16.2.25

La serpiente interior

De Damián Gallego García, cacereño de Jaraicejo (1954) uno sabía poco. Colaboré hace años en uno de sus empeños, por mediación de mi amigo José Luis Bernal. Me refiero a uno de los proyectos de Extremayuda, una ONG que fundó para favorecer a los más necesitados, tanto en Cáceres, ciudad donde reside desde 1991, como en la ciudad peruana de Trujillo. 
Sabía también, por razones familiares, que era médico; ginecólogo, para ser más exacto. Y de reconocido prestigio, cabe precisar.
Más tarde de lo debido ha llegado a mis manos una novela suya. La única. La primera. En su segunda edición, por cierto, la de febrero de 2024, un año después de que se publicara la anterior. En la colección Extremadura de la madrileña Sial Pigmalión. Se titula La serpiente interior y en su cubierta aparece un paisaje fotográfico descompuesto de la dehesa extremeña. Así las cosas, empecé a leer. Con cierta prevención. Al hecho de que un médico de casi 70 años escribiera (dice que empezó a hacerlo en enero de 2022) su ópera prima se unía mi falta de seguridad en lo que respecta a la narrativa. Los cuentos y las novelas se cruzan en mi camino menos de lo deseable y por eso dudo a veces de mi propio criterio. Que el citado Bernal o Malén Álvarez y Eugenio Fuentes dejaran en la contracubierta sus elogios, ayudaba. Y la estima que, aun sin conocerlo, me suscitaba el autor, una persona a la que todos reconocen sus valores humanos y su solvencia profesional. Sin embargo, o esa es al menos mi experiencia, nada de esto influye en el momento en que te pones a leer. Quiero decir que si es libro lo merece, como hace al caso, uno lee y basta. Lo demás sobra. Apenas empecé a hacerlo, se puso en evidencia que estaba ante una novela a la que le sobraban, le sobran, esos adjetivos que uno prejuzgaba inevitables. Ni es primeriza ni está mal escrita ni aburre ni se embosca en la autoficción para que en ella se manifieste expresamente la vida privada del novelista, etc. Un milagro me parece que haya podido escribirla en un año, aunque en su cabeza, o eso sospecho, lleve bullendo más de media existencia. De lo que no cabe duda es que su condición de lector está en el origen de este paso adelante. 
Del argumento no voy a hablar. Lo hay. Álvarez lo resume así: "Una historia poblada de personajes fuertes, singulares luchadores. Una historia llena de emociones, sinsabores, triunfos. Una historia para disfrutarla de principio a fin". 
Fuentes es aún más escueto, telegráfico incluso: Dos hermanos. Dos continentes. Celos, culpa y violencia cainita. Poderosa historia familiar enmarcada en la España de la primera mitad del siglo xx".
Bernal, por último, el más explícito. Alude a "una historia cainita [inevitable adjetivo, puntualizo, en este relato protagonizado por gemelos enfrentados] en su más descarnada inocencia, pero también con la luz cegadora que la esperanza, la bondad, el tesón y la inteligencia de su protagonista, Benjamín, irradian en todo cuanto toca". Destaca, y vuelvo a lo de antes, que Gallego "se nos revela, en su primera novela, como un narrador maduro y ambicioso, capaz de levantar la peripecia vital de unos personajes subyugantes en un mundo hostil, áspero e implacable". Y que "al leer La Serpiente interior, no imaginamos estar ante el texto de un autor primerizo, pues nos sentimos ganados, ya en las primeras páginas, no solo por la fuerza de la historia contada, sino también por el fino cañamazo del lenguaje que la sostiene".
A uno le parece una novela de valores. De un profundo tono moral que no pierde de vista la psicología humana. Subraya Bernal el homenaje explícito en la obra a las mujeres, por ejemplo, dedicatarias de la novela, madres "que paren sin asistencia sanitaria" y que tendrán hijos que no escucharán cuentos. Sobresalen las figuras De Paulina, la madre; Fulgencia; María, la practicanta. Y de las jóvenes Valentina, Amalia y Anita. 
Muy destacable se me antoja también el papel del maestro y lo que representa en la trama, con una cerrada defensa de la educación que emociona. Y ya que escribo esta palabra, cuántas emociones contienen estas páginas. Y qué bien expresadas: sin alharacas ni sobreactuaciones, con el comedimiento y la hondura, con la sobriedad y el fervor que su manejo requiere. Con esa naturalidad que caracteriza una obra donde todo fluye como debe, a tenor de los acontecimientos que se cuentan. Sin esos alardes, ya digo, ni esos aspavientos a los que acaso nos tienen acostumbrados los escritores cuando de abordar una "novela rural" se trata. Y ésta, que también tiene pasajes urbanos, situados en Cádiz y Montevideo, diría que lo es. Siempre he defendido que la modernidad o no de un texto la proporciona su lenguaje y este, limpio y preciso (salvo en situaciones puntuales, donde se empina un poco, como en el encuentro amoroso de Los Pisones), aleja cualquier atisbo de ranciedad o amaneramiento. Uno se olvida de él, que no deja de ser la mejor demostración de su valía. Las historias (varias que dan en una sola) y los personajes (creíbles, bien perfilados) mandan, sin que nada perturbe la paz lectora, por más que lo narrado imponga alteraciones en la conciencia del lector cada poco. De ahí, lo comenté, la importancia que cobra el punto de vista moral, propio de un humanista. Nada extraño en quien hizo el bachillerato en el colegio San Antonio de Cáceres; como otro médico cacereño, el poeta Basilio Sánchez. Entre frases de la sabiduría popular, no necesariamente refranes, Gallego deja caer auténticos aforismos, sentencias que, sin distraer del argumento, obligan a pensar. 
Es evidente que quien ha escrito esta novela conoce bien la vida en el campo. En el campo extremeño, cabe añadir. El de la finca La Carrascosa. El que rodea Almontejo. Aunque se sitúe a principios del siglo pasado, sobre todo en la primera de las tres partes de que consta. Y es que, hasta hace no mucho, casi nada había cambiado allí. De su forzosa mecanización, precisamente, se ocupa una de las líneas argumentales de la obra. Pero ante todo de su atraso y pobreza, antes y después, metáfora y verdad, de donde proviene lo que sustancialmente somos los extremeños. Agricultores y ganaderos, hombres y mujeres, seres resistentes a la adversidad, arraigados a su tierra como a ella se aferran las encinas. De aquí podría salir una película digna de John Ford. Por su nobleza. Como surgió, en otro contexto (en esta los señores no son despiadados como en aquélla), Los santos inocentes de Mario Camus, salvadas todas las distancias. 
Me ha gustado la sencilla defensa de los libros, la lectura y hasta de la poesía (en el capítulo 25), cuando don Esteban le explica a Benjamín que "era la esencia, lo más jugoso de las letras, como el jamón lo es de la matanza". Y su relación con el amor (que ilumina esta narración de principio a fin). Si bien, añade, "la poesía es un caserón enorme en el que cabe mucho y no todo es amor; que también hay una poesía de andar por casa que al principio, antes de que hubiera libros, era la forma de «leer y contar el mundo»". En otro lugar, Benjamín la desecha, porque no estaba él para "romanticismos".  
Aunque las pasiones, de uno y otro signo, dominen la escena, Gallego sabe suavizar las pulsiones con un sutil sentido del humor y con el arma de la bondad. 
Muy oportuno me parece el guiño de la página 310, cuando pone en boca de Benjamín que su historia "no daría ni para una mala novela, desde luego nada ejemplar", y añade el narrador: "si él supiera que su azarosa vida, novelada con las atrevimiento que pericia, se tendría que enfrentar algún día al veredicto de los lectores...". 
En la 318, a partir de una leyenda que le revela la criada Guidaí, se explica el porqué del título de la novela. Bien traído. 
Confieso que he pasado muy buenos ratos con La serpiente interior. Su lectura me confirma algo que ya sabía: que debe uno leer más novelas y cuentos. Que merece la pena concluir la de algunas pendientes. Me depararán, a buen seguro, sorpresas agradables. No, no todo puede ser poesía. 

14.2.25

Rezagados (II)

Cristóbal Domínguez Durán (Vejer de la Frontera, 1993) publica en RIL Editores su tercer libro, Una postal color sepia. Antes ya había dado a la imprenta Secuelas (2018) y Nadie nos cuida en el sueño (2022). 
Reconozco que me ha sorprendido gratísimamente. Aunque ya conociera su poesía y a pesar de que del editor Paco Najarro no pueda uno esperar más que cosas buenas. 
Comienza por todo lo alto. Con citas de William Carlos Williams (que toma "conciencia de la tiranía de la imagen"), Olvido García Valdés y María Zambrano (Antígona, la historia). Antes, en la cubierta, la fotografía que inspira el título del libro y, más allá, la obra al completo. 
El primer verso del primer poema (en cursiva, porque es también una suerte de prólogo) dice: "La belleza puede ser un significado / inagotable". Reconoce que "la realidad necesita metáforas / donde los ojos no terminen / cocidos / como huevos duros" y que la "vía" para contar "esta historia" será "La que limpia de palabras / lo sabido". Y es que, como escribe ya en la primera parte, titulada "Imagen" (un extenso poema fragmentado), "La memoria / más nuestra busca despegarse / del lenguaje". Luego aporta la clave de todo: "Hace un momento he encontrado  / una fotografía, escrita / por el envés como una postal, / y he visto en su imagen / una historia". "La criaturita vivía en una casa de campo". Y ahí, la pobreza, el dolor y el luto. Los ojos, la mirada. Una enorme lógica (que antes definió como "cruel") "arrastra el corazón hacia el sepia / de las cosas que se heredan". Sobre estos versos cincelados cae a plomo el sol. El del verano en esas tierras del sur tan cercanas a un mar que suena a lo lejos. Donde las chicharras "eran mentira": "Decías que, en realidad, eran el sol / infinito / crujiendo las piedras". Contra el paisaje, digamos, el poeta reflexiona acerca de las palabras que secuestran sus ojos): "La alegría podría ser, / según muchos, / algo parecido a flotar, / sin derramarse, / sobre el idioma". Y del silencio. Aquí la parquedad es ley. Y ahí, la noche ("La calma en lo oscuro no existe", "La naturaleza sonando en la noche / es el peor monstruo"). Hay versos que, en rigor, son aforismos: "Somos un largo relámpago / en las palabras de otros". Este paisaje agostado y solitario me recuerda el que aparece en los poemas y diarios de César Simón. La sequedad es similar, y no hablo sólo del lugar. 
Al fondo, la memoria familiar. La del padre (en su muerte), la madre (que planta un mandarino y teme a los relámpagos) o el tío (que da lugar al excelente poema en tres cantos titulado "Breve historia de los pozos"). La de la infancia. Y otra más lejana en el tiempo. La de los jornaleros, por ejemplo, que "se limpiaban la dentadura / con fango". "La nostalgia siempre viene de un lugar imaginario". 
"Violencia", la segunda parte, protagonizada por un homérico "Nadie", recoge poemas fundamentales, como "Todavía persisten en estos lugares...", donde leemos: "Todo puede reducirse / a muy pocas cosas", un verso que mezcla una lección de vida con una poética. "Esto es solo lenguaje", sostiene. Y "Ya todo es imagen". Estamos, sí, ante un regreso, tan real como imposible. "Ante los ojos / esta hermosa desolación". 
"Historia" la última parte, vuelve sobre lo que acaso ocurrió y le contaron. El relato de la vida de su madre cuando niña. La guerra, la lluvia, "la memoria de la luz"... "Yo prefiero decir: / El recuerdo es pasado y no lo es / porque huele a sueño". 
Dice el crítico Carlos Pardo, y lo comparto, que Domínguez Durán "posee una habilidad rarísima: su poesía une la reflexión ética a la nitidez de las imágenes. Por eso suena tan clásico, tan ajustado a una dicción transparente y lírica; y a la vez tan ágil y flexible, entrando sin miedo en asuntos bien contemporáneos. Por eso nunca es frío ni cursi. Y por eso es difícil olvidar estos poemas cuando se han leído. Fascinante". Sí, lo reitero, fascinante. 

Sergio Fernández Salvador nació en León hace cincuenta años y vive en Zaratán, un pueblo de Valladolid. Ha publicado los libros de poemas QuietudLo breve eterno e Hilo de nada así como dos tomos de diarios: Mitos y flautas y El dios del instante. Un potente jurado, presidido por Luis Alberto de Cuenca (del que Cálamo acaba de publicar Bébetela. 50 poemas de amor y erotismo, en edición y prólogo de Adrián J. Sáez), concedió a El cielo sin caminos  el XXII Premio Emilio Alarcos, uno de los galardones que lleva Visor. Está escrito entre 2017 y 2023 y lo divide en cinco partes, por aquello de la relación temática que une a los poemas entre sí. La cita inicial de Tagore (de donde toma el título del libro) anuncia la paradoja vital: "anda suelta la muerte y los niños juegan". "Sean estas palabras / como las hojas" y que "aprendan su decir desde el silencio", leemos en el "Introito". 
"Es siempre la belleza quien elige. Y elige a los sencillos". Para dar fe de ello, el poeta retrata la "alegría serena" de Laura y Andrea, sus hijas (que vuelven a aparecer la final de libro: "Esta casa es el árbol que crece con vosotras"). En la noche de San Juan. Alude al milagro "corriente" del agua.
En "De la luz de verdad" de nuevo la señalada paradoja: día y noche, muerte y vida. La frágil frontera que separa a la una de la otra. "¿Qué sabe una farola de la luz de verdad?". Contra la "ley de Murphy", "Lo que importa / es asumir a tiempo el íntimo mandato / de convertir la queja en gratitud". 
El amor es otro de los temas. Ocupa la segunda sección. Él se manifiesta como "el que quiere querer y no hace daño". La ironía, siempre discreta, aflora en "Secretos de alcoba" (allí, "desergiándome y desfernandezándome"). Su dicción clásica (quevedesca en este caso) está en "Es lo nuestro / un ay, un cómo, un qué, una cautela...". Prima, lo subrayo, la llaneza. Esta es una poesía hecha con poco. Por lo menudo, diría Fermín Herrero.  
Tampoco falta la música: "Eres la compañera perfecta de la vida". Ni las reflexiones sobre la memoria y el pasado, "en el que no te encuentras", que "ya no es lo que era", como "tú"; "El pasado te es fiel: cambia contigo". 
Un epigrama dedicado a CR7 (sí, el futbolista Cristiano Ronaldo), un homenaje machadiano situado en Colliure (donde las palabras las pone don Antonio), el confinamiento ("Esta vida no es vida"), un poema a una higuera (que es también de Eugénio de Andrade, cuyos versos ha traducido) y hasta un epitafio ("No lloréis. Aquí sigo. / Quien no vivió no puede haberse muerto") completan la muestra. Sobresale, eso sí, un asunto central en todo el libro que dejo a posta para el final: el de la poesía. En orden de aparición, ya está presente en "Poder de la poesía" donde leemos que "no es fuego, ni su brasa / siquiera es el recuerdo de un recuerdo". Y que "Es menos, pero es más: / es solo una centella / que nunca se apaga". El poeta, por su parte, "tiene esa llave de sentido / que puede abrir la puerta  /donde yace un misterio que le excede". 
"(Otra) definición de poesía", un hermoso un soneto, otra poética: "Es mirar hacia dentro desde dentro", "es cultivar un grave pasatiempo", "la menos sola de las soledades", "Es más fiel que la vida, y más hermosa". 
En "El deseo de luz produce luz", un poema logrado, escribe: "Maduran solamente las palabras / que aspiran a la altura y a la luz". Como en el árbol, "oculta la raíz, visible el fruto". 
En "Crepuscolari" opta por  esos "otros" que "supieron encontrar la fuente / en el monte de dentro, y hablándose a sí mismos / a todos hablan. De uno / en uno –eso es poesía–". 
Me ha sorprendido especialmente el poema "Búscame en este espejo de palabras": nunca hasta ahora, o eso creo, había encontrado mejor explicación para el misterio del desdoblamiento entre el hombre (o mujer) que uno es y el poeta que a ratos se apropia, digamos, de su personalidad. "A mí también me abruma y me entristece / este ser solo a medias". "Empújame hacia él, búscale en mí". "Solamente él podría / ayudarme a llegar a ser quien soy". Sí, sería deseable que leyeran este poema las parejas, los familiares más directos y los amigos de los poetas. 
Se cierra el volumen con una pregunta inquietante: "¿Hace cuánto que no cruzas un río / pisando sobre piedras"? ¿No esa una metáfora perfecta de este extraño oficio?

13.2.25

La poesía breve de Carlos de las Heras

Carlos de las Heras (1949), pediatra jubilado de origen extremeño residente en Miranda de Ebro, publica su séptimo libro de poesía. En este blog se comentaron por breve algunos. Para éste me pidió unas palabras de prólogo y escribí lo que copio a continuación. 

POEMAS DE LA RADIO

Carlos de las Heras nació en un pequeño pueblo del norte extremeño, Santa Cruz de Paniagua, estudió el bachillerato en los Maristas de Salamanca (por lo que, según Max Aub, sería en rigor salmantino) y en esa preciosa ciudad castellana se licenció en Medicina. Ha ejercido como pediatra en Miranda de Ebro hasta su reciente jubilación. En “El cielo de Miranda” escribe: Bajo este inmenso cielo deslustrado / del que huyen las estrellas, / palpita la ciudad en la que vivo, / la pequeña ciudad a la que amo. En “La ciudad en invierno”, dedicado a “la ciudad adorable en la que vivo”, habla de esa Patria de maquinistas, /antesala del norte, encrucijada /de todos los caminos.
En ese lugar situado a orillas del Ebro se fraguó este libro. Semanalmente, poema a poema, los que ha venido leyendo en voz alta (prueba de fuego de la verdadera poesía) para un programa de la Cadena SER que ya va por su quinta temporada. Lo explica en el primer poema del volumen. 
No, que el lector no piense que estos son versos de circunstancia, escritos a vuelapluma y sin pretensiones. Meras ocurrencias, vamos. Es cierto que están apegados a lo próximo y lo cotidiano, al presente más que a la actualidad, tan líquida y evanescente en nuestra época. De ahí que el conjunto tenga una apariencia de diario. Pero todo esto es así porque la poética autobiográfica que Carlos de las Heras practica es, digamos, de la experiencia, inspirada, más que nada, en la poesía de algunos de sus maestros: Ángel González, Luis Alberto de Cuenca y Luis García Montero, pongo por caso, a los que nombra en estas páginas como “grandes”. 
En todo caso, este es un libro a favor de la claridad y de la lengua castellana, la que, como dice en un poema que lleva ese título, usa cada día. 
Se trata, según creo, de elevar los azares y las circunstancias de la vida corriente, toda una aventura en sí misma, la existencia que sobrelleva cualquiera, al nivel de categoría. Por decirlo más pomposamente, de trascenderla. Para ello cuenta con la mejor herramienta: la de la observación. El poeta es alguien que no ve, mira. Que se fija en lo que el común de los mortales no repara. Leemos en “Es cielo y es azul”: Este cielo recién amanecido, / aunque no lo parezca, / también es cielo, aunque sin azul. / Opaco, deslustrado, gris plomizo, / está esperando que alguien de mirada / inteligente y limpia / se detenga a observarlo.
Esa mirada poética de la realidad tiene mucho de memoria. Así, cuando recuerda su infancia en el pueblo, su adolescencia y primera  juventud salmantinas o el paso de las estaciones, a lo largo de sus años de madurez, en Miranda. Los bares, el trabajo, el callejeo, la gente, los paisajes (de sierras y llanuras extremeñas y castellanas, pero también de mares, playas y acantilados andaluces o vascos). 
En el centro, la familia. Lo explicita en “Mi patria”: Mi patria son los brazos de mi madre / y el trabajo abnegado de mi padre / para que nada me faltara. / Vivieron muchos años. Al morir, / sufrí en mis propias carnes lo que es ser / apátrida y, al mismo tiempo, huérfano. / Por suerte, mi mujer, mis hijos y mis nietos / consiguieron curarme el escozor / de tan molestos adjetivos. / Perdonadme si os digo / que mi única patria radica en la familia. 
Un poema al que le sigue otro muy significativo, en la misma longitud de onda, diría: “Padre mío”. 
No faltan las sutiles referencias al amor conyugal: “Aves que comen peces”, “Mientras me lees en la cama”. Ni tampoco las emotivas palabras destinadas a los más pequeños de la casa: los nietos. Hugo, Inés. 
Porque no olvida el poeta su compromiso moral con los otros (léase “La manca” o “Doña Rosa”), su presencia es inevitable, ya sea para evocar la guerra de Ucrania o la erupción del volcán de La Palma.
El tono del libro es más celebratorio e hímnico que elegíaco, aunque la melancolía aflore por momentos. En “Volver la vista atrás”. Fuera, la persistencia de la lluvia, / la música de un agua melancólica. Con todo, De las Heras sostiene que “La vida se inventó para gozarla”. Y ese es el acento que se impone.
De fondo musical, los Beatles, Serrat…
En “Hojas de parra”, lo erótico se mezcla con lo metapoético: Propuso que los dos nos desnudásemos. / Mientras ella luchaba por quitarse las botas / y sus ajustadísimos vaqueros, / que lo demás le resultó sencillo, / yo me senté a escribir, por atender su ruego. / Abrí ordenador / y empecé a despojarme de metáforas / y cualquier otro adorno que pudiera / taparme parte alguna. / Está muy bien, me dijo, pero ahora / también la ropa fuera, por favor. / Y nos quedamos ambos / desnudos por completo frente a frente.
De las pretensiones de este libro y de las de su autor tal vez hable mejor que nada ni nadie el elocuente poema “La voz”, que dice: Soñó con una voz y la asoció / a ese ser superior al que no ha visto nunca. / Le llegaba perfecta, con el tono, / la intensidad y el timbre adecuados. / Caía mansamente, resbalando /por las altas paredes de la noche /como lo hace la lluvia cuando lame /la piel de los inviernos, /encharcando los vastos secarrales, / las tierras agrietadas de la imaginación. / Era la voz soñada y nunca oída /lo que le hizo vibrar, tocar la gloria, / aunque fuera en la niebla inconsistente / de los cielos oníricos. / Y luego, al despertar, la voz se hundió /en las aguas oscuras del silencio. 
La realidad y el deseo, esa paradoja cernudiana que acaso dé sentido a la poesía. 

Álvaro Valverde
Plasencia, invierno de 2024



12.2.25

Pecio


Ya sabíamos que el escritor Pepe Cervera perdió su biblioteca personal por culpa de la maldita dana que anegó su pueblo, Alfafar, la noche del 29 de octubre del pasado año. Lo ha contado él mismo: Alfafar: ¡El dolor, el dolor! El artículo de infoLibre terminaba: "Me duele el dolor y ahora sé que el dolor es infinito, sé que acaba de empezar, que vendrá más, con mucha más fuerza".
Por su parte, la periodista de Las Provincias Laura Garcés dio cuenta del "fatal destino de los dos mil libros que flotaban sobre el barro". Contaba Cervera que iba a "salvar uno. Se lo ha recomendado una amiga. De hecho, después de que ya formara parte de la «montaña de ruina» salió a buscarlo. Las aguas detenidas, el título de poesía que cita en su mensaje, obra de Álvaro Valverde. «Una amiga de Madrid lo vio en la foto y me llamó para decirme que no lo tirara, que seguro que podría dar pie para algo». Ha decidido que ese se lo queda".
Me ha llegado una carta suya con la fotografía que abre esta entrada. Con este escueto texto: "Querido Álvaro, no nos conocemos, bueno, yo conozco tu poesía. Este es el único libro que salvé de mi biblioteca por el desastre de la Dana. Lo conservaré como recuerdo".
Es muy emocionante ese detalle. Me pongo en su lugar y... Sé lo que significaba esa biblioteca para él porque sé lo que supone la mía para mí. Hace muchos años publiqué en la revista cacereña Gálibo, que dirigió y cuidó con esmero el poeta y profesor José Luis Bernal Salgado, en un número dedicado a la figura tutelar de Juan Manuel Rozas, su maestro, un poemita titulado "Biblioteca" que empezaba: Así temes del fuego y de los límites. No imaginaba uno que también el agua podría llevarse por delante los libros que sostienen (iba a decir "apuntalan") las paredes de la casa de cualquier escritor. La suya se salvó, pero no esos volúmenes. Como pecio del naufragio, este librito que tomó su paradójico título de un poema de Joan Vinyoli. Y con él, la amistad. Un abrazo, querido Pepe. 


10.2.25

PREMIO “GABRIEL Y GALÁN” 2025

                                
La “CASA-MUSEO GABRIEL Y GALÁN” de Guijo de Granadilla (Cáceres) convoca el XL Certamen regido por las siguientes bases.

1ª Podrán optar al PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN” todos los poetas de habla española que lo deseen, con originales inéditos escritos en Lengua Castellana o Dialecto Extremeño.

2ª Los premios se distribuirán del modo siguiente:
-Primer premio dotado con 600 € y placa conmemorativa.
-Segundo premio ó accésit de 450 €.

3ª Las composiciones serán de tema libre, extensión máxima de ciento cincuenta versos.

4ª No podrán participar en el Certamen los poetas que hubieren obtenido el primer premio hasta que hayan transcurrido cinco convocatorias

5ª Los originales deben presentarse escritos a máquina u ordenador, a doble espacio y por cuadriplicado.

Se enviarán a la siguiente dirección:
PATRONATO CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”
Plaza de España, 11 – Tlf. 927 439082.
10665 GUIJO DE GRANADILLA (Cáceres). España.

6ª Se podrán presentar trabajos en el correo gabrielygalan70@hotmail.com con dos carpetas una con la obra en PDF bajo un título o lema sin que conste ningún otro dato más y otra con los datos personales: nombre, domicilio, teléfono de contacto, breve reseña biográfica y fotocopia DNI/Pasaporte.

El plazo de admisión de trabajos finalizará el día 25 de abril de 2025.

7ª Cada autor podrá presentar un solo trabajo y no serán devueltos los que se reciban ni se mantendrá correspondencia sobre ellos.

8ª Se utilizará, preceptivamente el sistema de “lema” y “plica”.
Serán eliminados los poemas que permitan de alguna forma la identificación del autor.

9ª El fallo del Jurado será inapelable y se dará a conocer el segundo domingo de mayo en Guijo de Granadilla durante los eventos por el Día de Exaltación de la Poesía en honor al poeta.

10ª La CASA-MUSEO se reserva el derecho a la publicación de los trabajos presentados.

11ª Cualquier duda en la interpretación de estas Bases será resuelta por el Jurado de forma inapelable.

12ª El hecho de concurrir a este Premio supone la aceptación de las presentes Bases.

GUIJO DE GRANADILLA 10 de febrero de 2025.
CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”.

9.2.25

Poemas italianos


La traductora italiana Marcela Filippi reúne en el blog infodem.it - informazione e democrazia los poemas de uno que ha vertido al italiano. Y no sólo los míos, matizo. Grazie tante. Aquí

(Ilustra la entrada "Venecia, 1952", gouache sobre papel de Ramón Gaya.)

8.2.25

Carlos Alcorta lee "Lecturas a poniente"


HABLAR DE LIBROS

Álvaro Valverde reúne en 'Lecturas a poniente' cerca de 150 reseñas que ha publicado en los últimos veinte años sobre autores extremeños

Por estricto orden alfabético recoge Álvaro Valverde en “Lecturas a Poniente” las reseñas, preferentemente poéticas, que, a lo largo de casi veinte años ―comenzó a publicarlas en mayo de 2005― ha publicado en su blog y en distintos medios literarios, tanto en formato de papel ―revistas como “Turia”, “Cuadernos Hispanoamericanos”, “Nayagua”, “Quimera” o “Suroeste”, digna heredera de la ya mítica “Espacio/Espaço escrito”, fundada por el prematuramente desaparecido poeta Ángel Campos Pámpano; suplementos culturales como “El Cultural”― como digitales ―”El Cuaderno”―, dedicadas a autores extremeños de nacimiento o que «estén vinculados a Extremadura». Cerca de ciento cincuenta reseñas de sesenta y cuatro autores en cuyas notas de lectura «predomina ―según afirma el propio autor― el tomo conversacional», a lo que hay que añadir recensiones «de varias antologías significativas aparecidas en estos años o de las que se conmemoraba algún aniversario». Lo cierto es que tal número de autores ―la nómina, lo reconoce Valverde, no pretende ser exhaustiva― nos resulta extraordinaria y desmiente la tan traída atonía, si no creativa, sí promocional de la periferia, porque, hay que resaltarlo, aunque muchos de los autores comentados han publicado sus obras en prestigiosas editoriales de fuera la de la región, otros muchos lo han hecho dentro de sus fronteras, en editoriales tan activas como la que publica este libro, la Editora Regional de Extremadura, un proyecto consolidado a lo largo de los años que desata la envidia de otras comunidades autónomas menos receptivas a propuestas de esta envergadura, la benemérita Ediciones Liliputienses, De La Luna Libros, Littera, Vberitas, Alcazaba o la Fundación Ortega Muñoz.
Habrá quien busque tres pies al gato, pero la eventualidad que supone que a algunos autores se les dediquen varios comentarios responde precisamente a eso, a causas eventuales, causas que explica Álvaro Valverde con estas palabras: «Más allá del estricto marco temporal, a la casualidad habrá que atribuir también que haya poetas con varias reseñas de sus libros y otros con una. Y hasta de los que no haya ninguna».  Confiamos en que esta línea de defensa sea innecesaria, pero no está de más recordarla, sobre todo porque todavía hay quien duda de la idoneidad de que un creador, en este caso un poeta, ejerza además las funciones de crítico, por más que la historia de la literatura, no solo la más reciente, esté plagada de autores que han compartido ambas actividades sin contradicciones, al menos aparentes, por eso en este comentario intentamos eludir la pretensión de emitir una opinión sobre cómo hay que leer, a su vez, las opiniones del crítico Álvaro Valverde, quien se acoge a algunos comentarios de George Steiner sobre la tarea del crítico, del que nos gustaría resaltar este que define mejor que ningún otro la actitud de Valverde: «Soy un crítico positivo: escribir sobre un libro significa también saldar una deuda de gratitud». Y doy fe que lo que mueve los resortes de la escritura crítica de Álvaro Valverde es la pasión lectora.
T. S, Eliot, en el ensayo “Criticar al crítico” distinguía varios tipos de críticos, el crítico profesional, cuyo ejemplo más significativo era Saint Beuve ―«un fallido escritor creativo»―, el crítico de gusto ―«abogado de los autores, cuyo trabajo comenta, y que son con frecuencia autores olvidados o menospreciados injustamente»―, el académico y el teórico, «Y finalmente llegamos al crítico cuya obra puede caracterizarse como un derivado de su actividad creativa. En particular, el crítico que es también poeta, ¿o deberíamos decir el poeta que también ha hecho crítica? La condición para pertenecer a esa categoría es que el candidato ha de ser conocido en primer lugar como poeta, pero su crítica debe destacar por sí misma y no meramente por la luz que pudiera arrojar sobre sus versos». Evidentemente, Álvaro Valverde pertenece con toda justicia a esta última categoría. No es preciso glosar su bibliografía para constatarlo. Su obra poética goza de una consistencia y de una personalidad reconocidas unánimemente y al rigor de su pensamiento discursivo y crítico le ocurre otro tanto. Basta leer este centón de reseñas y las últimas palabras del epílogo titulado «Denme libros» para comprobarlo: «Esa es la verdadera razón de un crítico y de la crítica: leer con criterio y escribir con solvencia (y en el mejor estilo) sobre este o aquel libro. Ni más ni menos. Ni es fácil ni es poco». Dicho esto, solo podemos recomendar, por tanto, que lean estas reseñas con la misma complicidad, con la misma deferencia con la que el crítico leyó los libros que les dieron pie. Estoy seguro de que se dejarán seducir por la capacidad de síntesis, por esa conjunción de elementos que hacen de la reseña otro ejercicio puramente literario.

Reseña publicada en El Diario Montañés, 31/01/2025 y el en blog del crítico. 

NOTA: La fotografía, de Patrice Schreyer, ilustra la cubierta del libro. 




7.2.25

Rezagados (I)

Rezagados porque salieron de las imprentas a finales del año pasado y, como ya comenté en su día, no han encontrado el eco que merecen en forma de reseñas, si es que las pobres sirven para algo. Me refiero a libros como Museo secreto, del incombustible Jesús Munárriz (San Sebastián, 1940), más fresco que nunca (en más de un sentido), capaz de acertar una y otra vez con poemas logrados, en plena "conjunción feliz de entusiasmo y oficio". Al parecer esta obra (que publica en la colección que fundó con su mujer, Maite Merodio, hace cincuenta años: Hiperión), ilustrada con veinte dibujos de sesgo clásico de Paco Montañés, tuvo una primera edición incompleta en 2012 (que nunca llegó a España) de Monte Ávila, Caracas (creí que ese sello había pasado a peor vida con Chávez y Maduro). El título orienta al lector sobre lo que encontrará dentro: poemas escritos a partir de cuadros y esculturas, casi siempre (de Murillo, Tintoretto, Chagall, Picasso, Rodin, Romero de Torres...), que no dejan de ser meditaciones acerca del misterio artístico. Ahí, personajes como Lot, Eva, Leda, Dánae, Susana, Venus, La Fornarina, David, Artemisia, Madame Hamelin, Olympia... Priman los desnudos. Y los cuerpo femeninos, claro. Ninfas, odaliscas. Velludas y rasuradas. El de la mujer, otro misterio (para el hombre, al menos). También hay mucho sexo (en el doble sentido) en estas páginas, y un erotismo tan sutil, a veces, como explícito, otras. Pero hay más que écfrasis en este libro. En "Hermafrodita", por ejemplo, tan de actualidad. O en "Yo, Caravaggio". 
"Veladuras" incluye una poética, en defensa de la imaginación, "de lo que se oculta y se insinúa" frente a los que prefieren revelar la belleza. "Atrae más lo reservado", escribe, "la luz precisa de la sombra" (un verso memorable). Porque "En lo visible está el señuelo / de lo invisible". 
Vuelve a acertar en las distancias cortas de los poemas breves: "Ante el retrato de una dama (d'aprés Wang Wei) o "Un Gauguin". También con los poemas narrativos, como "Álbum", una novela en sí mismo. 
En "Secreta belleza" se atreve a reflexionar en torno al famoso "El origen del mundo", de Gustave Courbet, y el resultado es espléndido. Otro tanto pasa con otra obra famosa, Il tuffatore (de Paestum), y, nunca mejor dicho, lo clava. 
Nunca se sale de un libro de Munárriz como si nada. Un ser prolífico bendecido con la gracia de la poesía. 

Carreteras que brillan en el bosque
, de Ramiro Gairín (Zaragoza, 1980), ganó, con la unanimidad de un jurado competente, el premio Ciudad de Salamanca (que acierta casi siempre) y lo publica, en su singular colección de poesía, Reino de Cordelia. Que su autor sea un ingeniero de Montes especializado en hidráulica, hidrología y medio ambiente y no un profesor de Lengua de un instituto aporta pistas a la hora de leer entre versos su obra; lo mismo que la circunstancia, nada azarosa, de que resida en un pequeño pueblo pirenaico de Huesca (379 habitantes), a orillas del río Ara, con nombre de moda: Fiscal. Además de a Sheila y a Iago, a su "tribu" de allí esté dedicado el libro.
De este hombre ya hemos comentado aquí otros libros. No creo que este difiera de los anteriores en lo sustancial. Es lo que tiene poseer una voz propia. Y un mundo particular, añado. El que, sobe todo, conforma su propia familia, tan presente en estos poemas que no pretenden dar cuenta de sucesos extraordinarios o experiencias paranormales, sino de la vida corriente de alguien que vive con otros en el medio rural casi vacío. Ante un paisaje montañoso que impone, más a quien lo aprecia y sabe lo que vale.
En las "Notas" nos advierte que la lectura de la poesía de Louise Glück "va unida a la redacción de estos poemas". La cita inicial es suya. De Una vida de pueblo, lógicamente. 
El hijo ("el niño") está en el centro de ese pequeño mundo. "Pido que llegues a viejo, / como la mayoría de los hombres; / que pases los otoños, ojalá, / bajo estas peñas, frente a la arboleda / que ahora te defiende".
Alrededor, el campo. Y el jabalí y las cerezas y el agua y los dulces frutos del verano y la encina de Villamana y la hora violeta y la nieve y el bosque y las estrellas y, en fin, el incierto futuro de la Naturaleza. "La belleza lo envuelve todo", escribe en "La lluvia sobre el zorro" (con epígrafe de Glück), el que termina: "Que cuidar es mirar. / Que lo bello es difícil / porque nunca descansa". Alrededor, el asombro, en cuanto atraviesa el túnel: "A todo lo que pasa / -animales, tractores, espíritus del río- / les das tu bienvenida". 
En ese clima de felicidad se cuela, no obstante, la única certeza que nos cabe: "Me ronda la muerte, últimamente. / Estoy acostumbrándome a pensarla / y la vida me ayuda." 
En "Poética", su hijo le da "una lección de poesía". Antes, en "La otra sentimentalidad", uno de los poemas más frescos y logrados del conjunto, confiesa que "Ahora me agobia / la ropa por planchar" y no "esos libros pendientes de escribir" ni "esos grandes poemas". Da al final dos cosas por seguras, precipitadamente acaso: "que no haré ni un rasguño / en la historia de la literatura, / y que no nos alcanzan hasta el viernes / los pantalones limpios".

La realidad no existe

Martín Ortega  (Valladolid, 1980), profesora de la Autónoma de Madrid, estudiosa de la literatura judía y sefardí (El lugar de la palabra. Ensayo sobre Cábala y la poesía contemporánea), especialista en literatura infantil, autora de La belleza en la infancia y traductora del Cantar de los Cantares, publica, tras Ensueño, Alumbramiento y Corazón huido, La piel cantaba. 
Además de un poema inicial y otro final, consta de “Nocturno” y “Encantamiento”. Entre ambas, una “Canción”. 
“Me da miedo escribir”, reza el primer verso. “Que se me caiga al suelo / la mano del secreto”. La que escribe. La que le devuelve “la forma exacta de las cosas”. 
Once cantos componen “Nocturno”. Ahí, “el dolor que protege”. Porque “Ese cuerpo soy yo. / Pero sólo el dolor / me lo confirma”. “Su memoria es el poso / de los días”, sostiene.
Miedo a la sangre también: “me aterra su belleza / roja”. 
“La realidad no existe”. En la imaginación confía: “Oigo mis palabras en un mundo dibujado / que no es un sueño”. En medio del duermevela afirma: “No sé dónde estoy. No sé cómo me llamo”. Y sigue: “Busco tu cuerpo / para encontrar mi piel”, verdadero leitmotiv del libro, la que “sólo existe entre tus brazos”, lo que nos permite reconocer al amor como otro motivo central. 
Parece que las palabras no bastan para expresar el mundo y su secreto. “Me escucho como quien escucha una tormenta en alta mar”. En “Encantamiento” y sus dieciséis cantos ese es un asunto: “Qué pena las palabras”. Las que “se lleva el viento”. “Mi angustia es el silencio”. “La piel es mi barrera”. Allí, la compasión, el cuidado, el fracaso, el olvido y la melancolía. Y lo amoroso, claro. “He perdido un poema”, dice al final. El lector, sin embargo, encuentra, asombrado, treinta. 

La piel cantaba
Elisa Martín Ortega
Menos Cuarto, Cálamo Poesía, Palencia, 2024. 80 páginas. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

5.2.25

Poemas sin trucos ni trancas

Morábito (Alejandría, 1955), aprendió español en México y en él ha escrito seis libros de poesía: Lotes baldíos, De lunes todo el año, Alguien de lava, Delante de un prado una vaca, A cada cual su cielo y el que comentamos, que rompe su regla de publicar uno por década.
En el cuarto poema explica el título. Lee los créditos finales de una película. “¡Cuántos nombres!”, tantos que no basta una canción. “Y entonces entras tú al relevo, / canción segunda”. Acaso “los relevos, los segundos esfuerzos y en general los reencuentros con lo ya vivido” son “los verdaderos momentos álgidos” de la vida. 
59 poemas sin título acotados en seis partes dan fe del enigma. Fiel a su lema “Hay que descansar de escribir poesía, porque la poesía es un lenguaje sumamente artificial”, narratividad y naturalidad suman fuerzas para recordar situaciones cotidianas a cada cual más sugestiva. El humor añade su valor al tono. El de la verdadera poesía. La de los besos fallidos; la hormiga espía; las fluviales islas efímeras, como Belvedere; los sueños recurrentes; el que subraya: “de cada página leída te despides”; el plancton de los libros; el desprecio por títulos, epígrafes y dedicatorias: “hay una poesía que se pierde / antes de empezar”; “Ir por el surco libre de la prosa”; las segundas piedras de muros, puentes y casas (las primeras, para las pirámides); los extras de los filmes; lo incomprensible del Espíritu Santo; de lo que hablaron Caín y Abel antes del crimen; la mentira de Troya y el remero de Ulises; Ícaro, aviones y aeropuertos: “Sostenerse en el aire no es volar”; la nadadora de aguas saladas; el cubismo; un calcetín solitario; el epitafio, ese “horóscopo invertido / que predice lo vivido y no el futuro”; un país sin ruido… Créanme, pura delicia.

Canción segunda
Fabio Morabito
Visor Libros, Madrid, 2024. 118 páginas. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.