"La verdad es que nunca me han gustado (ni me he creído) demasiado las listas de fin de año, ese injerto del mundo del deporte o la competición que tan mal casa con los ritmos y las necesidades de la lectura, pero no puedo negar (¡viva la contradicción!) que me he llevado una alegría al ver que mis dos últimos trabajos como traductor de poesía han logrado colarse en algunos de estos inventarios", decía en su blog hace poco mi amigo Jordi Doce. Lo mismo le ha pasado a uno cuando se ha visto mencionado no en las listas de éxitos de los grandes suplementos sino en el top ten personal del escritor Fernando Aramburu. Es otra cosa, sin duda. Gracias. Se trata de un humilde pero significativo y privado honor. Más en tan excelente compañía. "A nadie -añadía el bueno de Jordi- le amarga un dulce y me alegra que por una vez el viento haya soplado en la dirección de libros a los que uno ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo". Por sobrio y muy poco dulcero que se sea.
31.12.12
Un barómetro
Este es el barómetro de Metroscopia que publicaba ayer El País. Sobran los comentarios. Vean, comparen y que cada cual saque sus propias conclusiones.
29.12.12
Vida de poeta
La vida dañada de Aníbal Núñez. Una poética vital al margen de la Transición española, último libro del polígrafo y profesor de la USAL Fernando R. de la Flor, publicado por Delirio, es una biografía del poeta salmantino que en realidad no lo es. Porque es mucho más, seguramente. O porque no es una biografía al uso o por otras razones que sólo quien lea la obra podrá justificar de manera cabal. Escrito con un poderoso lenguaje barroco, con 694 notas a pie de páginas (necesarias, por cierto, más allá de la mera referencia bibliográfica), R. de la Flor, que es ante todo un ensayista (uno de los más singulares y atrevidos del panorama patrio: un verdadero raro), recorre lo que él denomina un "camino" a lo largo de veinticinco años, los que van desde marzo de 1987, cuando muere de forma prematura AN, hasta marzo de 2012, cuando lo da por concluido. Un camino, cabe precisar, largo y complejo, que sigue a tientas, es decir, a golpe de pensamiento y, claro está, apoyado en los recuerdos ("habla, memoria") con la intención de "entender mejor a quien no supo entenderse", sin perder de vista lo que dijo Kierkegaard: "El acto de amor de recordar a un muerto es el acto de amor más desinteresado, libre, fiel". Desde el primer momento se considera un "testigo". Debidamente disfrazado, añadiría: apenas es notada su presencia, por más que reconozca que, al escribir la vida de alguien, la autobiografía, el espejo, se interpone sin remedio; más si, como hace al caso, el biografiado fue amigo suyo y vivió junto a él en su misma ciudad. También desde el principio, por lo que de inabarcable tiene cualquier vida, se constata que lo más importante es acaso "lo que no he escrito".
A intentar desvelar el "caso Aníbal Núñez" dedica R. de la Flor 370 apretadas páginas en lo que no deja de ser, en lo que a uno alcanza, el más serio y perspicaz de los acercamientos al autor de Alzado de la ruina.
Ecce homo, este es el hombre, nos dice De la Flor, un "gran solitario", un "aguafiestas", un nihilista, un resistente, "intempestivo", un tipo de machadiano aliño indumentario (pana, trenka), sobrio, ascético y austero como dicen que eran los de su tierra castellana, de vida errática y dañada desde muy pronto, de quien nunca se escuchó queja alguna, hombre de secretos, maldito a su pesar (nunca hizo, como los Panero o los Haro alarde de ello), impecune (no trabajó nunca), diagnosticado en la mili de "esquizofrenia motora" (no podía mantenerse quieto en la formación), dromómano, paseante giróvago por su ciudad perdida (la Plaza Mayor, el Tormes, los barrios de las afueras), sin domicilio conocido (salvo su cuarto, en la vivienda familiar de Avenida del Líbano), atleta, valiente y pendenciero (defensor del cuerpo a cuerpo), muerto en vida (Torrente Ballester lo dedujo por su mirada), un "sospechoso", hechicero y conocedor del herbolario, drogadicto hacia dentro, fantasma a última hora, al que le pudo el malestar, que jamás se adaptó a los tiempos del cambio, de la famosa Transición, un hombre a contratiempo, nostálgico de un fascismo "dulce", franquista, maternal y ordenado (aunque cueste decirlo), de una vida burguesa y confortable, nunca un "socialdemócrata feliz", ni un ácrata, ni un revolucionario, ni un pasota, ni alguien, en fin, de la contracultura (todavía se recuerdan sus agrios enfrentamientos, policía mediante, con Agustín García Calvo, pope de aquella rebelión inútil), retirado de la palestra, cristo de unos pocos discípulos (el Gavioto, Adares...) que le tenían por ese ser superior que tal vez fue, místico sin conciencia de serlo, hijo del desamparo, ser silencioso. El mismo que empezó siendo una joven promesa de la poesía española ("él era el poeta"), que publicó su primer libro (en solitario) en Ocnos nada menos (de la mano de Vázquez Montalbán que, según dicen, se refirió a él, más tarde, como el "bárbaro Asdrúbal"), el amigo y casi hermano de Ullán (qué diferentes sus trayectorias), de una clasicidad poética que, paradójicamente, le ha convertido en uno de los poetas más modernos de España. (Será que, a pesar de todo, uno no puede negar su época.) Dotado con el "genio" del lenguaje, se negó a ir más allá, a romperlo o a jugar con él, y por eso no puede ser calificado como un poeta transgresor o vanguardista. De "patética ingenuidad" (Mainer dixit), atacó la operación Novísima desde las páginas de la todopoderosa revista Triunfo antes incluso de que Castellet publicara su famoso florilegio. La condena fue eterna. O eso creían. De éxito (un decir) póstumo, llegaron Las ínsulas extrañas y la antología de Cátedra y... Nunca de moda y, por eso, siempre actual. A quien poco o nada ayudó que la generación (con perdón) siguiente a la suya, la de los Ochenta, le negara también, salvo contadas excepciones, el pan y la sal (sí, recuerdo aquel poema suyo en Fin de Siglo). Poeta de estirpe romántica; del Romanticismo alemán, sobre todo. Melancólico, elegiaco y meditativo, poeta de las ruinas, por el lado inglés (y por el de nuestro Siglo de Oro, of course). Sin posibles herederos, porque su poesía es única; si acaso, mi admirado Felipe Núñez, uno de sus mejores amigos (gracias a él lo traté). Juan Antonio González Iglesias alude a él como "clásico" en el prólogo a Selva de fábula donde "resuenan", sí, los versos de Aníbal Núñez. "Escribir no es vivir", dejó escrito el poeta. Y su biógrafo afirma: "La escritura no le sirvió". De la Flor advierte acerca de la "despoetización" de AN, alguien que en sus versos se niega a sí mismo en un arriesgado y hasta temerario ejercicio de prestidigitación simbólica. Con todo, no se pretende en la obra acercamiento filológico alguno, ni análisis poéticos, si bien esa presencia sea, cómo no, ineludible. Se desdice en parte, eso sí, De la Flor de aquella afirmación suya y de Esteban Pujals (en el prólogo a la poesía completa de AN publicada en 1995 por Hiperión) sobre su condición de poeta del lenguaje (algo que insinué más arriba). Sin embargo, añade uno, que tampoco cree que esa fuera su prioridad lírica o su marca poética o, por fin, la clave de su tono inigualable, hay que reparar en su distorsionada, particular sintaxis (fundamental en poesía, como en todo) para calibrar y llegar a comprender donde habita buena parte de su razón de ser. Porque estilo es el hombre.
Pronto, muy pronto, AN renunció a hacerse un nombre, a hacer carrera. Nunca fue un literato. En un año, 1974, su annus mirabilis, escribió prácticamente cuanto publicó en los años siguientes, su poesía completa. Fue cosmopolita sin querer y antiviajero (a pesar de que Estampas de ultramar parezca desmentirlo). Apenas salió de sus "murallas cálidas". Deliberado "poeta provinciano" (menos provinciano, en rigor, que la mayoría). Una vez fue a París, lo más lejos que fue. Uno se encontró con él en Plasencia (donde dio una conferencia sobre "El Cristo de Velázquez", de Unamuno) y en Montánchez (en un encuentro que pareció lo contrario: una batalla campal). Como dijo Luis Felipe Comendador, uno le "respetaba y le admiraba de lejos". Por el Corrillo, por la plaza... Nunca he dejado de leer su poesía y le tengo, a mucha honra, por uno de mis maestros. De ahí que haya leído la biografía de R. de la Flor con un entusiasmo poco anibaliano. Su biblioteca, por ejemplo, se clausuró en 1975, doce años antes de su muerte en la sexta planta del Clínico de su "ciudad letal", de entonces no se sabía muy bien qué, de un fallo multiorgánico, pero en realidad de sida.
Adelantado del ecologismo (echaría siempre de menos un mundo ameno y rural que terminaba) y de la concepción espacial de la poesía y de la vida, de la noción de lugar, una idea capital en la filosofía postmoderna, los capítulos dedicados a Salamanca, a su Salamanca me han parecido estupendos, sobre todo porque R. de la Flor posee amplios y fundados conocimientos de arte, arquitectura, urbanismo, psicología y, ante todo, de filosofía (se cita con frecuencia Sloterdijk, por ejemplo), lo que añade al conjunto una riqueza que las biografías al uso no alcanzan. No abundan aquí las anécdotas. Se atiende sólo a las categorías.
En un giro inesperado, Fernando R. de la Flor, al final de su camino, se pregunta si a la postre Aníbal Núñez no fue, a pesar de todos los pesares, un ser feliz. Sospecha que AN vivió dos vidas: la ya descrita a grandes e imprecisos rasgos (aquí), la de la presunta biografía que todos manejábamos antes de leer este libro, y la otra, preservada para sí, hacia dentro, en la que el poeta salmantino se salvó del mundo y de su mayor peligro: él mismo. Acaso por eso nunca dejó de sonreír.
28.12.12
La caja de Trapiello
Andrés Trapiello, tantas veces acusado de reaccionario (y cosas peores), se pone de nuevo a la vanguardia, mal que le pese, y abre una caja en su blog para que sus lectores se suscriban o donen dinero por leerlo. En su entrada "Mucho y poco, poco o mucho" escribe: "Desde hoy figurará aquí al lado una caja (alguien verá acaso en ella el platillo del zíngaro, del juglar, del artista ambulante, y también tendrá razón), donde los lectores que quieran puedan dejar lo que consideren oportuno, poco o mucho, tasado por su discreción. Me parece bien que cada cual quiera vivir de su trabajo, si este es honrado, y buscar el modo para seguir haciéndolo como hasta ahora, libre de los patrocinadores y de la publicidad, y no hay mucho más que añadir a esto. Si lo que lees cada día en esta página te gusta y consideras que debe ser retribuido para hacerlo posible, te lo agradeceré. Habrá también, supongo, quienes piensen que no van a pagar por aquello que seguirá dándoseles gratis o que está fuera de lugar pedirlo o que crean que tampoco vale tanto como pagar por ello. ¿En este caso qué podría hacer yo, sino encogerme de hombros y seguir mi camino? Quede esto entre nosotr*s, nada más".
Hoy, día de inocentadas, vuelve sobre el asunto en otra entrada, "Inocentes del mundo entero", aprovechando su relectura de las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo: "¿Qué quieres decir? ¿Ganarme el pan o merecérmelo? No merecer el pan, ser indigno de él, es un delito, pues todo hombre es digno de su pan. Pero ser incapaz de ganarlo, mereciéndolo, es una gran desgracia. De manera que si lo que me estás diciendo es «no eres digno del pan que comes», me estás insultando. Pero si haces la justa observación de que no siempre lo gano, que a veces no lo tengo, tendrás razón, pero en ese caso, ¿qué sentido tiene la observación? Si lo que dices es sólo eso, no me lleva a ninguna parte".
Uno sigue dándole vueltas a la idea.
La casa del poeta
De José María Gabriel y Galán, en Guijo de Granadilla, que puede ser visitada, virtualmente, aquí. Por cierto en la página en cuestión se le antepone el "D.", por si a alguien se le hubiera olvidado el tratamiento. Debe ser el único poeta al que se le trata de usted con ese reverencial respeto, al menos por estos lares. Bueno, a Machado también se le suele llamar don Antonio. Cosas de maestros. Antiguos, por supuesto.
27.12.12
Política y escuela
"El lenguaje lo aclara todo, y lo denuncia todo. ¿No sería un milagro
tener una “escuela” excelente teniendo los Gobiernos y Parlamentos que
tenemos? Es decir: hablando como hablan. Cualquier indicio cultural está
férreamente excluido del lenguaje de nuestros políticos, quienes con
saña y entusiasmo se dedican a elogiar a los propios y a vituperar a los
ajenos con metáforas toscamente futbolísticas, cuando no con giros
verbales que denotan un viraje, pero hacia atrás, en el sentido de la
evolución humana. ¿Y no sería igualmente taumatúrgico gozar de una
“escuela” amante de la razón y de la argumentación cuando, en la escena
del tercer poder, comprobamos la retórica literaria de nuestros jueces,
por lo general un galimatías de tal envergadura que parece que
Aristóteles y Descartes no hayan existido? Toda arbitrariedad es posible
—aun no queriéndola— cuando uno no sabe lo que se dice, el único gran
estilo que circula por nuestra “vida pública” y que hace cómplices a
gobernantes, legisladores y magistrados.
Es, por así decirlo, el estilo tertuliano, basado en el grito, el
sarcasmo y la impunidad. ¿No sería, por eso, igualmente mágico que
tuviéramos una “escuela” intelectualmente rigurosa en un país
literalmente cautivado por las tertulias radiofónicas y televisivas, las
cuales, con pocas excepciones, son ollas de grillos en las que triunfa
el más gritón, o el que se figura más gracioso, o el que aspira a mayor
impunidad? Lo más llamativo de este predominio del estilo tertuliano
sobre el estilo crítico es que el contagio, lejos de circunscribirse a
la “vida pública”, ha alcanzado también, y de lleno, a la “vida privada”
y, en consecuencia, el sectarismo, la parodia y la miseria cultural se
han convertido en moneda de uso corriente". Rafael Argullol, "Sin crítica no hay libertad". El País.
26.12.12
Actos de La Puerta de Tannhäuser
Hoy, en el Aula Verdugo, a partir de las 19.00 horas, se estrena en Extremadura el documental inédito 'Buñuel y su Orden de Toledo',
con guión y dirección de Jesús Fernández. El acto está organizado
por la librería-café La Puerta de Tannhäuser con la colaboración del
Ayuntamiento de Plasencia.
Aprovecho para recordar que mañana, a las ocho de la tarde, ya en su local de la calle Zapatería, presentamos La vida dañada de Aníbal Núñez. Una poética vital al margen de la Transición española, la biografía del poeta salmantino Aníbal Núñez escrita por Fernando R. de la Flor y publicada por Delirio. Ahora que he terminado de leer la obra, puedo afirmar con conocimiento de causa que se trata de un libro excepcional por muchos motivos que intentaré, claro está, explicar allí; sobre todo, sí, para quienes conocimos a Aníbal o nos consideramos lectores suyos. Para los que ni una cosa ni la otra, no es ésta una mala introducción.
24.12.12
23.12.12
Otro libro del año
"Para mí, el mejor libro del año
es el que hemos editado en Solidaridad Plasencia. Sí, sé que soy
parcial, y sé también que hemos editado un libro fantástico del último
curso de Memoria Histórica, pero sin duda este Cuaderno Solidario,
en el que 25 artesanos de la palabra y la imagen ceden su obra para
que los beneficios de la venta (5€) se destinen a la compra de alimentos
para las familias necesitadas, es el mejor libro del año". Lo dice Julio Pérez en su blog, el mismo que me pidió una colaboración para ese buen invento. ¡Compren, compren, que se acaban!
22.12.12
El palacio de congresos
Maqueta del proyecto de Selgas y Cano |
Uno recuerda bien la mañana fría y desapacible que el consejero de Cultura de entonces, Paco Muñoz, colocó la primera piedra de lo que iba a ser el Palacio de Congresos de Plasencia. Fue a finales de 2006. Publiqué una breve crónica aquí. Pasé un mal rato, aunque eso no lo dijera entonces. Nunca me gustaron los actos sociales y menos con autoridades, más si, como aquellas, con excepciones, eran del sector estirado. Ellos, los cargos locales, sabían además -los jefes se fueron pronto o hablaban entre ellos- que yo no era uno de los suyos. Un militante, quiero decir. Tras las palabras de rigor, piqué algo y me escapé, según costumbre, en cuanto pude.
Como el resto de mis paisanos, también temo que se termine por fin: ¿qué haremos con él? Sin un euro en las arcas municipales, será difícil contratar personal, enfriarlo o calentarlo, mantener su limpieza... Y, sobre todo, dar sentido a su existencia elaborando un programa de actos, que para eso se construyó. Bueno, para eso y para el lucimiento de la clase política que concebía estos lugares como dádivas y pago de favores, como regalías y premios que luego serían utilizados como trofeos y bazas electorales. Despilfarro también se podría llamar a esa figura.
21.12.12
Vida de poeta
Ya estoy leyendo La vida dañada de Aníbal Núñez en una edición no venal (Editorial Delirio) que no es exactamente igual, al menos por fuera, que la de la imagen. En la cubierta aparece un jovencísimo Aníbal Núñez realizando lo que parece un salto de longitud. Lleva un dorsal con el número 93.
Su autor es el polígrafo y profesor salmantino Fernando R. de la Flor, viejo amigo del poeta, y en realidad "no es una biografía". Es mucho más que eso. Tiempo habrá de comentar aquí su contenido, cuando esté leído del todo y debidamente asimilado. Sin duda promete.
Voy deprisa. Porque me apasiona el asunto -a pocos poetas he admirado tanto y casi ninguno me ha enseñado más- y porque el jueves próximo, 27 de diciembre, presentamos la obra en la placentina Puerta de Tannhäuser. Os esperamos. Aníbal Núñez y este libro bien lo merecen.
Vuelve el Libro del Año por Navidad
El País ha abierto la votación de Los Mejores Libros del Año a sus lectores. Los resultados son, como siempre, de lo más curioso. No por las obras ganadoras, de conocidísimos escritores como Almudena Grandes, Andrés Trapiello (que ya no puede negar su condición de socio principal del Club de las Almendritas Saladas, y me alegro), Javier Marías, Jon Juaristi (y su Unamuno), Tony Judt y Emily Dickinson (me encanta ver por ahí a la delicada poetisa de Amherst), entre otros. Lo que me llama la atención es el número de votantes. Da pistas sobre el seguimiento de cada género en esta país de pocos lectores. Así, 1.782 votaron al Mejor Libro del Año, 1.773 a la Mejor Novela, 520 al Ensayo, 500 a la Poesía, 430 a la Biografía y 374 al Cuento, que es aún más pobre que la lírica. Con todo, no se fía uno de estas dichosas listas (tampoco de las de "los más vendidos"), por más que no pocos de los libros seleccionados lo merezcan.
20.12.12
El bestiario de Lourtau
Mario Lourtau (Cáceres, 1976) acaba de publicar La mirada del cóndor, volumen H de la colección Luna de Poniente y cuarto de los suyos. Se trata, sí, de un bestiario. Por eso lo abrí prevenido. En principio, no siente uno especial predilección por ese tipo de libros de tradición tan larga, o casi, como la historia de la literatura, aunque su popularidad comenzara en la Edad Media. Los bestiarios que se pusieron de moda en el siglo XII en Inglaterra y Francia procedían, por lo demás, de mundos antiguos: el grecorromano, el bizantino, el persa. Se nos cuenta que mezclaban mitología, magia y fantasía y encerraban un fondo de fábula. Por lo demás, ya digo, los animales han estado siempre presentes en la poesía, la narrativa y el teatro de todos los tiempos, ya sea en forma o no de bestiario. El de Lourtau es un bestiario particular, poco o nada pendiente, según creo, de la fidelidad al género. Y una apuesta arriesgada en materia poética. De la que sale, lo diré pronto, con bien.
Para empezar, los animales que lo pueblan son reales, no imaginarios. Conocidos o muy conocidos la mayor parte. No se atisba exotismo en este libro, a pesar de que se viaje a la sabana o a la selva. Al revés. Se aprecia una deliberada naturalidad, una manera de proceder que evita en todo la estridencia. La elección de animales e insectos humildes -la mosca, la hormiga, el escarabajo- (la tercera parte del libro, "Entomología de los sueños", se dedica por entero a ellos) marcarían el tono del libro, toda una declaración de intenciones.
La residencia familiar en el pueblo de Torrejoncillo, en plena dehesa extremeña, acaso dé otra pista fiable sobre la debilidad de ML por los más genuinos pobladores de la naturaleza, tan omnipresente, por cierto, en este libro como ya lo era en el anterior, Quince días de fuego.
Los poemas que componen La mirada del cóndor son discursivos, extensos, muy rítmicos. Se demoran en la reflexión y en lo descriptivo cuando hace falta. Son, en suma, cualquier cosa menos minimalistas, más allá de la ineludible economía a que todo poema aspira, algo más que un mero problema de número y medida.
Lourtau afirmaba hace un año en una entrevista: "Considero fundamental el ritmo y la musicalidad de los versos, cómo suena el poema al ser leído, y la manera en que las palabras se ofrecen al lector. Hacer que la lectura fluya de forma natural es una de mis mayores preocupaciones, para eso utilizo un tono cercano a lo conversacional, valiéndome de un vocabulario sencillo pero evocador". Dicho y hecho.
Hay en el libro, además, imaginación, pero no de esa fantasiosa o de estirpe surrealista, tan del gusto de ciertos prestidigitadores líricos. Al leer, insisto, no se deja de tocar suelo, vida, y hasta lo más alejado vuelve hacia nosotros con la familiaridad de lo visto o de lo conocido.
Para empezar, los animales que lo pueblan son reales, no imaginarios. Conocidos o muy conocidos la mayor parte. No se atisba exotismo en este libro, a pesar de que se viaje a la sabana o a la selva. Al revés. Se aprecia una deliberada naturalidad, una manera de proceder que evita en todo la estridencia. La elección de animales e insectos humildes -la mosca, la hormiga, el escarabajo- (la tercera parte del libro, "Entomología de los sueños", se dedica por entero a ellos) marcarían el tono del libro, toda una declaración de intenciones.
La residencia familiar en el pueblo de Torrejoncillo, en plena dehesa extremeña, acaso dé otra pista fiable sobre la debilidad de ML por los más genuinos pobladores de la naturaleza, tan omnipresente, por cierto, en este libro como ya lo era en el anterior, Quince días de fuego.
Los poemas que componen La mirada del cóndor son discursivos, extensos, muy rítmicos. Se demoran en la reflexión y en lo descriptivo cuando hace falta. Son, en suma, cualquier cosa menos minimalistas, más allá de la ineludible economía a que todo poema aspira, algo más que un mero problema de número y medida.
Lourtau afirmaba hace un año en una entrevista: "Considero fundamental el ritmo y la musicalidad de los versos, cómo suena el poema al ser leído, y la manera en que las palabras se ofrecen al lector. Hacer que la lectura fluya de forma natural es una de mis mayores preocupaciones, para eso utilizo un tono cercano a lo conversacional, valiéndome de un vocabulario sencillo pero evocador". Dicho y hecho.
Hay en el libro, además, imaginación, pero no de esa fantasiosa o de estirpe surrealista, tan del gusto de ciertos prestidigitadores líricos. Al leer, insisto, no se deja de tocar suelo, vida, y hasta lo más alejado vuelve hacia nosotros con la familiaridad de lo visto o de lo conocido.
Ya se mencionó más arriba que la fábula suele ser inseparable de este tipo de obras, aunque uno ve más moral que moraleja detrás de cada una de estas pequeñas historias (donde lo narrativo no pierde nunca de vista lo poético, que es lo que prima). Es decir, al hablar de los animales, de sus usos y costumbres, de sus cualidades y sus afectos, de su aspecto o sus instintos, ML está hablando de nosotros, los seres humanos, animales también, racionales a veces.
Consciente del lugar desde el que escribe, no faltan referencias a la literatura ("Haced literatura de los seres / que pueblan los paisajes de la noche"): Rilke, Samaniego, Atxaga (y su famoso erizo), Kafka o Walser son algunos autores citados a los que habría que añadir aquellos de los que toma los epígrafes. El primero, Canetti, certero: "[Un poema] es un animal desconocido cuya forma completa no podemos
abarcar de una sola ojeada. La interpretación es una jaula, pero él no
está nunca en el interior."
Tampoco falta el humor, inevitable en un poeta del siglo XXI, ni la ironía, por lo mismo. Así en "Ñus" o "La piel del cocodrilo".
Entre los buenos poemas de este libro, destacaría el que le da título y lo abre, "Gato", "Lince ibérico" ("Entre las zarzas secas y los pinos / fluye un perfume a jara y a resinas, / a flores destiladas y a cantueso"), "Pez de soledad", "Murciélagos", "Simpatía de las hienas", "León" (dedicado a su padre), "Rinoceronte de Durero" (un poema histórico), "Grillo", "Ciempiés", "Hormiga", "Mantis religiosa", "Abeja reina" (donde lo amoroso y lo sensual predominan), etc.
El que lo cierra, "El último animal", me parece un perfecto colofón: "como si al cabo fueses, entre las sombras puras, / el último animal sobre la tierra".
El que lo cierra, "El último animal", me parece un perfecto colofón: "como si al cabo fueses, entre las sombras puras, / el último animal sobre la tierra".
19.12.12
Lo del dedo
"Creo haber escuchado de la sabia y transgresora boca de Chicho Sánchez Ferlosio en Mientras el cuerpo aguante,
el documental sobre este insólito personaje que rodó Fernando Trueba,
la historia de unos gobernantes de tiempos remotos que a cambio de
acceder al poder tenían la obligación de cortarse un dedo (¿o era una
oreja?) al abandonar su jefatura. Es lamentable que esa tradición tan
racional no se haya mantenido hasta la actualidad. Asocio la
reconfortante leyenda que contaba Chicho con las imagenes del
informativo de laSexta en la que el presidente del PP en Extremadura, un
señor llamado Monago, afirmaba que antes de hacer recortes sociales se
cortaba un dedo. Como estos han llegado, un grupo de jocosos y
revindicativos manifestantes le exigen el cumplimiento de aquella
promesa cantando: “Córtate el dedo, Monago”. Imagino con desilusión que
como tantas promesas volcánicas y sinceras, esta tambien será
incumplida". Carlos Boyero. "Promesas", El País, 15 de diciembre de 2012.
18.12.12
De los periódicos
"Uno de los inconvenientes que puede tener cualquier escritor es la
publicación. Este autor apunta que, hace años, solo las grandes plumas,
como su paisano Javier Cercas, podían ver publicadas sus obras. Sin
embargo, ahora, gracias a la autopublicación y a la autofinanciación, se
puede conseguir echar a la calle un libro. Además, las editoras
corrigen los textos, detalla".
Lo leo en el Hoy. El texto me parece primoroso. El autor al que se alude fue alcalde de su pueblo durante 20 años y ahora escribe novela negra. Lo raro, si se piensa fríamente, es que no haya más políticos dedicándose a eso.
17.12.12
Simenon en Acantilado
No va a descubrir uno a estas alturas la categoría como editor de Jaume Vallcorba. Acantilado (y antes Sirmio), su acreditado catálogo, sus preciosos libros, hablan por sí solos. Pues bien, no contento con lo ya conseguido, aborda la publicación en castellano de las novelas de Georges Simenon, el creador del inspector Maigret, que llegó a publicar medio millar. Para presentar su idea ha dado a la imprenta un librito primorosamente editado que se distribuye gratuitamente en las librerías y que uno se llevó a casa gracias a GHB, que me lo recomendó. Además de una palabras de Vallacorba, donde recuerda que el autor, natural de Lieja, aún no ha sido considerado por muchos como uno de los grandes escritores del siglo XX, se incluye su magistral relato "El hombre en la calle", en traducción del añorado Carlos Pujol, así como artículos de Joan de Sagarra (que pone en duda la famosa afirmación de Simenon: "Je suis un homme comme les autres" y destaca, entre otras, una influencia esencial: sobre Modiano), de Rafael Conte y de Muñoz Molina (que empezó del lado de Chandler y Marlowe, que se confiesa lector incondicional de Simenon no sin declarar una pega: sus memorias, la única historia mediocre, según él, inventada por el parisino de origen belga). Del citado Pujol se rescata un hermoso texto, a modo de breve biografía, publicado hace años en ABC: "El universo de Maigret va a ser inolvidable". Como estupendo es el que firma John Banville, escrito a propósito de la selección de obras de Simenon para New York Review of Books. "¿Era humano", se pregunta el autor de El mar, que ensaya sobre el concepto de roman dur y que describe algunas obras esenciales que publicará aquí Acantilado. Me ha gustado mucho también el texto que cierra el pequeño volumen, de Pierre Assouline. Recuerda la perfecta definición de Félicien Marceau: "el hombre de las cavernas más algunas neurosis". "El hombre en lucha con su destino", según él. Por si fuera poco, se añaden un puñado de cartas: de Fellini, Gide, etc. y muchas opiniones de grandes escritores ponderando su alcance literario.
Nunca es tarde para descubrir el Mediterráneo. Uno lo hizo hace poco, gracias a la lectura de Por si algo me ocurriera (traducida por Carlos Pujol), de Tusquets Editores que, conviene recordarlo, ha publicado muchas de sus novelas en España. Y ahí siguen.
16.12.12
El humorista Goytisolo
"Yo valoro mucho el humor", dice José Luis Melero al principio de su artículo "El humor de Luis Goytisolo", incluido en Escritores y escrituras. El texto se dedica a comentar, con exquisita y divertida ironía, algunas afirmaciones del pequeño de los Goytisolo que le convierten, según Melero (una opinión que suscribo), en un auténtico humorista. Para corroborar esa teoría, añade uno, con su permiso, otro ejemplo, muy reciente. Así, cuando el periodista Ramón Arangüena le pregunta en la revista Yo dona (El Mundo, 8 de diciembre de 2012) al autor de Antagonía: "¿Cuál es la primera lectura que recuerda?", el académico, sin inmutarse, responde: "Macbeth. Le pedí a mi abuela que me leyera porque, en aquel entonces, me costaba leer de corrido". Esto último, sin duda, es extraño. Más, que este hombre haya tenido abuela.
15.12.12
Volutas de lector
Llevo años siguiéndole la pista a José Luis Melero, pero sólo ahora puedo decir que he leído un libro suyo, Escritores y escrituras. Lo ha editado Xordica. Reúne ciento diecinueve artículos publicados en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón entre 2009 y 2012 y está dedicado a la memoria de uno de sus mejores amigos, Félix Romeo, al que tanto seguimos echando de menos, ahora que se cumple el primer aniversario de su intempestiva muerte.
De amistad y de lealtades, por cierto, tiene mucho este libro. Al citado Romeo, sí, pero también a Ignacio M. de Pisón (que vive en Barcelona pero que vuelve cada poco a su ciudad natal), Ismael Grasa, Fernando Sanmartín, Luis Alegre, etc.; es decir, a algunos de los más esclarecidos representantes de la intelectualidad aragonesa, un puñado de escritores a los que da gusto leer y por los que uno siente un respeto absoluto. Por aquello de la provincia, sobre todo, ese mundo periférico tan devaluado que, como aquí se ve, da para mucho. En efecto, de "mis pasiones aragonesas" hay no poco en Escritores y escrituras pero el marbete de "autor local" no limita, todo lo contrario, los acercamientos de Melero al mundo, a su mundo, que a fuerza de particular es ancho y ajeno. Aragonesa es la jota y quien la cantó acaso como nadie, José Oto, como aragoneses son los numerosos autores (en especial los desconocidos u olvidados) y las abundantes obras (novelas, crónicas, libros de poesía, memorias...) de los que da buena cuenta el bibliófilo zaragozano. Esa condición, supongo, se antepone a cualquier otra; por ejemplo, la de aficionado al fútbol (del Zaragoza, por supuesto) o la de coleccionista de objetos raros y curiosos con veleidades fetichistas. Un bibliófilo, conviene decirlo, de los siguen prefiriendo una buena novela o un buen ensayo al catálogo de una librería de viejo, por tentador que resulte. Un bibliófilo que lee, cosa rara. Alguien que reconoce lo mucho que valora el humor, de ahí que las anécdotas, las curiosidades, los apuntes y todo cuanto cuenta estén impregnado de ese sentido propio gente inteligente y poco o nada solemne. Así cuando se refiere a las "santas, pacientes y resignadas" mujeres de los bibliófilos (en el hilarante "De compras"), a los cleptómanos, a los propios bibliófilos o a tantos y tantos personajes, vivos y muertos, de los muchos que pueblan las páginas de este libro: los Labordeta (Miguel y José Antonio, al que dedica un artículo memorable por culpa, ay, de su fallecimiento), Luys Santa Marina, José María Hinojosa, Urbano Lugrís, Luciano Gracia, Chaves Nogales, el pesado de Cañabate ("Coño, vete", le decían los amigos cuando llegaba a la tertulia del café), Teresa Wilms, José Manuel Castañón, Jesús Moncada, Ciro Bayo (que viajó a Yuste con los Baroja), etc. Una sombra tutelar, se podría decir, es la de su admirado Andrés Trapiello (con su inseparable Bonet, bibliófilos de pro), lo que no le impide trazar sendos retratos (elogiosos) de Gimferrer y de Tàpies. Aparece, cómo no, nuestro Bartolomé Gallardo (y de rebote Rodríguez Moñino), algo que me lleva a pensar la insalvable diferencia entre la manera de proceder, y de escribir, de este sabio erudito y la que gastan los de por aquí, tropa dizque informada, pero carentes de la gracia y el estilo de quienes hablan con pasmosa y honda naturalidad de los libros sin más rebozos que los del rigor y el entusiasmo. Por eso me he acordado de Fernando Pérez al leer muchos pasajes de la obra, como cuando se menciona a Azorín y la presencia de Aragón en su obra (o en su vida, no en vano se casó con una maña).
Letraherido confeso -a falta de sueños cumplidos, leamos-, Melero declara que siempre lo ha hecho "con un lapicero en la mano". Se nota a la legua. Lo mismo que se aprecia lo buen conversador que será. A uno, al menos, le gustaría seguir escuchando, más allá de los límites de estas entretenidas cuartillas, todo lo que podría seguir relatando de esa panda de escritores en las afueras del canon que, sin embargo, tantas lecciones de literatura nos pueden dar. Eso era hasta hace poco Chaves Nogales, sin ir más lejos, y ahora...
Alude Melero, en fin, a "este expositor o vitrina de rarezas bibliográficas", de "volutas de lector", y no puede uno por menos que mirar para otro lado, como si no se estuviera refiriendo a estas prosas amenas que uno lee tan sustanciosas y vivas.
De amistad y de lealtades, por cierto, tiene mucho este libro. Al citado Romeo, sí, pero también a Ignacio M. de Pisón (que vive en Barcelona pero que vuelve cada poco a su ciudad natal), Ismael Grasa, Fernando Sanmartín, Luis Alegre, etc.; es decir, a algunos de los más esclarecidos representantes de la intelectualidad aragonesa, un puñado de escritores a los que da gusto leer y por los que uno siente un respeto absoluto. Por aquello de la provincia, sobre todo, ese mundo periférico tan devaluado que, como aquí se ve, da para mucho. En efecto, de "mis pasiones aragonesas" hay no poco en Escritores y escrituras pero el marbete de "autor local" no limita, todo lo contrario, los acercamientos de Melero al mundo, a su mundo, que a fuerza de particular es ancho y ajeno. Aragonesa es la jota y quien la cantó acaso como nadie, José Oto, como aragoneses son los numerosos autores (en especial los desconocidos u olvidados) y las abundantes obras (novelas, crónicas, libros de poesía, memorias...) de los que da buena cuenta el bibliófilo zaragozano. Esa condición, supongo, se antepone a cualquier otra; por ejemplo, la de aficionado al fútbol (del Zaragoza, por supuesto) o la de coleccionista de objetos raros y curiosos con veleidades fetichistas. Un bibliófilo, conviene decirlo, de los siguen prefiriendo una buena novela o un buen ensayo al catálogo de una librería de viejo, por tentador que resulte. Un bibliófilo que lee, cosa rara. Alguien que reconoce lo mucho que valora el humor, de ahí que las anécdotas, las curiosidades, los apuntes y todo cuanto cuenta estén impregnado de ese sentido propio gente inteligente y poco o nada solemne. Así cuando se refiere a las "santas, pacientes y resignadas" mujeres de los bibliófilos (en el hilarante "De compras"), a los cleptómanos, a los propios bibliófilos o a tantos y tantos personajes, vivos y muertos, de los muchos que pueblan las páginas de este libro: los Labordeta (Miguel y José Antonio, al que dedica un artículo memorable por culpa, ay, de su fallecimiento), Luys Santa Marina, José María Hinojosa, Urbano Lugrís, Luciano Gracia, Chaves Nogales, el pesado de Cañabate ("Coño, vete", le decían los amigos cuando llegaba a la tertulia del café), Teresa Wilms, José Manuel Castañón, Jesús Moncada, Ciro Bayo (que viajó a Yuste con los Baroja), etc. Una sombra tutelar, se podría decir, es la de su admirado Andrés Trapiello (con su inseparable Bonet, bibliófilos de pro), lo que no le impide trazar sendos retratos (elogiosos) de Gimferrer y de Tàpies. Aparece, cómo no, nuestro Bartolomé Gallardo (y de rebote Rodríguez Moñino), algo que me lleva a pensar la insalvable diferencia entre la manera de proceder, y de escribir, de este sabio erudito y la que gastan los de por aquí, tropa dizque informada, pero carentes de la gracia y el estilo de quienes hablan con pasmosa y honda naturalidad de los libros sin más rebozos que los del rigor y el entusiasmo. Por eso me he acordado de Fernando Pérez al leer muchos pasajes de la obra, como cuando se menciona a Azorín y la presencia de Aragón en su obra (o en su vida, no en vano se casó con una maña).
Letraherido confeso -a falta de sueños cumplidos, leamos-, Melero declara que siempre lo ha hecho "con un lapicero en la mano". Se nota a la legua. Lo mismo que se aprecia lo buen conversador que será. A uno, al menos, le gustaría seguir escuchando, más allá de los límites de estas entretenidas cuartillas, todo lo que podría seguir relatando de esa panda de escritores en las afueras del canon que, sin embargo, tantas lecciones de literatura nos pueden dar. Eso era hasta hace poco Chaves Nogales, sin ir más lejos, y ahora...
Alude Melero, en fin, a "este expositor o vitrina de rarezas bibliográficas", de "volutas de lector", y no puede uno por menos que mirar para otro lado, como si no se estuviera refiriendo a estas prosas amenas que uno lee tan sustanciosas y vivas.
14.12.12
De Machado
"El clericalismo español sólo puede indignar seriamente al que tenga un fondo cristiano. (...) La cuestión central es la religiosa y esta es la que tenemos que plantear de una vez", le escribe Antonio Machado a Unamuno, allá por 1913. El mismo que dijo: "Barrer de la arena pública a una pandilla de políticos ineptos e inmorales será siempre una obra santa, que debe aconsejarse al pueblo". Cien años después las palabras del autor de Campos de Castilla siguen tristemente vigentes y él sigue siendo, para algunos, además de un inmenso poeta, un referente moral. Me lo ha recordado Francisco Díaz de Castro en sus "Imágenes de Antonio Machado (1908-1914)", publicado en el último número de la revista Turia.
13.12.12
Yo menos yo
En el tema 5 del libro de texto de Lengua que uno maneja con sus alumnos de 6º de Primaria se explica la Lírica. Para empezar, les digo a los muchachinos que se olviden de tan pomposo término y que hablen, hablemos, de Poesía. En la primera línea les dicen que comprende todas "las obras escritas en verso", por lo que vuelve uno a enmendarles la plana a los de Santillana para afirmar que también hay obras en prosa que son poesía, y no sólo los denominados "poemas en prosa". Viene esto a cuento de otro libro, Yo menos yo, de Antonio Sáez Delgado (Cáceres, 1970) que si bien está escrito (aparentemente) en prosa (con tres excepciones: los poemas "Dogma", "Mordaza" y "Erosión") es, como me aseguraron los editores (de la luna libros) antes de que lo leyera, pura poesía. Vamos, que tiene más poesía que mucha de la que pasa por serlo; escrita, ésta sí, en renglones cortos, que no en verso. Por si hiciera falta aclararlo, ASD escribe en un capítulo final de "Deudas y agradecimientos", refiriéndose al suyo: "Quiere ser un libro, no un género". Y eso es, sin lugar a dudas Yo menos yo. Sí, aunque exagero, ya sabemos que algunos siguen considerando poesía sólo al soneto (lo que le ocurriría, por lógica, al abuelo del poeta). Otros ya demostraron hace tiempo (y no con teorías) que eso de los géneros, en sentido pedagógico y estricto, es cosa de otros siglos. Este libro es buena prueba de ello.
A la memoria (esa "tierra de nadie") remite el brillante y enjundioso epígrafe que abre el volumen, letra G de la Colección Luna de Poniente, de Manuel António Pina. Porque de recuerdos y olvidos ("somos aquello que olvidamos") va lo sustancial de este libro. Además, otro guiño que también subraya otra de las esencias del mismo: lo portugués, que se une al mismo asunto de la memoria: de la infancia (viajes con sus padres a Portugal) y de ahora mismo (ASD es profesor de la Universidad de Évora), por no hablar de autores y libros del país vecino que ahorman la poética (y la ética, me atrevería a decir) del escritor cacereño.
La primera parte, "Ácido", relata en seis fragmentos, a modo de diario, lo que acontece desde la ventana de una casa que da a un vertedero donde un hombre malvive. Entre medias, ya se dijo antes, se reflexiona (se ensaya): sobre la pobreza, sobre la escritura (lo metapoético es otra constante del libro: un volver sobre la escritura desde la escritura)...
La segunda, "La identidad sustantiva", que consta de ocho fragmentos (lo fragmentario va más allá de la forma adoptada), es, según ASD, "un pequeño libro de familia hecho astillas". Allí, el presente: los vivos (su madre -"siempre mi madre: un testigo"- y su hermano) y el pasado: los muertos (su padre y su abuelo). Más allá, el Alentejo (sus "susurros") y el suicidio de Aura. Y los hijos, que aúnan presente, pasado y futuro.
"Me gusta leer cualquier libro como si fuera una biografía", escribe, algo que es imposible no hacer cuando nos ponemos delante de estos fragmentos donde aparecen los citados personajes: la madre y sus belenes; el padre, carpintero de madera, hierro y aluminio, sucesivamente, pequeño empresario a favor de los tiempos; el abuelo, poeta -ya se comentó- de otro siglo, el de los "animales melancólicos", en feliz expresión de su hermano, más bien del XIX, quien alumbró el mote familiar por llevar la luz a Casas del Monte: los luceros, y el tío que llevaba su nombre y al que no conoció, como ese hermano muerto a destiempo, que para su madre nunca ha dejado de existir. Si, como dicen, la poesía es sobre todo emoción, esta parte del libro justifica lo que uno afirmó al principio: que aquí la poesía luce como una inequívoca presencia.
Emoción y palabras, conviene añadir, algo que reitera Sáez Delgado constantemente en su "escribir para explicar el pasado": "El trabajo son las palabras", con las que, confiesa, "intento ser severo". Así, "Óxido" la sección que cierra la obra, comienza con la traducción de "El embalse", un relato de João de Melo. A partir de ese ejemplo ASD aborda un ensayo acerca de la traducción que se mezcla, otra marca de Yo menos yo, con reflexiones y experiencias a propósito de la lectura. Escribir y traducir, "dos formas de leer". La traducción como literatura en sí misma. La traducción como poética: "traducir es vivir entre líneas", "escribir sin imaginar". Son muchas las páginas que dedica, insisto, a ensayar sobre este apasionante asunto del que él, como traductor (ahora, pongo por caso, de la obra de Lobo Antunes), tanto sabe. Por eso no falta la mención a un texto clave, para él y para cuantos lo hemos leído, Te me moriste, de José Luís Peixoto.
Yo menos yo termina de la mejor forma posible, con un capítulo hondo y deslumbrante en el que empieza con las palabras: "Escribo estas páginas contra mí mismo". "Escribo y corrijo (elimino), dice también y luego menciona la "contención" (la obra, nos explica, es fruto de la poda y del adelgazamiento). También de la eliminación de todo resquicio de odio o rencor. "Contra aquello que he escrito. Contra la tentación de escribir contra otros", añade. "Para atacarme, para no dejarme tranquilo". Y aparecen entonces la felicidad ("paso mucho tiempo feliz", "me empeño en pensar que soy afortunado") y el amor (el libro está dedicado a Susana: "amo y soy amado"). Libro y capítulo concluyen con la frase: "Sí, creo en la palabra alma".
No me cabe duda de que Antonio Sáez Delgado ha escrito, "tal vez para resistir", un libro magnífico, no sé si el mejor de los suyos, qué importa eso. Su voz suena aquí, entre silencios (que señalan los espacios en blanco), clara, muy nítida. Desnuda, diría. Es obvio que ha cumplido con su máxima de "eliminar, como regla general, todas las palabras deshabitadas". Un libro que consolida el espíritu de la colección extremeña Luna de Poniente. Que la hace de verdad plural. Libros así justifican que cualquier lector persevere en su trabajo gustoso. Que en tiempos aciagos, uno resista.
"Me gusta leer cualquier libro como si fuera una biografía", escribe, algo que es imposible no hacer cuando nos ponemos delante de estos fragmentos donde aparecen los citados personajes: la madre y sus belenes; el padre, carpintero de madera, hierro y aluminio, sucesivamente, pequeño empresario a favor de los tiempos; el abuelo, poeta -ya se comentó- de otro siglo, el de los "animales melancólicos", en feliz expresión de su hermano, más bien del XIX, quien alumbró el mote familiar por llevar la luz a Casas del Monte: los luceros, y el tío que llevaba su nombre y al que no conoció, como ese hermano muerto a destiempo, que para su madre nunca ha dejado de existir. Si, como dicen, la poesía es sobre todo emoción, esta parte del libro justifica lo que uno afirmó al principio: que aquí la poesía luce como una inequívoca presencia.
Emoción y palabras, conviene añadir, algo que reitera Sáez Delgado constantemente en su "escribir para explicar el pasado": "El trabajo son las palabras", con las que, confiesa, "intento ser severo". Así, "Óxido" la sección que cierra la obra, comienza con la traducción de "El embalse", un relato de João de Melo. A partir de ese ejemplo ASD aborda un ensayo acerca de la traducción que se mezcla, otra marca de Yo menos yo, con reflexiones y experiencias a propósito de la lectura. Escribir y traducir, "dos formas de leer". La traducción como literatura en sí misma. La traducción como poética: "traducir es vivir entre líneas", "escribir sin imaginar". Son muchas las páginas que dedica, insisto, a ensayar sobre este apasionante asunto del que él, como traductor (ahora, pongo por caso, de la obra de Lobo Antunes), tanto sabe. Por eso no falta la mención a un texto clave, para él y para cuantos lo hemos leído, Te me moriste, de José Luís Peixoto.
Yo menos yo termina de la mejor forma posible, con un capítulo hondo y deslumbrante en el que empieza con las palabras: "Escribo estas páginas contra mí mismo". "Escribo y corrijo (elimino), dice también y luego menciona la "contención" (la obra, nos explica, es fruto de la poda y del adelgazamiento). También de la eliminación de todo resquicio de odio o rencor. "Contra aquello que he escrito. Contra la tentación de escribir contra otros", añade. "Para atacarme, para no dejarme tranquilo". Y aparecen entonces la felicidad ("paso mucho tiempo feliz", "me empeño en pensar que soy afortunado") y el amor (el libro está dedicado a Susana: "amo y soy amado"). Libro y capítulo concluyen con la frase: "Sí, creo en la palabra alma".
No me cabe duda de que Antonio Sáez Delgado ha escrito, "tal vez para resistir", un libro magnífico, no sé si el mejor de los suyos, qué importa eso. Su voz suena aquí, entre silencios (que señalan los espacios en blanco), clara, muy nítida. Desnuda, diría. Es obvio que ha cumplido con su máxima de "eliminar, como regla general, todas las palabras deshabitadas". Un libro que consolida el espíritu de la colección extremeña Luna de Poniente. Que la hace de verdad plural. Libros así justifican que cualquier lector persevere en su trabajo gustoso. Que en tiempos aciagos, uno resista.
12.12.12
Au revoir, Facebook
He estado unos meses en Facebook. Ya no. Me costaba tanto entrar como no hacerlo. Eso generaba un ir y venir que me robaba un tiempo del que no disponía. Echaré de menos, eso sí, algunos comentarios, cierta correspondencia, algunas imágenes y otras historias que acaso compensaban. Y lo que más me importa: a mis hijos, que están también allí, y a algunas amigas y amigos con los que establecía una comunicación complementaria, cuando no exclusiva. Con todo, ya digo, era demasiado enojoso. Me costaba decir que no a desconocidos que solicitaban mi amistad, por ejemplo, por lo que ya era larga, tal vez demasiado, mi lista de contactos (o como quiera se diga en la jerga de esa red). No, no soy demasiado sociable, bien lo sé. Para colmo, llegó el de siempre (un decir: vale para varios) e hizo el típico comentario impertinente. Y uno, ay, respondió. Y qué necesidad. Por ahora, perseveraré en este blog. Es lo que me importa. En fin, lo dicho, hasta luego. O hasta nunca, vete a ver.
11.12.12
El regreso de Nordbrandt
Los lectores de poesía tenemos suerte: de Henrik Nordbrandt (Frederiksberg,
1945) hay varias obras traducidas, entre ellas una que comenté en su día aquí, la amplia antología Nuestro amor es como Bizancio (Lumen y DeBolsillo), acaso la mejor manera de acceder a su mundo lírico. El responsable de que el poeta danés sea tan accesible para el letraherido español la tiene en buena parte Francisco J. Uriz, nórdico y benemérito traductor que ganó hace unas semanas, con todo merecimiento, el premio Nacional de Traducción por toda su obra.
Ahora, en Visor, que ya editó Puentes de sueño (2000), presenta 3 x Nordbrandt, esto es, la versión de los tres últimos libros del poeta (Viento terral, Dragón de mar foliado y Horario de visitas), los que ha escrito tras el regreso a su país natal después de años y años de peregrinaje por Turquía y el sur de Europa. "En todo el mundo yo en definitiva / siempre he permanecido en casa", dice en un poema clave: "Detrás del dique". "Como tú nunca te fuiste de aquí / tampoco regresaste nunca", leemos en "Bafa Gölü".
Entre el sueño y la realidad, entre el pasado (los recuerdos de infancia, por ejemplo) y el futuro (que son "rehenes mutuos", según él), entre el norte y el sur, entre las cuatro estaciones (un lugar común de su poesía, cercana todavía a la naturaleza), siempre en tránsito, discurre una poesía sin concesiones, tan personal como rigurosa, por la que uno siente debilidad (como el traductor, según confiesa, por el poeta, que elogia a Uriz en unas iniciales "Palabras del autor"), por más que en ocasiones se me escape el sentido ("no aguanto la palabra sentido", escribe), sobre todo en los poemas oníricos del primer libro, Viento terral. Ya dije que aquí la complacencia para con el lector, la cortesía que diría el otro, no suele darse (aunque a veces sea claro como las aguas del Egeo) y que Nordbrandt, socarrón más que irónico (el poema que cierra el libro se titula "Calientapollas"), va a lo suyo, para que ocurra, como es lógico, lo que tenga que ocurrir. Se nota por el tono su fuerte personalidad, reflejo seguro de la forma de ser de este viajero impenitente que en esto y en todo parece haber ido por libre: "pero yo soy yo / porque digo lo que digo". Pero también: "Uno sabe sólo lo que sabe / mientras no lo haya dicho". Un poeta, conviene añadir, obsesionado con el tema del doble ("Doble").
Que el lector, en todo caso, se aventure confiado por estas aguas procelosas donde, a pesar del peligro, no creo que naufrague.
He hecho hincapié en la condición viajera de Nordbrandt ("me encanta la extranjeridad"). En su periplo mediterráneo, el poeta ha pasado, cómo no, por España. De ello da cuenta explícitamente en dos duros poemas: "Arroyo San Sebastián" (comienza: "Qué feos son los topónimos españoles / casi como si hubieras nacido allí / y tú mismo los hubieses inventado." Y termina: "Allí huele tanto / a sangre como a orina y cementerio. El sol brilla / demasiado fuerte / y así suena también / cuando rezan a Dios para que todo siga así.") y "En Extremadura". Por aquello del paisanaje (y por lo que tiene a la postre de poética), copio el segundo a continuación:
EN EXTREMADURA
En Extremadura las gentes permanecen lejos unas de otras
y cada una con su cigarrillo en la boca.
Ven a gran distancia, pero tienen en común
con las calabazas
que tienen que tener una vela encendida en la cabeza
antes de que se les haga la luz.
Así que en cambio es bellísimo
lejos, muy lejos de la cabina telefónica más próxima
y en millones de girasoles
entre cada uno de los perezosos ríos verdes
que penetran en la vecina Portugal
donde acostumbran llevar
curiosos sombreros puntiagudos
y tener montones de cráneos esmeradamente apilados
en sus iglesias barrocas.
Aquel que no pueda verlo claramente
ha leído en vano hasta aquí.
Porque es así como quiero escribir
tal como lo vi
cuando escribí esto.
Ahora, en Visor, que ya editó Puentes de sueño (2000), presenta 3 x Nordbrandt, esto es, la versión de los tres últimos libros del poeta (Viento terral, Dragón de mar foliado y Horario de visitas), los que ha escrito tras el regreso a su país natal después de años y años de peregrinaje por Turquía y el sur de Europa. "En todo el mundo yo en definitiva / siempre he permanecido en casa", dice en un poema clave: "Detrás del dique". "Como tú nunca te fuiste de aquí / tampoco regresaste nunca", leemos en "Bafa Gölü".
Entre el sueño y la realidad, entre el pasado (los recuerdos de infancia, por ejemplo) y el futuro (que son "rehenes mutuos", según él), entre el norte y el sur, entre las cuatro estaciones (un lugar común de su poesía, cercana todavía a la naturaleza), siempre en tránsito, discurre una poesía sin concesiones, tan personal como rigurosa, por la que uno siente debilidad (como el traductor, según confiesa, por el poeta, que elogia a Uriz en unas iniciales "Palabras del autor"), por más que en ocasiones se me escape el sentido ("no aguanto la palabra sentido", escribe), sobre todo en los poemas oníricos del primer libro, Viento terral. Ya dije que aquí la complacencia para con el lector, la cortesía que diría el otro, no suele darse (aunque a veces sea claro como las aguas del Egeo) y que Nordbrandt, socarrón más que irónico (el poema que cierra el libro se titula "Calientapollas"), va a lo suyo, para que ocurra, como es lógico, lo que tenga que ocurrir. Se nota por el tono su fuerte personalidad, reflejo seguro de la forma de ser de este viajero impenitente que en esto y en todo parece haber ido por libre: "pero yo soy yo / porque digo lo que digo". Pero también: "Uno sabe sólo lo que sabe / mientras no lo haya dicho". Un poeta, conviene añadir, obsesionado con el tema del doble ("Doble").
Que el lector, en todo caso, se aventure confiado por estas aguas procelosas donde, a pesar del peligro, no creo que naufrague.
He hecho hincapié en la condición viajera de Nordbrandt ("me encanta la extranjeridad"). En su periplo mediterráneo, el poeta ha pasado, cómo no, por España. De ello da cuenta explícitamente en dos duros poemas: "Arroyo San Sebastián" (comienza: "Qué feos son los topónimos españoles / casi como si hubieras nacido allí / y tú mismo los hubieses inventado." Y termina: "Allí huele tanto / a sangre como a orina y cementerio. El sol brilla / demasiado fuerte / y así suena también / cuando rezan a Dios para que todo siga así.") y "En Extremadura". Por aquello del paisanaje (y por lo que tiene a la postre de poética), copio el segundo a continuación:
EN EXTREMADURA
En Extremadura las gentes permanecen lejos unas de otras
y cada una con su cigarrillo en la boca.
Ven a gran distancia, pero tienen en común
con las calabazas
que tienen que tener una vela encendida en la cabeza
antes de que se les haga la luz.
Así que en cambio es bellísimo
lejos, muy lejos de la cabina telefónica más próxima
y en millones de girasoles
entre cada uno de los perezosos ríos verdes
que penetran en la vecina Portugal
donde acostumbran llevar
curiosos sombreros puntiagudos
y tener montones de cráneos esmeradamente apilados
en sus iglesias barrocas.
Aquel que no pueda verlo claramente
ha leído en vano hasta aquí.
Porque es así como quiero escribir
tal como lo vi
cuando escribí esto.
10.12.12
9.12.12
Gelman dixit
Luis Magán. El País |
"Hablando de masas y minorías, usted siempre ha dicho que la poesía es una forma de resistencia por el mero hecho de existir. ¿Puede haber resistencia sin gran presencia social, sin muchos lectores?", pregunta Javier Rodríguez Marcos al poeta Juan Gelman, y éste responde: "Es su mera existencia, la poesía, el arte, todo aquello que
enriquece al ser humano es una forma de resistencia. Con la poesía no
vas a poder comer ni vas a hacer la revolución, pero enriquece
interiormente a aquel que alguna vez se le acerca. El hecho es que en
Internet aparecen una cantidad de poetas a los que nunca antes se podía
acceder. En todas las lenguas, grandes poetas… y muchos espontáneos".
También le dijo: "La voluntad en la poesía sirve para nada. (...) En poesía la voluntad sirve menos todavía que la mandíbula. Mire,
yo no quiero fingir una ingenuidad que no tengo, pero tampoco quiero
fingir que sé lo que no sé".
8.12.12
El parte
Cuando hay fútbol, lo que sucede con demasiada frecuencia, escucho el informativo de las ocho de la tarde en RNE (o en Radio 5) y no en la Cadena SER, donde suelo hacerlo a diario (mientras ceno). No sé si es cosa mía, pero la voz del presentador (porque parece una máquina parlante que se limita a leer un guión) tiene un aire antiguo, tanto que uno cree estar escuchando el parte. Los que tenemos ya una edad hemos oído muchas veces a nuestros mayores denominar así, como si siguieran en guerra, a los noticieros. También hemos visto telediarios del mismo tenor, los de la televisión preconstitucional. La ranciedad del tono de ese hombre coincide, además, con la redacción de las noticias. Fondo y forma: lo mismo, ya se sabe. Es fácil, por otro lado, que parezca todo viejo allí: vamos para atrás, sí. Y a pasos agigantados, no como los pobres y socorridos cangrejos.
7.12.12
Gelman's
Hace año y medio que Tusquets Editores publicaba en su colección Nuevos Textos Sagrados el último libro, El emperrado corazón amora, del poeta argentino residente en México Juan Gelman (Buenos Aires, 1930). Seix Barral edita ahora su Poesía reunida en un volumen, nunca mejor dicho, de más de 1.300 páginas, donde están los poemas de los 29 libros, si no he contado mal, que ha dado a la imprenta entre 1956 y 2010. Dos prólogos breves abren la obra. El que escribió en 1981 Julio Cortázar, "Contra las telarañas de la costumbre", donde alude -"Ya sé que no es fácil"- a su lenguaje novedoso y transgresor, y uno para la ocasión del editor, Pere Gimferrer, que ya intervino junto a Jaime Gil de Biedma, Joaquín Marco, José Agustín Goytisolo y Manuel Vázquez Montalbán en la publicación del primer libro de Gelman en España, Los poemas de Sydney West, uno de los heterónimos de alguien que escribió Dibaxu, un libro de poemas en lengua sefardí.
Cuando vi en la estantería de El Quijote el lomo descomunal del libro y luego lo sostuve en mis manos por primera vez, los sentimientos fueron encontrados: demasiados poemas, de un lado; cuánta poesía, por otro. Cuando a los pocos días lo tuve en casa (por las dimensiones del paquete deduje fácilmente de qué se trataba), comprendí que se me ofrecía una nueva oportunidad de llegar a una manera de decir, una y múltiple (como todas), que se me ha venido resistiendo a lo largo del tiempo. Por incapacidad mía, a buen seguro. No, no se puede decir que uno sea lector de Gelman (de los Gelman que hay en Gelman), aunque no descarto la posibilidad de llegar a serlo. Este libro, insisto, es otra invitación a ese encuentro. Y no un acercamiento cualquiera: aquí está toda su obra y, a pesar de que apabullan tantas páginas cosidas (lo certificó, delante de mí, Gonzalo), no pueden por menos que persuadirte de que entre ellas habrá poemas memorables, en mayor proporción, ay, que la media.
Que, por fin, las frases elogiosas elegidas para las solapas estén firmadas por Valente, Benedetti, García Montero y Riechmann demuestra a las claras que la de Gelman es una poesía para tirios y para troyanos, que gusta por igual a poetas de muy distinta estirpe, o eso parece.
Se felicita uno de que alguien sea capaz de escribir libros así, metáfora perfecta de una vida lograda. También de que haya editoriales que se atrevan a publicarlos en tiempos tan poco dados a la lírica, por comprometida que sea. A este lector le espera el trabajo gustoso de leerlo con calma. A la busca gozosa del poeta perdido.
6.12.12
Amistad
Amistad, 1991. Témpera sobre lino. Francesco Clemente |
"A diferencia del amor o de la política, que no son nunca lo que parecen, la amistad sí es lo que parece. Dicho de otro modo: la amistad es transparente; por serlo, por ser siempre lo que parece y nada más, ya desde muy antiguo no ha sido nunca tema para la filosofía."
"Con los amigos, a diferencia de lo que nos pasa con los amores, no es
imprescindible verse, a veces incluso es mejor no verse durante mucho
tiempo."
Enrique Vila-Matas, "El estado de las cosas", Babelia, El País, 1 diciembre 2012.
5.12.12
Poesía, por AMM
"Leer poesía es una experiencia táctil; también acústica, y plástica, no
sólo visual. Por eso en ella importa tanto lo que ahora tanto se
descuida: la tipografía, la tinta, la disposición de cada palabra y cada
verso en el blanco de la página. La poesía se toca y entra por los
ojos. Aunque casi siempre la lea uno en silencio, incluso cuando no está
medida ni rimada, uno escucha la poesía. Uno la escucha, calladamente
en la página, dicha por una voz que no se sabe si es la del poeta o la
de uno mismo. Uno lee en voz alta el poema o se lo dice de memoria y esa
voz no es del todo la suya, como no es y no es del pianista la música
que no existiría si él no la tocara. Quizás uno toca el poema al leerlo,
incluso cuando lo hace en silencio, en el sentido en que el intérprete
toca la partitura. Y ahora que lo pienso, qué raro que en español se
diga tocar un instrumento. Como si bastara el hecho simple del tacto
para que se revele la música: tocar el piano; ese momento en que el
músico posa las manos sobre el teclado, antes de que empiece el sonido."
(...)
"La calidad sensorial del libro ya es una anticipación de los poemas que
contiene, el aldabonazo único de alerta de una campana zen, con su
resonancia que dura y se va extinguiendo poco a poco en el silencio
posterior."
Antonio Muñoz Molina, "Caminos de Eduardo Mitre". Babelia. El País, 24 de noviembre de 2012.
4.12.12
Audiencias y más
Me pasa como a Elvira Lindo. Por una parte, me alegro de que los resultados del estudio general de medios (EGM) constaten una significativa caída de audiencia en los programas de RNE y que, en consecuencia, una vez defenestrados los profesionales que había, se haya dado lo que ella denomina "una pequeña venganza". Por otra, también se pregunta uno "¿por qué en España la ideología pesa tanto como para despreciar el talento?" Poco importa el ámbito donde eso suceda, de la literatura al periodismo, del arte a la música. El caso es que sucede. Una limitación. Un asco.
3.12.12
KV
Le dice Tereixa Constenla a Kiko Veneno: "He leído a un poeta llamarle poeta". Y el músico gaditano contesta: "La poesía es un estado mental transitorio, pero definitivo por su
consecuencia y por su alcance. Me da mucha vergüenza. La palabra poeta
te la tienen que decir siempre. Es un mal rollo ir de poeta por la vida
pero no renuncio a la poesía". La periodista añade: "¿Le inspira respeto?" y el autor de Volando voy responde: "Las personas que van llamándose de esto y lo
otro, yo soy poeta, yo soy salvador de la patria como Aznar, me dan
mucho miedo. Me gusta la gente humilde como Gordillo del Betis, que
nunca ha dicho 'soy un fenómeno'”. Entoces Constenla pregunta: "¿Tiene algún verso que considere el mejor?". "Nooo... 'Enamorado de la vida aunque a veces duela' quizás es lo más redondo. Soy un escritor sencillo", declara.
¿Coherencia?
Mucho se habló aquí atrás sobre el affaire Marías: su renuncia al Premio Nacional de Narrativa. Uno mismo se pronunció al respecto. A favor del autor de Todas las almas. El sábado, en la librería, alguien llamó mi atención acerca de un artículo del afamado novelista sobre otro escritor de fuste: Eduardo Mendoza. Está en el penúltimo número de la revista sevillana Mercurio, dedicado monográficamente al barcelonés. Termina así: "No consigo olvidar que hace mucho, quizá tras la aparición de La ciudad de los prodigios,
me dijo un día: 'Estoy harto de ser, o de que se me considere, el
primero de la clase'. No puedo evitar pensar que a eso, a dejar de
serlo, se ha aplicado desde entonces, sin demasiado afán por otra parte.
Lo que ya roza el milagro es que ha logrado no parecerlo, mientras sin
embargo continuaba siéndolo. Los únicos que en realidad no se han dado cuenta de que seguía siéndolo
son quienes otorgan premios oficiales o institucionales: ni el
Cervantes, que merecería desde hace lustros, ni el Príncipe de Asturias,
ni el llamado Premio de las Letras o sub-Cervantes, ni siquiera el
Nacional de Narrativa que se concede año tras año a la supuesta mejor
novela del anterior. Nunca se ha juzgado que ninguna de las suyas fuera
digna de ese galardón, que ha recibido hasta el último mono. Bueno,
miento: no lo obtuvieron jamás Juan Benet, ni Jaime Gil de Biedma en
poesía, ni Juan García Hortelano… Prueba de que Mendoza pertenece a esa
estirpe, la de los mejores. Razón de más para que se lo deteste, por
tanto. No es así, sino al revés. Un insondable misterio. Un endemoniado
enredo. Pasará a los anales."
Nos preguntamos, ¿es coherente pedir para otros un premio al que tú renunciarías en el hipotético caso de que te lo dieran? ¿En qué quedamos? Sí, esto está escrito antes de que esa eventualidad se diera. Y se dio.
2.12.12
La poesía de Alberto de Lacerda
La clásica colección Olifante publica una cuidada antología de Alberto de Lacerda bajo el título El encantamiento. El responsable de la selección, versión y prólogo es el poeta y diplomático extremeño Luis María Marina, Consejero de Embajada en Lisboa.
No es Lacerda uno de los más conocidos de la rica nómina de poetas portugueses del siglo XX. De ahí el acierto de esta presentación de su poesía que ha realizado Marina, eso se nota, con toda la delicadeza y con la mayor admiración. Sí, esto es más que un mero rescate.
No es Lacerda uno de los más conocidos de la rica nómina de poetas portugueses del siglo XX. De ahí el acierto de esta presentación de su poesía que ha realizado Marina, eso se nota, con toda la delicadeza y con la mayor admiración. Sí, esto es más que un mero rescate.
Nacido en Ilha-de-Moçambique (Mozambique) en 1928, llega a la capital de la metrópolis con dieciocho años y tras una breve estancia (con el consiguiente paso por las cárceles salazaristas), Lacerda viaja a Londres en el 51 para iniciar un exilio que terminaría en su apartamento de Chelsea and Westminster, donde fue encontrado muerto en el verano de 2007. Está enterrrado en el Brompton Cemetery, también en Chelsea.
En un prólogo de elevado tono poético, que tiene más de profunda lectura de la poesía de Lacerda que de profesoral aproximación a su obra, Marina desvela la singularidad de una voz poética de quien fue, "por encima de todo", un servidor de la Poesía.
De "bellísimo palacio transparente" califica su obra el traductor de la antología, dedicada a Luís Amorim de Sousa.
Pronto una comparación entra en escena: Sophia de Mello Breyner, lo que da justa medida de con quién nos estamos jugando los versos. Eso sí, a pesar de que compartiera aventura literaria con los de Távola Redonda (Cinatti, Mourão, Ferreira) y de que su primer libro aparezca junto a los de la citada S. de Mello Breyner, Ramos Rosa (un defensor a ultranza), Cesariny, Jorge de Sena, Helder y el mismísimo Andrade, Alberto de Lacerda levantó un lugar aparte, "una poesía fuera del tiempo" (según Casais Monteiro), demasiado personal como para admitir similitudes de grupo o escuela. Ve la poesía como "casa común" no como "trinchera", como "punto de encuentro". Eduardo Lourenço, que lo ha leído con la sabiduría que él gasta, alude a un "poeta sin mala conciencia".
Arpad Szenes, Portrait of A. de L., 1971. |
Con trece libros publicados y uno inédito, en la antología se recogen poemas de los cuatro primeros: 77 poemas, Palacio, Exilio y Color azul. El título obedece a que su obra, "postergada durante décadas en Portugal, es un canto (confesará en una emocionante entrada de su diario) a: “The sense of glory … El encantamiento. El absoluto. El éxtasis. En el amor, en el erotismo, en la naturaleza, en la amistad, en la experiencia estética, como creador y como espectador. Gloria. Una auténtica sensación de gloria que me cubre de lágrimas y me pone de rodillas frente a la eternidad”, nos explica Marina. Y añade: "La poesía de Alberto de Lacerda habita en un territorio circular delimitado por tres estaciones: el exilio, la divinidad y la luz". Exilio, precisa, de la infancia insular y luminosa, de su añorada isla natal de Mozambique. Exilio -"palabra central en el universo poético de A. de L.", según Ramos Rosa- que se localiza sobre todo en Londres ("a la orilla de un río corre mi vida"), aunque no dejará nunca de sentir saudade de Lisboa, otra de sus ciudades del alma. Exilio, en fin, de un exiliado por dentro y por fuera, que hizo de esa condición su fe de vida.
A pesar de lo dicho, Lacerda es un poeta que sólo se calibra debidamente cuando se leen sus poemas. Demasiado singular para recurrir a lugares comunes y otras frases al uso. Todo queda muy claro cuando uno se enfrenta a "Ventana" ("y todo está lejos y aquí"), "To night", "Hoy", "Lisbon revisited, 28 de mayo 1960" (un guiño pessoano para hablar de esa ciudad perdida), "'A Brasileira' del Chiado", "Bairro Alto", el magnífico y emocionante "La lengua portuguesa", "Exilio", "El Monstruo", "A la ciudad de Lisboa", "Regreso" (otra maravilla), "Declaración" (de nuevo Londres, "en el centro de la libertad"), "Cántico", "Un dios" o "El atleta". Poemas, y termino, que en una mínima parte pudimos disfrutar hace tiempo, traducidos por Marina, en la revista ovetense Clarín.
1.12.12
Turia y Machado
La revista aragonesa alcanza su número 104 y, por suerte, sigue viva; esperemos que ya lejos de los oscuros nubarrones presupuestarios que no hace mucho amenzaban su feliz existencia. Sí, es otro ejemplo de que la batalla del papel no está perdida. Más aún, Turia ni siquiera cuenta con la socorrida página web, como otras muchas, lo que hace imposible otra forma menos clásica de leerla. Bien está.
La nutrida entrega se abre con un oportuno recuerdo de Tomás Segovia, cada vez más vivo, a cargo de Manuel Rico. En Taller, encontramos, flanqueado por Soledad Puértolas y J. A. González Sáinz, un memorable relato épico de Gonzalo Hidalgo Bayal (que a uno le trae lejanos ecos de Ferlosio y Buzzati).
En Poesía, un puñado, cómo no, de excelentes poemas. De Julia Uceda, Álvaro García (un soneto), Enrique Andrés Ruiz (una alegría volver a encontrarlo), Cobos Wilkins, Ferrer Lerín (con la fuerza de siempre), Rivero Taravillo (me ha gustado mucho su "Testamento"), Eduardo Moga (amoroso y extenso), Pérez Azaústre (que homenajea a Farrah Fawcett), Luis Muñoz (conciso, muy certero) y Fermín Herrero (con una forma de mirar que tanto admiro), entre otros. Precisamente a Fermín Herrero se refiere Fernando del Val como "quizás el discípulo más aventajado del sevillano", siendo este "sevillano" don Antonio Machado, al que se dedica el Cartapacio. No voy a enumerar los nombres de todos los estudiosos que publican artículos y ensayos sobre su vida y su obra, a cada cual más interesante, donde no faltan conversaciones con Ian Gibson y Joan Manuel Serrat, al que tanto debe la divulgación de nuestro poeta nacional, como precisa con tino Luis García Montero. Cierra el dosier una práctica Biocronología elaborada por Enrique Baltanás, otro machadiano de pro que firma además unas páginas sobre la relación de Machado con el folklore.
Y ya que hablamos de conversaciones, destaquemos un par de entrevistas. Con el poeta Caballero Bonald, a eso se le llama saber anticiparse a los acontecimientos, y con el editor Jacobo Siruela.
En el apartado de Pensamiento, se anticipa un texto ("Nostalgia") del próximo libro de Javier Gomá, Necesario pero imposible.
No falta la puntual entrega de los diarios del director, Raúl C. Maícas, esta vez con dos protagonistas: Henry Miller y Maïlo.
Tampoco, en La Torre de Babel, una abundante colección de reseñas, entre ellas la de algunos libros comentados en este blog (de Jon Juaristi, Olga Bernad, Alberto Santamaría, Álvaro García y Rafael Fombellida). También la que adelanté antes de ayer aquí sobre Un centro fugitivo firmada por Manuel Neila.
Son de destacar las ilustraciones de Dis Berlin, un lujo que añadir a los muchos que lucen en la veterana Turia; más joven, por cierto, que nunca. ¡A leer!
30.11.12
Local
Foto: Andy Solé |
Vuelvo al pueblo. A lo local. Para quejarme en vano de lo mal que ha quedado, a falta de remates, la rotonda que nos han hecho al lado del colegio, en la Avenida de la Salle (una denominación que sigue rechinándome). Desde San Calixto, donde vive mi madre, calle arriba, da un poco de grima ver en perspectiva el adefesio. Una obra innecesaria y poco práctica, según muchos. Descentrada y estrecha, ¿no hubiera sido deseable trazarla ovalada, a lo largo? Como la del puente de Gutiérrez Mellado, en San Lázaro. Por cierto, ¿lo de los azulejos va con segundas? ¿Y lo de los colorines? Pobre general, parece instalado en medio de un cuarto de baño.
Por otro lado, esperemos que al final pueda colocarse en algún sitio la placa dedicada a Marino Barbero. Fui con mi hermano al acto. Las medidas palabras de su viuda fueron ejemplares. Y sensatas y oportunas las del alcalde Pizarro. Quién se extraña de que todos quieran que les case. No faltaron amigos y conté incluso a un par de socialistas allí presentes. Seguimos.
29.11.12
Manuel Neila lee "Un centro fugitivo"
ÁLVARO VALVERDE, UN POETA NECESARIO
Cumplido el necesario e imprevisible periodo de aprendizaje, Álvaro
Valverde (Plasencia, 1959) se inició como poeta con Territorio (1985), un libro primerizo de índole experimental, en la
línea más acendrada de la poesía formalista, que daba señales de agotamiento durante
aquellos años. Desde entonces hasta ahora, el autor de Una oculta razón ha devenido en un poeta esencial, necesario a fuerza
de cauteloso, como queda de manifiesto en Un
centro fugitivo. Antología poética (1985-2010), editada con esmero por el
poeta Jordi Doce, compañero de generación, y publicada recientemente en la excelente
colección “Arrecifes” de La Isla
de Siltolá (1912).
La trayectoria
poética de Álvaro Valverde, tan bien trazada en esta antología, muestra una
unidad inequívoca de sentido, lo que no es óbice para que presente una
evolución estética ascendente. La unidad de sentido viene dada por lo que podemos
denominar la topofilia del poeta, es decir, por el valor humano que
confiere a los espacios de posesión, a los espacios defendidos contra las
fuerzas adversas, en fin, a los espacios amados. De modo que la intención del
autor a lo largo de toda su obra consiste en hacer de los lugares donde
transcurre su vida un espacio habitable. “Hagamos de este lugar un territorio”:
concluye el poema que abre la antología.
Esta unidad de
sentido no impide que podamos distinguir en la obra del poeta extremeño dos épocas
claramente definidas. La época de juventud estaría formada, principalmente, por
Las aguas detenidas (1988), Una oculta razón (1991) y A debida distancia (1993). Mediante una
elocución básicamente discursiva, el poeta aborda las visiones del tiempo
retenido, indaga en el sentido de la vida, buscando finalmente la distancia
adecuada respecto a los seres que le rodean.
Una oculta razón, el mejor libro de este periodo, mereció el elogio de
Octavio Paz, que destacó en él “una gran madurez y una sabiduría psicológica
poco común en autores de su edad”.
La época de
madurez vendría representada por Ensayando
círculos (1995), Mecánica terrestre
(2002) y Desde fuera (2008). En esta
segunda fase, el poeta alcanza su madurez en los dominios de la sustancia y la
forma, del contenido y la expresión; o lo que es lo mismo, consigue su voz propia: “una voz que a penas ha
cambiado con los años, aunque por el camino haya ido ganando en claridad y
sencillez”, como acierta a señalar Jordi Doce en el prólogo que antecede a los
poemas.
El poeta sigue ensayando círculos de pensamiento en las aguas detenidas de la contemplación,
continúa buscando en la mecánica
terrestre que nos rige una oculta
razón que aclare su deriva, y observando desde fuera del flujo de la existencia, a debida distancia del mundo de la vida. Pero, a las veces,
multiplica los “puntos de vista” mediante la alternancia de poemas
descriptivos, narrativos y meditativos; recurre a las diferentes “personas del
verbo”, presentando los poemas en primera, segunda y tercera persona, de modo
que las composiciones de índole confesional se combinan con otras escritas en
forma de apóstrofe lírico o de monólogo dramático.
El autor de Desde fuera es, ante todo, un excelente vedutista, un diestro “dibujante” de
lugares emblemáticos, lugares que le producen una satisfacción sin límites, a
la vez que una sensación de impotencia ante la precariedad de cuanto existe.
Véanse, a modo de ejemplo, “Fuente de Yuste”, “Torre Tavira” o “Jardín de
Morille”. Su atención se dirige, entonces, al horizonte más inmediato que cerca
la existencia humana: el territorio de las realidades elementales que
estuvieron en el principio de la vida (la tierra, el agua, el aire, el fuego) y
de las idealidades elementales que le ligan al resto del mundo (la verdad, el
bien, la belleza y la palabra).
Con frecuencia,
esos lugares presentan un aspecto ruinoso, cuyos vestigios parecen devorados
por una vegetación voraz e incontrolable. Repárese en “Noción de lugar”,
“Estelas” o “Composición de lugar”, pertenecientes al libro Ensayando círculos. Este aspecto de su
obra le vincula a la estética simbolista y, en particular, a la “estética de la
ruina”, practicada con excelentes resultados por Aníbal Núñez y César Simón,
poetas a los que el extremeño tiene en gran estima. Hay algo trágico en estas
visiones de un mundo ruinoso. Se trata, en cualquier caso, de una tragedia
serena, en la que el ser humano se ve reducido a su soledad y a su
insignificancia.
Álvaro Valverde
es ya un poeta necesario, con una voz propia. Tanto más necesario, cuanto más
alejado de la estética dominante, débil de pensamiento, ignara de moral y
carente de belleza. Su particular modo de
decir, en el que resuenan los ecos de María Zambrano y José Ángel Valente,
de Gabriel Ferrater y Joan Vinyoli, de Aníbal Núñez y César Simón, posee un
tono, un timbre y un temple inconfundibles, que los lectores más acreditados se
resistirán a olvidar fácilmente.
MANUEL NEILA
Publicado en el número 104 de la revista Turia.
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