La
Fundación Ortega Muñoz, en su sección de Publicaciones, además de catálogos, edita la colección de poesía
Voces sin Tiempo, de la que ya hemos hablado más de una vez
aquí,
y la colección
Territorios escritos. En esta última, que dirige Mercedes Monmany, sólo había aparecido hasta ahora un libro:
El último lobo, del escritor húngaro László Krasznahorkai. Son obras que surgen de una idea sencilla: se invita a un autor a Extremadura para que luego escriba algo a partir de esa experiencia. En esta ocasión, el invitado ha sido uno de los más influyentes filósofos contemporáneos, el alemán
Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947). El resultado es una obra inclasificable que no dudo en calificar de extraordinaria. Ya se verá en razón de qué.
Bajo el título El reino de la Fortuna, aborda, "a partir de los ideales renacentistas del buen y lúcido vivir", una nueva manera de ver el mundo que trae hasta la actualidad con lucidez, amenidad y rigor. Para ello, se apoya en el poeta Boccaccio y en su Decamerón, escrito para burlar la epidemia de peste que asoló la ciudad de Florencia en 1348 y, en consecuencia, la melancolía y la muerte. Frente a la desgracia, a todas las desgracias, simbolizadas en esa penosa enfermedad que alude ya a la globalización, Boccaccio propone novellas, cien novelas cortas o novelitas ("microevangelios") que se fundan en el narrar como experiencia humana liberadora. Reunidos en la iglesia de Santa Maria Novella, un grupo de siete mujeres y tres hombres inician un nuevo camino, "un nuevo modo de ver las cosas", a favor de los "ideales renacentistas" del ben vivere y de la vita è bella. "Se rebelan contra el desánimo, en general, que siempre es ya más de la mitad de la derrota". No en vano, nos recuerda, "el Renacimiento es una empresa de sabotaje de la resignación", que tendrá su continuidad, digamos, su tarea regeneradora, en la Ilustración y, ya a finales del siglo XX, en la Ecología, por simplificar ("los seres humanos se han visto forzados a revisar la calidad climático-activa de su propio obrar"), del que Extremadura y su salutífero paisaje no dejan de ser emblema. Novelar es la tarea, sí. Y la novella, añade, es "la madre de las noticias", el principio de la información.
Sin nombrar a Extremadura, el autor de
Esferas, "Aquí habla de lo esencial mismo. Del ideal. De la posible «verdad» de una tierra", en palabras de Isidoro Reguera, su traductor y amigo, quien le acompañó en su viaje, que tuvo, por cierto, lugar entre el 26 de octubre y el 2 de noviembre de 2008. El profesor de la Universidad de Extremadura aclara que su texto fue concebido, en palabras de aquél, "como un comentario indirecto a cuestiones españolas-extremeñas".
En 2010, Reguera publicó en
El País un artículo con el mismo título que esta entrada donde daba cuenta de esa visita. Allí escribió: "Al filósofo le interesaba sobremanera conocer la tierra prototípica de los esforzados descubridores del Nuevo Mundo, que iniciaron la “historia” en el sentido en que él la entiende: los quinientos años de irrupción europea en el mundo, ese proceso de medio milenio en que la imagen del mundo no era ya una esfera perfecta, como en la antigüedad filosófica y el medievo religioso, que recubría al ser humano como un caparazón de sentido, sino la del globo terráqueo imperfecto, que los europeos hubieron de descubrir y registrar tras una ardua empresa técnica de salida afuera (no es momento de valoraciones)". "La navegación es ahora el destino", anota Sloterdijk. "El océano es el primer Internet".
Lo más interesante, al menos para uno, el verdadero descubrimiento, más allá de ese brillante, paradigmático y lúcido ensayo del alemán, que nos carga de esperanza (para él, "voluntad de cultura"), que preconiza un "Renacimiento permanente", es el texto de Isidoro Reguera, un leonés afincado y arraigado en esta angosta esquina de la tierra, por decirlo con Cavafis. Ha logrado emocionarme, no tanto por sus doctos comentarios sobre el ensayo que le precede, que también, cuanto por su reflexión sobre Extremadura de la que hace un encendido elogio al tiempo que una razonada crítica.
Extremadura Renacimiento Fortuna titula su ensayo. En él tanta (o más) importancia tiene el texto principal como las extensas notas a pie de página. Éstas son acaso más personales y reproducen no pocas líneas del "diario extremeño" sobre esa estancia que Sloterdijk incorporó a su libro
Zeilen und Tage (Frankfurt, 2012), inédito en español.
El pensador alemán llega desde Sevilla (estuvo en Cáceres en una ocasión anterior y vino, nos sin complicaciones, desde Madrid). "Me parecía que si venía del sur encontraría el país cosméticamente desprevenido y que entregaría entonces su verdad mucho más rápido". Sí, como ya dijimos, "buscaba la «verdad» de Extremadura". Tal vez la encontró en
La Florentina, la finca de Dolores Hackenberg que, no por casualidad, se encuentra en la Sierra de los Lagares, al lado de
Las Viñas, la casa de la familia Trapiello-Moreno, siendo Andrés uno de los escritores que mejor ha entendido esta región. Ahí, nos explica su anfitrión, Sloterdijk encuentra su "Delos extremeño", como Heidegger encontró el suyo en su viaje a Grecia.
Durante unos días de otoño, pasea con su mujer, Regina, por ciudades (Mérida le decepciona; en Plasencia visita el museo de pasos de Semana Santa y le hace pensar si el sur y el oeste de España no siguen siendo "enclaves del masoquismo metafísico"; pisa Trujillo justo 99 años después que Unamuno, referente ineludible, otro viajero en coche por estas dehesas...), lugares (Yuste, Guadalupe), museos, restaurantes (Atrio, entre otros)...
Reguera aprovecha, ya se dijo, para hablar también de
su Extremadura, y se queja de esas odiosas comparaciones con la Toscana y la Provenza, cargadas de complejos (como si esto no fuera igual o mejor), y del trato preferente que se da a los emigrados ("extremeños ilustre que ilustremente viven fuera, y que lamentablemente no pueden tomarse como ejemplos de nada dentro, o de nada más que de haberse marchado, quizás a la fuerza, lamentablemente"), y de cómo Marca Extremadura, cuyas reuniones tuvieron cierto parecido, siquiera metafórico, con las de los florentinos noveladores del
Decamerón (doy fe, las compartí con él); aquel proyecto "que dirigía en silencio y abortó en silencio una joven" (que, añade uno, se llamaba Lola Pallero), y que quedó, por desgracia, en nada.
Dice cosas muy bonitas de esta "dura región, noble, sufrida". Por ejemplo, que es "la que mejor ha administrado su casa en Europa". O que "el paisaje extremeño cobija aún, alberga, ampara". O que "respira paz de vida, perfume, frescura". Y mucho más que no es posible trasladar aquí. Los libros, ay, están para ser leídos. Más éste, lleno de enjundia y de sustancia.
Desde Extremadura, desde Herguijuela, Sloterdijk viajó a Abu Dabi, donde el emir le esperaba para hablar del concepto de "isla absoluta" (¿no venía de una?). No sin decir que volvería y sin abogar por una Extremadura
florentina, de
novella, renacentista, que "sabotee la resignación", e ilustrada, que "sabotee el destino".