¿Existe algún escritor, digno de tal nombre, al que no haya fotografiado Daniel Mordzinski? O dicho de otro modo: ¿Puede considerarse alguien un escritor, digno de tal nombre, si no ha sido retratado por ese hombre?
31.5.11
30.5.11
Mi calle
Conocí mi calle cuando era un camino de cabras, una vía llena de piedras y tierra por la que pasaban con frecuencia rebaños de ganado, pues por algo era (es) cañada. Hablo de los sesenta. Me he dado cuenta de que al pie de casa ya se ven algunas de aquellas piedras. Me ha hecho ilusión ese regreso a la infancia.
Hace más de ocho años que un alcalde popular asfaltó el medio de la calzada, por donde pasan los coches. El resto, donde éstos aparcan, quedó tal cual. Después de otros ocho de legislaturas socialistas, el deterioro es mayúsculo.
Unos días antes de las elecciones asfaltaron la Avenidísima (GHB dixit), aquí al lado. En un bar de la zona, alguien se preguntaba en voz alta el porqué, teniendo en cuenta, añadía, cómo estaba la Ronda, mi calle. Un parroquiano respondió con aplomo: porque aquí viven votantes del PP y la alcaldesa querrá arrancar unos votos.
Ya sólo espero que los arqueólogos se tomen cierto interés con el hallazgo. Qué menos.
Hace más de ocho años que un alcalde popular asfaltó el medio de la calzada, por donde pasan los coches. El resto, donde éstos aparcan, quedó tal cual. Después de otros ocho de legislaturas socialistas, el deterioro es mayúsculo.
Unos días antes de las elecciones asfaltaron la Avenidísima (GHB dixit), aquí al lado. En un bar de la zona, alguien se preguntaba en voz alta el porqué, teniendo en cuenta, añadía, cómo estaba la Ronda, mi calle. Un parroquiano respondió con aplomo: porque aquí viven votantes del PP y la alcaldesa querrá arrancar unos votos.
Ya sólo espero que los arqueólogos se tomen cierto interés con el hallazgo. Qué menos.
29.5.11
El ex ministro poeta
"¿Le valió de algo la poesía cuando se sentó en el despacho del político?", pregunta Manuel de la Fuente, de ABC, a César Antonio Molina, con motivo de la publicación de un nuevo libro de poemas del ex ministro de Cultura de España (Cielo Azar, Pre-Textos). Éste responde: "A mí sí. Creo que he sido un político atípico y heterodoxo. Y lo pagué. Salvando las distancias y las diferencias de época fui como Azaña, un intelectual metido en la política. Pero sí me valió la poesía. Para tener mas saber, conocimientos, experiencia y también para saber irme con dignidad y con honor, y con la alegría de haber hecho grandes cosas. Personas como Azaña, como yo, sufrimos más en la política, porque no estamos amparados del cinismo de la política. Pero estoy muy satisfecho y además el tiempo cada vez me dará más la razón".
"¿Y ese cinismo no caló en su literatura?", inquiere el periodista. "No, nunca he sido un cínico, y quizá ese haya sido mi principal defecto en mi paso por política", contesta el poeta.
"¿Y ese cinismo no caló en su literatura?", inquiere el periodista. "No, nunca he sido un cínico, y quizá ese haya sido mi principal defecto en mi paso por política", contesta el poeta.
28.5.11
El otro Víctor
Ahora me refiero a Víctor Martín Iglesias quien, recién llegado de Estados Unidos, tras dos cursos en la Universidad de Villanova, se ha ido a Marruecos a ver a Víctor Peña Dacosta no sólo con afanes turísticos y amistosos, que también, sino para leer sus poemas en el Instituto Español JRJ de Casablanca. De allí llegan dos nuevos cuadernillos con poemas suyos. Su título, como el de su primer libro: Cómo hemos llegado a esto. Dentro, tres: el que le da título, "Autorretrato" y "Back up". Como es costumbre, en la colección La letra nazarí aparecen traducidos al árabe por Saïd Rahali y en La bala de seda al inglés por Berrocoso&Martín.
Este muchacho no para. Bien está.
Este muchacho no para. Bien está.
27.5.11
Poemas
Da un poco de pena, o mucha, según el día, ver y leer los poemas (o así) que, a modo de ejemplo, vienen en el libro de texto que uno usa con sus alumnos. De autores desconocidos, al menos para mí, ajenos a cualquier jerarquía o canon, lo peor es que carecen de la mínima categoría literaria exigible. Sí, son muy malos. Supongo que olvidar aquellos que ilustraban los libros de antes -los de Lope o Quevedo, Juan Ramón o Machado- es digno de la nueva pedagogía, así, con minúscula, pero no deja de ser un triste despróposito. ¿Cómo van a cogerle gusto a la poesía con estos modelos tan torpes, tan penosos, tan... modelnos?
25.5.11
24.5.11
A dos manos
Lo cuenta muy bien Jordi Doce en su blog. Y uno también hizo alusión al asunto cuando comentó aquí su libro Perros en la playa. Sólo queda puntualizar una cosa: di forma de poema a su texto, pero las palabras son suyas y sólo suyas. La autoría, vamos. Me limité a asumir el viejo oficio de copista. Con gusto. Amistad se llama esa figura. Y admiración, of course.
23.5.11
Plossu & Bonet
No es nueva la relación intelectual entre el fotógrafo francés Bernard Plossu y el poeta español Juan Manuel Bonet. Como ya he contado alguna vez, algunos descubrimos la obra del primero cuando el segundo dirigía el IVAM. Pues bien, el próximo 6 de junio se inaugura en la galería José R. Ortega de Madrid la exposición Nord-Sud, con treinta fotografía de Plossu y treinta poemas de Bonet. El catálogo será, además, un nuevo libro. He aquí uno de los poemas escrito a partir de la obra París 1973:
EL CRIADO DE PAUL MORAND
Avanza misterioso, sigiloso,
en la agobiante oscuridad dorada
habitual en esta clase de sitios.
Es sólo un camarero, y en un chino
— oros tan demóticos, de ficción —
de barrio de París, y sin embargo
para ti siempre será, con su rostro
invisible, el raudo criado chino
que nunca jamás tuvo Paul Morand.
22.5.11
La poesía
No se parece a una recta interminable de, pongamos por caso, una carretera de la Patagonia, sino al trazado sinuoso de una ruta secundaria, por ejemplo, del norte de Extremadura.
21.5.11
Un poeta en un terremoto
El poeta y periodista Javier Rodríguez Marcos (Nuñomoral, 1970) acaba de publicar en Debate (colección La Ficción Real) Un torpe en un terremoto, un libro que, como bien dice su amigo Andrés Trapiello, podría haberse titulado Un poeta en un terremoto. JRM lo es. Ante todo. De hecho, sus lectores llevamos tiempo esperando ese nuevo libro de poemas que tanto se hace esperar. Bueno, tampoco tiene uno muy claro, como su autor, el género de éste y, más allá, no falta en él lo que se dice poesía, esa cosa tan escurridiza como difícil de nombrar.
No podía sospechar JRM que la salida de su libro iba a coincidir con dos sucesos lamentables, aunque de distinta dimensión: el tsunami de Japón y el terremoto de Lorca. La actualidad, inseparable del periodismo, está, pues, garantizada. Y de qué manera. Pero, ¿de qué va? El título es elocuente. RM, periodista cultural del diario El País, estaba en casa pendiente de enviar un artículo cuando le llama un jefe (en el libro, como en el periódico, hay muchos) de la sección de Internacional que, a sabiendas de que tiene billete para Chile, donde ha de cubrir la celebración del Congreso de la Lengua Española de Valparaíso, le propone ocuparse del terremoto que ha tenido lugar (27 de febrero de 2010, el cumpleaños de Y.) en aquellas lejanas tierras. Luego se cruzaron el melvillesco "Preferiría no hacerlo" con el "Pensé que no, dije que sí. La historia de mi vida". Y allá se fue. Sin experiencia, claro, teniendo muy presentes las "obras de misericordia" que le dictó apresuradamente por teléfono otro jefe, el suyo directo, antiguo corresponsal de guerra. Y a eso iba. Su puesto avanzado: la ciudad de Concepción, en el profundo sur chileno.
Como se intuye, el relato es, al mismo tiempo, periodismo -crónica- y algo más. ¿Ficción? No diría tanto. Mejor, diario. Y ensayo. De JRM, además de sus reportajes culturales, ya habíamos leído otras prosas. Medio mundo, un libro de viajes, y Vidas construidas (de arquitectos), dejaron a las claras sus habilidades prosísticas. Aquí, con un lenguaje preciso, descarnado diría, tan tenso como las situaciones que describe, la cosa va a más.
Uno prefiere lo que tiene de personal (no me atrevo a decir de autobiográfico). A un capítulo digamos periodístico le suele suceder otro donde la peripecia particular se impone. Son, ya digo, los que más me gustan. Es indudable el valor de testimonios como el del geólogo Cecioni ("educación, información, coordinación") o la recreación que se hace de la expedición de Darwin (con fragmento del poema que le dedicó Enzensberger incluido) o, en fin, de la crónica de Martí sobre el terremoto de Charleston, pero también la narración de la acampada, a falta de hotel, en el jardín de la casa de Grimanesa Verdugo y familia y las mil odiseas que tuvo que sufrir en carne propia para poder enviar las dichosas crónica (lo más importante) y así poder desarrollar su trabajo.
El tono del libro es irónico y, no pocas veces, directamente humorístico. En él se ve a las claras el carácter de RM, muy reconocible para quienes le conocemos siquiera un poco.
Con todo, quizá lo más destacable de este excelente libro es lo que tiene de ensayo, como dejé caer antes. Sí, JRM aprovecha los azares y casualidades para desplegar una sutil teoría, muy lúcida, sobre el periodismo y la literatura, aunque más sobre lo primero (pero inseparable, ay, de lo segundo). Quiero decir que en Un torpe en un terremoto hay metaperiodismo, si eso existe, esto es, reflexión sobre la tarea periodística, sobre el reporterismo, sobre el presente y el futuro de la prensa y otros asuntos de igual o mayor enjundia que dan a la obra una densidad que en apariencia no tenía. O parecía que no iba a tener. Basta leer el capítulo 12: "¡Me dio un beso!".
Para desplegar esas ideas, tan apegadas al terreno, que tiembla -como él- cada poco, se sirve de maestros tan consumados como Kapuscinski o Chéjov (que se fue a Sajalín), pero no faltan en sus páginas referencias a su adorado Camus, al socorrido y viajero Pla o, cómo no, a Capote.
JRM confiesa que "sólo quise contar lo que vi". No es poco. Lo ha conseguido. Vamos, que, sin haber estado en medio de las ruinas de aquella catástrofe (palabra que, según explica, se fragua en este sentido a partir del famoso terremoto de Lisboa) y sin haber aguantado sacudida alguna ni pasado penalidades por culpa de la falta de agua, vivienda o alimentos, uno comprende mejor lo que han sentido y sienten cuantos se ven sometidos a esa continua expresión furiosa de la naturaleza."Decirlo nunca es verlo -dice-, por más que leerlo tal vez sí lo sea".
Ningún cierre mejor que la "teoría de Pablo" sobre escapar y perseguir para apuntalar Un torpe en un terremoto. Ni ninguna cita más adecuada que las palabras de Darwin, cuando regresa a casa tras recorrer medio mundo y dar a luz su teoría sobre el origen de las especies. No me extraña que le parecieran escritas por él. Un libro, por fortuna, digno de un periodista, pero que rebasa los límites del género y las indicaciones de los libros de estilo. Es imposible sentir, como dijo Rulfo, "remordimientos". Al revés. Libro, en suma, para escapar y para perseguir, porque en el juego de la vida ambas acciones son inevitables.
No podía sospechar JRM que la salida de su libro iba a coincidir con dos sucesos lamentables, aunque de distinta dimensión: el tsunami de Japón y el terremoto de Lorca. La actualidad, inseparable del periodismo, está, pues, garantizada. Y de qué manera. Pero, ¿de qué va? El título es elocuente. RM, periodista cultural del diario El País, estaba en casa pendiente de enviar un artículo cuando le llama un jefe (en el libro, como en el periódico, hay muchos) de la sección de Internacional que, a sabiendas de que tiene billete para Chile, donde ha de cubrir la celebración del Congreso de la Lengua Española de Valparaíso, le propone ocuparse del terremoto que ha tenido lugar (27 de febrero de 2010, el cumpleaños de Y.) en aquellas lejanas tierras. Luego se cruzaron el melvillesco "Preferiría no hacerlo" con el "Pensé que no, dije que sí. La historia de mi vida". Y allá se fue. Sin experiencia, claro, teniendo muy presentes las "obras de misericordia" que le dictó apresuradamente por teléfono otro jefe, el suyo directo, antiguo corresponsal de guerra. Y a eso iba. Su puesto avanzado: la ciudad de Concepción, en el profundo sur chileno.
Como se intuye, el relato es, al mismo tiempo, periodismo -crónica- y algo más. ¿Ficción? No diría tanto. Mejor, diario. Y ensayo. De JRM, además de sus reportajes culturales, ya habíamos leído otras prosas. Medio mundo, un libro de viajes, y Vidas construidas (de arquitectos), dejaron a las claras sus habilidades prosísticas. Aquí, con un lenguaje preciso, descarnado diría, tan tenso como las situaciones que describe, la cosa va a más.
Uno prefiere lo que tiene de personal (no me atrevo a decir de autobiográfico). A un capítulo digamos periodístico le suele suceder otro donde la peripecia particular se impone. Son, ya digo, los que más me gustan. Es indudable el valor de testimonios como el del geólogo Cecioni ("educación, información, coordinación") o la recreación que se hace de la expedición de Darwin (con fragmento del poema que le dedicó Enzensberger incluido) o, en fin, de la crónica de Martí sobre el terremoto de Charleston, pero también la narración de la acampada, a falta de hotel, en el jardín de la casa de Grimanesa Verdugo y familia y las mil odiseas que tuvo que sufrir en carne propia para poder enviar las dichosas crónica (lo más importante) y así poder desarrollar su trabajo.
El tono del libro es irónico y, no pocas veces, directamente humorístico. En él se ve a las claras el carácter de RM, muy reconocible para quienes le conocemos siquiera un poco.
Con todo, quizá lo más destacable de este excelente libro es lo que tiene de ensayo, como dejé caer antes. Sí, JRM aprovecha los azares y casualidades para desplegar una sutil teoría, muy lúcida, sobre el periodismo y la literatura, aunque más sobre lo primero (pero inseparable, ay, de lo segundo). Quiero decir que en Un torpe en un terremoto hay metaperiodismo, si eso existe, esto es, reflexión sobre la tarea periodística, sobre el reporterismo, sobre el presente y el futuro de la prensa y otros asuntos de igual o mayor enjundia que dan a la obra una densidad que en apariencia no tenía. O parecía que no iba a tener. Basta leer el capítulo 12: "¡Me dio un beso!".
Para desplegar esas ideas, tan apegadas al terreno, que tiembla -como él- cada poco, se sirve de maestros tan consumados como Kapuscinski o Chéjov (que se fue a Sajalín), pero no faltan en sus páginas referencias a su adorado Camus, al socorrido y viajero Pla o, cómo no, a Capote.
JRM confiesa que "sólo quise contar lo que vi". No es poco. Lo ha conseguido. Vamos, que, sin haber estado en medio de las ruinas de aquella catástrofe (palabra que, según explica, se fragua en este sentido a partir del famoso terremoto de Lisboa) y sin haber aguantado sacudida alguna ni pasado penalidades por culpa de la falta de agua, vivienda o alimentos, uno comprende mejor lo que han sentido y sienten cuantos se ven sometidos a esa continua expresión furiosa de la naturaleza."Decirlo nunca es verlo -dice-, por más que leerlo tal vez sí lo sea".
Ningún cierre mejor que la "teoría de Pablo" sobre escapar y perseguir para apuntalar Un torpe en un terremoto. Ni ninguna cita más adecuada que las palabras de Darwin, cuando regresa a casa tras recorrer medio mundo y dar a luz su teoría sobre el origen de las especies. No me extraña que le parecieran escritas por él. Un libro, por fortuna, digno de un periodista, pero que rebasa los límites del género y las indicaciones de los libros de estilo. Es imposible sentir, como dijo Rulfo, "remordimientos". Al revés. Libro, en suma, para escapar y para perseguir, porque en el juego de la vida ambas acciones son inevitables.
20.5.11
Rutina
Parece inofensiva, pero deberíamos temerla. Así, cuántas veces leemos que a tal o cual persona le han detectado ése o aquél mal en una visita rutinaria al médico, en un chequeo o en una analítica habituales. Eso pensaba uno, aprensivo confeso, esta luminosa mañana mientras me acercaba a recoger los resultados de un análisis reciente y a que el médico me hiciera los pertinentes comentarios. Todo bien, gracias.
El lunes tengo otra visita ordinaria: al oftalmólogo. Seguimos.
El lunes tengo otra visita ordinaria: al oftalmólogo. Seguimos.
¿Qué pasa en Sol?
Leo una reflexión de Martín López-Vega que me aporta algo de luz sobre este complejo asunto del movimiento 15-M o como quiera que se llame. Esto no es, desde luego, lo importante.
Leo otra de Miguel Ángel Lama, interesante también.
Y Trapiello escribe: "Allí un puñado de jóvenes a los que una esclerótica Junta Electoral quiere arrancar las alas, ha empezado a decir con voz clara y pacífica, que es el vuelo más alto de la democracia, lo que sus padres hemos callado durante demasiado tiempo".
Veremos.
Leo otra de Miguel Ángel Lama, interesante también.
Y Trapiello escribe: "Allí un puñado de jóvenes a los que una esclerótica Junta Electoral quiere arrancar las alas, ha empezado a decir con voz clara y pacífica, que es el vuelo más alto de la democracia, lo que sus padres hemos callado durante demasiado tiempo".
Veremos.
19.5.11
Botín de libros
Francisco Díaz de Castro publica en Renacimiento, en su vistosa colección Antologías, Material para nunca. Que la crítica y la cátedra alejan a veces a ciertos poetas de la consideración que merecen parece un hecho probado en el caso de Díaz de Castro. Basta con leer sus poemas para darse cuenta de ello. Para demostrar eso, y más, está el prólogo que firma Álvaro Salvador al frente de esos versos: hermoso y contundente. Como ellos.
Javier Sánchez Menéndez, el arriesgado editor de Isla de Siltolá, publica, después de quince años de sequía o silencio poético (tan necesario a veces), Una aproximación al desconcierto (SIM/Libros). Un puñado de poemas donde la cotidianidad y la reflexión sobre el paso del tiempo se abren paso para mostrar a las claras lo complicada (y apasionante) que es la vida, madurez mediante.
El hispano-colombiano Antonio María Flórez publica Tauromaquia (Antología Trema) (Ayuntamiento de Don Benito, su pueblo, que inaugura plaza) en medio de un raro ambiente donde se mezcla la crítica contra la Fiesta, a veces furibunda, con los éxitos, día sí y feria también, de algunas figuras. Cómo olvidar, entre ellas, a extremeños como mi paisano Juan Mora o a Talavante, que salió por la puerta grande de Las Ventas el otro día después de cuajar una faena de las que hacen historia. Lo cierto es que Flórez conoce y aprecia ese rito (por algo ha vivido en la región más taurina de Colombia: Manizales) y consigue transmitir ese difícil arte en sus versos.
Javier Sánchez Menéndez, el arriesgado editor de Isla de Siltolá, publica, después de quince años de sequía o silencio poético (tan necesario a veces), Una aproximación al desconcierto (SIM/Libros). Un puñado de poemas donde la cotidianidad y la reflexión sobre el paso del tiempo se abren paso para mostrar a las claras lo complicada (y apasionante) que es la vida, madurez mediante.
El hispano-colombiano Antonio María Flórez publica Tauromaquia (Antología Trema) (Ayuntamiento de Don Benito, su pueblo, que inaugura plaza) en medio de un raro ambiente donde se mezcla la crítica contra la Fiesta, a veces furibunda, con los éxitos, día sí y feria también, de algunas figuras. Cómo olvidar, entre ellas, a extremeños como mi paisano Juan Mora o a Talavante, que salió por la puerta grande de Las Ventas el otro día después de cuajar una faena de las que hacen historia. Lo cierto es que Flórez conoce y aprecia ese rito (por algo ha vivido en la región más taurina de Colombia: Manizales) y consigue transmitir ese difícil arte en sus versos.
En defensa de la pluralidad y convivencia de poéticas
A raíz de la publicación de la antología Poesía ante la incertidumbre (ya comentada), otros poetas (ignoro quiénes) lanzan una carta abierta "en defensa de la pluralidad y convivencia de poéticas". Por aquello de equilibrar opiniones, quien quiera leerlo puede pinchar aquí. Aloja el manifiesto y ciertas explicaciones Ernesto García López en su blog.
18.5.11
Días de García Martín
Ya nunca nadie podrá decir aquello de que la literatura española carece de libros de memorias y de diarios, porque esa literatura del "yo" ha abundado en los últimos años, no digamos desde la aparición de los blogs. De los que han nacido con voluntad literaria, quiero decir. De "ególatras grafómanos" como dice el protagonista de esta entrada.
Dos décadas han pasado, recuerda José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, 1950) en Para entregar en mano (colección Levante de La Isla de Siltolá), desde que publicó sus Días de 1989, primer volumen de sus diarios. Luego han venido muchos más. La mayor parte los ha ido leyendo uno, aunque de aquél no salí bien parado. Uno, preciso, y algunos más, sobre todo poetas. No en vano su autor fue durante varios lustros crítico de referencia, amén de antólogo; apreciado o temido, según tendencias. No creo que haya dejado de ser lo primero (de lo segundo se retiró hace tiempo), pero al no ejercer la crítica, como él dice, en medios de primera línea, cualquiera puede acabar como el olvidado Florencio Martínez Ruíz.
De los diarios de JLGM se podría decir que configuran un mismo libro, por seguir la terminología de su amigo Andrés Trapiello. Sin embargo, como los poetas que más le gustan, con ser siempre iguales, suenan siempre de forma distinta.
Estos se ocupan de dos años: 2008 y 2009.
Nadie más rutinario que él: "El orden es la mayor aventura". Sus jornadas están hechas de madrugar, dar sus clases de literatura en la Universidad de Oviedo (si es domingo, toca el "peripatético rito bibliófilo"), comer en cualquier restaurante de menú, pasear, leer y escribir (más en cafés que en casa: "como a todos los solitarios, me gusta la gente"), asistir a tertulias, ir al cine, escuchar óperas, contestar a cartas y e-mails, ver la tele después de cenar y no trasnochar nunca. No sé si sigue viajando cada sábado a Avilés, según costumbre, ahora que su madre ya no está.
Con todo, su gusto por viajar (por volver, ante todo), rompe esa aparente monotonía y, entonces, nos habla de Venecia (a la que dedicó un precioso libro), Lisboa, Nueva York, Nápoles o Buenos Aires que, junto a Coimbra, Perugia y Aldeanueva del Camino, son sus lugares del alma. Sí, aunque confiesa que odia el campo (que, como casi todos, identifica con lo rural y sus miserias espirituales), su pueblo natal está muy presente, cada vez más, en su vida. Algo muy lógico. Quizá por eso, entre líneas, envidia la vida retirada del poeta Antonio Moreno.
Martín colecciona también jardines y casas. Le encantan las enumeraciones caóticas, tan borgeanas. O trufar las páginas de aforismos, sentencias, haikus (excelentes), epigramas, listas (sabe, por ejemplo, los enamoramientos que ha tenido o el número de personas que le estiman), encuestas y todo tipo de ocurrencias que unas veces entretienen y casi siempre le hacen a uno pensar. Suelen ser pessoanos desdoblamientos, propios de alguien que al que le gustan los heterónimos (del fotógrafo Juan Ochoa, uno de ellos, es la imagen de la cubierta).
Paradójico por naturaleza, puede ser tierno (sus amigos, reunidos en Ronda, averiguaron hace años, lo cuenta Trapiello, que tiene corazón), al recordar a nuestro querido Ángel Campos, o sentimental (como cuando llora con la biografía de Hölderlin escrita por Antonio Pau), pero también cínico (o eso me parece a ratos), vanidoso ("Algo sé de vanidades. Al fin y al cabo llevo toda una vida lidiando con poetas"), acaso un poco misógino (del amor y todas sus variantes, matrimonio inclusive, no faltan incisivas referencias) y, cómo no, malévolo. Con Javier Marías, Gamoneda, Gimferrer, S. Rosillo, Caballero Bonald o Muñoz Rojas; "la menor cantidad de poeta posible", según él. Con todo, se agradece que las maldades no abunden tanto como solían, por más que le cuadre aquello de genio y figura. "El literatura, como en lo demás, si no molestas es que no existes", ha dicho. O "Si nadie te detesta, no eres nadie".
En las páginas de este libro, como en todos los suyos, lo real y lo inventado o imaginado se sucede sin solución de continuidad. "Miento siempre, pero nunca engaño" es una frase suya que explica bien lo que queremos decir. O esta otra: "Todos nos creamos un personaje".
Lo que más me gusta de este libro (de sus dietarios en general) es su capacidad de encantamiento, esa perplejidad ante lo nimio y lo sencillo (un atardecer, el canto de un pájaro, la lectura de un poema, el encuentro con un libro antiguo, la conversación con un amigo, la visión de una ciudad amurallada o el jardín cerrado de una vieja casona), esa naturalidad ante la común existencia que sólo un niño o un "perpetuo adolescente", como él, puede comprender en su verdadera dimensión y maravilla y, en consecuencia, transmitir.
"Yo soy feliz a menudo", escribe, y eso se nota. Por eso, ya digo, es tan gratificante pasear por el mundo al lado de alguien al que "cualquier nimiedad me fascina", a pesar de que se considere "un hombre de aburridas obsesiones" que a ratos se ve "enredado en melancolías".
Porque le conozco desde hace muchos años, porque fue decisivo en mis primeros tanteos literarios, porque soy rutinario, estable, madrugador y nada noctámbulo como él, porque también he estado con paisanos emigrantes en Suiza, porque compartimos muchos poetas y no pocas lecturas, porque sé que no está pasando por sus días mejores (por la reciente muerte de su madre), porque, en fin, aprecia también uno el humilde milagro de la vida común y sencilla, he leído con tanto interés y he sido tan feliz leyendo Para entregar en mano. Libros así, como decía al principio, confirman que nuestra literatura memorialística goza de excelente salud. Eso y que José Luis García Martín es humano.
Dos décadas han pasado, recuerda José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, 1950) en Para entregar en mano (colección Levante de La Isla de Siltolá), desde que publicó sus Días de 1989, primer volumen de sus diarios. Luego han venido muchos más. La mayor parte los ha ido leyendo uno, aunque de aquél no salí bien parado. Uno, preciso, y algunos más, sobre todo poetas. No en vano su autor fue durante varios lustros crítico de referencia, amén de antólogo; apreciado o temido, según tendencias. No creo que haya dejado de ser lo primero (de lo segundo se retiró hace tiempo), pero al no ejercer la crítica, como él dice, en medios de primera línea, cualquiera puede acabar como el olvidado Florencio Martínez Ruíz.
De los diarios de JLGM se podría decir que configuran un mismo libro, por seguir la terminología de su amigo Andrés Trapiello. Sin embargo, como los poetas que más le gustan, con ser siempre iguales, suenan siempre de forma distinta.
Estos se ocupan de dos años: 2008 y 2009.
Nadie más rutinario que él: "El orden es la mayor aventura". Sus jornadas están hechas de madrugar, dar sus clases de literatura en la Universidad de Oviedo (si es domingo, toca el "peripatético rito bibliófilo"), comer en cualquier restaurante de menú, pasear, leer y escribir (más en cafés que en casa: "como a todos los solitarios, me gusta la gente"), asistir a tertulias, ir al cine, escuchar óperas, contestar a cartas y e-mails, ver la tele después de cenar y no trasnochar nunca. No sé si sigue viajando cada sábado a Avilés, según costumbre, ahora que su madre ya no está.
Con todo, su gusto por viajar (por volver, ante todo), rompe esa aparente monotonía y, entonces, nos habla de Venecia (a la que dedicó un precioso libro), Lisboa, Nueva York, Nápoles o Buenos Aires que, junto a Coimbra, Perugia y Aldeanueva del Camino, son sus lugares del alma. Sí, aunque confiesa que odia el campo (que, como casi todos, identifica con lo rural y sus miserias espirituales), su pueblo natal está muy presente, cada vez más, en su vida. Algo muy lógico. Quizá por eso, entre líneas, envidia la vida retirada del poeta Antonio Moreno.
Martín colecciona también jardines y casas. Le encantan las enumeraciones caóticas, tan borgeanas. O trufar las páginas de aforismos, sentencias, haikus (excelentes), epigramas, listas (sabe, por ejemplo, los enamoramientos que ha tenido o el número de personas que le estiman), encuestas y todo tipo de ocurrencias que unas veces entretienen y casi siempre le hacen a uno pensar. Suelen ser pessoanos desdoblamientos, propios de alguien que al que le gustan los heterónimos (del fotógrafo Juan Ochoa, uno de ellos, es la imagen de la cubierta).
Paradójico por naturaleza, puede ser tierno (sus amigos, reunidos en Ronda, averiguaron hace años, lo cuenta Trapiello, que tiene corazón), al recordar a nuestro querido Ángel Campos, o sentimental (como cuando llora con la biografía de Hölderlin escrita por Antonio Pau), pero también cínico (o eso me parece a ratos), vanidoso ("Algo sé de vanidades. Al fin y al cabo llevo toda una vida lidiando con poetas"), acaso un poco misógino (del amor y todas sus variantes, matrimonio inclusive, no faltan incisivas referencias) y, cómo no, malévolo. Con Javier Marías, Gamoneda, Gimferrer, S. Rosillo, Caballero Bonald o Muñoz Rojas; "la menor cantidad de poeta posible", según él. Con todo, se agradece que las maldades no abunden tanto como solían, por más que le cuadre aquello de genio y figura. "El literatura, como en lo demás, si no molestas es que no existes", ha dicho. O "Si nadie te detesta, no eres nadie".
En las páginas de este libro, como en todos los suyos, lo real y lo inventado o imaginado se sucede sin solución de continuidad. "Miento siempre, pero nunca engaño" es una frase suya que explica bien lo que queremos decir. O esta otra: "Todos nos creamos un personaje".
Lo que más me gusta de este libro (de sus dietarios en general) es su capacidad de encantamiento, esa perplejidad ante lo nimio y lo sencillo (un atardecer, el canto de un pájaro, la lectura de un poema, el encuentro con un libro antiguo, la conversación con un amigo, la visión de una ciudad amurallada o el jardín cerrado de una vieja casona), esa naturalidad ante la común existencia que sólo un niño o un "perpetuo adolescente", como él, puede comprender en su verdadera dimensión y maravilla y, en consecuencia, transmitir.
"Yo soy feliz a menudo", escribe, y eso se nota. Por eso, ya digo, es tan gratificante pasear por el mundo al lado de alguien al que "cualquier nimiedad me fascina", a pesar de que se considere "un hombre de aburridas obsesiones" que a ratos se ve "enredado en melancolías".
Porque le conozco desde hace muchos años, porque fue decisivo en mis primeros tanteos literarios, porque soy rutinario, estable, madrugador y nada noctámbulo como él, porque también he estado con paisanos emigrantes en Suiza, porque compartimos muchos poetas y no pocas lecturas, porque sé que no está pasando por sus días mejores (por la reciente muerte de su madre), porque, en fin, aprecia también uno el humilde milagro de la vida común y sencilla, he leído con tanto interés y he sido tan feliz leyendo Para entregar en mano. Libros así, como decía al principio, confirman que nuestra literatura memorialística goza de excelente salud. Eso y que José Luis García Martín es humano.
17.5.11
Cultura y crisis
Los teatreros siempre han sido la bestia negra de la Consejería de Cultura. Son los únicos miembros de la cosa cultural, junto a los músicos, que en Extremadura viven de eso y, cuando las subvenciones cesan, suelen echarse a la calle. Como ayer en Mérida. Dicen que la mani reunió a unas cincuenta personas delante del edificio de Almendralejo. Aquí los poetas, los novelistas y los pintores suelen ser funcionarios que escriben o pintan a ratos. Si hay ayudas a la edición o becas a la creación, bien; si no, también. Tampoco se han convocado este año y nadie ha dicho ni pío. Como los Premios Extremadura a la Creación.
La Asociación de Escritores Extremeños ya ha comunicado a sus socios que el recorte económico supondrá una reducción presupuestaria de entre un 35 y un 40 por ciento. Las Aulas Literarias, su programa estrella, no peligran, pero quedarán reducidas a una mínima expresión. Es lo que tiene depender de las instituciones públicas. Más en tierras pobres y sin iniciativa privada ni sociedad civil como éstas. Y que las autoridades vean la cultura como un lujo o un adorno del que se puede prescindir sin que nadie, si acaso un puñado de titiriteros, se enfade. Es la crisis.
La Asociación de Escritores Extremeños ya ha comunicado a sus socios que el recorte económico supondrá una reducción presupuestaria de entre un 35 y un 40 por ciento. Las Aulas Literarias, su programa estrella, no peligran, pero quedarán reducidas a una mínima expresión. Es lo que tiene depender de las instituciones públicas. Más en tierras pobres y sin iniciativa privada ni sociedad civil como éstas. Y que las autoridades vean la cultura como un lujo o un adorno del que se puede prescindir sin que nadie, si acaso un puñado de titiriteros, se enfade. Es la crisis.
16.5.11
Otro placentino
De la Avenida de la Vera, vecino, puerta con puerta, de Gonzalo Hidalgo Bayal; de la calle donde uno vivió, en el bloque de al lado, toda su adolescencia, lo que, parafraseando a Max Aub, es como decir de donde uno más es. Pero ahora Víctor Peña Dacosta vive y trabaja en Marruecos. Allí, el Instituto Español Juan Ramón Jiménez de Casablanca publica sus primeros poemas en una plaquette que lleva por shakespeariano título Trabajos de amor dispersos. Tres poemas: "A Usted. En desobediencia" (el más transgresor del conjunto), "Crímenes perfectos" y Lo peor de todo" que a uno le recuerdan, por el aire de familia (esto es, de lecturas), a los de su íntimo amigo y paisano Víctor Martín Iglesias (ex alumno, como él, del Colegio "Alfonso VIII", donde trabajan sus madres), que hace poco debutó como poeta con Cómo hemos llegado a esto. A los poemas en español les acompañan, en sendos cuadernillos (La bala de seda, 17 y La letra nazarí, XVII), versiones en inglés (de María López Ponz) y en árabe (de Saïd Rahali).
Que sepamos, el año pasado participó en un congreso con una ponencia sobre la poesía de Fonollosa.
Sólo queda esperar, maneras no faltan, ese primer libro que le permita incorporarse a la lista de poetas placentinos. No sé si una plaga lírica.
Que sepamos, el año pasado participó en un congreso con una ponencia sobre la poesía de Fonollosa.
Sólo queda esperar, maneras no faltan, ese primer libro que le permita incorporarse a la lista de poetas placentinos. No sé si una plaga lírica.
15.5.11
La poesía y Vargas Llosa
"El género literario supremo y excelso, de una perfección inigualable, es la poesía, el más antiguo que existe y donde la lengua se transforma en algo verdaderamente rico y esplendoroso", ha dicho Vargas Llosa. Y luego: "Yo no soy una excepción y mi relación con la literatura también empezó con la poesía, mamá tenía en su mesita de noche Veinte canciones de amor y una canción desesperada y como tenía prohibido leer ese libro, ejercía sobre mí una atracción irresistible, sabía que era algo pecaminoso, pero no entendía el qué, aunque aquellos versos con lo de El cuerpo del amigo salvaje... me desasosegaban sobremanera, así que para mí la poesía empiezó con la idea de transgresión, prohibición y pecado". Todo, y más, fue comentado en una de las sesiones del FIP de Granada, según informa El País.
El novelista peruano ya publicó en la Fundación Loewe un librito sobre este asunto. Lo tengo perdido por algún rincón de mi desordenada biblioteca, pero existe.
El novelista peruano ya publicó en la Fundación Loewe un librito sobre este asunto. Lo tengo perdido por algún rincón de mi desordenada biblioteca, pero existe.
Ahora
Llega el momento de tomar decisiones. A quién votar en las elecciones municipales y autonómicas, por ejemplo. Un hombre, un voto. Sólo eso, sí; nada más y nada menos que eso.
14.5.11
Blogger
Puede que sean cosas mías, pero fue mencionar en este humilde blog a Zapatero y Blogger, la empresa que lo hace posible, se colapsó. Y en medio mundo. Los poderes de este hombre...
13.5.11
Viejos proyectos: Gabriel y Galán y Trapiello
Del pasado vuelven un par de proyectos que uno inició y, en lo personal, quedaron sólo en eso. Ahora, por fin, dejan de serlo y otros los hacen realidad. En forma de libros. De la Editora Regional de Extremadura.
Cuando convencimos a Cecilia Alarcón, inevitable cómplice, y a Paco Gabriel y Galán de que era necesario publicar por fin los diarios inéditos de su hermano José Antonio, acordamos en la cafetería del Círculo de Bellas Artes una hoja de ruta que, desde ese libro, nos llevaría, por lo pronto, a la recuperación de su poesía reunida, en una edición más armada y bonita que la anterior, que además incluyera poemas inéditos; así como la publicación de sus artículos, pues José Antonio Gabriel y Galán fue, antes que cualquier otra cosa, periodista.
El primer paso ya está dado y en las librerías bajo el título Último naipe. (Poesía completa, 1970-1990). Lleva unas palabras preliminares (ni escasas ni de compromiso) de Antonio Gamoneda. La edición y la introducción son de Luis Bagué Quílez, investigador de la Universidad de Alicante.
Es importante que ese libro exista para que cualquier lector pueda conocer o regresar a los versos de un poeta que se quedó sin generación y, en consecuencia, fuera de las antologías. Cuando vino a Plasencia, su pueblo, a presentar Las aguas detenidas, recalcó que uno sí la tenía (la de los Ochenta, según García Martín, que acababa de inventársela), algo que a él le pesaba no haber conseguido. Lo mismo que dejó escrito al principio de la reseña que publicó, a partir de aquellas palabras, en la revista Cuadernos Hispanoamericanos.
La misma colección, sin nombre, la más exquisita o selecta de la Editora, que acoge la poesía reunida de José Antonio Gabriel y Galán, es la elegida para la segunda edición, revisada, de Capricho extremeño, de Andrés Trapiello. La primera, que apareció en 1999 en La Gaveta al cuidado de Miguel Ángel Lama, Fernando T. Pérez y Julián Rodríguez, ya recogía una pequeña muestra de las muchas páginas que Trapiello ha dedicado a Extremadura (acaso las mejores de un escritor sobre este rincón), a la que mira y sigue mirando desde su particular observatorio de Las Viñas, en la Sierra trujillana de los Lagares. Por eso, propusimos en su día a Trapiello publicar una nueva edición de ese libro agotado, una idea que apoyó sin condiciones y con el debido entusiasmo, pero que quizá se haya hecho esperar más de lo deseable desde que firmamos, años ha, el correspondiente contrato.
En esta nueva edición se incluyen, además, un deslumbrante texto que se publicó en el libro Miradas sobre Extremadura (colección Viajeros y Estables) y un par de poemas: uno sobre la inscripción de unos versos de Virgilio en una piedra que se encuentra a la entrada de la casa familiar, el Lagar del Corazón, y otro dedicado a Fernando Pérez, "amigo tan recordado". También se incluyen hermosas fotografías de Rafael Trapiello, uno de sus hijos, de la serie "Los Pagos".
Cuando convencimos a Cecilia Alarcón, inevitable cómplice, y a Paco Gabriel y Galán de que era necesario publicar por fin los diarios inéditos de su hermano José Antonio, acordamos en la cafetería del Círculo de Bellas Artes una hoja de ruta que, desde ese libro, nos llevaría, por lo pronto, a la recuperación de su poesía reunida, en una edición más armada y bonita que la anterior, que además incluyera poemas inéditos; así como la publicación de sus artículos, pues José Antonio Gabriel y Galán fue, antes que cualquier otra cosa, periodista.
El primer paso ya está dado y en las librerías bajo el título Último naipe. (Poesía completa, 1970-1990). Lleva unas palabras preliminares (ni escasas ni de compromiso) de Antonio Gamoneda. La edición y la introducción son de Luis Bagué Quílez, investigador de la Universidad de Alicante.
Es importante que ese libro exista para que cualquier lector pueda conocer o regresar a los versos de un poeta que se quedó sin generación y, en consecuencia, fuera de las antologías. Cuando vino a Plasencia, su pueblo, a presentar Las aguas detenidas, recalcó que uno sí la tenía (la de los Ochenta, según García Martín, que acababa de inventársela), algo que a él le pesaba no haber conseguido. Lo mismo que dejó escrito al principio de la reseña que publicó, a partir de aquellas palabras, en la revista Cuadernos Hispanoamericanos.
La misma colección, sin nombre, la más exquisita o selecta de la Editora, que acoge la poesía reunida de José Antonio Gabriel y Galán, es la elegida para la segunda edición, revisada, de Capricho extremeño, de Andrés Trapiello. La primera, que apareció en 1999 en La Gaveta al cuidado de Miguel Ángel Lama, Fernando T. Pérez y Julián Rodríguez, ya recogía una pequeña muestra de las muchas páginas que Trapiello ha dedicado a Extremadura (acaso las mejores de un escritor sobre este rincón), a la que mira y sigue mirando desde su particular observatorio de Las Viñas, en la Sierra trujillana de los Lagares. Por eso, propusimos en su día a Trapiello publicar una nueva edición de ese libro agotado, una idea que apoyó sin condiciones y con el debido entusiasmo, pero que quizá se haya hecho esperar más de lo deseable desde que firmamos, años ha, el correspondiente contrato.
En esta nueva edición se incluyen, además, un deslumbrante texto que se publicó en el libro Miradas sobre Extremadura (colección Viajeros y Estables) y un par de poemas: uno sobre la inscripción de unos versos de Virgilio en una piedra que se encuentra a la entrada de la casa familiar, el Lagar del Corazón, y otro dedicado a Fernando Pérez, "amigo tan recordado". También se incluyen hermosas fotografías de Rafael Trapiello, uno de sus hijos, de la serie "Los Pagos".
12.5.11
Con Nando
Esta mañana hemos tenido en clase una visita muy especial. Con motivo de la celebración de la semana cultural del colegio, los protagonistas han sido hoy los abuelos. Y uno de ellos, el de mi alumno N., es nada más y nada menos que Fernando Castro; en casa, Nando "el de Las Cuevas", por el famoso bar del Resbaladero de San Martín (justo debajo de la casa de mi reciente poema) donde estuvo tantos años sirviendo copas y animando la cultura placentina más viva. No en vano, de ese sitio salieron algunos de sus más conspicuos representantes. Poco amigo de los bares y de la noche (por eso no debió prender en uno la llama de "la experiencia"), pasé con cierta frecuencia por allí, aunque nunca llegué a alcanzar la categoría de miembro de número de alguna de las sucesivas generaciones del local que en "cuadros de honor" colgaban de sus paredes. En Las Cuevas estuvo el primer jukebox de Plasencia (con la mejor música) y, cómo no, Las Cuevas y Nando aparecen como personajes de Las murallas del mundo. Más de una tarde, a horas inusuales para los fijos, tomamos algo en aquella acogedora penumbra con el poeta Felipe Núñez.
Socio fundador de la ferial Peña del Sombrero, fue muy amigo de mi suegro con quien bebió y cantó no pocas veces.
En clase ha aparecido esta mañana con sus andares lentos, su bigote de siempre y su mirada clara, cargado de algunos títeres o marionetas de aquellos que paseaba por todo el oeste español hace años, cuando dirigía el grupo Monigotes. A los chavales les ha encantado. Se les ha hecho demasiado corto. Les ha animado a seguir la tradición y ha puesto a su nieto de ejemplo para tirar del carro.Ojalá.
Al terminar les ha contado una anécdota. De cuando estuvieron en León, en pleno, gélido invierno, y se pasaron a cobrar por el ayuntamiento. No había nadie. Por fin, un policía municipal les puso en contacto con alguien que sabía de aquello. Un muchacho joven le dijo a Nando que le acompañara a su casa para que les pudiera pagar la actuación. Así fue. Lo curioso es que aquel concejal o responsable municipal del asunto era un tal José Luis Rodríguez Zapatero, el actual presidente del gobierno de España.
Ya en el patio, donde hemos tenido un desayuno saludable a base de tomate, fruta, queso, yogures, cereales, frutos secos y otras delicias, he saludado también a otra abuela, de otro alumno, L. Se trata de Pili Orantos, mi primera maestra en una guardería que hubo en el Rosal de Ayala. Otra alegría. No todo van a ser disgustos.
Socio fundador de la ferial Peña del Sombrero, fue muy amigo de mi suegro con quien bebió y cantó no pocas veces.
En clase ha aparecido esta mañana con sus andares lentos, su bigote de siempre y su mirada clara, cargado de algunos títeres o marionetas de aquellos que paseaba por todo el oeste español hace años, cuando dirigía el grupo Monigotes. A los chavales les ha encantado. Se les ha hecho demasiado corto. Les ha animado a seguir la tradición y ha puesto a su nieto de ejemplo para tirar del carro.Ojalá.
Al terminar les ha contado una anécdota. De cuando estuvieron en León, en pleno, gélido invierno, y se pasaron a cobrar por el ayuntamiento. No había nadie. Por fin, un policía municipal les puso en contacto con alguien que sabía de aquello. Un muchacho joven le dijo a Nando que le acompañara a su casa para que les pudiera pagar la actuación. Así fue. Lo curioso es que aquel concejal o responsable municipal del asunto era un tal José Luis Rodríguez Zapatero, el actual presidente del gobierno de España.
Ya en el patio, donde hemos tenido un desayuno saludable a base de tomate, fruta, queso, yogures, cereales, frutos secos y otras delicias, he saludado también a otra abuela, de otro alumno, L. Se trata de Pili Orantos, mi primera maestra en una guardería que hubo en el Rosal de Ayala. Otra alegría. No todo van a ser disgustos.
11.5.11
Cernuda
Después del regusto dulce que nos dejó a sus lectores la primera parte de la biografía de Luis Cernuda firmada por Antonio Rivero Taravillo (Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias), Años españoles (1902-1938), Tusquets anuncia la salida del segundo volumen, Años de exilio (1938-1963). De cara al lanzamiento editorial han elaborado un cuadernillo especial que se puede ver y disfrutar en su página web.
Cuentos
Va a tener razón Ana María Matute quien, con motivo de los fastos del Cervantes, ha comentado que en España escribir (y publicar) cuentos ya no es llorar. Vamos que editores y lectores no ven el género, por decirlo de alguna manera, como la rareza que fue. En Tusquets, sin ir más lejos, lo tienen claro. Tras la aparición, en abril, de Los cuentos de Ramiro Pinilla y ahora, en mayo, de los de Fernando Aramburu, recién comentados aquí, se anuncian los de Gonzalo Hidalgo Bayal, a principios de otoño. Excelentes noticias, sin duda.
10.5.11
Escuela... de madres (y padres)
Antes de ponerme a escribir esto, no puedo por menos que pensar en Jiménez Lozano, en sus críticas -acertadas, me temo- al sistema educativo y a la educación en más de una página de los diarios que comenté aquí hace poco. Tampoco me olvido de Ferlosio, puede que en otro extremo (y, por eso, tan cerca de él), cuando hablaba de la casi siempre innecesaria intervención de los padres (y madres, of course) en la vida escolar de sus hijos. Pero vayamos a los hechos. Ayer, a la entrada de clase, se dirigió a mí una señora que decía ser la madre del alumno al que "castigué" el pasado viernes en el recreo. Mencionó su nombre, que a uno le sonó bien extraño. Antes de que prosiguiera con su diferida versión de los hechos, me adelanté y fue uno quien pasó a relatar lo sucedido. No sé si ya a la defensiva. La experiencia... Lo recordaba perfectamente. Estaba allí, de guardia, paseando con un compañero, cuando vi subido en un murete que separa dos partes del patio, a una altura de unos dos metros, a un alumno de los mayores. Ahora sé que de 5º. El chaval corría de una parte a otra del referido muro. Se reía (deduje, pues, que estaba jugando), y, aunque se agarraba a veces de la barandilla, el peligro de caer era mucho. Y, para colmo, de espaldas. Me fui hacia él gritando (se imaginan el ruido ambiente: cientos de críos chillando) y cuanto más me desgañitaba, peor; más correteaba y menos caso hacía. En un momento, cuando ya estaba a su lado, saltó. Casi encima de mí, por cierto. Le reprendí la actitud, le pregunté si sabía lo que hacía y le conminé a que se quedara quieto en una de las columnas del porche, lugar habitual de las sanciones mañaneras. Allí estuvo cinco minutos, los que faltaban para que se acabara el recreo. En ningún momento dejé de tener presente que en ese mismo recinto, hace unos años, se cayó de una altura parecida un niño del colegio y, tras serias complicaciones de lo que en principio parecía algo sin importancia, no ha vuelto a ser el que era, aquejado de serios problemas físicos y mentales a consecuencia del golpe. Hasta aquí mi sucinto relato. Pues bien, a la madre le faltó tiempo para reprocharme esa conducta. Alegó que su hijo no tenía la culpa, que eran unas niñas de su clase las que le acosaban y querían pegarle y que por eso huía. Riendo y disfrutando, eso sí, a la vista de lo que uno vio. Después de darle mil vueltas a lo mismo, que si era inocente, que si las compañeras, etc. sin reconocer en ningún momento que pude salvar a su hijo de una caída innecesaria o evitar un probable accidente, concluyó: pase lo del castigo, sin porqué, pero que le insultara... Sí, al parecer, cosa que dudo, craso error, le llamé "bobo". Terminé la conversación diciéndole que hablaría con su tutor (lo que ya he hecho) y que sentía, cómo no, haber ofendido tan gravemente a su hijo. En fin, lección aprendida. Nunca es tarde. Y eso que lleva uno treinta años en esto. Ya sé lo que tengo que hacer cuando algo así se repita. Con este alumno al menos. Sí, porque a lo mejor otra madre (u otro padre) me agradece algún día que me interese por la salud de su hijo. O por su educación y eso.
9.5.11
El vigilante del fiordo, de Aramburu
Ayer dediqué buena parte del día a la lectura del último libro de Fernando Aramburu (también de la cosecha del 59), El vigilante del fiordo (Tusquets). La fotografía de la portada, no apta para personas con vértigo, está muy bien escogida. Nos introduce sin querer o queriendo en el tono general (o casi) de los relatos que dentro se incluyen. No es tanto la bonita imagen de un fiordo cuanto la inquietud que produce ver a alguien sentado al borde de un vacío que suponemos insondable. Aquí, como en su anterior libro de cuentos, el muy reconocido Los peces de la amargura, la violencia recorre cada rincón de las historias. Una violencia, conviene aclarar, que no siempre tiene que ser bruta o evidente sino sorda y sutil, que es la que más nos afecta, la que con más frecuencia encontramos en la vida. Sí, porque si a algo están apegados estos cuentos es a la vida. A la corriente, a la de cualquiera. Ocho narraciones que nos resultan familiares (y donde la familia, por cierto, es pieza clave). Inquietantes relatos protagonizados por un matrimonio que huye por ciudades costeras de un mar que no es el suyo; por una mujer llora en el banco de una estación de metro; por alguien al quien le cambia todo en un momento; por distintas víctimas de la masacre del 11-M (el más largo e intenso de la serie); por un funcionario de prisiones que ha enloquecido por culpa de un atentado (y que viaja hasta Noruega para vigilar un fiordo); por un muchacho que recorre media España (y Portugal) al lado de su siniestro padre; por dos viudos que utilizan una agencia de encuentros de internet (el más divertido del conjunto); o, en fin, por un hombre que relata su propio entierro (magnífico cuento que publicamos, como inédito, en el primer número de la revista Suroeste).
Como en el citado Los peces de la amargura, Aramburu ha logrado dotar al libro de una unidad evidente. Como lo es el cuidado exquisto con el que usa el autor el lenguaje; con una sobria precisión, por su naturalidad, ya digo, llamativa.
Últimamente, Aramburu suele comentar en las entrevistas que "entrados en el siglo XXI, el verso no me parece el molde más adecuado para sostener ciertos valores que comúnmente identificamos con la poesía". Puede que eso se aprecie aquí con una evidencia manifiesta. Detrás de las vidas de enfermos, ancianos, hijos y terroristas, la poesía alienta. Puede que en ella resida el consuelo que aportan. Lo que hace que sean quizá más llevaderas estas turbias existencias que Aramburu nos pone delante de los ojos y que nosotros miramos con extrañeza y perplejidad, como si quienes las protagonizan fuesen unos extraños y no nosotros mismos.
Como en el citado Los peces de la amargura, Aramburu ha logrado dotar al libro de una unidad evidente. Como lo es el cuidado exquisto con el que usa el autor el lenguaje; con una sobria precisión, por su naturalidad, ya digo, llamativa.
Últimamente, Aramburu suele comentar en las entrevistas que "entrados en el siglo XXI, el verso no me parece el molde más adecuado para sostener ciertos valores que comúnmente identificamos con la poesía". Puede que eso se aprecie aquí con una evidencia manifiesta. Detrás de las vidas de enfermos, ancianos, hijos y terroristas, la poesía alienta. Puede que en ella resida el consuelo que aportan. Lo que hace que sean quizá más llevaderas estas turbias existencias que Aramburu nos pone delante de los ojos y que nosotros miramos con extrañeza y perplejidad, como si quienes las protagonizan fuesen unos extraños y no nosotros mismos.
8.5.11
En Almendralejo con Portela (y otros)
El jueves pasado presentamos en Almendralejo, en el marco de su Feria del Libro, los libros ganadores de los premios "Carolina Coronado" de narrativa y "José de Espronceda" de poesía, premios que contra viento y marea, sin servirse de la excusa perfecta: la de la crisis, convoca el Ayuntamiento de esa ciudad. De Miami vino Camilo Pino y de Venecia, Antonio Portela, lo que le da un aire cosmopolita muy sugerente.
Del libro de este último, Dogos, habló uno. En nombre propio, sí, pero en mi condición de miembro del jurado (junto a Ada Salas, Santiago Castelo, Antonio Sáez, José Antonio Zambrano, Carlos Marzal y Manuel Borrás) de ese premio ejemplar por tantas cosas. Que en esta ocasión lo ganara un poeta joven, y no un cazapremios, con un libro sólido, lo que verdad importa, me parecen motivos suficientes para estar contento.
Dogos, en preciosa edición de Pre-Textos, inspirado en canciones de David Bowie, participa al mismo tiempo de lo clásico y lo moderno, de suerte que Portela podría hacer suyo el conocido verso de J. V. Foix: “M’exalta el nou i m’enamora el vell”. La clasicidad aporta todo lo que la tradición, tan desdeñada por jóvenes poco avisados, puede traer a la poesía. La modernidad, bien entendida, el inevitable aire de estos tiempos. Al fondo, la vieja sabiduría mediterránea (“son pocos los dones necesarios”; “Le bastan las adelfas y el romero / lo simple y lo innombrable”); el paganismo; lo nocturno y lo solar (de nuevo las dualidades); el estoicismo, sí, pero también Epicuro; el culto y celebración del cuerpo (la virilidad, la gimnasia, el deporte…); lo elegíaco y lo hímnico, etc.
Ya allí, otra curiosa mezcla, por decirlo de alguna manera, la que une al norte y al sur, entendiendo por tal otras dos culturas que no son sino partes de las anteriormente señaladas: la anglosajona (el inglés aparece cada poco en citas, nombres y versos) y la andaluza. Cuidado, al decir “andaluza” no pretendo sino situar esta poesía en otra de sus coordenadas para mí definitorias: la de la rica tradición de la lírica de Andalucía que, en el caso de Portela (que nació en Aljaraque, Huelva, en 1978), se centra en la cordobesa, de larguísimo recorrido en la historia, y que en estos últimos años está dando nombres y libros importantes (los dos últimos premios Loewe, pongo por caso, son cordobeses; Cosmopoética se ha convertido en uno de los festivales poéticos más genuinos de Europa y en el mejor de España, etc.). Su poesía entronca, concretamente, con la del famoso Grupo Cántico y, allí, con la de su más acreditado representante: Pablo García Baena. No en vano uno de los poemas del libro, el “II. D. J.”, tiene el siguiente epígrafe: “MMS enviado a Pablo García Baena”. En uno de los versos dice: “Ni Vicente ni Julio negarían”; vamos, los también poetas vinculados a Cántico Vicente Núñez y Julio Aumente. Pero, ¿en eso me baso para afirmar esa analogía? No, por supuesto. Esa correspondencia es de índole literaria y se justifica en el uso de un lenguaje de clara estirpe barroca. Estos poemas no le tienen miedo a las palabras de uso poco común, brillantes o lujosas, a la sintaxis retorcida (tan latina, la propia del hipérbaton) que nos retrotrae a veces hasta otro cordobés universal, Góngora. En Cántico que es donde quizá más y mejor se aprecie el espíritu barroco de la modernidad al que remite, deliberadamente, la poesía de Portela. Recojo, a modo de ejemplo, esta reflexión de García Baena sobre su propia poética que explica, creo que con la debida elocuencia, lo que quiero decir: “El ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27. Desoyendo a Ortega los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos”.
Sí, de todo eso, y más, participan los poemas de Antonio Portela. Alguien que, según Javier Rodríguez Marcos, "pensionado" como él en la Academia de España en Roma, “entre la discoteca y la biblioteca, se alimenta de (…) las obras completas del citado Pablo García Baena”. Con todo, si tuviera que destacar un solo aspecto de entre los que acabo de citar, subrayaría el del vitalismo, otra de las claves de Dogos. “Bebe, baila, vive”, se lee, a modo de lema, en el poema “Edward the lion”. A pesar de esporádicas caídas en el pesimismo y la melancolía (como la del poema dedicado al suicidio de un amigo), lo normal es la exaltación de la vida y, donde más intensa ésta resulta: en el verano. Léase a este respecto el hermoso poema “Mirad a mis amigos (En la terraza de verano en Esse Bar)” que termina: “Mirad a mis amigos. / Ellos son el verano. Son la vida”.
"Un escritor vive para escribir y un poeta vive para vivir", ha dejado dicho Portela.
No faltan, en fin, como en cualquier poética de ahora, lo fragmentario ni la ironía o el humor. Ni otros maestros, como, a mi modo de leer, Jaime Gil de Biedma (en “Vendimos el mundo”), Cesare Pavese (“Vendrá la vida y tomará mis ojos”), el mencionado Luis Antonio de Villena o, aunque parezca raro en este contexto, el salmantino Aníbal Núñez, siquiera sea por su particular uso de la sintaxis. U otros más recientes, como Juan Antonio González Iglesias, a quien está dedicado, con un sencillo "Para Juan", el libro.
Estas son, en fin, algunas de mis anotaciones de lectura sobre Dogos. No es fácil; mejor, es imposible, contar un libro de poemas como se describe el argumento de una novela, aclaré en Almendralejo, después de escuchar la magnífica presentación que hizo mi amigo José Luis Bernal de Valle Zamuro, la excelente novela ganadora, ópera prima de un publicista venezolano exiliado en Miami. Por narrativo que éste sea, añadí. Ahí el lector, crítico o no, lo tiene bastante más difícil. Cada poema tiene su afán. Intenté ofrecer, eso sí, algunas pistas. En todo caso, sé que cualquiera que se acerque a ese libro saldrá compensado. Felicité por ello a su autor y me felicité a mí mismo como afortunado lector de este puñado de poemas a los que uno vuelve una y otra vez como quien regresa a un lugar donde fue feliz.
Fue también un placer el reencuentro fugaz con viejos amigos: José Antonio Zambrano e Isabel (con nuevo libro sobre la historia de la educación de esa ciudad), la bibliotecaria Maite (alma del premio), la concejala Piedad, el alcalde Ramírez o Carmen Fernández Daza que tuvo a bien llevarme un ejemplar de su última, voluminosa obra: La familia de Carolina Coronado. Los primeros años en la vida de una escritora. Eso por no hablar del ya citado Bernal, que, como recordó la máxima autoridad de ese pueblo de vinos, pertenece, además, a la misma cosecha que uno: la del 59.
Del libro de este último, Dogos, habló uno. En nombre propio, sí, pero en mi condición de miembro del jurado (junto a Ada Salas, Santiago Castelo, Antonio Sáez, José Antonio Zambrano, Carlos Marzal y Manuel Borrás) de ese premio ejemplar por tantas cosas. Que en esta ocasión lo ganara un poeta joven, y no un cazapremios, con un libro sólido, lo que verdad importa, me parecen motivos suficientes para estar contento.
Dogos, en preciosa edición de Pre-Textos, inspirado en canciones de David Bowie, participa al mismo tiempo de lo clásico y lo moderno, de suerte que Portela podría hacer suyo el conocido verso de J. V. Foix: “M’exalta el nou i m’enamora el vell”. La clasicidad aporta todo lo que la tradición, tan desdeñada por jóvenes poco avisados, puede traer a la poesía. La modernidad, bien entendida, el inevitable aire de estos tiempos. Al fondo, la vieja sabiduría mediterránea (“son pocos los dones necesarios”; “Le bastan las adelfas y el romero / lo simple y lo innombrable”); el paganismo; lo nocturno y lo solar (de nuevo las dualidades); el estoicismo, sí, pero también Epicuro; el culto y celebración del cuerpo (la virilidad, la gimnasia, el deporte…); lo elegíaco y lo hímnico, etc.
Ya allí, otra curiosa mezcla, por decirlo de alguna manera, la que une al norte y al sur, entendiendo por tal otras dos culturas que no son sino partes de las anteriormente señaladas: la anglosajona (el inglés aparece cada poco en citas, nombres y versos) y la andaluza. Cuidado, al decir “andaluza” no pretendo sino situar esta poesía en otra de sus coordenadas para mí definitorias: la de la rica tradición de la lírica de Andalucía que, en el caso de Portela (que nació en Aljaraque, Huelva, en 1978), se centra en la cordobesa, de larguísimo recorrido en la historia, y que en estos últimos años está dando nombres y libros importantes (los dos últimos premios Loewe, pongo por caso, son cordobeses; Cosmopoética se ha convertido en uno de los festivales poéticos más genuinos de Europa y en el mejor de España, etc.). Su poesía entronca, concretamente, con la del famoso Grupo Cántico y, allí, con la de su más acreditado representante: Pablo García Baena. No en vano uno de los poemas del libro, el “II. D. J.”, tiene el siguiente epígrafe: “MMS enviado a Pablo García Baena”. En uno de los versos dice: “Ni Vicente ni Julio negarían”; vamos, los también poetas vinculados a Cántico Vicente Núñez y Julio Aumente. Pero, ¿en eso me baso para afirmar esa analogía? No, por supuesto. Esa correspondencia es de índole literaria y se justifica en el uso de un lenguaje de clara estirpe barroca. Estos poemas no le tienen miedo a las palabras de uso poco común, brillantes o lujosas, a la sintaxis retorcida (tan latina, la propia del hipérbaton) que nos retrotrae a veces hasta otro cordobés universal, Góngora. En Cántico que es donde quizá más y mejor se aprecie el espíritu barroco de la modernidad al que remite, deliberadamente, la poesía de Portela. Recojo, a modo de ejemplo, esta reflexión de García Baena sobre su propia poética que explica, creo que con la debida elocuencia, lo que quiero decir: “El ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal que puede retroceder ante el acompasado gregoriano de la penitencia, la recuperación de la imagen y la metáfora, tan desdeñadas por los secos poetas escurialenses de la época. Nada de esto era nuevo pero sí ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27. Desoyendo a Ortega los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos”.
Sí, de todo eso, y más, participan los poemas de Antonio Portela. Alguien que, según Javier Rodríguez Marcos, "pensionado" como él en la Academia de España en Roma, “entre la discoteca y la biblioteca, se alimenta de (…) las obras completas del citado Pablo García Baena”. Con todo, si tuviera que destacar un solo aspecto de entre los que acabo de citar, subrayaría el del vitalismo, otra de las claves de Dogos. “Bebe, baila, vive”, se lee, a modo de lema, en el poema “Edward the lion”. A pesar de esporádicas caídas en el pesimismo y la melancolía (como la del poema dedicado al suicidio de un amigo), lo normal es la exaltación de la vida y, donde más intensa ésta resulta: en el verano. Léase a este respecto el hermoso poema “Mirad a mis amigos (En la terraza de verano en Esse Bar)” que termina: “Mirad a mis amigos. / Ellos son el verano. Son la vida”.
"Un escritor vive para escribir y un poeta vive para vivir", ha dejado dicho Portela.
No faltan, en fin, como en cualquier poética de ahora, lo fragmentario ni la ironía o el humor. Ni otros maestros, como, a mi modo de leer, Jaime Gil de Biedma (en “Vendimos el mundo”), Cesare Pavese (“Vendrá la vida y tomará mis ojos”), el mencionado Luis Antonio de Villena o, aunque parezca raro en este contexto, el salmantino Aníbal Núñez, siquiera sea por su particular uso de la sintaxis. U otros más recientes, como Juan Antonio González Iglesias, a quien está dedicado, con un sencillo "Para Juan", el libro.
Estas son, en fin, algunas de mis anotaciones de lectura sobre Dogos. No es fácil; mejor, es imposible, contar un libro de poemas como se describe el argumento de una novela, aclaré en Almendralejo, después de escuchar la magnífica presentación que hizo mi amigo José Luis Bernal de Valle Zamuro, la excelente novela ganadora, ópera prima de un publicista venezolano exiliado en Miami. Por narrativo que éste sea, añadí. Ahí el lector, crítico o no, lo tiene bastante más difícil. Cada poema tiene su afán. Intenté ofrecer, eso sí, algunas pistas. En todo caso, sé que cualquiera que se acerque a ese libro saldrá compensado. Felicité por ello a su autor y me felicité a mí mismo como afortunado lector de este puñado de poemas a los que uno vuelve una y otra vez como quien regresa a un lugar donde fue feliz.
Fue también un placer el reencuentro fugaz con viejos amigos: José Antonio Zambrano e Isabel (con nuevo libro sobre la historia de la educación de esa ciudad), la bibliotecaria Maite (alma del premio), la concejala Piedad, el alcalde Ramírez o Carmen Fernández Daza que tuvo a bien llevarme un ejemplar de su última, voluminosa obra: La familia de Carolina Coronado. Los primeros años en la vida de una escritora. Eso por no hablar del ya citado Bernal, que, como recordó la máxima autoridad de ese pueblo de vinos, pertenece, además, a la misma cosecha que uno: la del 59.
7.5.11
Jiménez Lozano
Como en el caso de Sciascia, y salvadas todas las distancias, leer a Jiménez Lozano tiene para uno algo de imperativo moral. Leo, eso sí, al JL diarista que es tanto como decir al pensador pues las páginas de sus cuadernos no se limita a narrar sucesos de su vida personal o anécdotas de mayor o menor categoría sino que reflexiona, y mucho, acerca de lo que pasándole a él se podría decir que nos pasa aproximadamente a todos.
Los cuadernos de Rembrandt (Pre-Textos, 2010) es la sexta selección que publica de esos diarios. Van de 2005 a 2008. Recuerdo el primero de la serie que leí, Los tres cuadernos rojos, y en especial la tarde que pasé con ese libro en un balcón de Ayamonte durante un verano de borrosa memoria.
Tiene fama este hombre de la Castilla profunda (que es la más clara) de conservador y de derechas, por no decir de reaccionario, un sambenito que arrastra, sobre todo, desde que Aznar le designara su escritor de cabecera (algo parecido hizo con la poesía de Luis García Montero, en el otro extremo de sus ideas políticas). A eso, y ya es difícil si tenemos en cuenta la inquina que el ex presidente genera en muchos ciudadanos entre los que me cuento, ha sobrevivido la literatura de este escritor católico que, por cierto, ha sido reconocida con el mismísimo Premio Cervantes, algo que recordaba su amigo Trapiello, con no poca ironía, en el último tomo de sus diarios, el del año 2003, que fue cuando se lo entregaron.
Aunque parezca una perogrullada, lo que más me gusta de JL es su prosa, tan castellana como él, tan íntegra como sus ideas, tan profunda como liviana, natural como la vida misma y nada afectada, como la gente que frecuenta en el pueblo donde vive y a las que a veces retrata en algunos rincones de estos diarios.
Se le llena a la boca a los políticos populares, a Rajoy sin ir más lejos, del término "sentido común". Ha llegado uno a aborrecer esa expresión que tan desgastada y vacía han dejado. Que día sí y día también toman en vano. Sobran ejemplos. Sin embargo aquí, en estas páginas, recobra nueva vida y es fácil aceptar su razón de ser. Su necesidad incluso. Ay, si de verdad la derecha española, tan extrema siempre, esa que dice leer y admirar a este hombre, se tomara en serio lo que escribe y piensa. Ellos y otros, pues a cuestiones universales se alude con pensamientos de fuste para tiempos de tribulación como, a buen seguro, no habíamos conocido. Así, no es nada complicado asumir sus impresiones sobre la decadencia cultural de España y Europa, de un pesimismo razonado, imposible de soslayar.
No sé hasta qué punto el apartamiento del mundo (del "grande" al menos) de este periodista que dirigió El Norte de Castilla (toda una escuela) afecta a su escritura. Intuye uno que la dota de serenidad y hasta de sabiduría; una sabiduría que, en su caso, no cree uno que venga de la edad sino de los libros, que tantos y tan bien ha leído. No deja de notarse en Los cuadernos de Rembrandt, de nuevo sin retórica, sin erudiciones, como se respira.
Es verdad que me he topado con ideas suyas que no comparto. Asuntos esenciales, por cierto. Así, no faltan en el libro opiniones muy críticas sobre el aborto, la eutanasia, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, etc. Es admirable, no obstante, su sutil reflexión ante el suicidio, otro puntal de las creencias religiosas católicas, personificada en la muerte de una amiga. Discrepancias al margen, sólo una cosa me ha molestado: que don José se rebaje a utilizar lo de "titiritero", esa descalificación tan aireada por los medios contrarios a Zapatero estos últimos años. Por cutre y manida.
Es muy intensa, en fin, la conversación que el lector establece con JL. Muy rica, me parece. Por eso envidio, en cierto modo, a mi amigo Fermín Herrero, que lo frecuenta, y al que siempre pregunto por el autor de Los cementerios civiles. Ya que lo menciono, hace unos años vi a JL en una de esas cafeterías multitudinarias de la Gran Vía madrileña, pero no me atreví a saludarlo. Es lo más cerca que uno ha estado de él. En persona, porque la verdadera intimidad con un escritor viene dada por la frecuentación que uno hace de su obra.
Dije antes que leía al JL pensador pero debo añadir que también frecuento al poeta. En este libro se incluyen algunos poemas escritos al hilo de sus pensamientos. No de los mejores, quizá. Por eso estoy deseando leer su última entrega poética, en Pre-Textos también, La estación que gusta al cuco.
Dice en el brevísimo Ofrecimiento que abre el libro: "quiero manifestar mi esperanza de que ojalá estas notas sirvan o acompañen a alguien de algún modo". Ha sido el caso de este lector que ha encontrado en ellas consuelo y reflexión a raudales.
Los cuadernos de Rembrandt (Pre-Textos, 2010) es la sexta selección que publica de esos diarios. Van de 2005 a 2008. Recuerdo el primero de la serie que leí, Los tres cuadernos rojos, y en especial la tarde que pasé con ese libro en un balcón de Ayamonte durante un verano de borrosa memoria.
Tiene fama este hombre de la Castilla profunda (que es la más clara) de conservador y de derechas, por no decir de reaccionario, un sambenito que arrastra, sobre todo, desde que Aznar le designara su escritor de cabecera (algo parecido hizo con la poesía de Luis García Montero, en el otro extremo de sus ideas políticas). A eso, y ya es difícil si tenemos en cuenta la inquina que el ex presidente genera en muchos ciudadanos entre los que me cuento, ha sobrevivido la literatura de este escritor católico que, por cierto, ha sido reconocida con el mismísimo Premio Cervantes, algo que recordaba su amigo Trapiello, con no poca ironía, en el último tomo de sus diarios, el del año 2003, que fue cuando se lo entregaron.
Aunque parezca una perogrullada, lo que más me gusta de JL es su prosa, tan castellana como él, tan íntegra como sus ideas, tan profunda como liviana, natural como la vida misma y nada afectada, como la gente que frecuenta en el pueblo donde vive y a las que a veces retrata en algunos rincones de estos diarios.
Se le llena a la boca a los políticos populares, a Rajoy sin ir más lejos, del término "sentido común". Ha llegado uno a aborrecer esa expresión que tan desgastada y vacía han dejado. Que día sí y día también toman en vano. Sobran ejemplos. Sin embargo aquí, en estas páginas, recobra nueva vida y es fácil aceptar su razón de ser. Su necesidad incluso. Ay, si de verdad la derecha española, tan extrema siempre, esa que dice leer y admirar a este hombre, se tomara en serio lo que escribe y piensa. Ellos y otros, pues a cuestiones universales se alude con pensamientos de fuste para tiempos de tribulación como, a buen seguro, no habíamos conocido. Así, no es nada complicado asumir sus impresiones sobre la decadencia cultural de España y Europa, de un pesimismo razonado, imposible de soslayar.
No sé hasta qué punto el apartamiento del mundo (del "grande" al menos) de este periodista que dirigió El Norte de Castilla (toda una escuela) afecta a su escritura. Intuye uno que la dota de serenidad y hasta de sabiduría; una sabiduría que, en su caso, no cree uno que venga de la edad sino de los libros, que tantos y tan bien ha leído. No deja de notarse en Los cuadernos de Rembrandt, de nuevo sin retórica, sin erudiciones, como se respira.
Es verdad que me he topado con ideas suyas que no comparto. Asuntos esenciales, por cierto. Así, no faltan en el libro opiniones muy críticas sobre el aborto, la eutanasia, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, etc. Es admirable, no obstante, su sutil reflexión ante el suicidio, otro puntal de las creencias religiosas católicas, personificada en la muerte de una amiga. Discrepancias al margen, sólo una cosa me ha molestado: que don José se rebaje a utilizar lo de "titiritero", esa descalificación tan aireada por los medios contrarios a Zapatero estos últimos años. Por cutre y manida.
Es muy intensa, en fin, la conversación que el lector establece con JL. Muy rica, me parece. Por eso envidio, en cierto modo, a mi amigo Fermín Herrero, que lo frecuenta, y al que siempre pregunto por el autor de Los cementerios civiles. Ya que lo menciono, hace unos años vi a JL en una de esas cafeterías multitudinarias de la Gran Vía madrileña, pero no me atreví a saludarlo. Es lo más cerca que uno ha estado de él. En persona, porque la verdadera intimidad con un escritor viene dada por la frecuentación que uno hace de su obra.
Dije antes que leía al JL pensador pero debo añadir que también frecuento al poeta. En este libro se incluyen algunos poemas escritos al hilo de sus pensamientos. No de los mejores, quizá. Por eso estoy deseando leer su última entrega poética, en Pre-Textos también, La estación que gusta al cuco.
Dice en el brevísimo Ofrecimiento que abre el libro: "quiero manifestar mi esperanza de que ojalá estas notas sirvan o acompañen a alguien de algún modo". Ha sido el caso de este lector que ha encontrado en ellas consuelo y reflexión a raudales.
5.5.11
Dos entrevistas
Una, publicada en El Diario Montañés, a Fernando Aramburu, que saca libro de cuentos en Tusquets: El vigilante del fiordo.
La otra, en Poesía Digital, con el poeta Antonio Moreno, reciente XXI Premio de la Crítica Valenciana por su libro Nombres del árbol.
Poesía ante la Incertidumbre
Según la nota de la editorial Visor, Poesía ante la Incertidumbre es "una antología poética que reivindica la poesía que es capaz de emocionar y comunicar conciencias". "En un tiempo de crisis e incertidumbre, la poesía puede y debe arrojar luz, humanidad, diálogo", añaden los editores. Reúne a ocho jóvenes poetas en lengua española: Alí Calderón (México), Andrea Cote (Colombia), Jorge Galán (El Salvador), Raquel Lanseros (España), Daniel Rodríguez Moya (España), Francisco Ruiz Udiel (Nicaragua), Fernando Valverde (España) y Ana Wajszczuk (Argentina).
Ha sido publicada de forma simultánea en España (Visor Libros), Colombia (Icono Editorial), México (Círculo de Poesía), Nicaragua (Leteo Ediciones) y El Salvador (DPI), en el mayor proyecto editorial realizado nunca para una antología de poemas en lengua española. Más de 10.000 ejemplares ya distribuidos a los que se unirán nuevas ediciones en otros países en el próximo otoño.
Al decir del poeta colombiano Juan Manuel Roca, "La expresión "Poesía ante la incertidumbre", y no contra la incertidumbre, esboza un deseo de hacer claridad con la más cotidiana de las herramientas, una palabra inscrita en la lengua de Machado y Gil de Biedma, de Miguel Hernández y Gonzalo Rojas, como quien dice en una alta tradición refractaria al purismo y a la atracción por un mundo ensimismado.
No se trata de un rechazo de la duda que pregunta, hasta la muerte porta su hoz como si fuera un gran interrogante. Más bien resulta un acto de reflexión que no le otorga a la incertidumbre un rango de inobjetable certeza".
Por su parte, Andrea Cote (de la que ya he hablado aquí más de una vez) escribe: "El enfoque de la Antología, además de compilar el trabajo de los autores, es generar una reflexión sobre el papel del poeta y del lenguaje poético en tiempos de crisis de diversa índole, más que nada, la del sentido, la del lenguaje vacío ya de su esencia misma que era poder decirnos algo.
En este sentido me gusta mucho lo que proponen y me gusta mucho hacer parte de este proyecto".
Tiempo habrá de leer la antología. Por ahora, me limito a dar noticia de su llegada. Por todo lo alto.
Ha sido publicada de forma simultánea en España (Visor Libros), Colombia (Icono Editorial), México (Círculo de Poesía), Nicaragua (Leteo Ediciones) y El Salvador (DPI), en el mayor proyecto editorial realizado nunca para una antología de poemas en lengua española. Más de 10.000 ejemplares ya distribuidos a los que se unirán nuevas ediciones en otros países en el próximo otoño.
Al decir del poeta colombiano Juan Manuel Roca, "La expresión "Poesía ante la incertidumbre", y no contra la incertidumbre, esboza un deseo de hacer claridad con la más cotidiana de las herramientas, una palabra inscrita en la lengua de Machado y Gil de Biedma, de Miguel Hernández y Gonzalo Rojas, como quien dice en una alta tradición refractaria al purismo y a la atracción por un mundo ensimismado.
No se trata de un rechazo de la duda que pregunta, hasta la muerte porta su hoz como si fuera un gran interrogante. Más bien resulta un acto de reflexión que no le otorga a la incertidumbre un rango de inobjetable certeza".
Por su parte, Andrea Cote (de la que ya he hablado aquí más de una vez) escribe: "El enfoque de la Antología, además de compilar el trabajo de los autores, es generar una reflexión sobre el papel del poeta y del lenguaje poético en tiempos de crisis de diversa índole, más que nada, la del sentido, la del lenguaje vacío ya de su esencia misma que era poder decirnos algo.
En este sentido me gusta mucho lo que proponen y me gusta mucho hacer parte de este proyecto".
Tiempo habrá de leer la antología. Por ahora, me limito a dar noticia de su llegada. Por todo lo alto.
4.5.11
Inéditos
En el último número de Clarín. Revista de Nueva Literatura (Año XV. Nº 92. Marzo- Abril de 2011) se publican siete poemas inéditos de Más allá, Tánger, precedidos de una breve nota explicativa. Es la primera vez que se adelantan poemas de ese libro futuro y tal vez sea la última.
Además, en la revista La Isla de Siltolá (Nº 4, Enero-Abril de 2011) aparecen otros dos, inéditos también, pero de un libro distinto.
Es lo que toca.
Además, en la revista La Isla de Siltolá (Nº 4, Enero-Abril de 2011) aparecen otros dos, inéditos también, pero de un libro distinto.
Es lo que toca.
3.5.11
2.5.11
La Feria del Libro de Cáceres
Mi compañera Chelo, que es cacereña, suele afearme mi placentinismo novelístico. Sí, de serlo, será eso: ficticio. Siempre que puedo, hablo bien de la capital de mi provincia, como ahora.
Cuando la conocí desde dentro, caí en la cuenta de la importancia real de la Feria del Libro de Cáceres. De eso hace mucho. Ha ido a más. La edición de 2011 va a ser, está siendo, espléndida. Enhorabuena, pues, a los lectores y a los vecinos de la ciudad más culta de Extremadura. A ver si algunas aprenden. Aunque no creo. Pena da hacer comparaciones. O vergüenza, no sé.
Cuando la conocí desde dentro, caí en la cuenta de la importancia real de la Feria del Libro de Cáceres. De eso hace mucho. Ha ido a más. La edición de 2011 va a ser, está siendo, espléndida. Enhorabuena, pues, a los lectores y a los vecinos de la ciudad más culta de Extremadura. A ver si algunas aprenden. Aunque no creo. Pena da hacer comparaciones. O vergüenza, no sé.
1.5.11
Sábato y Extremadura
Acaba de salir a la calle España en los diarios de mi vejez, el último libro del escritor Ernesto Sábato. El título no da lugar a dudas. Por si acaso, dice él mismo en el prólogo: “Creo haber expresado algo de lo que siente un hombre al inminente borde de la muerte”. No hay un ápice de retórica en la frase: él sobrepasa la edad de noventa años y a esas alturas de la vida la inminencia, que pende, sí, encima de todos siempre cual espada de Damocles, me temo que lo es más a secas. Por eso, para huir de la muerte, escribe el autor de El túnel, “para asirme a algo”. “Escribir como lo último que me va quedando”, añade.
En el año 2002 realiza dos viajes desde su Argentina natal acompañado de Elvira, su inseparable Elvirita. La situación allí es desesperada. Le duele esa herida abierta. En España, lejana patria idealizada de su juventud, va a encontrar alivio y, por unos meses, las fuerzas y la salud, siquiera sean precarias, que ya le faltan en su senectud desconsolada y achacosa.
A través de las páginas del libro encontramos a un Sábato que pasea por “los espacios de la memoria”, por más que nos recuerde que “la vejez no es el tiempo de la memoria, sino la constatación del olvido, de la finitud, lo que ya no vuelve, lo que ya fue”.
Desde esa edad rememora su niñez, la de un niño tímido, introvertido y solitario que padecía de sonambulismo y al que hostigaban terribles pesadillas, pero que encontraba en los libros un refugio. Nos habla del milagro de la nieve, de la cueva de Altamira, del miedo al mar, de su amor por los vascos, de la pintura callada de Morandi. Son constantes sus referencias a María Zambrano (“poeta filósofa” la llama) y a sus amigos españoles, como Félix Grande. “Siempre que llego a España –dice- lo primero es llamar a Félix. Si escribo sobre la amistad, es en él en quien pienso”.
Desde Madrid, Sábato recorre en esos pocos meses unas cuantas ciudades, ya sea dictando conferencias, siendo investido doctor honoris causa por alguna universidad o, en fin, recibiendo premios. Por ejemplo, el “Extremadura a la Creación” que viene a recoger a Badajoz. Dos entradas del diario dan cuenta de ese viaje. En la primera, sin datar, titulada “Por la tarde” (después de la visita a Toledo) nos informa de que ha terminado “el discurso de Badajoz” y reproduce un párrafo del mismo. Allí dice: “Quiero terminar evocando con ustedes al caballero andrajoso de La Mancha y su lucha contra los molinos de viento, porque revelan una dimensión del alma humana que pueda quizá ayudar a no resignar cuanto de humanidad hemos perdido”. Dos páginas más adelante dedica la entrada “6 de septiembre” al viaje en sí. Empezó mal: “El viaje a Badajoz fue un infierno”, expresa con contundencia. Explica que venía mareado y que quiso retroceder; que al llegar (más que nada por terquedad del chófer) se acostó y que sólo después de varias horas pudo recuperarse. Quienes estuvimos presentes en aquella emocionante ceremonia recordamos sus mermadas facultades, tanto que hasta pusimos en duda que don Ernesto sobreviviera a los discursos. Antes de mencionar “un acto muy cálido”, alude a su encuentro con Saramago, al que califica en otra parte del libro de “hermano”. Su abrazo posterior, en la entrega del premio, fue memorable. No olvida tampoco la gratísima impresión que le causó la exposición que Antonio Franco y su equipo ofrecían en el MEIAC en torno a la revista Sur, la más universal de las argentinas, donde había primeras ediciones de Borges, Girondo o Arlt. “Me hubiera quedado horas”, confiesa, y luego: “Pero también qué tristeza. Me fui para no llorar como dice con trágica verdad uno de nuestros tangos”.
Termina su remembranza diciendo: “Había cantidad de gente que me escuchó en pavoroso silencio y me aplaudió largamente. Gratitud, algo innegable. Lo más hermoso de la vida es la gratitud”.
El viaje a Extremadura de Sábato no fue recogido por la prensa nacional, como casi todos los que emprendió a diferentes puntos de España. Porque lo relata en sus diarios, permanecerá en la memoria de los lectores futuros. También está en las hemerotecas gracias a lo publicado en su día por periódicos como éste.
En el año 2002 realiza dos viajes desde su Argentina natal acompañado de Elvira, su inseparable Elvirita. La situación allí es desesperada. Le duele esa herida abierta. En España, lejana patria idealizada de su juventud, va a encontrar alivio y, por unos meses, las fuerzas y la salud, siquiera sean precarias, que ya le faltan en su senectud desconsolada y achacosa.
A través de las páginas del libro encontramos a un Sábato que pasea por “los espacios de la memoria”, por más que nos recuerde que “la vejez no es el tiempo de la memoria, sino la constatación del olvido, de la finitud, lo que ya no vuelve, lo que ya fue”.
Desde esa edad rememora su niñez, la de un niño tímido, introvertido y solitario que padecía de sonambulismo y al que hostigaban terribles pesadillas, pero que encontraba en los libros un refugio. Nos habla del milagro de la nieve, de la cueva de Altamira, del miedo al mar, de su amor por los vascos, de la pintura callada de Morandi. Son constantes sus referencias a María Zambrano (“poeta filósofa” la llama) y a sus amigos españoles, como Félix Grande. “Siempre que llego a España –dice- lo primero es llamar a Félix. Si escribo sobre la amistad, es en él en quien pienso”.
Desde Madrid, Sábato recorre en esos pocos meses unas cuantas ciudades, ya sea dictando conferencias, siendo investido doctor honoris causa por alguna universidad o, en fin, recibiendo premios. Por ejemplo, el “Extremadura a la Creación” que viene a recoger a Badajoz. Dos entradas del diario dan cuenta de ese viaje. En la primera, sin datar, titulada “Por la tarde” (después de la visita a Toledo) nos informa de que ha terminado “el discurso de Badajoz” y reproduce un párrafo del mismo. Allí dice: “Quiero terminar evocando con ustedes al caballero andrajoso de La Mancha y su lucha contra los molinos de viento, porque revelan una dimensión del alma humana que pueda quizá ayudar a no resignar cuanto de humanidad hemos perdido”. Dos páginas más adelante dedica la entrada “6 de septiembre” al viaje en sí. Empezó mal: “El viaje a Badajoz fue un infierno”, expresa con contundencia. Explica que venía mareado y que quiso retroceder; que al llegar (más que nada por terquedad del chófer) se acostó y que sólo después de varias horas pudo recuperarse. Quienes estuvimos presentes en aquella emocionante ceremonia recordamos sus mermadas facultades, tanto que hasta pusimos en duda que don Ernesto sobreviviera a los discursos. Antes de mencionar “un acto muy cálido”, alude a su encuentro con Saramago, al que califica en otra parte del libro de “hermano”. Su abrazo posterior, en la entrega del premio, fue memorable. No olvida tampoco la gratísima impresión que le causó la exposición que Antonio Franco y su equipo ofrecían en el MEIAC en torno a la revista Sur, la más universal de las argentinas, donde había primeras ediciones de Borges, Girondo o Arlt. “Me hubiera quedado horas”, confiesa, y luego: “Pero también qué tristeza. Me fui para no llorar como dice con trágica verdad uno de nuestros tangos”.
Termina su remembranza diciendo: “Había cantidad de gente que me escuchó en pavoroso silencio y me aplaudió largamente. Gratitud, algo innegable. Lo más hermoso de la vida es la gratitud”.
El viaje a Extremadura de Sábato no fue recogido por la prensa nacional, como casi todos los que emprendió a diferentes puntos de España. Porque lo relata en sus diarios, permanecerá en la memoria de los lectores futuros. También está en las hemerotecas gracias a lo publicado en su día por periódicos como éste.
Nota: publiqué este artículo en el Diario Hoy en el año 2004, fecha de aparición de su libro España en los diarios de mi vejez (Seix Barral). Lo rescato ahora que ha muerto. A los 99, por cierto. "La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, hay que morirse", dijo una vez.
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