30.4.23

D'Olhaberriague lee "Sobre el azar..."


OS TRAIGO UN POEMA DEL ÚLTIMO LIBRO DE POESÍA QUE HE LEÍDO Y APRECIADO DE UNA MANERA MUY ESPECIAL. LA POESÍA DE ÁLVARO VALVERDE ES SOSEGADA Y CONTENIDA, CON UNA BELLEZA QUE BROTA DE SU SOBRIEDAD, DE UNA NATURALIDAD NADA NATURAL, FRUTO DE LA MAESTRÍA Y LA REDUCCIÓN DEL POETA. EL LIBRO SE DIVIDE EN DOS CUADERNOS DE REMEMORACIÓN DE SENDAS CIUDADES. EL DE SOFÍA ES BASTANTE MÁS LARGO QUE EL DE GINEBRA. DE ESTE SEGUNDO SON LOS VERSOS QUE HE ELEGIDO. ME AGRADAN PARTICULARMENTE LOS POEMAS CORTOS, ELÍPTICOS Y SINTÉTICOS POR IGUAL,SIEMPRE EN EL LUGAR OPORTUNO, COMO REMANSO TRAS LOS MÁS LARGOS, A LA BUSCA Y ESCUCHA DEL SER Y EL ESTAR. LOS VIAJES, LOS LUGARES, LAS CIUDADES SON PARA ÁLVARO VALVERDE PUNTOS DE PARTIDA, INCITACIÓN PARA BARRUNTAR LA RAÍZ Y LA PRESENCIA DE LAS INQUIETUDES HUMANAS. --------------------------------------------------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ UN HOMBRE GRIS PASEA ENSIMISMADO POR LAS CALLES OSCURAS DE GINEBRA. MEMORIZA PALABRAS DE UN POEMA FUTURO

Concha D'Olhaberriague. De su blog Las cañas de Midas.

29.4.23

García Fuentes lee "Sobre el azar del mapa"


Desafiando a Pascal 

Por Enrique García Fuentes

Avatares que no vienen al caso, pero que son muy similares a los que el poeta placentino Álvaro Valverde refiere en esta última entrega suya, me llevaron a mí también, hace un tiempo, a Sofia, la tan depauperada como subyugante capital de la distante Bulgaria. Digo esto al principio por que se entienda mi inmediata conexión sentimental con buena parte del contenido de este Sobre el azar del mapa, que, por simples casualidades de la vida, se superpone a (y en cierta medida completa) la reciente aparición de su autor en estas mismas páginas con motivo de su participación en ese encomiable Extremamour del que dimos cuenta hace escasas semanas. Y es que este último y emocionante poemario consta de dos partes a las que une el hecho de referir experiencias muy intimas, meditadas y primorosamente escandida –la norma, en fin, que ha hecho de Álvaro Valverde uno de los nombres imprescindibles de la actual poesía en castellano–, sugeridas a partir de dos viajes físicos realizados por el autor a los lugares que revive en los poemas contenidos en el libro. Así, por un lado, la primera y más extensa, titulada “Cuaderno de Sofía", recreará (según confiesa en el poema que lo cierra: He escrito de memoria / Ni un verso tan siquiera / se concibió en Sofia) su estancia en la capital búlgara y lugares de alrededor con motivo de un viaje familiar. La segunda parte, mas breve, se llama “Cuaderno suizo” y refiere de un modo ya exento del vínculo que condujo la primera, una estancia del poeta en dos ciudades helvéticas, Grandson y la más cosmopolita Ginebra. De nuevo opta Valverde por ubicar un poemario fuera del territorio al que habitualmente se vincula, ya lo hizo en su libro anterior, “Más allá, Tánger”, aunque de la misma forma que aquí, deglutiera la experiencia a posteriori, con lo que se pone de relieve –tal como nos aclara una de las cuidadosamente elegidas citas que le sirven de pórtico– que el verdadero resultado del periplo es la interiorización posterior del mismo y su reposada y meditada asimilación hasta convertirse en poema. Por eso, y como insistirá en decir a través del recorrido del libro, esto que el lector tiene entre las manos es la obra de un viajero, / que rehúye a conciencia / el papel de turista; solo así puede entonces transmitírsenos la hondura de esa vivencia tan remansada, tan particular claro, pero, a la vez, tan cercana, puesto que los sutiles y rápidos trazos con que es capaz de inculcarnos la realidad de lo que nos describe o siente (particularmente exentos de ornamentos excesivos) en seguida se integran en nuestra propia experiencia particular. Valverde nos considera receptores idóneos de sus reflexiones, pues cuenta con que compartimos un recipiente común donde albergarlas primero y alquitararlas después. 
Por eso los cincuenta poemas que componen la parte búlgara –un único poema, en realidad– tampoco precisan necesariamente del conocimiento fáctico del lector. Con sus breves delineaciones asimilamos la desolada tristeza que la ciudad transpira, a lo que ayuda el entorno invernal en que se sitúan las remembranzas. Se trata de un lugar tan, en principio, alejado de la rutas turísticas tradicionales que termina, sin embargo, y gracias a estos versos, latiendo en nuestro interior y mutando en belleza la sordidez de su anatomía en muchos: casos. Mi breve experiencia allí (que reviví inmediatamente con estos versos: ¿Qué decir de la luz? /A uno se le antoja casi gris. / Del color /-sucio e indefinido- /que proyecta la vida / a finales de invierno) me hizo asumir una ciudad donde aflora rápidamente el con- traste entre la pobreza evidente de la mayoría de sus habitantes y la ostentosa riqueza de otros pocos un territorio donde las huellas de su pasado más reciente (la magnitud proporcional/ a su insignificancia) sobresalen en la sobriedad digna de sus calles ajadas y silenciosas. Eso sí, no pierde el poeta ocasión –también marca de la casa– de dar cuenta, siquiera sobria, de lugares (Vitosha, Rilska, Perlovska, Knyazheska, la mezquita Banya Bashi, la catedral Alexander Nevski), personajes (poetas, claro, los Slavelkov o Zhivka Baltadzhieva) o tradiciones (Chestita Baba Marta) que quizás conoce por primera vez y sin pedanterías innecesarias comparte con nosotros. (Sin embargo, la conmovedora iglesia medieval de Boyana la ha preterido casi en aras del recreo de una anécdota –si intensa– centrada en un personaje enterrado cerca de allí). Por su parte, el “Cuaderno suizo” consta, a su vez de dos piezas un conjunto de nueve poemas (para el que firma, lo más granado del libro) sugeridos tras una breve estancia en Grandson y once más censados en Ginebra. De los primeros destaco la calma que respiran, la intimidad que recrean; apenas evocan un par de visiones desde el cuarto del hotel a breves paseos nocturnos en medio de un frío que se nos antoja casi confortable, lejos del aterimiento búlgaro. Impresiones nimias y muy cercanas: la luz del amanecer, el frio de la noche, unas tímidas ventanas encendidas (¿Qué puede estar pasando tiempo adentro / en las habitaciones de esta casa? / ¿Qué secretos esconden estos cuartos/ donde vive el misterio de la noche?). Muy distintos son los ubicados en Ginebra: donde la voz lírica pasa lista (y luce músculo de su pasión lectora) a escritores anteriores vinculados de alguna manera u otra con la ciudad. Tras cotejar el Ródano con su cercano Jerte, sus versos evocan a Costafreda, Valente, Aquilino Duque, Gimferrer, Ramos Sucre (vía Eugenio Montejo), María Zambrano o Borges, allí enterrado. 
Por todo ello me parece que Valverde contradice lo justo a Pascal, cuando el matemático decía aquello de que la infelicidad del hombre se basa solo en una cosa: que es incapaz de quedarse quieto en su habitación El estiaje poético de sus itinerarios nos torna cómplices íntegros pues gracias a sus versos vivimos en y de sus experiencias, ahora tan cercanas: tan cariñosamente parecidas a las que cualquiera de nosotros podría abrigar.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el suplemento TRAZOS del diario HOY. 

26.4.23

Una sorprendente carta de Mérida

Lorenzo Cordero @Hoy

Lleva ya uno muchos pases dados en la corrida de la vida (y que me perdonen por la metáfora los antitaurinos) como para asustarse de nada a estas alturas. Hubo revolcones, sí, e incluso cogidas, pero confieso que lo que voy a contarles me ha dejado del otro lado. Le pongo al amable lector o lectora en antecedentes. El pasado 3 de febrero recibí un mensaje de Sandra Díaz, que lleva la producción de la empresa Factoría de Arte y Desarrollo, que decía, entre otras cosas: "te contactamos (sic), ya que nos gustaría solicitarte disponibilidad y caché para tu presencia en el evento, que se celebrará entre los días 3 y 7 de mayo de 2023". Se refiere a la XLII Feria del Libro de Mérida. Añade que "la intervención consistiría en la presentación de tu obra, a través de una entrevista con un/a periodista local, además de disponer después, en el rincón literario, de un espacio para la firma de ejemplares al público asistente". Concluye: "Pensamos que tu presencia en la edición de este año, podría ayudarnos a poner en valor el evento, y aseguraría la presencia de un buen número de asistentes, que sin duda, quedarán satisfechos". Pues bien, lo pensé, recordé que inauguré hace muchos años (Vélez y Paule al frente) esa Feria y que nunca más había pasado por allí, y acepté, no sin agradecer la invitación. Le indiqué la modesta cantidad que fijaba como "caché" (un término extraño para los de este gremio) para cubrir los gastos del viaje. Ah, y le pedí que cuanto antes me informase de la fecha y hora exactas. Así sucedió a los pocos días. Algo inaudito, tuve de firmar un contrato (supongo que por el asunto económico) donde, por cierto, figuraba el nombre del Ayuntamiento de Málaga (también organizan allí eventos) y no el de Mérida. Lo corregí yo mismo y... El 1 de marzo se me confirmó que el día 3 de mayo a las 19:30 sería la presentación emeritense. Ayer pregunté a la señora o señorita Díaz si podría saber qué periodista me iba a acompañar. Silencio. Hoy, sin embargo, me ha llegado este otro mensaje, firmado por José Antonio Mondragón, de la mencionada Factoría:

"Buenos días, Alvaro (sic),

Te escribo unas letras personalmente, como director general de Factoría de Arte y Desarrollo, entidad gestora de la Feria del Libro de Mérida, para informarte que en la recta final de la organización de la XLVII Feria del Libro de Mérida, hemos tenido que, lamentablemente hacer un ajuste de última hora para favorecer la presencia de autores locales y, desde Factoría de Arte, como equipo gestor del evento, nos hemos visto obligados a prescindir de tu participación en el panel de presentaciones. Te pedimos nuestras más sinceras disculpas por este hecho, y te aseguramos que hemos intentado mantener tu presencia, aunque no nos ha sido posible por la razón que te explicamos.
Somos conscientes de que tu ausencia disminuirá el atractivo del evento, y en esa línea, nos gustaría poder contar contigo en sucesivas ediciones siempre que te pareciera bien.
Te reitero nuestras disculpas en nombre del equipo y lamento mucho las molestias que te haya podido ocasionar.
Un abrazo y estoy a tu disposición para lo que necesites". 

Como el lector o lectora puede imaginar, en este momento (lo he comprobado en el espejo) mi cara es de gilipollas. Más de lo habitual, quiero decir, que ya alguno... Como los que me conocen saben de sobra, nada me alegra más que no tener que ir a la capital extremeña, pero, a una semana de la presentación, esto me parece de aurora roja (como la que ha fotografiado en Casar de Cáceres Lorenzo Cordero, del diario HOY, y que ilustra esta entrada, publicada también en la página de la NASA Astronomy Picture of the Day). Lo que no sé, tendré que consultarlo con mis abogados, es si este insólito hecho supone, además, un incumplimiento de contrato.

Presentación placentina

En efecto, según el programa de la Feria del Libro de Plasencia, el jueves 27 de abril a las 20:00 se presenta el libro de poemas Sobre el azar del mapa, publicado por Tusquets Editores. A cargo de Juan Ramón Santos. Ojalá puedas acompañarnos. 

24.4.23

Esta tarde en Cáceres


Dice el Extremadura a propósito de la Feria del Libro de Cáceres que "la jornada de tarde la iniciará a las 18.30 horas el escritor Álvaro Valverde con su libro ‘Sobre el azar del mapa’, al que le seguirá una de las grandes sensaciones de la edición de este año, Manuel Vilas, premio Nadal 2023, que presenta ‘Nosotros’, de Editorial Destino. Será a las 19.45 horas y la firma de ejemplares tendrá lugar a partir de las 20.30". 

Lo de ir de telonero (un decir) del Gran Vilas no estaba previsto. Más de uno sabe bien el porqué. 

En el Hoy, por su parte, comentan (tras el titular "Hoy firman Manuel Vilas, Álvaro Valverde y Esteban Cortijo"): "El escritor Manuel Vilas, último ganador del premio Nadal con la novela 'Nosotros', editada por Destino, presentará y firmará ejemplares en la Feria del Libro de Cáceres hoy a partir de a las 19.45 horas. Será en las casetas instaladas en el Paseo de Cánovas, por donde antes pasarán Álvaro Valverde con 'Sobre el azar del mapa', editada por Tusquets (18.30), Óscar de la Torre, heterónimo de Julio César Galán, con 'Crónica, crítica y muerte de un heterónimo', de la editorial TREA (13.00), y Esteban Cortijo con 'La humanidad y los Césares', editado por Delfos (12.00). La afluencia a las casetas durante toda la jornada se prevé multitudinaria al ser este lunes festivo local en la ciudad de Cáceres. La feria permanece hasta el 30 de abril".

¡Nos los quitan de las manos!

NOTA: La fotografía del Hoy es de Jorge Rey. En ella aparece el político Carlos Floriano junto a la candidata del PP a la Junta de Extremadura, María Guardiola, en la presentación de la primera novela del cacereño. 

23.4.23

Sobre la poesía de Cadenas


Honradez, no estilo

A un poeta que cumple 93 años, autor de una obra ya cumplida por la que se le reconoce con el Cervantes, sólo se le puede pedir lo que Rafael Cadenas ofrece a sus lectores en sus libros (entre ellos, Obra entera, Sobre abierto, En torno a Basho y otros asuntos Contestaciones): honestidad y coherencia. En persona, digamos, y en obra. Sí, porque vida y escritura son en el venezolano inseparables. “La poesía viene de mi timidez”, confiesa. No en vano, el jurado “reconoce la transcendencia de un creador que ha hecho de la poesía un motivo de su propia existencia”. Lo suyo ha sido escrivivir (escriviure, diría el menorquín Pons). En busca de la verdad. Su humanística, ética intención quedó reflejada para siempre en “Ars poética” (Intemperie, 1977): Que cada palabra lleve lo que dice/ Que sea como el temblor que la sostiene/ Que se mantenga como un latido/ No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que no es/ Eso me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad/ Seamos reales/ Quiero exactitudes aterradoras/ Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas/ Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la impostura, restriégame la estafa/ Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme/ Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.
Ahí está todo. La lucidez, un fruto meditativo, ha sido fiel aliada de su manera de decir y, como cabe presuponer en un poeta moderno, la reflexión sobre lo escrito una constante, ya sea en forma de versos, de ensayos (sobre la mística de san Juan de la Cruz, por ejemplo) o de aforismos (No somos la fuente de nuestro vivir, pero por nosotros pasan las aguas). Cierra el círculo de su capacidad y arrojo para “designar lo indesignable” (“Lo inefable no me quiere”) su significativa tarea como traductor: Whitman, Graves, Pessoa…
La exactitud ha sido una meta perseguida, lejos de lo que denominó “verbosidad abundosa”, tan común en la lírica ultramarina. La humildad de su poesía, una suerte de refinamiento, estremece; tan ajena, a un tiempo, de la que se acoge al frívolo oropel como de la que se ampara en las vaciedades herméticas. Ni retórica ni inescrutable: clara y misteriosa. Rehúye el énfasis: es sobria. Ni poética ni literaria, nunca “cosa de arte”. Discreta, austera, melancólica y taciturna, como él. De la mirada: “Los ojos / nunca son insolventes”, propia del observador y del testigo. De los objetos, en especial de los más cotidianos y próximos: “Me interesa lo ordinario”. Compleja, cómo no: así es la vida. Y el hombre mismo, cabe añadir; de ahí su preocupación por el yo y la identidad: “No soy lo que soy ni lo que no soy”. De la realidad: otro nombre de lo desconocido, que nunca será conocido”, pues “no hay nada más extraño que la existencia”. Terrestre. Intempestiva: “Este presente es todo”. En su centro, el lenguaje: su auténtica “hechura”; un asunto, por cierto, al que tanta atención le ha dedicado. Aunque Darío Jaramillo hizo alusión a su “inestilo”, todo en sus versos obedece a un propósito minuciosamente elaborado. Su formación, no se olvide, es la de un docente universitario y sus lecturas (“Soy más bien lector”) abarcan muchas materias, no sólo la poética. Ya dije, en fin, que “la suya es una poesía de palabras «calladas» que, por la vía de la mística, no le hace ascos al silencio”. Su tono, conversacional: “cerca del habla”.
“Me atrae la escritura cercana al diario”, dijo Cadenas. Leídos a lo largo, sus poemas no dejan de ser una suma de anotaciones fragmentarias que conforman el de la dilatada existencia de un resistente. Donde se aprecia a la perfección cómo la poesía consigue el sencillo milagro de hacer “más vivo el vivir”.
 
NOTA: Este artículo se ha publicado en EL CULTURAL.

17.4.23

Rozas desde dentro


En la sobresaliente introducción de José Luis Rozas que figura al frente de Conversaciones y semblanzas de hispanistas, obra de su padre, Juan Manuel Rozas (Ciudad Real, 1936-Madrid, 1986), leemos: «Este estar atento a la nueva poesía fue una constante a lo largo de su vida, aspecto que se intensificó –gracias a la creatividad encontrada y a la necesidad de apoyar desde la Universidad el cambio de mentalidades que allí se estaba produciendo– en los años extremeños». En una nota al pie se recuerda su «Ponencia consultada de la joven poesía extremeña», leída por él en el II Congreso de Escritores Extremeños celebrado en Badajoz en abril de 1982 y luego recogida en las correspondientes actas. Lo traigo a colación porque fui uno de aquellos jóvenes a los que Rozas ayudó y, ante todo, estimuló y orientó. No todos alumnos suyos. Lo fueron, pongo por caso, Luciano Feria, Ada Salas o Diego Doncel, pero no Ángel Campos Pámpano (formado en Salamanca), Basilio Sánchez (que estudió Medicina en Badajoz) o uno mismo, aunque llegué a matricularme en su facultad. Rozas presidía el jurado que otorgó a mi primer libro el premio que llevaba el nombre de la ciudad donde tuvo lugar en citado encuentro. Eso ocurrió dos años antes de su prematura, inesperada muerte. Tenía cuarenta y nueve años. A punto de cumplir cincuenta. Asistimos sobrecogidos a su entierro. Era un hombre cariñoso. Yolanda estaba embarazada de nuestra hija Leticia, que nació tres meses después.
Cualquiera puede comprender que mi lectura no podía ser inocente. Quiero decir que abrí el libro predispuesto a disfrutarlo. Sí, mi admiración por Rozas sigue intacta. Después de leerlo, incluso ha crecido. La sorpresa, en suma, ha sido mayúscula. No esperaba algo así. Me gustan las semblanzas y todavía más las conversaciones, pero estás páginas son mucho más que eso. Intentaré explicarlo.
Antes, remito al interesado por su biografía al portal con su nombre de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. La presentación es de Jesús Cañas, alumno y compañero suyo. En ese mismo sitio se da información sobre su bibliografía y se pueden ver imágenes de su vida, el retrato que le hizo el gran Eduardo arroyo y algunas cubiertas de sus libros; no obstante, diremos muy resumidamente que estudió Filología en Zaragoza y Madrid, donde se doctoró; que trabajó en la capital: en el CSIC (donde tanto penó por culpa de sus jefes) y la recién creada Universidad Autónoma, así como en las universidades de Santiago de Compostela y Extremadura; y que enfermó muy joven, lo que condicionó no poco su existencia. También que se casó con Tina Bravo y tuvieron cuatro hijos; el pequeño, Agustín, paralítico cerebral. Otro golpe. El mencionado José Luis, filólogo como su padre, es el editor de este libro. Suya ha sido la tarea de mantener su legado y su memoria, ayudado en esta venturosa ocasión –como indica en los «Agradecimientos»– por antiguos alumnos como el citado Cañas, José Luis Bernal, Miguel Ángel Lama y José Manuel Fuentes.
La corta vida de Rozas dio mucho de sí. Este libro lo corrobora. Se escribió entre 1970 y 1976, pero sobre todo, se nos explica, en 1970 y en 1972. En un cuaderno con voluntad de «libro con unidad genérica». En «la tradición literaria […] de las semblanzas, o retratos o bosquejos biográficos». El editor rescata algunos antecedente, grosso modo, en las páginas 15 y 16. No se olvide que Rozas publica en 1974 La generación del 27 desde dentro, un hito de esa tradición. ¿Modelos? Españoles de tres mundos, de JRJ, o Los encuentros, de Aleixandre.
Al fondo, más «a largo plazo», era «portador […] de una interesante dialéctica historia/intrahistoria», un aspecto que atraía mucho al filólogo: el de las «Intrahistorias para la Historia». “Es un relevo”, afirma.
Debajo del título, entre paréntesis y en diferente tinta, escribió: «(Diario)». No es el único, por cierto, que se conserva, como indica el editor en la nota número 3, una de las doscientas treinta y tres que se incluyen el volumen, todas ellas iluminadoras y pertinentes. Al decir «diario» no podemos obviar lo que escribió en uno de los capítulos del libro, para mí el mejor de todos: «Un paréntesis: Los Pozos». Allí dice: «¿La pureza de los géneros? […] Todos se mezclan, todos se tiñen de otros: lo épico, lo lírico, lo dramático son, como todo lo creado por el hombre, abstracciones». Concluye que su empeño «acaba […] en diario personal». Más allá de lo que tiene de «teoría de la época filológica actual hecha cotidiana semblanza y plática» y de «mis relaciones con…» o «mi primera imagen de…». En otro lugar lo denomina «cuaderno de recuerdos».
«Lo que publicamos ahora, cincuenta años después, es el borrador de algo que pudo ser». Sin embargo, si bien somos consciente de que estamos ante un «proyecto, más que inacabado, aplazado, si no abandonado», la obra, en lo logrado, se sostiene como si el autor hubiera llegado a buen puerto. La transcripción del índice muestra, sí, lo que «pudo ser», pero no por eso, insisto, desmerece lo que es. Volveremos luego sobre lo inconcluso.
La idea de escribirlo, cuenta, «me vino en Salamanca», en el verano de 1969, tras unos días de convivencia con el hispanista inglés E. M. Wilson, al que dedica la primera semblanza del libro.
En su prólogo Rozas explica sus intenciones, que el editor resume así: «Conversar, por tanto; escuchar, sobre todo». En ese preámbulo expone, entre otras cosas, su convencimiento de que «en la obra viva, eterna, el crítico puede y debe poner mucho. Si no mata la obra, a causa de la propia muerte del crítico». Que éste debe «ampliar»: «Enfocar a su gusto, hacer metáfora, pero en la misma dirección del poeta. Si no, no hace crítica». Se considera a sí mismo un «testigo».
Fechado en enero de 1970, termina mencionando a Lorca que, aunque «muerto el año que yo nací», «viven gentes que lo conocieron. Y yo puedo vivir con él a través de esas gentes».
La enfermedad, ya se dijo, está en el centro de las preocupaciones del joven profesor Rozas y con ella convive durante la gestación de estas páginas. Reúma, hepatitis, Crohn… Ha visto la muerte de cerca, confiesa en la nota que antecede a la necrológica de Esquer Torres. La 12 es, en este sentido, elocuente. Puede apreciarse mejor esta situación si tenemos en cuenta la cronología que su hijo ha fijado. Paradójicamente, la convalecencia ayuda (tiene tiempo para escribir). A pesar de eso, estamos, se nota a la legua, ante un trabajo gustoso, por decirlo con Juan Ramón, propio de un «buen maestro», como pueden atestiguar quienes pasaron por las aulas donde dio clase. Con emoción, José Luis, al leer esos textos medio siglo después de que fueran escritos, «siempre a vuela pluma», escucha «una larga conversación en la que va dibujándose paulatinamente el retrato del hombre que las escribió, que teje fragmentos de su propia biografía».
Completa su introducción el capítulo «Sobre las semblanzas no escritas». Un trabajo elaborado, digamos, a cuatro manos que, según creo, es sustancial. Da pena que Rozas no culminara su tarea. A uno se le ponen los dientes largos al leer los títulos de los capítulos no resueltos. Pero, como decía, algo alivia esa desazón lo esbozado siquiera por su hijo. Así, para comprender cabalmente su bibliofilia (se rescata de uno de sus diarios –el que va de 1951 a 1958– un precioso texto que, nada más leerlo, me movió a escribir al sabio Melero), esa pasión por las primeras ediciones que pueblan los estante de su exquisita biblioteca tras fatigar los de las librerías de viejo. O para conocer rasgos personales de seres tan particulares como su amigo Paco Rico o los poetas Pepe Hierro y Guillermo Carnero (uno de los novísimos que en su reseña de El País elevó a la cátedra).
Los textos están todos fechados y su ordenación obedece a un orden no estrictamente temporal. Los primeros están destinados a hispanistas extranjeros como el antedicho Wilson, J. E. Varey y N. D. Shergold. Siguen, entre otros, Alarcos (padre), Cossío (que tanto trató a los del 27), Asensio, (humanista en Lisboa), Blecua (y su edición de la Obra poética de Quevedo, que reseña para Insula), el peculiar Dámaso Alonso, Guillermo de Torre, Lázaro Carreter (y el proceloso mundo de la Real Academia y de los académicos), el boliviano en el exilio Pedro Shimose (al que entrevista), Criado del Val (al que retrata con humor, un personaje que los de cierta edad recordamos en la televisión hegemónica de los setenta), Cela, Aleixandre (en Velintonia) etc. También «secundarios» como Ramón Nieto, Benito Sánchez, Esquer Torres, Montesinos o López del Toro.
Mención aparte merece lo que escribe sobre el bibliógrafo extremeño Antonio Rodríguez Moñino. Le dedica cuatro capítulos, además de otros dos en los que no deja de ser protagonista indirecto: el de la tertulia del Lion y el de María Brey, su esposa.
Fue para Rozas un maestro. En la bibliofilia, un fervor compartido, y en la docencia, por más que Moñino sentara cátedra en un café. Habla de sus encuentros con él, claro, de sus libros y sus enseñanzas, de sus peripecias vitales («El misterio de don Antonio», más de actualidad que nunca tras la publicación del controvertido libro de Pablo Ortiz Romero Antonio Rodríguez Moñino. Luces y sombras del mayor bibliógrafo español del siglo XX) y, ante todo, de su muerte y del ominoso silencio que la acompañó. Para uno, esas páginas contienen acaso lo mejor de la filosofía vital de Rozas y, ahí, su compromiso moral con la literatura y con la vida, tanto da.
Dije antes que «Un paréntesis: Los Pozos» era mi pasaje preferido. Es, sin duda, el más íntimo. Un autorretrato de Juan Manuel en el campo, entre Madrid y Toledo, en sus nativas tierras manchegas, donde pasó con su familia «cuatro largos y felices veranos». Con Tina, Pico, Chito, Gogó y «el pobre Agustín». «Escribo en el jardín, solo». Y «feliz». Subraya que «de siempre, he deseado vivir en pleno campo». En sus últimos años extremeños tuvo casa en un valle situado en la falda de una sierra entre Trujillo y Guadalupe, en La Viñona, que a algunos evocará Las Viñas de Trapiello, muy cercana. De su estancia en aquella finca alquilada cerca de Griñón nos ofrece un poema: «Si Stevens, si Quevedo», carmen jubilar dedicado a su amigo Asensio. En el predio extremeño escribió buena parte de los versos que ahora conforman su Poesía completa (como leemos en la nota 202, escribió «cinco poemarios en tres o cuatro años», los postreros). Rozas se quiso poeta, y pronto (cosa distinta es que conquistara su vocación tarde). Eso sí, cuando evoca su paso por la revista Trece de nieve se presenta como el “único no poeta del grupo”.  
Se pregunta si es feliz y de nuevo apela a su enfermedad y a la «doble neurosis» que le ocasiona: la torpeza física (se ve «viejo a los 36 años») y la mental («me canso y trabajo y pienso con menos vigor que antes»). «Sin embargo, trabajo», anota. «Y, de regalo, he hecho dos poemas», agrega. Con un gran sentido de la oportunidad, sigue a esa entrada otra titulada «La naturaleza y el Barroco». «Apuntes para un ensayo», reza el subtítulo. No deja de ser una auténtica lección magistral. Entre líneas, el conde de Villamediana, su poeta, a cuya vida y obra dedicó la tesis doctoral.
«Mi oposición, y ¡vítor!» titula la última. Narra lo acontecido en la que debería ser denominada «segunda oposición» a cátedra, ya que hubo un primera fallida por culpa de aviesas maniobras que le dolieron siempre. A esta se presentó solo y, para un lego, es curioso el relato detallado de los hechos.
He disfrutado mucho con este libro. Lo he leído lentamente, con el deliberado afán de prolongar ese deleite. Y todo gracias a los temas tratados, cierto, pero también a lo bien escrito que está, lo que favorece una lectura amena pese a que los temas manejados se presupongan áridos y hasta lejanos para quien no se ha movidos por los pasillos y las aulas universitarias ni por los intrigantes salones académicos ni, en fin, ha tratado con excéntricos hispanistas británicos. Una vez más sostengo que por sorpresas así merece la pena seguir leyendo.
 
Juan Manuel Rozas
Edición, introducción y notas de José Luis Rozas Bravo
Renacimiento, Sevilla, 2023. 312 páginas. 22 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO.

Con la Real Sociedad Fotográfica

Cándido Fernández Castañer, secretario de la Real Sociedad Fotográfica, me pidió aquí atrás, en nombre de su presidente, Enrique Sanz Ramírez, unos versos que pudieran servir de lema o inspiración para su Concurso Social. Acepté encantado la propuesta y elegí, para la modalidad de color, el dístico (de Extremamour, muy a propósito): Vierte la luz su dorado ropaje / para vestir de lujo lo sencillo, y para la de blanco y negro, este otro: Contemplo desde aquí lo que es un mundo. / Sin límites que alcance la mirada. Me propusieron, además, ser miembro del jurado. Aunque no soy un experto en la materia, dije que sí. No me arrepiento de haberlo hecho. Estaba acompañado de dos personas que, ellas sí, saben mucho de ese arte luminoso: la joven fotógrafa documental Manuela Lorente y el veterano escritor y gestor cultural, José Tono Martínez, director de La luna, mítica revista de la Movida madrileña. En este vídeo opinamos los tres acerca de esa interesante experiencia. 


Como ya se ha hecho público el fallo del premio, y no sin agradecer a los organizadores y a mis compañeros de jurado su trato profesional y afectuoso, muestro debajo las diez fotografías ganadoras. Por categorías y en orden de puntuación. 































16.4.23

Aquí

Adam Zagajewski
Traducción de Xavier Farré
Acantilado, Barcelona, 2023. 80 páginas. 
 
Tras conseguir el Premio Príncipe de Asturias y antes de lograr el Nobel, que sus lectores esperábamos, murió hace dos años en Cracovia (ciudad protagonista de En la belleza ajena, donde los españoles lo descubrimos) el poeta polaco Adam Zagajewski (Leópolis, actual Ucrania, 1945). Al mencionado libro le siguieron, en Acantilado, los de poesía Tierra del fuegoDeseo, Antenas, Mano invisible Asimetría; los ensayos En defensa del fervorDos ciudadesSolidaridad y soledad Releer a Rilke; y la autobiografía Una leve exageración. De otro lado, Pre-Textos, que está en el origen de su presencia en nuestro país, editó pronto la antología Poemas escogidos.
Ve ahora la luz su última entrega, publicada en Nueva York por Farrar, Straus and Giroux el año de su fallecimiento. De nuevo el poeta catalán Xavier Farré se ocupa de verter con elogiable solvencia sus poemas al castellano. Otra vez, su voz inconfundible es música para nuestros oídos.
La obra se abre con una cita muy bien traída de Lévinas: “La verdadera vida está en otro lugar, pero nosotros estamos aquí”. A esa menuda, humilde y cierta realidad se aferra Zagajewski. Desde la claridad de lo natural, digamos. Contra lo rebuscado, retórico o solemne. Léase el paradigmático “Breves instantes” o “Higos”.
Desde el principio, su inteligente ironía melancólica (su “oscura felicidad”). Como cuando recuerda un verso de Bursa (“el poeta sufre por millones”) y celebra la suerte de los que “sólo sufren por sí mismos”. O cuando, escuchando a Chopin, afirma: “Es la eternidad / pero pronto terminará”.
También, como ser bondadoso que fue, la piedad: “Sólo existe la compasión / de las personas, animales, árboles y cuadros. / Aunque siempre con retraso”. Ahí, su mundo. El nuestro. “Uno quisiera entrar en su corazón”, dice al ver una vieja fotografía de su padres.
El tono es meditativo. Transmite serenidad, sosiego. Incluso cuando asevera: “No sabemos nada. Vivimos en la oscuridad”. “Dios está en otro lugar”, leemos, como los versos anteriores, en “Domingo”.
Vuelve el poeta viajero: “sólo los poetas pueden vivir donde sea”. El que visita Santiago de Compostela, Estambul (“en el sol / del sur”), Córdoba (“Aquí la memoria es más fuerte que el tiempo”), Siena, Sambor, Drohóbych, Bełżec, Tierra Santa (“Donde estaba la felicidad”)… El que regresa a Leópolis, “pero la ciudad ya no estaba”. El que cruza fronteras: “las fronteras están en todos sitios”. El del Este: “Esto es el Este sin sol, esto, el sol / sin verano, desde aquí ya estamos cerca / de los lugares definitivos, de los inicios, del límite, / de la tierra negra, de las arias sin final”.
Vuelve el poeta de la memoria. La lejana (“Calle Arkońska, 7”, “Tengo quince años”) y la cercana, de convalecencia: “Porque un hospital en mayo, / queridos míos, no es un hospital”. La de la guerra y el Holocausto. La de los suyos: la madre (“Día del Santo”) y el abuelo Karol (“Pestillo”).
No faltan biografías (“encontrarse en el bosque oscuro de una vida ajena”) y semblanzas. De un viejo pintor anónimo o de personas reales: Gałczyński (“¿Qué hace alguien que es poeta / en el ejército, en el hospital, en el mundo?”), Faber, CK Williams (“La amistad es inmortal y no necesita / muchas palabras. Es paciente y tranquila. / La amistad es la prosa del amor”), Frénaud, Améry, Pound, Šalamun…
Ni los museos, la arqueología (“Una ciudad romana de provincias”, un homenaje a Cavafis y a “lo divino”) y el arte (Rembrandt, por ejemplo).
“Seguimos olvidando qué es la poesía / (o tal vez sólo me pasa a mí)”. Y añade: “La poesía es un viento que sopla de los dioses, / dice Cioran citando a los aztecas”. Eso sí, no siempre, precisa, lo que no hace al caso. Después de leer estos poemas, para nosotros póstumos, me atrevo a afirmar que, en ellos, la eternidad pronto, lo que se dice pronto, no va a terminar.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

13.4.23

Lourdes Murillo en Grandson

 


Estas imágenes corresponden a la exposición "Il faut toujours dire, fontaine, je boirai de ton eau", de la artista extremeña Lourdes Murillo. La muestra, que se inauguró el pasado 30 de marzo y será visitable hasta el 13 de mayo, ocupa siete fuentes de Grandson (Suiza) y su comisario es Jorge Cañete (autor de los vídeos y las fotografías), de La Galerie Philosophique



Murillo explica así sus intenciones: «Las fuentes de Grandson es una propuesta cuyo objetivo consiste en redescubrir las fuentes a través de diversos paseos por el pueblo.
​Al visitar Grandson nuestros ojos se llenan de agua. Es el lago. No comentaré su naturaleza ni su belleza porque son evidentes, pero sí su inmensidad. Parece infinito, pero no es suficiente. Se desborda por las calles y las plazas, como si de vasos comunicantes se tratara, para aflorar en las fuentes e invadir con delicadeza el trazado urbano.
​Son aguas cristalinas cuyo alegre sonido acompañará durante el itinerario mezclándose con el ruido del tráfico, el canto de las oscuras golondrinas o el celestial del carrillón de la iglesia, que nos recuerda con cada cuarto la fugacidad de la vida.
​Las fuentes se convierten en un motivo casi obsesivo de búsqueda: las escondidas, las que guardan la memoria de leyendas y las secas, melancólicas que añoran el agua que un día las habitó.
​El proyecto nace de la fascinación que me produce esta pequeña extensión urbana del lago, la que se adentra en las calles para convivir con nosotros. He elegido siete de ellas, un número simbólico.
​Intervenir sin interferir. Quiero intervenir en los vasos, en el fondo o en la superficie del agua sin interferir en su uso y disfrute ni en su estética. Me basaré en la historia,  la forma y el entorno. Cada fuente tendrá un planteamiento diferente que realce su propia belleza natural: un poema para adornar sus aguas.
​Mi medio de expresión se sirve de materiales humildes que se unen a los existentes sin agresividad, porque el respeto por el lugar arquitectónico donde se trabaja debe ser absoluto tanto en el formato como en la idea desarrollada. Y el resultado, aunque producto de largas reflexiones, sencillo».

9.4.23

La literatura sin fin de Julián Rodríguez

Cualquier lector sabrá situar al extremeño Julián Rodríguez (Ceclavín, 1968) en el mapa de la literatura hispánica reciente y, ya allí, subrayar su importancia. Digo lector pero podría añadir, para otros ámbitos, distintos tipos de personas pues, además de escritor, fue galerista de arte, editor, diseñador gráfico, comisario y crítico de arte, cocinero, hostelero y tipógrafo. Su prematura, inesperada muerte a los cincuenta años de edad puso en evidencia, de forma abrupta, que el tópico de ese irremplazable hueco o vacío que deja según quién es a veces verdad. Para constatarlo la Editora Regional de Extremadura, a la que Rodríguez estuvo vinculado durante años, donde publicó, en rigor, su ópera prima (luego veremos por qué, en una colección que él mismo había diseñado), le dedica un homenaje en forma, cómo no, de libro que, bajo la coordinación del profesor de la Universidad de Évora Antonio Sáez (amigo del autor desde la infancia), se centra en su “universo literario”.
En el ajustado, esclarecedor prólogo, Sáez señala su “lugar singular entre los escritores de su generación”; que su obra es “una conversación” (con sus lectores, sus autores dilectos −a los que citaba con pertinencia− y la memoria); que “su cartografía simbólica” transita entre “el territorio de lo cotidiano y el de lo sublime”, entre el cosmopolitismo del viajero y el asumido provincianismo del que asienta sus raíces en “lo rural”; que sostuvo una alta exigencia para con el lenguaje (escritura y reescritura); y que, en fin, sus “dos grandes llaves” literarias fueron la sobriedad y la elipsis. Lo mismo que en su vida, cabría precisar. Fue un hombre contenido y lacónico.
El volumen se divide en dos partes que, según creo, no marcan significativas diferencias en lo que al alcance de los textos y a su presunto academicismo respecta.
Abre el fuego Fernando Valls, que le califica de “multifacético”, quien examina con rigor filológico cuentos y microrrelatos de sus primeras entregas. También lo sitúa en su contexto generacional y se refiere a lo sentimental y a lo familiar.
Otro filólogo, Miguel Ángel Lama, vuelve sobre el mismo “laboratorio”, el que componen los libros Mujeres, manzanas y Nevada (que, como aclara, se publicaron por separado debido a razones editoriales, pero “dos libros que fueron concebidos como uno solo”), así como Antecedentes, su mestiza, definitiva versión. La intemperie, la nieve, sus lecturas (fue un lector omnímodo) son otros elementos que completan una reflexión que concluye con un exhaustivo index nominorum.
J. Mª Pozuelo Yvancos se acerca a su “poética” de la mano de tres libros: Ninguna necesidad, Cultivos y Antecedentes (novela, autobiografía y relatos). Subraya su “economía verbal”, su “sobriedad” y su “estilo propio”. “Su actitud −dice− es la misma que sostiene un poeta”. La técnica del collage, el asunto de la identidad, su “estética iceberg” o lo rural (como se ve, un lugar común) están también presentes en el análisis de lo escrito por este “aliado de las pocas palabras”.
J. L. Bernal Salgado aborda con solvencia todo lo que tiene que ver con los lugares de JR. Su territorio, “al norte del Tajo”. “La clave de su originalidad, de esa diferencia, se halla en el propio Julián, en su fidelidad a sus raíces, al lugar de origen, a su genealogía”, manifiesta. En el olivo y el acebuche encuentra los símbolos para explicar la dicotomía entre “lo silvestre y lo cultivado”.
David Matías (pariente del autor y “fan”, uno de los que mejor conocen su vida y obra), escribe sobre su familia. Su verdadero “campo”. “Soy de pueblo”. Más que Ceclavín, Las Mestas. “No quiero ficciones”. La clave autobiográfica de sus “piezas de resistencia”: Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás y Cultivos.
I. Mª. Pérez González estudia pormenorizadamente los personajes femeninos. Mujeres con nombre y sin él. Sus voces. “La grandeza de su insignificancia”. Entre ella, su madre: María; y sus abuelas: Claudia y Ángela.
Isabel Araújo Branco se ocupa de la relación de JR con Portugal, “presença assídua”. “Assume Portugal como uma extensão do seu espaço natural”. Su arte, su literatura, Lisboa… (Al cabo, por ceclavinero, no dejaba de ser rayano, anota uno.)
El incisivo Gonzalo Hidalgo Bayal regresa a Tiempo de invierno, su primera novela, premiada primero y publicada después, una vez reescrita, en una colección de literatura juvenil. La dejó atrás, viene a decir, por “adolescente” o por sus “imperfecciones”, pero cree que primó esto último, aunque a la postre ese hecho le convirtiera en escritor.
Marta Sanz escribe casi un libro, un extenso, penetrante diálogo con JR donde habla tanto de ella como de él. Y de Cultivos, “un tratado del conocimiento”. “Nos amuebló la cabeza”. Se lo dijo Javier, “tú sí conocías a mi hermano”. Contó “las raíces con palabras”. No olvida ni a Periférica ni a “la gran Paca Flores”.
Carlos Pardo lee el libro recién citado. Sus “piezas de resistencia”, dice, “inventan su género”. Poética y autobiografía desde “la complejidad del presente”. Escritura “esbozada”. “Elegíaca”.
Martín López-Vega, editor del póstumo de Diario de un editor con perro. La casa de las montañas. 2018-2019 da a la luz el prólogo que debió colocar al frente de esas notas que colgó de su muro de Facebook y que, siquiera como “borrador de libro”, en su versión “cruda”, matiza, publicó también la Editora. Alude allí a la búsqueda de la “patria rural” de Sciascia y al mundo rural de Pasolini. A sus observaciones del paisaje y a las voces que habitaban el lugar, la de su perra Zama inclusive. Sostiene que no se trata de un diario ni “íntimo” ni “personal”.
Iván de la Nuez evoca al JR total. Al que tenía “un plan”, a su ambición “olímpica”, al que pensaba “a España como una provincia de Iberoamérica”.
Constantino Bértolo aporta el texto que leyó en 2004 en la FNAC cuando premiaron a JR como Nuevo Talento. Es una carta a quien le ayudó “a ser mejor editor, mejor lector, mejor amigo”. “No es un escritor simpático”, confiesa. Creó “un solar” con sus libros, expone mediante una afortunada metáfora arquitectónica. Destaca tres elementos primordiales en su escritura: “la mirada, la tierra y la camaradería”. Aclara que “al mirar lo hace en compañía de otros” y que su voz “no quiere seducir […] sino compartir”.
Andrés Trapiello, con quien mantuvo “una amistad sin fisuras”, da dos textos. Unas páginas del tomo del SPP Siete moderno sobre una visita a JR en uno de sus restaurantes efímeros (donde relata su larga relación amistosa) y el artículo que publicó en El País con motivo de su muerte. “Se propuso ser moderno… sin parecerlo. Esto último, por delicadeza y, claro, por discreción”.
Para finalizar, Javier Rodríguez Marcos publica una amplia cronología que nos permite comprender mejor la intensidad con la que su “desclasado” hermano Julián vivió. Para verificar que, como afirma Iván de la Nuez, su legado es “intangible, a la vez que infinito”. Lo que fue autobiográfico y luego generacional es ya histórico.

Antonio Sáez Delgado (Coord.)
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2022. 180 páginas. 12 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 145-146 de la revista TURIA.

7.4.23

Niña


Mi hijo Alberto me anima a que publique el primer poema de Sobre el azar del mapa acompañado de la imagen en la que se inspira. Eso hago.  

1

El misterio de esta ajada ciudad 
se refleja en los ojos de esa niña
que ahora nos observa con tristeza
desde el mural pintado en la fachada
de una casa cualquiera de Sofía.

4.4.23

Qué le voy a hacer...

“Qué le voy a hacer, si yo / nací en el Mediterráneo”, podría cantar con Serrat José Carlos Llop (Palma, 1956). Y Mediterráneos (en plural, al modo de Morand) es como este narrador (autor de ensayos literarios, novelas y relatos), diarista, traductor y, ante todo, poeta ha titulado su poesía reunida, la publicada entre los años 2001 y 2021. En Poesía 1974-2001 ya había agrupado sus libros anteriores: La naturaleza de las cosas, La tumba etrusca, En el hangar vacío y La oración de Mr. Hyde.
Uno ha dicho que para el palmesano la literatura, que “nace de una forma de mirar, de contemplar, de una forma de entender la vida”, es “respiración” y la poesía, además, “un don” (“como el pan”, dice en un verso). En ella “reside algo sagrado”, “habita en la esencia de las palabras y en el misterio” y “no es consuelo sino luz”. Sostiene que “el poeta es Otro y vive en lo Otro” (un «médium», diría con su maestro Perucho).  
Los entrecomillados proceden de un libro que ayuda a entender su mundo, uno de los más ricos y singulares de nuestro panorama. Me refiero a José Carlos Llop: una conversación.
Mediterráneos, “casi medio siglo de escritura poética”, se abre con “El canto de los pájaros”. Pura sensatez. Allí confiesa que “no hay más poéticas que las que encierra el poema en sí” y que “escribir es una espera, no un acto de voluntad”. “Abrir las persianas y que entre la luz del poema: no hay más y no es poco y ahí está la voz”. Recalca después que “la escritura poética −el acto de escribir un poema− es siempre epifánica”. Y concluye: “la epifanía, el misterio otra vez”. Un misterio que convive con lo expresamente autobiográfico: “Cada libro de un poeta es una nueva entrega de su autobiografía, entendiendo ésta como la vida vivida en su verdadera plenitud: un poeta es cuando escribe un poema”, leemos en las “Notas” finales.
Seis reúne este volumen (y un puñado de poemas sin él); el más reciente, inédito: La dádiva, Quartet/Cuarteto (un “retablo” o poema extenso de estirpe eliotiana escrito en catalán y traducido por él al castellano), La Avenida de la Luz, Cuando acaba septiembre, La vida distinta y El árbol de los cormoranes. Porque el mundo llopiano es uno y reconocible, la variedad no afecta a la sensación de que estamos ante un libro único. Desde el primero hasta el último (y antes, si tenemos en cuenta su poesía anterior) encontramos algunas de esas claves que conforman su particular universo. Así, la frecuente mención a obras literarias (de Auden, Yeats, Cavafis, Zagajewski, Ajmátova, Graves, Brodsky, Dickinson…) y pictóricas (de Barceló −que ilustra la cubierta− o Scully), películas (de Wong Kar-wai, por ejemplo), piezas musicales (antiguas y contemporáneas, lo clásico y el rock), amén de otros artefactos artísticos creados por el ser humano civilizado. “A eso le llaman algunos críticos / culturalismo”, dice con ironía “En el taller”, y añade: “Como si la vida / fuera ajena a sus metáforas, / o el hombre pudiera vivir a espaldas / de lo que ha sido y es”. Ya que las menciona, cuántas metáforas y comparaciones contienen estos poemas, recursos que usa siempre de manera aguda, imaginativa y pertinente, no meros frutos del azar o del vanguardismo epatante. Parafraseándolo, el buen gusto es una forma de moral. Se nota en la elegancia que gasta. “Teoría de la experiencia” expresa bien su filosofía.
No en vano algunas composiciones del poeta remiten a tal o cual escritor (Connolly o Eliot: “él es el pensamiento poético del siglo”, al que escribe, en forma de poema, un par de cartas) y se convierten en una suerte de breves, incisivos ensayos de crítica literaria que a veces se apoyan en la técnica del monólogo dramático.
Otra clave de la poética llopiana tiene que ver con la familia, donde incluiría a sus amigos, por la importancia que le da a la amistad, otra “forma de moral”. Ahí, Helena, su amor (“Decir mi vida / y que sea verdad”) y la dedicataria de este libro de libros, sus hijos y sus padres. En este periodo, ambos mueren y les dedica sendos poemas (“Elegía” y “21-1-2011”) que no dudo en calificar de memorables.
Dentro de ese microcosmos cotidiano tienen un papel fundamental una estación: el verano, y una ciudad: Palma (“Soy el escriba de una ciudad que no existe”). A los largos estíos de su infancia en Betlem dedicó un libro espléndido: Solsticio. A su lugar natal, una pequeña obra maestra: La ciudad sumergida. Versos que tengan al verano por motivo o inspiración, innumerables (léase “Cuarenta días”). Treinta y tres pasó junto a los suyos en una casa al borde del mar, en Sa Marina, hasta que, como cuenta en El árbol de los cormoranes (lo narrativo es consustancial a esta poética), “el destino, disfrazado de herencias” le despojó de ella.
Aun asumiendo por completo “la rareza de ser insular”, la poesía de Llop es cosmopolita. Del viaje, que en literatura empieza con Ulises (“Los que aquí vivimos / somos griegos antiguos”). Ciudades mediterráneas como Alejandría, Nápoles, Venecia o Beirut, pero también París y, en los últimos lustros, Bordeaux, como él prefiere escribirlo, la ciudad francesa (“el símbolo perfecto de Europa, su aleph secreto”) donde inició una vida distinta y a la que dedicó uno de sus extensos poemas, la chanson que cierra el libro del mismo título, y “Carta de invierno”. 
Toda esta poesía melancólica de tono elegíaco (pero vitalista: “No hay vida / para quien no la ama”) y línea clara es, en fin, una larga meditación sobre el paso del tiempo: “el lugar donde ocurren las cosas”. Sobre el pasado (“Mi cuerpo está hecho de pasado”) y la memoria: “Pasan los años: yo sólo lo recuerdo”. “Las imágenes son postales de la memoria”, leemos. Un tiempo, añado, que coincide con un fin de época o de civilización donde el poeta no parece encajar. “La poesía, en el fondo, / también es tiempo, y el tiempo / es un coleccionista de antigüedades”. Un tiempo hecho de dolor y silencio que no pierde de vista la inevitable circunstancia de la muerte (ni a los muertos). Por suerte, al ser arte, “un tiempo sin tiempo”.
  
José Carlos Llop
Fundación José Manuel Lara. Vandalia, Sevilla, 2022. 368 páginas. 20 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 145-146 de la revista TURIA.

3.4.23

El Extremadura cumple cien años


Escribí esta suerte de relato para celebrar el Centenario de El Periódico EXTREMADURA a petición de Juan José Ventura. Se publica en el suplemento extraordinario que ha lanzado el diario cacereño para conmemorar esa feliz efeméride. Lo he titulado "Vida de provincia" y, como se ve, es ficción, siquiera a ratos. 

VIDA DE PROVINCIA
 
Como el Corriere della Sera, este periódico fue vespertino. Cáceres no es Milán, pero, para alguien encerrado desde que nació en este sitio, su llegada a última hora de la tarde a casa no dejaba de ser un feliz acontecimiento. Porque mi reducido espacio se abría un poco; al resto de la ciudad, que no era decir mucho, aunque para uno ya fuera algo. Me gustaba leer desde pequeño y esas páginas, que evoco desde la lejana adolescencia, me permitían ampliar mi particular visión del mundo. Circunscrita a la vida de una capital de provincias. Nunca me molestó. Que ese mundo, el mío, fuese en realidad un microcosmos. Siempre he preferido lo pequeño, lo humilde, lo modesto. Por lo mismo, siempre he detestado lo grande, lo ampuloso, lo excesivamente poblado. Si tengo que elegir, opto por el silencio frente al ruido. Por la soledad contra la multitud. A pesar de ser una persona nerviosa, por la lentitud y no por la prisa.
Supongo que entre las muchas categorías en que pueden dividirse a los seres humano está la que los clasifica en dos grupos: el de aquellos que se van y el de los que permanecen. Los que deciden romper vínculos con su lugar natal y los que, sin embargo, se aferrar al interior de sus murallas. Allí, una plaza central y calles con trazado laberíntico. Casas bajas, iglesias, conventos, palacios, tiendas, mercados, varios cines, el teatro… Fuerapuertas, avenidas con maneras de ensanche, edificios altos y barrios periféricos. Y naves y talleres. Alrededor, el campo. Accesible, próximo. Arte y parte de lo mismo.
Otros, decía, huyen en cuanto pueden de su infancia y de sus recuerdos y se van lejos, cuanto más mejor. Y nunca vuelven. Siempre me ha intrigado en qué quedó y dónde la común existencia de viejos amigos y compañeros de colegio, instituto o universidad que partieron sin que nada volviera a saber de ellos. De los que ni en Navidades ni en Semana Santa ni en verano regresan. La mejor excusa para abandonar, los estudios. De la gente de mi edad, conozco a varios que escogieron una facultad foránea para graduarse en vez de inclinarse por una local. Para eso, claro, había que tener una familia con medios económicos o una beca. Y, ante todo, ganas de perder de vista lo que uno siempre ha visto, si bien a algunos eso nunca nos canse y hasta nos parezca nuevo cada día. Rarezas, supongo. Las que adornan al que se mueve en la rutina. Al que navega por el sereno mar de la costumbre sin que, por ello, tenga que renunciar a su cuota de inquietud y de aventura. Levantarse cada día lo es.
Soy de los que resolvieron quedarse. Bueno, de los que pusieron a las circunstancias de su parte para poder hacerlo. La decisión no siempre es nuestra. O no del todo.
Como soy tímido y me cuesta relacionarme (de ahí que tenga pocos amigos y me haya mantenido soltero), al terminar la carrera, oposité. Creí que lo mejor era convertirme en  funcionario. Una oficina, un horario fijo y no excesivo, una tarea sencilla y repetida, un jefe, escasos compañeros, un sueldo aceptable, vacaciones una vez año… De casa al trabajo y del trabajo a casa.
Como no perdí afición por la lectura, las tardes y las noches se nutrieron de obras que extendieron mi vida hasta extremos inimaginables. Mi vida, digo, y me equivoco: en realidad han sido mil las vidas vividas a través de las páginas de otros. Eso, y el cine, que en los últimos años ya sólo veo en la televisión. Otra inmensa ventana al mundo. Las paredes del piso están cubiertas de estanterías, las que conforman la atestada biblioteca que tengo por refugio.
Mi otra gran pasión son los paseos. Caminar por las calles o por las inmediaciones de la ciudad, donde los polígonos industriales limitan con el paisaje natural. Paseos también rutinarios, sujetos a itinerarios fijos y a distancias y tiempos previamente calculados. Necesarios para despejar la cabeza de malos pensamientos y respirar del modo más sano posible. Para la salud y el esparcimiento. Sin compañía ni radio ni música.
Sólo una escapatoria me he permitido, aparte de estas que nombro y que a la mayoría le parecerán poca cosa. El pobre sucedáneo de la verdadera existencia de un hombre triste y fracasado. Esa evasiva han sido los viajes. Breves, esporádicos, cercanos. Nunca a ultramar (tengo claustrofobia), aunque me hubiera gustado conocer Nueva York o Buenos Aires. Mis destinos siempre han sido europeos. Vuelos domésticos, digamos. Viajes solitarios. A ciudades pequeñas más que populosas. Mejor Burdeos que París, Lucca que Roma, Amberes que Bruselas.
La de uno ha sido, ya se ve, una vida gris y de provincia. La que refleja, mejor que nadie, un centenario periódico como este. 

2.4.23

En TURIA


En el último número doble de la revista TURIA firmo dos reseñas: "La literatura sin fin de Julián Rodríguez", sobre Ejercicio sentimental. El universo literario de Julián Rodríguez, el libro-homenaje que coordinó Antonio Sáez Delgado para la Editora Regional de Extremadura, y "Qué le voy a hacer...", sobre Mediterráneos. Poesía 2001-2021, de José Carlos Llop (Vandalia).  

Revistas culturales históricas en español


Como dice Andrés Sánchez Robayna sobre Péndola, "hay cosas que, por su interés y su utilidad en todos los sentidos, nos reconcilian con este terrible mundo de las pantallas en que estamos inevitablemente envueltos. Una de ellas es el nacimiento en México, coordinado por la poeta y ensayista Malva Flores, de un «repositorio de repositorios» de revistas culturales históricas que podrán consultarse en línea. El proyecto es fascinante, y la información que recoge desde ahora mismo despierta absoluta gratitud y hasta su punto de perplejidad. Si esto es lo que ya puede verse, pensemos en lo que será dentro de un tiempo, si se consigue, como se pretende, incorporar cuatro revistas al mes".
Su dirección web: https://pendola.mx/. Puede encontrarse más información aquí
Su ideario puede resumirse así: "Una péndola es una pluma, pero es también la estructura que sostiene a los puentes colgantes. Si, como quería Octavio Paz, las revistas son puentes, en Péndola queremos ser uno de sus sostenes".
El poeta canario, que forma parte de su Consejo consultivo, añade en su carta: "Todos los interesados en el significado cultural de las revistas, pero también quienes conocen su importante papel histórico, agradecerán —agradecemos ya— el hecho de disponer de esta extraordinaria plataforma". Tiene toda la razón. ¡Larga vida!