30.6.21
Mapa de la poesía hispánica: 1990-2020
26.6.21
La poesía de Julio Martínez Mesanza
23.6.21
Fabio Morábito dixit
"Procuro ser muy claro y, dentro de lo posible y dentro de la poesía, muy coherente. No me gusta crear falsas incertidumbres o crear vaguedades. Siempre lucho por la palabra más adherente a la emoción que trato de expresar. Es una lucha sin fin y muchas veces sin éxito porque es difícil aprehender con palabras ciertas sensaciones y percepciones que son muy lisas y efímeras por naturaleza. Procuro que el poema juegue limpio con el lector, que diga las cosas que tiene que decir y no se encamine hacia un falso misterio. Desde ese estilo que trata de ser muy riguroso uno puede asomarse frente a lo completo y lo incompleto, tanto a lo abstracto como a lo concreto".
"El nómada siempre deja atrás lugares que fueron cruciales y fundamentales en su vida y tiene la sensación de que por más que se mueva nunca va a llegar a la tierra prometida. La imagen del departamento también es de fragilidad, porque convives con otras personas que están más allá del muro, más allá del techo, del piso, y eso te da una sensación de extrema fragilidad, de fugacidad. Y una lengua aprendida, por más que la aprendas, jamás va a sustituir tu lengua materna. La lengua materna se te da como un regalo y en ese sentido es más sólida que una lengua que tuviste que hacer el esfuerzo de aprender y nunca está totalmente adquirida, la estás aprendiendo todos los días, con la sensación de algo frágil que se te puede ir en cualquier momento".
"No puedo ser prolífico en el sentido de publicar mucho. Cultivo la prosa que es tan importante como la poesía. La consecuencia de eso es que no puedo escribir poesía todo el tiempo, lo cual agradezco porque creo que no sería, por lo menos en mi caso, muy sano. Hay que descansar de escribir poesía, porque la poesía es un lenguaje sumamente artificial, es mucho más natural la narración, porque se acerca más a nuestro modo de hablar y de pensar. La poesía siempre crea un laboratorio extraño para el lenguaje. Alguien que escriba poesía todo el tiempo, que lea todo el tiempo poesía se puede volver loco o simplemente desgastar sus herramientas. Y la prosa es, como decía Montale, el gran secreto fertilizante de la poesía. Es de la prosa de donde realmente se alimenta un poeta para crear más poesía. Cuando alterno estas dos, prosa y poesía, no soy ni un cuentista prolífico, ni un prosista prolífico ni una poeta prolífico".
"El tema de la lentitud es un poco vago. La poesía es velocidad pura porque te permite saltar una cantidad de nexos y de explicaciones que la prosa debe tener y la poesía se salta olímpicamente. En ese sentido la poesía es un género súper veloz, me gusta más esa interpretación que la de lentitud, que siempre viene acompañada de cierta idea de nobleza, de lo lento como sinónimo de un sentir más humano acerca de los demás, lo cual está bien pero puede significar muchas cosas. La mía es una mirada obsesiva, de laboratorio, que se mete y quita capas de algo que nunca se encuentra, pero lo importante es el viaje, el proceso".
Nota: Como precisa Balam, "a un ritmo de uno por década, la poesía de Morábito está contenida en Lotes baldíos (1984, FCE), De lunes todo el año (1992, Joaquín Mortiz), Alguien de lava (2002, Era) –estos tres reunidos en un solo volumen por el FCE en La ola que regresa (2013)–, Delante de un prado una vaca (2011, Era) y A cada quien su cielo (todavía inédito en español y que aparecerá en Francia bajo el sello Les Éditions du Seuil durante 2021 con el título de A chacun son ciel)". Además es autor de distintas obras narrativas y ensayísticas.
20.6.21
Turia, Hidalgo Bayal, Landero, Cáceres, etc.
Como todas, nuestra amistad, Gonzalo, ha sido una larga conversación. Desde aquellos encuentros mañaneros en tu casa; los dos, escritores inéditos; tú recién casado; yo, a punto de serlo. Cuarenta años nos contemplan. Lo normal, sin embargo, ha sido charlar a pie de barra (ahora en terrazas), las de los bares de Murania, en las sabatinas rutas de cañas y vinos con María José y Yolanda.
Alguna vez se ha unido a esos recorridos Luis Landero (y su amigo Juan Luis, placentino de pro), que ha tenido a bien acompañarnos en un día tan señalado, lo que le agradecemos de corazón".
NOTA: Las dos primeras fotografías son de Armando Méndez/HOY. La tercera, de Jesús Valverde Berrocoso.
11.6.21
Yolanda Pantin: por intermediación de la poesía
Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Además de ensayista, dramaturga, fotógrafa, editora (cofundó Pequeña Venecia) y autora de literatura infantil y juvenil, es poeta. Suyos son los libros Casa o lobo (1981, que apareció en la entonces prestigiosa editorial Monte Ávila), Correo del corazón (1985), La canción fría (1989), Poemas del escritor (1989), El cielo de París (1989), Los bajos sentimientos (1993), La quietud (1998), El hueso pélvico (2002), Poemas huérfanos (2002), La épica del padre (2002), País (2007), 21 caballos (2011), Bellas ficciones (2016) y Lo que hace el tiempo (2017). Los recogió en País. Poesía reunida (1981-2011) (Pre-Textos, 2014, en edición de Antonio López Ortega).
Ha obtenido, entre otros, los premios Fundarte (Caracas), Poetas del Mundo Latino “Víctor Sandoval” (Aguascalientes, México), Casa de América (Madrid) y Federico García Lorca (Granada). Fue becaria de las fundaciones Rockefeller y Guggenheim.
No hace falta recordar que es una poeta fundamental en el panorama lírico hispanoamericano y un referente de la poesía venezolana contemporánea a la que pertenecen poetas cuyos libros ha reseñado uno recientemente, como Arturo Gutiérrez Plaza, Eugenio Montejo e Igor Barreto. Al fondo, siempre, Rafael Cadenas.
Vuelve Pantin al catálogo de Pre-Textos –siempre tan atenta a la poesía hispanoamericana en general y a la de Venezuela en particular– con El dragón protegido. Consta de dos partes.
Empieza y termina igual: con sendas alusiones al caballo, un animal que abunda en su obra, todo un símbolo (que figura, por cierto, en el escudo de su país). “En mi línea ancestral / hay un caballo”, escribe en “Sueño”, y: “Hay una niña / que fue // en el fondo // con los caballos / desbocados”. En algún sitio ha aclarado que sus caballos son los de trabajo, no los de la equitación; caballos que “en Venezuela están ligados de una manera muy natural a nuestra vida”.
Se aprecia el gusto de la autora por la poesía breve, de versos muy cortos, tan delgada en apariencia como en su más íntima realidad. Plena de silencios marcados con espacios en blanco. Sin adjetivos. La precisión y la exactitud son norma. Su tradición no es la de la poesía verbosa, tan abundante en ese lado del Atlántico, sino la de la concreta, sobria por naturaleza, concisa y concentrada. Una vez dijo: “Mi obsesión: tratar de que el lenguaje diga más con menos palabras. Nunca me he dejado seducir por las palabras porque me da miedo la palabrería”. Por eso ella opta por la que está a favor de la sugerencia y del misterio. Tan delicada como frágil, algo que a uno le evoca sin remedio la poesía de Emily Dickinson. Nunca hermética. Pantin ha celebrado como liberación el momento en que “descubrí que la poesía también era un relato”. El de su vida, tan apegada a sus palabras, fuente inagotable de estos versos donde, ante todo, vuelve, de la mano de la memoria, la infancia. Con ella, la casa que mencionamos antes y su padre. En cuanto a su madre: “Yo digo que soy la «amanuense» de mi mamá porque heredé o aprehendí su mirada. Ella mira y yo escribo. Esa conciencia de ser la amanuense de mi madre me perturba un poco pero la acepto porque alguien tenía que dejar ese testimonio por escrito”.
“Mi primer recuerdo / es la afirmación / en el no”, leemos. “Era el miedo /sentido / como premonición”. “El vallado” regresa a la casa familiar y, ya allí, a una parte esencial: el jardín. Esta es una poesía llena de naturaleza civilizada: de plantas y animales domésticos. “Llamado” sigue en la misma línea. El “sigilo” del padre es comparable al del gato, “con esa elegancia / de / no dejarse/ sentir”. Un sigilo que también es aplicable a este modo de decir tan sensible como sutil.
En “Pasaje”, dedicado “a la memoria de mi abuela Blanca”: “Escogí / para mi voz // tener la suya”. En “Ocumare”, la niñez, la muerte y el mar.
“Devociones” nos retrotrae a lo más humilde y cotidiano, siquiera sea en sentido religioso. Ese es el ámbito en que Pantin se mueve, y no me refiero ahora al restringido plano de las creencias sino al de la naturalidad. Cuando habla, por ejemplo, del “mijao” (el anacardium excelsum). Y ya que lo menciono, bien está subrayar la importancia que aquí tienen no sólo el paisaje y el paisanaje venezolano de esta región interior, sino también las palabras que usa para nombrarlos: los venezolanismos. Léase “El parque”.
Volviendo a la familia, en “Guerrero” escribe: “El alma / de esta casa vive / detrás / de los retratos”. Añade: “Es un dragón albino”. Termina: “No se inmuta / cuando nos cruzamos / porque está / protegido”. En “Varones”: “Todas las mujeres / tienen algo / que contar. // Todas las historias / están enterradas”.
“La vista” (y antes, “Anhelo”) se funda en el poder de la mirada. En “Los temores”, “Y es que el miedo / no termina de saciarse // porque come / de un adentro / vulnerable”.
A veces se aproxima a la forma del haiku. Como “Certeza”, pongo por caso.
“Portal” es un poema precioso donde se canta la sencillez. Sí, “El hombre que vende / agua de coco”, por lo que dice ella, “es un Señor”. Lo mismo que “Arcilla”, que cierra la primera parte del libro: “Casi todo lo que importa / está encerrado y es natural / que no se manifieste”. Tal un secreto.
La segunda parte está formada por poemas sin título, más breves aún, más afilados. Su tono es por momentos metafísico. Y alegórico. Cercanos a lo aforístico.
También desde el principio encontramos otro motivo recurrente que no deja de repetirse a lo largo del volumen. Me refiero a la reflexión acerca de la propia poesía. Para Pantin, “Es un vaso // que no se puede llenar”. Hay numerosos poemas, en ambas partes, centrados en ese asunto: “Lear”, “Descubrir”, “Frágil” (“por un sendero de vidrio”)... Leemos: “Un poema no puede irse / por las ramas, // busca / ciego / el centro / donde arderá”. O: “Pensé que la poesía / era en abstracto, // pero en concreto, / la poesía es espíritu” (que es uno de los poemas de esta segunda sección). Todo se concibe “por intermediación de la poesía”.
Dentro del conjunto encontramos trece brevísimos (dispuestos de dos en dos en la página, arriba y abajo) que podrán pasar por anotaciones o epifanías: “Al callejón mental / con los caballos”. Allí, animales y árboles. Pájaros que cantan. Y la luz “inasible”, esto es el trópico: “Buenas tardes, / preciosa luz”.
Lo popular, con aires de canción, es ostensible. En el poema “La verdad”, por ejemplo, y sus siete partes. En otro dice: “No hay nada heroico / en seguir la canción. // No puede ser de otra manera. // Es el curso del río / natural y cristalino // que fluye”. Y: “¿Qué podemos / los sordos / en la hora de la canción”.
“Una, lo que ha hecho en la vida es caminar escribiendo, avanzar escribiendo, sin tener ningún destino sino el hacer desprendido”, ha comentado Pantin en una entrevista. Y: “Mi viaje ha sido de exploración interior, buscando lenguaje y palabras que puedan comunicar un cierto estado, un pensamiento, una percepción, una intuición”. También: “Con la poesía se puede decir lo que no se sabe. Lo que tú no sabes y lo que nadie sabe. Esa es la fuerza que tiene la poesía”. Para muestra, este protegido dragón.
Yolanda Pantin
Pre-Textos, Valencia, 2021. 92 páginas. 16 €
8.6.21
4.6.21
Vencer la oscuridad con las palabras
Lo último que he leído con su firma es la brillante introducción al primer tomo de la Poesía completa de su maestro Pablo García Baena, en edición de Rafael Inglada.
“Las edades” vuelve sobre uno de los temas favoritos de Lamillar: el del paso del tiempo, que nos condena y que nos salva.
“Ante el espejo” (que dialoga con unas palabras del pintor José María Sicilia) pone en evidencia otro motivo recurrente, tan borgeano.
Y pues que de tiempo hablamos, qué decir de la memoria. La que evoca un olor, por ejemplo. El del pan de Marvão, capaz de traspasar “esas murallas”.
Lo meditativo, esencial en esta poesía, está presente en “Piedra en el jardín”. La ironía juega su papel en “Felicidad por decreto”. Los objetos sencillos, en “Copa antigua”.
La primera parte se cierra con “Los ojos del después”, los que traen el esplendor.
“Dos” agrupa nueve poemas que giran en torno al amor. “Comienzo del amor” se titula el primero precisamente. Se aprecia en él –en todos– el gusto de Lamillar por el clasicismo, por el poema bien escrito y en métrica regular, que produce una armoniosa música callada, por más que esas herramientas ni estorben ni se noten, en busca de una deseada naturalidad.
Y al lado del amor, a su bendita sombra, el erotismo. Sereno, sin aspavientos. Como en “La certeza”, un poema paradigmático.
“Tres” reúne seis sonetos (lo que confirma mi afirmación anterior acerca de las formas). En línea temática con los poemas de la serie anterior. El amor, sí, pero inseparable de la muerte (otro asunto oblicuo en estas páginas). Hacer el amor, a la francesa, como “muerte leve” (léase “El rescate”).
“Tallo, flor, raíz” es una de las composiciones más logradas del conjunto, como “Fulgor del presente” que empieza: “Más amo ahora tu cuerpo ya maduro”.
“¿De quién mejor el beso…?”, a partir de un verso de Vicente Núñez, alude a las enseñanzas de la edad: “¿Quién traiciona mejor que el que nos ama?”.
En “Cuatro”, la sencillez, la cercanía, la claridad. En “Unos dátiles”, pongo por caso.
“Mar de luz” –la del Sur– es otro precioso poema de amor: “Y en ese mar de luz te reconozco”.
Pájaros (“Silencio, algarabía”) y árboles son elementos que anuncian el misterio (“Una presencia”, pero también la ya citada muerte.
La música, el dibujo o la fotografía, temas habituales en la poética de Lamillar, no faltan aquí tampoco. En “Música horizontal”, pongamos.
“Los lugares del agua” es sin duda un poema memorable.
“Cinco”, en fin, se abre con un poema relativo al sueño.
A la reflexión sobre la propia poesía se refieren “Pasos errantes”, el lúcido “Qué decir” (“Nadie me dijo qué decir”), “Sobrevivir” o “Límite del nombre”.
“No sólo libros” es una bonita declaración de amor a este útil invento que salva a letraheridos: “No sólo libros / sino el mundo en un libro, / el amor en un libro, / la muerte agazapada / en la mitad del índice”.
“Marca de agua” es un homenaje al poeta ruso Joseph Brodsky y a Venecia, mítica ciudad a la que el premio Nobel dedicó un libro con el mismo título. Ciudad, por cierto, que protagoniza otro de Lamillar: Notas sobre Venecia.
Juan Lamillar
Renacimiento, Sevilla, 2021. 80 páginas. 15 €