La calle del Rey era, como la Plaza, un continuo desfile de señoras y señores con capa. Procesión, mejor. Celebraban aquí su reunión anual y habían llegado de todas partes de España.
La plazuela de San Esteban estaba abarrotada de gente que bebía y gritaba (lo de hablar en voz baja es un imposible), sentada en las terrazas de los bares de copas que han tomado el lugar. Fue entonces cuando caí en la cuenta de la incongruencia. La de ir a presentar un libro de poesía. Lo de leer poemas en público. Y, para colmo, en el pueblo de uno. Una incongruencia intempestiva, además, por ser un gesto de otra época. Eso sentí. Sin remedio. Me descolocó esa sensación y, cuando entré en el claustro de Las Claras (rodeadas sus columnas de plástico negro para que no se vea el montaje del belén navideño), mi desánimo era evidente. Al menos de puertas adentro. Le había dado muchas vueltas a si realizar o no esa presentación. ¿Para qué?, me preguntaba. Al final pensé en los editores, en las librerías (en especial, El Quijote, que siempre llevan unos ejemplares para vender, lo que de corazón les agradezco), en la costumbre también y, en vez de hacer "un Bayal", pregunté a Basilio Sánchez si querría acompañarme -otro motivo para llevarla a cabo- y al final la organizamos. Juanra Santos (que el día de autos había publicado en PlanVe una excelente reseña) solucionó, con la solvencia que le caracteriza, lo relativo al lugar y a la fecha. Uno tenía claro que esta vez no sería en el Verdugo. Demasiado grande. La del Artesonado es una sala preciosa y su acústica, magnífica. Juanra se ocupó también de la difusión. Mi hijo Alberto diseñó el cartel, elogiado por el editor Borrás, que lo vio ajustado a la estética pre-textiana.
Que fuera viernes y puente para los docentes tal vez influyó en la afluencia. O no. Vuelvo a lo de antes: este tipo de actos son cada vez más minoritarios y más íntimos, y está bien, o es natural, que así sea. Estábamos, en suma, los que teníamos que estar, ni más ni menos, lo mismo que cualquier sitio está donde está y no cerca o lejos de tal o cual otro. No los conté. La inmensa minoría de siempre. Mil gracias. Un par de familiares o tres, amigos, conocidos y saludados. Y autoridades (el alcalde y un par de concejalas, todos del PP) y hasta desconocidos que pasan por esta ciudad cada vez más turística, como el profesor andaluz Juan J. Cienfuegos. Durante el pasado fin de semana, la ocupación fue del 100%. Los de la capa, sí.
Elegir la compañía de Basilio siempre es un acierto. Acentuada porque el cacereño se prodiga poco por La Muy, y, claro, pilló a mis paisanos a contrapié. Encantado uno, encantados todos. Por suerte, su espléndido texto será debidamente publicado para que cualquier lector lo disfrute.
Después de escuchar lo que dijo y cómo lo dijo, lo demás sobraba. Iba a leer una parrafada escrita para la ocasión pero preferí improvisar (sobre el guion de lo escrito, eso sí). Y porque el movimiento se demuestra andando, leí un puñado de poemas, lectura que adorné con algunos comentarios. Soy incapaz de explicar si acerté o no, y no es pose ni falsa modestia.
Basilio Sánchez me preguntó al terminar un par de cuestiones (sobre Territorio, sobre los viajes), firmé tantos libros como poemas había leído, en torno a la decena, y nos fuimos a tomar algo. Nueve nos sentamos a la mesa del Plaza 30. Como suele ocurrir, me costó luego conciliar el sueño y amanecí, entre desvelos y pesadillas, demasiado pronto.
Qué difícil es explicar a quien no escribe poesía lo que nos importa a quienes lo hacemos. Que nos va la vida en ello. Y quien dice escribir dice leer, cuando de lectores de fondo se trata. Por eso un acto en apariencia intrascendente como éste, o meramente social, puede cobrar tanta importancia para quienes nos sentimos concernidos. A esto le daba vueltas, y se las sigo dando, aquella noche y estos últimos días. Se preguntaba Cercas en su discurso de ingreso en la Española sobre la utilidad o inutilidad de la literatura. Ya imaginan mi respuesta.