Los blogs, en general, no están bien vistos. Ni los blogueros. Se suele despachar a unos y a otros con acusaciones de egotismo, vanidad y otras lindezas que vienen a denunciar que quien lo tiene es por el mero afán de presumir o darse a conocer, para el lucimiento personal y la autopromoción. No será uno quien dude de que existen blogs y blogueros así, pero, como en todo, cualquier generalización es errónea. Si dejamos a un lado que hay tantas modalidades de blogs como asuntos, materias, aficiones, tareas, etc. pueda concebir el ser humano, y nos centramos en los que podríamos denominar literarios, que son lo que me interesan, el panorama, aun siendo igual de rico o de confuso, según quién lo valore, es quizá más fácil de desbrozar. No todo es bodrio. Ni ganas de aparentar. A uno le basta con visitar los blogs que tiene
enlazados y, desde ahí, ir a los que, a su vez, aquéllos recomiendan, para comprobar que lo que digo es cierto. No será una muestra científica, pero da una idea bastante aproximada del valor y la riqueza de esta nueva forma de escritura tan parecida, bien es cierto, a géneros como la poesía, la narrativa, el diario, el periodismo o la crítica.
Sirva esta introducción para señalar un descubrimiento. La excepción, si se quiere, que no confirma la regla. Hasta hace unos días no estaba en la citada lista de blogs que uno frecuenta. Es más, en rigor he llegado hasta él no a través de internet sino de un libro que recoge entradas de los años 2008 y 2009. Se trata de
Escribir la lectura, está publicado por
La Isla de Siltolá en su colección Álogos, lleva un prólogo de Antonio Colinas y esas entradas pertenecen a
Trópico de la Mancha, el blog de Tomás Rodríguez Reyes (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1981). Un libro así justifica, para empezar, la existencia de la colección sevillana, y, para seguir, que un blog puede ser, lo es, una obra literaria. Porque es literatura y está escrito con voluntad literaria. Éste es el de un intrépido lector. De un lector que escribe y que no ve posibilidad de separar una actividad de la otra. De un letraherido que aspira a "ser literatura" (como Gil de Biedma aspiró a ser poema). Por eso, de un solitario.
Lo primero que uno encuentra en este libro, que antes fue blog, es mucha pasión. Normal. Mucho entusiasmo juvenil, algo más lógico aún. Un fervor contagioso, por cierto. Eso sí, sujeto a la noble disciplina de la lectura y a los benéficos rigores del pensamiento, lo que me lleva a afirmar que de esto último hay mucho en estas páginas, que se
afilosofan, que adoptan la densidad debida de aquello que fluctúa entre dos aguas: la clara de la poesía y la más oscura de la filosofía. De ahí la naturalidad del tono, que suele ser sentencioso y aforístico. Con todo, es sobre la poesía, esa "estación del deseo", donde se asienta todo este preciso edificio de sonido y sentido. Es ella la que tira de todo lo demás. Se podría decir que
Escribir la lectura no deja de ser una extensa e intensa poética. Escritura y lectura, sí, pero bajo ese prisma que todo lo ilumina como esa luz del Sur que se cuela por todos los resquicios de esta casa. Como se cuela la vida, pues no en vano TRR nombra su obra como Diario, con mayúscula. "La vida insospechada" que nos acecha mientras vivimos la otra, que es la misma. La vida de novela que parece vivir (y escribir) otro por nosotros. La que no olvida que "recordar es vivir". Como el oleaje, "quietud en movimiento".
Son muchas las cosas que sorprenden de este libro, como la hondura y la madurez de su autor. En esta época de sublimación de lo joven al tiempo que de denuesto de los jóvenes -entendidos como colectivo infantil, caprichoso y desnortado-, llama la atención la lucidez interrogativa, la variedad de ideas, la capacidad de penetración, la riqueza lingüística (más que un mero acopio de vocabulario) y, en fin, de lecturas de alguien que no tiene treinta años y, en consecuencia, poca experiencia. Algo que me lleva a recordar otro de los tópicos que pesan sobre los dichosos blogs, como se ve, no siempre abocados a la precipitación y a la mala escritura por culpa de la presunta velocidad internáutica.
La necesidad de escribir la lectura es, a buen seguro, la clave del libro. ¿Qué lecturas? Tres sobre todas: de Renard, Kertész y Márai, que dan nombre a las tres "claves" en que se divide la obra. Además, clásicos aparte, Borges, Machado (Mairena), Gracq, Bernhard, Auster, Ribeyro, JRJ, Pessoa, Paz, Walser, Rilke, Steiner (ay, Romeo), Cioran... Entre los contemporáneos (que no abundan), Vila-Matas, una referencia fundamental (
El mal de Montano), y Trapiello, omnipresente también, del que lee
Troppo vero a la vez que descubre su poesía. Aunque critica la apropiación que solemos hacer, con alegre ligereza, de escritores y tradiciones para situarnos en el mapa literario, de
autoenraizarnos, es evidente que también TRR, acaso sin querer, traza su propia genealogía, lo que a la postre dice mucho y bien de sus gustos que, por supuesto, no coinciden con los del común de los mortales. Basta, por ejemplo, con preguntar qué leen a los compañeros de trabajo.
Una de las entradas está dedicada a comentar
Postpoesía -Hacia un nuevo paradigma-, del
nocillero Agustín Fernández Mallo. Concluye que ésa es una "poética sin poetas", porque "una teoría sin obras es una entelequia". Por eso dejé para el final la lectura del primer libro de poesía de Tomás Rodríguez Reyes,
El huerto deseado (La Isla de Siltolá, 2010), que viene a demostrar que éste es un poeta con algo más que "teorías". En el prólogo dice que "la poesía es un eco que aspira al silencio". Para él, la del huerto es la metáfora ideal para intentar expresarla. Los poemas de su ópera prima dialogan con las entradas del blog y hacen justicia a una anotación de la página 151: "Cuando la poesía es clara y sincera, mantiene su estación de lo vivido intacta", a lo que poco o nada cabe añadir. Un par de poemas inéditos publicados en el último, excelente número de la revista de su editorial vienen a demostrar que el camino poético crece y se asienta: fructifica.
"La lectura es una forma de la extrañeza", escribe TRR, y no encuentro mejores palabras para concluir el testimonio de este afortunado encuentro. Hacía tiempo que no subrayaba tanto.