Fotografía de José-Manuel Benito |
La otra mañana, mientras hacía tiempo para recoger a mi hijo, entré en una cafetería de Conde de Sepúlveda a tomar un té. Vi que un parroquiano tomaba un periódico de un estante colocado en una esquina de la barra y me dirigí hacia allí en busca de otro. Elegí El Norte de Castilla. Mi sorpresa llegó cuando, ya mediado, me encontré con La Sombra del Ciprés, el suplemento literario del insigne diario castellano. Lo ojeé y al salir fui directo al kiosco de enfrente a por un ejemplar. El grueso del número (que hacía el número CXXVIII) estaba dedicado a Alice Munro. Pero había mucho más. Artículos y reseñas firmados por escritores conocidos: Carlos Aganzo (director del Norte y poeta, amén de fundador, me dicen, del invento), Luis Marigómez, Miguel Casado, Adolfo García Ortega, Fermín Herrero (muy chino él), Cristina Peri Rossi, L. A. de Villena... Para cerrar, Gustavo Martín Garzo que dedicaba uno de sus preciosos textos a los monjes de mi paisano Zurbarán. Precisamente a su hija (y de Esperanza Ortega), Elisa Martín Ortega, le dedicaban un reportaje en la sección de Cultura (que allí aún existe, querida Merche), con motivo de la presentación de su libro El lugar de la palabra (Ediciones Cálamo), un interesante ensayo (que haré lo posible por leer) acerca de las relaciones entre la Cábala, y otras corrientes de la mística judía, y la poesía, centrada en la obra de contemporáneos como Borges, Gelman, Valente y Nicoïdski.
Qué envidia, vuelvo al suplemento, poder echarse cada sábado a los ojos semejante cúmulo de reseñas y otros escritos, sin escatimar papel ni excelentes colaboradores. Hay distintos vocentos en Vocento, sí.
Picado por la curiosidad, y aún con tiempo, entré en la bonita librería Diagonal, allí mismo, por ver si tenían el último libro de la mencionada cuentista canadiense. Me atendieron muy bien las libreras (que me recomendaron algún que otro best seller y la novela de Carrasco), pero, a falta del libro buscado y de sección de poesía (menos que simbólica), salí con un ejemplar de Más afuera, de Franzen, que tampoco está mal.
No llovía ni hacía demasiado frío. La ciudad, al sol, me pareció más dorada que nunca, como la piedra de su luminosa catedral. Lo primero que uno ve al llegar a Segovia. Lo último que pierde de vista.