13.4.25

En el silencio de estas contemplaciones

El venezolano Ígor Barreto (San Fernando de Apure, 1952) reunió su poesía en El campo / El ascensor (1983-2013). Después llegaron El muro de Mandelshtam y La sombra del apostador
La edición de aquélla estuvo al cuidado de Antonio López Ortega, como la de Rasgos comunes, magna antología de poesía venezolana del siglo XX. Lo digo porque su afirmación –al frente del liminar de Inmundo– de que “Toda la poesía venezolana confluye en la obra de Igor Barreto” cobra pleno sentido. La conoce perfectamente. Cita a diferentes autores y no olvida que también converge “con la más alta poesía contemporánea” universal. Un “bagaje para urdir una poesía en la que el paisaje se ha hecho pensamiento”. Que ha evolucionado “hacia un estadio metafísico”. Teniendo en cuenta el “siglo portentoso” de esa tradición, no es poco que la suya esté entre las mejores. Se aprecia bien en este libro cuyo título remitiría a “in-mundo: esto es, lo que está dentro del mundo, o dentro de sí”. El poeta, afirma el prologuista, “nos entrega” en él “su propio canto general”. “Un recorrido que aspira a la totalidad”. De joven, Barreto “solía fantasear con una sociedad de poetas muertos”, un “guiño” que “evocaba la muerte del referente terrestre en la poesía venezolana” (de la que él sería “su último representante”); ahora, en Inmundo, “la tierra” se convierte “en cosmos, en totalidad significante”. Y por el “Kosmos” empieza, no sin antes citar a Lacan: “lo real es inmundo y hay que soportarlo”. 
Pronto, la conciencia de la escritura, “esa lengua arbitraria / que inventamos para aludir / las cosas mudas”. La silla, el rectángulo, el cuarzo, las cortinas. “La poesía es inmunda, / se escribe justo en el borde angustiante / de la frontera / del mundo”. Y redundante: “Yo reescribo / lo escrito”.  En “Hedor” leemos: “¿Quién ha dicho que de la fetidez / no emanan los poemas?”. La poesía –señala– “sólo prospera en el error”. Cree, en fin, que “la poesía se indigesta con tantas precisiones, y más le conviene nombrar al sesgo”.
Barreto suele proceder por series: poemas sobre el mismo asunto general, no siempre seguidos. Destacaría los que dedica a la naturaleza (paisajes, animales –aves, sobre todo– y vegetales, que metaforiza: “Urracas”, “Los pájaros semilleros”, ”Aragüaney”, “Heliotropos”, “Palmeras”); a la fotografía (reconoce que muchas composiciones están inspiradas en ellas: “La belleza pertenece / a lo pre-verbal); a la familia y su propia memoria personal (el abuelo “práctico”, la abuela “junto a su nieta”, su infancia, el amor, los recuerdos: “Somos / esas figuras que pasan / como carrozas fúnebres: / una modesta historia / que con ilusión pretendíamos ser”, leemos en “Álbum de familia”); a Rumanía (le dedica los nueve poemas que siguen a “Sueño rumano (1973-1979)”; por razones de estudio, vivió allí durante la dictadura de Ceauşescu: “Fuimos extraños / en un rincón de los Balcanes”); o a su país, Venezuela, con dolor (ahí, “nuestra bastardía triste /a la que aún obedecemos ciegamente”, “lo precario”, “¿Cómo hablar del obsceno presente?”, “Lo perdido”, “Al final sufrimos / la no pertenencia / y el no-lugar”, “El país arrojado / hacia la amnesia de los lotófagos”).  
Por libre, digamos, otros poemas memorables: “Traducciones” (complementario de “Tres poemas de Reiner Kunze”), “El viajero”, “El fantasma del hotel Majestic”, “Epidemia”... O los dos de tema taurino. Entre versos, las prosas de “Bagatelas” (cuatro). 
Alude Barreto al “habla comprensible”. Y al lenguaje de lo “real-cotidiano”. El tono de esta poesía concisa es conversacional. Narrativo en numerosas ocasiones. Su ritmo, parsimonioso y elegante. Lo meditativo se ajusta a la cadencia melancólica que atraviesa el conjunto. De una tristeza honda. Creo que Barreto ha conseguido al final su deseo: “Descubrir lo que no sabía / que sabía”.

Igor Barreto. 
Pre-Textos, Valencia, 2024. 214 páginas. 23 €

NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL