30.5.15

La poesía de Castelo

Castelo en ABC, 1972
SÓLO VIVIR VALE LA PENA

Santiago Castelo (Granja de Torrehermosa, 1948- Madrid, 2015) fue ante todo poeta. A pesar de su decidida vocación periodística, doy por supuesto que es lo que él prefería. Por encima de todo. Que era esa condición la que más le gustaba que le reconocieran sus lectores. Ahora, cuando su obra poética cesa por el imponderable de la muerte, a falta de esos poemas inéditos que, me consta, llegó a escribir en los últimos tiempos, podemos hacer un somero, apresurado balance de esa larga aventura.
Castelo publicó los siguientes libros de poesía: Tierra en la carne, Memorial de ausencias (Premio Fastenrath de la Real Academia Española), Monólogo de Lisboa, La sierra desvelada, Cuaderno del verano, Siurell , Al aire de su vuelo (preliminar de Víctor García de la Concha), Cuerpo cierto, Quilombo (Premio Extremadura a la Creación), La hermana muerta y Esta luz sin contorno, además de las antologías Como disponga el olvido, con prólogo del profesor Juan Manuel Rozas, y  La huella del aire (Poesía 1976-2001), con prólogo, selección y notas de Manuel Simón Viola. Este libro, publicado por la Editora Regional de Extremadura en 2004, puede ser considerado, en cierto modo, como su poesía reunida, a falta de una nueva edición, eso sí, que incluyera poemas de las obras que publicó con posterioridad. De ella dijo Juan Manuel de Prada que “abarca casi treinta años de dedicación insobornable, sorda a las fanfarrias de las modas, a una poesía que funde pálpito humano, exultación vitalista, sublevación del deseo, paisajes del alma, trasiegos del atlas y una herida que nunca cierra la presencia amedrentadora de la muerte”.
No fue un poeta prematuro, pero sí tanteante. Quiero decir que sus inicios poéticos no dan la verdadera talla de una escritura que fue sin duda a más. Clásico por formación y por talante, discípulo aventajado de poetas de estirpe retórica, como su maestro Pedro de Lorenzo, sonetista y compositor de metros y estrofas tradicionales, propenso a la lírica popular, no por eso dejó de ser en ningún momento un poeta auténtico o, por decirlo mejor, nunca su poesía dejo de ser verdadera o genuina, que diría Elizabeth Bishop. Como dije en una ocasión, Castelo, que fue un poeta singular y de sesgo clasicista, alejado de capillas y generaciones (Prieto de Paula habló de una “poesía excéntrica respecto a su generación literaria, la del 68”), supo, no obstante, anticiparse a los acontecimientos. Así, antes de que algunos conspicuos novísimos (los de su edad) tomaran el nombre de Manuel Machado en vano, Castelo ya había suscrito la boutade de Borges, cuando dijo aquello de “Ah, pero ¿Manuel tenía un hermano?”. Antes de que sus compañeros de promoción abandonaran sus vacuas peroratas culturalistas, Castelo ya había escrito poemas fieramente humanos que no por eso desdeñaban el rasgo cultural. Antes de que los poetas españoles finiseculares cantaran a coro: ¡Menos mal que nos queda Portugal!, él ya había publicado su Monólogo de Lisboa. Antes de que algunos le perdieran el miedo a las formas clásicas, Castelo había utilizado con maestría las artes del soneto. Antes, en fin, de que algunos poetas de la siguiente promoción a la suya descubrieran el mediterráneo de los poetas menores, Castelo ya había asimilado toda la poesía con sordina del 900.
Su poesía era de línea clara, de factura sencilla, cercana a lo que importa y, por eso, nada abstracta o hermética; apegada a la vida, la propia y la de los otros. De tono melancólico, cantó al amor y a la soledad, le preocupó el paso del tiempo y, aunque cosmopolita de corazón (con versos situados en Grecia o Mallorca), tuvo siempre en la mirada el paisaje de Extremadura. No en vano, en el origen de su pulsión lírica estuvo siempre el desarraigo de su lugar natal, esa nostalgia de lo vivido allí en la infancia y de lo no vivido o por vivir, pero en todo caso imaginado, como leemos en  su soneto “Paisaje con dos encinas”, escrito ante el cuadro del mismo título de Jan van Goyen que cuelga en el Rijksmuseum de Amsterdam.
Para terminar, me gustaría recordar un verso suyo: “Vivir, sólo vivir vale la pena”. Por eso luchó hasta el último aliento. Que a buen seguro fue poético.

NOTA: Este texto se ha publicado en el diario ABC con motivo de la muerte del poeta y periodista extremeño.

29.5.15

Castelo

HOY
Ha muerto en Madrid, en silencio, José Miguel Santiago Castelo. Había nacido en Granja de Torrehermosa (de donde era Hijo Predilecto) en 1948, el pueblo del que salió, como tantos, camino de la emigración; una partida, para él un desgarro, que marcó su vida y, claro está, su literatura. Como dije en su momento, tomó su primera gran decisión de escritor el día en que prescindió de su flamante nombre compuesto para firmar sus artículos y poemas con sus dos apellidos. Artículos y poemas, en ese orden, porque Castelo -como a la postre le llamamos todos- era en realidad la reunión, al menos, de dos personas distintas, el periodista y el poeta, en un solo ser verdadero.
Incansable viajero y convencido monárquico (una devoción que le venía de lejos, de cuando visitaba en Estoril a Don Juan, a cuyo círculo de fieles pertenecía), trabajaba desde los 21 años en el diario ABC donde ostentó durante más de una década (de 1998 hasta su jubilación en 2010) el cargo de subdirector. En la actualidad era presidente del Comité Asesor de Contenidos Editoriales de Vocento.
Era, asimismo, director de la Real Academia de las Artes y las Letras de Extremadura (la única creada durante el reinado del rey Juan Carlos) y correspondiente de la Española en Cuba. También era presidente fundador de la Casa de la Unesco en Extremadura.
Publicó, entre otros, los libros: Tierra en la carne (1976), Memorial de ausencias (1979, Premio Fastenrath de la Real Academia Española), Monólogo de Lisboa (1980), La sierra desvelada (1982), Cuaderno del verano (1985), Siurell (1988), Al aire de su vuelo (1993, preliminar de Víctor García de la Concha), Cuerpo cierto (2001), Quilombo (2008, Premio Extremadura a la Creación), La hermana muerta (2011), Esta luz sin contorno (2013), además de las antologías Como disponga el olvido, con prólogo del profesor Juan Manuel Rozas, y  La huella del aire (Poesía 1976-2001), con prólogo, selección y notas de Manuel Simón Viola; así como de libros en prosa como Diario de a bordo (1994), Habaneras (1997) y Hojas cubanas (1998). Cuba fue para él una debilidad y cubanos eran algunos de sus mejores amigos, como los poetas Gastón Baquero y Dulce María Loaynaz o la bailarina Alicia Alonso.
Extremadura es otra palabra que estará para siempre indisolublemente unida al nombre de Santiago Castelo, al que se concedió en 2006, con toda justicia, la Medalla de Extremadura, impuesta excepcionalmente en Cáceres por su buen amigo Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Supo enlazar de inmediato con los escritores (ante todo, poetas) de la generación posterior a la suya y no cejó nunca en su empeño de apoyar sus iniciativas y de sumarse a ellas, siendo, en consecuencia, uno de los más directos responsables de la regeneración cultural de esta tierra. Sus viajes de Madrid a Extremadura eran constantes y fue miembro de numerosos jurados literarios y periodísticos en todos los rincones de esta región.
Poeta singular y de sesgo clásico, alejado de capillas y generaciones, supo, no obstante, anticiparse a los acontecimientos. Así, antes de que algunos conspicuos novísimos (los de su edad) tomaran el nombre de Manuel Machado en vano, Castelo ya había suscrito la boutade de Borges, cuando dijo aquello de “Ah, pero ¿Manuel tenía un hermano?”. Antes de que sus compañeros de promoción abandonaran sus vacuas peroratas culturalistas, Castelo ya había escrito poemas fieramente humanos que no por eso desdeñaban el sesgo cultural. Antes de que los poetas españoles finiseculares cantaran a coro: ¡Menos mal que nos queda Portugal!, él ya había publicado su Monólogo de Lisboa. Antes de que algunos le perdieran el miedo a las formas clásicas, Castelo había utilizado con maestría las artes del soneto. Antes, en fin, de que algunos poetas de la siguiente promoción a la suya descubrieran el mediterráneo de los poetas menores, Castelo ya había asimilado toda la poesía con sordina del 900.
Fue, además, un enamorado de la copla española y un gran aficionado a la danza.
En 1999 la redacción del diario le eligió “Extremeño de HOY”, el periódico donde comenzó a los 17 años, una larga carrera periodística que le llevó a conseguir por unanimidad el prestigioso premio Luca de Tena.
Su amigo Juan Manuel de Prada escribió: “El día que Santiago Castelo se nos muera, habrá que encargar a un forense que lo abra en canal, desde la gorja al planetario ombligo, para que halle la víscera donde anida su talante superior; entonces descubriremos que Santiago Castelo padecía hipertrofia en el corazón, y que sus aurículas y ventrículos se habían estado hinchando en vida, hasta convertirse en salones subterráneos, para no estrangular el acceso a ese tumulto de grandezas espirituales que navegan por su corriente sanguínea”.
Sirva de colofón a esta nota necrológica un verso suyo que resume a la perfección su fe de vida: “Vivir, sólo vivir vale la pena”. Descansa en paz, querido amigo.

NOTA: Esta necrológica se ha publicado en el diario HOY.

Santiago Castelo

Carlos Medrano me acaba de llamar para confirmarme la terrible noticia que esperábamos desde hace días: el poeta Santiago Castelo ha muerto. Descanse en paz nuestro querido amigo. 

Hotel Origen

Javier Vela, madrileño de 1981, aunque gaditano de infancia y primera juventud (en Cádiz trabaja como coordinador general de la Fundación Carlos Edmundo de Ory), es autor de los libros de poesía La hora del crepúsculo, Tiempo adentro, Imaginario, Ofelia y otras lunas, así como de la novela Nada alrededor; libros que consiguieron premios como el Adonais, el Loewe a la Joven Creación o el de la Crítica Madrileña. Como traductor se ha ocupado de obras de Moréas, Laforgue, Rodenbach y Hémon. 
Hotel Origen es también fruto de un galardón, el 'Emilio Prados', concedido por un jurado que presidía Pablo García Baena y donde estaba, entre otros, Carlos Marzal. El editor formó parte del tribunal: Manuel Borrás, de Pre-Textos. Esta es la primera sorpresa de la obra: lo bien impresa que está y lo bonita que es. Marca, sí, de la casa. No es la única. Vela elige a Amara como protagonista de una historia de amor compuesta mediante un largo poema único dividido en 86 fragmentos (habitualmente sin título) que, contra lo que suele ser habitual en este difícil subgénero poético, no está escrita desde el desamor ("se canta lo que se pierde"), sino desde el amor mismo, en pleno estado de enamoramiento, lo que le da a estos poemas un tono inspirado que a veces nos recuerda al de los salmos. Poesía amorosa, sin duda, levemente erótica (léase el fragmento 49), donde prima la frescura (en más de un sentido), la transparencia (de una luminosidad que se acompasa muy bien con el blancor externo del libro), lo natural (ése es el tono) y, cómo no, la felicidad. "Así el amor nos llega, sin aviso", escribe. O: "Es el amor: así es como sucede".
Al leerlo, uno se imagina casi siempre en la cama -verdadero lugar simbólico del libro, diría-, entre sueños (en sus dos acepciones), lo que me ha llevado a recordar el famoso verso de Gabriel Ferrater: "La tierra gira y las mujeres duermen".
No parece, como escribe Vela, que "Todo poema esconde un crucigrama". O este es muy fácil o no hace falta ser muy listo para comprender el verdadero alcance de este libro feliz y confiado por más que uno lea: "Amar es ser consciente / de que el amor se mide por sus límites. / Es aceptar su pérdida." También que "Mi hogar / es el instante". Con ser cierto, el poeta afirma: "Cada mujer amada vanamente / no fue sino un escollo / para llegar a ti. // Toda mi vida ha sido una mudanza / de cuerpos indistintos / en pos de tu certeza." Y esto lo que importa. O lo que importa más. Se alegra uno, en fin, de haber pasado unas horas en el Hotel Origen, en tanto que privilegiado huésped de una ajena, pero preciosa, histoire d'amour.

28.5.15

Lecturas para el verano

Peligros de la lectura
Ya que se acerca, voy apartando libros para las vacaciones de verano, aunque no sea ésa, en lo que a uno respecta, y por culpa del dichoso calor, la mejor época para leer. También en esto va uno a contracorriente. Son muchos los que sólo leen, o eso dicen, en esa estación. En todo caso, ya he decidido retrasar la lectura de Hojas de hierba (Galaxia Gutenberg), de Walt Whitman, en versión de Eduardo Moga; los ensayos de Joseph Brodsky reunidos en Del dolor y la razón (Siruela); Trastos, recuerdos, la biografía de W. Szymborska (Pre-Textos) firmada por Anna Bikont y Joanna Szczęsnaque; El cuento de los días, los diarios mexicanos del extremeño Luis María Marina (que, imparable, traduce ahora al mozambiqueño Rui Knopfli); los artículos y reseñas agrupados en El escritor y sus máscaras, de Manuel Neila, otro paisano, autor de otra novedad: Clima de riesgo (Renacimiento); novelas como La hierba de las noches (Anagrama), de Patrick Modiano, Los huesos olvidados, de Antonio Rivero Taravillo (que acaba de traducir el monumental Poemas y poetas. El canon de la poesía, de Harold Bloom, para Páginas de Espuma y que ya está en casa), y Contra la juventud, de Pablo d'Ors; La patria del hombre (Trabe), relatos del poeta paraguayo Cristian David López; y libros de poesía que se me fueron quedando atrás: Mi séquito silencioso, de Charles Simic (Vaso Roto), Tiempo y materiales, de Robert Hass, y Poesía completa, de Thomas MacGreevy, ambos de Bartleby Editores.
También dos libros de diarios (entre la memoria y en ensayo): La ventana discreta. Cuaderno de la rueda del tiempo (Libros de Vanguardia), del catalán Antoni Puigverd, y La ruta natural (Vaso Roto), del cubano Ernesto Nernández Busto.
Me esperan desde hace meses Por obra del instante, las entrevistas de Juan Ramón Jiménez que publicó la Fundación José Manuel Lara en edición de Soledad González Ródenas, así como de los Diarios de Samuel Pepys, con prólogo de Paul Morand, que tiene en su catálogo otra sevillana, Renacimiento. 
Luego están los numerosos libros de poesía que amablemente me mandan jóvenes y no tanto, autores que empiezan o ya con un recorrido, corto o largo, pero que uno desconocía. Todos esperan, qué remedio, su turno. Sí, le abruman a uno los ejemplares que se acumulan encima de la mesa grande de este cuarto. Leeremos. 

27.5.15

Libridinosos

¡A los libros!, como su blog, así ha titulado Daniel Heredia (Cádiz, 1971) un libro que publica La Isla de Siltolá donde se reúnen entrevistas publicadas en la mencionada bitácora con veinticinco personajes del mundo de las letras: catorce escritores, seis editores, tres agentes literarios, un encuadernador artístico (que en realidad son dos: los hermanos Galván) y un librero.
La lista completa de participantes se puede leer aquí, donde el propio Heredia explica también en qué consisten sus minuciosos cuestionarios. El libro que se abre con unas palabras de Charles Nodier: "Después del placer de poseer libros, no hay nada más dulce que el hablar de ellos". Y es verdad. Uno no ha leído las respuestas de todos. En el caso de los creadores, porque a algunos no los conozco. Es más, lo confieso, hay nombres que ni siquiera me sonaban. Sí he dado buena cuenta de las conversaciones, digamos (no son cara a cara), con Pilar Adón, Felipe Benítez Reyes, Juan Bonilla (un par de auténticos maestros del género), Luis Alberto de Cuenca, Benjamín Prado, Juan José Téllez (una de las más apasionantes, según creo) y David Trueba (una de las más insulsas). Y con Manuel Borrás (un sabio), Javier ‘Fórcola’ Jiménez (que sabe bien lo que quiere) y Javier Sánchez Menéndez (inventor de Siltolá, que no es poco). O con la agente Palmira Márquez y el librero Juan Manuel Fernández, al que nunca dejo de visitar cada verano en Cádiz, en su local de la plaza Manuel de Falla (nombre también de su santa casa), que asocio a mi amigo Fernando Pérez, con quien estuve allí una vez.
De esa interesante lectura ha sacado uno numerosas conclusiones. Entre las más anecdóticas, que la mayor parte de los entrevistados carece de exlibris y de ebook (y aseguran larga vida a la edición en papel), que tienen demasiados libros en casa (que, por cierto, algunos compran en la librería Rafael Alberti de Madrid, todo un modelo), que no saben definirse a sí mismos, que son reticentes con eso de enseñar a escribir, que no subrayan y anotan tanto como uno creía, que -en el caso de los escritores- casi todos dejan leer sus manuscritos a alguien antes de publicar o que, salvo Felipe Benítez, pueden escribir en cualquier parte. Se les puede aplicar a todos el neologismo inventado por José Manuel Benítez Ariza a partir de un comentario del librero Fernández acerca del "gusto que da rozarse con cajas que sabe uno que están llenas de libros": son libridinosos.  
Ha sido una buena idea, en fin, agrupar en forma de libro (de 552 páginas) estas charlas con profesionales de la literatura. A pesar, claro, de que el blog esté, siga estando ahí.

25.5.15

Adiós, Monago

J. V. Arnelas / HOY
Ayer me limité a dejar que hablara por mí la periodista Manuela Martín, autora de un ponderado análisis, según costumbre, del porqué de la derrota de Monago que publicó el HOY y yo llevé a mi muro de Facebook. Sólo este hombre, o casi, es responsable del capital político desperdiciado en los últimos cuatro años y, en consecuencia, de la pérdida. Otro ex, Fernando Manzano, dice que la culpa es de Mariano Rajoy. Si él lo dice... No ha visto uno nunca en escena un "yo" tan monstruoso, digamos, como su jefe, ni siquiera entre escritores; seres, según dicen, con fama de vanidosos. Cuatro años de vergüenza ajena -incrementada hasta el infinito en esta campaña de poses y modelitos- que al fin han terminado. Por eso me alegro sobre todo por Extremadura, que, después de levantar de una vez por todas la bandera de la dignidad, estaba siendo arrastrada, día sí y fantochada también, por el suelo del más triste y absoluto ridículo. Sólo le ha faltado convocar la semana pasada una rueda de prensa con motivo de la emisión del capítulo de la serie Cuéntame donde se evocaba la tragedia de la discoteca madrileña Alcalá, 20 para volver a recordarnos que él estuvo como bombero en aquel pavoroso incendio. Cuando, con la debida calma, se mire desde fuera, reconocerá el delirio. Seguro. 
Vara no será el líder ideal, pero me alegro de su victoria. Su honradez está por encima de cualquier duda, lo que en estos tiempos no me parece poco. Y tiene programa. Ideas, no sólo ocurrencias, Además, se dice uno en plan de broma, si éste se echara una novia, que no creo, sería de Táliga.
Qué alivio, sí, no escuchar cada poco el acento cargante de Monago, ese que dijo en campaña que compartía "conmigo", con cada uno de sus paisanos. No, uno, como el resto de los que vivimos aquí, nunca ha hablado así. Ni en el fondo ni en la forma. Ese "deje gangoso" de presunto pijo de "Madridddd", como lo calificó Alonso de la Torre, sólo se lo ha escuchado uno a su Vicepresidenta, la señora Teniente, otra que tal baila. Vara no vocaliza bien, es verdad, incluso se expresa a trompicones, pero al menos merece la pena descifrar lo que dice. Y más de un tiempo a esta parte; tras la derrota, como suele repetir. Éste sí habla en "extremeño", aunque nadie llegue a la perfección del primer responsable económico de Monago, el recio Antonio Fernández.
Por lo demás, Rajoy bien podría cumplir ahora los sueños monaguescos y nombrarle, como él quiere, ministro de Interior. Me da que éste es otro que va camino de Madrid. Allí siempre le quedará la opción de los platós televisivos, donde se mueve como pez en el agua. 
Termino. Como lo que más me importa es la cultura, y en especial la de esta tierra, confío en que algunas cosas vuelvan a ser como antes. O siquiera parecidas. Vamos, que se dé otra vez importancia a según qué materias olvidadas o preteridas por esta panda de incultos que han confundido a Woody Allen con las témporas. A los libros, por ejemplo. Y a las bibliotecas. En Plasencia se ha hecho y el alcalde Pizarro es también del PP. Espero que Podemos, con los que no simpatizo (aunque aprecie la soltura de mi tocayo), le echen en eso una mano. No aspira uno a mucho más. Tiempo habrá de comentar cómo van las cosas. Y, si Dios quiere, de votar de nuevo.

Anuncios por palabras

Se desmonta circo en Mérida. Razón: Monago. 

24.5.15

En Kurtná Hora

Hablamos de una "pequeña capital de la Bohemia Central, en la República Checa", ciudad natal del malogrado poeta Jiří Orten, lugar que ha inspirado el último libro del alicantino Antonio Moreno, Cuaderno de Kurtná Hora, publicado en la Colección DKV de Poesía, que dirige desde Jerez, con mano sabia y cuidado exquisito (los poemas sólo van en página impar), el también poeta José Mateos.
Quienes frecuentan este blog saben de mi admiración por la poesía de Moreno, un hecho que esta nueva entrega no hace sino fortalecer. Escrito, nos confiesa el autor, al mismo tiempo que otro de sus libros, El caudal, de la ciudad checa, "más que un buen recuerdo", obtiene el poeta "una emotiva representación de la pródiga juventud perdida, cuando todos aquellos a quienes más queríamos vivían."
Vuelve uno a encontrar aquí sensibilidad, transparencia, sencillez, sosiego y todo ese cúmulo de virtudes poéticas que dan como resultado, por paradójico que parezca, una sorprendente lección de humildad. Algo que se aprecia desde el primer poema del libro: "Un dibujo": El pequeño dibujo de una flor / embellece la tapa del cuaderno / en donde escribo, y sus cuidadas líneas / –las minuciosas líneas de un botánico– / me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora. / La flor del azafrán, con sus seis pétalos / morados y sus hojas tan escuetas, / esa flor del dibujo, guarda aún, / intacto, el cielo azul de aquellos días. / Ya no querría ser sino esos pétalos / surgidos en la paz de Kurtná Hora.
Todo lo consigue con flores, templos, casas, luces, nubes, libros, pájaros, mariposas e insectos... Elemento naturales y sencillos. 
También con emociones. Así, en "Mi madre me ha hablado de un paseo" o "Canción de los adioses", donde aborda uno de sus temas favoritos: los amigos, la amistad
Su aguda capacidad de observación ayuda no poco a celebrar estos versos cargados de sonido y de sentido (como en el poema "De un modo extraño, por ejemplo, o "En mitad de un viaje"); tan poco llamativos como profundos: "Sólo sé que llego (...) / como quien vuelve de ninguna parte."
La armonía convive con la melancolía en el hermoso poema "La Mañana".
En "Cementerio en Deià", junto a la tumba de Robert Graves, leemos estos versos bellísimos: "Aunque haya de extinguirse, igual que todo, / aunque deba olvidarse para siempre, / algo de eternidad tiene un poema: / anda encima del tiempo y de sus horas / como el aceite flota sobre el agua."
En "Noche de invierno", leemos al poeta meditativo que ante todo Moreno es, donde lo mismo encuentra uno ecos de Fray Luis que de Leopardi. "Si me distraigo, pienso en el silencio", escribe al final de "La liebre y la tortuga"
En "Geocentrismo" comprobamos que es capaz de hacer que parezca nuevo aquello que lleva aquí desde siempre y vemos de continuo al amor de la costumbre. De la perplejidad, esta mirada. "El simple ver".
En "El gris, el blanco", leo: "... jamás me cansaría / andar por esta tierra. / Andar es una bendición de Dios. / Por eso escribo ahora como entonces. / En el lugar de siempre."
Y al final, una pregunta: "¿Y en dónde encontrarías Kurtná Hora?". Y una evidencia: "Ni volviendo estaría en Kurtná Hora."
EL pequeño dibujo de una flor
embellece la tapa del cuaderno
en donde escribo, y sus cuidadas líneas
–las minuciosas líneas de un botánico–
me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora.
La flor del azafrán, con sus seis pétalos
morados y sus hojas tan escuetas,
esa flor del dibujo, guarda aún,
intacto, el cielo azul de aquellos días.
Ya no querría ser sino esos pétalos
surgidos en la paz de Kurtná Hora.
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EL pequeño dibujo de una flor
embellece la tapa del cuaderno
en donde escribo, y sus cuidadas líneas
–las minuciosas líneas de un botánico–
me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora.
La flor del azafrán, con sus seis pétalos
morados y sus hojas tan escuetas,
esa flor del dibujo, guarda aún,
intacto, el cielo azul de aquellos días.
Ya no querría ser sino esos pétalos
surgidos en la paz de Kurtná Hora.
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EL pequeño dibujo de una flor
embellece la tapa del cuaderno
en donde escribo, y sus cuidadas líneas
–las minuciosas líneas de un botánico–
me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora.
La flor del azafrán, con sus seis pétalos
morados y sus hojas tan escuetas,
esa flor del dibujo, guarda aún,
intacto, el cielo azul de aquellos días.
Ya no querría ser sino esos pétalos
surgidos en la paz de Kurtná Hora.
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embellece la tapa del cuaderno
en donde escribo, y sus cuidadas líneas
–las minuciosas líneas de un botánico–
me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora.
La flor del azafrán, con sus seis pétalos
morados y sus hojas tan escuetas,
esa flor del dibujo, guarda aún,
intacto, el cielo azul de aquellos días.
Ya no querría ser sino esos pétalos
surgidos en la paz de Kurtná Hora.
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embellece la tapa del cuaderno
en donde escribo, y sus cuidadas líneas
–las minuciosas líneas de un botánico–
me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora.
La flor del azafrán, con sus seis pétalos
morados y sus hojas tan escuetas,
esa flor del dibujo, guarda aún,
intacto, el cielo azul de aquellos días.
Ya no querría ser sino esos pétalos
surgidos en la paz de Kurtná Hora.
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pequeño dibujo de una flor
embellece la tapa del cuaderno
en donde escribo, y sus cuidadas líneas
–las minuciosas líneas de un botánico–
me hablan de aquel sosiego en Kurtná Hora.
La flor del azafrán, con sus seis pétalos
morados y sus hojas tan escuetas,
esa flor del dibujo, guarda aún,
intacto, el cielo azul de aquellos días.
Ya no querría ser sino esos pétalos
surgidos en la paz de Kurtná Hora.
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23.5.15

Fama

La Fama
Hay cosas en esto de la literatura, o así, que uno no se explica. La hinchada fama de algunas y algunos, por ejemplo, sin porqué ("¡denme libros!", gritaba García de la Concha en frase memorable), lo que no impide que día sí y día también tengamos que ver sus jetas y tragarnos sus opiniones sobre todo lo habido y por haber y, para colmo, en todas partes. Por poco que nos gusten o importen. Qué cansino. Ojalá sea una moda. Y que por pasajera, pase.

22.5.15

Memorias de un bibliófilo

Aragonés, por más señas. En 2003 publicó José Luis Melero (Zaragoza, 1956) Leer para contarlo, sus memorias de bibliófilo y de esa obra dimos aquí cuenta hace un par de años, que es cuando la conocimos. Ahora, Xordica (todo queda en casa) lo edita de nuevo y, por cierto, espléndidamente, con un bonito dibujo en la cubierta de Jorge Gay, numerosas ilustraciones con portadas de libros a lo largo del volumen y, al final, un impresionante "Álbum fotográfico" al que precede un concienzudo índice onomástico. Melero ha escrito un prólogo para la ocasión donde, entre otras cosas, explica que no lo ha reescrito porque eso "sería una forma de traicionarlo". No por eso, a decir verdad, deja de parecer otro, ese milagro que se produce cada vez que emprendemos otra vez la lectura de una obra ya leída.
Que en lo de la bibliofilia, como en todo, los tiempos han cambiado es lo que nos cuenta Melero, con el sentido del humor que le caracteriza, en esas páginas iniciales. Se refiere a lo de comprar libros de viejo por internet, a lo de hacer consultas en la Wikipedia y otras lindezas que permiten al bibliopola adquirir tal o cual volumen desde casa, a golpe de clic y en zapatillas. También a que estas nuevas prácticas han dejado atrás "los chollos" y a los libreros poco informados. No se olvida de los amigos que ya no podrán ver, por desgracia, la nueva edición. José Antonio Labordeta y Félix Romeo, por ejemplo.
Pasión es lo que ni le faltaba ni le falta al maño, algo que logra transmitir como pocos letraheridos. No, nunca nos divertiremos tanto como lo hizo él "buscando esos libros, leyéndolos y escribiendo sobre ellos", pero casi. Y ya que lo menciono, no está de más volver a recordar que este diletante (en el mejor sentido del italianismo, el que usaba Matamoro hace poco para definir a Barthes), a diferencia de la mayor parte de los meros coleccionistas de libros, afirma sin empacho que "a mí lo que de verdad me gusta es leer". "Al fin y al cabo -precisa- uno es solo un lector y ni siquiera -ironiza- de los mejores".
Nos felicitamos, en fin, de que Ignacio Martínez de Pisón, en nombre propio y en el de su grupo de amigos, le dijera un buen día: "Todos hemos escrito un libro menos tú. Tienes que escribir un libro. Ya vale de antologías, prólogos y articulitos. Tienes que ser escritor como nosotros". El resultado es éste. Un libro que gana y que nos gana. Incluso a quienes no tenemos afición por la bendita bibliofilia.

21.5.15

Ida Vitale: de premio

Uxío da Vila. Fundación Loewe
Se alegra uno mucho de la concesión del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a la poeta uruguaya Ida Vitale, a quien tanto admiro, como ya tuve ocasión de anotar alguna que otra vez en este blog
Javier Rodríguez Marcos (quien, por cierto, acaba de publicar libro en NTS de Tusquets), que ha conversado con ella en otras ocasiones, publica en El País una entrevista (que no deja de ser, además, un sintético análisis sobre su obra) tras hacerse público el fallo del jurado donde este año, ay, uno ha echado de menos a Santiago Castelo.
“No necesito más que una biblioteca y un aeropuerto para sentirme en casa”, cuenta. 
Si alguien no la conoce y quiere acercarse a una poesía digna de elogio, encontrará libros suyos en Tusquets y Pre-Textos. A uno le deslumbró Reducción del infinito, de 2002 (un libro que incorpora, además, una antología personal), lo que me llevó a mantener con ella una breve correspondencia.
Mi amiga Marina Gasparini ha elegido este poema para homenajearla, perfecto para la ocasión:

MES DE MAYO

Escribo, escribo, escribo
y no conduzco a nada, a nadie.
Las palabras se espantan de mí
como palomas, sordamente crepitan,
arraigan en su terrón oscuro,
se prevalecen con escrúpulo fino
del innegable escándalo:
por sobre la imprecisa escrita sombra
me importa más amarte. 


© José Ignacio Montoto

20.5.15

Lo que importa

Sí, a lo que importa, a lo que de verdad le importa, dedica el polifacético Antonio Rivero Taravillo, sevillano de Melilla (1963), su último libro, así titulado, precioso por fuera (Calle del Aire, Renacimiento) y más que interesante por dentro.
Abre el volumen un elocuente epígrafe del archicitado Ashbery acerca de la "monotonía de la perfección", que siempre conviene evitar en poesía. Él lo logra porque, más allá del dominio de la retórica o del oficio (no en vano es un excelente traductor, a sabiendas de que la traducción es acaso el mejor aprendizaje poético en lo que a su artesanía se refiere), sus poemas están muy apegados a la vida, donde aterrizan siempre. Frutos granados de esa relación, ya digo, los versos que componen esta variada y aun amplia muestra (128 páginas) de su saber hacer. Del suyo y del de un heterónimo que llamado, y no por nada, Humberto Fabbro, que, como él, presenta "caídas de ritmo aquí y allá"; deliberadas, en el caso de ART, y a resultas de cierta incapacidad para acertar con la cadencia (un decir) cuando se trata de verter al español los poemas de HF. 
Viajero por excelencia (Irlanda, México, Argentina, USA, Reino Unido...), no pocos poemas tienen relación con otros sitios y otras personas que, a veces, son escritores. Otro puñado tienen que ver con objetos o lugares muy concretos, una lección aprendida en autores del panorama anglosajón que él tan bien conoce, no hace falta citar nombres. Las ciruelas, el teléfono, el columpio... Un tercer grupo agruparía a los poemas breves, haikus a ratos. Otro, en fin, podría encuadrar a los dedicados a la lectura de las obras de otros. En lo temático, ya se ve, el abanico es amplio, tan extenso como la imagen que acaba uno adquiriendo de la obra. No falta lo amoroso y, en lo que respecta a los versos de HF, incluso lo erótico. Me da que Taravillo se aprovecha de ese poeta para dar rienda suelta a modos, maneras (atiéndase al vocabulario) y asuntos de los que su otro yo, más pudoroso tal vez, recela.
A poemas, digamos, de enjundia, extensos y de estricta composición, les suceden otros mucho más breves y circunstanciales sin que por ello queramos dar a entender que menos importantes o insustanciales. Esa mezcla es fundamental para comprender la obra en su conjunto, que alterna lo meditativo y lo experiencial, lo oriental con lo puramente castellano (no digo español). Y siempre, cómo no, la sombra alargada y nutricia de la lírica anglosajona que, en su caso, implica retrotraerse hasta los orígenes más remotos de esa lengua y, en consecuencia, de esa literatura.
Para terminar, me apetece fijarme en un poema que me ha llamado especialmente la atención: "Cenizas", donde escribe: "... la desmemoria. / Siempre la inconsistencia. / Lo que se esfuma." Él alude a las cenizas. (Y no a unas cualquiera: "Hoy me traéis / nítido a mi padre hace cuarenta años.") Uno, yendo más allá, no sé si con tino, se le antojan palabras aplicables a su poética: en la fragilidad que los sostienen, los versos de ART planean sobre la versatilidad y nos ayudan a fijar, gracias a la fuerza de la memoria, lo que por su naturaleza mortal se desvanece. 

19.5.15

Pajak dixit

"En el fondo, creo que la literatura no revela nada. En todo caso, esconde algo." 
Frédéric Pajak, autor de La inmensa soledad (y de la ilustración de al lado). En "Esto es un ensayo", Babelia, El País.

18.5.15

Más de Uriarte

Aunque ya había recibido numerosos elogios y no pocos de escritores españoles de fuste, la consagración literaria, si se puede decir así, de Iñaki Uriarte (Nueva York, 1946) ha llegado de la mano de Antonio Muñoz Molina, que le dedicó en su sección babélica un elogioso artículo titulado "Viendo nevar fuera". Empezaba: "El estilo es el hombre. Conocí a Iñaki Uriarte en Bilbao, después de leer los dos primeros volúmenes de su Diario, y me pareció que conversando con él, en torno a la mesa de una cafetería o a lo largo de una caminata en la noche de llovizna, escuchaba la misma voz que se me había vuelto tan familiar por escrito". Vila-Matas le calificó en su día como "el vasco tranquilo". Algunas alabanzas más pueden leerse en las solapas del libro. Me refiero al tercer volumen de esos diarios, el correspondiente a los años 2008, 2009 y 2010. Lo publica, como los dos anteriores, la logroñesa Pepitas de calabaza. Uno, que también habló aquí de las primeras entregas (I y II), vuelve a esas anotaciones con interés, aunque he de reconocer que sin el entusiasmo que generaron aquéllas. Será, me digo, que uno se va acostumbrando al personaje, lo que hace todo más previsible. Él y sus comentarios. Con todo, he disfrutado no poco con la lectura. Con Borges, su gato, y María, su mujer, que viaja, como él, con frecuencia por Avilés, donde se encuentran con García Martín. Precisamente en Clarín, que rima y todo, leyó uno algunos párrafos de estos diarios; y muy bien elegidos, por cierto. No faltan, como en las entregas anteriores (en ésta se da cuenta de la publicación del primer volumen y se alude a los prolegómenos editoriales y a la recepción de la obra, sin entrar en detalles: aquí todo es resta), referencias a la literatura y la filosofía, a ciertos autores y obras entre los que nunca faltan Proust o Montaigne. Hay viajes, por ejemplo, a Benidorm -otra presencia ineludible-, al sur de Francia, a Estados Unidos (Boston, Nueva York...), Andalucía y Berlín. Y a Extremadura: "Dicen que es pobre, pero es preciosa". Se sigue reflexionando acerca del trabajo ("Desde pequeño yo he carecido de eso que llaman «ética del trabajo»") y de la vida de rentista (que es la que lleva Uriarte). Y de la familia, un asunto muy relacionado con lo anterior. En el centro, ama y aita: "mi sensación es que aita soy yo mismo". Ya ahí, en la casa: Toni Etxea, se acerca a algunos extraños, como diría Vicente Valero, de esos que no faltan en ninguna, como el tío Moi.
Luego están los amigos que, en resumen, serían aquellos que se alegran "cuando te pasa algo bueno" y no, como el tópico quiere, cuando vienen las desgracias.
Asaltan al lector frases incisivas, ironías inhóspitas (no en vano, repite, la vida no es ningún "regalo"), agudezas, citas bien escogidas de diferentes autores (moralistas más que nada, de Camus a Leopardi y de Kafka a Pascal) que nos dan una pista fiable del lector que es; afirmaciones gratuitas o fundadas, según el caso. Uno lee algunas sobresaltado: "El orgullo de los madrugadores, su jactancia implícita". O: "A quienes menos conviene conocer en persona de todos los tipos de hombres de letras es a los poetas. La impresión de patraña suele ser hasta cómica". No es la única vez que Uriarte bordea lo dañoso y eso que no le duelen prendas reconocer que "no estoy acostumbrado a los conflictos personales". Será por eso que escribe: "No soy muy dado al elogio". Se ve a las claras que, como puntualiza, no lo ha necesitado mucho.
La salud (y su diabetes, que le obliga a hacerse controles de glucosa en lugares míticos) y la enfermedad ("Soy aprensivo") también forman parte de sus preocupaciones, sobre todo porque, a partir de cierta edad, como en una escena del Far West, silban cerca las balas. Tal vez por eso recuerda que "para vivir hay que proceder a aquello que Coleridge llamó la «suspensión de la incredulidad»".
Aunque propenso a la naturalidad ("Me agobian las librerías", "Nunca me cansaré de admirar el poder de las pastillas"), alguna vez exagera. Como cuando evoca una presunta denuncia de Ferlosio a un instituto de secundaria de Coria por querer ponerle su nombre al centro educativo. Gonzalo lo sabrá mejor que yo, pero todo quedaría en una rotunda negativa del autor de "Borriquitos con chándal" a la propuesta, razonable, de su amigo Jesús Domínguez Domínguez (Chuchi), a la sazón director del liceo.
Menudean, en fin, las reflexiones sobre las "pequeñas cosas de la vida" o sobre el hecho de escribir un diario (que deja de ser inédito). Así, dice: "Esto no es un acta notarial de mi vida. Ni un testimonio exhaustivo. Ya he dicho alguna vez que no pasa de un tráiler". O: "Estos apuntes no dan cuenta de mi estado de ánimo general".
Para cerrar, unas palabras de Walter Pater que él oportunamente recoge: "El deseo de autorretratarse es, por debajo de toda, otra tendencia más superficial, el motivo real que lleva a escribir". Pues eso. 

16.5.15

Vida social (V)

Si lo que me recibió en Salamanca era calor, ¿lo de Sevilla? ¿La caló? Al salir del coche aparcado en el Paseo de la Palmera creí que me daba algo. Desde Plasencia hasta allí, ligero y sin paradas, el aire acondicionado me había hecho creer que el tiempo ya también era otro por allí abajo, con temperaturas más bajas. Sí, sí. La densa calima debió prevenirme. De camino a la sede de CICUS de la Universidad de Sevilla (en Madre de Dios), Juan Diego Martín, técnico de esa santa casa dedicada a la cultura, miraba los termómetros. En uno, 42º. Alguien nos contó luego que había visto otro que marcaba 46º. Ya a cubierto, a un paso de la cernudiana Calle del Aire, saludo a Fran Matute, de Estado Crítico (donde se publica una estupenda "crítica literaria diletante"), organizador del acto, y luego doy mi primer abrazo a Antonio Rivero Taravillo que será, junto a Alejandro Luque (que, como cualquier periodista que se precie, llega un poco tarde por culpa de una rueda de prensa municipal), compañero de mesa y de conversación. La que, con la intensidad debida, mantuvimos delante de un público muy atento, a lo largo de hora y poco. Después había otro encuentro crítico, Taravillo presentaba en la Feria el monumental libro anglófilo de Peyró y uno tenía que volver a subir al pueblo, donde llegué quince minutos antes de la media noche, también de una tacada. Como en los viejos tiempos. 
Dije público y debería haber dicho lectores, que es más exacto. La poesía, ya saben. Entre ellos, los poetas Jacobo Cortines, Miguel Veyrat y Juan Lamillar. Un honor y una alegría. Otro, Marcos Matacana me traía un abrazo de Hilario Barrero. Saludé a la bloguera (cocinera y fotógrafa) Ernestina González Causse y también asistió la investigadora Rocío Rojas-Marcos, autora de otro libro imprescindible: Tánger, la ciudad internacional. (Esa ciudad, sí, me persigue. Qué suerte. Y cuánto tangerino en el exilio, digamos. En una suerte de destierro emotivo. Por el imán de esa ciudad preciosa. Una atracción, ay, fatal. Por lo demás, no deja uno de recibir testimonios emocionantes acerca de la lectura de Más allá, Tánger, lo que, además de sorprenderme, me llena, como es lógico, de satisfacción. Uno es humano. Demasiado, como todos.)
Espoleado por las preguntas y comentarios de los incisivos Luque y Taravillo (éste empezó con el espinoso tema de mi efímero paso por las páginas de ABC Cultural), hablamos de no pocas cosas, todas relacionadas con la crítica, por más que uno no se considere un crítico literario. No al menos en el sentido más estricto (y profesional) del término. Dejémoslo en lector que publica en su blog (y en algunas revistas) algunas impresiones de lectura. Criterio, amistades, influencias, premios, suplementos, juicios negativos, etc. son algunos de los asuntos que dejamos caer en la amena charla que mantuvimos en la fresca penumbra de la sala cicusiana. Ojalá sirviera para algo. A uno, en fin, le compensó. A pesar de la paliza de coche, las malditas prisas (estuve en la ciudad apenas tres horas y fuera de casa, nueve) y el calor (que al subir era, por cierto, casi frío). Sevilla, mis anfitriones y los lectores sevillanos bien lo merecen. 

15.5.15

La poesía de Reseco

El poeta extremeño Antonio Reseco (Villanueva de la Serena, 1973) publica en la colección Tierra de La Isla de Siltolá su libro Casi no existir, título que toma de un poema de Efi Cubero. Hace quince años que publicó su ópera prima y éste es el octavo de poesía que da a la imprenta. El anterior, London bureau vio la luz en la colección Luna de Poniente. 
No es Reseco poeta de derivas y cambios de rumbo. Su forma de hacer, su concepción poética, se mantiene firme desde hace tiempo y por eso su voz es reconocible. "Todo ha sido ya. Poco importa.", leemos en el poema inaugural, que da título al libro. Hay algo de recuento en la obra, de vista atrás y, como suele ocurrir, lo que se encuentra no es precisamente digno de ser celebrado. El tono, así, es melancólico, elegíaco, de derrotas y pérdidas sobre todo. A veces nos da la impresión de que quien habla desde esos poemas es alguien mayor, más envejecido, que ya no puede hacer nada por recuperar la vida que esperaba. O que espera. El poema a que aludo termina: "Casi no respirar, sentir apenas, casi no existir."
En "Tao" se muestra una forma de ser y de concebir la existencia: "Llora sin lágrimas, ríe en silencio."
Lo meditativo prima en el conjunto. En poemas significativos y logrados como "Refugio", "Casa en la colina", "Niñez", "Portarretrato", "Sestercio" o "Museo Arqueológico". 
En "Desengaño" escribe: "Ahora sé que la vida / siempre importará más que las palabras, / que los motivos del verso / no pueden suplantar a la existencia, / que todo lo que decimos / es pasajero o quizá inútil."
También encontramos poemas de amor y de viajes ("Playa de Rodiles", "Cabo de San Vicente", "Kazán"), por eso más confiados y alegres, y uno dedicado al Cementerio alemán de Yuste que se une a la larga lista de los ya consagrados a ese lugar. 
En "Complicidad" alude a "Un poema y su lector" y "En lo más simple" acierta a expresar su fe de vida. El poema empieza: "Ser feliz en este momento, / no pensar en promesas ni límites. / Abrir los ojos sólo para ver."

14.5.15

Vida social (IV)

El calor que hacía en Salamanca el pasado domingo no era normal. No allí y a principios de mayo. Será que uno, ay, tiene idealizada esa ciudad, como suele decirme Isabel Sánchez, y descarta cualquier posible exceso, en uno u otro sentido. Ya que la menciono, empezaré por afirmar que desde el primer momento tuve claro que ella era la presentadora ideal de Tánger en la Feria del Libro de la ciudad castellana, y así fue, no sin antes aceptar su consejo e invitar a Antonio Colinas a hacer los honores, cosa que a la postre le resultó imposible debido a compromisos adquiridos previamente. Se ve que estaba de pasar y pasó. Y me alegro, porque sus palabras fueron hondas e intensas, como ella misma, que todavía no sé si es más bibliotecaria que lectora o más lectora que bibliotecaria. Estuvimos a gusto, sin duda, y la conversación posterior a su introducción -una lectura en primera persona del libro, como uno prefiere a estas alturas- fluyó como lo hace cuanto se comenta con personas que te conocen y aprecian. Sólo falló un detalle: extremeños los dos, del norte y del sur, no quisimos la compañía del aire acondicionado y a mitad de sesión uno ya no sabía si estaba en la sauna o en la caseta ferial. Por eso al salir, tras responder algunas preguntas y escuchar los emocionante testimonios de viajeros por Tánger y personas que han residido allí, las cañas de cervezas nos supieron a gloria. A la puerta, por cierto, esperaba el poeta mexicano Luis Arturo Guichard que me presentó al poeta chileno Cristián Gómez Olivares, dos hispanoamericanos en el extranjero, como es habitual. Profesores universitarios ambos; el primero en Salamanca y el segundo en Cleveland. Se unieron al grupo de sudorosos y sedientos algunos miembros del club de lectura de la Torrente Ballester, incondicionales en estos actos y a los que uno agradece siempre sus ánimos y su presencia, así como el abogado Felipe Crespo, paisano (su padre fue mi médico del Seguro cuando era chico), y su mujer. Colmada la sed, varios lectores abandonaron el barco y nos quedamos a la deriva, en una terraza de una calle lateral de la Rúa cuyo nombre ahora no recuerdo, Isabel, los poetas de América, la pareja Crespo y Marisa MarZo (Marisa y punto), cantante, amiga y compañera de teatro de nuestra anfitriona. Así, tapas, cervezas y cafés (en otra terraza, frente a Traducción e Interpretación) mediante, hasta las seis más o menos que fue cuando uno emprendió el inevitable regreso a casa. Mientras conducía, le daba vueltas a las conversaciones mantenidas e intentaba procesar toda la información escuchada. Fue mucha y de calidad. Mis interlocutores fueron de lujo. Como dice Gonzalo, llevo una intensa vida social. Y más que la llevaría, por seguir con su coña, si no tuviera que escribir en el blog y, por ello, leer antes tantos libros. Bromas aparte, bien está salir de la rutina y de las murallas de esta ciudad de vez en cuando. Como diría el arquitecto Vicente Paredes, por razones de higiene. 

13.5.15

Nundinae

En latín, mercado. Las nundinae se sucedían en el calendario romano periódicamente cada nueve días y, en consecuencia, marcaban la separación de las semanas que, a diferencia de las nuestras de hoy, eran de ocho días y no de siete. Era un día de descanso que se aprovechaba para ir a las termas, visitar a los amigos, etc. También sabemos que desde el punto de vista comercial, las nundinae en la Roma primitiva tenían una importancia considerable, ya que fueron los primeros mercados de la ciudad, y durante mucho tiempo, los únicos.
Juan Ricardo Montaña (Don Benito, 1949), más conocido por su faceta de poeta visual (buena muestra de ese quehacer, su obra Voces y Ecos), incluido en numerosas antologías del género, entre ellas Poesía Experimental Española (Calambur, 2012), es autor del libro de relatos Viaje a Éfeso. Diez años después regresa de nuevo a la antigua ciudad griega y lo hace de la mano de Marco Ulpio Vero que relata, en unas pocas páginas, un viaje a ese puerto comercial situado a orillas del Egeo para visitar a su amigo Lucio Cayo, uno de los Notables, y a su esposa Casiedra. Les lleva un regalo: dos caballos. Coincide su encuentro con la presencia en el lugar del emperador Adriano, al que acompaña el bello Antínoo, que viene a consagrar un templo, por lo que esa nundinae será muy especial. Todo esto y más, que por prudencia callo, se relata en la primera parte de la obra, "Consecratio". La segunda, que se titula como el libro, se dedica a la descripción del día de mercado; de lo que allí se ve, se huele, se oye, se siente... Por fin, en la tercera y última parte, La Majona, Marco evoca su tierra natal, la villa de la Majona, cerca de Metellinum, en Hispania, donde él y su familia se dedican a la cría de caballos. En el domus, los recuerdos: la infancia, su amigo Mario Cornelio, los baños veraniegos en el río... Lo personal, entre líneas, aflora. 
Quien conozca a Juan Ricardo Montaña coincidirá conmigo al afirmar que se trata, ante todo, de un hombre elegante, y no sólo en lo que a su atildado aspecto exterior se refiere. La suya es una elegancia del espíritu que demuestra por medio de una educación y unos modos exquisitos. Los mismos que apreciamos en sus poemas visuales y, ahora, en la precisa prosa de Nundinae, que participa, sólo en parte, de lo que hemos dado en llamar narrativa histórica que, sin duda, da gusto leer. Por lo bien contado que está el relato (y, por tanto, escrito) y por la riqueza de detalles que contiene. Es la obra, en rigor, de un diletante. De quien hace las cosas por deleite, por el placer de hacerlas, que diría Blas Matamoro.
Se abre, por cierto, con cuatro bien elegidas citas de otros tantos amigos suyos, los poetas Santiago Castelo, Teresa Guzmán, Carlos Medrano y Antonio Reseco. No hace falta añadir que la edición, del Fondo Editorial del Ayuntamiento de su ciudad natal, es también esmerada. Una pequeña joya que realzan la calidad del papel y la tipografía, así como el motivo numismático de la cubierta y las ilustraciones, que son del autor. 

12.5.15

Con Colinas



















MEDITACIÓN EN BOHEMIA

En años tan intensos como difíciles


Como el viejo Casanova en Duchcov,
sólo deseo salvar mi claridad,
sonreír a la luz de cada nuevo día,
mostrar mi firme horror a todo lo que muere.

Ningún lugar mejor para alcanzarlo
que los muros de hojas y madera
de cualquier biblioteca; mejor
si es la que uno ha ido construyendo
y que, volumen a volumen, según Manguel,
es ya una suerte de autobiografía.

Algunos libros, lo sabemos,
ayudan a entendernos y entender,
a desbrozar el caos, esa oscura noticia.
Algunos libros nos consuelan,
remedian a su modo los estragos
del tiempo y de la historia.
Desiertos de armonía y mansedumbre.

Sentado ante la mesa, de espaldas a la luz,
solo, sí, y en silencio,
observo los estantes ordenados y pienso
en el dulce cobijo que esas obras aportan.
Son razón suficiente para cierta esperanza:
que no todo perece, que otra vida es posible.

NOTA: Este poema es mi contribución al libro homenaje Bajo las raíces que, coordinado por Ben Clark, publica La Isla de Siltolá con motivo del 40 aniversario de la publicación Sepulcro en Tarquinia, de Antonio Colinas. Han colaborado 54 poetas de todas las edades y de distintas tendencias, unidos por la misma emoción: la lectura de ese libro único, a medias italiano y castellano, que vio la luz por primera vez en la benemérita Colección Provincia de León en 1975 y que uno ya conoció en la edición de Lumen del año siguiente. Una excelente idea. Felicidades, Antonio. 

11.5.15

LFC

LFC por Pepo Paz
Hace muchos años que sigue uno la pista de Luis Felipe Comendador, bejarano del 57; de su obra, sobre todo, y de algún que otro milagro que tiene que ver con su vida de editor y, digamos, de agitador cultural, cosa harto difícil en una ciudad fría donde las haya. Me gustaría destacar también su labor como bloguero en su Diario de un savonarola, todo un clásico. 
De nuestro encuentro en Centrifugados, donde por fin nos saludamos cara a cara, me traje a casa tres de sus libros. La poesía reunida, en edición de José Luis Morante, que tituló Vuelta a la nada (If Ediciones) y donde agrupó poemas escritos entre 1995 y 2002, aunque después haya seguido publicando; un librito (por el tamaño) de incisivos aforismos, No pasa nada si a mí no me pasa nada (colección Krámpak de Editoral Delirio), "625 soberbios apotegmas, que tratan de penetrar la clave de la época que nos envuelve", en palabras de su prologuista, el polígrafo salmantino Fernando R. de la Flor; y Corre la voz, su último libro de poemas, de este mismo año, publicado por El brut de los corazones solidarios
Desde Versos giróvagos hasta éste, me da la impresión de que la poética de LFC ha cambiado poco. Los resultados, esto es, sus versos, escritos en cualquier género, tampoco. La propia vida (en ese sentido, su poesía es autobiográfica, como todas) y las reflexiones que le suscita trasladar al papel lo que le pasa estarían en la base de su forma de proceder. Además, podríamos afirmar que su obra, me da que como él, es vitalista, fresca, espontánea e inmediata (de ahí que esté tan bien traído lo de denominarla "poesía de urgencia", término que toma Morante de Carlos Aganzo) e imaginativa (no en vano pertenece a la estirpe del pirotécnico malagueño Rafael Pérez Estrada, sí, pero también, pongo por caso, a la de César Vallejo y Nicanor Parra).
Nada de lo dicho anteriormente debe hacer pensar al lector que no conozca su obra que estamos ante un tipo adánico, descuidado y nervioso que pone en el folio o la pantalla del ordenador lo primero que se le ocurre. A pesar de que juegue a la improvisación, con ser ocurrente, en el mejor sentido, y muy creativo, LFC es un hombre culto que conoce bien a los clásicos (de antes y de ahora) y que sabe cómo utilizar sus armas retóricas para que lo que escribe parezca o sea lo que él quiere que sea o parezca. "Mi placer ya es solo de palabras" leemos en uno de los aforismos del libro antes señalado. Hay mucho de diversión en sus libros y no precisamente de la vulgar y corriente. Basta leer, de su última entrega, poemas paradigmáticos como "El día es un diamante sin pulso", "La inminencia" (acaso mi preferido) o "A mi hijo", donde abundan las metáforas, las asociaciones de imágenes sorprendentes, los juegos de palabras y todo ello sin perder su aire clásico, a lo Quevedo, por decir un nombre, que no le hace ascos a la rima. Se aprecia que hay mucha literatura, mucha cultura, detrás de esos versos que tienden al versículo, pero que nos impresionan cuando se acercan a la precisión, brevedad y despojamiento, como el que cierra el volumen: "Fototropismos". 
Reconozco que esta poesía está en las antípodas de la que uno practica y, tal vez, de la que más me gusta; por afinidad, supongo. Con todo, se rinde uno ante la capacidad de LFC para encandilar al lector en un acto que tiene mucho de bondadoso, lenitivo y mágico. 

9.5.15

Impreso en Extremadura

Pilar Galán (Navalmoral de la Mata, 1967) es una de nuestras mejores cuentistas, con cinco libros ya en su haber. Su obra incluye también varias novelas, así como teatro. Aunque su sello habitual sea el emeritense De la luna libros, es el cacereño Norbanova quien edita Jueves Sociales, un volumen que reúne artículos de opinión publicados en su sección de los jueves de El Periódico Extremadura.
El prólogo, "El blues del autobús" corre a cargo del director del diario (de un tiempo a esta parte, por cierto, demasiado escorado hacia el PP), Miguel Ángel Muñoz, al que hay que reconocerle un preámbulo muy bien escrito. A la altura de los textos de Galán, que al interés por sus dotes de observación de lo cotidiano hay que añadir el exquisito uso del lenguaje, algo natural si tenemos en cuenta, ya se dijo, su vocación literaria. Y pues que lo menciono, a "Gestos" y "Estados de perplejidad", las columnas de la primera y segunda parte del libro, se une "Palabras de ida y vuelta", la tercera, dedicada en su totalidad a autores y obras literarias. Diez años lleva Pilar Galán colaborando en el diario cacereño y nos parece un acierto que haya agrupado en Jueves Sociales una amplia muestra de su excelente quehacer periodístico, al tiempo que narrativo. 

Ángel M. Gómez Espada (Murcia, 1972) también colabora en prensa. Es articulista del diario Hoy de Extremadura. Además, o sobre todo, autor de libros de relatos y poeta. Codirector de la revista El coloquio de los perros, la extremeña Le Tour 1987, dirigida por Mario Quintana, le publica ahora Los hijos de Ulises
Es un libro singular. Y no sólo por su procaz cubierta, llena de hombres desnudos metidos en cajas. La cosa va mucho más allá. Lo explica muy bien Pilar Adón, autora de un extenso prólogo titulado "En la cueva". A uno el libro, lo confieso, le ha dejado bastante perplejo. Por su calidad literaria (por espontáneo y fresco que parezca, es complicado escribir de esa manera) y por las ideas que transmite, tan de este tiempo. Sí, los hijos de Ulises somos todos y eso se ve a las claras tras leer este libro inquietante, lúcido, triste hasta la angustia y divertido hasta la carcajada. Me da que refleja bien a su autor, y eso que sólo he cruzado con él unas pocas palabras. Sí, «Somos los hijos de Ulises. / Los que nos quedamos custodiando el secreto de / Ogigia, / La generación perdida que dejó de lado la trashumancia y los problemas. / La leyenda dice que las multinacionales nos contrataron como conejillos de indias». Hay mucha tralla aquí dentro. De la buena. No meramente demagógica, al amor de las modas políticas de esta época zozobrante y convulsa. Se trata de leer entre líneas. Y de pensar, que materia e ideas no faltan. Acaso estemos ante un libro de esos llamados a adjetivar como "generacional". Me da que ha logrado capturar el latido o el pulso de este principio (o fin) de quién sabe qué. En él hay indignación, sí, pero también clarividencia. Quien lo adjetive como "poesía social" se queda corto. Muy corto.

José Antonio Fernández Sánchez nació en Terrassa (1963), reside en Cerdanyola de Vallés y es ferroviario. Publica en la cacereña Letras Cascabeleras su libro Metafóricamente hablando. Sus poemas son bastante extensos, de tono meditativo, serena dicción y ritmo discursivo. Cargados de metáforas (lo del título es por algo), son versos escritos desde el "yo": "Hoy vengo a vaciarme". La visión ("algunas noches veo voces") y la memoria (léase el poema "Tormentas") ejercen sobre ellos su debido poder, por más que la imaginación y los sueños ("Todos los sueños siguen un sentido") actúen como necesarios contrapesos. "He vivido en el filo de las cosas", leemos en el comienzo de "Paisaje". "Preguntas, por su parte, concluye: "A estas alturas mi preocupación / es saber cómo y cuándo, /mirar que no se acerque más lo negro, / y estar atento a nada que ya es mucho".

8.5.15

Agenda

Igual que las reseñas, las presentaciones de Más allá Tánger llegan a su fin. Fue gratificante mientras duró. Y algo ha durado, por cierto. Ya lo dije, vuelve uno a la soledad y al silencio, donde vive, es lo natural, quien escribe, más si es poesía. La despedida será en Salamanca, el próximo domingo, 10 de mayo, a las 12:00 horas, en el marco de la Feria del Libro. Conversaré con la bibliotecaria y lectora (no sé si éste es el orden) Isabel Sánchez. En la preciosa Plaza Mayor.

Unos días después, el 14, estará uno en otra Feria, la de Sevilla, pero no con Tánger, sino para participar en una sesión de Encuentros Críticos, una actividad organizada por el CICUS, Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla, y el blog Estado crítico. Por esos encuentros han pasado ya escritores como Mercedes Cebrián, Montero Glez y Rodrigo Fresán; críticos (y editores) como Ignacio Echevarría y Constantino Bértolo; así como por quienes practican distintos géneros, como el inefable Juan Bonilla. En lo que a uno respecta, estaré acompañado por el escritor Antonio Rivero Taravillo y por el periodista Alejandro Luque. La sesión empezará a las 19:00 horas y tendrá lugar en la sede del CICUS, calle Madre de Dios, 1.

7.5.15

Vida social (III)

El que escucha soy yo. La fotografía es de María Jesús Manzanares, que estaba sentada detrás de uno en la presentación placentina de Tratado de ignorancia, el libro con el que José Luis Bernal Salgado ha roto veinticinco largos años de silencio poético. Para esa íntima ceremonia, Bernal eligió, y bien, a otra poeta, Emilia Oliva, de la que él ha presentado, por cierto, numerosos libros estos años de atrás. En esta curiosa inversión de papeles, ganó el poeta. Sin la tensión de tener que ofrecer al respetable alguna explicación coherente sobre la obra. Además, fuera de la cátedra, Bernal opina que la poesía no debe explicarse. Ella, por su parte, estaba nerviosa y algo apurada. Por no estar a la altura, vino a decir, un miedo del todo injustificado pues sus palabras fueron atinadas y llenas de sentido. Su lectura, en suma, fue impecable. Y muy bien dicha. Cuando le llegó el turno a Bernal, pasamos a otra fase. De nuevo, como en la noche de Landero, se obró ese pequeño milagro de la literatura, de la poesía en este caso, y a partir de ese momento, presagiado en el texto de Oliva, todo fluyó entre la perplejidad y la maravilla. Al menos para uno. Fue entonces cuando el tono de voz de José Luis, tan familiar para nosotros, se fue apoderando de la tarde bochornosa y lo que había sido un original mecanoscrito y luego un precioso libro de la colección Luna de Poniente se convirtió, para este fervoroso lector suyo, en otra cosa, y los poemas fluían como si fueran otros o distintos, más hondos, más perfectos. No, sigo sin estar de acuerdo con eso de que la poesía moderna está escrita para ser leída en voz baja. Cuando el poeta lee sus versos en voz alta con la naturalidad debida, la que emana de su intención al componerlos, la experiencia poética se intensifica y gana en claridad y significado. Más cuando el poeta explica siquiera parte de la trama que se esconde tras ellos. Como en el caso del dedicado a la enfermedad de su padre, emocionante hasta decir basta, y más ahora, por razones que compartimos en una sosegada conversación previa a ese acto. También nos hizo partícipes, privilegiados escuchantes, que diría Pepa Fernández, de otras claves. Para eso existen estos encuentros con la inmensa minoría. No pocas veces, desde la complicidad absoluta, Bernal me miraba. Todo es diálogo. El punto álgido lo puso la lectura de "Otoño". En su voz, fue todavía más impresionante: "Pensé que debería decir a mis amigos / que ha llegado la hora de dar un golpe seco / en la mesa del mundo, donde se pasa lista / a las grandes razones y a las definitivas / hazañas de los hombres. / Y escribí este poema. // Decirles que nos queda poco tiempo y maltrecho / para dar las respuestas a todas las preguntas / que la edad nos escupe con obstinada furia." O cuando leyó el dedicado a Castelo, con Pedro de Lorenzo y Eliot al fondo. 
En fin, volví a comprobar el pasado 2 de mayo que mi opinión de que estamos ante un libro importante está fundada. Mejor, lo pudimos comprobar todos los que estábamos sentados bajo una carpa suspendida en medio de la plaza de Plasencia; detenida para siempre, gracias a esos poemas, en el tiempo.