27.2.06

Dentro y fuera

El pasado domingo escuché en la radio un comentario de mi compañero de periódico, Feliciano Correa, que me obliga a volver sobre un asunto clásico de la literatura extremeña; un tema que va y viene, cíclicamente, sin que la cosa tenga, al menos en apariencia, fin.
Se estaba hablando de don Mariano Fernández-Daza, Marqués de la Encomienda, miembro de de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes, fundador del Complejo Cultural “Santa Ana”, y se destacaban, claro está, sus muchos merecimientos (que uno, modestamente, subraya). En un momento dado, Feliciano ponderó una circunstancia personal del eminente bibliófilo almendralejense: que había permanecido en su tierra durante toda su vida y que desde aquí había trabajado, sobre todo, a favor de la educación y de la cultura.
La personalización de su comentario no quedó, sin embargo, ahí. Vino luego a decir que son muchos los extremeños que han permanecido o permanecen en la región sin que se les reconozca ese mérito (se centraba en los escritores) y que son otros, los que viven fuera, quienes a la postre son premiados y a quienes se celebra como lo verdaderos artífices de nuestro resurgimiento cultural. Es obvio que no reproduzco sus palabras tal cual. Me limito a transcribir aproximadamente el espíritu de su queja.
Ya lo dije: esta es un lamento usual en nuestros ambientes culturales. Conviene añadir que el autor de las Libretillas jerezanas volvió a mencionar Miravete (antes, puerto; ahora, túnel), esa frontera simbólica entre los unos y los otros. Por lo mismo, volvió a dejar indiferentes a los escritores del norte extremeño, que nunca tuvieron que atravesar esa alegórica raya para ir a Madrid y de ahí, es un suponer, al cielo de la gloria literaria.
Para empezar, no parece lógico que quienes propugnan una España unida, por encima de nefastos nacionalismos, se empeñen en segregar a los extremeños por el lugar donde viven. Mejores los de aquí (“pata negra”, diríamos) que los de fuera, como si muchos de éstos no hubieran tenido que marcharse a la fuerza para buscarse la vida. Dicho lo cual, no niego, ¡faltaría más!, que abunden en Extremadura quienes sólo valoran lo que viene de fuera (ah, los complejos) y que, por culpa de su aguda ignorancia, desprecian lo mucho y bueno que hay dentro, por seguir con la dichosa dicotomía. Nadie debería negar que esto es provinciano; ahora bien, que los organizadores de actos y eventos, del ámbito público y del privado, prefieren los nombres reconocidos y famosos a los de aquellos otros que, con gozar de prestigio, no destacan por su popularidad, también. Seamos coherentes. Es normal si tenemos en cuenta la sociedad en la que vivimos, donde lo mediático manda sin importar el porqué; donde una dilatada carrera profesional o artística es equiparada con quince días en la casa de Gran Hermano o a un par de meses en cualquier concurso de cante o baile.
Puede pasar, eso sí, que ese menosprecio se vuelva en su contra y donde algunos enterados piensan que hay un mindundi al día siguiente aparezca, pongo por caso, un Cercas. Entre esa situación y la contraria sólo medió, en el caso del de Ibahernando, un definitivo golpe de suerte: Soldados de Salamina. Una delgada novela que, sin vocación de serlo, se convirtió en best seller. Para entonces, el desconocido escritor que había llegado a Cáceres para participar en el Aula “José María Valverde” (con escasa presencia de público) era un escritor de éxito con una agenda tan cargada que resultaba casi imposible buscarle el hueco que le permitiera asistir al homenaje que se le ofrecía en la Feria del Libro de esa misma ciudad.
¿Es necesario volver a recordar que la literatura escrita por extremeños le debe mucho a Luis Landero, Félix Grande, Dulce Chacón o el citado Javier Cercas, por citar a los de siempre? Tampoco debería serlo repetir que la literatura de Extremadura es, por fortuna, algo más que esos sonoros nombres. Me atrevería a decir que bastante más.
A estas alturas resulta cansina esa eterna cantinela de acá y el allá. Uno tiene claro que extremeño es el que quiere, haya nacido o no aquí, viva o no en Extremadura. Y eso sirve para Trapiello, que reitera cada poco su pertenencia sentimental a esta tierra, o para Ferlosio, que nunca se ha pronunciado, que yo sepa, al respecto.
Lo único que debería preocuparnos es que las obras de los escritores, a los que añadimos sin necesidad (la literatura es, en esencia, universal) el adjetivo “extremeño”, se sostengan en pie y, por añadidura, alcancen el máximo grado de excelencia, lo que deja obligatoriamente de lado esas consideraciones espurias sobre el nacer y el pacer, tan molestas como escurridizas.

(Del HOY)

25.2.06

Carnaval

Que muchas cosas dependen del carácter es algo que se pone de evidencia con la llegada del Carnaval: soy un negado, lo he sido siempre, para estas fiestas.
Me disfracé una vez, por razones laborales (los niños del colegio me lo exigieron), y nunca más. Cuando en Plasencia (ciudad anticarnavalera por excelencia) hubo desfiles, siempre los vi (cuando los vi) desde las aceras.
Ni el clima exterior ni, en mi caso, el interior me animan a disfrazarme.
Por aquello de que goza de un gran prestigio literario, me invitaron un año a dar el correspondiente pregón. A pesar de mi nula vocación de pregonero, decliné el ofrecimiento, más que nada, por no aguarles la fiesta. Dijera lo que dijera, carecería de gracia. Para eso, ay, no la tengo.

20.2.06

El Círculo de Viena

Quién nos iba a decir hace un año, cuando se presentó el primer libro de Juan Ramón Santos, Cortometrajes, que tan pronto iba a publicar su segunda obra. Que esto haya ocurrido no debería ser llamativo. Si algo nos quedó claro a quienes leímos su ópera prima es que, más allá del estreno, nos encontrábamos ante la obra de un escritor, algo más que una promesa. Lo demás, intuimos, iba a ser sólo cuestión de tiempo. Y de suerte, claro; la que no necesitó, por cierto, para que le concedieran una Ayuda a la Edición a este libro: se defendía solo y contaba con el refrendo de una editorial seria: Llibros del Pexe.
El Círculo de Viena me parece un buen título. Evocador, enigmático, sugerente… Cosmopolita incluso, en el mejor sentido. Nos lleva más a esa lujosa ciudad centroeuropea que rezuma cultura por todos sus poros que al neopositivismo, esa teoría filosófica basada en la defensa del empirismo y el rechazo de la metafísica que lleva su nombre.
Es un libro de cuentos. O de relatos, según gustos. Es ya un lugar común de nuestra literatura decir eso de que los libros de relatos (o de cuentos) no se venden. Que los editores no se arriesgan. Al mismo tiempo, paradojas, no dejan de alabarse las virtudes del género y de resaltar los buenos cuentistas que tenemos.
Si bien cada cuento de los siete que componen El Círculo de Viena es un pequeño o gran mundo (el tamaño, ya se sabe, no importa), todos y cada uno de los relatos suman a la hora de conformar el libro al completo. Quiero decir que al terminar de leerlo se advierte cierta unidad. Unidad que radica en el tono, algo que en literatura lo es todo. Digo tono y no estilo. No es que no lo tenga, cuidado, es que lo pone al servicio del lector con objeto de que éste se deslice sin sobresaltos por la superficie de los relatos y atienda a lo que importa: a la narración, al asunto. No hay alardes y pirotecnia verbal sino eficacia narrativa. No sobran palabras y eso, para alguien con deformación poética, es una virtud que se agradece.
Uno abre El Círculo de Viena y no tiene más remedio que toparse de frente y sin remedio con la literatura al leer el primero de sus cuentos: “Filología de la tristeza”, que, además de ser un título precioso, aborda un asunto central en la obra (y en la vida) de Juan Ramón Santos: el de la diversidad de las lenguas; algo normal en un políglota confeso.
El cuento se adapta a la perfección al mencionado tono general del libro, muy portugués, saudoso y melancólico (y, por eso, lleno de humor e ironía). Un tono que vuelve a apoderarse de “El caso Nuno Guedes”, donde un “tipo hueco, sin pasado”, que afirma: “no soy nadie”, pone en pie el universo pessoano de los heterónimos dando, de paso, sustancia a uno de los temas fundamentales del libro: el de la identidad o, mejor, el de su búsqueda; algo sobre lo que indaga el segundo relato del volumen,“Centenario”.
Se habla de géneros como compartimentos estanco y, no obstante, en el relato “El hombre vestido de otoño” he visto poesía a raudales. Sin versos, pero poesía.
Que el escritor es, por encima de cualquier otra cosa, lector lo demuestra “El artificio de la altura” que se desarrolla en París, un lugar ideal para hablar de metaliteratura (literatura sobre la literatura).
El cuento siguiente, “Volver”, que es nombre de tango, se sitúa en un lugar menos imponente, Plasencia, y quizá por eso (y por un montón de cosas más) es uno de mis preferidos. Sus últimas líneas, con fondo de murallas, me parecen sencillamente emocionantes.
“El Círculo de Viena”, además de dar título al libro, ocupa él solo su segunda parte. Me parece oportuno que el autor haya separado este cuento del resto. No sólo por la extensión, mayor con diferencia, sino por el cambio de registro, de tono, por usar de nuevo ese término. No un viajero, que ya no quedan, sino un vulgar turista, como todos, es el protagonista de un delirio que sucede en Viena, peripecias propias de un perdido antihéroe contemporáneo; un “misántropo cínico y pertinaz”, como reza en la contracubierta; un tipo gordo (abundan en el volumen) por el que sentimos tanta repulsión como lástima.
Me da que a todos los cuentistas se les exige una novela. En realidad, una novela ya se la pedimos a cualquiera y muy pronto lo raro será no tenerla. Bromas aparte, también a Juan Ramón Santos se le pregunta por eso. Él mismo se lo pregunta. En todo caso, basta con leer el último cuento, el que nombra al conjunto, para advertir que el novelista acecha. Le falta, según dice, encontrar la historia oportuna, poca cosa para un escritor con el don de la narrativa.

(Del HOY)

15.2.06

El estanque. Luz de luna (1904)



Valencia

Me pregunto el porqué de la ausencia de Zapatero en la clausura del congreso de las Víctimas del Terrorismo de Valencia. Le hubiera dado tiempo tras el homenaje a Tomás y Valiente (donde habló, por error, de "sesgar" y "sesgado" y no, como se recoge en la prensa, de "segar" y "segado"). ¿Sólo por el abucheo? Lo mismo los de la AVT se hubieran salido, como hicieron ante la intervención de Peces-Barba. Debe haber otras razones de fondo que intuyo pero que no encuentro. Uno, con todo, cree que debió estar. Es lo que iba con su estilo. Ah, la política... ¿quién la entiende?

Detalle

Siento una profunda admiración por Gregorio Peces-Barba. Que el PP (y sus secuaces, víctimas del terrorismo inclusive) le desprecie como lo hace es un síntoma evidente (uno entre mil) de su incapacidad analítica o lógica. Uno compara su estatura moral con la de Acebes, pongamos por caso, y se queda sin palabras (o le salen palabrotas). ¿Y estos hablan de Estado? ¿Y quienes hacen Estado? Hombres como Peces-Barba, por supuesto.

11.2.06

En Suabia

Él empezó a escribir tarde. A publicar, quiero decir. Uno le ha descubierto también tarde. Hablo de Carlos Pujol, poeta, crítico literario y traductor, además de profesor universitario en su Barcelona natal. Esta tarde he leído su último libro, Versos de Suabia.
Debo ser un antiguo (no me atrevo a usar la palabra clásico), pero me encanta el tono de Pujol. Pura poesía, que no poesía pura. No sé si será moderno. Ni si uno, porque le gusta cómo escribe, lo será o no. Uno no aspira a según qué imposturas. Vamos, que me da lo mismo. Al menos ahora, después de disfrutar hondamente con la consolación de su poesía. Me bastan versos como estos, puestos en boca de Eduard Mörike:

A veces me pregunto
qué significan cosas cotidianas
como el amor, la luz o la tristeza.

Muerte

Hoy hace una semana, en la librería, nos daban la triste noticia de la muerte de un viejo conocido; mecánico del coche de uno, para más señas, un profesional capaz y una excelente persona. Tenía cincuenta años y su mujer había sido dependienta de la que fuera librería "Cervantes" durante muchos años.
Ayer, enterrábamos en Garganta la Olla a una tía de Yolanda. Era muy mayor, sí, pero la echaremos siempre de menos porque era el centro de aquel jardín mágico del que he hablado otras veces. Uno hacía allí recuento a solas de los momentos felices que hemos vivido en torno a la mesa de piedra (una antigua piedra de molino) que ella siempre estaba dispuesta a llenar de comida, bebida y cariño.
Me entero ahora de que el ser anónimo del que hablaban en la radio esta mañana temprano, que había muerto carbonizado en un incendio a las afueras de Badajoz, era otro viejo conocido, el fotógrafo Antonio Covarsí. Colaboró con Pablo Guerrero en algunos de sus libros de poemas, uno de ellos publicado por la Editora, Tiempo que espera. Tambien en la ERE se publicó el catálogo de su exposición La luz incierta. Lisboa 2002-2003.
También ilustró Jola, el libro de Ángel Campos sobre el devastador incendio que asoló La Raya hace un par de veranos. Quién iba a decir que...
"Y entonces, la muerte", que diría van Wilderode. Siempre la muerte.

9.2.06

Lectura

Ayer volvió uno al Colegio Mayor "Isabel de España" para leer poemas en el ciclo "50 años de Poesía Española" (los mismos que tiene el Colegio), junto a Luis García Montero. Éste nos contó que allí tuvo lugar su primera lectura en Madrid, en el 82. Le acompañaron los otros dos miembros del grupo fundador de "La otra sentimentalidad", Álvaro Salvador y Javier Egea.
Uno ganó también allí su primer premio literario, año arriba o abajo.
El ciclo está coordinado por un viejo amigo, el poeta Francisco Castaño. Es un perfecto cómplice de Marisa Muñoz, la directora, y de Nicanor Gómez, responsables directos del prestigio pasado, presente y aun futuro de ese centro educativo, mucho más que una residencia de estudiantes.
Todos salimos corriendo tras la lectura. Los alumnos a sus exámenes, el público y Luis a su casa (donde se habían reunido sus amigos para ver el Real Madrid-Zaragoza) y Paco y yo a la carretera. Me alegró ver en la sala a mi compañero de periódico, José María Peña. Y a Nieves Martín, de Radio Círculo.
Pasamos un rato agradable, sin duda.

8.2.06

Editores

En el mismo sitio de abajo, en su sección habitual, "Latidos", Sergio Vila-Sanjuán, escribe algo que no me resigno a dejar de copiar:

El arte de avergonzar a los editores


Uno de los pasatiempos cíclicos en el mundo del libro consiste en enviar obras de autores importantes, publicadas o inéditas, pero en cualquier caso ocultando su origen, a editores de prestigio para ver cuál es su reacción, que suele ser de rechazo. A veces han sido periodistas quienes lo han hecho, a veces los autores mismos como es el caso de Joyce Carol Oates o Doris Lessing; el mundo anglosajón es especialmente proclive a este deporte. La última jugada ha corrido a cargo del ´Sunday Times´ de Londres, que mandó mecanoscritos de primeros capítulos de autores ganadores del Booker Prize como V. S. Naipaul y Stanley Middleton atribuyéndolos a autores desconocidos a una veintena de editores y agentes. Nadie reconoció la verdadera autoría y solo una agente de Londres expresó interés en el fragmento de Middleton; los restantes receptores (editoriales como Bloomsbury y Time Warner, y figuras como Cristopher Little, descubridor de J. K. Rowling) rechazaron los textos. En la polémica que ha seguido, los dos escritores afectados y otros colegas han criticado la falta de olfato editorial, mientras que los profesionales pillados en falta alegan que no dan abasto con todo lo que les llega. Editores españoles, vigilad: podéis estar en el punto de mira de otro bromista.

El método de la frase

En La Vanguardia, suplemento Cultura/s, sección "Escrituras", aparece hoy un sugerente artículo de Xavier Bru de Sala titulado "El método de la frase". Se podría resumir en este par de párrafos:

"Tomad una obra de estos autores (Flaubert, Faulkner, Joyce, Beckett...), abrid al azar y sospesad una frase. Lo hacéis varias veces y vais apuntando el resultado. Si las frases excepcionales, cinceladas, fulgurantes, pasmosas, geniales, o simplemente buenas o brillantes, no son todas, poco faltará. En Virgilio, en Dante, en Shakespeare, son diez de diez, y en grado superlativo. Las suertes virgilianas consistían en enfrentarse al futuro mediante un verso de la ´Eneida´ escogido al azar. De ello se deduce que toda frase del gran Virgilio nos dice algo sobre cualquier situación imaginable. Estamos pues en las antípodas narrativas de la marquesa que Mallarmé se abstuvo de crear porque no sabía cómo quitarle los guantes sin caer en la más lamentable de las banalidades".

"He aquí pues un método bien sencillo, al alcance de todo el mundo, para valorar a los escritores. Abrid varias veces por el método virgiliano un best seller cualquiera. ¿Con qué frases os topáis? Si son todas, aisladas del contexto, para tirar, e incluso con la nariz tapada, de tanto hedor como exhalan, el autor no es un escritor verdadero sino un artesano del entretenimiento. Tal vez muy bueno, pero no un artista de la palabra".

Con todo, lo mejor es leerlo completo.

Descubrimiento

Compruebo que todos los medios periodístico, en cualquiera de sus formatos, destacan hoy la noticia que uno colgó ayer aquí, como un modesto homenaje, apenas me enteré de que habían descubierto una tierra incógnita poblada de animales maravillosos donde no existían, por cierto, vestigios de vida humana. Es un alivio saber que hay otros mundos más allá del Estatut. Nos humaniza.

7.2.06

Jardín del Edén

Un equipo de once científicos anuncia haber descubierto "un paraíso perdido" en una jungla de Indonesia. El descubrimiento se produjo en diciembre de 2005 en la región cercana a las montañas de Foja, en la provincia de Papua al este de ese país, que cubre una superficie de más de un millón de hectáreas. "No hallamos ninguna señal de civilización, de comunidades aborígenes o cualquier otro tipo de vida humana que existiera allí", indicó Bruce Beehler, que co-dirigió la investigación.

Entre los animales hallados, se destacan: un ave de cabeza naranja que se alimenta sólo de miel; un canguro dorado, cuyos parientes más cercanos se creían extintos; una especie de mamífero Echidnas (un mamífero primitivo que pone huevos); y una rara ave del paraíso "Berlepsch", descripta por exploradores del siglo XIX pero nunca antes vista.

(cadenaser.com)

5.2.06

Llamas escritas

Esta tarde, en el campo, después de dar el paseo (el "corto", en compañía de Yolanda y Alberto, una novedad), he terminado, delante de la chimenea encendida, la antología de Ponç Pons, Llamas escritas. No me ha decepcionado leer por extenso al poeta menorquín. Al revés. He encontrado una especie de alter ego poético, algo que sospechaba. No he leído a otro, me he leído en él, parafraseando a Pacheco. Ahora sé que aunque no se llame Menorca, también uno vive en una isla. Es muy parecida a la suya. A la suya, preciso, antes de la destrucción. "L' aventura és escriure". Escriviure (escrivivir), por decirlo aún mejor.
Me he propuesto escribir sobre la experiencia de esa intensa lectura. Sí, como dice otro poeta insular, Paco León (en Ábaco, su diario recién publicado), "leer es una forma de vida" que nos transforma. Después de leer la poesía de Pons uno ya es (aproximadamente) otro.

El árbol de las mariposas

Acaba de aparecer un libro singular por muchos motivos. Ya de por sí el original lo es, debido, antes que nada, a la indudable calidad poética que logró infundirle su autor, Anton van Wilderode. Sólo eso ha permitido editar algo tan insólito como el volumen a que aludo, donde ser reúnen cinco versiones distintas de El árbol de las mariposas: en neerlandés (la lengua materna del poeta), español, francés, portugués e inglés.
Ya tuvimos ocasión de ocuparnos en su momento de la traducción castellana que publicó la editorial Calima en una excelente versión de José Luis Reina Palazón. Uno tuvo el honor de presentar la obra en el Archivo Histórico Provincial de Cáceres hace unos años. Ahora se vuelve a recoger y, como decimos, se le suman otras en diferentes idiomas. Me apetece resaltar una de ellas, la realizada en portugués por Ruy Ventura, un joven poeta alentejano vinculado a Extremadura. La poesía melancólica del poeta flamenco se adapta especialmente bien a esa lengua saudosa. Apesadumbrada, sobre todo, porque al fin y al cabo describe el viaje sin retorno del emperador Carlos I de España y V de Alemania (como decíamos en el colegio) desde Flandes hasta Yuste, por más que el itinerario lírico se limite a su periplo español, desde el puerto de Laredo hasta el monasterio situado en un remoto rincón de La Vera, su “casa de la muerte” para decirlo con palabras del polígrafo Mario Praz.
Anton van Wilderode, seudónimo de Cyriel Coupé, que vivió entre 1918 y 1998 en la Provincia de Flandes Oriental, en la tierra de Waas, que estudió Filosofía y Filología Clásica en Gante y Lovaina y fue ordenado sacerdote en 1944, captó a la perfección el espíritu de un hombre que ha renunciado a su imperio y se dirige, conscientemente, a su último retiro. Sí, de lo que aquí se da cuenta en versos de cuidada ejecutoria, de exigente armonía, salpimentada por los rigores del metro, la estrofa y la rima (que han trasladado con desusada pericia los traductores), es de las postrimerías de la vida y los prolegómenos de la muerte de un hombre, un hombre solo y enfermo, triste y cansado, que ve acercarse su final rodeado de figuras fantasmales: las de su familia (su padre, Felipe El Hermoso, y su madre, Juana La Loca), su mujer, Isabel de Portugal, y sus hijos (hay poemas dedicados a Felipe y a Jeromín), sus amigos, sus aliados y enemigos, sus ciudades (de Granada a Koudenberg pasando por Valladolid, Burgos, Sevilla, Génova, Gante o Bruselas) y, claro está, también sus frustraciones y sus sueños. Y todo ello, ah paradoja, en medio de un paraje paradisíaco y recóndito, rodeado de un espeso boscaje, ajeno al mundo y a sus adjetivas pompas, como un monje ya, a un paso de morir pero aún con vida. El momento es solemne. Grave y grandioso, no tanto por ser él el personaje que es, sino porque es simplemente un hombre a punto de dar el paso definitivo hacia el que todos encaminamos, querámoslo o no, nuestra existencia. Ése, y no otro, es el personaje poético de Carlos que pone en pie Anton van Wilderode; un ser humano, demasiado humano, que hurta a las sombras del pasado, del dolor y del insomnio un poco más de vida entreteniéndose en el estudio de viejos mapas y en la recomposición de gastados relojes, símbolos, no se olvide, de lo que es el espacio y es el tiempo.
No eligió mal el título su autor. Se nos explica que “El árbol de las mariposas (De vlinderboom) es, según el botánico inglés Adam Buddle (1660-1715), un arbusto procedente de China que puede alcanzar hasta cuatro metros de alto; alrededor de sus largos racimos de flores se reúnen enjambres de mariposas. Así revolotean los recuerdos como mariposas alrededor de un hombre que se queda solo”. Está bien traído el ejemplo.
Enriquecen el volumen, con forma alargada de cuaderno (diseño de Ruiz de Gopegui Rando), además de los prólogos institucionales (el libro de la Fundación Academia Europea de Yuste está patrocinado por la Consejería de Cultura, el Círculo Internacional de Amigos de A. van Wilderode, las dos Diputaciones extremeñas y el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España), unas discretas pero efectivas fotografías que, junto a la reproducción de algunos cuadros, añaden capacidad de sugerencia a lo que ya de por sí es palabra inspirada.
No sería justo olvidar cuatro nombres que, entre otros, están detrás de este mágico proyecto. Me refiero a Antonio Ventura Díaz, director de la FAEY; a su gerente, Matías Sánchez González; a Beatrijs van Craenenbroeck, alma del Círculo de Amigos del poeta y, cómo no, a Miguel Ángel Martín, el hombre de la Fundación en Bruselas.
Uno, que leyó en Cortewalle y en Utrecht poemas de El árbol de las mariposas, se alegra de que esta aventura haya concluido de la mejor manera posible.

(Del HOY)

3.2.06

Una anécdota

A mediamañana, en Badajoz, entre reunión y reunión, me pasé por un bar que está enfrente del MEIAC a tomar un café. Había un par de parroquianos y el camarero. La televisión estaba puesta. Sintonizada en la Cuatro, por cierto. Me extrañó porque encima de la barra estaba el ABC. No debería haberme parecido raro: sé mejor que nadie que ése es un periódico tan liberal como para tenerle a uno como colaborador. Al poco llegó un sacerdote (llevaba alzacuellos) acompañado de (supongo) un matrimonio. Eran habituales porque, nada más aterrizar, ella dijo con contundencia: "Hoy pago yo". Casi al tiempo, el mencionado cura me pasó el ejemplar de Hoy que había estado viendo uno de los clientes y que pretendía atrapar. Le agradecí el gesto. Se sentaron a tomar sus consumiciones en una mesa. En ese momento salió en la tele Fungairiño y el buen hombre (casi) gritó: "¡Hijos de mala madre! Y al poco: "¡Canallas!" Se refería, claro está, a "los socialistas". Confieso, nunca mejor dicho, que las descalificaciones me sublevaron. A pesar de mi timidez, estuve a punto de dirigirme a él para pedirle respeto o, mejor, para afearle una conducta tan poco cristiana. Al final me fui refunfuñando para mis adentros.
Luego pensé: tengo un hermano sacerdote y este tipo impresentable le ofende indirectamente. Y, con él, a mí, que le quiero y le respeto. Por otra parte, aunque no milite en ningún partido, me siento cercano a las posiciones que el energúmeno criticaba. ¿Soy por eso hijo de "mala madre"? Dando por supuesto que no, sin querer se insultaba a sí mismo: mi madre seguro que está mucho más cerca de sus planteamientos que de los míos. Si es que a lo del clérigo se le pueden llamar "planteamientos", claro.
En fin, el café estuvo hoy especialmente amargo. Empieza a dar asco escuchar a según qué memos. Y luego predicará sobre la caridad, el amor y el perdón. ¡Cínico!

2.2.06

1.2.06

Cabreros

Una entrada del blog de Santos Domínguez donde se citaba de nuevo la famosa expresión de Jaime Gil de Biedma en la que se define a España como "intratable pueblo de cabreros" me recuerda lo mal que llevo (que he llevado siempre) esa comparación, sin duda ocurrente. Ya sé que los cabreros arrastran mala fama (a la literatura clásica remito), pero a estas alturas del tiempo y de la historia me parece injusto que se les saque a colación para eso. Ya quisiera uno que ciertos políticos estuvieran a la altura de algunos cabreros. Es más dolorosa la expresión cuando uno vive en Extremadura y, además, se siente (con perdón) extremeño. Por el simple hecho de que por aquí han abundado quienes se vieron obligados a practicar ese noble oficio. Uno, sin ir más lejos, tiene antecedentes familiares. Gente que lo pasó mal en la Sierra del Chivetín, en la Vera Alta, allá por Viandar. Y amigos del colegio cuyos padres lo eran. Y, cosa rara en mí, una tarde remota llegué a jugar con ellos a las cartas en el refugio de Guijo de Santa Bárbara. Además, sin remedio, me acuerdo de Umbral, de aquello de que "Extremadura es como Marte, pero con cabras", otra maldita ocurrencia. En fin, sensible que es uno. O alma de cabrero que tiene, vaya usted a saber.