que, como el serbio, tampoco nació en un país que terminó por asimilarlos como poetas patrios. 
El primer verso del libro juega con la ironía, esa arma secreta tan necesaria para sobrevivir: “No soy partidario de airear mis equivocaciones / en el confesionario”. Más adelante leemos: “Lo hablaba con mi hermano la otra noche. / Achacábamos a la herencia genética / el origen de nuestra propensión / a desconectar emocionalmente / y a amurallarnos dentro de nuestro castillo interior / cuando no comprendemos lo que ocurre / a nuestro alrededor”. Y: “Al parecer, procedo / como alguien sin conciencia / que no presta atención a los detalles”. 
En los primeros poemas del libro (que van encadenándose, como anticipé) abundan las referencias religiosas pertenecientes a la moralidad católica (aunque no sólo) en la que casi todos hemos sido educados; así, el sentimiento de culpa, la mala conciencia, el remordimiento, la hipocresía, el arrepentimiento... “A veces rezo para que una fuerza invisible / me obligue a hacer cosas que no soy capaz de hacer / por mí mismo por falta de confianza, / a pesar de mi edad, ya avanzada”. 
El mundo externo no te importa, dicen quienes le conocen bien, “sólo las corrientes que fluyen hacia / el yo son capaces de desestabilizarte”. En momentos así se acentúa el “egocentrismo”, “un ingrediente imprescindible”. 
Hay miedo y desconcierto. “La porción de verdad / con la que alimentas los sentidos / se corrompe, igual que un pez / o un tiempo muerto, / al contacto con la realidad”. “Buscas afuera lo que tienes dentro / de ti. La travesía no está exenta / de peligro, pero estamos de paso”. “¿Qué tú es el verdadero?”, se pregunta. Constata que “el lastre de la memoria te impide avanzar”. “Parecen tus ojos inmovilizar / ese espacio vacío que queda entre una historia / del pasado y un lugar / indefinido del futuro, / entre una casa abandonada / y el hogar que ahora te acoge”. Porque “hay lugares para vivir que son vida / solo a medias”, “formas de vivir sin presente”, dice en el poema 11, uno de los esenciales del conjunto. Termina: “La realidad, a veces, crea en la mente / tal vacío que revienta los oídos”. 
Entre otras metáforas marinas (propias de quien vive a orillas del mar), encontramos en el poema siguiente la del escualo, ignorante de la ferocidad y el peligro que “la publicidad y la naturaleza” proyectan de él. “De igual manera esa mujer / que tienes en frente, a solo unos pasos, / ignora que sus gestos son un cebo / envenenado que mordisqueas / al compás de sus movimientos / aun sabiendo que será tu perdición”. Concluye: “no te das cuenta de que no eres / el depredador, sino la víctima”. 
Menciona Alcorta el “resentimiento conyugal” y en esa relación sentimental tóxica, digamos, el mal, ella, aparece metamorfoseado en serpiente que inflige dolor. 
Pero al cabo se reconoce el triunfo del amor, termine bien o mal, “Un pez resbaladizo”. Luego añade: “La inspiración para escribir sobre esto / no surge de las palabras, sino de los actos, / aunque ambos se concilien en la página”. Reconoce que “la vida en común crea / ficciones, rectas paralelas / que levantan fronteras infinitas, / un diálogo interior entre sordos”. Sabe de lo que habla. “No le des más vueltas. Guarda silencio”. Va hacia el “nuevo mundo”. “Palabras cada vez más distanciadas. / No había ya manera de entenderse”, leemos en el poema 15, otro de los fundamentales. “Tentativas, esfuerzos malogrados”.
Es obvio que el poeta cada vez concreta más y, a pesar de que el tono reflexivo permanezca, lo circunstancial y anecdótico, trascendido, cobra un especial valor.
Ella, “se olvida así de ti. Por propia voluntad”. Entre los “escombros del deseo”. Un deseo (léase el poema 17) que aún dura. En el siguiente, en pleno descenso a los infiernos, escribe: “Eres un hombre entre alimañas / y un monigote entre hombres”. Con todo, se acerca un renacimiento. Vuelve la luz, la belleza: “Por lo que sé, en momentos como este, / tiene el amor parte en el milagro”. El problema y, paradójicamente, la solución. 
Como en el verso de Gabriel Ferrater, mientras el mudo gira, ella duerme. Él se resigna “a pasar la noche solo”.  “Conservas restos de lujuria”. “Hasta que comprobaste que resultaba / imposible reanimar un cuerpo /inanimado”. 
El buitre [otra metáfora animal] “Contempla la agonía del guerrero / yacente, vencido, a punto de morir”. “El destino define / su condición”. 
Y llega el final, con cita de uno de los grandes poetas del amor, Pedro Salinas. Se constata que “Pudo haber sido / y no fue. // Como un papel en blanco”. 
Por suerte, el lector encuentra todo lo contrario, en sentido real, en este libro doloroso y dolorido. Tanto del que padece dolor como de quien lo causa. Un libro humano por demás. Y verdadero. 
 
Fotosíntesis
Carlos Alcorta
Prensas de la Universidad de Zaragoza. Colección La gruta de las palabras, Zaragoza, 2020

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital asturiana El Cuaaderno

20.1.21

Basilio en El Mundo


SALUD. EL MUNDO.
Profesionales sanitarios en tercera ola: "Estamos agotados, desgastados, aburridos y enfadados"

Cuentan con más medios y están mejor preparados que en la primera ola, pero en esta tercera, mucho peor que la segunda, los profesionales sanitarios están cansados de ver que la historia se repite y la gente no tiene conciencia de la situación

ANA MARÍA ORTIZ. MADRID

Cuenta Carlos Martín, jefe de Medicina Interna del Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres, que, durante la primera ola de la pandemia, 10 de los 11 neumólogos de su centro, vitales para el tratamiento de la Covid-19, resultaron contagiados a la vez. Seis de ellos precisaron de ingreso médico. Con los neumólogos fuera de juego, casi toda la carga de trabajo recayó sobre los hombros de los internistas. "Y aún así estábamos on fire, por así decirlo, como muy adrenalínicos, buscando información toda la tarde, conectándonos a conferencias con los americanos, italianos, franceses... Y esta vez veo, tanto a mis compañeros como a mí, un poquito más cansados. No físicamente, sino cansados de otra vez lo mismo".
Las palabras del especialista resumen la valoración general de los profesionales sanitarios a los que preguntamos por las diferencias de las tres olas de coronavirus con las que se han tenido que enfrentar hasta ahora. Cuentan con más medios, están mejor preparados, no les ha cogido con el pie cambiado, pero se encuentran "agotados", "desgastados", "aburridos" y "enfadados". "¿Para qué tanto esfuerzo si no hay conciencia? Ahora estamos viendo morir a gente que en realidad está muriendo por celebrar la Nochebuena y la Nochevieja. ¿La gente no va a tener cuidado de una santa vez? A mí eso me duele mucho", dice Carlos Martín.
"La principal diferencia en esta tercera ola es que hemos aprendido en cuanto al tratamiento de los pacientes. En la primera ola estábamos que si corticoides sí o no, antibióticos sí o no...", dice Sergio García Ramos, enfermero y portavoz del sindicato de enfermería Satse en Madrid. "El problema es que ahora el personal estamos en peores condiciones, cansados, agotados, con depresión... La gente no hace más que arrimar el hombro y reconocimiento estamos recibiendo poquito", se queja.
Basilio Sánchez es el responsable del servicio de Medicina Intensiva del complejo hospitalario de Cáceres. "En la primera oleada no estábamos preparados. No sabíamos el alcance de la enfermedad, no sabíamos hasta dónde podía llegar el número de afectados, no conocíamos el curso evolutivo de la infección ni hasta qué punto iba a afectar como enfermedad a los sanitarios. Fue una suma de circunstancias que nos mantenían muy tensos y con mucho miedo. Tuvimos una avalancha de enfermos que nos llevó a una toma de decisiones que siempre creímos prudentes, pero que se hicieron en condiciones de absoluto desconocimiento para mí que llevo 38 años en cuidados intensivos", explica el responsable de la UCI, donde se tratan los casos más graves.
"En la primera ola pensábamos que era cuestión de apretarnos los machos y trabajar al 110%. Duplicábamos turnos, las enfermeras adelantaban la hora de entrada al hospital, los residentes ejercían de adjuntos... Todos nos sumamos al esfuerzo. El mayor conocimiento de la enfermedad nos ha permitido relajarnos en ese sentido, pero estamos cansados, agotados. Los médicos y enfermeras de cuidados intensivos estamos acostumbrados a tratar con pacientes críticos y a estar sometidos a tensión, pero también a ver cada día enfermos distintos, sin la presión y sin el aburrimiento que nos produce tener que tratar sólo pacientes con neumonía Covid", añade Basilio Sánchez, quien trabaja en el mismo centro que Carlos Martín, el internista con el que abríamos este reportaje.
Ambos especialistas están en Extremadura, una de las regiones donde el coronavirus hizo menos estragos durante las dos primeras olas pero que ahora ostenta el récord de contagios a nivel nacional: 1.412 por cada 100.000 habitantes.
La pandemia está más extendida en su comunidad, pero la mortalidad es menor. Es una de las grandes diferencias que ha observado Carlos Martín en esta última ola, respecto a la primera: "Tuvimos 750 ingresos entre la segunda quincena de marzo, abril y la primera de mayo. La mortalidad fue del 24%, casi uno de cada cuatro. Y ahora ya llevamos 750 ingresados, y la mortalidad es del 16%, nueve puntos menos".
En esos últimos 750 ingresos cuenta todos los pacientes que han atendido desde septiembre, los que corresponderían a la segunda y tercera ola, que él considera una sola embestida de la pandemia. "Hubo claramente una primera ola en marzo, abril y principios de mayo. Luego bajó enormemente hasta no tener ningún paciente ingresado. Y luego comenzó la segunda ola que no ha cesado. En mi hospital nunca ha habido menos de 30 casos desde septiembre", dice.
La única explicación que Carlos Martín encuentra a este descenso de la mortalidad es que en la primera ola, cuando además no estaba extendido el uso de mascarillas, los fallecidos, fundamentalmente ancianos de residencias, podrían haberse infectado de varios focos a la vez. "En mi teoría, no lo sé seguro, es que en la primera ola en las residencias de ancianos el que te levantaba te infectaba, el que te daba de desayunar también, y tus compañeros también. Antes se contagiaban muchas veces y llegaban con mucha carga vírica", dice.
Otro cambio que apuntan los especialistas respecto a lo vivido en marzo de 2020 y la situación actual es que los ingresos son más escalonados. "En la primera oleada tuvimos el mismo número de casos que tenemos desde septiembre. Concebido como un tsunami que amenaza con desbordarnos, fue peor la primera ola. En el pico máximo de esta ola, que fue hace tres días, hemos tenido 112 ingresados y en la primera ola llegamos a 225", explica Carlos Martín.
"En la primera ola tuvimos en la UCI cuarenta y tantos, graves, ventilados; entre la segunda y la tercera llevamos ya 50 pacientes, pero en la primera ola los ingresamos en muy poco tiempo y estos 50 son desde el final de verano", lo secunda Basilio Sánchez, quien actualmente tiene ocupadas 12 de las 20 camas UCI médicas de su hospital.
Lo que no ha cambiado, desde el punto de vista de ambos, es la agresividad del virus. "Como la segunda ola fue más floja pensamos que podía venir atenuado. Ahora estamos viendo que no. Hemos tenido hace poco un paciente que ha fallecido al tercer día de estar en la unidad con un fracaso multiorgánico. El virus se ha comportado de manera tremendamente agresiva, igual que en la primera fase", dice Basilio Sánchez.
Les preguntamos si no tienen la sensación de haber vuelto al principio casi un año después. Ambos médicos mencionan la vacuna como antídoto ante ese pensamiento. Carlos Martín se la puso el martes pasado. "Y me siento fenomenal. Lo que me mueve a la esperanza es la vacuna. Ahora, si no fuera por la vacuna o la vacuna no funcionara no sé qué íbamos a hacer. El confinamiento solventó la primera ola, pero no sé si es factible económicamente un segundo confinamiento. Tengo todas mis esperanzas en que no vamos a volver al principio".

19.1.21

DOLOR

Juan José Ventura, de El Periódico Extremadura, me pidió un texto sobre "el dolor" para el Anuario. ¿Por qué? Todo parte de un excelente poema de Basilio Sánchez, "Láudano" (que copio al final), tan acorde a la situación pandémica que sufrimos. Invitaba a distintos escritores a centrarse en algunas palabras del mismo (alegría, herida, luz, extranjeros, pájaros, dioses...) y escribir un breve texto. Me tocó ésta. 



Si de algo no se puede hablar en abstracto es del dolor. Ni del físico, que nos acompaña desde que nacemos (en el parto natural lo hay), ni siquiera del, digamos, espiritual, tan frecuente también y tan temprano en la vida de la inmensa mayoría de los seres humanos. Ese que duele sin doler. O que duele sin causa orgánica aparente. El del alma. 
Dos son las acepciones del diccionario de la Real Academia Española acerca de la palabra “dolor”: “sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior” y “sentimiento de pena y congoja”. Sus tipos, lógicamente, son innumerables. 
Mi trato con el dolor es, como el de todos, remoto. No importa la edad. El dolor no entiende de décadas, lustros o años. “Su dolor era antiguo, como el mundo”, dije acerca de alguien en un verso. Está en nuestra memoria prehistórica, se podría decir, en lo más profundo de las cavernas donde habitamos, a oscuras, hace milenios. En él se fundamenta la religión en la que fui educado: Cristo muere dolorosamente en la cruz para salvarnos. Antes ha pasado un calvario.
El dolor es consustancial a las guerras que se han sucedido a lo largo del tiempo y, por ello, inseparable de la Historia. Qué decir de su uso para torturar por razones de todo tipo. Es, por traerlo a la actualidad, el pan nuestro de cada día en esta pandemia que asola el planeta; un dolor soterrado, propio de la soledad del confinamiento y de esta existencia impredecible y en suspenso. También el mal común de los que se ven obligados a huir de su país de origen, con el dolor a cuestas, para subsistir. 
Pero más allá de las elevadas palabras y, con ellas, de los elaborados conceptos, el dolor es un sentimiento cotidiano que nos vincula como pocos a nuestra humana condición. Que, en suma, nos humaniza. Por igualación. A hombres y a mujeres. De ahí que empezara afirmando que, en rigor, no es posible referirse a él en abstracto. Puestos a concretar, para uno el dolor empieza con las jaquecas que sufrí desde que era un crío, asociadas a situaciones de tensión. Dejé de padecerlas el día que descubrí que un par de pastillas efervescentes podían conseguir que el malestar cesara. Hasta que llegó ese momento, un dolor intenso localizado en la parte derecha de mi cabeza, centrado en el ojo, persistente, capaz de revolverme el estómago, que me obligaba a buscar la oscuridad o la penumbra, me persiguió durante años. Un pequeño suplicio no por ordinario menos agobiante. El dolor real, sí, pero también el que se anticipaba, el que temía que llegase cuando menos falta hiciera: la víspera de un examen o de una excursión a la sierra, en una ceremonia familiar o escolar, durante un viaje... Luego, como le ocurre a cualquiera, han sobrevenido otras molestias. Pasajeras o estables. Porque el dolor, bien lo sabemos, está asociado a la enfermedad, otra fiel compañera de periplo, y rara es la que no lo tiene como síntoma añadido. Sin embargo, a pesar de padecerlo con asiduidad, nunca llegamos a acostumbrarnos a él. Hipocondriacos o no. Siempre desconcierta, del más leve al más agudo (ah, los umbrales), por más que el sabio acervo popular (con su dosis de humor o de ironía) nos indique que, a cierta edad, de no tenerlo, uno está muerto. Acaso para contrarrestar su poder, decimos que nos fortalece. No lo creo. Más bien nos desarma aún más, frágiles criaturas al pairo. Qué decir de los que lo padecen como crónico. O del que acompaña a ciertas dolencias que hasta nos da miedo nombrar.
Paradójicamente, el dolor también puede ser fuente de placer. Como perversión, se matiza. Para los sádicos que lo infieren a otros (e incluso a sí mismos) y los masoquistas que lo admiten con gusto. O medio de mortificación para fieles de muchas religiones. Tan versátil resulta.
Nos movemos hacia el dolor, dijiste”, escribí al principio de un poema titulado “Los muertos”. Los míos, los más cercanos. Se trata de una aseveración que tomé de alguien, pero no recuerdo quién. Poeta, a buen seguro. Me temo que ese es nuestro sino. Hacia un dolor preciso, esto es, del cuerpo, y, ante los secretos dolores del alma, que suelen tener más difícil diagnóstico y un tratamiento no siempre farmacológico. Los que no obedecen a dolencias mentales o psíquicas susceptibles de ser tratadas con medicación. De esos dolores sabe especialmente la poesía. No es la única vez (de hecho ya he anotado dos) en que uno ha abordado el espinoso asunto del dolor, una palabra habitual en mis libros. De cuantas la he utilizado, tal vez sea en un breve poema “Ventanas”, de El cuarto del siroco, donde más lejos llegué en el intento de expresar con lo mínimo aquello que para uno significa. La imagen es corriente. Cualquiera que haya pisado un hospital habrá podido comprobar lo que señalo: “Sobre el cristal, / los rastros de las frentes / que al pasar / aquí depositaron su dolor”.  
Basilio Sánchez, que es poeta y además médico, de una especialidad en los límites, dice en “Láudano”, el sutil, hondo poema que da origen a esta reflexión: “El dolor verdadero, / igual que la alegría verdadera, / forma parte de un patrimonio íntimo /que no nos es posible compartir”. Es verdad. Estamos ante una herida invisible. “En el dolor no hay pájaros. / Sólo dioses hablando con los dioses”.
 

LÁUDANO

No hay azafrán ni clavo,
no hay canela ni vino para el láudano.
El dolor verdadero,
igual que la alegría verdadera,
forma parte de un patrimonio íntimo
que no nos es posible compartir.

No he paseado nunca con mi herida
por ninguno de los jardines que conozco.
La herida es el eclipse que revoca la luz,
la herida es la distancia
que nos convierte en extranjeros.
En el dolor no hay pájaros,
Sólo dioses hablando con los dioses.


Ilustración: "Anciano en pena", Vincent van Gogh, 1890.

16.1.21

Pureza Canelo, antológica

Ya he dicho más de una vez que la de Pureza Canelo (Moraleja, Cáceres, 1946) es una poesía genuina y singular como pocas y que su trayectoria ha sido una de las más coherentes y arriesgadas del panorama lírico español de entresiglos. Su completa entrega a la poesía, su misterioso fervor hacia ella, destaca en un mundo caracterizado por la prisa, el interés y la vanidad. Pasión édita, por parafrasear (a la contra) uno de sus títulos. 
Desde que ganara en 1970 el premio Adonais con Lugar común, ha publicado, entre otros, Celda verde, El barco de agua, Habitable (Primera poética), Tendido verso (Segunda poética), Pasión inédita, No escribir, Dulce nadie, A todo lo no amado, Oeste y Retirada. (Si alguien quiere profundizar en su vida y obra, puede acceder al Archivo y Biblioteca de Pureza Canelo, donado por ella en 2007 a la Diputación de Cáceres.)
2020, un año sin duda maldito por culpa de la pandemia de la covid 19, fue sin embargo pródigo para la extremeña afincada desde su adolescencia en Madrid. En libros, cabe matizar. Dos han visto la luz. Y los dos en su tierra. "Todo lo poco mío irá siempre para los míos. Oeste es mi patria, rememorando a Rilke", ha escrito. Ambos son antológicos. En su doble sentido. 
Uno, Poemas y otros nidos, se ha publicado en la Editora Regional de Extremadura. El otro, Palabra Naturaleza, en la colección Voces sin Tiempo de la Fundación Ortega Muñoz. 

Poemas y otros nidos
es un libro, sobre todo, bonito. La espléndida a la par que sobria edición va ilustrada con dibujos y pinturas de la propia autora, de su hermano, el pintor Luis Canelo, y de José María Muñoz Reig. Además, hay fotografías de la poeta: dos retratos tirados por Luis Méndez. 
El libro se abre con un preliminar de la moralejana, "¿Pero quién se había inventado todo aquello?". Raro en su bibliografía, parca en noticias autobiográficas ajenas a la propia escritura poética. Antes, una fotografía coloreada de su casa familiar, que fue derruida hace unos años, aunque podamos verla todavía gracias a las fotografías recogidas en el blog Wunderkammer (Cámara de maravillas). En la última imagen de esa serie se la ve a ella escribiendo en "el cuarto de la inspiración", aquel "territorio comanche" donde, con su inseparable hermano y sus amigos, cultivaba la poesía, la música y la pintura. Años 60. Jóvenes "cultos", estudiantes en internados de Madrid (como los Canelo), Salamanca o Cáceres que volvían cada verano para pasar sus "largas vacaciones" en "aquellos lares del norte de la provincia de Cáceres", "junto a la Raya y a tiro de Sierra de Gata". En esa habitación, dice, "hacíamos nido" (téngase en cuenta el título del volumen). "Vivir. Vivirnos. Soñar". 
"Este libro recoge algunas de mis pinturas de aquel tiempo y una selección de poemas escritos posteriormente que rememoran el latido de aquella adolescencia apasionada. Y todo esto visto desde el hoy. No hay trampa en esta reunión, es lo circular de lo sensible en río de escritura y existencia que, junto a unos cuadritos inocentes, ordeno aquí como nueva obra de entrega creadora". Algo, por cierto, que sirve para esta obra y para cualquiera que emprenda Canelo, tan rigurosa y exigente en todos sus empeños. 
En aquel cuarto, Luis pintaba y Pureza escribía. "Hablábamos poco". Al fondo, la música. Serrat y Paco Ibáñez, casi siempre. 
La muestra comienza con "Vámonos a encontrar aquellos árboles nuestros", largo poema escrito entre el verano y el otoño del 70, publicado un año más tarde en Lugar común y dedicado a su querido, cómplice hermano. "Y te digo: / hay que volver, Luis, a lo de antes". "Hay que volver, volver". Allí, "los paseos por Moraleja", "nuestro río del verano". "Tu pincel vive del verano, y mi verso también". (En muchas ocasiones, Canelo ha confesado que casi toda su poesía está escrita durante sus tórridos estíos extremeños.) "Yo no llevo pena por no haber conocido / lo contrario a lo que vivimos", leemos en ese poema esencial. 
Vienen después "Poemas y otros nidos". En la página par, el cuadro o la ilustración correspondiente (por ejemplo, cubiertas de sus libros coloreadas por Muñoz Reig o con dibujos añadidos por ella); en la impar, los poemas. El orden de estos es cronológico y, ya se dijo, seleccionados en función de los recuerdos. Versos centrados en la infancia, el lugar, el verano o el paisaje, pero también en la escritura. La metapoesía, por decirlo más pomposamente. "La creación", término que ella prefiere. El ojo que, a través de la mirada, con asombro, se transforma en palabras con sentido. Eso sí: "No lo olvidéis / a contra moda escribo". "A contra moda vivo". Y: "No muevas el secreto de la poesía". "Ni en sueños salta / el secreto de la poesía. Jamás". 
No, no faltan las alusiones a "Mi oeste". "En el oeste / de mi estirpe".
En el poema final homenajea a su maestro Juan Ramón. Luego, una precisa bibliografía y una amplia nota biográfica abrochan este florilegio que, más que eso, parece un nuevo libro. Ideal para iniciarse en la poesía de Canelo. 

Palabra Naturaleza
, y perdón por la confidencia, surge de una solicitud realizada por Jordi Doce y por mí para que seleccionara poemas de su obra relacionados precisamente con la naturaleza, principio que subyace en la colección que dirigimos para la Fundación Ortega Muñoz. Como acabo de señalar, eso no dio en una antología al uso, sino en un libro que ella incluye como tal en su bibliografía. 
La cubierta reproduce un cuadro casi metafísico de Godofredo Ortega Muñoz. A veces una determinada ilustración puede convertirse en el primer poema de un libro. Esta anticipa un territorio concreto. Al oeste. Porque ese es el paisaje natural y el espiritual, si cabe tal distingo, de Canelo. Una suerte de poética. Moraleja. Extremadura. "En el lugar que más nací". 
En el prólogo, "Aproximación impura" (que no deja de ser un poema más), con una cita suya al frente: "La naturaleza desvela alguna verdad de la poesía pero explica ahora qué es la poesía", escribe: "Y no se sabe si ha sido la Naturaleza quien me ha llevado a la Palabra o esta a la otra. Las dos reinan". Más adelante añade: "Desde mi adolescencia quise a la tierra y a la escritura. Así fue el círculo de existir." Se pregunta: "¿Qué será Palabra Naturaleza?" Y se responde: "Aquí reunidas en aproximación de un núcleo biográfico a otro de la emoción llamada inteligencia. Acercamiento poliédrico a espacios naturales desde estados poéticos en un diálogo, si se diera, incorporando variación de temas y formas en sus inflexiones, debilidades, semejanzas". Y otra pregunta: "¿Qué será Palabra Naturaleza?". Y otra respuesta: "Vaivén en el relieve de lugares y vocablos que acechan. La duda: esta selección unívoca de Palabra Naturaleza anda en la jugada del laberinto al treinta". "La poesía es asunto del cosmos", afirma. Y: "Palabra y Naturaleza reinan por sí mismas. La Naturaleza está ahí y la Palabra hay que buscarla para ella". Después: "Naturaleza y su poder de presencia, Palabra y su constante provocación. Estos textos reunidos les piden respeto y humildad entre ellas". Luego confiesa: "he rendido los pasos temporales en lo telúrico y he cogido del frutero mayor de vocablos. Buscar y volver. Mano y boca. Saciar y no. El deseo de encabalgar la poesía. Aquí o allá. En infierno o cielo". Concluye: "La poesía de creación se mueve de un centro a otro que la hace inagotable buscándola, buscándonos. El verso dice llueve sobre el campo y no está lloviendo, o la naturaleza puede ser noche cerrada y decir mírame en colores sin límite: lo que es circular posibilita el canto y ofrece su mejor ocasión". Una pregunta final: "¿Qué será Palabra Naturaleza?". Y la respuesta definitiva: "Una torre de exigencia quiere alzar lírica y territorio. Fusión de ángeles. En ese afán he jugado cartas, dudas, desolación, estaciones. Os abro la puerta".
El orden de los poemas es también cronológico. Se abre con el mismo poema que Poemas y otros nidos: "Niñez ayer": "Mi primer poema /  lo dediqué al junco, / a la veleta en el horizonte, / a mis perros que ya corrían para alcanzarme / y morder de mi gaviota".
Pronto, "Palabras con Luis": "Veo la tierra / como una inmensa larva. / La tierra gestando / y los mares y el cielo se entretejen / a punto de nacer".
"[Él es un troco sobre el río]" finaliza: "La poética es un nombre (vuelta a empezar) y basta. / Nada creo, pero estos campos quieren revivir / el sábado de frutas / para atender la escritura en su carne".
En "Poema de los ojos distantes" leemos: "La palabra en mi terreno / va encendida de otra manera / a la contemplación que divide sus signos".
Siguen poemas tan significativos como "Maíz", "Estrellas", "Árboles, árboles", "Hojas, hojas"... En "Querido libro": "Pero al Sol, contigo, quiero vivir. Y haré lo que las lavanderas en el río. Frotar la tela con la piedra para tenderla en los juncos que van del puente a la muralla, de la muralla a la huerta, de la huerta a la casa reciente y de la casa al astro que hoy me ordena escribirte, amor". Y en "Su casa" (con el epígrafe "en la dehesa del lago Borbollón"), donde casa se escribe con mayúscula inicial, empieza: "Una Casa / en luz de agua dulce. / La pasión con sus Ojos / limpios de la voz / en el rostro de los años construidos". Y continúa: "Allí Leonor Gutiérrez superior a los sueños / maniobrando con todas las estaciones / de los hijos habidos y por venir. / La distancia es llegar a esa Casa / extremada y mía aunque esté cumplida / de esperarla". Y: "Tórtolas y encinares bebieron / de las aguas donde mi juventud / pulió su instinto para hurgar / en la dehesa o palabra / de un despertar al mundo". Y al final: "en la Casa donde hay un lugar para el mendigo / mi creación, una roca, lumbre, / todo lo que yo he sido hasta llegar aquí". 
Como en el otro libro, selecciona poemas como "Crepúsculo y tú", "Madera" ("Son mis debilidades los fresnos, el olivo, la encina, el alcornoque descorchado") o "Bicicleta". 
"Hable el aire", dedicado a Claudio Rodríguez ("Escribimos poco, Claudio"), es otra composición fundamental. "Escribir estas cosas apenas significa / convencimiento para que yo recupere / la estima de conjugar poesía". "La poesía que sale de esta mano / es babel menor, menor".
Con "Al fin todo desaparece" termina "La tiniebla". En "De la belleza, su vuelta", de nuevo el río: "No me oye. / Un río viene / de una boca en la altura / pasa cerca de la casa / donde escribo y vivo. / No le hago falta".
En "Intemperie 2", leemos: "El encinar, serenamente / no traiciona nunca". Y: "El encinar, ensanche / plaza del ser, / vereda de mí". 
En "Rama al amanecer": "El aire no se serena / nunca. / Quien dijo lo contrario / trazaba afirmación / tal vez perplejo / de todo confín. / En la certeza / soberana / del engaño". 
En "Rama al sol" vibra el verano, su flama: "Al fondo / la planicie / y más tú".
En "La señal", la trilla. Lo rural como mundo perdido que, sin embargo, salva la palabra: "Trilla ya no existe, sí el rescoldo de aquel sol aplastado en el suelo, sobre una madera con guijarros blancos incrustados, gira y gira mi cuerpo adelantándose al pan". Como en "Mundos": "Con parecido afán empecé a escribir en papeles pequeños mal arrancados. Más tarde supe robarlos del despacho del padre. Después no sé qué pasó. Sigo abrasada en ellos". 
Sí, como leemos en "Abandonados", "La poesía se cuela por lugares extraños". "Ahí". 
El primer verso de "Hiedra" (de nuevo la casa familiar): "Lo más nombrado en mi escritura". Más allá de la muerte: "Este breve texto sigue en hiedra. Levanto la cabeza y ahí está salvaje, pausa no existe. Cuando un día esta mano deje su pulso ella seguirá". 
En "[Madre]" (la nombrada Leonor Gutiérrez), "No conozco otoño sin memoria". 
Y más Oeste: "Nombres de pueblos": "Nombres de paraísos no inventados han venido a / visitarme, hermosos han llegado a la boca".
"[Tantas veces]", otro poema clave. Esencial para comprender su libro Retirada: "En la retirada me muevo ya como pez que conoce los secretos de las algas para el ocultamiento y segura desaparición". "De este buscar has llegado a contemplación, contemplación finalísima". 
Y amaneceres y atardeceres. Elementos. En "[Inmensidad]": "La materia, Dios mío, la materia". Y la cal: "Sobre la cal el sol se estampa". "Y la cal en noche, la ceguera como luz. Una y otra son vivir. Noche y día pertenecen a un golpe de cálculo lírico". 
"Naturaleza desolada", una sección en sí misma, reúne poemas inéditos en libro. Cuatro de "Ventana a la muerte", que se publicaron en el número 451 (diciembre de 2018) de Revista de Occidente, y seis de Aire donde estuvo una casa, incluidos en Habitable [Antología poética, 1971-2018], Renacimiento, 2019. Allí leemos: "No es bueno escribir y llorar. Nublas cielo y tierra".
En un momento dado, Pureza Canelo declara: "Lo que dice la poesía, la que manda, y no podemos hacer más". Me parece un verso adecuado para ejemplificar lo que significa esta poesía personalísima y radical, en el mejor sentido. Para ella y para sus lectores. "Mundos de ayer revierten unidos. Es mi única verdad. No se busque otra luz. Ni se mezclen lectores intrusos en una escritura rendida a lumbre: los que dicen la poesía es difícil, no se entiende, según el cerebro de la soberbia y la oquedad de la ignorancia. A esos los quiero fuera de mi vista". Lo dijo en "Mundos". Estamos avisados. 

Poemas y otros nidos
Pureza Canelo
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2020. 70 páginas.
 
Palabra Naturaleza
Pureza Canelo
Colección Voces sin Tiempo, Fundación Ortega Muñoz, Badajoz, 2020. 97 páginas.

NOTA:  Esta reseña se ha publicado en la revista digital asturiana El Cuaderno.