De Vicente Fernández González, profesor de la Universidad de Málaga, Premio
Nacional de Traducción en dos ocasiones (también obtuvo el correspondiente
galardón en Grecia), ya conocíamos versiones y ensayos sumamente interesantes.
Los libros Cuatro estaciones, de Costas
Mavrudís (Pre-Textos), Lugar de un día, de Zanasis
Jatsópulos (La Dragona), o Ítaca, de C. P. Cavafis; el epílogo a la Poesía completa del poeta alejandrino que acabamos de mencionar, en
la versión de Juan Manuel Macías para Pre-Textos; y, en fin, su
edición del volumen Málaga Cavafis Barcelona: antología de las primeras
traducciones catalanas y castellanas de la poesía de C. P. Cavafis y selección
de versiones posteriores.
También ha traducido
obras de Dimitris Calokiris, Ersi Sotiropoulos, Nikos Dimou y Stratís Tsircas.
Nos sorprende ahora con la primera versión exenta de Amorgós, de Nikos Gatsos (1911-1992), que publica Cátedra en su veterana
colección Letras Universales. De ese poema y de “otros”, que sólo son tres,
aclaro. Dedicados a Lorca dos de ellos, del que tradujo a su lengua materna Bodas de sangre, indispensable desde
entonces, 1945, en el repertorio del teatro griego.
Lo sustancial es, sin duda, lo primero. Aunque Moreno Jurado
lo incorporó a su antología La Generación
de 1930 (Barcelona, 1987) y algunos traductores más lo incluyeran de manera
parcial en sus respectivos florilegios, extraña, insisto, que no existiera
hasta el momento esa edición. Y esta, lo puedo asegurar, es exhaustiva,
rigurosa y ejemplar, al menos para quien lo desconocía casi todo del poeta, “un caso único en las letras griegas contemporáneas”,
frase hecha que, me temo, esta vez es verdad.
Dije antes “poema” y es que
en realidad se trata de eso: de un poema extenso comparable a La tierra baldía (Eliot), Anábasis (Perse), Espacio (JRJ) o Piedra de sol
(Paz), casos semejantes en su singularidad dentro de la poesía
contemporánea.
Escrito durante la ocupación
nazi de Grecia y publicado en 1943, Gatsos eligió el silencio y no volvió a publicar
libro alguno. Se convirtió en un letrista de canciones, colaborador, entre
otros, con los compositores Manos Hadjidakis y Mikis Theodorakis, lo que “contribuyó
decisivamente a la renovación de la canción griega” y, por ende, de la cultura
de su país.
Sería simplista afirmar que Amorgós es fruto del surrealismo por más
que Gatsos represente en los manuales de la literatura helénica a ese
movimiento artístico de las vanguardias del pasado siglo. (Un asunto en el que
entra, para esclarecerlo, VFG.) Quiero decir que ese poema es más que eso. Más
que mera pirotecnia, juegos verbales, ocurrencias varias o escritura
automática.
Lo explica muy bien Armando
Romero, el poeta nadaísta colombiano (de
Cali), profesor universitario en Cincinnati. Sus
palabras preliminares, “Las figuras oscuras de Nikos Gatsos”, animan las
expectativas de cualquier lector.
En un tono cercano y personal, con lúcidas reflexiones
acerca de la poesía en general y de la gatsiana en particular, rememora un
encuentro con Gatsos en el hotel Gran Bretaña de Atenas a finales de los años
ochenta, antes de partir para el Peloponeso. También estaba su esposa y Agathi
Dimitrouka (albacea de Gatsos).
Según Romero, todo poeta lleva uno de los cuatro elementos
existentes (según “los antiguos”) “como marca de fábrica”. El de Gatsos sería
la tierra. La del Peloponeso. D. Sam
Abrams sostiene que, porque la vida es “una” y “universal”, “Amorgós recorre el camino que va de lo
particular a lo universal”. “La grecidad del poema es solo un punto de partida.
Grecia es el mundo. Grecia es el pasado, ahora y siempre”.
Según su amigo Odiseas Elitis (recurro a la transcripción de
nombres propios griegos que explica VFG), era un ser especial que había
“escuchado la voz”. Por decirlo con Lorca, alguien con “duende”.
Romero afirma que “Amorgós
no es un poema de fácil lectura”, y recuerda a Lezama, lo de que “sólo lo
difícil es estimulante”. Añade que es “un poema total”. Más que un camino de
dirección única y con un fin concreto, “senderos que se bifurcan”, a lo Borges.
“¿Qué otra cosa somos sino náufragos en
el espacio del poema?”, se pregunta Romero. Concluye que “es un poema de Amor”, aunque sea “una verdad que se
queda corta”. Añade, al enfrentarlo al citado S. J. Perse, que “vuelve el eje
de su poesía hacia las lindes de su tierra, hacia el devenir de la historia.
Temporal, Gatsos, Grecia es su referente”.
Fue, dice, un “ser sembrado de poesía”. Termina afirmando, y
no miente, que de Amorgós “nunca se
sale”.
La introducción de VFG, ya se anunció, es informada y
didáctica. Basta ojear la bibliografía que ha manejado para hacerse una idea de
hasta qué punto. Las citas son pertinentes y cuantiosas. Para empezar, las que
abren su prólogo, de Novalis, Dickinson, Rimbaud, Cavafis y Seferis, que tanto
tiene que ver con el poema que nos ocupa (lo mismo que Heráclito, autor del
epígrafe que está al frente de Amorgós).
Sí, como escribió Novalis, “La poesía es lo verdadero. Lo absolutamente real”.
Una afirmación que no deja de ser paradójica si tenemos en cuenta a qué nos
enfrentamos. Porque, como dijo Romero, este “no es un poema fácil”, el
traductor (en su faceta de estudioso) se ha visto en la obligación de ponérselo
lo más sencillo posible al lector, y lo ha logrado.
Comienza su análisis por la biografía de Gatsos, que nació
en Asea, “en el corazón de la Arcadia, en el corazón del Peloponeso”. Habla de
su amistad con Elitis (que empezó en 1936), de su efímera condición de poeta
(que pronto dijo, y de qué asombrosa manera, todo lo que acaso tenía que decir)
y, por fin, de su condición de autor de canciones (como en sus poemas, con un
pie en la tradición y otro en la modernidad). VFG lo resume así: “Gatsos es un
poeta que tocó el cielo con Amorgós y
volvió a la tierra a escribir canciones”. Algunas tan famosas como “Luna de
papel”, interpretada por Melina Mercuri (quien dijo que Amorgós era “la Biblia, era nuestra juventud”). No está mal traída
otra cita de Novalis: “Hay que escribir libros como quien compone música”.
“Enigma” se titula la parte que dedica a intentar explicar
el silencio de Gatsos. Jatsópulos cree que este libro “es un poema y es un
límite”. Un final. Ivanovici, que “optó por el supremo gesto surrealista, que
es el silencio”. Hadjidakis, su “amigo
del alma”, piensa que le pudo su agudo “sentido
crítico”, capaz de ahogar la escritura. Huhn
lo considera un “perfeccionista”. Quienes le trataron afirman que “prefería
formular su pensamiento a través de la conversación”.
Entra después en materia VFG
y disecciona el poema (una “obra de su época” y un “compendio de la literatura
griega moderna”, según Cúrtovic) con maestría, no sin antes advertir la
relación del título con “las palabras castellana amor, amargo, amargor” y razonar esa curiosa mezcla
entre “método surrealista” y tradición. Según Lignadis, “lo único real en Amorgós es la poesía”. Sus “paisajes
destilados del alma”. “Una isla –precisa VFG– en la que nunca había estado”.
Al poema largo moderno dedica
otro capítulo. Amorgós, ya se dijo (“un
poema de gran complejidad textual, según Abrams), forma parte fundamental de
ese legado.
Consta de seis partes que tienden
al versículo. Avanza entre “la realidad y el sueño”, según Rentzou. Sueños (de
marineros, de una joven) que aparecen en la primera parte (inseparable de la
“desolación de un país ocupado”, tan homérica). En la segunda, la protagonista
es la muerte. En la tercera, el sueño se convierte en pesadilla, explica
Rentzou, quien opina que la cuarta parte explica “el renacer” y la quinta “un
comentario sobre «el renacer»”. “En la sexta parte, “una declaración de amor a
una persona, a una tierra, a la poesía”, dice VFG. “La bandera de la
imaginación siempre izada”.
Dos poemas más forman partes
del corpus de Amargós: “El caballero y la muerte” (donde se aprecia su admiración
por el Romanticismo alemán) y “Elegía”.
En el capítulo de “Otros
poemas”, “Canción de los viejos tiempos” (el único poema que Gatsos publicó en
vida después de Amorgós), “Oda a
Federico García Lorca” y “Un toro negro entró al baile. Habanera para F. G.
Lorca”.
Se completa el libro con
referencias a las anteriores traducciones (fragmentarias) del poema, una amplia
bibliografía y una nota a la edición donde, entre otras cosas, VFG escribe: “El
deseo de traducir Amorgós. La resistencia de Amorgós a ser traducido”. Vencer esa resistencia ha sido su tarea.
Uno, que desconoce el griego moderno, sólo puede dar fe de que ha leído un
poema excepcional en castellano o español. Esa es la victoria del traductor.
Estamos ante una obra
inspirada que rezuma imaginación por los cuatro costados. Para ser leída, incluso,
en voz alta. “No te vuelvas DESTINO”, leemos. Y “bajo el toldo de la parra
respira el verano”. ¿Hay algo más mediterráneo? O: “Los viajeros a la India
tienen más que contaros que los cronistas bizantinos”. Y: “Cuánto te he querido
solo yo lo sé”, verso que podría hacer suyo cualquiera que haya amado.
No vamos a entrar en la vieja
disquisición acerca de la comprensibilidad de la poesía. El editor da a quien
lee numerosas pistas y claves para facilitarle la aventura. Además del estudio introductorio,
son numerosas las notas que acompañan a los versículos y que arrojan luz sobre
los mismos. Pero hay otro modo de leer Amorgós,
el que prefiero, que consiste en dejarse llevar por el canto sin atender a
otros criterios. Entender sería, en este caso, un fin inútil. No creo que, se
elija la que se elija, el lector salga indemne de su lectura interminable. Sí, de
Amorgós “nunca se sale”.
Amorgós
Nikos Gatsos
Cátedra, Madrid, 2021. 152
páginas. 14
NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista digital EL CUADERNO.