31.12.16

De Badajoz

Además de Fiscal Superior de Andalucía y poeta, Jesús García Calderón (Badajoz, 1959), que pertenece a diversas academias (no a la Extremeña) y corporaciones, es un estudioso de la defensa de los bienes culturales y arqueológicos (los submarinos incluidos). De esa muy humana pasión por el Patrimonio debió surgir, siquiera en parte, la idea de dedicar una tetralogía a las ciudades en las que ha vivido: Badajoz, Sevilla, Lugo y Granada. Consagró la primera entrega, El mal de la muralla, a la melancólica capital gallega y, ahora, también en la ruteña Ánfora Nova, la segunda a su ciudad natal. Su título: Una ciudad traicionada. La ciudad de Badajoz como temperamento.
El libro se abre con una carta del poeta Antonio Carvajal, amigo del autor, donde éste le confiesa que "no estoy en condiciones de redactar un prólogo ni un epílogo para esta tu nueva obra", lo que a la postre resulta, paradójicamente, una perfecta introducción al libro. Allí cuenta que en los años sesenta del siglo pasado vivió en Badajoz "de oídas" gracias a los relatos sobre aquel remoto lugar fronterizo de su íntimo amigo Carlos Villareal, natural de Badajoz, y de su madre, doña Juana Valero, exiliada, digamos, en Granada. "Al fondo, el cuadro de Pedraja". Y alude a la "música del habla" y a la "bonhomía" y de ciudades "con más prestigio cultural pero menos verdad". Al leer esas pocas palabras también verdaderas no he podido por menos que evocar un día agobiante de mediados de mayo en el que compartí en Badajoz mesa y mantel con García Calderón y Carvajal, en un mesón de la Plaza de Santo Domingo de Guzmán. De eso hace diez años y ETA, que había asesinado a su antecesor en la Fiscalía, todavía mataba. 
¿Por qué traicionada?, se preguntará el lector. Pues porque en la segunda mitad del siglo XX, "favorecida por el estallido de la guerra civil y la posguerra" y, añade uno, del franquismo, su patrimonio cultural fue prácticamente demolido, en especial su recinto amurallado. Porque, como dijo Hemingway, y cita JGC, no se debe escribir sobre un lugar "hasta que no estés lejos de él", él ha comprendido Badajoz "desde el recuerdo". "Este breve ensayo, en definitiva, no es más que un conjunto de íntimas reflexiones que se han incrementado con la añoranza, que aún siento por Badajoz", su "pequeña patria". Por la infancia empieza este paseo por la memoria que no deja de ser una suerte de autobiografía: "Comencé a entender la ciudad en la que nací poco después de abandonarla". Eso fue a los 17 años y el desde Sevilla, donde se fue a estudiar junto a algunos hermanos de su familia numerosa. Para entonces, el padre ya había muerto. Era periodista del diario HOY... de Badajoz.
"No es fácil teorizar sobre la ciudad natal", afirma. Sabe, eso sí, que esa ciudad de la infancia es clave en la vida de cualquiera. Es donde empieza todo.
La suya es una "ciudad incomprendida". Desdibujada, diría, de ahí la importancia de este ensayo. Una "ciudad refugio", como todas, que aquí, por ser "plaza fuerte", es, además, "ciudad centinela" y "ciudad baluarte". Su "condición fronteriza" es indisoluble de su "condición interior". "En un rincón del mundo", la "ciudad mutilada", "remota" y "detenida", "abaluartada" y "austera", "completamente traicionada por la mano del hombre con la excusa del desarrollo".
Ciudad fluvial, como Mérida, por culpa del Guadiana, con añoranza del mar y de las playas (del oeste, del sur), un sentimiento muy pacense. Y muy portugués. Y ahí, La Raya, todo un temperamento también. "Una especie de tercera tierra o de lugar común que, sin negarla, supera la pertenencia a las dos naciones ibéricas". La primera frontera del mundo. La frontera que en realidad no lo es. Si acaso, la frontera permeable. Desde Galicia hasta Huelva.
"Ciudad de la finitud", dice con Byung Chui Han, un filósofo al que JGC cita en momentos que, como en otras ocasiones, no esquivan la mirada poética. La poesía. Y de cielos infinitos, eternos, algo que uno comprendió una tarde inolvidable desde la terraza áerea de la casa de mi amigo Antonio Franco, otro pacense de pro, sobre el río Guadiana, a un paso del viejo hotel Zurbarán.
Ciudad de conversaciones en cafeterías y veladores. Ciudad de paseos. Melancólica, de tan portuguesa, a pesar del histórico "olvido de Portugal".
Ciudad de la Alcazaba, que uno siempre veía al llegar desde Cáceres con la admiración de quien la considera acaso lo mejor de su línea del cielo. Sólo por eso...
Ciudad con identidad propia, que, a pesar del tópico, tuvo y tiene, aunque ahora sea distinta.
A su "expolio" se refiere el jurista. Por la falta de respeto a la legalidad, por la falta de cumplimiento de la normativa urbanística y por dejar que se cumpliera la teoría de las ventanas rotas de Zimbardo. Opina después sobre lo que debió hacerse para evitar que quedara "despojada casi completamente de su riqueza monumental". Porque "No es azarosa esta destrucción absurda de la vieja ciudad amurallada". Y no fue sólo por culpa de la "incultura". Es más, uno echa de menos, si se me permite el excurso, que JGC no aporte ningún nombre. El de algún alcalde, por ejemplo, que fuera cómplice, cuando menos, de esa masacre arquitectónica.
Tras el capítulo "Breve referencia a la ciudad y su pequeñas literatura" (donde menciona dos novelas importantes a la hora de comprender nuestra historia: La última fanega, de Antonio García Orio-Zabala, su padre, y Memorial de Ventoleras, de Julio Cienfuegos Linares) y al futuro de esa mesópolis, que no olvida a su hermana pequeña, la patrimonial ciudad lusa de Elvas (¿por qué no un tranvía hasta que las comunique?, se plantea) ni la "economía de la cultura", otro apartado fundamental: el que dedica al temperamento del pacense como "ser transitivo", acaso el mejor y más hondo del conjunto.
Asumir "la conciencia de la traición", "sin rencor", es el primer paso para recuperar ese futuro al que acabamos de hacer referencia. Se trataría de "rehacer". El paso está dado: este libro desentierra del olvido una maquinación que está en la base de su actual temperamento. No sé si, como uno, los pacenses eran hasta ahora conscientes de ese gravísimo hecho. Seguro que mi amiga Isabel Sánchez, pacense en Salamanca, sí. Ya no tienen excusa. Emocionante. Tanto, cabe añadir, como los poemas incluidos en el cuadernillo del Aula de Literatura "Enrique Díez-Canedo" de Badajoz editado con motivo de su lectura allí (hace la número 148) el pasado 15 de diciembre. No falta un puñado de inéditos, como "Teorema de Sesimbra":

Cada universo contiene una nación remota
y cada nación conserva una región remota
y en cada región, una comarca remota
y en cada comarca hay algún lugar remoto
y en ese lugar remoto hay un quintal
con un niño que sueña con lugares remotos.
No tiene el buen viajero que medir la distancia
porque es su alma quien guarda los lugares remotos
que enciende con sus pasos la duda del regreso.

29.12.16

El ciudadano ilustre

A Plasencia no llegan esas películas minoritarias, por muy norteamericanas que sean, donde la literatura se cruza con el cine. No digamos si el encuentro es con la pobre poesía. Por eso, de las recientes, uno no ha podido ver Historia de una pasión (de Terence Davies, con la inmensa Emily Dickinson al fondo) ni Paterson (de Jim Jarmusch, titulada por algo como el memorable poema-libro de Wiliam Carlos Williams). Sí ha llegado, cosa milagrosa, El ciudadano ilustre, de la que Carlos Boyero, en su reseña El País, dijo: "es tan original como inteligente, un ejercicio saludable de mala hostia, un relato imprevisible sobre las miserias de la condición humana, una comedia casi siempre feroz y en la que aquello que nos parece caricaturesco o surrealista tan vez solo obedezca a la vocación de realismo".
Va uno muy poco al cine, pero la película me ha gustado. Mucho. No sólo por la condición de escritor de su protagonista, con el que en ningún caso me identifico, aunque suscriba casi todas las afirmaciones sobre literatura que deja caer a lo largo de la película. He disfrutado, por ejemplo, las interpretaciones de los secundarios: el alcalde, su amigo Antonio... Por lo demás, todos los que vivimos en ciudades pequeñas (a las que llega el cine que llega) sabemos muy bien de qué hablan Duprat y Cohn, los directores de ésta. 

27.12.16

La prosa de Bishop

Para el lector español, el primer contacto con la poesía de Elizabeth Bishop (Worcester, Massachusetts, 1911–Boston, 1979), que apenas publicó cien poemas en vida, fue probablemente a través de los que tradujo Octavio Paz, recogidos en Versiones y diversiones. Luego llegó la primera antología, publicada por Mistral, de Orlando José Hernández, la misma que apareció unos años después en Visor.
La editorial Igitur publicó otro florilegio: Obra poética, a cargo de D. Sam Abrams y Joan Margarit, y antes, su libro Norte & Sur, traducido por Eli Tolaretxipi.
Por su parte, Vaso Roto, que ya había publicado Una antología de poesía brasileña y Flores raras y banalísimas. La historia de Elizabeth Bishop y Lota de Macedo Soares, de Carmen L. Oliveira, da a la luz, en dos tomos, su Obra completa y empieza por el segundo, que titula, a secas, Prosa. Lo ha traducido con solvencia el poeta Mariano Peyrou y el volumen tiene casi ochocientas páginas. La edición literaria es del poeta y crítico Lloyd Schwartz, así como el prólogo.
No es la primera vez que se da a conocer la prosa de la norteamericana en España. En Lumen apareció Una locura cotidiana, un conjunto de apenas ocho relatos traducidos por Mauricio Bach que tuvo una excelente acogida por parte de la crítica.
El libro que nos ocupa está dividido en cinco partes: “Cuentos y memorias”, “Brasil”, “Ensayos, reseñas y homenajes”, “Correspondencia con Anne Stevenson” y “Apéndice: Prosa temprana”. Pone el colofón un breve capítulo dedicado a la procedencia de los textos.
En lo que se refiere a la prosa propiamente dicha, diremos que se reúnen los relatos que publicó en vida, casi siempre en The New Yorker, a caballo entre la memoria y la ficción, con un inevitable cariz autobiográfico que ella misma confiesa. Así, en el más famoso, “En la aldea” (que para Bach era “pueblo”), se alude a la locura de su madre, internada en un sanatorio psiquiátrico. Este hecho y su posible causa: la prematura muerte de su padre a los 39 años, cuando ella tenía ocho meses y su madre 29 (y llevaban tres años casados), obligó a que la cuidaran sus abuelos maternos, muy presentes en éste y otros relatos, como “El ratón de campo”, donde la casa colonial de la familia, una antigua granja de Nueva Escocia, se convierte en centro de operaciones. Con ironía, dijo haber tenido “una «infancia infeliz» de primera categoría”.
Otros relatos reales son “Gwendolyne” y “La clase de infantil” (sus primeros recuerdos, cuando tenía cinco años y su madre enloqueció). En “La Escuela de escritura. EEUU” narra su trabajo como correctora de textos por correspondencia, donde menciona su “educación de clase alta” y su paso por el exclusivo Vassar College. En “Un viaje a Vigia” ya aparece Brasil. En “Esfuerzos del cariño: Recuerdos de Marianne Moore” evoca a su mentora, amiga y excepcional poeta, a la que conoció (junto a su influyente madre) en 1934, “una de las mejores conversadoras del mundo”. Porque la ficción cede el paso a la memoria, bien podría haber sido incluido en la segunda parte del volumen.
Los relatos que conforman el núcleo central de su prosa creativa, fueron escritos en un periodo de cuarenta años, entre 1937 (“El bautismo”) y 1977 (“Recuerdos del tío Neddy”).
A manera de resumen, podríamos decir que aplicó a la narrativa los mismos principios que destinó a sus versos. Admiraba en un poema, sobre todo, “la precisión, la espontaneidad, el misterio”. Cualidades que también imperan en sus relatos, alejados de cualquier atisbo de prosa poética al uso, edulcorada y falsamente lírica. José María Guelbenzu, que los califica de “minimalistas”, afirma: “La sencillez es, en este caso, una obra maestra de depuración estilística”. Y añade: “Bishop muestra en su prosa una alta imaginación poética, pero no hace poesía con ella”. Y concluye: “Todos los cuentos parecen hechos de minucias y se aproximan al lector con una actitud casi doméstica, pero tras ellos se adivina la mirada soberbia de alguien que sabe distinguir muy bien entre lo que es significativo y lo que no lo es”. 
Por Brasil, todo un libro (que nunca le convenció), cobró diez mil dólares, pero los editores de la revista Life, donde vio la luz, no respetaron el original que en esta edición aparece por primera vez tal cual se concibió.
En lo que respecta a la tercera parte, no es casual que empiece analizando la poesía de Marianne Moore: “Como gustéis”. Sigue con e.e. cummings (compartieron asistenta un tiempo), Emily Dickinson (a cuya estirpe pertenece: “En cierto modo, todas las cartas de Emily Dickinson son cartas de amor”), Laforgue, Huxley (en Brasil), Lowell (tanto el texto para la sobrecubierta de Life Studies como “Notas sobre Robert Lowell”, que no deja de ser un excelente retrato del “magnífico poeta” bostoniano. “Cada vez que leo un poema de Robert Lowell tengo una escalofriante percepción del aquí y el ahora, de una precisa contemporaneidad”. La de Lowell es una presencia constante, le admiraba profundamente.
Mención aparte merece “Escribir es un acto antinatural”, una suerte de poética. Ahí habla de las citadas cualidades del poema y nombra a sus tres poetas favoritos (“en el sentido de que son como mis «mejores amigos»”: Herbert, Hopkins y Baudelaire. También habla de Auden (al que dedica más adelante un homenaje: sus versos “forman parte de mi vida”), Frost, Wordsworth…
Elogia a Randall Jarrell (“el mejor y más generoso crítico de poesía que he conocido”) y podemos leer el prólogo a Una antología de la poesía brasileña del siglo XX.
La correspondencia con Anne Stevenson, de 1963 a 1965, con motivo de la monografía sobre su poesía para la “Twaynes United States authors series”, es acaso lo mejor. Alude a ese estudio como “esta especie de condensación de mi «vida»”. Habla de su afición a la pintura, la música y la arquitectura. De lo “harta” que está de que la “asocien” a Moore: “yo siempre he sido una poeta del montón con un «oído» tradicional”. De Lowell, Stevens, Neruda, Chéjov y Dewey. De su labor literaria: “Trabajo con mucha lentitud”. Del “pecado capital” de “la falta de observación”. De política (“siempre he sido anticomunista”) y religión (le gustaba Santa Teresa). De cómo dice haber escrito una poesía “preciosa”, pero que detesta lo “precioso”. “Mi pronóstico es pesimista”, asevera.
Cierra el volumen la prosa temprana, casi toda publicada en Vassar entre los años 1929 y 1934. 

NOTA: Esta reseña ha aparecido, junto a otras muchas, en el número 120 de la revista Turia, que dedica su Cartapacio a Ramón Acín, publica textos inéditos en prosa y verso, una reflexión del incisivo Valentí Puig, un par de conversaciones (con Villena e Isidro Ferrer, que ilustra el número espléndidamente) y otra entrega de los diarios (La primera patria) de su director, Raúl Carlos Maícas, que, para uno, como siempre, está entre lo mejor del volumen. "En esta sociedad infectada por la intolerancia, la infelicidad es el amor al revés". "Reconozco que, ante ciertos mercaderes de la indecencia, lo más cómodo sería cerrar los ojos, taparme los oídos, sellar mi boca. Pero no puedo. Soy de los que creen que indignarse no es una tremenda estupidez sino una admirable muestra de responsabilidad". Pienso lo mismo. 

25.12.16

Dos jubilaciones

Los años pasan y se suceden sin remedio las jubilaciones de mis compañeros de trabajo. Desde que me reincorporé en 2008 a mi oficio de maestro, lo mejor que ha podido ocurrirme, han sido no pocos los docentes que han pasado, nunca mejor dicho, a mejor vida. Siquiera en parte, añado de inmediato. Dejar el trabajo es gratificante, sí, pero no tanto para quienes conservan hasta el final de su vida laboral eso que se llama vocación, algo que suponemos inevitable para ejercer este trabajo gustoso. Los muchachinos cansan, sin duda (por eso nos dejan irnos a los sesenta con treinta de servicio), pero el apego por ellos y por su educación es, para algunos, adictivo. 
Cada colegio es un mundo, y está bien que así sea. En el mío, en el nuestro, el "Alfonso VIII" de Plasencia, es costumbre acompañar a los que se van en una comida. Suele coincidir con las vacaciones o de Navidad o de verano. Habitualmente en el Parador. El jueves se celebraron dos. Dos jubilaciones, quiero decir, aunque parecieron también, por lo copioso, dos comidas. Primero tuvo lugar un convite a modo de lunch y luego el banquete propiamente dicho. Ambos servidos espléndidamente. 
Nos sentamos unos diez por mesa. En unas están los compañeros ya jubilados, en otras los que nos mantenemos aún en activo y, por fin, en una presidencial se coloca el equipo directivo, los homenajeados y sus acompañantes. En la jubilación de Julia Martín Paradés y Milagros Cordero Morales, la primera se sentó junto a su sobrino y su prima Isabel, maestra como nosotros, antigua compañera de instituto y más tarde del colegio "Ramón Cepeda" de Jerte. La segunda, al lado de su marido Felipe y de su hija María. 
A los postres toma la palabra el director, Javier Juanals, y lee un breve discurso. La abundancia de despedidas le ha proporcionado una elocuencia llamativa, lo que hace que cada año sea mejor su disertación. En esta última tuvo el atrevimiento de dedicar a Milagros, que llevaba veinte años en el colegio y con él trece en el claustro, un texto en francés (que evocaba el "Je vol" de La Famille Bélier que cantaron sus alumnos por la mañana en el Festival de Invierno), detalle que se explica por el hecho de que al final de su carrera docente ésta haya vuelto, con gran entusiasmo (que los alumnos, verdaderas esponjas, asimilan y agradecen), a dar clases de esa lengua. Recalcó este detalle Milagros en su emotivo discurso, otra breve pieza digna de elogio. Recordó allí a su madre, que se fue tan pronto, porque se empeñó, dijo, en que una niña estrábica y esmirriada como ella (así se definió), de un pueblo pequeño y perdido (el mismo de Gonzalo Hidalgo Bayal, Higuera de Albalat, por tanto de la áspera Tierra de Murgaños), lograra salir y estudiar una carrera, la de Magisterio, que a tantos extremeños redimió, cabe añadir. Y sus felices años de docencia en el centro donde ha culminado su tarea. 
Coincidimos en el citado colegio de Jerte a mediados de los ochenta. Estuvo en el primer cumpleaños de nuestra hija y la acompañamos en el entierro de su querida madre, a la que siempre tiene, doy fe, en sus pensamientos. Ha sido maestra de nuestros hijos. Y no una maestra cualquiera. Su profesionalidad ha sido reconocida a las claras por sus alumnos y, lo que no es tan fácil, por sus compañeros. Amaba, y ama, esta labor y por eso le ha costado decidirse, lo que otros ni siquiera se piensan. El pasado jueves aún estaba en el respaldo de su silla una camiseta verde en defensa de la educación pública. Se la puso muchas veces.
Julia, la otra jubilada, llegó al "Alfonso" hace tres años, ya con veintitantos de trabajo a sus espaldas. En Ibiza, aunque ella es del Valle, de Cabrero. Sé que ejerció en Noruega, por más que ese dato no haya sido comentado. En poco tiempo se ha ganado el afecto de todos, alumnos y maestros. Persona discreta y elegante, echará uno de menos su sonrisa matutina y su delicadeza; con las plantas, por ejemplo, que se encargaba de cuidar con esmero. Y, lo que más importa, con las personas. En su discursino dijo haberse sentido en nuestro colegio (el mejor del mundo, afirmó) como en casa, esto es, que fue recibida, y luego tratada, con afecto, y que ha estado muy a gusto entre nosotros, a pesar del cambio radical que supuso en su vida su traslado, por razones familiares, desde la isla hasta aquí.
Llegaron después las imágenes gracias a la concienzuda presentación de Ricardo, realizada con la complicidad de las familias de Julia y Milagros. Su niñez, su juventud, en el trabajo... Fotografías emocionantes que siempre le ponen a uno un nudo en la garganta. Y los regalos. Para Julia, una joya y un reloj. Para Milagros, un ordenador portátil.
Aunque uno suele desaparecer en cuanto el ágape termina, ya de noche, en esta ocasión me acerqué hasta La Perdición (con ese nombre, cómo negarse) a tomarme una coca-cola. Un ratino. Allí dejé a casi todos bailando y haciéndose fotos. Ricardo hace acopio para futuras jubilaciones. Soy uno de los próximos objetivos. A ver si llegamos.

Nota; Las fotografías que ilustran esta entrada son de otro compañero, Jesús Martín, responsable de nuestra excelente página web. 

23.12.16

La poesía dinámica de Gallego

Cantó un pájaro. Antología esencial, de Vicente Gallego, publicada por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, agrupa un buen número de poemas seleccionados por Antonio Moreno. En la cubierta, una bonita ilustración de José Saborit.
Pertenecen a sus libros fundamentales, esto es, desde Santa deriva (Premio Loewe, 2002) a Ser el canto (2016), pasando por Cantar de ciego, Si temierais morirMundo dentro del claroCuaderno de brotes y Saber de grillos, además de un puñado de inéditos. A decir verdad, este florilegio, el más amplio y riguroso de cuantos se han hecho de la poesía de Gallego, es en buena medida novedoso, pues que no pocos poemas han sido reescritos y, en consecuencia, son nuevos. Lo explica muy bien, como todo lo demás, Moreno en su excepcional prólogo. Por su perspicacia e inteligencia, sí, y por su condición de poeta afín al espíritu de la poesía que analiza, pero también por el simple hecho, cabe añadir, de que es para el autor "mi lector de cabecera", una persona cercana a la que el sentido de la amistad no nubla el del entendimiento. Ni su criterio.
En el citado prólogo se nos dan, ya digo, muchas pistas sobre esta obra en marcha, "referencia ineludible en el panorama de la poesía española de los últimos treinta años". Una obra intensa, radical y dinámica, sí, por su "afán de depuración", de "disolución del individuo, esfumado, sumido en el canto". Gallego es un poeta "centrífugo" y esta antología es esencial "para trazar una cartografía cabal de la misma".
Moreno expone, además, que hay dos obras poéticas de Gallego: la actualizada y presente y la "prescrita, excluida, pretérita". Aquí se da cuenta de la "poesía vigente del autor".
El editor literario cuenta, a través de cierta vicisitudes vitales, cómo el poeta ha llegado a ser quien ahora es. La amistad, un concepto central de su poética y de su vida, explica en buena medida esos cambios. Sus encuentros decisivos, quiero decir, con Carlos Marzal, Francisco Brines, Miguel Ángel Velasco, César Simón y, aunque él no se incluya, el propio Antonio Moreno.
Se explica la evolución que va desde la "poesía de la experiencia", de la que fue un conspicuo representante, hasta la poesía desnuda, llena de fuerza y verdadera que viene escribiendo desde hace mucho tiempo en medio de un "estallido creativo" que sorprende a propios y extraños y en el que conviene incluir la profunda revisión a la que ha sometido lo ya escrito. "Labor de depuración, de poda y exclusiones" que ha sido "ardua e impetuosa", según Moreno. Que se ha llevado por delante libros enteros, como el primero: La luz de otra manera, Los ojos del extraño (Premio Loewe Joven en 1990) y La plata de los días. Ya lo dijo Juan Ramón, que identificó la poesía con "el arte de quitar lo que sobra".
Azorín, un paisano de ambos, distinguía entre novedad y originalidad. Los originales son escritores "todos sencillos, claros", "porque sienten mucho". Recuerda a Machado: "Los novedosos apedrean a los originales". Así se comprende mejor este viaje de "la novedad a la originalidad" realizado por Gallego, que tiene en Lorca, el citado JRJ y Claudio Rodríguez algunos de sus pilares fundamentales. El segundo definió a la poesía como "estado de gracia", algo aplicable a la lírica de la que venimos hablando. "La obra no se busca, la obra se recibe". Y para eso es necesario estar atento, en disposición de recibirla, un estado del alma que conoce bien este hombre apartado en una simbólica cabaña del áspero bosque mediterráneo, tierra adentro. Un ser contemplativo que, como los que son así, establece en la paradoja una suerte de "abrazo". Que tiene por encima de todas la palabra "gratitud" y por lema, afirma Moreno, el del verso de Eliot en "East Coker": "en mi principio está mi fin".
“Vas a encontrar, lector -concluye el prologuista-, una poesía verdadera, señalada de principio a fin por la emoción y por una intensidad que mal se aviene con las ambigüedades especulativas ni con las medias tintas”.
En el breve epílogo que cierra el volumen a modo de "cordial despedida", Gallego habla de su "vocación de amor" y dice: "En mitad de mi primera juventud, cantó un pájaro. Escuché claro su trino y ya no pude volver a dormirme en mi inconsciencia." En esas seguimos.

22.12.16

Petterson dixit

Babelio
Cuando en una entrevista reciente para Quimera de Fernando Clemot y Álex Chico al escritor noruego Per Petterson, que ejerció la crítica literaria en su país natal antes de dedicarse de lleno a la literatura, estos le preguntan por aquella tarea, el autor de Salir a robar caballos dice algo que me ha gustado mucho: "lo de crítico podríamos ponerlo entre comillas, Más bien soy un entusiasta".

21.12.16

Un mar de amor

Como en el reciente caso de Mario Vega, de nuevo llega a este rincón otra poeta asturiana con su primer libro publicado por Valparaíso. Se trata de Rocío Acebal (Oviedo, 1997), estudiante de Doble Grado de Derecho y Ciencias Políticas en la Carlos III, y la obra se titula Memorias del mar. Acebal ha colaborado en las revistas habituales del grupo de asturianos que con tanta frecuencia mencionamos últimamente y ha participado en las lecturas que tienen lugar en Valdediós. Precisamente José Luis García Martín firma la nota de la contracubierta donde leemos: "Rocío Acebal entra con pie firme en el país de la literatura". "Ha aprendido a escuchar antes de pretender ser escuchada, a leer antes de aspirar a ser leída. Por eso -continúa- Memorias del mar, al contrario que tantos primeros libros, es algo más que un esperanzado borrador". Javier Egea y Emily Dickinson, con sendas citas, abren un listado de epígrafes que se multiplican a lo largo del libro. Con los nombres de quienes han guiado esta primera entrega: Yeats, Pessoa, Donne, Gil de Biedma, Auden, Eliot, Brines, su paisano Ángel González, Felipe Benítez, Marzal... En efecto, esta mujer ha leído. Y ha vivido, aunque por obvias razones de edad no sea mucho. No lo parece, cabe precisar. Por la madurez de sus versos, sí, pero también porque juega con una memoria de largo recorrido, tal vez porque cuenta historias de las que no es en rigor protagonista, o lo es en diferido, gracias a la ficción literaria. No en vano el penúltimo poema está dedicado, con sorna, a "los poetas sinceros"; "versificadores" los llama Martín.
Lo cierto es que estamos ante una historia de amor y, por más que sea innecesario adjetivarlo, de un amor lésbico, lo que nos retrotrae al origen de la poesía, o casi, a la misma tierra que habitó Safo y, siglos después, Cavafis, otro poeta de cabecera de Acebal. Así, en "La poeta, tras leer el poema que su amada le dedica", dice: "Más vale el sincretismo / certero de tus ojos / que todas las imágenes / de la manida rosa". Y todo porque, leemos en otro sitio, "Aquello concebido en el amor / no temerá jamás la rabia humana".
Lo que más me ha llamado la atención, con todo, es el tono que logra trasladar al lector: algo entre lo furtivo y lo delicado, entre la fragilidad y la vergüenza (palabra que usa con frecuencia), entre la timidez y el titubeo. Ese ámbito sutil que se expresa con un lenguaje efectivo, sí, pero en penumbra.
Dije amor y, claro, quise decir también desamor y pérdida: "El amor juvenil / es artificio / temprano de un complejo". O: "Todo el pasado es dicha fraudulenta". Allí, sin embrago, sigue perdurando la memoria de una playa, en Calafell, cuando "el mundo era un poema de Barral / leído únicamente por nosotras".
Si bien la brevedad es norma (esta poética lo exige), hay poemas extensos, como "La mujer baldía", que no deja de abundar en lo femenino como asunto de vital importancia en torno a lo cual gira aquí casi todo. En "Imagen de los siglos", otra mujer: la madre: "Lo comprendo: conozco este lugar, / estuve aquí / en ojos de mi madre; / ha llegado mi turno, / es la hora / del llanto y la afonía".
Por encima de "la emoción / vacía de unos versos predecibles", Rocío Acebal consigue convencernos. Asentimos con ella en la cita final, de Borges: "Ya no será feliz. Tal vez no importa".

EL CÍRCULO

La sábana escarchada de la arena
en tu mirar refleja el desgastado
recuerdo de otra aurora: el verde prado
testigo de pasión, la luna llena,

un cigarro, los gritos, tu melena,
su aliento de caballo desbocado;
de pronto, la tormenta del pasado
y tu rostro teñido por la pena.

Entonces, -sin ti- al paso de los años
un venturoso idilio en otra orilla,
una radio de fondo, el mismo tema;

el antiguo deseo, un gesto huraño,
los restos de salitre en mi mejilla,
la memoria del mar y este poema.

20.12.16

Lindo dixit

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Elvira Lindo ha escrito un oportuno artículo de opinión titulado "¿Quién ha de hacer los deberes?" del que entresaco las menciones que hace de los profesores. 
"Los padres tienen el deber de educar a sus hijos en la medida de lo posible, para que el profesor pierda menos tiempo en corregir unos modales que dificultan la enseñanza".
"Los profesores deben serlo por vocación, no es un oficio que tolere las medias tintas."
"Los centros no deben tolerar las faltas de respeto a los profesores por parte de los alumnos; los padres no deben tolerar que sus hijos ofendan a sus profesores; los padres no deben hablar de manera displicente de los profesores delante de sus hijos; las tutorías, más en estos tiempos, deben considerarse parte fundamental de la actividad escolar".
"Los padres, los profesores y los médicos deben entender que hay niños que sufren ansiedad y la ansiedad no precisa medicación sino un ritmo social distinto".
"Los profesores deberían de tener más tiempo para desarrollar sus clases y no vivir esclavos de la burocracia".
"Cargar sobre las espaldas del profesorado el deber de que los niños sean excelentes es injusto". 

19.12.16

Línea de nieve

Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969), profesor, traductor (de Wilde, Coleridge, los románticos ingleses, Auden, Spender, Lewis, Thomas, Owen, Davies o Ashbery), narrador, ensayista y poeta, ha pasado varias veces por este rincón y, sin embargo, nunca me he ocupado por largo de ninguno de sus libros, salvo el que dedicó a la poesía de Edward Thomas, que tradujo, o eso me pareció, ejemplarmente. En una ocasión, por lo que veo, estuve a punto, pero... De hecho publiqué aquí un haiku de Cristal ahumado. Tras Últimos días en Sabinia, Destiempo o Vida y milagros, llega Línea de nieve (Pre-Textos) del que me apetece mucho hablar: me ha gustado.
La cita inicial de Montale sitúa bien la escena: "Sólo esto podemos hoy decirte: / lo que no somos, lo que no queremos" (en versión española de Fabio Morábito). Ese poema de Huesos de sepia que empieza: "No nos pidas la palabra que de par en par exhiba / nuestro ánimo informe y con letra de fuego", y donde, justo antes de los dos versos que Insausti rescata, leemos: "No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte, / sí alguna sílaba torcida y seca como una rama". Sí, esta es la poética que sostiene los poemas de este libro. Elegante, es el adjetivo que acaso mejor le cuadre. Por la forma de decir, sobre todo (luego me referiré a este asunto), pero también por lo que expresa. Hay en él algunas constantes. Vida y cultura se entremezclan. La una lleva a la otra y viceversa. Con toda naturalidad que le cabe al artificio que denominamos literatura. "No ha sucedido nada", leemos en "Crónica" y precisamente eso es lo que sucede y lo que da al cabo en poema. Todo un feliz misterio. Porque algo siempre pasa.
Estamos ante los versos de alguien que observa meticulosamente el mundo, que mira con detenimiento sus detalles (léase "El ansia"), a veces los más ínfimos, casi siempre sencillos: "¿Tal vez el arte / de la elocuencia consista sólo / en sostener esa mirada en vilo, / vivir como extranjero ante las cosas, / dejarlas ser?" De alguien que piensa y duda en voz alta. Fruto de una lección, dice entrecomillado en "Iniciación": "Debes mostrar las cosas, no explicarlas". Y: "Evita lo trivial del reportaje, / un poema ha de ser para el idioma / lo que el cristal para la arena".
El paisaje y la historia son temas reiterados. El de su país, que describe y nombra a partir de lugares concretos donde sitúa vivencias o evoca recuerdos; muy hermosos, por cierto. "Si la memoria es un lugar..." Memoria que le lleva, por ejemplo en la serie "Preludios", a trazar una autobiografía de infancia, adolescencia y primera juventud que, para mi gusto, es una  de las partes más jugosas y logradas de la obra. O a escribir: "Es algo mágico el pasado / y oírlo, una manera de estar vivo. / Será por eso por lo que hoy escribo".
En un momento dado escribe: "Todo país es un destierro". Y muy significativo resulta, en este sentido, "Eutopía". Con todo, es al País Vasco, sin olvidar el terrorismo ("Allí mataron a un civil...", dice su abuelo), el que marca ese paisaje a que aludía, que tan bien se acomoda al tono general del libro. Pero este hombre es un viajero ("T-4", "Isla"), de ahí que Japón, Roma, París, Nueva York o Florencia formen también parte de su imaginario. Algo compatible con "Regreso a Ulzama", uno de los mejores poemas del conjunto.
Dije historia y debía tal vez decir arqueología. Además de "Los arqueólogos", encontramos poemas con títulos como: "Cromlech de Oianleku" (con Oteiza al fondo), "Menhires de Belate", "Dolmen de Jentilarri". Y no son las únicas ruinas que Insausti rescata para la poesía.
El paso del tiempo ("El tiempo es más la herida que la cura") es otra constante: "vivir es diciendo adiós a cuanto pasa, / soñar un absurdo y dejarlo para luego". Léase "Meditación en el spa".
Se preguntaba Rilke: "¿Debo escribir?" A esa cuestión vuelve una y otra vez nuestro poeta, de suerte que todo el libro está recorrido por una pulsión metapoética, de indagación sobre el mismo hecho de escribir. "En la verdad del mundo ha de leerse / la mentira piadosa de un poema", dice. En "Autocensura" con mayor claridad.
En lo que al lenguaje respecta, diremos que es impecable. Sí, puede que hasta peque a veces de virtuosismo. Pero es elegante, en su más noble y elevado sentido. Como el ritmo, que se apoya con frecuencia en el endecasílabo. Los encabalgamientos están muy conseguidos (hay poemas que gracias al recurso parecen "nerviosos") y cuando toca la ironía o el humor, claves en la obra, no le hace ascos a la rima, algo muy propio de la poesía inglesa, que tan bien conoce (y traduce: en "Entierro en Ormáiztegui" he escuchado a Auden), y de la española: en algunos poemas rimados (y con sorna) ha oído uno ecos de Jon Juaristi, aunque sea de Bilbao. Paradigma de esa forma de proceder, "La estatua de Mao en Kashgan".
Otro rasgo significativo es el uso de palabras de otras lenguas en los poemas: en vasco, italiano, inglés ("Amanecer en Wall Street")... Esto le da, qué duda cabe, un aire cosmopolita muy adecuado, en absoluto disonante.
Podría señalar numerosos poemas que dan al libro el carácter emocionante que le define. Destacaré, pongo por caso, "Bruto a Ovidio" (a pesar de ciertas contemporaneidades): "Es triste, sí, no ver la luz de Roma / pero es tal vez más triste, Publio amigo, / vivir hecho un extraño entre los tuyos". Logrados están los haikus de "Otoño": "Junto al sendero, / Hokusai ha pintado / de rojo un arce". Como el extenso "Chiesa Santa Croce", con Dante de protagonista (y versos de La divina comedia entre lo suyos), concebido a partir de la noticia de que el ayuntamiento florentino revocaba, siglos después, su destierro de la ciudad, una condena a muerte. Termina: "ser es una excepción, no ser la norma". O el breve "Exigencias" (que se puede leer en la página web de la editorial). O, en fin, y amén de todos los nombrados, "Cicatrices": "En toda cicatriz hay una huella".
Termino con los versos finales del libro, del aludido "Autocensura": "Al fin y al cabo / la verdad, en rigor, se calla en verso / y oírla es una cosa que les toca a Uds."  Ya saben. 

18.12.16

Sábado

María José Muñoz
Hacía semana que no coincidíamos con Gonzalo y María José, de ahí que las cañas y los vinos se prolongaran lo suficiente como para que la tarde fuera, una vez recogidos, decididamente modorra (que diría el de Higuera). En esas estaba uno, entre sueños y veras, cuándo le asaltó la duda: ¿era hoy la lectura de Irene y Basilio?, dije de sopetón en voz alta. Sí, respondió a mi lado alguien que acababa de despertarse. Se me había olvidado. Ni siquiera tuve la deferencia de poner un aviso aquí. A las ocho estábamos en Las Claras. Besos, abrazos, saludos. Recuerdos. Al poco aparecieron nuestros compañeros de ruta sabatina. Menos mal que nos vemos, vine a decir. A los poetas protagonistas de la velada se unieron otros, como Pérez Walias y Alberto Guirao. Y los organizadores del primer Seminario Poético Ciudad del Jerte, de la asociación Caleidoscopio: Iván Sánchez y María José Muñoz. Y una tía de Irene. Y su marido, otro poeta: Ramón Pérez Parejo (con libro bajo el brazo: Gremios, Premio de Poesía Blas de Otero-Villa de Bilbao). Y más amigos y conocidos y saludados. La charla se dilató a la espera del presentador, Juan Ramón Santos. Unos decían que estaba en misa y otros que venía de viaje, de una reunión de la Asociación de Escritores que ahora preside. Y empezó el acto. Éramos pocos, esto es poesía, pero bien avenidos. No menos que en una lectura madrileña o vallisoletana. 
Empezó Irene Sánchez Carrón, tan sobria y precisa como siempre, que tras evocar su infancia placentina, explicar su itinerario lírico y mencionar algunas notas sobre su poética (cree que la poesía es ficción), nos leyó un puñado de espléndidos poemas de sus libros ya publicados. Volver a escuchar "El escondite" y "De senectute" ya le habría bastado a uno para tomarse la molestia (un decir) de bajar a la plaza un sábado por la noche en pleno diciembre prenavideño. Estoy deseando que publique ese libro que tiene casi terminado y que ratificará su posición central no sólo en el estupendo panorama de la poesía escrita por extremeños. 
Tomó luego la palabra Basilio Sánchez y, a pesar de que sigue arrastrando el resfriado que llevaba puesto en Zafra, en su voz volvieron a sonar de maravilla los versos lentos y hondos que escribe. Pocos también. Con un regalo final: los primeros movimientos de un libro inédito, Esperando las noticias del agua (que uno, muéranse de envidia, tiene la suerte de conocer). 
Le repetí lo que dije aquí hace poco, que en las lecturas, por parcos comentarios que hagan los autores acerca de los poemas, se abren nuevas posibilidades de comprensión y disfrute de los textos hasta el punto de que parecen otros. Más claros. Y sí, mejores. 
Poetas. De lujo, como estos. Qué bien los cala BS en su poema "Cordel de ciegos", que nos leyó también anoche: "Sabemos nuestros límites, / toleramos nuestra insignificancia".
Con ella a cuestas nos fuimos a tomar otra caña. Un día completo. 

17.12.16

Cáceres Express

Así se titula el primer libro que publica Julia Lama, cacereña del 91. Ve la luz en la Editora Regional de Extremadura. Ella es graduada en Comunicación Audiovisual y se presenta a sí misma como "ilustradora, animadora, dibujante y devoradora de cómics". 
Se ve que la nostalgia por el lugar natal, cuando se vive lejos de él, sigue siendo una constante, algo que uno presuponía ajeno a esta joven generación viajera por voluntad o, ay, por obligación. Es verdad que no todo el mundo ha tenido la suerte de nacer en una ciudad tan bonita como la suya. Por eso le ha dedicado este diario de viaje o travelogue, una suerte de breve novela gráfica, un paseo dibujado a través de los sitios que prefiere fechado en las Navidades de 2014. Mezcla en él las anotaciones personales y autobiográficas (que a veces se remontan a la infancia) con las sugerencias y recomendaciones que todo visitante foráneo debería verificar al recorrerla. Sus paseos por el Parque del Príncipe con sus perros (en especial por la zona que ella llama el "Parque Recóndito", una denominación con aires bayalianos) y por el Paseo de Cánovas, por la Plaza Mayor y la Parte Antigua (con páginas deliciosas dedicadas, por ejemplo, a los aljibes o a La Judería), sin olvidarse de La Montaña.
Extremeños cosmopolitas como Julia Lama son los que necesitamos. Gente abierta, sí, pero que, en este mundo globalizado, no ha perdido sus raíces, si es que se puede seguir utilizando este delicado término sin ofender. No hablo, que quede claro, de localismos, regionalismos o nacionalismos. Nunca. Todo lo contrario.
Terminaré evocando a la hija de mi amigo Miguel Ángel (que, por cierto, hace un par de discretos cameos en la obra) y de Mercedes, cuando era un bebé, en el cochecito, a la puerta de la casa de Rozas. O en Trujillo, donde vivió apenas unos meses. Y ahora...
Esperamos nuevas entregas de esta mujer apasionada y concienzuda que se autorretrata como es. Le alegra a uno su cabal entusiasmo juvenil. Pura vida.

16.12.16

De política

El Roto
1. Soy oyente (o escuchante, como prefiere Pepa Fernańdez) de la Cadena SER. Habitual y desde hace muchos años, al menos durante las primeras horas de la mañana de los días laborables. Aquí atrás me ocurrió lo que nunca antes: cambié de sintonía tras escuchar estupefacto un comentario de mi paisana Pepa Bueno acerca de lo sucedido en Alsasua. Vino a decir que el linchamiento a los guardias civiles y sus parejas no podía ser calificado de acto terrorista. Al día siguiente matizaba su tajante afirmación (que habría herido, a buen seguro, a otros seguidores de su programa) y emitía parte de las declaraciones de los agredidos, que demuestran de sobra la gravedad de esos indignantes hechos. Por la acción en sí y por lo que tiene de síntoma, que es lo más preocupante. Recordé entonces las sensatas y serenas palabras de alguien que ha demostrado con su impresionante novela Patria que sabe mucho de ese asunto. Me refiero a Fernando Aramburu. Pertenecen a una entrevista que le han hecho a él y al juez Fernando Grande-Marlaska en la revista Telva. Allí leemos: «Los recientes incidentes de los guardia civiles de Alsasua o la agresión en Bilbao al líder de Nuevas Generaciones del PP en Vizcaya levantan dudas en Aramburu sobre el abandono definitivo de la violencia en País Vasco. "A mí me queda una sombra de sospecha sobre si los terroristas podrían volver a actuar. No tenemos garantías de lo contrario. Pasan los años y ETA no se ha disuelto, ni ha entregado las armas. Me pregunto si los jóvenes de la paliza en Alsasua se incorporarían a la banda en caso de que los mecanismos de ésta estuvieran activos, porque ganas de golpear a los guardias civiles no les faltaron... El odio sigue ahí", dice». Es verdad. Y asusta. Al escuchar las palabras de la novia de un guardia civil evocaba uno las páginas del libro de Aramburu, el clima de terror que lograron imponer los asesinos de ETA y toda esa parte de la sociedad vasca, demasiados, que les ayudaron entonces, cuando mataban, y ahora, cuando su irracional ideología sigue por desgracia en vigor.

2. En esta ciudad, promovido por su Ayuntamiento, tiene lugar cada año un acto con el que se celebra la jubilación de los docentes placentinos. Como es casi íntimo y no se invita al público en general y al resto de enseñantes en particular, vi por casualidad la intervención del alcalde en una televisión local. Es proverbial su verbo florido. Su facilidad de palabra, quiero decir. De lo que dijo -atinado, sensato y oportuno-, llamó mi atención un detalle: que se refiriera a la depuración franquista de los maestros republicanos después de la Guerra Civil en la figura de don Guillermo Gómez de la Rúa. No porque los hechos no fueran repudiables y de sobra conocidos, sino porque el que hablaba era alguien del Partido Popular y es muy raro que un militante de esa agrupación política critique a Franco o a su dictadura en voz alta. Más si se trata, como hace al caso, de un cargo que, para colmo, es portavoz regional. Por eso, porque se sigue asociando a popular con franquista, ha resultado tan escandaloso que un diputado de la Asamblea, Juan Antonio Morales, y un alcalde, Antonio Pozo, hayan aceptado que una Fundación que lleva el nombre del dictador les conceda los “Diplomas de Caballero” por su “labor destacada en la defensa de la verdad histórica y de la memoria del Caudillo y su gran obra”. Lo más indignante, con todo, es que aún sigan en la formación. Los extremeños, o eso creo, no nos lo merecemos. Ni un partido que se define como demócrata.
Soy de los que piensan que el franquismo, mucho más que una ideología política, sigue vivo en la sociedad española. Incluso en generaciones que no lo sufrieron. A los lamentables hechos me remito. 

15.12.16

La nueva poesía de J. C. Galán

Julio César Galán (Cáceres, 1978), profesor de la Universidad de Extremadura (tras pasar por la de Argel y la de las Islas Baleares), crítico literario y autor teatral (EurekaCon permiso del olvido), es autor de los libros de poesía El ocaso de la aurora, Tres veces luzMárgenes e Inclinación al envés ("mi libro de madurez y en el que soy realmente yo"); además de Gajo de sol, firmado con el heterónimo de Luis Yarza, y ¿Baile de cerezas o polen germinando?, con el de Pablo Gaudet. Sobre este asunto ha escrito: «Hace largo tiempo le resumí al crítico y ensayista Óscar de la Torre mi idea de heteronimia: “El Yo absoluto: la destrucción de la identidad sociocultural, de sus ideales, de sus ideologías, de todos sus lastres (cambiarse de nombre, algunos místicos lo hacían); ir hacia los yoes que fuimos, nuestra búsqueda del tiempo perdido; crearse una comunidad literaria (la intranimia); los yoes posibles más el tú presente (la autobiografía). En fin, crearse y parirse”».
Con el nombre de Jimena Alba acaba de publicar Introducción a la locura de las mariposas (Tigres de papel) y con el suyo una obra de teatro, La edad del paraíso (Editora Regional de Extremadura), pero es de otro libro, El primer día, del que me gustaría hablar. Lo publica La Isla de Siltolá. En la "Nota del autor", Galán nos explica algunas cosas importantes para la cabal comprensión de la obra. Que "Cada libro lleva una historia dentro (o varias)", por ejemplo. O que se percató un buen día de que había que trasladar el proceso de escritura al lector, ya que "ese proceso era nuestro fin". En boca del citado Óscar de Torre, otro heterónimo (autor de Limados. La ruptura textual en la última poesía española), pone: "El poema se percibe como una traslación de un discurso roto que se requiere unitario. Por esta razón (...) se busca un lector investigador, un lector creador, un lector que participe activa y estéticamente en la lectura. Entonces es posible concebir el acto de la lectura como ejercicio de creación, pues el receptor se convierte en un actor crítico e integrante real del poema". Esta es la clave, la posición desde la que habría que leer esta poesía arriesgada y sin concesiones que se sitúa a la vanguardia (y que remite sin remedio a las viejas vanguardias) o en la avanzadilla de la que, supuestamente, debería escribirse en los años diez del siglo XXI. Pero no basta, cree uno, con ese lector ideal. Para dar cuenta de este modo radical de decir hace falta también una nueva crítica dotada de nuevos aparejos interpretativos. Ahí es donde uno, me temo, pierde pie. Con todo, diré algo acerca de mi experiencia lectora. 
"El Primer día es una celebración y un ajuste de cuentas conmigo mismo", ha dicho Galán. Y que "es muy autobiográfico, pero intento contarlo de otra manera. El libro tiene mucho de juego". Pero vayamos por partes. Este es un libro que reúne tres que al final son uno solo (porque están interrelacionados entre sí): "Para comenzar todo de nuevo", "Con orejas de trébol" y "Montoncitos de desnudez". Escritos entre 1996 y 2015, aunque en 2003 la edición ya estaba casi cerrada.
Como bien dice el poeta uruguayo Eduardo Espina en la contracubierta: "La escritura es todo lo que viene después de haber leído. Esa es la consigna de este libro omnímodo, felizmente inclasificable". Sí, contra los estereotipos y las clasificaciones, contra la epigonalidad (un tema en el que es especialista y al que ha dedicado ensayos como "Epígonos poéticos"), se levanta este libro fragmentario de tipografía atípica donde abundan las notas y la marginalia, las elipsis, las citas, los autoplagios, las reescrituras, las fechas, las refundiciones, la traducción (la escritura, dice, mientras guiña un ojo a Octavio Paz, es "un ejercicio de traducción"), el poema visual, las tachaduras, los símbolos y emoticonos, los poemas dentro de poemas, los diálogos -con Salocín Rasec, pongo por caso- y un sinfín de detalles más. "Radicalizamos la experiencia", leemos. Y en la página 97: "Me niego a dictar a quien no sabe escribirme, / a quien no sabe generar mis sentidos, / a quien no sabe trazar la realidad tal cual. / Si gusta de garrapatear la vida, que sea sin mí, / mejor darse a las certidumbres de la apariencia, / al trazo de la letra muerta y la autobiografía / sin nombre, / al excedente de lo bello que no pudo ser".
Dije diálogo y al hacerlo debería haber señalado a un puñado de poetas y filósofos con quienes lo establece: Artaud, Viel Temperley, Lezama Lima, Rimbaud, Mallarmé, Russell, Paz, Derrida, Lefevere, etc.
Hay una constante reflexión (que en ocasiones se traduce en teoría) sobre lo que se escribe (o se escribió o se escribirá), que no deja de ser algo imprescindible si de transmitir el proceso de escritura se trata. No falta, ya se dijo, el juego, la experimentación donde, claro está, el hermetismo no falta.
Se funden distintas voces (para ello usa diferentes tipos de letras) que más que a distintos personajes corresponden a diferentes maneras de abordar la realidad y la memoria ("Sin lenguaje no hay tiempo") por parte de un poeta esencialmente pessoano (recuerda el verso de Girondo a propósito del "yo": "una apariencia de la ausencia"). Con todo, detrás de la aparatosa, pero calculada, puesta en escena (de lo "parateatral"), lo que uno lee es la vida de un hombre. Basta con acercarse a "(Bucle acre de la calle Moreras)", dedicado a César Nicolás. Los datos biográficos son constantes: la infancia y la adolescencia, Argel, el cáncer, Mahón, el hijo... No falta una sutil narratividad, un rasgo que podría suponerse ausente en este tipo de poesía. Al fondo suena la música de Van Morrison.
El castellano de Galán no es rebuscado.  Hay, eso sí, una batalla entre el sentido y la falta de sentido, entre la suficiencia y la insuficiencia del lenguaje: "Algunas veces nos hacen caso / las palabras y las amamos".
"No dejes que la emoción te maneje (...) / No dejes / nada al azar, nada al corazón", leemos, y, sin embargo, ésta no falta, porque es inseparable, me temo, de la poesía. Para muestra, un botón: el poema final, el que empieza: "el desmoronamiento de la lágrima / cuando ve a su hijo recién nacido..."
Según Espina, "Estamos ante un libro extraordinario que anticipa una época del idioma y pone a la poesía española en sincronía con los tiempos de lo que vendrá entre lo no visto". Es posible. De lo que estoy seguro es de haberme topado ante la obra de un poeta riguroso y (con perdón) original que ha logrado, contra viento y marea, construir un libro digno de tal nombre. No es poco. 

14.12.16

Pardo dixit

EFE
Antonio Lucas conversa para El Mundo con José Luis Pardo, último premio Anagrama de Ensayo por su libro Estudios del malestar. El periodista comenta: En una entrevista reciente, el filósofo Jünger Habermas decía que "el error es aceptar el terreno de enfrentamiento definido por el populismo". A lo que el filósofo responde: "El éxito del populismo es el de una estrategia relativamente fácil y, sobre todo, conocida. Nos podemos sorprender sobre cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI... Pero ya decía Walter Benjamin que ese argumento es muy feo refiriéndose al asombro del triunfo del fascismo en el siglo XX después de tanto progreso. Pero es que el progreso de la humanidad puede ser regresivo en cualquier momento. Como afirmaba Tony Judd, algo habremos hecho mal, principalmente en el ámbito de la educación. Pero el hecho es que el populismo no sólo tiene triunfo como discurso en muy distintas opciones políticas, sino que además permea al adversario. El discurso de Marine Le Pen obliga a cambiar de discurso a la derecha francesa y a Manuel Valls. Y aquí en España, igual: se ha merendado la mitad del PSOE. Además, parece que no hay posibilidad de dar batalla a ese discurso en el terreno del discurso. Casi resulta ya reaccionario defender el Estado de Derecho, la separación de poderes..." 
Más adelante, Lucas inquiere: ¿Cómo definiría el populismo de Podemos? "A través del libro de Ernesto Laclau -explica Pardo- se puede deducir su sitio. Diría que es un intento de conseguir una mayoría social sin aspirar a la cohesión social, sino buscando aunar intereses particulares o de grupo muy heterogéneos. Esto obliga a tener un discurso en el que reine la ambigüedad y genere grandes palabras, grandes eslóganes, grandes insultos y grandes enemigos. El mecanismo por el que se afianza el populismo es aunando demandas heteróclitas que no contribuyen al interés general sino al enfrentamiento social. Lo hemos visto en Francia, en EEUU y en Cataluña.
Casi al final de la entrevista, Lucas pregunta: ¿La cultura no ha sido traspasada también por la misma falta de exigencia del populismo? "En España -responde el autor de La intimidad- está muy claro. Las políticas culturales en este país son, por lo general, bastante frágiles. No olvidemos que Zapatero pensó en Miguel Bosé como ministro de Cultura y Ana Botella en Raphael. La única política cultural que tiene sentido y eficacia a largo plazo es que la va a compás de una política educativa fuerte y no la destrucción que en España se ha llevado a cabo del sistema educativo desde la Logse. Los daños no son tan fáciles de reparar. Vamos a una enseñanza cada vez menos cualificada y cada vez más alejada de la sociedad. Mira, cuando se discutió el Plan Bolonia para la Universidad no hubo diferencias entre izquierda y derecha. Todo el mundo estaba de acuerdo en que la Universidad tenía que ser también un gran negocio. Algo disparatado. La educación no puede plantearse sólo como un negocio. Algunas entidades financieras están en la Universidad pública con un modelo que podríamos llamar privatización informal, en el sentido de que en los procedimientos de evaluación de los proyectos es más fácil que te den ayuda pública si tienes financiación privada. Así es. La Universidad está tan banalizada como la cultura".

13.12.16

Cortines en EC

Jacobo Cortines
Vandalia, Sevilla, 2016. 416 páginas. 

A Jacobo Cortines se le podría aplicar la gastada expresión de “verso suelto” de la poesía española contemporánea. Y de la andaluza, una tradición dentro del panorama. Y no un verso cualquiera, sino un endecasílabo de esos clásicos que él borda. Ajeno a cualquier generación y lejos del mundillo literario, no por eso este profesor universitario jubilado, traductor de la poesía de Petrarca (otra rama de su escueta obra lírica), merece menos consideración que otros nombres del discutible canon.
Su poesía completa, que se publica coincidiendo con su 70 cumpleaños, viene precedida por un prólogo donde narra con lucidez, veracidad y en detalle su propio itinerario poético. Introducción, “La escritura del tiempo”, que casa con la conferencia leída con motivo de su intervención en el ciclo Poética y Poesía de la Fundación March. Allí explica la elección del título “por imperativo temporal”, “dos ejes sobre los que gravita una existencia que reclama tanto la luz como las sombras para dar expresión a ella misma”. Y alude a sus tres pasiones artísticas: la poesía, la música y la pintura, aunque se haya decantado por la primera: “la búsqueda de uno mismo a través de la palabra, el perfeccionamiento moral, la comunicación con los otros”. Por su “consuelo”; como “terapia”. Con todo, es a la pasión amorosa a la que se canta. A la que siente por su mujer (Cecilia, “de celestes ojos”, “con la que siempre voy”), por la vida, por su familia, por sus amigos…
Y, además, los paisajes, “más que descripciones físicas son plasmaciones de unas imágenes interiores”. Escritos “desde dentro”. Inscape más que landscape, diría Hopkins. Paisajes humanizados y luminosos del sur: del campo (“templo donde suena / su secreto misterio”), del mar (“Este mar es mi vida, mi memoria”), del jardín, del patio. Y de los interiores. De lugares con nombre: Micones, El Labrador, El Manantial y Armenta; respectivamente, la hacienda familiar, su retiro en Lebrija, la casa de Puerto de Santa María y la de Sevilla.
A los libros publicados sin prisa ni pereza, uno por década: Pasión y paisaje (1983; donde se integra su ópera prima, del 78: Primera entrega), Carta de junio y otros poemas (1994), Consolaciones (2004), Nombre entre nombres (2014), se une ahora una “entrega abierta”, Días y trabajos, y una “Adenda” extraordinaria: las clarividentes páginas de su diario inédito, La edad ligera. Fragmentos de una vida, que tienen relación con la escritura de esos versos. El documento, insisto, es asombroso y multiplica el valor del libro.
“A favor de la claridad, de la coherencia” gira la voluntariosa y necesaria obra de Cortines, un resistente. Escrita desde la subjetividad, autobiográfica (“nada puedo afirmar que exista fuera de mí”) y experiencial (un consagrado “programa de vida”), quiere ser “testimonio del tiempo en el que estoy”. Su sinceridad, por íntima, acorde y veraz, impresiona.
Entre la celebración y la elegía, a través de la memoria y la mirada, avanzan con elegancia, lentitud, ritmo y delicadeza los sobrios endecasílabos blancos de Cortines que no siempre son capaces de ocultar el dolor (léase “Europa”), la angustia y la tristeza. Por las pérdidas (de la infancia en Micones). Por los ausentes: su padre, su madre, su hermana Salud. Pero que también sabe mostrar la alegría: por el amor (“Réplica final”), por “cuanto me rodea”.
Sin vanos alardes –la poesía es “más que mero juego lingüístico”, dice–, conviene resaltar sin embargo su maestría al abordar el inusual poema extenso: en “Tarde de junio” (una carta al padre) y “Nombre entre nombres” (su cortijo lebrijano, “la gran ilusión de nuestra vida”, al fondo). ¡Qué noble ejercicio de honestidad!

Nota: Esta reseña apareció publicada el pasado viernes en El Cultural.

11.12.16

Literatura noruega

El número 397 de Quimera nos depara una agradabilísima sorpresa: un dossier dedicado a la literatura noruega que es, en realidad, una suma de interesantes entrevistas con un puñado de escritores nórdicos (cinco mujeres y tres hombres) realizadas por Álex Chico y Fernando Clemot, que además los ha retratado (se lo pusieron fácil, es gente guapa). Los dos viajaron a Oslo y conversaron con los mencionados poetas, novelistas, editores, traductores...
Dije sorpresa porque uno ha frecuentado poco esa literatura del silencio, la memoria, el frío y el paisaje donde la naturaleza, sí, es algo omnipresente, pues, como aquí, donde uno vive (bastante más al sur, aunque también al oeste), su presencia es del todo natural, valga el juego de palabras. Ponerse urbano, que para algunos es una forma de ponerse estupendos, es complicado cuando lo que te rodean son bosques, fiordos y cabañas. 
Para empezar, destacaría la introducción, un hermoso texto de Chico titulado "Cuaderno del norte", que es, además, una crónica del viaje a aquellas misteriosas tierras. Siguen, en orden de aparición, Fosse (que dejó la bebida y se levanta a escribir a las cinco de la mañana, el mismo que goza de apartamento en el mismísimo Palacio Real de Oslo aunque viva en Austria, el que dijo: "Escribir es como rezar", el admirador de Heidegger que relaciona la literatura con "esa luz interior que se transforma en un lenguaje"), Engelstad (editora de Oktober, que cuenta, para pasmo de paletos como yo, cómo el Estado ayuda a los escritores, a través del programa Arts Council Norway, comprando sus libros para las bibliotecas públicas de ese país de lectores, lo que permite vivir de lo que escriben hasta a los pobres poetas, incluidos los experimentales, y cómo los bloggers noruegos reciben importantes cantidades de dinero de algunas editoriales para que reseñen sus libros, aunque en Oktober se limiten a enviárselos a los más serios), Flatland (que recuerda, como casi todos, lo del citado programa, el innkjøpsordningane, y habla de los soldados noruegos en Afganistán, una constante en su generación y un tema literario de primer orden), Petterson (uno de los más conocidos fuera de su país, destaca que lo importante es el paisaje pues "cada uno escribe de forma diferente según de donde viene, porque hay una comprensión del humor y un lenguaje propios del paisaje", que le gusta escribir "como si fuera el lector" y que uno ha de moverse "en dirección al dolor"), Skomsvold (que descree de las literaturas nacionales -a pesar de que, según dicen, hay una noruega- y piensa que la poesía parte de "una necesidad extrema de expresarse", algo que descubrió en una cárcel de Dublín), Ørstavik (que proviene, como casi todos, de una escuela de escritura, alude a la importancia del paisaje, a su infancia entre samis y al divorcio, que cambió su manera de escribir), Mytting (autor de El libro de la madera, publicado aquí por Alfagüara, entiende que "hay grandes historias en los sitios pequeños, en las pequeñas ciudades" y opina que los noruegos tienen "una conexión extrema con lo salvaje"), Baggethun (esta sabia traductora del noruego al español habla de Hamsun, un nazi que escribía maravillosamente, de los dialectos noruegos y de las lenguas que cohabitan en su patria, de la influencia de los principios luteranos en su forma de ser: modesta y humilde, de la naturaleza "que nos invade en el noruego" o del "desnudo total" de Knausgård, ese fenómeno de las letras nórdicas).
¡Qué ganas de leer! Sólo dos cosinas ha echado uno de menos o han llamado mi atención: que no se dé nunca la fecha de nacimiento de los escritores entrevistados y que no se haya incluido una práctica bibliografía básica de los libros que estos autores han publicado en España. Hubiera sido la guinda de un pastel que, con todo, ha quedado de lujo. Enhorabuena. Gratulerer. 

9.12.16

Contra el silencio

El silencio de los peces ganó ex aequo la pasada edición del Premio Jaime Gil de Biedma, lo que dice mucho de un jurado ajeno a la consabida previsibilidad de los premios poéticos del sello madrileño. Su autor, Jacobo Llano, que nació en Madrid en 1971 y es economista de profesión, publicó en 2013 su ópera prima: No sabemos. Ni aquélla ni ésta son edades de poeta primerizo. Y se nota. 
Las dedicatorias son elocuentes: padre, madre y hermanos. A la memoria del primero, José Antonio (que nació en el 29, como el mío), se erige este libro como si fuera una suerte de memorial. Tiene uno recientes otras lecturas con padres de por medio. Me refiero a Carta al padre, de Jesús Aguado, Crónica natural, de Andrés Barba, y Padre, de Juan Vicente Piqueras (que he reseñado para El Cultural). Son libros muy diferentes entre sí, como suelen serlo los progenitores. El tono también es distinto, acaso lo más logrado y personal de esta obra que no esquiva ni lo narrativo ni lo autobiográfico. Llano lo tiene claro. Su filiación poética, no hay más que leer, es anglosajona. En una entrevista ha citado a Auden, Eliot y Hughes. Y a Cernuda, que como bien dice, "en el fondo aprendió qué era la poesía anglosajona y estableció un puente hacia ella". Un puente que han atravesado, de entonces acá, algunos poetas españoles y que ha dado lugar a una de nuestras mejores y más asentadas tradiciones: la de la poesía meditativa, a la que bien puede acogerse este libro que abren tres epígrafes de tres poetas de esa misma estirpe: Gil de Biedma, Zagajewski y Andrade. Ese "juego de los despropósitos jugado entre seres que se quieren" mencionado por el autor de Moralidades está muy presente en los elegantes versos de Llano. La suya es una poesía que denota inteligencia (no pedantería), alejada de eso que muchos entienden por poético y que a uno le parece casi siempre cualquier cosa menos poesía. Que nadie espere aquí ni demasiada imaginación ni demasiados sueños. Tampoco divagaciones o experimentos. Ni aires silenciarios: Llano ha venido a decir, no a callarse. Sus poemas son bastante extensos y discursivos. Su poesía, reflexiva. Lo racional se impone, en su más humano sentido. "Por una grieta en la mitad de un muro / entran aquellos días en mis días de ahora", dicen los primeros versos del libro. Nueve años después de la muerte del padre, su hijo usa en el trabajo su vieja chaqueta ya raída. Es el pequeño de siete hermanos. El que lo acompaña al hospital ("El laberinto de Creta"). El que le pasea en el coche hasta "La Pasarela". Aunque la enfermedad ha sido larga y todos han sufrido, el poeta no se deja llevar por el patetismo. Ni por la efusividad. La contención es norma. Y el pudor ("En casa se vivió siempre el pudor"), lo que no obsta para que la intimidad aflore con su inevitable suma de sensibilidad y de crudeza. Ya no es "infranqueable". Por ejemplo, cuando alude al tortazo en "Autoridad", al abandono del hogar en "Primera mudanza", a los besos en "Hombres cercanos", o, en fin, cuando en el poema "Hijos", ante la imposibilidad de tenerlos, le dice a su padre: "Mi hijo no verá tu rostro en el mío". Digo "le dice" y lo hago no porque fuera así en la realidad, sino porque toda la obra es una larga conversación con su padre, hasta el poema final, donde esa virtualidad se hace explícita.
En "La familia Roulin" homenajea el gusto de aquél por la pintura (explícito en la cubierta del volumen negro de Visor, diseñada por Maribel Vázquez, esposa del autor, donde resalta un bonito dibujo original a tinta de José Antonio Llano) y cita una carta de Vincent van Gogh a su hermano Theo que es, además, una poética: "me gustaría pintar de tal manera / que quien tuviera ojos viera claro". Basta con cambiar pintar por escribir. Termina: "El amor, como la compasión, / ocurre solamente de uno en uno".
Le sigue una serie de poemas americanos que dan un toque fresco y exótico al conjunto. México, un rancho, los años cincuenta del siglo pasado, la empresa familiar, los viajes... "Rancho Bamoa", "Al otro lado del Atlántico", "Los días alegres"... Ahí, rilkeana, "la quietud que precede a lo terrible". El miedo. En "Historia abreviada de la fe", con el padre Alberto ("el eco de un rumor / austero y carmelita").
"Aparición de Belial" (no es la única alusión bíblica del libro) marca un momento trágico que cualquiera puede haber vivido en una blanca y aséptica habitación hospitalaria. Por contraste, otro poema fundamental: "Los meandros del tiempo" (la pesca con caña, Walton, los recuerdos felices). Y "La linterna mágica", con los hitos de un itinerario vital en tiempos complicados: Santander, Nueva York, Madrid, New Jersey, Barcelona...
Mencioné antes, sin nombrarlo, "El debilitamiento", magnífico, emocionante poema que cierra este libro tan breve como vigoroso. "De nada ni de nadie somos solo testigos", dice. Comienza con una mención a "tu admirado Cernuda" y termina: "El tiempo no lo cura todo. El tiempo es la herida".

7.12.16

Cabezada

Plaza Chica de Zafra
Por aquello de que uno mencionó la extraña costumbre, para mí, de dar la cabezada en los funerales de Zafra antes de la celebración de la santa misa, José María Lama Hernández, historiador de pro y churretín hasta la médula, ha tenido el detalle de enviarme, a pesar del dolor, unas breves “Notas para una teoría de la cabezada” que copio, agradecido, a continuación: «No te extrañe que la cabezada se dé aquí al comienzo. Este es pueblo de menestrales y comerciantes. Y no pueden dejar desatendidos los negocios durante media hora. La cabezada al principio asegura la rapidez del pésame y permite volver al comercio en bastante menos tiempo que si hubiera que “tragarse” una misa. Nada que ver con esos pésames de final de misa, propios de pueblos de gente del campo, que convierten la ceremonia en “larga como un entierro”»

5.12.16

Los nuestros

Juan Carlos Reche (Córdoba, 1976), autor de El dolor y la velocidad y Carrera del fruto, traductor de Nuno Júdice, Giorgio Caproni o Maurizio Cucchi, escribía en el artículo "El cometido del poeta", que abría el número 3 de Años Diez, la revista que codirige con el también poeta Abraham Gragera: "ha vuelto a fortalecerse el lazo [del individuo] con sus propias comunidades originarias como un hecho natural y basal de la identidad. En el campo de la poesía comienza a apreciarse este rasgo en algunas de las últimas poéticas a través de la recuperación de hablas o estructuras lingüísticas regionales para el código, y de asuntos comunales (...) para el referente". Y en otro sitio: "Es justamente en la búsqueda de otras formas de lo colectivo (…) donde se halla una de las principales líneas de fuga de la poesía actual". Estaba hablando de sí mismo (y de compañeros de promoción como Fruela Fernández). De su poética, quiero decir. Así lo demuestra su último libro, Los nuestros (el título es elocuente), publicado por Pre-Textos. Una obra sin duda sorprendente que dejará a más de un lector descolocado. Para bien, supongo, o para mal, porque nunca se sabe. La primera parte, "Nuevas poesías", se abre con una cita del brasileño Mário Quintana: "La poesía es la invención de la verdad". Escribe, sí, "poesías", no poemas y no por casualidad. Lo popular, en su mejor y más amplio sentido, ocupa todo en estos versos donde se entremezcla lo que el poeta dice y lo que oye que dicen otros (en cursiva, tipográficamente), o que él mismo dice pero con distinta voz. La de su Córdoba natal, esa manera que le es propia a los vecinos de esos lugares del Sur. Leemos: "Aquí habla la gente / que no sabe leer ni escribir / la gente que yo quiero. / Así quiero escribir yo / como la gente que no sabe escribir ni leer, / como la gente que más quiero". Hay un diálogo entre el poeta (o los poetas) y esa gente, y una crítica: en "El estilo", por ejemplo.
En "Altura" sigue el mismo tono. Y el mismo vocabulario autóctono, digamos. Mantiene algunas rimas y ese aire de canción más de que poema propiamente dicho que da un ritmo y una musicalidad tan particulares a esta poesía; popular, insisto, o muy del pueblo, por retórica y literaria (a sabiendas) que sea la apuesta. La referencia al flamenco es ineludible.
"Las razones de la charpa", dedicado "A éstos", lleva delante una cita de Cucchi: "Yo hablo solo desde chico. / Claro que me he dado cuenta, / pero es que yo ya no". Y empieza: "¿Y sabes lo qué dicen de nosotros?". Lo que sigue es un ejercicio poético arriesgado donde lo transcrito es casi una jerga para iniciados, propia de una pandilla de barrio en la que no faltan los vulgarismos y el uso más común y corriente del lenguaje. Charpa, leemos en la Cordobapedia es "una reunión de amigos. Según Miguel Salcedo Hierro en su libro Crónicas Anecdóticas (página 87), fue muy utilizada durante todo el siglo XX en la ciudad de Córdoba, viniendo a referirse a reuniones de 4 a no más de 8 charpistas que se juntaban para ir al fútbol, a los toros, etc."
En "Las casas" prosigue, de modo fragmentario, ese viaje a través de la memoria que nos traslada, casi siempre, a los veranos y a la infancia.
"Los nuestros", por fin, se acerca a las ideas sobre las que están construidos estos poemas. Es, entrevelada, una poética o una reflexión metapoética, si se prefiere. En conversación con las poéticas de otros ("Lo que vale la pena") y que incluye poemas irónicos ("El delito") y algún poema de cierta extensión y, cree uno, claves para entender el alcance de la obra: "Epístola moral para Gaia Danese" ("Cuando yo diga nosotros / y no me refiera a ti o a mí / o a ellas aquí o allí / o al lado / sino a esa especie de delito / llamado llanamente mi poética.") y "Le vacanze del gande poeta", dedicado a su amigo Gragera y con Montale, entre otros asuntos, al fondo.
Se cierra el libro con otra poesía popular donde la voz vuelve a ser otra, aunque la emoción siga siendo la misma.