16.2.25

La serpiente interior

De Damián Gallego García, cacereño de Jaraicejo (1954) uno sabía poco. Colaboré hace años en uno de sus empeños, por mediación de mi amigo José Luis Bernal. Me refiero a uno de los proyectos de Extremayuda, una ONG que fundó para favorecer a los más necesitados, tanto en Cáceres, ciudad donde reside desde 1991, como en la ciudad peruana de Trujillo. 
Sabía también, por razones familiares, que era médico; ginecólogo, para ser más exacto. Y de reconocido prestigio, cabe precisar.
Más tarde de lo debido ha llegado a mis manos una novela suya. La única. La primera. En su segunda edición, por cierto, la de febrero de 2024, un año después de que se publicara la anterior. En la colección Extremadura de la madrileña Sial Pigmalión. Se titula La serpiente interior y en su cubierta aparece un paisaje fotográfico descompuesto de la dehesa extremeña. Así las cosas, empecé a leer. Con cierta prevención. Al hecho de que un médico de casi 70 años escribiera (dice que empezó a hacerlo en enero de 2022) su ópera prima se unía mi falta de seguridad en lo que respecta a la narrativa. Los cuentos y las novelas se cruzan en mi camino menos de lo deseable y por eso dudo a veces de mi propio criterio. Que el citado Bernal o Malén Álvarez y Eugenio Fuentes dejaran en la contracubierta sus elogios, ayudaba. Y la estima que, aun sin conocerlo, me suscitaba el autor, una persona a la que todos reconocen sus valores humanos y su solvencia profesional. Sin embargo, o esa es al menos mi experiencia, nada de esto influye en el momento en que te pones a leer. Quiero decir que si es libro lo merece, como hace al caso, uno lee y basta. Lo demás sobra. Apenas empecé a hacerlo, se puso en evidencia que estaba ante una novela a la que le sobraban, le sobran, esos adjetivos que uno prejuzgaba inevitables. Ni es primeriza ni está mal escrita ni aburre ni se embosca en la autoficción para que en ella se manifieste expresamente la vida privada del novelista, etc. Un milagro me parece que haya podido escribirla en un año, aunque en su cabeza, o eso sospecho, lleve bullendo más de media existencia. De lo que no cabe duda es que su condición de lector está en el origen de este paso adelante. 
Del argumento no voy a hablar. Lo hay. Álvarez lo resume así: "Una historia poblada de personajes fuertes, singulares luchadores. Una historia llena de emociones, sinsabores, triunfos. Una historia para disfrutarla de principio a fin". 
Fuentes es aún más escueto, telegráfico incluso: Dos hermanos. Dos continentes. Celos, culpa y violencia cainita. Poderosa historia familiar enmarcada en la España de la primera mitad del siglo xx".
Bernal, por último, el más explícito. Alude a "una historia cainita [inevitable adjetivo, puntualizo, en este relato protagonizado por gemelos enfrentados] en su más descarnada inocencia, pero también con la luz cegadora que la esperanza, la bondad, el tesón y la inteligencia de su protagonista, Benjamín, irradian en todo cuanto toca". Destaca, y vuelvo a lo de antes, que Gallego "se nos revela, en su primera novela, como un narrador maduro y ambicioso, capaz de levantar la peripecia vital de unos personajes subyugantes en un mundo hostil, áspero e implacable". Y que "al leer La Serpiente interior, no imaginamos estar ante el texto de un autor primerizo, pues nos sentimos ganados, ya en las primeras páginas, no solo por la fuerza de la historia contada, sino también por el fino cañamazo del lenguaje que la sostiene".
A uno le parece una novela de valores. De un profundo tono moral que no pierde de vista la psicología humana. Subraya Bernal el homenaje explícito en la obra a las mujeres, por ejemplo, dedicatarias de la novela, madres "que paren sin asistencia sanitaria" y que tendrán hijos que no escucharán cuentos. Sobresalen las figuras De Paulina, la madre; Fulgencia; María, la practicanta. Y de las jóvenes Valentina, Amalia y Anita. 
Muy destacable se me antoja también el papel del maestro y lo que representa en la trama, con una cerrada defensa de la educación que emociona. Y ya que escribo esta palabra, cuántas emociones contienen estas páginas. Y qué bien expresadas: sin alharacas ni sobreactuaciones, con el comedimiento y la hondura, con la sobriedad y el fervor que su manejo requiere. Con esa naturalidad que caracteriza una obra donde todo fluye como debe, a tenor de los acontecimientos que se cuentan. Sin esos alardes, ya digo, ni esos aspavientos a los que acaso nos tienen acostumbrados los escritores cuando de abordar una "novela rural" se trata. Y ésta, que también tiene pasajes urbanos, situados en Cádiz y Montevideo, diría que lo es. Siempre he defendido que la modernidad o no de un texto la proporciona su lenguaje y este, limpio y preciso (salvo en situaciones puntuales, donde se empina un poco, como en el encuentro amoroso de Los Pisones), aleja cualquier atisbo de ranciedad o amaneramiento. Uno se olvida de él, que no deja de ser la mejor demostración de su valía. Las historias (varias que dan en una sola) y los personajes (creíbles, bien perfilados) mandan, sin que nada perturbe la paz lectora, por más que lo narrado imponga alteraciones en la conciencia del lector cada poco. De ahí, lo comenté, la importancia que cobra el punto de vista moral, propio de un humanista. Nada extraño en quien hizo el bachillerato en el colegio San Antonio de Cáceres; como otro médico cacereño, el poeta Basilio Sánchez. Entre frases de la sabiduría popular, no necesariamente refranes, Gallego deja caer auténticos aforismos, sentencias que, sin distraer del argumento, obligan a pensar. 
Es evidente que quien ha escrito esta novela conoce bien la vida en el campo. En el campo extremeño, cabe añadir. El de la finca La Carrascosa. El que rodea Almontejo. Aunque se sitúe a principios del siglo pasado, sobre todo en la primera de las tres partes de que consta. Y es que, hasta hace no mucho, casi nada había cambiado allí. De su forzosa mecanización, precisamente, se ocupa una de las líneas argumentales de la obra. Pero ante todo de su atraso y pobreza, antes y después, metáfora y verdad, de donde proviene lo que sustancialmente somos los extremeños. Agricultores y ganaderos, hombres y mujeres, seres resistentes a la adversidad, arraigados a su tierra como a ella se aferran las encinas. De aquí podría salir una película digna de John Ford. Por su nobleza. Como surgió, en otro contexto (en esta los señores no son despiadados como en aquélla), Los santos inocentes de Mario Camus, salvadas todas las distancias. 
Me ha gustado la sencilla defensa de los libros, la lectura y hasta de la poesía (en el capítulo 25), cuando don Esteban le explica a Benjamín que "era la esencia, lo más jugoso de las letras, como el jamón lo es de la matanza". Y su relación con el amor (que ilumina esta narración de principio a fin). Si bien, añade, "la poesía es un caserón enorme en el que cabe mucho y no todo es amor; que también hay una poesía de andar por casa que al principio, antes de que hubiera libros, era la forma de «leer y contar el mundo»". En otro lugar, Benjamín la desecha, porque no estaba él para "romanticismos".  
Aunque las pasiones, de uno y otro signo, dominen la escena, Gallego sabe suavizar las pulsiones con un sutil sentido del humor y con el arma de la bondad. 
Muy oportuno me parece el guiño de la página 310, cuando pone en boca de Benjamín que su historia "no daría ni para una mala novela, desde luego nada ejemplar", y añade el narrador: "si él supiera que su azarosa vida, novelada con las atrevimiento que pericia, se tendría que enfrentar algún día al veredicto de los lectores...". 
En la 318, a partir de una leyenda que le revela la criada Guidaí, se explica el porqué del título de la novela. Bien traído. 
Confieso que he pasado muy buenos ratos con La serpiente interior. Su lectura me confirma algo que ya sabía: que debe uno leer más novelas y cuentos. Que merece la pena concluir la de algunas pendientes. Me depararán, a buen seguro, sorpresas agradables. No, no todo puede ser poesía. 

14.2.25

Rezagados (II)

Cristóbal Domínguez Durán (Vejer de la Frontera, 1993) publica en RIL Editores su tercer libro, Una postal color sepia. Antes ya había dado a la imprenta Secuelas (2018) y Nadie nos cuida en el sueño (2022). 
Reconozco que me ha sorprendido gratísimamente. Aunque ya conociera su poesía y a pesar de que del editor Paco Najarro no pueda uno esperar más que cosas buenas. 
Comienza por todo lo alto. Con citas de William Carlos Williams (que toma "conciencia de la tiranía de la imagen"), Olvido García Valdés y María Zambrano (Antígona, la historia). Antes, en la cubierta, la fotografía que inspira el título del libro y, más allá, la obra al completo. 
El primer verso del primer poema (en cursiva, porque es también una suerte de prólogo) dice: "La belleza puede ser un significado / inagotable". Reconoce que "la realidad necesita metáforas / donde los ojos no terminen / cocidos / como huevos duros" y que la "vía" para contar "esta historia" será "La que limpia de palabras / lo sabido". Y es que, como escribe ya en la primera parte, titulada "Imagen" (un extenso poema fragmentado), "La memoria / más nuestra busca despegarse / del lenguaje". Luego aporta la clave de todo: "Hace un momento he encontrado  / una fotografía, escrita / por el envés como una postal, / y he visto en su imagen / una historia". "La criaturita vivía en una casa de campo". Y ahí, la pobreza, el dolor y el luto. Los ojos, la mirada. Una enorme lógica (que antes definió como "cruel") "arrastra el corazón hacia el sepia / de las cosas que se heredan". Sobre estos versos cincelados cae a plomo el sol. El del verano en esas tierras del sur tan cercanas a un mar que suena a lo lejos. Donde las chicharras "eran mentira": "Decías que, en realidad, eran el sol / infinito / crujiendo las piedras". Contra el paisaje, digamos, el poeta reflexiona acerca de las palabras que secuestran sus ojos): "La alegría podría ser, / según muchos, / algo parecido a flotar, / sin derramarse, / sobre el idioma". Y del silencio. Aquí la parquedad es ley. Y ahí, la noche ("La calma en lo oscuro no existe", "La naturaleza sonando en la noche / es el peor monstruo"). Hay versos que, en rigor, son aforismos: "Somos un largo relámpago / en las palabras de otros". Este paisaje agostado y solitario me recuerda el que aparece en los poemas y diarios de César Simón. La sequedad es similar, y no hablo sólo del lugar. 
Al fondo, la memoria familiar. La del padre (en su muerte), la madre (que planta un mandarino y teme a los relámpagos) o el tío (que da lugar al excelente poema en tres cantos titulado "Breve historia de los pozos"). La de la infancia. Y otra más lejana en el tiempo. La de los jornaleros, por ejemplo, que "se limpiaban la dentadura / con fango". "La nostalgia siempre viene de un lugar imaginario". 
"Violencia", la segunda parte, protagonizada por un homérico "Nadie", recoge poemas fundamentales, como "Todavía persisten en estos lugares...", donde leemos: "Todo puede reducirse / a muy pocas cosas", un verso que mezcla una lección de vida con una poética. "Esto es solo lenguaje", sostiene. Y "Ya todo es imagen". Estamos, sí, ante un regreso, tan real como imposible. "Ante los ojos / esta hermosa desolación". 
"Historia" la última parte, vuelve sobre lo que acaso ocurrió y le contaron. El relato de la vida de su madre cuando niña. La guerra, la lluvia, "la memoria de la luz"... "Yo prefiero decir: / El recuerdo es pasado y no lo es / porque huele a sueño". 
Dice el crítico Carlos Pardo, y lo comparto, que Domínguez Durán "posee una habilidad rarísima: su poesía une la reflexión ética a la nitidez de las imágenes. Por eso suena tan clásico, tan ajustado a una dicción transparente y lírica; y a la vez tan ágil y flexible, entrando sin miedo en asuntos bien contemporáneos. Por eso nunca es frío ni cursi. Y por eso es difícil olvidar estos poemas cuando se han leído. Fascinante". Sí, lo reitero, fascinante. 

Sergio Fernández Salvador nació en León hace cincuenta años y vive en Zaratán, un pueblo de Valladolid. Ha publicado los libros de poemas QuietudLo breve eterno e Hilo de nada así como dos tomos de diarios: Mitos y flautas y El dios del instante. Un potente jurado, presidido por Luis Alberto de Cuenca (del que Cálamo acaba de publicar Bébetela. 50 poemas de amor y erotismo, en edición y prólogo de Adrián J. Sáez), concedió a El cielo sin caminos  el XXII Premio Emilio Alarcos, uno de los galardones que lleva Visor. Está escrito entre 2017 y 2023 y lo divide en cinco partes, por aquello de la relación temática que une a los poemas entre sí. La cita inicial de Tagore (de donde toma el título del libro) anuncia la paradoja vital: "anda suelta la muerte y los niños juegan". "Sean estas palabras / como las hojas" y que "aprendan su decir desde el silencio", leemos en el "Introito". 
"Es siempre la belleza quien elige. Y elige a los sencillos". Para dar fe de ello, el poeta retrata la "alegría serena" de Laura y Andrea, sus hijas (que vuelven a aparecer la final de libro: "Esta casa es el árbol que crece con vosotras"). En la noche de San Juan. Alude al milagro "corriente" del agua.
En "De la luz de verdad" de nuevo la señalada paradoja: día y noche, muerte y vida. La frágil frontera que separa a la una de la otra. "¿Qué sabe una farola de la luz de verdad?". Contra la "ley de Murphy", "Lo que importa / es asumir a tiempo el íntimo mandato / de convertir la queja en gratitud". 
El amor es otro de los temas. Ocupa la segunda sección. Él se manifiesta como "el que quiere querer y no hace daño". La ironía, siempre discreta, aflora en "Secretos de alcoba" (allí, "desergiándome y desfernandezándome"). Su dicción clásica (quevedesca en este caso) está en "Es lo nuestro / un ay, un cómo, un qué, una cautela...". Prima, lo subrayo, la llaneza. Esta es una poesía hecha con poco. Por lo menudo, diría Fermín Herrero.  
Tampoco falta la música: "Eres la compañera perfecta de la vida". Ni las reflexiones sobre la memoria y el pasado, "en el que no te encuentras", que "ya no es lo que era", como "tú"; "El pasado te es fiel: cambia contigo". 
Un epigrama dedicado a CR7 (sí, el futbolista Cristiano Ronaldo), un homenaje machadiano situado en Colliure (donde las palabras las pone don Antonio), el confinamiento ("Esta vida no es vida"), un poema a una higuera (que es también de Eugénio de Andrade, cuyos versos ha traducido) y hasta un epitafio ("No lloréis. Aquí sigo. / Quien no vivió no puede haberse muerto") completan la muestra. Sobresale, eso sí, un asunto central en todo el libro que dejo a posta para el final: el de la poesía. En orden de aparición, ya está presente en "Poder de la poesía" donde leemos que "no es fuego, ni su brasa / siquiera es el recuerdo de un recuerdo". Y que "Es menos, pero es más: / es solo una centella / que nunca se apaga". El poeta, por su parte, "tiene esa llave de sentido / que puede abrir la puerta  /donde yace un misterio que le excede". 
"(Otra) definición de poesía", un hermoso un soneto, otra poética: "Es mirar hacia dentro desde dentro", "es cultivar un grave pasatiempo", "la menos sola de las soledades", "Es más fiel que la vida, y más hermosa". 
En "El deseo de luz produce luz", un poema logrado, escribe: "Maduran solamente las palabras / que aspiran a la altura y a la luz". Como en el árbol, "oculta la raíz, visible el fruto". 
En "Crepuscolari" opta por  esos "otros" que "supieron encontrar la fuente / en el monte de dentro, y hablándose a sí mismos / a todos hablan. De uno / en uno –eso es poesía–". 
Me ha sorprendido especialmente el poema "Búscame en este espejo de palabras": nunca hasta ahora, o eso creo, había encontrado mejor explicación para el misterio del desdoblamiento entre el hombre (o mujer) que uno es y el poeta que a ratos se apropia, digamos, de su personalidad. "A mí también me abruma y me entristece / este ser solo a medias". "Empújame hacia él, búscale en mí". "Solamente él podría / ayudarme a llegar a ser quien soy". Sí, sería deseable que leyeran este poema las parejas, los familiares más directos y los amigos de los poetas. 
Se cierra el volumen con una pregunta inquietante: "¿Hace cuánto que no cruzas un río / pisando sobre piedras"? ¿No esa una metáfora perfecta de este extraño oficio?

13.2.25

La poesía breve de Carlos de las Heras

Carlos de las Heras (1949), pediatra jubilado de origen extremeño residente en Miranda de Ebro, publica su séptimo libro de poesía. En este blog se comentaron por breve algunos. Para éste me pidió unas palabras de prólogo y escribí lo que copio a continuación. 

POEMAS DE LA RADIO

Carlos de las Heras nació en un pequeño pueblo del norte extremeño, Santa Cruz de Paniagua, estudió el bachillerato en los Maristas de Salamanca (por lo que, según Max Aub, sería en rigor salmantino) y en esa preciosa ciudad castellana se licenció en Medicina. Ha ejercido como pediatra en Miranda de Ebro hasta su reciente jubilación. En “El cielo de Miranda” escribe: Bajo este inmenso cielo deslustrado / del que huyen las estrellas, / palpita la ciudad en la que vivo, / la pequeña ciudad a la que amo. En “La ciudad en invierno”, dedicado a “la ciudad adorable en la que vivo”, habla de esa Patria de maquinistas, /antesala del norte, encrucijada /de todos los caminos.
En ese lugar situado a orillas del Ebro se fraguó este libro. Semanalmente, poema a poema, los que ha venido leyendo en voz alta (prueba de fuego de la verdadera poesía) para un programa de la Cadena SER que ya va por su quinta temporada. Lo explica en el primer poema del volumen. 
No, que el lector no piense que estos son versos de circunstancia, escritos a vuelapluma y sin pretensiones. Meras ocurrencias, vamos. Es cierto que están apegados a lo próximo y lo cotidiano, al presente más que a la actualidad, tan líquida y evanescente en nuestra época. De ahí que el conjunto tenga una apariencia de diario. Pero todo esto es así porque la poética autobiográfica que Carlos de las Heras practica es, digamos, de la experiencia, inspirada, más que nada, en la poesía de algunos de sus maestros: Ángel González, Luis Alberto de Cuenca y Luis García Montero, pongo por caso, a los que nombra en estas páginas como “grandes”. 
En todo caso, este es un libro a favor de la claridad y de la lengua castellana, la que, como dice en un poema que lleva ese título, usa cada día. 
Se trata, según creo, de elevar los azares y las circunstancias de la vida corriente, toda una aventura en sí misma, la existencia que sobrelleva cualquiera, al nivel de categoría. Por decirlo más pomposamente, de trascenderla. Para ello cuenta con la mejor herramienta: la de la observación. El poeta es alguien que no ve, mira. Que se fija en lo que el común de los mortales no repara. Leemos en “Es cielo y es azul”: Este cielo recién amanecido, / aunque no lo parezca, / también es cielo, aunque sin azul. / Opaco, deslustrado, gris plomizo, / está esperando que alguien de mirada / inteligente y limpia / se detenga a observarlo.
Esa mirada poética de la realidad tiene mucho de memoria. Así, cuando recuerda su infancia en el pueblo, su adolescencia y primera  juventud salmantinas o el paso de las estaciones, a lo largo de sus años de madurez, en Miranda. Los bares, el trabajo, el callejeo, la gente, los paisajes (de sierras y llanuras extremeñas y castellanas, pero también de mares, playas y acantilados andaluces o vascos). 
En el centro, la familia. Lo explicita en “Mi patria”: Mi patria son los brazos de mi madre / y el trabajo abnegado de mi padre / para que nada me faltara. / Vivieron muchos años. Al morir, / sufrí en mis propias carnes lo que es ser / apátrida y, al mismo tiempo, huérfano. / Por suerte, mi mujer, mis hijos y mis nietos / consiguieron curarme el escozor / de tan molestos adjetivos. / Perdonadme si os digo / que mi única patria radica en la familia. 
Un poema al que le sigue otro muy significativo, en la misma longitud de onda, diría: “Padre mío”. 
No faltan las sutiles referencias al amor conyugal: “Aves que comen peces”, “Mientras me lees en la cama”. Ni tampoco las emotivas palabras destinadas a los más pequeños de la casa: los nietos. Hugo, Inés. 
Porque no olvida el poeta su compromiso moral con los otros (léase “La manca” o “Doña Rosa”), su presencia es inevitable, ya sea para evocar la guerra de Ucrania o la erupción del volcán de La Palma.
El tono del libro es más celebratorio e hímnico que elegíaco, aunque la melancolía aflore por momentos. En “Volver la vista atrás”. Fuera, la persistencia de la lluvia, / la música de un agua melancólica. Con todo, De las Heras sostiene que “La vida se inventó para gozarla”. Y ese es el acento que se impone.
De fondo musical, los Beatles, Serrat…
En “Hojas de parra”, lo erótico se mezcla con lo metapoético: Propuso que los dos nos desnudásemos. / Mientras ella luchaba por quitarse las botas / y sus ajustadísimos vaqueros, / que lo demás le resultó sencillo, / yo me senté a escribir, por atender su ruego. / Abrí ordenador / y empecé a despojarme de metáforas / y cualquier otro adorno que pudiera / taparme parte alguna. / Está muy bien, me dijo, pero ahora / también la ropa fuera, por favor. / Y nos quedamos ambos / desnudos por completo frente a frente.
De las pretensiones de este libro y de las de su autor tal vez hable mejor que nada ni nadie el elocuente poema “La voz”, que dice: Soñó con una voz y la asoció / a ese ser superior al que no ha visto nunca. / Le llegaba perfecta, con el tono, / la intensidad y el timbre adecuados. / Caía mansamente, resbalando /por las altas paredes de la noche /como lo hace la lluvia cuando lame /la piel de los inviernos, /encharcando los vastos secarrales, / las tierras agrietadas de la imaginación. / Era la voz soñada y nunca oída /lo que le hizo vibrar, tocar la gloria, / aunque fuera en la niebla inconsistente / de los cielos oníricos. / Y luego, al despertar, la voz se hundió /en las aguas oscuras del silencio. 
La realidad y el deseo, esa paradoja cernudiana que acaso dé sentido a la poesía. 

Álvaro Valverde
Plasencia, invierno de 2024



12.2.25

Pecio


Ya sabíamos que el escritor Pepe Cervera perdió su biblioteca personal por culpa de la maldita dana que anegó su pueblo, Alfafar, la noche del 29 de octubre del pasado año. Lo ha contado él mismo: Alfafar: ¡El dolor, el dolor! El artículo de infoLibre terminaba: "Me duele el dolor y ahora sé que el dolor es infinito, sé que acaba de empezar, que vendrá más, con mucha más fuerza".
Por su parte, la periodista de Las Provincias Laura Garcés dio cuenta del "fatal destino de los dos mil libros que flotaban sobre el barro". Contaba Cervera que iba a "salvar uno. Se lo ha recomendado una amiga. De hecho, después de que ya formara parte de la «montaña de ruina» salió a buscarlo. Las aguas detenidas, el título de poesía que cita en su mensaje, obra de Álvaro Valverde. «Una amiga de Madrid lo vio en la foto y me llamó para decirme que no lo tirara, que seguro que podría dar pie para algo». Ha decidido que ese se lo queda".
Me ha llegado una carta suya con la fotografía que abre esta entrada. Con este escueto texto: "Querido Álvaro, no nos conocemos, bueno, yo conozco tu poesía. Este es el único libro que salvé de mi biblioteca por el desastre de la Dana. Lo conservaré como recuerdo".
Es muy emocionante ese detalle. Me pongo en su lugar y... Sé lo que significaba esa biblioteca para él porque sé lo que supone la mía para mí. Hace muchos años publiqué en la revista cacereña Gálibo, que dirigió y cuidó con esmero el poeta y profesor José Luis Bernal Salgado, en un número dedicado a la figura tutelar de Juan Manuel Rozas, su maestro, un poemita titulado "Biblioteca" que empezaba: Así temes del fuego y de los límites. No imaginaba uno que también el agua podría llevarse por delante los libros que sostienen (iba a decir "apuntalan") las paredes de la casa de cualquier escritor. La suya se salvó, pero no esos volúmenes. Como pecio del naufragio, este librito que tomó su paradójico título de un poema de Joan Vinyoli. Y con él, la amistad. Un abrazo, querido Pepe. 


10.2.25

PREMIO “GABRIEL Y GALÁN” 2025

                                
La “CASA-MUSEO GABRIEL Y GALÁN” de Guijo de Granadilla (Cáceres) convoca el XL Certamen regido por las siguientes bases.

1ª Podrán optar al PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN” todos los poetas de habla española que lo deseen, con originales inéditos escritos en Lengua Castellana o Dialecto Extremeño.

2ª Los premios se distribuirán del modo siguiente:
-Primer premio dotado con 600 € y placa conmemorativa.
-Segundo premio ó accésit de 450 €.

3ª Las composiciones serán de tema libre, extensión máxima de ciento cincuenta versos.

4ª No podrán participar en el Certamen los poetas que hubieren obtenido el primer premio hasta que hayan transcurrido cinco convocatorias

5ª Los originales deben presentarse escritos a máquina u ordenador, a doble espacio y por cuadriplicado.

Se enviarán a la siguiente dirección:
PATRONATO CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”
Plaza de España, 11 – Tlf. 927 439082.
10665 GUIJO DE GRANADILLA (Cáceres). España.

6ª Se podrán presentar trabajos en el correo gabrielygalan70@hotmail.com con dos carpetas una con la obra en PDF bajo un título o lema sin que conste ningún otro dato más y otra con los datos personales: nombre, domicilio, teléfono de contacto, breve reseña biográfica y fotocopia DNI/Pasaporte.

El plazo de admisión de trabajos finalizará el día 25 de abril de 2025.

7ª Cada autor podrá presentar un solo trabajo y no serán devueltos los que se reciban ni se mantendrá correspondencia sobre ellos.

8ª Se utilizará, preceptivamente el sistema de “lema” y “plica”.
Serán eliminados los poemas que permitan de alguna forma la identificación del autor.

9ª El fallo del Jurado será inapelable y se dará a conocer el segundo domingo de mayo en Guijo de Granadilla durante los eventos por el Día de Exaltación de la Poesía en honor al poeta.

10ª La CASA-MUSEO se reserva el derecho a la publicación de los trabajos presentados.

11ª Cualquier duda en la interpretación de estas Bases será resuelta por el Jurado de forma inapelable.

12ª El hecho de concurrir a este Premio supone la aceptación de las presentes Bases.

GUIJO DE GRANADILLA 10 de febrero de 2025.
CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”.

9.2.25

Poemas italianos


La traductora italiana Marcela Filippi reúne en el blog infodem.it - informazione e democrazia los poemas de uno que ha vertido al italiano. Y no sólo los míos, matizo. Grazie tante. Aquí

(Ilustra la entrada "Venecia, 1952", gouache sobre papel de Ramón Gaya.)

8.2.25

Carlos Alcorta lee "Lecturas a poniente"


HABLAR DE LIBROS

Álvaro Valverde reúne en 'Lecturas a poniente' cerca de 150 reseñas que ha publicado en los últimos veinte años sobre autores extremeños

Por estricto orden alfabético recoge Álvaro Valverde en “Lecturas a Poniente” las reseñas, preferentemente poéticas, que, a lo largo de casi veinte años ―comenzó a publicarlas en mayo de 2005― ha publicado en su blog y en distintos medios literarios, tanto en formato de papel ―revistas como “Turia”, “Cuadernos Hispanoamericanos”, “Nayagua”, “Quimera” o “Suroeste”, digna heredera de la ya mítica “Espacio/Espaço escrito”, fundada por el prematuramente desaparecido poeta Ángel Campos Pámpano; suplementos culturales como “El Cultural”― como digitales ―”El Cuaderno”―, dedicadas a autores extremeños de nacimiento o que «estén vinculados a Extremadura». Cerca de ciento cincuenta reseñas de sesenta y cuatro autores en cuyas notas de lectura «predomina ―según afirma el propio autor― el tomo conversacional», a lo que hay que añadir recensiones «de varias antologías significativas aparecidas en estos años o de las que se conmemoraba algún aniversario». Lo cierto es que tal número de autores ―la nómina, lo reconoce Valverde, no pretende ser exhaustiva― nos resulta extraordinaria y desmiente la tan traída atonía, si no creativa, sí promocional de la periferia, porque, hay que resaltarlo, aunque muchos de los autores comentados han publicado sus obras en prestigiosas editoriales de fuera la de la región, otros muchos lo han hecho dentro de sus fronteras, en editoriales tan activas como la que publica este libro, la Editora Regional de Extremadura, un proyecto consolidado a lo largo de los años que desata la envidia de otras comunidades autónomas menos receptivas a propuestas de esta envergadura, la benemérita Ediciones Liliputienses, De La Luna Libros, Littera, Vberitas, Alcazaba o la Fundación Ortega Muñoz.
Habrá quien busque tres pies al gato, pero la eventualidad que supone que a algunos autores se les dediquen varios comentarios responde precisamente a eso, a causas eventuales, causas que explica Álvaro Valverde con estas palabras: «Más allá del estricto marco temporal, a la casualidad habrá que atribuir también que haya poetas con varias reseñas de sus libros y otros con una. Y hasta de los que no haya ninguna».  Confiamos en que esta línea de defensa sea innecesaria, pero no está de más recordarla, sobre todo porque todavía hay quien duda de la idoneidad de que un creador, en este caso un poeta, ejerza además las funciones de crítico, por más que la historia de la literatura, no solo la más reciente, esté plagada de autores que han compartido ambas actividades sin contradicciones, al menos aparentes, por eso en este comentario intentamos eludir la pretensión de emitir una opinión sobre cómo hay que leer, a su vez, las opiniones del crítico Álvaro Valverde, quien se acoge a algunos comentarios de George Steiner sobre la tarea del crítico, del que nos gustaría resaltar este que define mejor que ningún otro la actitud de Valverde: «Soy un crítico positivo: escribir sobre un libro significa también saldar una deuda de gratitud». Y doy fe que lo que mueve los resortes de la escritura crítica de Álvaro Valverde es la pasión lectora.
T. S, Eliot, en el ensayo “Criticar al crítico” distinguía varios tipos de críticos, el crítico profesional, cuyo ejemplo más significativo era Saint Beuve ―«un fallido escritor creativo»―, el crítico de gusto ―«abogado de los autores, cuyo trabajo comenta, y que son con frecuencia autores olvidados o menospreciados injustamente»―, el académico y el teórico, «Y finalmente llegamos al crítico cuya obra puede caracterizarse como un derivado de su actividad creativa. En particular, el crítico que es también poeta, ¿o deberíamos decir el poeta que también ha hecho crítica? La condición para pertenecer a esa categoría es que el candidato ha de ser conocido en primer lugar como poeta, pero su crítica debe destacar por sí misma y no meramente por la luz que pudiera arrojar sobre sus versos». Evidentemente, Álvaro Valverde pertenece con toda justicia a esta última categoría. No es preciso glosar su bibliografía para constatarlo. Su obra poética goza de una consistencia y de una personalidad reconocidas unánimemente y al rigor de su pensamiento discursivo y crítico le ocurre otro tanto. Basta leer este centón de reseñas y las últimas palabras del epílogo titulado «Denme libros» para comprobarlo: «Esa es la verdadera razón de un crítico y de la crítica: leer con criterio y escribir con solvencia (y en el mejor estilo) sobre este o aquel libro. Ni más ni menos. Ni es fácil ni es poco». Dicho esto, solo podemos recomendar, por tanto, que lean estas reseñas con la misma complicidad, con la misma deferencia con la que el crítico leyó los libros que les dieron pie. Estoy seguro de que se dejarán seducir por la capacidad de síntesis, por esa conjunción de elementos que hacen de la reseña otro ejercicio puramente literario.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 31/01/2025 y el en blog del crítico. 

NOTA: La fotografía, de Patrice Schreyer, ilustra la cubierta del libro. 




7.2.25

Rezagados (I)

Rezagados porque salieron de las imprentas a finales del año pasado y, como ya comenté en su día, no han encontrado el eco que merecen en forma de reseñas, si es que las pobres sirven para algo. Me refiero a libros como Museo secreto, del incombustible Jesús Munárriz (San Sebastián, 1940), más fresco que nunca (en más de un sentido), capaz de acertar una y otra vez con poemas logrados, en plena "conjunción feliz de entusiasmo y oficio". Al parecer esta obra (que publica en la colección que fundó con su mujer, Maite Merodio, hace cincuenta años: Hiperión), ilustrada con veinte dibujos de sesgo clásico de Paco Montañés, tuvo una primera edición incompleta en 2012 (que nunca llegó a España) de Monte Ávila, Caracas (creí que ese sello había pasado a peor vida con Chávez y Maduro). El título orienta al lector sobre lo que encontrará dentro: poemas escritos a partir de cuadros y esculturas, casi siempre (de Murillo, Tintoretto, Chagall, Picasso, Rodin, Romero de Torres...), que no dejan de ser meditaciones acerca del misterio artístico. Ahí, personajes como Lot, Eva, Leda, Dánae, Susana, Venus, La Fornarina, David, Artemisia, Madame Hamelin, Olympia... Priman los desnudos. Y los cuerpo femeninos, claro. Ninfas, odaliscas. Velludas y rasuradas. El de la mujer, otro misterio (para el hombre, al menos). También hay mucho sexo (en el doble sentido) en estas páginas, y un erotismo tan sutil, a veces, como explícito, otras. Pero hay más que écfrasis en este libro. En "Hermafrodita", por ejemplo, tan de actualidad. O en "Yo, Caravaggio". 
"Veladuras" incluye una poética, en defensa de la imaginación, "de lo que se oculta y se insinúa" frente a los que prefieren revelar la belleza. "Atrae más lo reservado", escribe, "la luz precisa de la sombra" (un verso memorable). Porque "En lo visible está el señuelo / de lo invisible". 
Vuelve a acertar en las distancias cortas de los poemas breves: "Ante el retrato de una dama (d'aprés Wang Wei) o "Un Gauguin". También con los poemas narrativos, como "Álbum", una novela en sí mismo. 
En "Secreta belleza" se atreve a reflexionar en torno al famoso "El origen del mundo", de Gustave Courbet, y el resultado es espléndido. Otro tanto pasa con otra obra famosa, Il tuffatore (de Paestum), y, nunca mejor dicho, lo clava. 
Nunca se sale de un libro de Munárriz como si nada. Un ser prolífico bendecido con la gracia de la poesía. 

Carreteras que brillan en el bosque
, de Ramiro Gairín (Zaragoza, 1980), ganó, con la unanimidad de un jurado competente, el premio Ciudad de Salamanca (que acierta casi siempre) y lo publica, en su singular colección de poesía, Reino de Cordelia. Que su autor sea un ingeniero de Montes especializado en hidráulica, hidrología y medio ambiente y no un profesor de Lengua de un instituto aporta pistas a la hora de leer entre versos su obra; lo mismo que la circunstancia, nada azarosa, de que resida en un pequeño pueblo pirenaico de Huesca (379 habitantes), a orillas del río Ara, con nombre de moda: Fiscal. Además de a Sheila y a Iago, a su "tribu" de allí esté dedicado el libro.
De este hombre ya hemos comentado aquí otros libros. No creo que este difiera de los anteriores en lo sustancial. Es lo que tiene poseer una voz propia. Y un mundo particular, añado. El que, sobe todo, conforma su propia familia, tan presente en estos poemas que no pretenden dar cuenta de sucesos extraordinarios o experiencias paranormales, sino de la vida corriente de alguien que vive con otros en el medio rural casi vacío. Ante un paisaje montañoso que impone, más a quien lo aprecia y sabe lo que vale.
En las "Notas" nos advierte que la lectura de la poesía de Louise Glück "va unida a la redacción de estos poemas". La cita inicial es suya. De Una vida de pueblo, lógicamente. 
El hijo ("el niño") está en el centro de ese pequeño mundo. "Pido que llegues a viejo, / como la mayoría de los hombres; / que pases los otoños, ojalá, / bajo estas peñas, frente a la arboleda / que ahora te defiende".
Alrededor, el campo. Y el jabalí y las cerezas y el agua y los dulces frutos del verano y la encina de Villamana y la hora violeta y la nieve y el bosque y las estrellas y, en fin, el incierto futuro de la Naturaleza. "La belleza lo envuelve todo", escribe en "La lluvia sobre el zorro" (con epígrafe de Glück), el que termina: "Que cuidar es mirar. / Que lo bello es difícil / porque nunca descansa". Alrededor, el asombro, en cuanto atraviesa el túnel: "A todo lo que pasa / -animales, tractores, espíritus del río- / les das tu bienvenida". 
En ese clima de felicidad se cuela, no obstante, la única certeza que nos cabe: "Me ronda la muerte, últimamente. / Estoy acostumbrándome a pensarla / y la vida me ayuda." 
En "Poética", su hijo le da "una lección de poesía". Antes, en "La otra sentimentalidad", uno de los poemas más frescos y logrados del conjunto, confiesa que "Ahora me agobia / la ropa por planchar" y no "esos libros pendientes de escribir" ni "esos grandes poemas". Da al final dos cosas por seguras, precipitadamente acaso: "que no haré ni un rasguño / en la historia de la literatura, / y que no nos alcanzan hasta el viernes / los pantalones limpios".

La realidad no existe

Martín Ortega  (Valladolid, 1980), profesora de la Autónoma de Madrid, estudiosa de la literatura judía y sefardí (El lugar de la palabra. Ensayo sobre Cábala y la poesía contemporánea), especialista en literatura infantil, autora de La belleza en la infancia y traductora del Cantar de los Cantares, publica, tras Ensueño, Alumbramiento y Corazón huido, La piel cantaba. 
Además de un poema inicial y otro final, consta de “Nocturno” y “Encantamiento”. Entre ambas, una “Canción”. 
“Me da miedo escribir”, reza el primer verso. “Que se me caiga al suelo / la mano del secreto”. La que escribe. La que le devuelve “la forma exacta de las cosas”. 
Once cantos componen “Nocturno”. Ahí, “el dolor que protege”. Porque “Ese cuerpo soy yo. / Pero sólo el dolor / me lo confirma”. “Su memoria es el poso / de los días”, sostiene.
Miedo a la sangre también: “me aterra su belleza / roja”. 
“La realidad no existe”. En la imaginación confía: “Oigo mis palabras en un mundo dibujado / que no es un sueño”. En medio del duermevela afirma: “No sé dónde estoy. No sé cómo me llamo”. Y sigue: “Busco tu cuerpo / para encontrar mi piel”, verdadero leitmotiv del libro, la que “sólo existe entre tus brazos”, lo que nos permite reconocer al amor como otro motivo central. 
Parece que las palabras no bastan para expresar el mundo y su secreto. “Me escucho como quien escucha una tormenta en alta mar”. En “Encantamiento” y sus dieciséis cantos ese es un asunto: “Qué pena las palabras”. Las que “se lleva el viento”. “Mi angustia es el silencio”. “La piel es mi barrera”. Allí, la compasión, el cuidado, el fracaso, el olvido y la melancolía. Y lo amoroso, claro. “He perdido un poema”, dice al final. El lector, sin embargo, encuentra, asombrado, treinta. 

La piel cantaba
Elisa Martín Ortega
Menos Cuarto, Cálamo Poesía, Palencia, 2024. 80 páginas. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

5.2.25

Poemas sin trucos ni trancas

Morábito (Alejandría, 1955), aprendió español en México y en él ha escrito seis libros de poesía: Lotes baldíos, De lunes todo el año, Alguien de lava, Delante de un prado una vaca, A cada cual su cielo y el que comentamos, que rompe su regla de publicar uno por década.
En el cuarto poema explica el título. Lee los créditos finales de una película. “¡Cuántos nombres!”, tantos que no basta una canción. “Y entonces entras tú al relevo, / canción segunda”. Acaso “los relevos, los segundos esfuerzos y en general los reencuentros con lo ya vivido” son “los verdaderos momentos álgidos” de la vida. 
59 poemas sin título acotados en seis partes dan fe del enigma. Fiel a su lema “Hay que descansar de escribir poesía, porque la poesía es un lenguaje sumamente artificial”, narratividad y naturalidad suman fuerzas para recordar situaciones cotidianas a cada cual más sugestiva. El humor añade su valor al tono. El de la verdadera poesía. La de los besos fallidos; la hormiga espía; las fluviales islas efímeras, como Belvedere; los sueños recurrentes; el que subraya: “de cada página leída te despides”; el plancton de los libros; el desprecio por títulos, epígrafes y dedicatorias: “hay una poesía que se pierde / antes de empezar”; “Ir por el surco libre de la prosa”; las segundas piedras de muros, puentes y casas (las primeras, para las pirámides); los extras de los filmes; lo incomprensible del Espíritu Santo; de lo que hablaron Caín y Abel antes del crimen; la mentira de Troya y el remero de Ulises; Ícaro, aviones y aeropuertos: “Sostenerse en el aire no es volar”; la nadadora de aguas saladas; el cubismo; un calcetín solitario; el epitafio, ese “horóscopo invertido / que predice lo vivido y no el futuro”; un país sin ruido… Créanme, pura delicia.

Canción segunda
Fabio Morabito
Visor Libros, Madrid, 2024. 118 páginas. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

31.1.25

Lo de la Alberti

Al final no pude asistir al la presentación madrileña de Meditaciones del lugar en la librería Rafael Alberti, Lo explico en la nota que copio debajo y que leyó al comenzar el acto Jordi Doce, quien se ocupó del asunto con sobrada solvencia junto al editor literario de la antología, José Muñoz Millanes. Les agradezco su labor. 
Sé que la noche en Madrid no estaba precisamente para salir de casa; por eso he recibido con especial agrado los testimonios que me han hecho llegar quienes, a pesar de eso, se acercaron hasta la calle Tutor: Pureza Canelo, Carlos García Mera, María Sánchez Romero y Cándido Fernández. Me consta que allí estuvieron algunos más, como Enrique Bueres y la madre del poeta Sergio Álvarez. La inmensa minoría. Gracias también a quienes al final no pudieron ir pero pensaban hacerlo, como Marina Gasparini, María Gómez Lara y Javier Lostalé, que me hicieron llegar sus disculpas. 
Por razones que desconozco, la velada ni se emitió en directo ni se registró, contra lo que suele ser costumbre. He visto, eso sí, algunas fotografías y un par de vídeos que grabó con su móvil la novia de mi hijo, Claudia (¡gracias!). Fue testigo. El primero, de la lectura íntegra de mi texto llevada a cabo por Doce. El segundo, de tres de los poemas que éste leyó. Lectura en voz alta a la que se sumó, por cierto, Muñoz Millanes. 

Buenas tardes. La caprichosa casualidad o el socorrido azar (otros dirán, sin más, la mala suerte) ha querido que se cruzara en nuestro camino un problema médico familiar, que siempre es cosa seria, lo que hace imposible que esté ahí, en la librería Alberti, con ustedes, como estaba previsto. Y bien que lo siento. Todos somos conscientes, sin embargo, de que hay prioridades y de que lo importante obliga. Sé que lo comprenderán. 
Afeaba el escritor Manuel Moya la presencia de autores en las presentaciones de sus libros cuando éstas se ponen en manos de otros y no de uno mismo. «No hay nada más patético que escuchar a alguien a diez centímetros elogiando la obra por la que estás rindiendo cuentas frente a un público indefenso que aún no tiene una opinión sobre la obra presentada», decía aquí atrás el andaluz. Pues bien, en esta ocasión podrá sortear uno el «grotesco papelón del literato» y, mal que me pese, no podré escuchar al lado y en directo a José Muñoz Millanes y a Jordi Doce, quienes se prestaron gustosos a hablar de Meditaciones del lugar en ese acto. 
El primero fue quien seleccionó los poemas de esta antología, a la que puso además prólogo y título. Iba a saludarlo por primera vez en persona esta tarde. 
El segundo, al que trato desde hace treinta años o más, conoce bien mi poesía y también editó una antología de mis versos a la que puso una introducción excelente. 
La complicidad de ambos –diré por simplificar– me honra. Sí, su solvencia es elogiable. La lucidez y la inteligencia unidas al rigor y la generosidad son siempre dignas de encomio. Gracias. 
También quiero agradecer a Lola Larumbe su hospitalidad. No olvido la ilusión juvenil con que recibía los envíos de libros que llegaban a mi casa placentina desde esa santa casa, ni otras presentaciones más recientes. 
Y a ustedes, lectores, mil gracias, cómo no, por la asistencia. 
En cuanto a los editores… El origen de cuanto nos convoca está en la amable invitación de Manuel Borrás a que un libro mío de poesía formara parte del catálogo de Pre-Textos. Un inédito no podía ser, por mi vinculación a Tusquets desde 1995, y decidimos que fuera una antología. Me propuso que el responsable de la edición fuese José Muñoz Millanes. Acepté sin dudarlo. Un acierto, sin duda. 
La gestación fue lenta. Envié primero mis libros a su casa de Nueva York. Leyó los que no conocía; hizo la selección; decidió después que escribiría un prólogo, en principio no previsto; que la pondría un título… Es un hombre meticuloso. Se comprueba por los pocos libros que ha publicado, y por sus traducciones. Para colmo, ocurrió una de esas cosas que suelen, ya se ve, pasarle a uno. Cuando se decidió la publicación, prevista para febrero de 2023, la fecha coincidía con la salida de mi último libro de poemas en Tusquets, Sobre el azar del mapa, del que no hay poemas, por eso, en esta muestra, a pesar de que esa entrega se centre en lugares: Sofía, Grandson y Ginebra. 
Hablé con Borrás y me aconsejó sacar ese libro y posponer para el año siguiente la salida de la antología. Podría haber estado lista el pasado mes de junio, pero preferimos esperar a septiembre, al principio del curso literario. El verano lo arrasa todo y los libros duran en las librerías muy poco tiempo. El  primer ejemplar llegó el día de mi cumpleaños: el 8 de agosto. 65 años. En el colofón quise que figurara 21 de septiembre, el día que se casaron mis padres hace sesenta y seis.
Añadiré que me ha hecho mucha ilusión formar parte de ese acreditado catálogo –donde se encuentran libros, sin ir más lejos, de José Muñoz Millanes y de Jordi Doce–, y, en especial, que aparezca en La Cruz del Sur, una de las colecciones de poesía más bonitas del mundo, diseñada por los tipógrafos Andrés Trapiello y Alfonso Meléndez. Y con un dibujo de Gaya en la cubierta. ¿Qué más se puede pedir?
No les canso más. Les dejo en compañía de José Muñoz Millanes y de quien ha tenido la amabilidad de leerles estas palabras, Jordi Doce, que tal vez les leerá luego algunos poemas del conjunto. Gracias. 


30.1.25

La poesía de Hayim Nahman Bialik

1. Puede que no sea el momento más oportuno para comentar este libro, o todo lo contrario. Me explico. Su autor, Hayim Nahman Bialik (Zhitomir, Ucrania, 1873-Viena, 1934), es considerado el "poeta nacional de Israel" y el máximo referente de la poesía hebrea contemporánea. El prejuicio, hermano mayor de la simpleza, descartaría para algunos la lectura de sus poemas. Por razones políticas o ideológicas, sí. Lo malo es que ese reduccionismo abocaría al improbable lector a perderse una obra poética digna de lo que fue Bialik: un gran poeta. A la altura, quiero decir, de los más grandes de la literatura universal. Si no es reconocido como tal puede deberse a que su lengua materna, el hebreo, fue y sigue siendo minoritaria. Por eso y por lo expresado con anterioridad. Por suerte, para rellenar, al menos para mí, ese inexplicable hueco (sólo hay otro libro suyo registrado en el ISBN: La ciudad del exterminio, y está agotado), está la modesta pero rigurosa editorial salmantina Sígueme, que, ya ven, depende de una hermandad de sacerdotes católicos; el mismo sello que nos descubrió (y eso que apenas publica libros de poesía, este es el quinto título que ve la luz), la obra de otro grande, el portugués Daniel Faria. En su catálogo aparece la antología Pan de lágrimas, apenas un puñado de poemas que demuestran de sobra su verdad lírica. La edición es bilingüe y de ella se ha ocupado con una solvencia apabullante Raquel García Lozano, doctora en Filología Semítica y profesora titular del área de Estudios Hebreos del Departamento de Lingüística, Estudios Árabes, Hebreos y de Asia Oriental de la Universidad Complutense de Madrid, traductora, entre otros, de Amos Oz y Aharon Appelfeld, autora de trabajos de investigación sobre el Holocausto. Alguien (ni sionista ni del Mosad) que sabe lo que se hace. Para empezar, y acaso lo más importante, vierte los poemas a un español impecable, esto es, que aquéllos suenan en nuestra lengua como auténticos poemas y no como versiones mal hilvanadas. Para seguir, y después de los poemas, para no estorbar nuestra lectura, su estudio conclusivo, "Cómo besar a una madre a través de un velo", aporta información acerca del poeta y de su poesía con una claridad meridiana. Para terminar, y por si eso fuera poco, comenta brevemente cada poema. Y todo, insisto, sin profesoral pedantería o falsa erudición. Es difícil que algún aspecto de la obra de Bialik quede fuera de su atinado análisis. Por eso es tan fácil seguir de su mano este extraordinario viaje a través del espacio y del tiempo, más para quienes, lectores de Steiner (y de tantos otros escritores y ensayistas judíos) admiramos esa cultura religiosa basada, en buena parte, en el símbolo del Libro. En la lectura, preciso, y en lo libresco. 
Bialik, reacio en principio a leer los textos en una "lengua extranjera", distinta de la original en la que fueron escritos, reconoció que "cuando el traductor utiliza un medio nuevo, renueva el acto de la creación". 

2. Ya se anotó que el poeta nació en Zhitomir, la actual Ucrania, en una zona fronteriza, entre Rusia y el Imperio austrohúngaro, donde "vivía casi la mitad de la población judía del mundo". (La cita es de la editora, como todas las entrecomilladas que aparecerán a continuación.) La pobreza y la orfandad (su padre muere pronto y pasa a cuidarle un abuelo). Estudia, como es lógico, en una escuela talmúdica: la yeshivá de Volozhin. Con su primer poema, "Al pájaro", el que abre esta muestra, viaja a Odesa, "el centro cultural hebreo más importante de la diáspora europea", donde se inicia la nueva literatura hebrea. Ilustrados, preferían el hebreo al yidish y huían del caduco "mundo shtetl". Sin olvidar ni su lengua ni a los clásicos ni sus convicciones, pretenden una nueva cultura más laica y moderna. 
Allí conoce personalmente a Ahad Haam (dedicatario de un poema memorable), al que han denominado "el primer izquierdista", creador de "sionismo espiritual" (que propugna la cultura y la educación como "ejes centrales"), movimiento ajeno en sentido estricto al sionismo que inspira la fundación del estado de Israel (que Bialik no conoció, aunque llegara a vivir en Tel Aviv, Palestina), ideología de la que se mantuvo alejado hasta el final de su vida (y con matices), cuando el avance del nazismo se impuso a cualquier otra discusión. 
El citado primer poema se publica en la revista Pardés y desde ese momento Bialik pasa a ser un poeta reconocido. 
Por la influencia del abuelo, un hombre de talante tradicional, se casa, abandona la ciudad y se va a vivir al bosque, cerca de su pueblo natal, donde tiene su suegro un comercio de maderas. No deja de escribir. 
El citado Haam funda la revista Hashiloach (en 1896 y no en 1986, según errata) y eso le anima a recuperar "la confianza en sí mismo como poeta". 
En 1901 aparece su primer libro: Shirim (Poemas). Consta de cuarenta y seis. Lo más llamativo: que tienen "un marcado carácter autobiográfico, absolutamente novedoso en la poesía hebrea desde los tiempos bíblicos". No faltan lo que prefieren en el círculo de Odesa: los de carácter "nacional-colectivo", los que le consagran como "poeta nacional hebreo". 
En ese momento de "esplendor" creativo surgen los pogromos, auténticas masacres de judíos, lo que dio lugar a la escritura de poemas esenciales en su obra, como "Lo sé, una noche de niebla", "Llamada a las serpientes", "Sobre la masacre" y "En la ciudad de la matanza", un libro en sí mismo. Por eso decía al principio -y hace bien en recordarlo la editora- que no es tan anómalo leer la poesía de Bialik en estos momentos de guerra entre judíos y palestino (generalizo, aunque no es del todo así, sería tanto como confundir ciudadanos con terroristas); por aquello de quién y cómo encendió la mecha del último capítulo de ese conflicto incesante. 
Esas persecuciones hacen que Bialik, muy a su pesar, se mude en Varsovia. Más tarde, a finales de la primera década del XX, viaja a La Haya y por primera vez a Palestina, donde es "recibido con grandes honores y encuentros multitudinarios y agotadores". Por ser el intelectual que era. 
En 1908 publica su segundo libro, con el mismo título que el primero. Consta de treinta y seis poemas nuevos y una selección de los anteriores. El "éxito rotundo" le conduce, sin embargo, a un estado de abatimiento que sólo remedia la fundación de la editorial Turgeman, en la que cumple su sueño de publicar "lo mejor de la literatura hebrea clásica y moderna, así como poesía para niños y adaptaciones a un público infantil y juvenil". También de traducciones de obras clásicas de la literatura universal. Él mismo se ocupa de una edición abreviada del Quijote.
En torno a 1920, tras el triunfo de la Revolución en Rusia, pide permiso para abandonar el país junto a su mujer y otras familias de escritores judíos. El barco sale de Odesa rumbo a Constantinopla. Algunos dan el salto definitivo a Palestina, pero otros, como él, permanecen en Europa por un tiempo. Bialik pasa unos meses en Berlín. Prohibida en Rusia la publicación de libros en hebreo, fundan allí la editorial Dvir, que aún existe en Tel Aviv. 
Coincidiendo con su quincuagésimo aniversario, se publica, en una edición de lujo y en cuatro tomos, su obra completa. Con treinta y siete nuevos poemas. En 1924, incapaz de adaptarse a la vida berlinesa, zarpa de Trieste rumbo a Tel Aviv, donde se construye una gran casa convertida hoy en museo. Desde allí, en olor de multitudes, viaja a Europa y Estados Unidos. 
Se centra durante esa etapa en sus poemas infantiles, que generaciones y generaciones de niños han crecido leyendo, explica García Lozano. En 1934 viaja seriamente enfermo a Viena. Le operan con éxito pero muere de un paro cardiaco  un mes después. 
Gershom Scholem escribe a Walter Benjamin que "era el orador más productivo de este país", "un «maestro» precisamente en el sentido en que uno se imagina a los grandes talmudistas". 

3. ¿De dónde el título de este libro? De nuevo lo aclara la editora: "el poeta como el pan de lágrimas de su madre, el primer alimento de su poesía, el legado que recibe como herencia". Lágrimas, añado, que caían a de sus ojos mientras ella amasaba el pan de cada día, la única comida que apenas podían permitirse. "Son mis lágrimas mi pan día y noche", escribió, como el salmista. "Como si de una flecha se tratase, Bialik lanza las palabras de los salmos y los Profetas, de los talmudistas y los cabalistas hacia el mundo moderno, con una fuerza y una vitalidad renovadas", afirma García Lozano. 
Destaca que para él "no había contradicción alguna entre lo personal, lo nacional y lo universal. Para él judaísmo y humanismo significaban lo mismo". Y que su corazón, "la raíz de su alma", estuvo siempre en el exilio. De ahí que sionista, ya se dijo, nunca llegara a ser del todo, a pesar de que "el terrible destino" presagiado para su pueblo le obligara a mirar con otros ojos esas ideas. 
Su poesía abarca un período de tiempo breve: de 1891 hasta 1911. No obstante, dio nombre a esa época, la que va de 1900 a 1920: Generación de Bialik o Renacimiento. 
Antes de comentar los poemas uno a uno, García Lozano concluye: "Sus poemas no son un lamento lacrimógeno por el paraíso perdido, por esa tierra «donde la primavera mora eternamente» hacia la que hay que emprender el camino. Sus poemas son, más bien, una amalgama de antagonismos en los que se oye la voz del que se queda solo en la sinagoga abandonada y del que busca una ventana para salir de allí; la voz que clama contra un mundo ancestral, polvoriento y putrefacto, y la que clama contra quien, desde lo alto de una colina, lanza proclamas exaltadas llamando a la acción; la voz que clama contra la aculturación y la que clama contra la segregación; la voz que lamenta la falta de amor y la que lamenta el alto precio que la pasión exige; la voz que se alimenta de lágrimas y la voz que ordena contener el llanto". Y añade: "Las lágrimas, las lágrimas tragadas, las lágrimas contenidas, as lágrimas vanas, las lágrimas reducidas a una sola lágrima, son el leitmotiv de los poemas que forman esta colección titulada Pan de lágrimas". 
Quien los lea va a encontrar en ellos ecos bíblicos, en especial de los salmos. La editora ha preferido ofrecer al lector los poemas sin anotar a pie de página las citas bíblicas y las referentes al Talmud y a otros textos sagrados: "Cada palabra de sus versos alude a alguna de las obras que conforman la biblioteca de los libros judíos". No es, pues, una edición crítica. Cosa distinta son los comentarios, donde se permite explicar conceptos tan significativos como el de la Shejiná, a propósito del poema "Sola", que "contiene la idea de un elemento femenino en Dios mismo".
Aquí hay himnos, sí, pero también elegías porque Bailik nunca olvida la pobreza, la orfandad, la persecución, la historia, el exilio... Todo aquello que define o caracteriza a la literatura hebrea de la que fue guía. También el amor, inseparable de la condición humana. En "Acógeme bajo tus alas", por ejemplo: "dicen que existe el amor, ¿qué es el amor?".
Destacaría, además de los ya citados sobre los pogromos, "Al pájaro", "A mi regreso", "Ante el umbral de la escuela rabínica", "Los últimos días del desierto", "Mi canto", "Ante la biblioteca" ("erais mi jardín en los calurosos días de verano / y mi almohada en las noches de invierno") y, sobre todo, el extenso poema narrativo "En la ciudad de la matanza", inspirado en el pogromo de Kishinev, donde ataca con ira la cobardía y la pasividad de las propias víctimas. “No es un poema –dijo Yosef Klausner–, es el Libro de las Lamentaciones”. Una profecía a la altura de las de Jeremías o Ezequiel, apostilló. 
Dejo en manos del futuro lector la decisión de qué poemas y versos debe subrayar con el lápiz al que tantas veces aludió George Steiner. El mío lo ha hecho con buena parte del libro. Tanto de la parte lírica como de la ensayística. "No he logrado la luz por casualidad, / tampoco la he heredado de mi padre, / de mi peña y de mi roca la he arrancado, / la he extraído de mi corazón". 
En “Vidente, huye (Amós 7, 12)” leemos: “¿Huir? ¡Alguien como yo no huye"! Y más adelante: “Acepto mi destino”. Y en "Sea quien sea": "«Mira, aquí estoy, mira lo que ha sido mi vida, / lo que ha sido de mi fuerza, de mi fidelidad y mi rebeldía»". Uno es ahora "el que venga después de mí" y "abrirá él solo el libro de mi vida" y "beberá las palabras amargas".

Pan de lágrimas
Hayim Nahman Bialik 
Sígueme, Salamanca, 2023. 176 páginas. 18 €

NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.


23.1.25

Una delicada obstinación

Cada nuevo libro de Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) es recibido con alborozo por sus lectores. Desde 2019 no publicaba uno de poesía (en 2024 apareció Historia alternativa de la felicidad). Aquel año, por cierto, fueron dos. Ve ahora la luz en su sello habitual, Visor, Nuevo en la ciudad nueva y lo mismo que Jardín Gulbenkian se desarrollaba, digamos, en Lisboa, éste lo hace en Nápoles, ciudad literaria por excelencia, tan italiana como española, tan de Oriente como de Occidente. 
Supongo que no se lee igual esta nueva (un adjetivo unido al nombre que la dieron los griegos: Neápolis) entrega del salmantino si uno ha pisado ese lugar, de actualidad gracias al director de cine napolitano Paolo Sorrentino por su película Parténope (la urbe vieja, la dulcis, “suave Parténope” virgiliana, “centro” de la Magna Grecia). Veinte poemas la componen. Todos dedicados (a “los destinatarios ideales de su lectura y sus mejores compañeros”) y todos con un bien escogido epígrafe (o más) al frente. De Platón, Aristóteles, Mann, el Marqués de Santillana, Dante, Cervantes, Séneca, Leopardi, Lorca, Tomás de Aquino, JRJ, Goethe, Virgilio…
Se abre con un prólogo y se declara como un homenaje a la poeta portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen.
Al machadiano “saber esperar” alude el autor para situar este demorado encuentro con la ciudad mediterránea. Menciona después al emperador Federico II (que la calificó de “amenísima”), a Alfonso el Magnánimo (protagonista de uno de los poemas), Cervantes (para él, un “sueño”), Garcilaso, Quevedo, Góngora (que no llegó a visitarla) y a Francisco de Aldana, “napolitano de nacimiento”. “Estamos en la capital de un reino”. En el sentido profético más que en el político, matiza. “Aquí descansan quienes anhelan el todo. En este modo de vida único se sacia cualquier sed de síntesis”. Recuerda, en fin, a Borges y se pregunta: “¿Qué será la poesía, sino una delicada obstinación?”. Explica el sentido de su luminoso homenaje a Sophia, como la llaman sin más los portugueses. 
De los poemas poco cabe decir: se dicen por sí mismos. Siguen la estela de ese clasicismo del que hace gala la poesía de González Iglesias, sin apenas variación desde el principio. Un clasicismo que aúna el de la Antigüedad con el del Siglo de Oro. Quizás su lírica se haya hecho más reflexiva y filosófica. También más sentenciosa. Retóricas al margen, se apoya en el resuelto uso del encabalgamiento para aportar al ritmo la cadencia métrica necesaria. La que le es inherente. De “canto” (el “sexto”) habla en un momento dado, y no por nada. Diría que Nuevo en la ciudad nueva está escrito en una eliotiana, feliz “coincidencia de lo eterno / con el instante”. 
Tal vez sea la belleza, un ideal a nuestro alcance, el asunto que vertebra el discurso de este libro unitario. “La belleza trae la justicia al mundo”, “nos vuelve a todos bienaventurados”, escribe. Y: “La belleza, / suma de muchos sueños”. La de los cuerpos (que pueden ser de carne o de mármol y casi siempre masculinos), presentes en poemas como “Lunes en el museo” y “Hércules Farnesio”. La del mar, el Mediterráneo. La de la luz (en “Mediodía”, por ejemplo). La del Vesubio, un volcán, todo un emblema al que se nombra en varias ocasiones, protagonista de ”Indiferentes al Vesubio” (tres gatos) o “Nieve en el Vesubio”. La de la arquitectura. De iglesias como la de los Pescadores (“Lo imprevisto cumple / lo meditado y hace que la vida / se desenrede”), museos, palazzos... Y en “Maiolicato”, una de las composiciones más logradas del conjunto, consagrada al claustro de la Basílica de Santa Clara. La belleza de las palabras (“¿Será / posible que me haya enamorado / de una palabra?”, en referencia a “magnánimo”), visible en el poema “Imprenta”, donde traduce a Horacio y se confirma su condición de humanista, un poeta sobre el que recae con pleno sentido ese adjetivo. Un defensor a ultranza de la humanitas y, por eso, alguien convencido de que lo que le pasa a un ser humano nos pasa a todos. Inseparable de su oficio de catedrático de Filología Latina (que asume, claro está, el pasado griego) y traductor de Horacio, Ovidio y Catulo. Se aprecia muy bien en “Anábasis”, donde “las hojas cantan en dialecto jonio”. 
Inseparable es también Nápoles de la figura de Benedetto Croce, la ciudad donde vivió y donde está su casa. Tras la visita a su biblioteca, González Iglesias escribe estos versos en su poema “Estética”: “Mientras recorro este refugio pienso/ que desde el centro de esta biblioteca / –con mirada serena hacia el pasado– / se enunció la perfecta equivalencia / entre el lenguaje y la poesía, entre / la inteligencia y la libertad”.
En “Acepto todas las imperfecciones”, “El caos de la época. / La negligencia de los gobernantes. No puedo nada contra ellos. Tengo / que seguir. El silencio y el amor / son lo mío”. Y sigue: “Dejo a la Providencia que se encargue / del mundo por un día, como lleva / milenios encargándose de esta / ciudad suya, desde antes de que fuera / fundada. Esta ciudad en la que todo / es posible”. “En estas calles / está prefigurado el Paraíso”, concluye. 
En otros sitios hace mención a “esta / época oscura que nos ha tocado”, a “lo turbio del mundo” y a “un mundo que supera por momentos / mis límites”, alusiones que cuadran bien con el poema “Elogio de cultura europea”, el que termina: “¿Y hoy, ahora? / ¿Qué queda de esplendor, qué de aventura”.
Qvodammodo omnia” es otra joya. De la sección más metafísica. Empieza: “De algún modo, cada uno de nosotros / es todo”. Se inspira en una frase de la Summa Theologica de Tomás de Aquino, quien cita a su vez a Aristóteles. “Todas las cosas, todas las personas / eso es lo que somos”. “Somos el jardín mismo que pisamos, agua / de frescor ágil…”. No “es casual”  que “volviera / aquí para escribir, entre estas cuatro / breves paredes, solo y en el centro / hermosamente multitudinario / de esta ciudad, que es todas las ciudades”. 
En “Lluvia” señala “la secreta armonía de las cosas”.
La belleza del amor tampoco falta: “Sé que, para el amor, lo conocido / y el que conoce son la misma cosa”, leemos en “Mediodía”.
Con “Nadador en Paestum”, “oh delicado fotograma griego, / oh símbolo felizmente lanzado / hasta ver otra vez el sol”, se cierra el libro. Con él vuelve la luz y el Resurgiremos de la omnipresente Sophia de Mello Breyner, que vio en el conocido tuffatore “la antelación de la belleza”. 

Nuevo en la ciudad nueva
Juan Antonio González Iglesias
Visor, Madrid, 2024. 62 páginas. 14 €

 NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO

"Veduta del Golfo di Napoli", de Pietro Aldi


19.1.25

Los reinos de la mirada





Confieso que la primera impresión cuando se me propuso formar parte del jurado de este premio fue de extrañeza. Luego, de forma inmediata, dudé. Sí, había participado en múltiples jurados a lo largo de mi vida, pero todos habían sido literarios; más que nada, de poesía. Nunca fue fácil juzgar el trabajo de otros, pero hacerlo sobre una materia que uno no conoce bien ni cuyos resortes domina… Es verdad que tanto el fotógrafo como el poeta se constituyen, como dijo Valente y me gusta repetir, en torno a dos reinos. Uno es el de la visión. De la mirada, prefiero decir, que comparte con el fotógrafo. El otro es de la memoria, que, al menos en mi caso, va indefectiblemente unido a la fotografía, ya que ayuda a fijar lo retrospectivo. Porque, como el poema, consolida un instante para siempre. Parecidos razonables hay, no cabe duda. Por eso acepté al final el envite. Agradecido, claro.
Después de ver las imágenes finalistas, comprendí que, gusto personal mediante, uno tenía algo muy parecido al criterio. La ayuda de mis compañeros de jurado, José Tono y Manuela Lorente, completó el círculo. Ojalá acertáramos.
Por lo demás, nunca he sido un buen fotógrafo. Aficionado, quiero decir. Herencia paterna, me temo. Ni antes con las cámaras analógicas ni ahora con las de los móviles, que han convertido a cualquiera en un presunto artista.
Es cierto que he estado cerca de ese oficio desde hace casi medio siglo: mis suegros y un hermano de mi mujer se han dedicado a esa profesión en el placentino Estudio Foto Rex, que nació en Tánger.
Dándole vueltas al asunto que nos ocupa, caí en la cuenta de que mi relación con la fotografía era más intensa de lo que pensaba. Además de por mi interés por ese género artístico, en lo que respecta a mi propia poesía. Así, he escrito poemas inspirados en imágenes concretas. Por ejemplo “Borgeana”, un homenaje al poeta argentino Jorge Luis Borges a partir de las fotografías que le hizo Fernando Scianna en Sicilia. O “Campo de robles en Wamel”, basado en “Eichenkamp bei Wamel”, fotografía de Albert Renger-Patzsch fechada a mediados de los años cuarenta del siglo pasado. Y “Vista de ciudad con transatlántico”, que surgió de la fotografía del mismo titulo tomada por el maestro Horacio Coppola en Buenos Aires allá por 1936. A las de otro fotógrafo genial, Bernard Plossu, le dediqué toda una serie. En mi último libro, Sobre el azar del mapa, también hay poemas inspirados en viejas instantáneas de la ciudad búlgara de Sofía o en retratos del viajero Patrick «Paddy» Leigh Fermor cuando pasó por allí.
He encontrado muchos versos que tienen que ver con esto mismo, donde aparecen la palabra foto o fotografía, lo que demuestra una constante.
Es en mi colaboración con el fotógrafo suizo Patrice Schreyer donde mejor se aprecia esta simbiosis, digamos, entre las imágenes y las palabras. A instancias del galerista ginebrino Jorge Cañete, Schreyer visitó Extremadura. Nunca había estado antes. Fue a finales de año y en una época de lluvias. Viajó por toda la región y de ese recorrido surgieron numerosas instantáneas. Melancólicas, casi en blanco y negro. De una Extremadura inédita, diría. O inexplorada. Después de verlas, en un rapto que no pude controlar y que duró un par de intensas mañanas, escribí, de manera sucesiva y casi automática, un centenar largo de dísticos (un par de sencillos versos) que al final acompañaron a aquellas en un libro titulado, como la muestra celebrada, por primera vez, en la localidad suiza de Grandson, Extremamour. Copio algunos. Los que considero más adecuados para expresar lo que esas fotografías me inspiraron.
 
Que la naturaleza es un secreto
lo sabemos al ver lo que nos muestra.
 
Es la imagen del campo esta que doran
las ráfagas de luz del sol primero.
 
Dejad que el sol corone
la lenta superficie de las cosas.
 
La niebla, ese fenómeno
que viste de misterio cuanto toca.
 
Saudoso atardecer, triste el ocaso
que precede a la noche más oscura.
 
En la ventana,
un pequeño reptil se bebe el sol.
 
Hoy la melancolía es ese claro
que alumbra entre las nubes un misterio.
 
La roca solitaria en medio de la loma
sirve para explicar la metafísica.
 
La más humilde flor echa por tierra
cualquier tratado en torno a la belleza.
 
No hay nada más concreto
que lo abstracto.
 
La luz es la materia de las cosas.
Ese rayo de sol, una promesa.
 
Hasta donde la vista alcance
está mi reino. 

NOTA. Este texto abre el catálogo Concursos Sociales 2022-2023de la Real Sociedad Fotográfica de España. Lo publica Ediciones Asimétricas. 

Ilustra esta entrada la fotografía de © Mariano Gómez Isern que ganó el primer premio del concurso en la categoría de blanco y negro.