19.5.23

Un lugar en lo hondo

Basilio Sánchez
Pre-Textos, Valencia, 2023. 96 páginas. 18 €
 
Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es un genuino corredor de fondo de la poesía española. Autor de A este lado del alba, Los bosques interiores, La mirada apacible, Al final de la tarde, El cielo de las cosas, Para guardar el sueño, Entre una sombra y otra, Las estaciones lentas, Cristalizaciones, He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (premio Loewe y de la crítica Meléndez Valdés) y Esperando las noticias del agua, así como de Los bosques de la mirada. Poesía reunida 1984-2009, El cuenco de la mano y La creación del sentido, suerte de autobiografía lírica.  
A su coherente obra se añade esta entrega que se abre con un sugestivo poema en prosa que imprime el tono (del que habla en voz baja) y la dirección del libro: “A mi regreso a casa me invadían la alegría de los pájaros, el fervor de lo vivo, la elocuencia sencilla de las cosas que, desde su constancia, desde su luminosa levedad, en el baile secreto y silencioso de sus significados, parecían sugerirme, a su manera, esas pocas verdades esenciales que, al cabo de los años, cuando todo comienza a percibirse desde cierta distancia, se nos vuelven de pronto imprescindibles”.
Sus lectores apreciarán cambios. Sánchez da un nuevo giro a favor de la humildad: “me dedico a lo poco”. Abandona el versículo para acentuar la concisión, por más que el ritmo siga siendo lento y majestuoso, propio de un canto inspirado. Al mismo tiempo, aminora su impronta imaginativa, surrealizante, sin perder de vista “lo indescifrable y lo secreto”, “lo que menos comprendo”, lo “invisible”. Adopta, con naturalidad, el autorretrato. Que la materia de la poesía es la personal experiencia se percibe aquí aún más porque El baile de los pájaros (nótese la sencillez del titulo) está escrito después de una situación extrema: la vivida por un médico intensivista durante la pandemia. La atmósfera que ha logrado crear con sus versos no es ajena a esa penosa circunstancia de “negociaciones con la muerte” (“Nadie vela a los muertos”), aunque la discreción evite cualquier nota patética: “siempre hay alguien que cuida”. De ahí, la casa –un “arca”, un refugio– y ese “fervor de lo vivo” que alienta en el jardín donde dialoga, en soledad y silencio, al atardecer, con plantas y animales (la morera, el gato), franciscanamente. “Del pensamiento humilde de las cosas”, por ejemplo.
Otro símbolo –como el de la noche o el del bosque– centra esta visión contemplativa y con memoria: la nieve. “Escribir es arrastrar palabras en la nieve”, ha dicho. Meditadas palabras que por su deje sentencioso y aforístico parecen cinceladas. Qué sólida puede ser la fragilidad: “pertenezco al linaje de los tímidos”.
La poesía es tema esencial del conjunto. Nada extraño: todo poeta genera una poética y la suya –humanística– es fecunda como pocas. “Fuera de la poesía es muy difícil, / para un simple poeta, hacerse comprender”, sostiene. Es “falla geológica”, “apuesta moral”, “suma infinita de presencias y ausencias”, “inmensa construcción del espíritu”, “un relámpago”, “no es un logro, es un merecimiento”, “el final del idioma”, “una alfombra para huéspedes”… “El tiempo del poema / no es el tiempo del mundo. / El suyo es el espacio / secreto de los signos”.
Vuelve a la reflexión sobre lo sagrado y sobre Dios (léase “Escrito en una hoja”) sin dejar de poner en el centro la preocupación por “el otro”, en el ético sentido léviniano.
“Escribo para alguien al que miro a los ojos”, leemos en este libro limpio, erguido e íntimo, nocturno y sigiloso, concebido como una unidad, donde la celebración se impone a la melancolía.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.