Al final lo conseguimos y dimos la esperada sorpresa a Santiago Antón. Nos citamos ayer en el hotel Alfonso VIII, dónde si no, el sitio de todas las conspiraciones, un grupo de amigos a los que Tomás Paredes había conjurado para colaborar en un libro (manuscrito, con los pliegos sin coser, ejemplar único) donde algunos pintores (que han dibujado, grabado o pintado, como es lógico) y miembros del jurado del Salón de Otoño de Plasencia (del que Antón fue arte y parte, alma incluso), unos cuantos escritores y otros -profesores, colaboradores, compañeros de trabajo- que ni lo uno ni lo otro, hemos dejado el testimonio de nuestra amistad y, cómo no, de nuestro agradecimiento por su labor, tan rigurosa y profesional, al frente (por lo de dar la cara) de la Obra Social de lo que fue primero la Caja de Ahorros de Plasencia y después la de Extremadura; algo que, como decía, ya no existe. Por encima de eso, damos fe de la alegría que sentimos por habernos cruzado en el camino con un tipo inteligente con sentido del humor, cómo separar esos rasgos, que nos ayudó a desarrollar nuestras diferentes empresas culturales con plena libertad en aulas de literatura, grupos de teatro, exposiciones de pintura y escultura, ciclos de conferencias, talleres, etc.
En alguna fotografía de las que hizo su fiel compañera Puerto (organizadora del acto), habrá quedado reflejado el pasmo que sintió Santiago al vernos a todos allí reunidos. Él pensaba que iba a comer con Tomás, sólo eso. Tras abrir el considerable paquete con lazo y comprobar el contenido de la caja, el mencionado libro, emoción general mediante, comimos. En un sitio especial, cabe añadir. En lo que fuera despacho del director Peinado, uno de los más recordados de la Caja de Plasencia, y sala de juntas del consejo de administración. Donde celebró mi familia, por cierto, el 90 cumpleaños de la abuela Fausta y tuvo lugar alguna cena del premio literario José Antonio Gabriel y Galán.
A los postres, Gonzalo Hidalgo Bayal leyó su
soneto a Santiago (no sin dificultad por culpa de su endiablada letra, inspirado en la plaza vacía del aparcamiento habitual del homenajeado), Gonzalo Sánchez-Rodrigo evocó tres momentos decisivos en la vida de ambos (con mención cariñosa a nuestra querida Chelo), otros cantaron o también leyeron, como Teófilo González Porras (que aludió a Cavafis), y alguno más (Paredes, por ejemplo) recitó. No se dejaron de hacer fotos en parejas, tríos o grupos. Por lo de perpetuar el momento, ya se sabe.
Uno dijo también algo. Con torpeza. Debí limitarme a leer el poema que había escrito para el libro en cuestión. Para Santiago, quiero decir. Por eso, y para que esas palabras privadas se hagan públicas, lo copio ahora aquí:
UNA
CONVERSACIÓN
Porque
somos amigos, conversamos.
O es
quizás al revés. En todo caso,
una
conversación es el resumen
de esta
vieja amistad que mantenemos
desde
que nos cruzamos en la plaza
hace
más de tres décadas, ¿recuerdas?
Tú
estabas con Juan Luis en la terraza
del
Regio o del Danubio. Era verano.
Yo iba
con Yolanda que, bien sabes,
te
estima como a pocos de este sitio.
Desde
entonces, saludos y sonrisas,
jamás hemos
dejado de tratarnos.
Con
altibajos, como cabe al caso.
En
perspectiva, es mucho
lo que
hemos compartido.
Por
ejemplo,
los dos
hemos bregado
con
poetas, artistas y políticos,
tropa
voraz, amén de insoportable,
que al
fin sobrellevamos con paciencia;
a la
que hemos vencido con un arma
en la
que plenamente confiamos:
la
ironía.
Aunque
la vida, en ésta y otras cosas,
no haya
sido contigo complaciente
-permíteme
no entrar en pormenores-
nunca
oí de tus labios una queja.
Otro
ejemplo que cuenta en los afectos.
Como
cuenta
que
hayas sido tenaz en el trabajo
y tus
logros destaquen por encima
de la
mediocridad que nos rodea.
Que en
los últimos tiempos nos veamos
sólo de
higos a brevas o a deshora
carece,
bien lo sabes, de importancia.
Con
frecuencia te leo el pensamiento
lo
mismo que, por esto o por lo otro,
me lo
leerás tú a mí.
Lo que
deseo es que la cosa dure.
Que a
debida distancia
sigamos
manteniendo en libertad
esta
conversación que nos convierte
en
amigos y también en ciudadanos
que
creen en la razón y en las palabras.
¡Larga
vida, Santiago! Y un abrazo.
(Nota: En la fotografía, Y., Santiago y yo. Salón de Otoño de 2005)