Uno es fiel lector de Miguel d'Ors desde hace mucho, supongo que desde que lo descubrimos en la famosa antología de José Luis García Martín.
Renacimiento publica ahora, en su no menos célebre colección Calle del Aire,
Átomos y galaxias, un libro precioso por fuera, marca de la casa sevillana, e interesante por dentro. Que nadie se llame a engaño: es d'Ors en estado puro. De ahí que el lector encuentre las referencias a la infancia -más numerosas a medida que uno cumple años-, el montañismo y la montaña, la familia, los antepasados y las creencias religiosas, el amor a mujer, hijos y nietos, la poesía y el
mundillo literario, las enumeraciones caóticas, las referencias culturalistas a la pintura, la música o el arte, etc.
No faltan poemas protagonizados por flores, aves, pájaros y otros animales (perros, gatos, sapos...). Ni lugares: Galicia, Navarra, Granada y unas cuantas sierras (y cimas) españolas y extranjeras.
El libro es extenso y los poemas están clasificados
alfabéticamente, de "Abejas" a "Zacarías Zuza", y fechados, escritos entre 2010 y 2012.
En lo referente a su poética, d'Ors tampoco engaña. De línea clara, cuando no clarísima, lo que implica, a veces, que sus versos sobrevuelen a duras penas lo anecdótico. Otras, las más, desde la sencillez más absoluta, despliegan un vuelo que no tiene nada de místico pero sí de poético, por más que eso ocurra, como bien dice, sin querer, con "falta de genio". Un misterio. El misterio: "un no sé qué".
"A mí que no me saquen de la vida real", escribe. Y para eso hacen falta grandes dosis de ironía (para hablar de la vida literaria, los congresos, los talleres de escritura creativa -a los que dedica un estupendo poema-, los premios...) y de humor, sobre todo hacia uno mismo. Y de la lactancia, del fútbol y del pan, pongo por caso.
Tampoco descubro nada nuevo si digo que a este poeta, al que gusta ir por libre y a su aire, se le nota el gusto por la poesía clásica y la popular (que a veces coinciden), por las formas tradicionales, la rima y la estrofa, por el romance y la canción y hasta por la copla, entendida en su más amplio sentido, no en el flamenco.
Pero cuidado, d'Ors no sería d'Ors si la melancolía, el fracaso, el sentimiento de pérdida, cierto tono (a estas alturas) póstumo (entierro, necrológica, epitafio...) no hicieran su aparición entre lo más jocoso, circunstancial o cotidiano. Prosaico por decisión propia (véase la cita final de Eugenio Gerardo Lobo), nuestro poeta es, ah paradoja, muy lírico. Siquiera a ratos: la vocación y el oficio no pueden plegarse a según qué traiciones.
De los numerosos poemas de la obra, donde se mezcla, en alusión al título, lo pequeño y lo grande, lo terrestre y lo celeste, señalaría "Arrugas", "Eso", "Gonzalo de Berceo", "Herencia", "Homenaje", "Intruso", "Justicia poética", "Narcisismo" (machadiano de ley), "Paneros" (lo suscribo), "Pétalo", "Programa", "Yo", el mencionado "Zacarías Zuza", etc.
"¿Cómo voy a callarme?", se pregunta el poeta, "ahora que tengo / -ya veis- todo un pasado por delante". No, lejos de nuestra intención pedirle que lo haga. ¿Quién es uno, además, para eso? Y menos un lector suyo, ya dije. Con todo, si una pega ha de ponerse a Átomos y galaxias es, posiblemente, su extensión, a la altura de la segunda parte del título. El mismo libro con algunos poemas menos habría quedado, se dice uno, perfecto.
Y para terminar un poema breve, el más corto de un libro lleno de poemas extensos. Se titula "Permanencia": "Se fue, pero qué forma de quedarse". Tal su poesía.