22.12.12

El palacio de congresos

Maqueta del proyecto de Selgas y Cano













Uno recuerda bien la mañana fría y desapacible que el consejero de Cultura de entonces, Paco Muñoz, colocó la primera piedra de lo que iba a ser el Palacio de Congresos de Plasencia. Fue a finales de 2006. Publiqué una breve crónica aquí. Pasé un mal rato, aunque eso no lo dijera entonces. Nunca me gustaron los actos sociales y menos con autoridades, más si, como aquellas, con excepciones, eran del sector estirado. Ellos, los cargos locales, sabían además -los jefes se fueron pronto o hablaban entre ellos- que yo no era uno de los suyos. Un militante, quiero decir. Tras las palabras de rigor, piqué algo y me escapé, según costumbre, en cuanto pude.
Al bajar a casa andando, pensé en lo que pensaba la mayor parte de mis paisanos: que el lugar no era el más adecuado, lejos del centro y a trasmano. Ahora que se va terminado la obra, muchos años después, no estoy tan seguro de ello. Quiero decir que a la gente le costará llegar allí, hacer el esfuerzo o la intención incluso, pero cumple con la idea que José Selgas y Lucía Cano Pinto, los arquitectos, defendieron aquel día en cuanto a su planteamiento. Se ve, por ejemplo, desde todas partes. A este paso, cuando el edificio esté terminado y luzca como debe (aunque mareante, puede verse el resultado previsto en la página del estudio de Selgas y Cano), desbancará acaso a la pobre encina solitaria (o alcornoque) que ha venido ostentando el título honorífico de faro y emblema de este pueblo.










Como el resto de mis paisanos, también temo que se termine por fin: ¿qué haremos con él? Sin un euro en las arcas municipales, será difícil contratar personal, enfriarlo o calentarlo, mantener su limpieza... Y, sobre todo, dar sentido a su existencia elaborando un programa de actos, que para eso se construyó. Bueno, para eso y para el lucimiento de la clase política que concebía estos lugares como dádivas y pago de favores, como regalías y premios que luego serían utilizados como trofeos y bazas electorales. Despilfarro también se podría llamar a esa figura.
Con todo, uno defiende la obra, la más ambiciosa e interesante de Plasencia, arquitectónicamente hablando, en el siglo que nos contempla. Digna de permanecer, esperemos, en la memoria monumental de esta ciudad colmada de patrimonio.