Castelo en ABC, 1972 |
SÓLO VIVIR VALE
LA PENA
Santiago Castelo
(Granja de Torrehermosa, 1948- Madrid, 2015) fue ante todo poeta. A pesar de su
decidida vocación periodística, doy por supuesto que es lo que él prefería. Por
encima de todo. Que era esa condición la que más le gustaba que le reconocieran
sus lectores. Ahora, cuando su obra poética cesa por el imponderable de la
muerte, a falta de esos poemas inéditos que, me consta, llegó a escribir en los
últimos tiempos, podemos hacer un somero, apresurado balance de esa larga
aventura.
Castelo publicó
los siguientes libros de poesía: Tierra
en la carne, Memorial de ausencias
(Premio Fastenrath de la Real Academia Española), Monólogo de Lisboa, La sierra
desvelada, Cuaderno del verano, Siurell , Al aire de su vuelo (preliminar de Víctor García de la Concha), Cuerpo cierto, Quilombo (Premio Extremadura a la Creación), La hermana muerta y Esta luz sin contorno, además de las antologías Como disponga el olvido, con prólogo del
profesor Juan Manuel Rozas, y La huella del aire (Poesía 1976-2001), con prólogo, selección y notas de
Manuel Simón Viola. Este libro, publicado por la Editora Regional de
Extremadura en 2004, puede ser considerado, en cierto modo, como su poesía
reunida, a falta de una nueva edición, eso sí, que incluyera poemas de las
obras que publicó con posterioridad. De ella dijo Juan Manuel de Prada que “abarca
casi treinta años de dedicación insobornable, sorda a las fanfarrias de las
modas, a una poesía que funde pálpito humano, exultación vitalista, sublevación
del deseo, paisajes del alma, trasiegos del atlas y una herida que nunca cierra
la presencia amedrentadora de la muerte”.
No fue un poeta
prematuro, pero sí tanteante. Quiero decir que sus inicios poéticos no dan la
verdadera talla de una escritura que fue sin duda a más. Clásico por formación
y por talante, discípulo aventajado de poetas de estirpe retórica, como su
maestro Pedro de Lorenzo, sonetista y compositor de metros y estrofas
tradicionales, propenso a la lírica popular, no por eso dejó de ser en ningún
momento un poeta auténtico o, por decirlo mejor, nunca su poesía dejo de ser
verdadera o genuina, que diría Elizabeth Bishop. Como dije en una ocasión, Castelo,
que fue un poeta singular y de sesgo clasicista, alejado de capillas y
generaciones (Prieto de Paula habló de una “poesía excéntrica respecto a su
generación literaria, la del 68”), supo, no obstante, anticiparse a los
acontecimientos. Así, antes de que algunos conspicuos novísimos (los de
su edad) tomaran el nombre de Manuel Machado en vano, Castelo ya había suscrito
la boutade de Borges, cuando dijo aquello de “Ah, pero ¿Manuel tenía un
hermano?”. Antes de que sus compañeros de promoción abandonaran sus vacuas
peroratas culturalistas, Castelo ya había escrito poemas fieramente humanos que
no por eso desdeñaban el rasgo cultural. Antes de que los poetas españoles
finiseculares cantaran a coro: ¡Menos mal que nos queda Portugal!, él ya había
publicado su Monólogo de Lisboa. Antes de que algunos le perdieran el
miedo a las formas clásicas, Castelo había utilizado con maestría las artes del
soneto. Antes, en fin, de que algunos poetas de la siguiente promoción a la
suya descubrieran el mediterráneo de los poetas menores, Castelo ya había
asimilado toda la poesía con sordina del 900.
Su poesía era de
línea clara, de factura sencilla, cercana a lo que importa y, por eso, nada
abstracta o hermética; apegada a la vida, la propia y la de los otros. De tono
melancólico, cantó al amor y a la soledad, le preocupó el paso del tiempo y,
aunque cosmopolita de corazón (con versos situados en Grecia o Mallorca), tuvo
siempre en la mirada el paisaje de Extremadura. No en vano, en el origen de su
pulsión lírica estuvo siempre el desarraigo de su lugar natal, esa nostalgia de
lo vivido allí en la infancia y de lo no vivido o por vivir, pero en todo caso imaginado,
como leemos en su soneto “Paisaje
con dos encinas”, escrito ante el cuadro del mismo título de Jan van Goyen
que cuelga en el Rijksmuseum de Amsterdam.
Para
terminar, me gustaría recordar un verso suyo: “Vivir, sólo vivir vale la
pena”. Por eso luchó hasta el último aliento. Que a buen seguro fue poético.
NOTA: Este texto se ha publicado en el diario ABC con motivo de la muerte del poeta y periodista extremeño.